viernes, 27 de marzo de 2020

La literatura que necesita el pueblo...


«Si nuestra antigua literatura fue en nuestro Siglo de Oro más brillante que sólida, si murió después a manos de la intolerancia religiosa y de la tiranía política, si no pudo renacer sino en andadores franceses, y si se vio atajado por las desgracias de la patria ese mismo impulso extraño, esperemos que dentro de poco podamos echar los cimientos de una literatura nueva, expresión de la sociedad nueva que componemos. (...) He aquí la divisa de la época, he aquí la nuestra, he aquí la medida con que mediremos; en nuestros juicios críticos preguntaremos a un libro: «¿Nos enseñas algo? ¿Nos eres la expresión del progreso humano? ¿Nos eres útil? Pues eres bueno». No reconocemos magisterio literario en ningún país; menos en ningún hombre, menos en ninguna época, porque el gusto es relativo; no reconocemos una escuela exclusivamente buena, porque no hay ninguna absolutamente mala. Ni se crea que asignamos al que quiera seguirnos una tarea más fácil, no. Le instamos al estudio, al conocimiento del hombre; no le bastará como al clásico abrir a Horacio y a Boileau y despreciar a Lope o a Shakespeare; no le será suficiente, como al romántico, colocarse en las banderas de Víctor Hugo y encerrar las reglas con Molière y con Moratín; no, porque en nuestra librería campeará el Ariosto al lado de Virgilio, Racine al lado de Calderón, Molière al lado de Lope; a la par, en una palabra, Shakespeare, Schiller, Goethe, Byron, Víctor Hugo y Corneille, Voltaire, Chateaubriand y Lamartine. (...) Rehusamos, pues, lo que se llama en el día literatura entre nosotros; no queremos esa literatura reducida a las galas del decir, al son de la rima, a entonar sonetos y odas a las circunstancias, que concede todo a la expresión y nada a la idea, sino una literatura hija de la experiencia y de la historia, y faro por tanto del porvenir, estudiosa, analizadora, filosófica, profunda, pensándolo todo, diciéndolo todo en prosa, en verso, al alcance de la multitud ignorante aún, apostólica y de propaganda, enseñando verdades a aquellos a quienes interesa saberlas, mostrando al hombre, no como debe ser, sino como es, para conocerle; literatura en fin, expresión toda de la ciencia de la época, del progreso intelectual del siglo». (Mariano José de Larra; Literatura. Rápida ojeada sobre la historia e índole de la nuestra. Su estado actual. Su porvenir. Profesión de fe, 18 de enero de 1836)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

Pese a las limitaciones del liberalismo-romántico de Larra, esta es una visión progresista y dialéctica sobre la cultura en un hombre de la España de principios del siglo XIX. Esto tampoco quita que ni él ni autores anteriores como Quevedo, Calderón de la Barca, Lope de Vega fuesen profundos creyentes, y dedicasen varias críticas hacia el ateísmo que carecen de toda validez. Pero centrarse en este aspecto sería metafísico y hasta anacrónico, hay que destacar lo positivo y desechar lo negativo. Enver Hoxha hizo un análisis muy lúcido en esta cuestión:


«Hay que situar correctamente a nuestros renacentistas en la época en que vivieron, trabajaron y lucharon, poner de manifiesto sus ideas como producto del desarrollo de la sociedad de aquella época, poner de manifiesto sus objetivos inmediatos y futuros. Si las cosas se plantean así, correctamente, resultará que estas figuras de nuestro Renacimiento eran destacadas personas de ideas progresistas, iluministas revolucionarios, valientes y animados de un amor grande y ardiente por su patria. Lucharon con el fusil y la pluma por la libertad y la independencia del pueblo, por su despertar. Todos éstos son sus aspectos positivos, que son grandes. Todas estas virtudes y características de la época del Renacimiento y de los renacentistas debemos darlas a conocer al pueblo. 

Pero, no debemos olvidar en ningún momento que estos mismos animadores de nuestro Renacimiento tienen sus aspectos negativos que deben ser sometidos a nuestra crítica marxista-leninista. Estas debilidades consisten en sus concepciones filosóficas, que son idealistas. Se trata de un pesado bagaje, de la filosofía de su época, que está en contradicción y en lucha con nuestra ideología.

¿Podemos acaso callar este antagonismo, esta lucha implacable, a muerte, que los marxista-leninistas libramos contra la filosofía idealista, contra la religión y las creencias religiosas? ¿Podemos acaso considerarles intocables, tabús, únicamente porque son renacentistas? ¿Podemos, por una parte, combatir resueltamente la teología, la religión, las iglesias y las mezquitas, los curas y los almuecines y, por la otra, exaltar aquellas partes de la obra de Naim en las que expresa su filosofía bektachiana, o de Mjeda donde trata de la teología cristiana, o de Cajupi donde el autor dice, por ejemplo, que Papa Tomori era el «trono de Dios», etc., y ofrecer todo esto al pueblo como alimento ideológico sólo porque aquéllos son renacentistas, grandes hombres que han sentado las bases del desarrollo de nuestra lengua y han contribuido a su formación, porque sus poesías son hermosas y porque han creado bellas imágenes?

No, como marxistas que somos y en interés del pueblo y del socialismo, debemos combatir estos aspectos negativos. En materia de ideología, podemos hacer concesiones a la poesía o a la lengua La apreciación que Engels hizo de la lengua de Lutero, como base de la lengua literaria alemana, en absoluto impidió evaluar a la luz de la verdad y desenmascarar el papel reaccionario de la Reforma antes y después del levantamiento campesino en Alemania». (Enver Hoxha; Sobre la revolucionarización en la escuela; Discurso pronunciado en la reunión del Buró Político del CC del PTA, 7 de marzo de 1968)

Queda aclarado por tanto, que como comentó Lenin:

«La cultura proletaria no surge de fuente desconocida, no brota del cerebro de los que se llaman especialistas en la materia. Sería absurdo creerlo así. (…) El marxismo adquirió importancia histórica como ideología del proletariado revolucionario debido a que, lejos de desechar las más valiosas conquistas de la época burguesa, aprendió y reelaboró por el contrario, todo lo que había de precioso en el desarrollo más de dos veces milenario del pensamiento y la cultura humanos. Sólo la labor efectuada sobre esta base y en este sentido, animada por la experiencia de la dictadura del proletariado, que es la etapa última de su lucha contra toda explotación, puede ser considerada como el desarrollo de una cultura verdaderamente proletaria». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Las tareas de las ligas juveniles, 1920)

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