martes, 13 de octubre de 2020

El discurso colonialista de Reconstrucción Comunista en el «Día de la Raza»; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


[Publicado originalmente en 2020 y reeditado en 2021]

«Roberto Vaquero: Ese chovinismo nacional, Jaime, ¿quién lo ha cogido y la intentado imponerlo? Yo creo que fue la dictadura, durante el régimen de Franco, pero a día de hoy está sueprado, sobre todo en la historiografía». (Formación Obrera; DEBATE - ¿Leyenda Negra española?, 7 de octubre de 2021)

Mientras el señor Vaquero asegura que el chovinismo nacional está superado en el ámbito histórico, él repite una y otra vez los dogmas del mismo confundiéndose con los grupos más reaccionarios. Pero eso lo veremos más adelante, primero comencemos observando qué se conmemora en el famoso 12 de octubre. Como ya explicamos en su día, el nacionalismo español, por sus características propias, tuvo que rechazar las tesis raciales. En cambio, propuso una teoría más sutil –aunque igualmente idealista y estúpida– para justificar sus andanzas:

«Para que nuestro lector compruebe la catadura del veneno nacionalista, veamos la otra cara de la moneda. Comparemos ahora el nacionalismo catalán con otro nacionalismo cavernario, el español, más concretamente el del movimiento fascista de los años 30 y 40.

«Al hablar nosotros de raza, nos referimos a la raza hispana, al genotipo ibérico, que en el momento cronológico presente ha experimentado las más variadas mezclas a causa del contacto y relación con otros pueblos. Desde nuestro punto de vista racista, nos interesan más los valores espirituales de la raza, que nos permitieron civilizar tierras inmensas e influir intelectualmente sobre el mundo. De aquí que nuestro concepto de la raza se confunda casi con el de la «hispanidad». (...) No podemos los españoles hablar de pureza del genotipo racial, menos quizás que otros pueblos, pues las repetidas invasiones que ha experimentado la península han dejado sedimento de variadísimos genotipos. (...) La política racial tiene que actuar en nuestra nación sobre un pueblo de acarreo, aplebeyado cada vez más en las características de su personalidad psicológica, por haber sufrido la nefasta influencia de un círculo filosófico de sectarios, de los krausistas, que se han empeñado en borrar todo rastro de las gloriosas tradiciones españolas. (...) Signos distintivos de los bandos en lucha serán, aristocracia en el pensamiento y sentimiento de los caballeros de la Hispanidad; plebeyez moral en los peones del marxismo. (...) Agradezcamos al filósofo Nietzsche la resurrección de las ideas espartanas acerca del exterminio de los inferiores orgánicos y psíquicos, de los que llama «parásitos de la sociedad». La civilización moderna no admite tan crueles postulados en el orden material, pero en el moral no se arredra en llevar a la práctica medidas incruentas que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que los afectan». (Antonio Vallejo-Nájera; Eugenesia de la Hispanidad y regeneración de la raza, 1937)

Aquí hay un racismo más espiritual que biológico, el cual tampoco deja de estar conectado con la supremacía aristocrática y con el fin a ultranza de suprimir la lucha de clases.

Uno de los fundadores del movimiento fascista español, José Antonio Primo de Rivera, coincidía con Nájera en que, debido a la historia de España, era temerario afirmar que su fascismo tuviera un componente racial biológico como pretendían, por ejemplo, los nacionalistas catalanes. De igual modo, consideraban el castellano como lengua universal –el «idioma providencial»–, por lo que esto iba acompañado al desprecio y persecución constante de los falangistas hacia las lenguas de la Península Ibérica, pero igualmente se afirmaba que el idioma no era tampoco decisivo como elemento diferenciador en su concepto de «nación española». Por tanto, atendiendo a las evidentes pruebas de la fisonomía de España y sus pueblos, la única salida que tenían los fascistas era proclamar que la nación no era cuestión de tener un idioma o raza concreta diferenciada, sino:

«Del mismo modo, un pueblo no es nación por ninguna suerte de justificaciones físicas, colores o sabores locales, sino por ser otro en lo universal; es decir: Por tener un destino que no es el de las otras naciones. Así, no todo pueblo ni todo agregado de pueblo es una nación, sino sólo aquellos que cumplen un destino histórico diferenciado en lo universal. (…) De aquí que sea superfluo poner en claro si en una nación se dan los requisitos de unidad de geografía, de raza o de lengua. (…) Los nacionalismos más peligrosos, por lo disgregadores, son los que han entendido la nación de esta manera. (…) Por eso es torpe sobremanera oponer a los nacionalismos románticos actitudes románticas, suscitar sentimientos contra sentimientos. (…) Lo importante es esclarecer si existe, en lo universal, la unidad de destino histórico. Los tiempos clásicos vieron esto con su claridad acostumbrada. Por eso no usaron nunca las palabras «patria» y «nación» en el sentido romántico, ni clavaron las anclas del patriotismo en el oscuro amor a la tierra. Antes bien, prefirieron las expresiones como «Imperio» o «servicio del rey»; es decir, las expresiones alusivas al «instrumento histórico». La palabra «España», que es por sí misma enunciado de una empresa. (...) Claro está que esta suerte de patriotismo es más difícil de sentir; pero en su dificultad está su grandeza». (José Antonio Primo de Rivera; Ensayo sobre nacionalismo, 1934)

El fascismo ve tan complicado de explicar su concepto de nación que considera necesario ligarlo a figuras e instituciones regresivas, como el rey o el imperio. Como muchos pseudomarxistas de hoy, el fascismo consideraba que el nacionalismo periférico no era natural porque nació en los albores del siglo XIX, bajo el auge del romanticismo, caracterizándose sus intelectuales por su sentimentalismo, subjetivismo y voluntarismo. ¿Acaso el concepto de nación alemana o italiana era un artificio? ¿Era la noción de nación de los checos, eslovenos, polacos, finlandeses, noruegos, griegos o albaneses que tardaron mucho más tiempo en lograr su soberanía un mero invento de sus intelectuales nacionalistas? 

El nacionalismo español, con sus conceptos de nación que incluyen intentos de integrar por la fuerza a otros pueblos, ¿no es ya propiamente otro nacionalismo «sentimental» que invoca un «espíritu universal» en el mejor sentido hegeliano donde se bendice la empresa conquistadora? El fascismo, como cualquier nacionalismo, juega, por tanto, otro rol sentimental, idealista y pseudocientífico en lo que se refiere a la nación.

Como dijo Stalin, no existe esa «unidad de destino» de Otto Bauer al margen de una comunidad de territorio, de lengua y de vida económica, igual que tampoco puede haber una «unidad de destino» entre las clases explotadas y explotadoras de un mismo país, ya que tienen intereses opuestos; pensar lo contrario es una idea metafísica. ¿No es la dialéctica del tiempo la que demuestra si existe en un Estado esa supuesta «unidad de destino histórico» entre sus regiones y habitantes? En la historia actual hemos tenido casos donde no hubo una completa asimilación de un pueblo sobre otro, de dicha resistencia se consolidó una nacionalidad que poco después llegó a conformarse como nación». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

Aún así, muchos, contradiciendo a sus ídolos ideológicos, no se resisten a presentar pamplinas de que ellos, tras decenas de generaciones, ¡aseguran ser son los herederos sanguíneos del Cid, de Don Pelayo, de los defensores de Numancia! 

«Diles que estamos aquí desde hace milenios [foto de los berracos], que éramos tan tercos que preferíamos morir a ser esclavos [foto de los arévacos vs romanos]. Háblales de Numancia y Sagunto, de la «Devotio Ibérica», de cómo el honor y la lealtad ya eran nuestras hace más de 2.000 años». (Bastión Frontal; 12 de octubre, 2021)

Desde luego va a ser cierto aquello de que «España es eterna», tanto que buscan la esencia de ella en remotos pueblos ibéricos que sufrieron todo tipo de migraciones, conquistas y mezclas con otros pueblos extrapirenaicos y africanos durante varios milenios. En España de la Edad Contemporáneo existía la antigua «Fiesta de la Raza» –como se decía en 1913–, la cual pasó a denominarse bajo el eufemismo «Día de la Hispanidad» para ser más aceptable. ¿Quién fue su introductor? Nada más y nada menos que Ramiro de Maeztu, embajador de Primo de Rivera, un elemento alabado hasta los cielos por los falangistas, los fascistas españoles de la época. ¿Qué era para él la hispanidad?:

«Hispánicos son, pues, todos los pueblos que deben la civilización o el ser a los pueblos hispanos de la península. Hispanidad es el concepto que a todos los abarca. (…) ¿Es entonces la Historia quien lo ha ido definiendo? Todos los pueblos de la Hispanidad fueron gobernados por los mismos Monarcas desde 1580, año de la anexión de Portugal, hasta 1640». (Ramiro de Maeztu; Hispanidad, 1931)

Ahora entendemos mejor las declaraciones del reaccionario Girauta sobre que, para él, Portugal y Cuba son España, solo que quizás estas han quedado desfasadas varios siglos para tener algún tipo de sentido. En este día, el 12 de octubre, se celebraba el «descubrimiento» de América, algo que, cuanto menos, incita a la risa, pues hace largo tiempo que los hallazgos arqueológicos demuestran la presencia vikinga en América, que se produjo unos quinientos años antes de los viajes de Colón. Otros, sin complejos, celebran la conquista de América por parte del imperialismo hispánico. Hoy, diversas agrupaciones de derecha reivindican este día junto a Vox, Falange, Hogar Social Madrid, la Escuela de Gustavo Bueno y compañía. A esto parece haberse sumado Reconstrucción Comunista, completando su mutación en una organización nacionalista.

¿Qué están recogiendo aquí estas organizaciones en sus comunicados y arengas? El discurso del viejo fascismo:

«El afán de potenciación de su país y de valorar sus valores. Difícilmente nos rendiremos en presencia de las vejeces tortuosas, ni acataremos otra normalidad que aquella que se elabore con la sangre misma de España. (...) En los últimos treinta años, ni una minoría intelectual sensible ha creído necesaria una exaltación de los valores universales que entraña la hispanidad». (Ramiro Ledesma; Grandezas de Unamuno, 1931)

«Respecto de los países de Hispanoamérica, tendemos a la unificación de cultura, de intereses económicos y de poder. España alega su condición de eje espiritual del mundo hispánico como título de preeminencia en las empresas universales». (José Antonio Primo de Rivera; Norma programática de Falange, 1934)

«Y de la conquista de América nos hablaban [los profesores], al mismo tiempo que de la torpeza que cometieron los que a aquellas tierras fueron en plan de conquista. Cuando citaban a Carlos V y a Felipe II, ¿no condenaban su intromisión en las guerras religiosas europeas?». (Discurso pronunciado en el teatro Cervantes, 21 de julio de 1935)

Por supuesto, a este discurso, se sumó un gran amigo de Falange y Franco, el señor Perón, que mucho criticaba a la burguesía criolla y al radicalismo argentino, pero en el fondo estaba muy de acuerdo con este discurso perpetuador de los «hitos» más negros de la historia de España:

«La historia, la religión y el idioma nos sitúan en el mapa de la cultura occidental y latina, a través de su vertiente hispánica, en la que el heroísmo y la nobleza, el ascetismo y la espiritualidad, alcanzan sus más sublimes proporciones. El Día de la Raza, instituido por el Presidente Yrigoyen, perpetúa en magníficos términos el sentido de esta filiación. «La España descubridora y conquistadora –dice el decreto, volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales y con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento». (Juan Domingo Perón; Discurso el Día de la raza, 1947)

¿Qué podíamos esperar de un líder de los «países no alineados» que acabó abriendo sus puertas de par en par al Tío Sam? Pues una actitud de lacayo frente a las potencias imperialistas, aprendida seguramente de su estancia en la España de Franco.

Los comunistas de aquel entonces condenaban los intentos, fuesen de quienes fuesen, de reavivar este tipo de ideas supremacistas que ensalzaban la esclavización de otros pueblos bajo excusas variopintas:

«[El líder socialdemócrata] Prieto hizo un examen de la obra de los colonizadores españoles en América, y concretamente en México. Según él, esta obra de los viejos reaccionarios y opresores de España y de otros pueblos, no ha sido más que una misión fecunda, grande y civilizadora. (…) Prieto ensalza y glorifica la obra de la iglesia católica, compañera inseparable de los colonizadores, que junto con ellos, trajo al pueblo mexicano y a los demás pueblos de América en aquella época, torturas, dolores e ignorancias enormes. El canto de Prieto en holocausto de los viejos verdugos y opresores españoles encuentra la sintonización con los sueños imperiales de Franco y Falange. Para estos, como para Prieto, la obra de los conquistadores es la que ha transmitido a América la influencia de la hispanidad, y esta influencia y esta tradición es la madre de la expansión imperial del franquismo, que exige hoy el derecho al dominio de España sobre cuantos pueblos esta conquistó. La misma hispanidad que cada día esgrime como bandera de su propaganda imperial la Falange, la hallamos clavada en la conferencia de Prieto». (Partido Comunista de España, Nuestra Bandera; Revista mensual de orientación política, económica y cultural, Nº6 1940)

Los militantes del PCE provenían de una escisión del PSOE de 1921, un grupo fundado por marxistas en el siglo anterior que, inicialmente, se había opuesto a las aventuras coloniales, pero que acabó en la misma posición socialchovinista que sus homólogos de la II Internacional. Véase el capítulo: «El PSOE y sus diferentes posturas sobre la cuestión nacional en España» de 2020.

El PCE, que ya en sus inicios había tenido resabios de este «hispanismo» supremacista –por el que fue criticado en varias ocasiones por la Internacional Comunista (IC)–, pudo corregir esta desviación en mayor o menor medida hasta que fue tomado por el revisionismo de Carrillo-Ibárruri. Desde ese momento se lanzaría a reivindicar lo mismo que aquí hacía Prieto, como bien se encargaría de denunciar Joan Comorera. Véase el capítulo: «La evolución del PCE sobre la cuestión nacional (1921-1954)» de 2020.

¿Y qué camino toman los presuntos «marxistas» de hoy? El del yugo y las flechas. No hay ejemplo más claro de la burda justificación colonial que las ideas de Gustavo Bueno y el «imperio generador hispánico»:

«Efectivamente… si siguiéramos el mecanicismo de las propias ideas generales de Gustavo Bueno sobre su teoría de los imperios hasta sus últimas consecuencias, la mayoría de los pueblos del mundo deberían dejarse subyugar por el «imperio estadounidense», pues tiene rasgos de «imperio generador», teniendo un «mayor desarrollo de fuerzas productivas» y la tan sonada «vocación universal». Debido al material existente en nuestro medio, no nos detendremos aquí a desmontar de nuevo este tipo de teorías tercermundistas que justifican al imperialismo, y mucho menos bajo nociones liberales que consideran a EEUU como defensor de los «derechos humanos». 

Actualmente, los seguidores de la Escuela de Gustavo Bueno alegan que una reedición similar del imperio español y sus posesiones sería positiva. Eso sí, se encargan de no tratar de asustar a los pueblos y prometen que todo sería «debidamente adaptado a nuestros tiempos». ¡¿Pero qué se puede esperar de intelectualoides que nos venden que el imperialismo yankee también es positivo porque es un «imperio generador y universal»?! Viendo sus concepciones está claro que, de proclamarse tal imperio de la demencia, éste no sería más que un nuevo dominio mundial, tanto colonialista como, y especialmente, neocolonial, de España sobre otros pueblos. Se trataría, pues, de sustituir mundialmente la presencia de potencias imperialistas, como China, EE.UU., Rusia o la UE por otro de corte hispano, lo cual no debería suscitar orgullo alguno al proletariado nacional, salvo que sufra de una alienación nacionalista.

La teoría buenista del «imperio generador y no depredador» se desmonta desde el momento en que se observa que tanto «imperios generadores», como el imperio romano o el español, como los «imperios depredadores» como el británico o el francés, se caracterizaban por igual por desarrollar infraestructuras en los países conquistados u ocupados. Esto es una dinámica inherente al imperio, y ya hablamos aquí no con conceptos vagos de «imperio», sino que nos referimos a la teoría leninista sobre el imperialismo como etapa superior del capitalismo, del monopolismo:

«La tercera contradicción es la existente entre un puñado de naciones «civilizadas» dominantes y centenares de millones de hombres de las colonias y de los países dependientes. El imperialismo es la explotación más descarada y la opresión más inhumana de centenares de millones de habitantes de las inmensas colonias y países dependientes. Extraer superbeneficios: tal es el objetivo de esta explotación y de esta opresión. Pero, al explotar a esos países, el imperialismo se ve obligado a construir en ellos ferrocarriles, fábricas, centros industriales y comerciales. La aparición de la clase de los proletarios, la formación de una intelectualidad del país, el despertar de la conciencia nacional y el incremento del movimiento de liberación son resultados inevitables de esta «política». El incremento del movimiento revolucionario en todas las colonias y en todos los países dependientes, sin excepción, lo evidencia de modo palmario. Esta circunstancia es importante para el proletariado, porque mina de raíz las posiciones del capitalismo, convirtiendo a las colonias y a los países dependientes, de reservas del imperialismo, en reservas de la revolución proletaria. Tales son, en términos generales, las contradicciones principales del imperialismo, que han convertido el antiguo capitalismo «floreciente» en capitalismo agonizante». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)

Claro está, aquél que no comprende la época en que vivimos y las fuerzas motrices del progreso –como estos señores– nos hablará todo el rato de naciones y sus pretensiones más o menos positivas, pero sin entender en ninguno momento su carácter de clase ni las relaciones de producción que se producen en su seno». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

El lector puede echar un vistazo a este documento donde verá las afirmaciones peregrinas de Gustavo Bueno, Santiago Armesilla, Pedro Ínsua o Jesús G. Maestro sobre el mito de la «Reconquista», «La cuestión catalana, vasca y gallega», la evaluación reaccionaria sobre la cultura y la religión española o sus simpatías hacia el fascismo español, les aseguramos que no tienen desperdicio. Véase el capítulo: «El viejo socialchovinismo: La Escuela de Gustavo Bueno» de 2020.

Al igual que Sancho Panza seguía todas las aventuras de Don Quijote sin reflexión, ahora también Roberto Vaquero, como buen discípulo de Falange de las JONS, sigue a Gustavo Bueno y nos dice en el mismo sentido:

«Desde hace unos años hay un montón de gente que está con lo de nada que celebrar, el descubrimiento fue un genocidio. Estamos hablando de gente que reniegan de su país y que aparte hace un análisis histórico que hace un seguidismo de la leyenda negra anglófila sobre España. Obviamente sí fue una conquista, sí se hicieron cosas, que desde el punto de vista actual se diría que están mal, etc». (Roberto Vaquero; Sobre el 12 de octubre y la hispanidad, 2020) 

Primero, aquí no se trata de dilucidar –como también intenta a veces Armesilla–, si la iglesia protestante quemó más brujas que la iglesia católica –cosa cierta–, ni se trata de si el imperio holandés fue más rapaz y genocida que el imperio español dadas sus capacidades –cosa cierta–. Esto no es una «competición» de a ver quién quien fue más sádico o quien puso más muertos sobre la mesa. ¡La cuestión versa sobre por qué organizaciones que se dicen «marxistas» hacen piña con el fascismo patrio para reivindicar la expansión colonial!

Cuando Marx y Engels maduraron su pensamiento sobre la cuestión nacional se desligaron del chovinismo que arrastraban del «hegelianismo de izquierda» y acabaron condenando la opresión nacional de Polonia, Argelia, India o Irlanda. Véase el capítulo: «¿Hegealismo de izquierda o marxismo como modelo a seguir en la cuestión nacional?» de 2020.

Concluyendo, ¿qué significó la conquista de América? Marx, analizando la acumulación originaria del capitalismo, explicaba:

«El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: tales son los hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, con el planeta entero por escenario. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, que se sacuden el yugo de la dominación española, cobra proporciones gigantescas en Inglaterra con la guerra antijacobina, sigue ventilándose en China en las guerras del opio, etc. Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, en un orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra». (Karl Marx; El capital, Tomo I, 1867) 

Y el propio Marx, citando a W. Howitt, un devoto cristiano, decía:

«Los actos de barbarie y de desalmada crueldad cometidos por las razas que se llaman cristianas en todas las partes del mundo y contra todos los pueblos del orbe que pudieron subyugar, no encuentran precedente en ninguna época de la historia universal ni en ninguna raza, por salvaje e inculta, por despiadada y cínica que ella sea». (William Howitt; Colonizacion y cristianismo, 1838)

En sus estudios sobre las sociedades primitivas y su paulatina desaparición, Marx llegó a unas conclusiones que hoy avergonzarían a los nacionalistas de toda Europa:

«1) la vitalidad de las comunidades primitivas era incomparablemente superior a la de las sociedades semitas, griegas, romanas, etc. y tanto más a la de las sociedades capitalistas modernas; 2) las causas de su decadencia se desprenden de datos económicos que les impedían pasar por un cierto grado de desarrollo, del ambiente histórico. (…) Al leer la historia de las comunidades primitivas, escritas por burgueses, hay que andar sobre aviso. Esos autores no se paran siquiera ante la falsedad. Por ejemplo, sir Henry Maine, que fue colaborador celoso del Gobierno inglés en la destrucción violenta de las comunidades indias, nos asegura hipócritamente que todos los nobles esfuerzos del gobierno hechos con vistas a sostener esas comunidades se estrellaron contra la fuerza espontánea de las leyes económica». (Karl Marx; Proyecto de respuesta a la carta de V. I. Zasuluch, 1881) 

Pero algunos seguirán haciendo oídos sordos a una verdad evidente y tratarán de vender que el colonialismo español y el genocidio de los nativos fue una casualidad fruto de accidentes.

«Pero todos los Estados de esa época, todos los pueblos que eran más fuertes que otros, lo hacían este tipo de cosas, era normal. No se puede estudiar una época histórica sin tener en cuenta las condiciones materiales y hacerlo con una mentalidad actual». (Roberto Vaquero; Sobre el 12 de octubre y la hispanidad, 2020)

Segundo, quizás Roberto, como en cuanto a conocimientos históricos siempre va con lo justo, parece ser que no leyó las fuentes directas que reportaron que, incluso desde la óptica social del siglo XVI, tampoco se consideraba «normal» lo que los castellanos realizaron en sus empresas coloniales:

«Esto a la letra ha acontecido a estos indios, con los españoles, pues fueron tan atropellados y destruidos ellos y sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes». (Bernardino de Sahagún; Historia general de las cosas de Nueva España, siglo XVI)

«Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer y curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, y sean bautizados, oigan misa y guarden las fiestas y los domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís?». (Antonio de Montesinos; Sermón de adviento, 21 de diciembre de 1511)

«En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad». (Bartolomé de las casas; Brevísima relación de la destrucción de las Indias, 1552)

¡Esperemos que esta fuente escrita con resabios en castellano antiguo no le parezca a Roberto Vaquero una «fuente anglófila»! Aunque, seguramente, para estos seres, figuras como Bartolomé de las Casas, que denunciaron la feroz explotación inhumana de los indígenas, eran «agentes del imperialismo inglés».

«Esa gente lo que hace es criminalizar a ojos de la gente normal, de los trabajadores, que tienen ese sentimiento de pertenencia a España, etc. esos ataques absurdos, con ese nada que celebrar». (Roberto Vaquero; Sobre el 12 de octubre y la hispanidad, 2020)

Tercero. Nosotros no idealizamos los pueblos indígenas que también practicaban formas de explotación como la esclavitud, la guerra y el saqueo, común entre los mayas o aztecas. No por casualidad la conquista castellana de América fue posibilitada por la participación de sus aliados indígenas, pueblos como los zempoaltecas, los mixtecos o los tlaxcaltecas, que deseaban desligarse del yugo de los imperios regionales precolombinos. 

Casi todos los pueblos tienen periodos como conquistadores y conquistados, pero este no es el problema al que nos enfrentamos. No se trata de que el pueblo español deba «pedir perdón», puesto que las gentes de hoy que pueblan su geografía no tienen culpa alguna de lo que hicieron sus ancestros. Este pensamiento es similar al de las feministas que exigen que un hombre se disculpe por la opresión histórica de la mujer en su país. Esto se trata –simple y llanamente– de que un pueblo no niegue el pasado de su comunidad y lo asuma de forma crítica, tal y como el pueblo alemán asume el drama que supuso el nazismo para su nación y para otros pueblos, sin peros que valgan. 

Lamentablemente, este no es el caso, aquí nos encontramos ante los mismos que les parece «normal» que existan escenas públicas que retraten a un indígena genuflexionado en una pose sumisa frente a su conquistador, como ocurre con la escultura de Pere Margarit, uno de los expedicionarios de Colón, retratado en el famoso «Momumento a Colón» localizado en Barcelona. Pero bueno… qué podemos esperar de muchos de estos politólogos y filósofos «hispanistas», como Armesilla, que justifican la «bandera rojigualda», adoptada siempre, salvo una breve excepción de 1870-73, en los periodos de reacción bajo la monarquía y el fascismo. Incluso se defiende la presencia de la Cruz del Valle de los Caídos, monumento fascista construido con la sangre y sudor por los presos antifascistas por mandato de Franco. Todo, bajo la excusa equidistante de que «es parte de nuestra historia», y en efecto, lo es, pero nadie en su sano juicio permitiría rendir pleitesía al colonialismo y al fascismo.

En resumen, este negacionismo directo o indirecto de lo que fue la presencia española en América, solo es otra prueba de que, una vez más, Roberto Vaquero sigue los pasos de la Escuela de Gustavo Bueno:

«Aquí, el nacionalismo español, torpemente vestido de ropajes marxistas, también eleva a la categoría de héroe a los mismos generales y capitanes de la conquista colonial del siglo XV al siglo XIX, también se difunde la idea de que la Guerra de hispano-estadounidense de 1898 y la pérdida de las colonias fue una guerra defensiva de España, justa, ignorando las reivindicaciones que cubanos, filipinos y puertorriqueños ya habían desplegado ante el status de subyugación colonial que sufrían, lo cual llevo a varios levantamientos nacionales. Estos filósofos arrastran los mismos discursos que, por aquel entonces, publicaban los periódicos conservadores que «tachaban de traición a la patria» toda crítica a las campañas coloniales. 

Hoy, los seguidores de Gustavo Bueno intentan hacer creer que la brutalidad de Pizarro en Perú, de Cortés en México, del Duque de Alba en Flandes… es mera propaganda de la Leyenda Negra fabricada por la «pérfida Albión», que la colonización de América no solo era el «mal menor» entre la rapacidad del imperialismo británico, holandés portugués o francés, sino que para los pueblos americanos fue una suerte entrar a formar en el proyecto del imperio hispánico. Pi y Margall, que tenía más interés por la verdad histórica que estos lacayos de la historiografía franquista, ya puso en su lugar a este tipo de patrioteros:

«Considerábase en América tan conquistador como Hernán Cortés el último soldado: las depredaciones y las crueldades no tuvieron límite. (…) Ni con ser católicos escuchaban la voz de sus prelados. (…) Somos demasiado ignorantes, fanáticos, soberbios y crueles para ganarnos el corazón de los vencidos. Por la fuerza hemos querido en todas partes imponer nuestro Dios y nuestros dogmas. En parte alguna hemos sabido injertar nuestra civilización en las instituciones por que los pueblos dominados se regían. (…) Hasta sus jeroglíficos los quemamos suponiéndolos sugestión del diablo. (…) En mucho menos que a los caballos teníamos a los indígenas. En mucho menos estimábamos su vida: ávidos de oro, por miles los llevamos en las minas a la muerte. Horrorizan los crímenes que en ellos cometimos, crímenes atestiguados por casi todos los autores del tiempo de la conquista. Pudo más afortunadamente en esos hombres la voz de la verdad que la del patriotismo. ¿De qué nos sirvieron las colonias? Trajeron consigo la despoblación de la península, la rápida decadencia de las industrias florecientes, el encarecimiento de la vida, el espíritu de aventuras y el desprecio del trabajo que todavía constituye el fondo de nuestro carácter. La corrupción de las colonias refluye siempre a la metrópoli: no tardamos en tenerla aquí después de la conquista de América, como la tuvo Roma después de la conquista de España y las Galias». (Francisco Pi i Margall; Eusebio á Carlos, XCII, 14 de septiembre de 1898)

La historiografía burguesa y su nacionalismo nos ha acostumbrado en demasía a estas visiones.

Acabamos de ver una notable documentación para acreditar que en la URSS de Stalin de los años 20 se desarrolló una enérgica persecución hacia aquellos autores que deseaban rehabilitar el chovinismo gran ruso. Esto volvió a condenarse en la década siguiente. En un escrito poco conocido, Stalin, Zhdánov y Kirov reprendían a los historiadores encargados de realizar el nuevo manual de historia, dado que parecían querer reintroducir los mitos y vicios de la historiografía burguesa:

«El grupo de Vanaga no ha cumplido su cometido y ni siquiera lo ha entendido. Ha realizado una sinopsis de la historia rusa, no de la historia de la URSS, es decir, la historia de Rusia, pero sin la historia de los pueblos que entraron a formar parte de la URSS –nada se dice de la historia de Ucrania, Bielorrusia, Finlandia y otros pueblos bálticos, los pueblos del norte del Cáucaso y Transcaucásicos, de los pueblos de Asia Central, los pueblos del Lejano Oriente, así como el Volga y las regiones del norte: tártaros, bashkirs, mordovianos, chuvasios, etcétera–. La sinopsis, no enfatiza el papel anexionista-colonial del zarismo ruso, junto con la burguesía y los terratenientes rusos –«el zarismo es la prisión de los pueblos»–. La sinopsis no enfatiza el papel contrarrevolucionario del zarismo ruso en la política exterior desde la época de Catalina II hasta los años 50 del siglo XIX y más allá –«el zarismo como un gendarme internacional»–. En la sinopsis no figura la fundación y orígenes de los movimientos de liberación nacional de los pueblos de Rusia, oprimidos por el zarismo, y, por tanto, la Revolución de Octubre, en cuanto fue la revolución que liberó a estos pueblos del yugo nacional. (…) La sinopsis abunda en banalidades y clichés como el «terrorismo policial de Nicolás II», la «insurrección de Razine», la «insurrección de Pugatchev», la «la ofensiva contrarrevolucionaria de los terratenientes en la década de 1870», «los primeros pasos del zarismo y de la burguesía en la lucha contra la revolución de 1905-1907», etc. Los autores de la sinopsis copian ciegamente las banalidades y las definiciones anticientíficas de los historiadores burgueses, olvidando que tienen que enseñar a nuestra juventud las concepciones marxistas científicamente fundamentadas. (…) La sinopsis no refleja la influencia de los movimientos burgueses y socialistas de Europa Occidental en la formación del movimiento revolucionario burgués y el movimiento socialista proletario en Rusia. Los autores de la sinopsis parecen haber olvidado que los revolucionarios rusos se reconocían como los discípulos y seguidores de las figuras destacadas del pensamiento burgués revolucionario y marxista de Occidente. (…) Necesitamos un libro de texto sobre la historia de la URSS, donde la historia de la Gran Rusia no se separe de la historia de otros pueblos de la URSS, esto en primer lugar, y donde la historia de los pueblos de la URSS no se separe de la historia europea y mundial en general». (Notas sobre la sinopsis del Manual de historia de la URSS; I.V. Stalin, A.A. Zhdanov, S.M. Kirov, 8 de agosto de 1934)

Pero si el lector no se convence de esto, podemos ver como a finales de los 40 se castigan los intentos de reexaminar la historia del zarato ruso bajo sofismas nacionalistas muy similares a los que hoy vemos en los seguidores de Gustavo Bueno. Así, en el artículo «Contra el objetivismo en la ciencia histórica» se decía muy claramente: 

«Kach advirtió a la revista de historiadores «Historia Marxista» Nº4 de 1939, que en un artículo de su editor, el camarada Yaroslavsky «Tareas incumplidas en el frente histórico», él había escrito: «Cabe señalar que, en lucha contra las distorsiones antimarxistas de la escuela histórica de Pokrovsky, algunos historiadores cometen errores nuevos y no menos serios». El artículo señalaba que estos errores consistían en: 1) una interpretación incorrecta de la cuestión del llamado «mal menor», en los intentos de extender este punto de vista a todas las conquistas del zarismo ruso; 2) en la comprensión errónea de las guerras justas e injustas, en intentos de convertir todas las guerras de la Rusia zarista en guerras defensivas; 3) en la comprensión errónea del patriotismo soviético, al ignorar su contenido socialista de clase, en deslizarse al falso patriotismo. Es característico que algunos de estos errores encuentren su lugar en la colección «Contra el concepto histórico de Pokrovsky». No es difícil rastrear su huella en él. Los errores de Yaroslavsky se basaron en el deseo de embellecer la historia, ignorando el contenido de clase del proceso histórico tanto en su conjunto como en cada acontecimiento por separado. No menos peligrosos y dañinos son los errores que surgen nuevamente del enfoque no marxista de la historia, yendo en la línea de denigrar el pasado del pueblo gran ruso, subestimando su papel en la historia del mundo. (…) El nihilismo en la evaluación de los mayores logros de la cultura rusa y de otros pueblos de la URSS es el reverso de la adoración de la cultura burguesa de Occidente. Durante la Gran Guerra Patriótica [1941-1945], debido a una serie de circunstancias, la influencia de la ideología burguesa se intensifico en ciertos sectores de la ciencia histórica, especialmente en el campo del estudio de la política exterior, las guerras y el arte militar. El camarada Tarle repitió la posición errónea sobre la naturaleza defensiva y justa de la Guerra de Crimea [1853-1856]. Intentó justificar las guerras de Catalina II con la idea de que supuestamente Rusia luchaba por sus fronteras naturales, y que como resultado de las adquisiciones territoriales de ella, el pueblo soviético en la guerra contra el hitlerismo tuvo unas cabezas de puente salvadoras y necesarias para la defensa. Se intento reconsiderar la naturaleza de la campaña de 1813, presentándola como similar a la campaña de liberación del Ejército Rojo en Europa [durante 1943-1945]. Hubo demandas para reconsiderar el papel de la Rusia zarista como gendarme de la reacción y prisión de pueblos durante la primera mitad del siglo XIX. Si por un lado, algunos historiadores mostraron una tendencia perjudicial al negar cualquier influencia beneficiosa sobre los pueblos de nuestro país en cuanto a la economía y cultura rusa, por otro lado, se hizo un intento igualmente perjudicial para intentar eliminar la cuestión misma de la naturaleza colonial de la política del zarismo en las regiones nacionales. Se alzó el escudo contra los supuestos héroes del pueblo ruso, los generales. (…) Presentaron como supuestos héroes del pueblo ruso, a los generales Skobelev, Dragomirov, Brusilov, y en Armenia incluso lograron convertir a Loris-Melikov en héroe nacional. Algunos estuvieron de acuerdo en exigir abiertamente en que el análisis de clase de los hechos históricos fuera sustituido una evaluación de su progreso en general, en términos de intereses nacionales y estatales. Fue necesaria la intervención directa del Comité Central de nuestro partido». (Cuestiones de la Historia; Nº12, diciembre de 1948)

Para quien lo desconozca, el general Skobelev fue el encargado de la conquista de Asia central de 1881, haciéndose reconocido por su brutalidad contra los turcomanos. Dragomirov fue otro general participante de la Guerra Ruso-Turca de 1877-1878, una guerra entre potencias teocráticas por las áreas de influencias en los Balcanes. Brusilov fue un general participante en la Primera Guerra Mundial de 1914. Loris-Melikov fue un general de ascendencia armenia que llegó incluso a ser Ministro del Interior en el reinado de Alejandro II. 

Este artículo hará colapsar mentalmente a muchos socialchovinistas». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

Algunos responderán con astucia: «No, nosotros celebramos la exportación de nuestra cultura hacia América, más allá de los métodos reprochables». Dejando de lado el castellano antiguo, que nada tiene que ver con el actual, nos preguntamos, ¿a qué cultura se refieren? ¿A la de la Edad Moderna? Quizás nos intentan hacer creer que la cultura que se refleja críticamente en «El Quijote» (1605) de Miguel de Cervantes, la cultura predominante de los hidalgos, curas y reyes, tiene actualmente algo que ver con las aspiraciones diarias o ulteriores de las personas medianamente progresistas del siglo XXI. Nuestros nacionalistas parecen reconocer que están sumamente orgullosos de exportar una cultura anacrónica, una de crucifijo y apellidos de alcurnia. ¿O quizás es la cultura burguesa incipiente la que toman como referentes? ¿Los hitos del «despotismo ilustrado» del siglo XVIII?

Bien, entonces toda persona honesta reconocerá y no ocultará que ese proceso de aculturación se llevó a cabo en contra de la voluntad de los habitantes de América, con métodos y formas verdaderamente canallescas, ¿no? Pues, aunque parezca increíble, no siempre se reconoce. Es gracioso ver como algunos no dudan en condenar las tropelías del imperialismo yankee en el Medio Oeste o Hawai, exterminando a gran parte de la población, su injerencia en Cuba y Filipinas, o su imposición del modelo estadounidense actualmente en las cuatro esquinas del globo, pero claro, como buenos nacionalistas no se atreven a hacer lo mismo con este suceso histórico, la conquista castellana de América, aunque ocurriese ya hace varios siglos. Son los mismos que, de forma tremendamente hipócrita, verían como una «afrenta nacional» que en Italia se celebrase cada año la invasión y conquista romana de los pueblos celtíberos desde el siglo III a. C., o que en Marruecos hiciesen lo propio con la invasión y conquista de la Península Ibérica desde el año 771. Esto carecería de sentido y, sin embargo, también es innegable la impronta del mundo greco-romano y árabe-africana en la cultura española actual. ¿Se imaginan a un francés celebrando el día que Napoleón decidió invadir Rusia o España? ¿Quién que se considere marxista puede reivindicar que su país participó en la famosa partición de Polonia en el siglo XVIII, o en el reparto colonial de África? Solo alguien estúpido o sin escrúpulos. Como se puede comprobar, la lógica del nacionalismo es muy fácil de destapar.

Para estos cabezas de chorlito, resulta que la explotación romana de las minas de oro y plata en Extremadura bajo mano de obra esclava fue un crimen que, en el futuro, privaría a sus habitantes y reinos futuros de los recursos naturales necesarios para su posterior desarrollo. En cambio, un fenómeno similar, el de la explotación española de las minas de Potosí del siglo XVI, les parece lo más natural del mundo, por lo que no hay nada que lamentar. Otros, dándoselas de «dialécticos», alegan que todos los imperialismos hacían lo propio, y dado que era la mentalidad de la época, poco queda por debatir. Exacto, «era la mentalidad de la época», entonces, ¿qué demonios hacéis vosotros reivindicando este sistema colonial? ¿Acaso los bolcheviques no condenaban la explotación a la que el zarismo sometió a sus pueblos y sus consecuencias? En realidad, el nacionalismo es la forma más burda del hombre acomplejado, por eso deriva en una estupidez supina en sus delirantes planteamientos, donde realtiviza o ensalza en relación a sus subjetivos y mezquinos intereses.

Insistimos, ¿qué celebran entonces estos fantoches de la burguesía cada 12 de octubre? Otros seres más cautos que estos hooligans responderán que, pese a todo, nos guste o no, hay unos vínculos culturales entre Latinoamérica y España. Perfecto, eso es innegable y no es motivo de disgusto. Pero, por esa regla de tres, nos unen mucho más los siglos de cultura occidental y greco-romana que los vínculos con los modernos países de América. Casualmente, cuando se habla de los vínculos con el mundo hispánico estos señores adoptan el mismo discurso que el Rey de España. Así observamos cómo, por «derechos históricos», acaban reivindicando la unidad de la «madre patria», España, con los países capitalistas de Latinoamérica, es decir, con aquellos herederos de lo que una vez fueron sus virreinatos y capitanías de su gran imperio colonial. Así, de forma ridícula, santifican la presencia del capital extranjero español en zonas como Cuba, Bolivia o Venezuela sin inmutarse en lo más mínimo. Armesilla o Roberto Vaquero han sido conocidos por llenarse la boca hablando de «unidad antiimperialista» mundial, pero defienden que el gobierno cubano es un gran ejemplo de «antiimperialismo», aunque esta isla esté repleta de multinacionales españolas. Nuestros nacionalistas no son capaces de salir de este atolladero, en cada cuestión salen retratados de la peor forma.

En definitiva, los nacionalistas como Roberto Vaquero deberían elegir con más cuidado sus referentes y sus celebraciones, puesto que sí, evidentemente, no se pueden evaluar con nuestros ojos aquellas sociedades de hace siglos, ¡menuda novedad! Pero eso no quita que, para el materialismo histórico, una doctrina creada en época del surgimiento del proletariado, la cual busca la emancipación de la sociedad de clases, difícilmente puede rescatar el fanatismo religioso, el caudillismo, la sobreexplotación de recursos, las ordalías, la sociedad patriarcal o el canibalismo del siglo XVI-XIX. ¿Tan difícil es de comprender?

«En cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una cultura burguesa –y, además, en la mayoría de los casos, ultrareaccionaria y clerical–, y no simplemente en forma de «elementos», sino como cultura dominante. Por eso, la «cultura nacional» en general es la cultura de los terratenientes, de los curas y de la burguesía. (…) Al lanzar la consigna de «cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial», tomamos de cada cultura nacional sólo sus elementos democráticos y socialistas, y los tomamos única y exclusivamente como contrapeso a la cultura burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación. Ningún demócrata, y con mayor razón ningún marxista, niega la igualdad de derechos de los idiomas o la necesidad de polemizar en el idioma propio con la burguesía «propia» y de propagar las ideas anticlericales o antiburguesas entre los campesinos y los pequeños burgueses «propios». (…) Quien defiende la consigna de la cultura nacional no tiene cabida entre los marxistas, su lugar está entre los filisteos nacionalistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Como uno puede comprobar, estos personajes son agentes de la burguesía que actúan para que los trabajadores perpetúen la cultura dominante, aquella que desvía la lucha de clases mediante el veneno nacionalista. Por esto el deber de los comunistas es claro:

«Las clases explotadoras han podido explotar en su interés únicamente aquella parte de la cultura que corresponde a la tendencia reaccionaria, mientras se han esforzado en ignorar, relegar al olvido, menospreciar y hasta destruir a la otra parte de la cultura, precisamente a la progresista, que enlaza con las tradiciones positivas de cada nación. (…) Así pues, en nombre del progreso social, se ha de renunciar no a toda la cultura anterior, sino únicamente a aquella parte que sirve a las clases dominantes reaccionarias, creando en su lugar una nueva cultura, progresista, que se coloque al servicio del progreso social y haga avanzar la sociedad». (Zija Xholi; Por una concepción más justa de la cultura nacional, 1985)

¿Significa esto que seamos apátridas? No, significa que somos marxistas, esto es, patriotas pero internacionalistas, opuestos a toda distorsión histórica que conlleve un ápice de nacionalismo y chovinismo:

«¿Nos es ajeno a nosotros, proletarios conscientes rusos, el sentimiento de orgullo nacional? ¡Pues claro que no! Amamos nuestra lengua y nuestra patria, ponemos todo muestro empeño en que sus masas trabajadoras –es decir, las nueve décimas partes de su población– se eleven a una vida consciente de demócratas y socialistas. Nada nos duele tanto como ver y sentir las violencias, la opresión y el escarnio a que los verdugos zaristas, los aristócratas y los capitalistas someten a nuestra hermosa patria. Nos sentimos orgullosos de que esas violencias hayan promovido resistencia en nuestro medio, entre los rusos, de que de ese medio saliera un Radíschev, salieran los decembristas y los revolucionarios del estado llano de los años 70, de que la clase obrera rusa formara en 1905 un poderoso partido revolucionario de masas, de que el mujik ruso empezara a convertirse, al mismo tiempo, en un demócrata y a barrer al pope y al terrateniente.

Recordamos que el demócrata ruso Chernyshevski, al consagrar su vida a la causa de la revolución, dijo hace medio siglo: «Mísera nación de esclavos, todos esclavos de arriba abajo». A los rusos, esclavos manifiestos o encubiertos –esclavos respecto a la monarquía zarista–, no les gusta recordar estas palabras. A nuestro juicio, en cambio, son palabras de verdadero amor a la patria, de nostalgia por la falta de espíritu revolucionario en la masa de la población rusa. Entonces no lo había. Ahora, aunque no mucho, lo hay ya. Nos invade el sentimiento de orgullo nacional porque la nación rusa ha creado también una clase revolucionaria, ha demostrado también que es capaz de dar a la humanidad ejemplos formidables de lucha por la libertad y por el socialismo, y no sólo formidables pogromos, hileras de patíbulos, mazmorras, hambres formidables y un formidable servilismo ante los popes, los zares, los terratenientes y los capitalistas.

Nos invade el sentimiento de orgullo nacional, y precisamente por eso odiamos, en forma particular, nuestro pasado de esclavos –cuando los terratenientes aristócratas llevaban a la guerra a los mujiks para estrangular la libertad de Hungría, Polonia, Persia y China– y nuestro presente de esclavos, cuando los mismos terratenientes, auxiliados por los capitalistas, nos llevan a la guerra para estrangular a Polonia y Ucrania, para ahogar el movimiento democrático en Persia y China, para afianzar a la banda de los Románov, Bóbrinski y Purishkévich, que constituyen un oprobio para nuestra dignidad nacional de rusos. Nadie tiene la culpa de haber nacido esclavo; pero el esclavo que rehúye aspirar a su propia libertad y, encima, justifica y embellece su esclavitud –llamando, por ejemplo, a la estrangulación de Polonia, Ucrania, etc., «defensa de la patria» de los rusos–, semejante esclavo es un miserable lacayo que despierta un sentimiento legítimo de indignación, de desprecio y repugnancia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El orgullo nacional de los rusos, 1914)

¿Lo han leído señores? Al castellano no le produce orgullo que sus antepasados hayan llevado una guerra de religión a Flandes, al catalán no le produce orgullo que su pueblo haya sido partícipe del tráfico de esclavos en Cuba, al vasco no le place que sus ancestros se hayan dejado la vida contra los independentistas en Filipinas, ni al gallego en el Rif. 

La insurrección liberal de 1820 encabezada por Riego, Quiroga y otros contra Fernando VII, utilizó los ejércitos destinados para sofocar las rebeliones en América para ajustar cuentas con la reacción local en España. Esto demostraba indirectamente que el haber irrumpido dos siglos antes a sangre y fuego en países ajenos no había servido de nada, puesto que ni siquiera había mejorado la vida de los habitantes de la península. Ahora, esas mismas élites parasitarias habían llevado a España a la decadencia dilapidando las riquezas en favor de la nobleza y el clero, pero aún así pretendían seguir manteniendo sus posesiones coloniales por mero empecinamiento, en contra de los intereses del país y sus gentes:

«Las expediciones contra la América española se habían tragado 14.000 hombres desde 1814 y se habían desarrollado de la manera más indignante e imprudente, por lo que habían suscitado mucha aversión al ejército y habían sido consideradas un medio malévolo para desembarazarse de regimientos descontentos». (Karl Marx; La España revolucionaria, 1854)

Pi y Margall, escribió lo siguiente sobre las guerras de España en el siglo XIX respecto a otros pueblos:

«Las guerras del presente siglo, Carlos, no para precavernos contra las que puedan sobrevenir sino para curarnos de nuestro espíritu de aventuras y de nuestro loco orgullo debemos recordarlas. Salvo las que contra los franceses sostuvimos, ninguna fue merecedora de aplauso. Ninguna tuvo por fin emancipar pueblos ni abrir pasos que nos hubiese cerrado el egoísmo ni la barbarie. Me limito por ahora á las exteriores; de las civiles hablaré más tarde. ¿Tienes tú por nobles y justas ni la de África, ni la de Santo Domingo, ni la de Méjico, ni la del Pacífico, ni la de Cochinchina? La de África ya sabes que la provocó O'Donnell con ánimo de distraer la atención de los partidos que aquí le eran adversos. (...) A Santo Domingo tampoco ignoras que fuimos prestándonos a ser instrumento de uno de los partidos en que estaba dividida la República. (...) A Cochinchina fuimos finalmente arrastrados por los franceses que so pretexto de vengar la muerte de unos misioneros se proponían agrandar sus dominios de Asia. (...) Contra la libertad de los pueblos no hay prescripción posible. (...) Cuba levantándose contra nosotros y reclamando su independencia está en su derecho». (...) De la guerra de Cuba hemos sacado la de los Estados Unidos; de la de Filipinas la inquietud y el temor de mayores males; de la de Cochinchina una indemnización pecuniaria mezquina y vergonzosa; de la de Santo Domingo el abandono de la isla, después de haber gastado 98 millones de pesetas; de la de Méjico, en que invertimos 17 millones, absolutamente nada; de la del Pacífico la pérdida del Covadonga y la retirada del Callao con los buques rotos, buques que se hubo de ir á reparar parte en Río Janeiro, parte en el archipiélago de Otahili; de la de África por fin una rectificación de límites, 20 millones de duros y un territorio en Santa Cruz la Pequeña para un establecimiento de pesquería. Todas estas injustas guerras ¿pueden servir, como antes te dije, más que de escarmiento? Á guerras de esta índole debemos resueltamente cerrar la puerta. ¡Ojalá lo consigamos!». (Francisco Pi y Margall; Carta a Eusebio, 26 de abril de 1898)

Quien no entienda esto es simple y llanamente un estúpido que forma parte del entramado ideológico alienante de de la burguesía nacional. No por casualidad existen corrientes chovinistas del nacionalismo catalán como la de Institut Nova Historia que pretenden adueñarse del dudoso honor de la figura de Colón, Pizarro o Cortés. Véase el capítulo: «Los conceptos de nación de los nacionalismos vs el marxismo» de 2020.

Para finalizar, todos aquellos que hablan en abstracto de unión de pueblos hispánicos, les recordamos:

«Queremos unión libre y debemos por tanto reconocer la libertad de separación –sin libertad de separarse, la unión no puede ser llamada libre–. Y estamos tanto más obligados a reconocer el derecho a la separación, por cuanto el zarismo y la burguesía rusa, con su opresión, han suscitado en las naciones vecinas multitud de rencores y una gran desconfianza hacia los rusos en general; esta desconfianza hay que disiparla con hechos y no con palabras. Nosotros queremos que la república del pueblo ruso –me inclino incluso a decir pueblo gran ruso, pues es más exacto– atraiga a otras naciones, pero ¿cómo? No mediante la violencia, sino sólo mediante un acuerdo voluntario. De otro modo se romperían la unidad y la fraternal alianza de los obreros de todos los países. A diferencia de los demócratas burgueses, nosotros no planteamos como consigna la fraternidad de los pueblos, sino la fraternidad de los obreros de todas las nacionalidades, pues no confiamos en la burguesía de ningún país, la consideramos enemiga». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Revisión del programa del partido, 1917)

«Para aplicar con acierto el programa nacional planteado por la Revolución de Octubre, es preciso, además, vencer los obstáculos heredados de la etapa ya pasada de opresión nacional y que no pueden ser eliminados en poco tiempo, de golpe. Esta herencia consiste, en primer lugar, en las supervivencias del chovinismo de gran potencia, que es un reflejo de la pasada situación de privilegio de los grandes rusos. (...) Es un proceso prolongado, que requiere una lucha tenaz e insistente contra todas las supervivencias de la opresión nacional y de la esclavitud colonial. Pero tiene que ser superada a toda costa. (...) De otra manera, no se puede contar con el establecimiento de una colaboración firme y acertada entre los pueblos dentro del marco de un solo Estado federal». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los factores nacionales en la edificación del partido y del Estado, 1921)

Nada puede estar más claro para un marxista que la necesidad de respetar estos principios.

absolutamente nada; de la del Pacífico la pérdida del Covadonga y la retirada del Callao con los buques rotos, buques que se hubo de ir á reparar parte en Río Janeiro, parte en el archipiélago de Otahili; de la de África por fin una rectificación de límites, 20 millones de duros y un territorio en Santa Cruz la Pequeña para un establecimiento de pesquería. Todas estas injustas guerras ¿pueden servir, como antes te dije, más que de escarmiento? Á guerras de esta índole debemos resueltamente cerrar la puerta. ¡Ojalá lo consigamos!». (Francisco Pi y Margall; Carta a Eusebio, 26 de abril de 1898)

Quien no entienda esto es simple y llanamente un estúpido que forma parte del entramado chovinista de la burguesía nacional. No por casualidad existen corrientes del nacionalismo catalán como la de Institut Nova Historia que pretenden adueñarse del dudoso honor de la figura de Colón, Pizarro o Cortés. Véase el capítulo: «Los conceptos de nación de los nacionalismos vs el marxismo» de 2020.

Para finalizar, todos aquellos que hablan en abstracto de unión de pueblos hispánicos, les recordamos:

«Queremos unión libre y debemos por tanto reconocer la libertad de separación –sin libertad de separarse, la unión no puede ser llamada libre–. Y estamos tanto más obligados a reconocer el derecho a la separación, por cuanto el zarismo y la burguesía rusa, con su opresión, han suscitado en las naciones vecinas multitud de rencores y una gran desconfianza hacia los rusos en general; esta desconfianza hay que disiparla con hechos y no con palabras. Nosotros queremos que la república del pueblo ruso –me inclino incluso a decir pueblo gran ruso, pues es más exacto– atraiga a otras naciones, pero ¿cómo? No mediante la violencia, sino sólo mediante un acuerdo voluntario. De otro modo se romperían la unidad y la fraternal alianza de los obreros de todos los países. A diferencia de los demócratas burgueses, nosotros no planteamos como consigna la fraternidad de los pueblos, sino la fraternidad de los obreros de todas las nacionalidades, pues no confiamos en la burguesía de ningún país, la consideramos enemiga». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Revisión del programa del partido, 1917)

«Para aplicar con acierto el programa nacional planteado por la Revolución de Octubre, es preciso, además, vencer los obstáculos heredados de la etapa ya pasada de opresión nacional y que no pueden ser eliminados en poco tiempo, de golpe. Esta herencia consiste, en primer lugar, en las supervivencias del chovinismo de gran potencia, que es un reflejo de la pasada situación de privilegio de los grandes rusos. (...) Es un proceso prolongado, que requiere una lucha tenaz e insistente contra todas las supervivencias de la opresión nacional y de la esclavitud colonial. Pero tiene que ser superada a toda costa. (...) De otra manera, no se puede contar con el establecimiento de una colaboración firme y acertada entre los pueblos dentro del marco de un solo Estado federal». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los factores nacionales en la edificación del partido y del Estado, 1921)


1 comentario:

  1. ¿Podríais hablar sobre el conflicto del Alto Karabaj desde vuestra perspectiva marxista? Vuestros artículos sobre la cuestión nacional son muy interesantes

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«¡Pedimos que se evite el insulto y el subjetivismo!»