«Nosotros no decimos a los obreros que son los parias de la sociedad moderna, porque esto no sería decirles nada positivo ni preciso. Para encarecer su lastimoso estado no es menester llamarles parias: basta llamarles proletarios, basta llamarles trabajadores; porque tan discreta y equitativa es la distribución de bienes y males en el estado social presente que llamarse propiamente trabajador quiere decir, con elocuencia compendiosa, estar sujeto a las más acerbas tribulaciones humanas; así como no ser trabajador, gozar de lo superfluo con todas sus inmundicias y prerrogativas. No llamamos parias a los trabajadores; sin metáfora alguna afirmamos que el obrero está supeditado económica y políticamente a la clase poseedora; que la libertad no se ha conquistado para él; que aún existe la estratificación de clases, y que la trabajadora está debajo sufriendo la tiránica pesadumbre de la clase poseyente; que si ha cambiado de forma de las relaciones entre las clases poseedoras y la clase que viene desnuda de todas armas a la lucha por su existencia, subsisten en el fondo y la esencia de esas relaciones, por cuya virtud, o, mejor, por cuyo vicio, una parte de la humanidad se alza con el dominio que le da el trabajo ajeno. (...) Si el esclavo era una propiedad, si el siervo era un usufructo, el obrero actual no tiene más representación social que la de una mercancía que sólo puede subsistir vendiéndose a diario hasta la muerte. (...) ¿Basta consignar esta igualdad en el derecho para que exista el hecho? ¿Pueden ser iguales en lo político los que en lo económico se hallan en condiciones diametralmente opuestas? (...) La incultura de la clase obrera –como toda otra esclavitud, y no es esta la menos dolorosa– de la supeditación económica depende; muchos son ignorantes porque son obreros. ¿Acaso la distribución de los hombres en clases se hace por sus aptitudes mentales? ¿Acaso los obreros son hombre de otra raza intelectualmente inferiores a los poseedores del capital? Ahí está la realidad para demostrar lo contrario. Bien se ha dicho que el dinero no sigue la ley de la gravedad; así se explica que tantas calabazas llenas de oro sobrenaden en el océano social. (...) A pesar de las enseñanzas de la ciencia positiva y de las corrientes avasalladoras del pensamiento moderno, no habéis podido desechar de vuestros cerebros la herrumbre de las concepciones estáticas de la naturaleza y la humanidad. ¡Buena idea de progreso la vuestra, que sólo concebís el cambio en lo accesorio, en lo puramente formal o exterior, sin acertar a comprender que la evolución alcance en la naturaleza o a los caracteres fundamentales de tipo orgánico, y en la humanidad al fondo mismo de las relaciones sociales! Conviene, por el contrario, que os vayáis acostumbrando a la idea de que el sistema actual de producción y de cambio no es permanente, sino transitorio; que así como no es el primer término de la evolución económica, no es tampoco el último; que si nació ayer con la revolución burguesa, morirá mañana con la revolución proletaria. Esto es lo que en primer término debe de saber todo obrero, puesto que es el fundamento de seguras esperanzas de redención: que su condición de proletario no es eterna; que el salario no es un hecho natural, necesario para la existencia de la sociedad, ni siquiera un hecho normal, sino un estado de las relaciones económicas accidental, transitorio, traído por el desarrollo histórico, que el mismo ha de sepultar, y no tarde, en el panteón de las instituciones odiosas. Y esto es lo que no acertamos a comprender cómo se oculta a vuestro talento y a vuestra cultura; pues si acaso prescindierais a sabiendas de esta verdad, si la tendencia natural del desarrollo económico apareciera a vuestra vista con la claridad y evidencia que a la nuestra, no habría crimen tan abominable como el de esforzaros en retardar una evolución salvadora, poniendo vuestro empeño en prolongar un estado social que la ciencia y la justicia condenan al mismo tiempo. (...) Bien que los poseedores del capital, cuyo es el imperio del mundo, mirando las cosas a través de sus intereses, sustenten aquel error, incompatible con el saber actual; pero vosotros, hombres de ciencia que no seáis capitalistas, al constituiros en abogados de la opresión burguesa, no sólo vais contra la verdad científica; vais también contra vuestros intereses fundamentales; por una paga siempre mezquina, por un dominio ilusorio y efímero, vendéis los derechos sagrados del trabajo, derechos que también son vuestros, pues también vosotros tenéis el cuello bajo el pie de la burguesía, cuyos egoísmos estáis obligados a defender. ¡Y qué ilusión si os juzgáis los directores del mundo, y no los servidores pagados de la burguesía! Sería ilusión comparable a la del lacayo, orgullo de su librea, que en lo alto del pescante se creyera superior al amo que le paga y árbitro de dirigirlo a su antojo. Y hay una condición más miserable que la de oprimido por fuerza: la del lacayo voluntario». (Jaime Vera López; Informe ante la comisión de reformas sociales, 1884)
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