lunes, 30 de mayo de 2016

Los revisionistas italianos y la negación del rol dirigente del partido revolucionario


«Los puntos de vista del Partido Comunista Italiano (PCI) sobre la «vía italiana» al socialismo también están estrechamente relacionados con su concepción particular en cuanto al rol del partido comunista en su lucha por el paso al socialismo. Esta concepción aparece claramente como una tendencia que considera la marcha al socialismo como un resultado espontáneo de fuerzas productivas en el seno del capitalismo, que empuja a las capas sociales y partidos diferentes a que se comprometan en la vía de lucha por el socialismo. En la sesión del Comité Central del PCI del 24 de junio de 1956, Toglitati hizo hincapié en que:

«Es necesario partir del examen del desarrollo de las fuerzas productivas, de él viene un impulso objetivo hacia el socialismo». (Palmiro Togliatti; Informe presentado en la sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista Italiano, 24 de junio de 1956)

Partiendo precisamente de este tipo de análisis, los dirigentes comunistas italianos niegan el papel dirigente del partido comunista en el paso al del capitalismo al comunismo y preconizan en los hechos, la defensa de la espontaneidad en el movimiento obrero, deslizándose así en las posiciones «economistas» y en la teoría antimaxista de las fuerzas productivas [1].

Aclarando todavía más su opinión, Togliati declaró en la misma reunión:

«Nosotros podemos ver de hecho, un empuje hacia el socialismo y una orientación más o menos clara hacia las reformas y las transformaciones económicas de tipo socialista en países donde los partidos comunistas no sólo no participan en el poder, sino donde a veces ni siquiera constituyen una gran fuerza. (...) Esta situación se presenta hoy y asume una particular importancia en las zonas del mundo que vienen de liberarse del colonialismo. Mas hasta en los países capitalistas muy desarrollados podría pasar, que la clase obrera, en su mayoría, no siga a un partido comunista y no podemos excluir la eventualidad de que, en estos países, los partidos no comunistas, pero basados en la clase obrera, puedan expresar un impulso que viene de la clase obrera para marchar hacia el socialismo. Es más, hasta allí donde existen partidos comunistas fuertes, pueden existir al lado de ellos otros partidos basados en la clase obrera y que tienen un programa socialista. La tendencia hacia la realización de transformaciones económicas radicales en un sentido que generalmente es del socialismo, puede venir, ahora por fin, hasta de organizaciones y de movimientos que no se cualifican como socialistas». (Palmiro Togliatti; Informe presentado en la sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista Italiano, 24 de junio de 1956)

Antes de pararnos a emitir nuestras observaciones, debemos subrayar que los puntos de vista de Toglitati y de sus compañeros respeto a esta cuestión son absolutamente idénticos a la de los revisionistas yugoslavos, quienes han sido criticados y condenados hace mucho tiempo como antimarxistas por todo el movimiento comunista internacional. Haremos solamente algunas comparaciones. En el programa de la Liga los Comunistas Yugoslavos, se dice:

«El punto de vista de que los partidos comunistas tienen el monopolio, en todos los conceptos, del desarrollo hacia el socialismo y que el socialismo se expresa solamente en ellos y a través de ellos, es teóricamente erróneo y prácticamente nefasto». (Liga de los Comunistas Yugoslavos; Programa, 1958)

Más tarde se dice:

«Varios partidos y movimientos, sobre todo en los países atrasados, en un período específico de tiempo, pueden desempeñar un rol positivo en el desarrollo de la sociedad, bien incluso, abrir el camino al desarrollo socialismo. (...) En los países donde prácticamente no existe ningún partido clásico de la clase obrera, como es el caso de los Estados Unidos, sea más probable que las clases trabajadoras, organizadas en el seno de los sindicatos y a través de ellos participen cada vez más ene l proceso de aumento de fuerzas conscientes socialistas, dándose un proceso de lucha por el fortalecimiento de la influencia social de la clase obrera y por un rol dirigente en el sistema de poder». (Liga de los Comunistas Yugoslavos; Programa, 1958)

A propósito del período de la edificación socialista, se dice:

«La Liga de los Comunistas de Yugoslavia considera como un dogma la proclamación del monopolio absoluto del partido comunista en el poder político como principio universal y eterno de la dictadura del proletariado y de la edificación socialista». (Liga de los Comunistas Yugoslavos; Programa, 1958)

Como se ve, estas citas son tan demostrativas que es superfluo cualquier comentario. Mas, en lo concerniente pese a que los dirigentes italianos consideran a los revisionistas yugoslavos como sus compañeros y aliados, sienten un gran amor y un profundo respeto, aprecian altamente su experiencia, y existe una identidad de sus puntos de vista con los de los revisionistas yugoslavos no es un argumento suficiente para rechazar sus puntos de vistas como injustos y antimarxistas. Así que por lo tanto vemos necesario detenernos de manera mayor sobre este tema. Queremos hacer hincapié sobre todo, que si bien los puntos de vista de los dirigentes del PCI corresponden en su totalidad con los de los revisionistas yugoslavos, sus puntos de vista además están en contraste flagrante al documento programático del movimiento comunista internacional como es la Declaración de Moscú de 1957 que considera como una ley general e indispensable:

«La dirección de las masas trabajadoras por la clase obrera cuyo núcleo es el partido marxista-leninista, para efectuar la revolución proletaria en una u otra forma y el establecimiento de una forma u otra de la dictadura del proletariado». (Declaración de los partidos comunistas y obreros de los países socialistas reunidos en Moscú, 1957)

Esta enseñanza fundamental maxista-leninista, sancionada por la Declaración de Moscú de 1957, y cuya justeza ha sido reafirmada también en la reunión de los 81 partidos comunistas y obreros en la Declaración de Moscú de 1960, ha sido emitida en base a los análisis científicos y teóricos que los clásicos del marxismo hicieron del desarrollo de la sociedad humana hacia el socialismo y el comunismo así como de la experiencia práctica del movimiento comunista internacional y de todos los países que hasta ahora verdaderamente se comprometieron sobre el camino del socialismo. La historia no conoce caso de un país que se haya comprometido en la vía al socialismo y haya construido el socialismo bajo la dirección de un partido o una organización política no marxista-leninista. El hecho de que en todos los países donde se derribó el poder de clases explotadoras y se construye verdaderamente el socialismo, la victoria se haya llevado a cabo bajo la dirección de los partidos revolucionarios armados de la teoría del marxismo-leninismo no es un hecho fortuito sino la expresión de una legalidad objetivo del paso del capitalismo al socialismo.

Hay muchos partidos de obreros o que se apoyan en la clase obrera. Estos son los socialistas, socialdemócratas, laboralistas, etc. Mas, ¿podemos decir que estos partidos expresan los intereses vitales de la clase obrera y que están luchando seriamente por sus intereses? Para la mayoría de estos partidos, como dijo Lenin, se han convertido en «partidos burgueses de la clase obrera». Los hechos demuestran que al mismo tiempo que estos partidos pseudosocialistas estuvieron en el poder sirvieron con devoción a las clases explotadoras, se colocaron del lado de los imperialistas, siguieron una política reaccionaria antiobrera. ¿Cómo podemos pues pensar abiertamente que bajo la dirección de estos partidos se puede transitar al socialismo?

Es cierto que en la actualidad existe en el mundo muchas personas que hablan de socialismo, también muchos partidos que se hacen pasar por partidos socialistas, que pretenden dirigir una lucha por el socialismo. Sin embargo no hay que juzgar las cosas por las palabras y los nombres que se atribuyen a sí mismos las personas y los partidos. Por el contrario, ellos deben ser juzgados por sus actos, por su actitud práctica, por la política que siguen, observando a quién sirve y beneficio sus puntos de vista y sus acciones

Naturalmente los partidos comunistas tienen como tarea la lucha por liquidar la división de la clase obrera en los países capitalistas, de cooperar con otros partidos de la clase obrera y de llegar a la unidad de acción en todos los temas sobre cuestiones urgentes de interés, en particular, para la mejora del nivel de vida de los trabajadores, la extensión y salvaguardia de sus derechos democráticos, la accesión por la independencia nacional y la defensa de ésta, el mantenimiento y la consolidación de la paz entre los pueblos. No obstante, luchando por la unidad de acción, el partido comunista no debe propagar de ningún modo ilusiones que causen un perjuicio a la clase obrera, a saber de que se puede pasar al mismo socialismo bajo la dirección de otros partidos no marxista-leninistas. Muy por el contrario, como indica la Declaración de Moscú de 1960, los comunistas deben criticar las posiciones ideológicas y las prácticas del oportunismo de derecha de la socialdemocracia, más aún cuando sabemos que los líderes de estos partidos se pasan cada vez más a las posiciones del imperialismo, defienden el sistema capitalista y dividen a la clase obrera capitulando ante las fuerzas reaccionarias y conservadoras. La Declaración de Moscú de 1960 también plantea la tarea a los partidos comunistas de los países que apenas han superado el yugo colonial del imperialismo de:

«Exponer los intentos de la sección reaccionaria de la burguesía nacional de presentar sus intereses egoístas de clase como los intereses de la nación; denunciar el uso demagógico de los políticos burgueses de eslóganes socialistas para el mismo propósito». (Declaración de los 81 partidos comunistas y obreros reunidos en Moscú, 1960)

Los comunistas saludan y apoyan cualquier tendencia honesta y sinceramente socialista, pero siempre hay que destacar que en las actuales condiciones el socialismo sólo puede vencer bajo la dirección de los partidos que se adhieren a las posiciones marxista-leninistas independientemente del nombre que porten estos partidos. Lo que es cierto es que sólo el marxismo-leninismo nos da el significado exacto de la sustancia del socialismo y de la vía para lograr su victoria. El marxismo-leninismo es la única teórica del socialismo científico.

Preconizar, al igual que los dirigentes del PCI que no sólo los partidos comunistas armados de la teoría marxista-leninista, sino que también otros partidos «que se basan en la clase obrera» e incluso organizaciones o movimientos que se plantean el socialismo pueden guiar la lucha por el socialismo, solo significa subestimar y negar el papel de la teoría revolucionaria del marxismo-leninismo en la lucha de la clase obrera y las masas trabajadoras por el socialismo, alejarse de la tesis fundamental marxista-leninista según la cual sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario, preconizar la espontaneidad en el movimiento obrero, por el hecho de que el partido comunista es el vector de la teoría revolucionaria del socialismo científico que inculca en las masas, desarrolla y a la cual da una aplicación práctica.

Según las vistas de los dirigentes del PCI prueba de que se puede pasar por medios revolucionarios bien basándonos en la enseñanzas del marxismo-leninismo, como por otros canales que no están basados en el marxismo-leninismo. ¿Cómo sería esto posible ya que se sabe que los principios, las particularidades fundamentales del régimen socialista son comunes de todos los países, que la base teórica del socialismo científico es el marxismo-leninismo? ¿Habrá que suponer que el régimen socialista es en sustancia diferente en los diversos países, que tenemos ciertos géneros de socialismo y en consecuencia ciertos géneros de ideología y de teoría socialista, sobre la base de las cuales se puede erigir la sociedad socialista? Esto es precisamente partir de una concepción que los revisionistas yugoslavos pretenden con ostentación diciendo que ahora el socialismo se edifica en el mundo entero, que, como dijo Tito hace no mucho tiempo: «El mundo socialista es mucho más amplio de lo que se imaginaron ciertos dogmáticos. El socialismo, que ve la luz en dolores y dificultades, se desarrolla y fortalece en las cuatro esquinas del mundo. África es el mejor ejemplo».

Negar la necesidad de la dirección del partido comunista, a ejemplo de los dirigentes del PCI y los revisionistas yugoslavos, significa dejar a la clase obrera y a todos los trabajadores sin su estado mayor político, significa dejarlos desorganizados y desarmados ante sus enemigos, esto se traduce en alejarlos del socialismo y abandonarlos para siempre a la opresión y la explotación capitalista, porque ni la victoria de la revolución socialista, ni la dictadura del proletariado, ni la exitosa edificación del socialismo y del comunismo pueden realizarse sin el partido marxista-leninista de la clase obrera, sin su rol de organizador, movilizador, de dirigente y de guía. No hay duda que en la lucha por la victoria del socialismo y el éxito de su edificación también pueden participar otros partidos y otras organizaciones no comunistas. Pero esto no es de ninguna manera una ley general de la marcha hacia el socialismo, sino que se trata solamente de una particularidad nacional e histórica de uno u otro país que se relaciona con diversas y concretas circunstancias y que no niega lo que sí es una ley general e indispensable para cada país –la dirección de un partido único, de un partido marxista-leninista en el curso de la revolución y de la edificación del socialismo–. Esta ley ha sido confirmada por la experiencia de muchos países socialista donde ha habido y donde incluso existen ciertos otros partidos y organizaciones políticas.

Queda claro que las tentativas de los dirigentes del PCI de presentar la negación del rol dirigente del partido comunista y la existencia de varios partidos en el sistema socialista como una expresión de la vía «democrática» del nacimiento y el desarrollo de la sociedad socialista, son absolutamente ajenas y antimarxistas. ¿Acaso régimen socialista en los países donde hubo y hay un sólo partido –el partido comunista, como en la Unión Soviética, Albania y otros países– no es democrático? El carácter democrático de un régimen no depende del número de partidos que existen en él. ¡¿O bien Togliatti y consortes buscan que los partidos comunistas de los países socialistas repudien a su rol dirigente y se esfuercen en crear cuanto más partidos posibles a fin de «extender» así la democracia?!

Dirigir no quiere decir de ningún modo dictar e imponer su voluntad a otros, dirigir quiere decir convencer, organizar y movilizar a las masas, dirigir sus propios esfuerzos y el de sus organizaciones sociales hacia un solo fin mostrándoles claramente los objetivos y las vías que hay que seguir para alcanzarlos. Este papel histórico solamente puede ser jugado por el partido marxista-leninista de nuevo tipo. Negar este papel bajo el pretexto de que existen también otros partidos de la clase obrera y preconizar a ejemplo de los dirigentes comunistas italianos que las organizaciones de masas de la clase obrera, tales como los sindicatos y otras organizaciones sociales, deben ser «independientes» del partido comunista, que ellas no pueden ser las «correas de transmisión» para unir el partido a las masas, vuelve a colocar al partido comunista en el mismo nivel que otros partidos reformistas, burgueses y pequeño burgueses, significar dejar a los sindicatos y otras organizaciones de masas que caigan por completo bajo la influencia de la ideología burguesa y reformista, renunciar a la lucha por hacer del partido un medio importante de la educación revolucionaria de las masas en la lucha para derribar al capitalismo y hacer triunfar el socialismo.

Tales son a grandes rasgos la línea de los puntos de vista sobre el partido del PCI sobre el papel del partido comunista. Para todo comunista está claro que esto no tiene nada que ver con las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre el partido, que están en flagrante oposición a los documentos programáticos del movimiento comunista internacional, a la existencia histórica de este movimiento y a la realidad de nuestros días»(Zëri i PopullitA propósito de las tesis concernientes al Xº Congreso del Partido Comunista Italiano, 18 de noviembre de 1962)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

[1] No hace falta decir que el marxismo siempre ha valorado la importancia de las fuerzas productivas, como debe de ser, si uno no desea caer en voluntarismos. Refresquemos la memoria sobre lo que estas significan a nivel sociohistórico:

«Son: los instrumentos de producción, con ayuda de los cuales se producen los bienes materiales; los hombres que manejan los instrumentos y efectúan la producción de los bienes materiales, por tener una cierta experiencia productiva y hábito de trabajo. Las fuerzas productivas, es decir, los medios de producción –instrumentos, máquinas, implementos, materias primas, etc.– y la fuerza de trabajo del hombre, del trabajador, son siempre los elementos absolutamente indispensables para el trabajo, para la producción material. La productividad del trabajo social, el grado de dominio del hombre sobre la naturaleza, dependen del nivel histórico del desarrollo de las fuerzas productivas, de la perfección de los instrumentos de producción y de la experiencia productora y los hábitos de trabajo del hombre. De aquí la evidente importancia de las fuerzas productivas y de su crecimiento para la sociedad. En cada momento histórico, la vida de la sociedad depende de las fuerzas productivas de que dispone». (M. Rosental y P. Yudin; Diccionario filosófico marxista, 1946)

Ahora, la magnificación de su importancia siempre ha sido caldo de cultivo para todo tipo de tesis economicistas. Quizá el caso más paradigmático sea el de la llamada «teoría de las fuerzas productivas», un fragmento del «gran legado» de la II Internacional, luego empleado por todos los grandes oportunistas del siglo XX –desde los kautskistas, los mencheviques, hasta los trotskistas, pasando por los maoístas–. Pero no hemos de engañarnos, algunos de los representantes más admirados de la doctrina marxista, empezando por Marx, Engels, Lenin o Stalin, también han incurrido en estas pretensiones, unas veces para superarlas, y otras para rescatar en otros momentos, no siendo superadas del todo. Véase el capítulo: «¿Ha coqueteado el marxismo-leninismo alguna vez con nociones mecanicistas, místicas o evolucionistas?» de 2021.

En todo caso, no hay peor economicismo más vulgar –y por lo tanto materialismo vulgar– que hablar de «progreso» midiendo únicamente el nivel de fuerzas productivas, despreciando la ideología que comanda dicho sistema. Asimismo, no hay nada más estúpido que creer que el progreso en cada época no tiene nada que ver con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual nos lleva a afirmar tajantemente que son ridículas las «propuestas alternativas» de una vuelta al capitalismo en su etapa premonopolista o incluso de la abolición de la industria, deseando indirectamente la inmolación de gran parte de los progresos de la ciencia social. Recapitulando: de la mano de este economicismo imperialista, el nacionalismo justificaría la dominación del nazismo sobre Europa por tener un mayor grado de desarrollo de las fuerzas productivas que muchos de sus pueblos subyugados. Por el contrario: los hippies y los anarquistas rechazarían la URSS de Lenin y Stalin por tratar de desarrollar la industria, transportes y demás para combatir la invasión nazi. Por eso hay que entender en plena consonancia las fuerzas productivas –lazos del hombre con la naturaleza– y las relaciones de producción –lazos que establece el hombre con otros hombres para producir–. 

Esta noción equivocada sobre las fuerzas productivas generalmente tiene dos variantes:

a) Allí donde el capitalismo estaba altamente desarrollado, los partidarios de «la teoría de las fuerzas productivas» consideraron que la toma de poder de los comunistas se daría de forma mecánica, que sería algo a lo que se llegaría «más temprano que tarde», porque, según ellos, subyacía de las propias problemáticas y oportunidades que presentaba el propio capitalismo en su laberinto histórico. Tomaban en cuenta la proletarización de la sociedad, el alto grado de desarrollo de la técnica y las sucesivas crisis económicas para argumentar este fatalismo histórico. A partir de ahí concluían que bajo tales condiciones la victoria de las fuerzas del progreso estaba «casi» asegurada, dado que de alguna u otra casi todos los sectores de la sociedad se sentían afligidos y tendían a buscar un «socialismo» como alternativa que superase el capitalismo. Por esta razón algunos dirigentes teorizaron que este tránsito al socialismo, como primera fase de la nueva sociedad, quizás hasta fuese comandado por fuerzas no estrictamente comunistas: 

«Es necesario partir del examen del desarrollo de las fuerzas productivas, de él viene un impulso objetivo hacia el socialismo. (…) En países de capitalismo muy avanzado, sin embargo, puede suceder que la clase trabajadora en su mayoría siga a un partido no comunista y no podemos excluir que, incluso en estos países, partidos no comunistas basados en la clase trabajadora puedan expresar el impulso que viene de la clase trabajadora hacia el socialismo. (…) [Esto plantea el] cómo lograr la unidad entre las diversas fuerzas organizadas que hoy tienden, en diferentes formas, a moverse en la dirección de la sociedad socialista». (Palmiro Togliatti; Informe presentado en la sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista Italiano, 24 de junio de 1956)

Aquí se ocultaba la brecha histórica que siempre ha habido entre la doctrina y proyectos del «socialismo utópico» −y sus herederos: bakuninismo, proudhonismo, posibilismo, bernsteinismo, etcétera− y el «socialismo científico» de Marx y Engels, contrario al primero. Esta concepción de las fuerzas productivas, junto a tantas otras desviaciones, como el «cretinismo parlamentario», el «economicismo sindicalista» y el «legalismo burgués», dio pie a un moderantismo político mezclado cada vez con una despreocupación por la organización y la templanza ideológica. Entre tanto, el espíritu revolucionario de las bases proletarias fue languideciendo, siendo presos tanto de la de la propaganda cultural de los medios de comunicación de la burguesía −con su ocio alienante− como del espíritu conciliador, pusilánime y mezquino de sus jefes. ¿Acaso se podía esperar otra cosa?

En resumidas cuentas, esta basura ha sido y es, por tanto, opuesta a la emancipación tanto en los países capitalistas desarrollados como en los subdesarrollados. Y, aunque se esfuercen por negarlo sus defensores, esta tendencia rebaja el factor subjetivo en la transformación de los procesos históricos, hasta el punto de relativizar la labor de concienciación y organización política independiente. Aquí se sustituye la revolución por un evolucionismo pacífico y consensuado de los «elementos nacionales» que de una forma u otra están «descontentos con el sistema», sin realizar en ningún momento un análisis exhaustivo de qué clases sociales, objetivos políticos o enfoques filosóficos hay detrás. Partiendo de la enumeración y cálculos aritméticos del número de proletarios, se es muy optimista y se apunta que el «capitalismo tiene graves contradicciones y está en crisis», pero se lamenta de que aún puede resistir porque entre el «pueblo» existe una «falta de unidad», ¿la razón? En el movimiento político hay exceso de «sectarismo y el dogmatismo», recomendándose una mayor «flexibilidad» y «pragmatismo» en materia de alianzas y exigencias ideológicas. ¡Qué sorpresivas conclusiones!

b) Otra variante de esta farsa −nos negamos a volver a llamarla «teoría»− consideraba que el «alto desarrollo de las fuerzas productivas» supone el factor determinante −cuando no el único− para propiciar una superación del capitalismo. A veces esto se unía a la noción aún más delirante de que la «revolución» había de ser «simultánea a nivel mundial» o «de otro modo el proceso fracasará». Así, en los países semifeudales o aquellos con un escaso desarrollo del capitalismo, es decir, aquellos aquejados por un nivel escaso del desarrollo de las fuerzas productivas y un número reducido de proletarios, se pensaba que los comunistas no podrían llevar a cabo la toma de poder, ni mucho menos pensar en transitar hacia el socialismo. Según esta concepción, sería necesaria una «etapa preparatoria» que contaría con un amplio desarrollo del capitalismo o al menos con la asistencia de un «cordón sanitario» de varios países socialistas desarrollados como garantía para «superar su atraso». En estos casos, no se dudaba en recomendar apoyar políticamente a las fuerzas capitalistas nacionales que estimulasen tal desarrollo, incluyendo potencias imperialistas extranjeras. He aquí un ejemplo de lo que dijo Po Ku, miembro del Politburó del Partido Comunista de China (PCCh) a John S. Service en 1944:

«Po Ku: «Intentar trasplantar a China todos los aspectos de la sociedad en la que Marx se encontraba −la revolución industrial en el siglo XIX− y los pasos −lucha de clases y la revolución violenta− que veía necesarios para que el pueblo escapara de esas condiciones, no solo sería ridículo, sino que también sería una violación de nuestros principios básicos de objetivismo realista y evitar el dogmatismo doctrinario. (...) Probablemente no podamos alcanzar el socialismo aun hasta que gran parte del resto del mundo haya llegado a esa fase. (...) Debemos aumentar nuestro nivel económico mediante una larga fase de democracia y empresa libre. Lo que los comunistas esperamos hacer es mantener a China moviéndose progresivamente y constantemente hacia esta meta. Mediante, ordenadamente, un desarrollo gradual y progresivo evitaremos ocasionar las condiciones que llevaron a Marx a sacar sus conclusiones de la necesidad −en su sociedad− de lucha de clases: evitaremos la necesidad de una revolución violenta mediante una revolución pacífica planificada. Es imposible predecir cuanto durara este proceso. Pero podemos estar seguros de que tomara más de treinta o cuarenta años, y probablemente más de cien años». (John S. Service; Las posiciones de los comunistas chinos con respecto a la Unión Soviética y los Estados Unidos, 28 de septiembre de 1944)

Huelga decir que estas patrañas hace largo tiempo que han sido refutadas por la historia en no pocas ocasiones, como se demostró en Rusia o Albania. En la práctica, que es donde se dirimen las teorías, los revolucionarios se dieron cuenta −por motivos de causa mayor− que aun en los países más atrasados, sin una base técnica de importancia, los proletarios ideológicamente más avanzados, por pocos que sean, pueden contraer una alianza o incorporar al movimiento a aquellos sujetos y capas sociales con inclinaciones revolucionarias, y que a mayor nivel de hegemonía política más fácilmente pueden encaminar rápidamente la resolución de las tareas del momento; sean estas anticoloniales, antifeudales, socialistas o cualesquiera que sean.

En suma, sí existe la posibilidad de pasar a construir el socialismo sin necesidad de pasar por un capitalismo «plenamente desarrollado» o delegar el poder político en la burguesía nacional. Que tal proceso sea más lento o tortuoso, evidentemente dependerá del propio desarrollo de las fuerzas productivas heredado o adquirido durante la gobernanza, de la asistencia y ayuda internacional que exista, de si se vuelven sobre el país revolucionario las fuerzas contrarrevolucionarias externas o no. Pero como demostró precisamente la industrialización socialista en estos países, este camino supone un desarrollo ulterior de las fuerzas productivas mucho mayor que el que puede producir el capitalismo con su anarquía en la producción y derroche de recursos y energías. No comprender esto supone rebajarse en el mejor de los casos de un derrotista, en el peor al nivel de un economista burgués.

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