sábado, 13 de marzo de 2021

¿A estas alturas con la cantinela de las «fuerzas productivas»?; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

«Si bien anteriormente comprobamos que las estadísticas de inversión extranjera directa de China en América Latina confirman que gran parte eran con fines especulativos y rentistas, esta es justamente la misma estrategia que el gigante asiático sigue en África:

«Las industrias extractivas −entre las que se incluye la petrolera− suponían 22.5% del PIB en 2010. Frente a ello, se contraponen sectores marcadamente tradicionales, como la agricultura o parte importante de los servicios (gráfica 4). Al ser China el comprador casi exclusivo del petróleo sudanés, se volvió en el gran financiador externo de la economía del país. Así, no sólo era el principal inversor, sino también el principal mercado del petróleo y, por lo tanto, de las exportaciones sudanesas (gráfica 5) [de un 3% de las exportaciones hacia China en 1999 a un 80% en 2010]. (...) Llama la atención que esta «lluvia de millones» no haya ido acompañada de un nuevo equilibrio del sector exterior, sino que hubiera déficits comerciales importantes. Esto no fue más que resultado del crecimiento sin precedentes de las importaciones como respuesta a la momentánea superación de la falta de liquidez. (...) China actuó como el primer financiador de la economía sudanesa y aportó un volumen creciente de manufacturas. Sin embargo, no desplazó del todo a los países europeos como fuente de aprovisionamiento industrial, ni se implicó en el desarrollo de sectores productivos propios más allá del petróleo ni en la construcción de infraestructuras (Bosshart, 2007). (...) Además, ha apoyado activamente con asistencia tecnológica y cesión de patentes el desarrollo del Complejo Industrial Militar. Todo ha favorecido al nuevo Estado islamista de corte neoliberal a partir de los años noventa». (Alfredo Langa Herrero & Daniel Coq Huelva; Renta petrolera y dependencia económica. El papel de China en los nuevos procesos de crecimiento en África: el caso sudanés (1989-2011), 2018)

El señor Gouysse no solo se ha vuelto prochino, sino que ahora también se ha vuelto católico y cree en los milagros. ¡Aleluya! Por eso asegura que existe, por un lado, un cierto «altruismo chino» que «impulsa» la economía de estos países mientras que, por el otro, existe una burguesía nacional en los países latinoamericanos con la predisposición de abandonar la rentabilidad a corto plazo, recortar los lujos y la corrupción de sus dirigentes «por el bien común». Resulta que ahora, gracias a las «desinteresadas inversiones chinas», la mayoría de estos Estados construirán lo que llevan siglos sin conseguir: una industria nacional independiente de los imperialismos foráneos −extracontinentales o regionales−. Parece que, a estas alturas, el señor Gouysse no es consciente de aquello que hasta los chavistas venezolanos reconocen: que el país, tras varias décadas de «socialismo del siglo XXI», no ha sido capaz de escapar del modelo extractivo del petróleo, quedando su economía sujeta a los vaivenes del precio del crudo en el mercado internacional. Vamos, lo que él mismo se encargó de reportar en su obra: «Imperialismo y antiimperialismo» (2007). Véase nuestro capítulo: «Las causas reales de la permanente crisis político-económica venezolana» de 2018. 

Parece ser que el nuevo lacayo de Pekín intenta disimular algo tan simple como que la división internacional del trabajo también genera superganancias a China, pero solo gracias a una balanza comercial favorable en detrimento de América Latina o África. Los gobiernos latinoamericanos son presionados constantemente por esa supuesta China «librecambista» para que, en lugar de exportar sus productos procesados, se centren en la producción y exportación de materias primas. ¿Qué sorpresa, verdad?

«Existen otros factores que no permiten la diversificación del comercio y afectan su composición. China impone barreras comerciales, incluyendo aranceles relativamente altos e instrucciones a las empresas de propiedad del estado para que prioricen la compra de bienes nacionales. Las restricciones comerciales también tienden a aumentar con el grado de procesamiento y el valor agregado del bien comercializado. Por ejemplo, Argentina entró en una disputa comercial con China cuando trató de exportar a ese país aceite de soya en lugar de soya en grano. Cuando el embarque fue considerado inaceptable debido a supuestas preocupaciones sanitarias, Argentina tuvo que ceder y volvió a enviar soya en grano. Finalmente, las políticas cambiarias de China, que mantienen bajo el valor del yuan, sirven para aumentar el precio de las exportaciones de América Latina a China. Todas estas restricciones en conjunto hacen más complicados los esfuerzos para ampliar las exportaciones de bienes procesados y manufacturados. (…) El auge en las exportaciones basado en solo unos cuantos productos primarios tiene sus riesgos. Una contracción significativa en la economía de China tendría un impacto importante en el crecimiento en América Latina, ya que los flujos comerciales y de inversión disminuirían. Además, más allá del hecho de que el incremento de las exportaciones basado en solo unos pocos productos primarios deje al país vulnerable a la volatilidad de precios». (Econ South; El comercio estrecha vínculos entre China y América Latina, Volumen 13, N2, 2018)

Países potentes como Brasil, una potencia regional −aunque incapaz de rivalizar con el dragón asiático−, demuestran que el comercio con China y la política de su gobierno no conducen, precisamente, a su industrialización, sino a la desindustrialización progresiva, lo que, como es de esperar, levanta aireadas reacciones:

«El aumento galopante en importaciones de China, que creció 61 por ciento entre los años 2009 y 2010, y 47 por ciento en los dos primeros meses del 2011, ha causado una alarma considerable entre los fabricantes brasileños y ha creado continuas tensiones entre los dos países. En 2010, el 84 por ciento de las exportaciones de Brasil a China fueron materias primas, entre las cuales el hierro, la soya y el crudo representaban tres cuartos de las exportaciones. Por otro lado, el 98 por ciento de las importaciones de China fueron productos manufacturados, encabezando la lista los televisores, pantallas LCD y teléfonos. La política cambiaria de China, que sirve para mantener subvaluada su moneda, combinada con la fortaleza de la moneda brasileña, el real, exacerbaron las presiones sobre los fabricantes brasileños. El fuerte impacto sobre las industrias textiles y de calzado ha llevado a la Confederación Nacional de Industrias a realizar advertencias sobre la desindustrialización en aquellos sectores. Algunos sectores manufactureros han logrado tener éxito al pedir protección del gobierno, tal como sucedió en diciembre de 2010, cuando Brasil aumentó sus aranceles de importación aplicables a una lista de juguetes, pasando de 20 a 35 por ciento. Brasil también ha iniciado una serie de investigaciones anti-dumping contra productos chinos». (Econ South; El comercio estrecha vínculos entre China y América Latina, Volumen 13, N2, 2018)

¿Cómo han evolucionado las relaciones comerciales entre ambos países? ¿Ha cesado ese intercambio desigual y desindustrializador en detrimento de la independencia económica de Brasil o por el contrario se ha seguido en la misma línea?

«En 2018, solo tres productos −soja, petróleo, mineral de hierro− sumaron el 82% de las exportaciones brasileñas a China (Figura 1). En el sentido opuesto, las importaciones brasileñas de China son casi 100% de productos manufacturados, sobre todo productos electrónicos, productos químicos, máquinas y equipos». (Luis Antonio Paulino, revista relaciones internacionales; las relaciones Brasil-China en el siglo, 2020)

Como podemos ver, el gigante asiático continúa promoviendo el rentismo y tratando de conducir a la economía brasileña hacia el sector primario, de reducirla, por un lado, a proveedora de materias primas; y por el otro, a gran receptora de productos manufacturados chinos, obteniendo con ello un gran lucro y el desarrollo de la relación de dependencia del país latinoamericano. El fuerte interés de China por parasitar los recursos de la economía brasileña puede verse también en sus fuertes inversiones de capital durante la última década:

«Como se muestra en Cuadro 5, solo cinco compañías, todas en el sector petrolero y energético, invirtieron, entre 2009 y 2019, un total de US $ 36,99 mil millones en Brasil, lo que corresponde al 61,3% del total invertido en el período». (Luis Antonio Paulino, revista relaciones internacionales; las relaciones Brasil-China en el siglo, 2020)

Los agentes de Pekín no entienden de datos, solo de fe o parné

Pese a estas aplastantes evidencias, el señor Gouysse insiste contra viento y marea en que:

«China introducirá en el capitalismo a los países dependientes de todo el mundo mucho mejor que Occidente en el siglo XX». (Vincent Gouysse; Facebook, 25 de octubre de 2020)

En este caso produce franca tristeza leer a un pretendido marxista hablando como un materialista vulgar e idealista, confiando en esquemas económicos mecanicistas que, además, ni siquiera reflejan la realidad, aun de la forma más burda. ¡Quién te ha visto y quién te ve!

Las declaraciones actuales de Gouysse sobre «los beneficios» que pueden obtener los países dependientes en su colaboración con el nuevo imperialismo chino, su esperanza en el «futuro desarrollo de las fuerzas productivas» y su «importante rol» como «agente acelerador» de la «revolución» no son otra cosa que pamplinas. Todos los agentes que trabajan incansablemente para China repiten palabras similares, tonterías que ni ellos mismos se creen. Citemos a José Egido:

«Tras la publicación del segundo Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe, analistas coinciden en que Beijing acentúa su compromiso con un nuevo esquema de desarrollo que trasciende el ámbito comercial, financiero y económico para posicionarse en todas las áreas. «Nadie ha hecho a Latinoamérica una propuesta como esta, se trata de sentar la base para un gran desarrollo de la región, gracias a una cooperación en la que China plantea una relación ganar-ganar que puede cambiar el rumbo del desarrollo económico para lo que queda del siglo XXI», opina el sociólogo José Egido. (...) Este acercamiento se plasmará en proyectos que abarcan los ámbitos de las infraestructuras, los servicios, los transportes y el acceso a esquemas de financiación más seguros y fiables para las naciones latinoamericanas». (Observatorio de la política china; América Latina puede cambiar su rumbo económico acercándose a China, según expertos, 2015)

Los revisionistas encuentran en los distintos bloques imperialistas toda una gama de opciones a elegir bajo diversas justificaciones para justificar sus crímenes, pero en el presente documento nos ceñiremos al análisis de las «ideuchas» de los defensores de China. La «Opción A», la del señor Egido, consiste en plantear que «China puede estimular a los pueblos para su desarrollo independiente». Pero esto no puede ser más que tachado de propaganda imperialista destinada a ocultar sus intenciones reales: subyugar al proletariado de terceras naciones a la división internacional de trabajo en favor de China. Atentos:

«Hay un contexto de crisis de la economía mundial y lo que necesitan Latinoamérica y los países caribeños es dejar de ser solo suministradores de recursos; China ofrece, por tanto, una asociación en la que la región puede dejar de ser mera exportadora de materias primeras». (Observatorio de la política china; América Latina puede cambiar su rumbo económico acercándose a China, según expertos, 2015)

La «Opción B», la del señor Gouysse, es una vía que propone que «el libre comercio de China» tendrá como consecuencia «el desarrollo de las fuerzas productivas» hasta «empujar las contradicciones internas del capitalismo a su paroxismo, apresurando así la revolución social». Es decir, es como la «Opción A», la de Egido, agregándole, eso sí, elementos de la vieja teoría de que habrá un catastrofismo capitalista, creyendo que con ello se «deja un hueco a la revolución». ¿Acaso se ha paseado usted alguna vez, señor Gouysse, por algún barrio de Caracas, Bogotá, Lima o Managua? Si la cuestión fuese la existencia de «conflictos», «precariedad» o «injusticias sociales», todo sería muy sencillo, la revolución sería automática. Véase nuestro capítulo: «La creencia que en la etapa imperialista cualquier crisis es la tumba del capitalismo» de 2017.

Para tal «revolución» se sigue requiriendo del factor subjetivo, de la organización del proletariado en el partido de vanguardia, para culminar en revolución socialista. Esto es, pues, una idea más luxemburguista o anarquista que marxista. Y, precisamente, toda la labor de los hombres como Egido o Gouysse va encaminada no a proporcionar a los trabajadores nuevos análisis científicos para liberarse de sus opresores, sino a desarmarles y convertirles en mansos asalariados del nuevo Imperio Oriental con sede en Pekín… eso sí, ¡no desesperen! Todo con vistas a que en un futuro las «fuerzas productivas estén maduras» y «creen conflictos sociales» que aceleren la llegada de la revolución, aunque no explican como sucederá exactamente esta, ¿cómo se ha llevado en los procesos fracasados del «socialismo del siglo XXI»?

Bajo una óptica diferente, pero con el mismo fin, el socialchovinista español Santiago Armesilla proclamaba que, para los países dependientes, como Venezuela, y para las potencias imperialistas de segundo orden, como España, los contactos económicos con China −según sus ideas, «un imperio generador»− otorgan la posibilidad de escapar del mandato y las cadenas económicas del Tío Sam −un «imperio depredador»−:

«El auge de la República Popular China supone la apertura de una ventana de oportunidad para nuestras dos naciones, Venezuela y España, en lo que respecta a poder salir de los yugos imperialistas depredadores que las atenazan. Si bien existen transnacionales con sede fiscal en España con una importante presencia en Suramérica o en África, nuestras dos naciones tienen en común que sufren la tenaza del imperialismo estadounidense». (Santiago Armesilla; Venezuela y la Leyenda Negra: mentiras e Historia de España, 2020)

¿Pero qué esperar de alguien que asegura desde un ridículo ángulo kantiano que China es «indefinible» en lo económico, pero pese a todo «marxista» (sic)?

«@armesillaconde: Desde los términos propios de las escuelas económicas dominantes, China es indefinible. Y tampoco pasa nada porque no se pueda definir. Para mí, debido a su estructura política, sigue siendo marxista». (Twitter; Santiago Armesilla, 20 nov. 2019)

Solo un día antes sostenía lo contrario: reconocía que la fisonomía de China no es otra cosa si no el capitalismo puro y duro de Occidente, solo que en esta ocasión lo decoraba con que tales medidas de gestión son «necesarias para desarrollar las fuerzas productivas»:

«@armesillaconde: China tiene que desarrollar sus fuerzas productivas, y para ello ha de ser superior a Estados Unidos. Por ello emplea métodos capitalistas». (Twitter; Santiago Armesilla, 19 nov. 2019)

Es decir, todos estos zotes compran la propaganda de Pekín que justifica que China vive en una especie de «NEP permanente», acumulando fuerzas para «dar el salto hacia el socialismo». ¿Pero cómo alcanzo e incluso superó la URSS de Stalin a los países occidentales? ¿Eternizando los métodos capitalistas o barriendo las leyes fundamentales del capitalismo? En el caso de chino, ya desde la época de Mao Zedong la ideología de sus economistas se desligazaba por lineamientos capitalistas. Esto bien lo demuestran la obra de Tomor Cerova: «Los procesos de desarrollo capitalista de la economía china» (1980) o la obra de Rafael Martínez: «Sobre el manual de economía política de Shanghai» (2006).

En resumidas cuentas, todas estas ideas de Egido, Gouysse o Armesilla que enmascaran, relativizan o distorsionan la esencia del carácter del imperialismo, no tienen nada nuevo. Para interés del lector, rescatamos unos comentarios de un marxista catalán que expuso la hipocresía de este tipo de capitostes del capital:

«El capitalismo monopolista poseedor del capital financiero mundial, de las materias primas y de la producción básica, no puede interesarse en el resurgimiento sistemático y progresivo de nuevas entidades económicas que podrían ser y serían la base efectiva de una independencia política. El capitalismo monopolista tiende, no a ensancharse, sino a restringirse; no a cooperar, sino a dominar. (...) Un grupo monopolista, en el momento que asume un cierto grado de potencia, aspira a absorber, a aniquilar, los grupos rivales, a disputar a capa y espada la explotación monopolista de un país o de un conjunto de países deseables como mercados monetarios o como productores de materias primas. Por su propio esfuerzo, no estimulará la industrialización del país que sea. Si de algún modo contribuye a la industrialización, y eso suele pasar, lo hace empujado por los antagonismos internos irreconciliables del propio régimen. Si actúa sin contradicción, sabotea la industrialización. ¿No tenemos nosotros, compañeros, una experiencia? Los bobos de Barcelona miraban embobados una nueva sucursal bancaria extranjera o las plantas de montaje de la Ford o de la General Motors. (…) ¿Qué buscaban los monopolistas? Con la sucursal bancaria, conocer las intimidades de la economía española, penetrar sus puntos débiles, dominar las ramas esenciales aprovechando todos los recursos y las «influencias» políticas y, de paso, drenar periódicamente el ahorro nacional con quiebras fraudulentas siempre, pues la casa matriz se llevaba las ganancias de la filial y no se hacía responsable de sus actos. Con las plantas de montaje, la Ford y la General Motors, adquirían a cualquier precio los privilegios de una industria «nacional», chupaban el dinero del país y obstaculizaban y, más a menudo aún, impedían el desarrollo de la industria del transporte a motor en nuestro país. Pagaban provisionalmente una peseta sobre la escala de la industria metalúrgica y ganaban fama de «filántropos». ¡He aquí la teoría y la práctica del capital monopolista! Porque el capitalismo monopolista aspira, no a la industrialización sino a la restricción del consumo mediante la producción limitada y la imposición de precios altos monopolistas». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 1944)

Las novias de Xi Jinping exclamarán: «¡El problema es que sois profundamente antichinos, eurocéntricos, y no comprendéis el «socialismo de características chinas»!». En absoluto, ¿en qué se diferencia la actual política china de la que desarrolló la URSS socialimperialista? En poco o nada, porque son como dos gotas de agua:

«Bajo la apariencia de ayuda, desarrollo comercial, concesión de créditos, cooperación técnica científica y cultural, la creación de empresas conjuntas y de muchas otras formas, Moscú se esfuerza por penetrar en las regiones de Oriente Medio, Asia Meridional, África y América Latina. Toda la actividad de los jefes del Kremlin en esta dirección se ha dirigido a saquear las materias primas y los recursos de combustible de los países en desarrollo y explotar sus posiciones geográficas para una mayor expansión. (...) Explotan a estos países mediante el comercio desigual, la manipulación de los precios y el tipo de cambio, etc. (...) Por eso afirman [sus palmeros] que «en estos países no hay condiciones materiales y sociales para una lucha de liberación», que en estos países el centro de la lucha se ha desplazado al campo económico, y que esta lucha sólo se puede ganar si esos países se apegan a «su aliado natural». (Zëri i Populit; Los neocolonialistas del Kremlin oprimen y saquean a los pueblos, 1975)

Pero, ¿qué deben hacer estos países para liberarse de esta carga? Para el señor Gouysse está claro. Él sentencia que, para abrir la perspectiva de la futura revolución, para lograr su emancipación nacional y social, el proletariado de cada nación no debe tomar conciencia superando todos los obstáculos con paciencia y tesón −como la falsa ideología antiimperialista del «tercermundismo»−, ¡sino que debe producirse un rápido avance de las fuerzas productivas bajo mandato chino! ¿Pero acaso los pueblos que sufrieron el yugo colonial o neocolonial fueron incapaces de alcanzar el socialismo a razón de su escaso desarrollo económico? Esta afirmación no es solo una burda manipulación histórica, sino una clara muestra del mecanicismo más vulgar en su máxima expresión. El señor Gouysse toma, de nuevo, una senda distante al socialismo científico: 

«Pero la teoría de la prosternación ante la espontaneidad no es un fenómeno exclusivamente ruso. Esta teoría se halla muy extendida −cierto es que bajo una forma algo distinta− en todos los partidos de la II Internacional, sin excepción. Me refiero a la llamada teoría de las «fuerzas productivas», vulgarizada por los líderes de la II Internacional. (...) Marx decía que la teoría materialista no puede limitarse a interpretar el mundo, sino que, además, debe transformarlo. Pero a Kautsky y Cía. no les preocupa esto y prefieren no rebasar la primera parte de la fórmula de Marx. (…) [Para ellos] la Internacional es un «instrumento de paz», y no de guerra; y, en segundo lugar, porque, dado el «nivel de las fuerzas productivas» en aquel entonces, ninguna otra cosa podía hacerse. La «culpa» es de las «fuerzas productivas». Así, exactamente, «nos» lo explica la «teoría de las fuerzas productivas» del señor Kautsky. Y quien no crea en esta «teoría», no es marxista. ¿El papel de los partidos? ¿Su importancia en el movimiento? Pero ¿qué puede hacer un partido ante un factor tan decisivo como el «nivel de las fuerzas productivas»?... Podríamos citar todo un montón de ejemplos semejantes de falsificación del marxismo. No creo que sea necesario demostrar que este «marxismo» contrahecho, destinado a cubrir las vergüenzas del oportunismo, no es más que una variante a la europea de esa misma teoría del «seguidismo» combatida por Lenin ya antes de la primera revolución rusa». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Fundamentos del leninismo, 1924)

Curiosamente, Karl Kautsky, antes de concluir su metamorfosis hacia el revisionismo, mantenía en 1907 lo mismo que Lenin y Stalin:

«El modo capitalista de producción ha desempeñado ya este papel de poderosísimo estímulo para el desarrollo de las fuerzas productivas. (…) En el sentido de que se hace ya posible un modo de producción en el cual la productividad se desarrollaría más rápidamente que bajo el modo capitalista de producción; en el sentido de que para poder mantenerse, el modo capitalista de producción debe entorpecer cada vez más el crecimiento de la productividad. (...) Hoy el socialismo ya ha pasado a ser una necesidad económica. El plazo de su advenimiento es sólo un problema de fuerza. Hoy, más que nunca, el cometido más importante de la socialdemocracia es crear esa fuerza para el proletariado por medio de la organización y la educación. Nada hay tan peregrino como esos socialistas que piensan que, a la par con esto, debe preocuparles también el desarrollo del poderío del capitalismo». (Karl Kautsky; El socialismo y la política colonial, 1907)  

Insistimos: no debemos congraciarnos con quien «desarrolla mejor el capitalismo», tal cosa es una concepción pseudorrevolucionaria que, como hemos repetido mil y una veces, no solo carece de sentido a día de hoy en los países más desarrollados −con su colosal desarrollo de las fuerzas productivas−, sino que también se ha demostrado absurda en los países subdesarrollados de ayer:

«En oposición diametral al marxismo-leninismo, los revisionistas modernos declaran que en la edificación del socialismo en los países subdesarrollados no se debe dirigir el esfuerzo principal a la transformación de las relaciones socioeconómicas, sino al desarrollo de las fuerzas productivas porque este desarrollo conducirá, según se afirma, de un modo natural hacia la construcción socialista. Esta es la misma tesis del oportunista Kautsky quien dijo que el desarrollo de las fuerzas productivas «automáticamente» transforma las viejas relaciones de producción en su contrario. Tal análisis de la cuestión conduce a la actitud contrarrevolucionaria que sostiene que la causa del socialismo se debe posponer indefinidamente en los países subdesarrollados, hasta que las condiciones materiales estén maduras.

No puede haber ninguna duda de que el rápido desarrollo de las fuerzas productivas es una cuestión vital para el destino del socialismo en los países subdesarrollados. Las preguntas que surgen claramente en estos países son: ¿De qué modo se solucionará este problema? ¿Con el viejo modo tradicional de desarrollo, especializando la economía en la producción de materias primas dependiendo así del mercado imperialista? Brevemente, con una economía unilateral, no pueden ser garantizadas las altas tasas de desarrollo de las fuerzas productivas. Este modelo no contiene en sí mismo un mecanismo efectivo necesario para la reproducción ampliada. El impulso para el desarrollo de este modelo proviene del extranjero, causado por el aumento de la demanda de materias primas en el mercado mundial. Por ello es esencial crear otro nuevo modelo que debe su impulso al desarrollo interno, a la extensión del mercado doméstico. En este sentido, la construcción del socialismo en los países subdesarrollados exige el reemplazo de la economía unilateral con una economía diversificada que debe pararse en dos pies −la agricultura y la industria−. Sólo una economía con semejantes características puede asegurar un desarrollo rápido y complejo de las fuerzas productivas, consolidar la independencia económica y poner la riqueza de todo el país al servicio de la edificación del socialismo. La industrialización del país a través de auténticos métodos socialistas es un factor decisivo para solucionar este problema en el más breve período histórico posible. Un rasgo fundamental de esta industrialización debe ser el desarrollo de las industrias de extracción y transformación y también de la industria ligera y pesada, dando prioridad a la industria pesada.

Bajo el pretexto de la carencia de medios financieros, cuadros y experiencia, y de evitar los sacrificios innecesarios, con el pretexto de la división internacional del trabajo y la cooperación con los países «socialistas», etc., los revisionistas modernos persiguen una política que tiene por objeto desviar a los países subdesarrollados de la industrialización, mantenerlos como un apéndice de materias primas o material agrario de la metrópoli. El objetivo es el mismo que tienen el viejo y el nuevo colonialismo: el pillaje y la explotación, el establecimiento de la esclavitud económica y política de los países subdesarrollados.

Las victorias históricas alcanzadas en la edificación del socialismo en los países que fueron una vez subdesarrollados han demostrado que para solucionar los numerosos problemas de la edificación socialista se debe adherir al principio revolucionario de la independencia. Tanto en la revolución como en la edificación socialista es decisivo el factor interno y el pueblo, en cada actividad, debe confiar en sus propias fuerzas». (Hekuran Mara; Posibilidades de construir el socialismo sin pasar por la etapa del capitalismo desarrollado, 1973)

Los revisionistas y la cuestión de las fuerzas productivas

Como ha quedado más que demostrado, el señor Gouysse no hace hoy sino repetir los mantras del revisionismo moderno, ¿a qué nos referimos? Por ejemplo, a las ideas que intentaron popularizar Mao Zedong, Víctor Codovilla o Earl Browder. Dejaremos al lector una pequeña selección de textos donde puede repasarlas tranquilamente:

«La lucha por la democracia en china requiere de un prolongado periodo. Sin una nueva democracia, un Estado unido, sin un desarrollo de la nación democrática, sin un libre desarrollo de la economía privada capitalista y la economía cooperativa, sin un desarrollo nacional, científica y popular cultura de nueva democracia, sin la emancipación y desarrollo de miles de millones de personas, en breve tiempo, sin ser cuidadosos con la nueva revolución democrático-burguesa, el tratar de construir una sociedad socialista sobre las ruinas del orden colonial, semicolonial y semifeudal sería un sueño utópico». (Mao Zedong; La lucha por la nueva china; Informe al VIIº Congreso del Partido Comunista de China, 1945)

«Estados Unidos e Inglaterra concordaron en cuanto a una política economicista a ser seguida en América Latina que tiene como objetivo contribuir con el desarrollo económico, político y social de una manera progresiva. (…) Ese acuerdo debería basarse en la cooperación de esas dos grandes potencias con los gobiernos democráticos y progresistas de América Latina, para llevar a cabo un programa común, que al mismo tiempo que crea un mercado para su capital que es diez o veinte veces mayor que el presente, contribuirá para el desarrollo independiente de esos países y les permitirá, en algunos años, eliminar el atraso en el cual estuvieron sumergidos». (Víctor Codovilla; Marchando hacia un mundo mejor, 1944)

«Si es que podemos enfrentar la realidad sin vacilar y hacer renacer en el sentido moderno de la palabra las grandes tradiciones de Jefferson, Paytie y Lincoln, entonces los Estados Unidos podrá presentarse unida ante el mundo, asumiendo un papel de guía para salvar a la humanidad. (...) Lo que claramente demanda la situación es que Estados Unidos tome la iniciativa en proponer un programa común de desarrollo económico de los países latinoamericanos. Esto debería planificarse ahora y ponerse en marcha inmediatamente después de la guerra en una escala enorme en cierto grado acorde con las grandes reservas de tierra, materias primas y mano de obra de América Latina, y con la capacidad angloamericana de proporcionar capital y crear mercados para grandes empresas. productos de la industria». (Earl Browder; Teherán: nuestro camino en la guerra y la paz, 1944)

«El juicio fundamental [de Mao] en este caso es correcto. (...) Sólo un «periodo prolongado» de «libre desarrollo de la economía privada» puede producir el material requerido para la transición al socialismo». (Earl Browder; Lecciones chinas para los marxistas americanos, 1949)

¿Qué tiene que ver todo esto con el marxismo-leninismo? ¿No es esto retroceder hasta las posiciones socialchovinistas y evolucionistas de la II Internacional?

«Otra teoría «marxista» del socialchovinismo: el socialismo se basa en el rápido desarrollo del capitalismo; el triunfo de mi país acelerará el desarrollo del capitalismo en él y, por consiguiente, el advenimiento del socialismo; la derrota de mi país frenará su desarrollo económico y, por consiguiente, el advenimiento del socialismo. Esta teoría struvista es sustentada en nuestro país por Plejánov, y entre los alemanes, por Lensch y los demás». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La bancarrota de la II Internacional, 1915)

Lenin no solo se opuso a tal idea, sino que adelantó, muy correctamente, que los países subdesarrollados también podrían transitar al socialismo sin necesidad de transitar por una fase prolongada de desarrollo del capitalismo:

«La cuestión ha sido planteada en los siguientes términos: ¿podemos considerar justa la afirmación de que la fase capitalista de desarrollo de la economía nacional es inevitable para los pueblos atrasados que se encuentran en proceso de liberación y entre los cuales ahora, después de la guerra, se observa un movimiento en dirección al progreso? Nuestra respuesta ha sido negativa. Si el proletariado revolucionario victorioso realiza entre esos pueblos una propaganda sistemática y los gobiernos soviéticos les ayudan con todos los medios a su alcance, es erróneo suponer que la fase capitalista de desarrollo sea inevitable para los pueblos atrasados. En todas las colonias y en todos los países atrasados, no sólo debemos formar cuadros propios de luchadores y organizaciones propias de partido, no sólo debemos realizar una propaganda inmediata en pro de la creación de Soviets campesinos, tratando de adaptarlos a las condiciones precapitalistas, sino que la Komintern habrá de promulgar, dándole una base teórica, la tesis de que los países atrasados, con la ayuda del proletariado de las naciones adelantadas, pueden pasar al régimen soviético y, a través de determinadas etapas de desarrollo, al comunismo, soslayando en su desenvolvimiento la fase capitalista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Informe de la comisión para los problemas nacional y colonial, 1920)

Esto fue repetido y ampliado en el VIº Congreso de la IC (1928), y a la larga fue una guía para los futuros regímenes que nacierían tras la Segunda Guerra Mundial entre 1944-45:

 «En los países todavía más atrasados −como en algunas partes de África−, en los cuales no existen apenas o no existen en general obreros asalariados, en que la mayoría de la población vive en las condiciones de existencia de las hordas y se han conservado todavía los vestigios de las formas primitivas −en que no existe casi una burguesía nacional y el imperialismo extranjero desempeña el papel de ocupante militar que ha arrebatado la tierra−, en esos países la lucha por la emancipación nacional tiene una importancia central. La insurrección nacional y su triunfo pueden en este caso desbrozar el camino que conduce al desarrollo socialista, sin pasar en general por el estadio capitalista si, en efecto, los países de la dictadura del proletariado conceden su poderosa ayuda». (Internacional Comunista; Programa y estatutos de la IC aprobados en el VIº Congreso celebrado en Moscú; 1 de septiembre, 1928)

En resumidas cuentas, la famosa «teoría de las fuerzas productivas» como único factor determinante es una oda a la pasividad, una estupidez ya refutada por la historia:

«La conquista de la independencia económica junto a la política, la garantía de la defensa del país por nuestro propio pueblo, la educación y el temple de las masas trabajadoras en la ideología marxista-leninista, son los firmes e inconmovibles pilares sobre los que se levanta nuestra fortaleza socialista, son los rasgos fundamentales que caracterizan a un Estado verdaderamente socialista. Estas realizaciones, tomadas en su conjunto, constituyen a su vez la experiencia histórica del socialismo en Albania. La experiencia de Albania muestra que también un país pequeño, con una base material-técnica atrasada, puede alcanzar un desarrollo económico y cultural muy rápido y multilateral, puede garantizar su independencia y hacer frente a los ataques del capitalismo y del imperialismo mundial, cuando está dirigido por un auténtico partido marxista-leninista, cuando está dispuesto a luchar hasta el fin por sus ideales y cuando tiene confianza en que puede realizarlos». (Enver Hoxha; Informe al VIIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1981)


Proclamar el apoyo a un imperialismo porque propagará el capitalismo «mucho mejor de lo que lo hicieron otros» es apostar a que la revolución surja o se acelere de manera espontánea por los choques y conflictos económicos del país, ignorando la experiencia de las únicas revoluciones lideradas por partidos comunistas en países que no eran los punteros en cuanto a desarrollo del capitalismo. ¿Qué hay de lo que decía el señor Gouysse contra esta teoría de las fuerzas productivas en su magnífica obra «Imperialismo y Antiimperialismo» (2007)? Parece haber lanzado por la borda las tesis esenciales de su libro para abrazar el oportunismo. ¡Qué pena! Pero nosotros no podemos llorar por la deserción de un compañero, solo tener muy presente que este tipo de cosas sucedieron, suceden y sucederán siempre, por lo que hay tomar cartas en el asunto y dejarse de sentimentalismos». (Equipo de Bitácora (M-L); La deserción de Vincent Gouysse al socialimperialismo chino; Un ejemplo de cómo la potencia de moda crea ilusiones entre las mentes débiles, 2020)

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