«La autocrítica es indicio de fuerza, y no de debilidad de nuestro Partido. Sólo un partido fuerte, arraigado en la vida y que marcha hacia la victoria, se puede permitir la crítica implacable de sus propios defectos que nuestro Partido ha hecho y hará siempre ante los ojos de todo el pueblo. El partido que oculta la verdad al pueblo, que teme la luz y la crítica, no es un partido, sino un hatajo de embusteros condenados a hundirse. Los señores burgueses nos miden con su propio rasero. Temen la luz y ocultan celosamente la verdad al pueblo, encubriendo sus defectos con un rótulo de aparente bonanza. Y piensan que nosotros, los comunistas, también debemos de ocultar la verdad al pueblo. Ellos temen la luz, porque sería suficiente que admitiesen una autocrítica más o menos seria, una crítica de sus propios defectos, más o menos libre, para que del régimen burgués no quedase piedra sobre piedra. Y piensan que si nosotros, los comunistas, toleramos la autocrítica, eso es indicio de que estamos cercados y debatiéndonos en el aire. Los honorables burgueses y socialdemócratas nos miden con su propio rasero. Sólo los partidos que van siendo cosa del pasado y están condenados a hundirse, pueden temer la luz y la crítica. Nosotros no tememos ni lo uno ni lo otro, y no lo tememos porque somos un partido ascendente, que marcha hacia la victoria. Por eso, la autocrítica que se viene practicando desde hace ya unos meses es indicio de la fuerza ingente de nuestro Partido, y no de debilidad, un medio para su fortalecimiento, y no para su descomposición». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los resultados de los trabajos de la XIVº Conferencia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1925)
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