miércoles, 27 de marzo de 2019

El gran cisma en el PCE (m-l) de 1976; Equipo de Bitácora (M-L), 2019


«El tercer cisma de calado en el partido, se produjo en verano de 1976:

«En el terreno ideológico y organizativo el IIº Congreso ha sido la culminación, en la actual coyuntura, de la lucha desatada por el partido contra las posiciones derechistas a raíz de 1976, que desde dentro y desde fuera del partido y llegando por dos veces al complot y a la fracción, pretendían hacer degenerar al partido, y o bien llevarlo al pantano de la colaboración y el oportunismo, o bien liquidarlo política y organizativamente como destacamento revolucionario de vanguardia». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Esta purga estuvo respaldada por Albania:

«No obstante, el FRAP no estaba sólo. Su principal aliado, Albania, estaba a su lado. La agencia de noticias albanesa ATA elogió la depuración llevada a cabo en las filas del Partido Comunista Español (marxista-leninista) y siguió firme en su apoyo al Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP)». (Antonio Martínez de la Orden; El Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP): Una aproximación histórica (1971-1978), 2015)

¿Pero en qué consistieron las diferencias?

La lucha de clases a nivel nacional e internacional

En el IIº Congreso del PCE (m-l) de 1977, dos años después de las últimas acciones de peso, y a un año de la escisión sufrida, la cúpula veía así los acontecimientos en relación al tema en cuestión, teniendo serias divergencias sobre el nivel de agudización interna en la lucha de clases en España:

«Es necesario repetir aquí, ante el Congreso, algunas cuestiones que han sido tergiversadas por los enemigos del partido, enemigos de dentro y de fuera de nuestras filas. Y, principalmente, por las calumnias y cobardes ataques que lanzan el puñado de complotadores y fraccionalistas que, precisamente a raíz de nuestra IIº Conferencia Nacional, fueron descubiertos y derrotados». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Una de las razones que desataron los intentos de derribar a la dirección del partido fue el resultado más que discutible de las acciones armadas del FRAP de finales de 1975. Véase el capítulo: «El auge del PCE (m-l) y las acciones armadas del FRAP de 1973-75» de 2020.

Pero una cosa era poner en duda el momento idóneo de desatar la violencia revolucionaria o de la forma en que se organizaba y otra muy diferente era, como algunos disidentes de la fracción proponían, rechazar de pleno la violencia revolucionaria como tal, razón por la que muchos fueron a parar a organizaciones reformistas y pacifistas como la ORT, el PTE o el propio PCE. Obviamente la dirección del PCE (m-l) se centró solamente en estas posturas antimarxistas para mostrar a su militancia el oportunismo ideológico de alguno de los cabecillas de la fracción de 1976:

«Tanto los ideólogos burgueses como los cabecillas revisionistas y todos los oportunistas han desencadenado una vasta campaña para denigrar y condenar ante el pueblo la violencia revolucionaria, la lucha armada y la guerra popular, renegando así de uno de los principios esenciales establecidos por Marx, Engels, Lenin y Stalin acerca de la necesidad ineludible de la violencia revolucionaria y la lucha armada para derrocar el poder de la reacción; y preconizando la vía parlamentaria, la transición pacífica y el pluripartidismo como «medio» para llegar a la sociedad socialista». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Pero como hemos dicho anteriormente, las críticas oportunistas sobre la lucha armada del FRAP emitidas desde los fraccionalistas de 1976 o de parte de los carrillistas y otros grupos, no justifica la poca autocrítica de la dirección del PCE (m-l) en relación a las obvias deficiencias en la dirección y organización de las acciones armadas de 1973-1975. Era normal que surgiesen dudas y críticas justas de los militantes honrados que deseaban encontrar respuestas e incluso depurar responsabilidades, pero en aquel momento solamente se cerró filas y se trató por igual a los derechistas de la fracción de 1976 que a los militantes honrados, hallándose un silencio y mitificando las acciones.

De igual modo se criticaba:

«Las mencionadas corrientes oportunistas pretenden sustituir a escala internacional la lucha de clases, por una llamada lucha del tercer mundo como fuerza motriz de la historia; preconizan el apoyarse en una de las dos superpotencias para combatir a la otra –en especial apoyarse en los EE.UU.–, así como el reforzamiento del ejército burgués en tanto que baluarte de la defensa de los intereses del pueblo y de la independencia nacional para apoyarse a una u otra potencia (¿)». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

No era una acusación sin fundamento. Se reflejaba en que los cabecillas fueron a parar a partidos como el PTE o la ORT de inspiración maoísta, que abanderaban junto al PCE (r) las teorías mencionadas del «tercer mundo como fuerza motriz de nuestra época» o que pregonaban la «necesidad de aliarse con EE.UU. para combatir a la URSS». Véase nuestro capítulo:  «La forma y contenido de las críticas hacia los adversarios políticos» de 2019.

Muchos dirigentes de la ORT-PTE acabaron en las filas del PCE donde desde hacía tiempo se venía hablando de la posibilidad de reforzar al ejército nacional burgués y lograr una tregua con las potencias imperialistas... Carrillo llegaría a declarar que no sacaría a España de la OTAN ni retiraría las bases estadounidenses de España. 

Lo mismo puede decirse del PCE (r) que promocionó la política belicista de China y apoyó a varios de los regímenes tercermundistas. Véase nuestra obra: «Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE(r) y las prácticas terroristas de los GRAPO» de 2017.

En el ámbito internacional, varios grupos maoístas sostenían estas tesis de «defensa de la burguesía nacional» y «el imperialismo más débil en «pro de la defensa nacional contra el imperialismo más agresivo». Véase nuestra obra: «Un rápido repaso histórico a las posiciones ultraoportunistas de Jacques Jurquet y el PCF-ML» de 2015.

Las propuestas de alianzas

Como hemos dicho, la escisión de 1976 no solo se concentraba en la reivindicación de que las acciones armadas fueron erróneas como decían algunos o en que la acción armada en general era inviable para la época como dejaban caer otros, sino que las divergencias también se encontraban en otra cuestión básica: se tenían desacuerdos en torno a las alianzas a contraer y sobre cómo encarar la lucha contra el revisionismo local. Esto puede verse en el libro de su líder Alejandro Diz: «La sombra del FRAP: Génesis y mito de un partido» de 1977. 

La dirección del PCE (m-l) pensó que debido a los recientes acontecimientos había cosas que cambiar:

«El papel del FRAP y la táctica frentista del PCE (m-l) en la nueva situación y ante la gran maniobra de la transición y el desplazamiento de los dirigentes de las fuerzas antifranquistas hacia una colaboración con la monarquía, debía ampliarse y adaptarse, tanto en sus formas organizativas como en las formas principales de lucha». (Grupo Edelvec; FRAP, 27 de septiembre de 1975, 1985)

Así pues, ante la imposición de la monarquía unos años antes de la muerte de Franco, el PCE (m-l) decidió poner atención a la cuestión republicana, y en especial, a aquellos elementos que si bien no aceptaban un republicanismo revolucionario como el que se contenía en el FRAP, pudieran ser aliados coyunturales para derribar la monarquía:

«Lo primero que debemos comprender y hacer comprender a los militantes del partido, es que la Convención Republicana no significaba el abandono de nuestra política del FRAP, sino todo lo contrario: es la prolongación dialéctica de nuestra política frentista, es la aplicación consecuente de esta política a una situación nueva. Es la política que nos permitieron romper el aislamiento en que querían sumirnos tanto la dictadura como los revisionistas y algunos grupos reformistas. (...) Esto necesita algunas precisiones: la primera es que al Convención Republicana no es una organización del partido y del FRAP, sino que en ella hay fuerzas y gentes de muy distinto signo ideológico. En estas circunstancias se trata de encontrar lo que es susceptible de unirnos a todos en contra de la monarquía. Hubiéramos podido imponer lo de Popular y Federativa, pero entonces la Convención se hubiera restringido, hubiera sido en realidad una nueva versión del FRAP. No es ese nuestro objetivo. La segunda cuestión. (...) El partido debe tener en todo momento posiciones muy claras. Y de la misma forma que no hacemos de nuestras posiciones cuestiones «sine qua non» para esta unidad, nos negamos como cuestión de principios a ocultar nuestros objetivos finales. Debemos conservar, nuestra propia personalidades e independencia de acción. (...) Debemos ser los más consecuentes luchadores por la República, por mantener y ampliar la unidad lograda, pero nos negaremos a ocultarnos, lo que sería un suicidio. (...) No podemos olvidar que la Convención Republicana no es más que un medio, tal vez transitorio, para movilizar contra la monarquía a sectores amplísimos de las masas, que ni se deciden a sumarse a las fuerzas oportunistas-colaboracionistas, ni tampoco a apoyar toda la política del FRAP, es decir, a sus puntos programáticos». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Informe del Comité Ejecutivo en la IIº Conferencia Nacional, 1976)

Esto era un plan totalmente lícito para las circunstancias creadas. Cualquiera que conozca la noción marxista de táctica, sabrá que:

«La táctica consiste en determinar la línea de conducta del proletariado durante un período relativamente corto de flujo o de reflujo del movimiento, de ascenso o de descenso de la revolución; la táctica es la lucha por la aplicación de esta línea de conducta mediante la sustitución de las viejas formas de lucha y de organización por formas nuevas, de las viejas consignas por consignas nuevas, mediante la combinación de estas formas, etc., etc. Mientras el fin de la estrategia es ganar la guerra, supongamos, contra el zarismo o contra la burguesía, llevar a término la lucha contra el zarismo o contra la burguesía, la táctica persigue objetivos menos esenciales, pues no se propone ganar la guerra tomada en su conjunto, sino tal o cual batalla, tal o cual combate, llevar a cabo con éxito esta o aquella campaña, esta o aquella acción, en correspondencia con la situación concreta del período dado de ascenso o descenso de la revolución. La táctica es una parte de la estrategia, a la que está supeditada, a la que sirve». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)

Según las memorias del ahora renegado Raúl Marco. En aquel entonces algunos elementos descontentos con la línea política del PCE (m-l), claramente ya configurados como fraccionalistas, no estaban de acuerdo con la política de alianzas y pedían más flexibilidad sobre las alianzas a contraer y cómo encarar el realizar dichos acercamientos:

«En Barcelona, los fraccionalistas intentaron montar una Asamblea Republicana con la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT), con Bandera Roja (BR), el partido (representado por ellos), el Partido Comunista de Cataluña (PCC). (…) Examinando los informes, se trataba de una intentona seria más, para liquidar al partido, so pretexto de salvarlo». (Raúl Marco; Ráfagas y retazos de la historia del PCE (m-l) y el FRAP, 2018)

Así que bajo el pretexto de aplicar la táctica de la Convención Republicana se intentó distorsionar la línea oficial del PCE (m-l) sobre dicho tema para crear sin autorización del partido nuevos contactos con las organizaciones oportunistas. Pero lo más importante es que era claro que la intención no era hacer un trabajo entre las bases dentro de ciertos frentes de masas donde se pudiera coincidir, como podría ser el caso de los sindicatos, sino que directamente se pretendía establecer lazos y amistad con las direcciones de las respectivas organizaciones revisionistas, las cuales por la época ya se habían plegado al colaboracionismo, a llevar a cabo una política de paz entre clases que iba en perjuicio de los intereses de todo el proletariado y que de paso ensuciaba la memoria y lucha de todos los comunistas.

La dirección del PCE (m-l) diría lo siguiente sobre las reticencias de los líderes de la fracción de 1976 a cumplir la política de alianzas del partido:

«No podemos colocar en el centro de nuestro trabajo de cara a las masas nuestra relación con esos grupos u organizaciones que representan la línea oportunista a la que hemos de esforzarnos por aislar y denunciar implacable y hábilmente ante las masas. Se trata de aplicar una política de principios en la que no abandonemos en ningún caso ni la iniciativa ni la dirección política a la zaga de cualquiera de ellos, pues ello supone confundir a las masas y arriar nuestra propia bandera para colocarnos de hecho a la zaga de la línea oportunista. En definitiva, la posición de los fraccionalistas antipartido y complotadores consistía en diluir la política del partido en el conjunto de la política de los grupos oportunistas, practicar la unidad sobre la base de mezclar y confundir posiciones, abandonando nuestra condición de partido dirigente en el actual proceso revolucionario que se desarrolla en el movimiento de masas. Es evidente que subsiste, y es inevitable, en el seno del partido, enquistados algunos camaradas y organizaciones, actitudes ideológicas próximas al oportunismo de derecha que hemos combatido. Es preciso, por ello, profundizar y desarrollar aún más la lucha ideológica en este terreno y dilucidar y comprender mejor la base objetiva de la política de masas del partido, y también el papel y la naturaleza objetiva y subjetiva de colaboraciones con la reacción de las corrientes, grupos y fuerzas oportunistas. Otro aspecto de nuestra labor en el frente de masas en los momentos actuales, es el de que hemos de comprender la importancia ideológica de dedicar lo esencial de nuestras energías y preocupaciones a nuestra labor revolucionaria entre el proletariado, en especial en las grandes fábricas y en las grandes concentraciones proletarias, así como también entre el proletariado agrícola. Es preciso comprender adecuadamente, desde el punto de vista ideológico, que en la actual coyuntura el proletariado de la ciudad y del campo constituye el terreno en el que han de chocar y romperse las maniobras de las oligarquías y de los oportunistas; pero ello a condición de que nuestro partido implante allí su línea, levante su propia bandera y sea capaz de orientar, movilizar y dirigir el impetuoso movimiento obrero que ya está en marcha». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

Creemos que estas palabras son impecables, si de algo ha adolecido el movimiento marxista-leninista los últimos años es de clarividencia ideológica, lo cual no excluye alianzas y colaborar con los militantes de base revisionistas en posturas concretas coincidentes e incluso con los líderes que verdaderamente se presten a ello, pero eso a la vez incluye una lucha despiadada y resuelta contra los jefes de esas sus organizaciones e ideas revisionistas que abanderan posiciones reaccionarias, de otro modo el partido que practique una serie de alianzas y pactos se perderá en un mar de formalismo y sonrisas con los cabecillas revisionistas, y muy seguramente después de perder la influencia sobre su propia militancia, será absorbido por otros aparatos revisionistas, ya que sus militantes no sabrán defender la línea del partido ni verán diferencias palpables con los revisionistas.

La mayoría de fraccionalistas derechistas de 1976 aprovecharían los contactos establecidos sin autorización del partido para una vez derrotados, acabar integrándose de inmediato en diversas organizaciones maoístas afines al PCE –ORT, PTE, etc.– o directamente dentro del propio PCE:

«Putxi: En ese momento estaba desarrollándose una fracción que rompe literalmente el partido.  (…) Empiezo a ver que Emilio García Prieto quiere integrar en la ORT a una parte del partido que ha roto con el sector llamémosle «dirigente», lo cual me sorprendió mucho en ese momento. De hecho yo no entré en la ORT. Otros compañeros sí entraron, otros fueron al PTE, y alguno como Luis Roncero al PCE, si bien muchos otros abandonaron la militancia activa». (Mariano Muniesa; FRAP: memoria oral de la resistencia antifranquista, 2015)

Un importante párrafo del congreso del PCE (m-l) de 1977 se refería a la lucha contra el liberalismo abanderado por la escisión de 1976:

«El liberalismo es un reflejo de las posiciones oportunistas de la pequeña burguesía en el seno del Partido y tiende a socavar la unidad y cohesión del mismo, llegando a convertirse, de no ser atacado, en una tendencia extremadamente perjudicial. Una de las manifestaciones más graves de liberalismo es la de desentenderse de las luchas ideológicas y políticas que vive el conjunto del partido, la de dejar todo lo que no le afecte a uno personalmente y como consecuencia de ello el debilitar, relegar u ocultar el papel que debe desempeñar el partido en esa lucha ideológica y política ante las masas. En su esencia, el liberalismo es una tendencia oportunista, arribista en el seno del partido, que se refleja en la actitud de trabajar poco y, sin embargo, aparentar lo contrario o, al menos, tratar de mantenerse en el cargo que se ocupa a cubierto, tratar de evitar las críticas y utilizar para ello los más diversos ropajes o argumentos. Así, por ejemplo, encontramos el caso de los camaradas que presumiendo de «veteranía» encubren en realidad su liberalismo, su negligencia en el trabajo y el estudio. Y encontramos también lo contrario, los camaradas u organizaciones que tratan de ocultar una actitud esencialmente liberal con argumentos acerca de su juventud, inexperiencia, etc. En cualquier caso, esta manifestación de liberalismo, basada en aceptar las tareas y luego no cumplirlas, es particularmente grave, a veces difícil de detectar, pero que por todos los medios necesitamos erradicar de las filas del partido para que este avance y se fortalezca». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

La concepción socialdemócrata de partido de los líderes de la oposición

Desde hacía tiempo, en el partido se venían registrando incomprensiones sobre la esencia de lo que era o debía ser la organización, efectos muy seguramente causados por la acción de los cabecillas de lo que luego serían los líderes de la fracción de 1976. 

F. Guadarrama decía en su artículo: «Contra el hipercriticismo»:

«En nuestro trabajo de organización hay que librar una lucha constante contra tendencias erróneas y pulir cada vez más una línea y estilo correctos. Esta línea y estilo no se consigue de una vez por todas, ni de forma igual en las distintas organizaciones y ramas del trabajo, sino que se van matizando a través de luchas parciales contra errores que surgen en determinados momentos y ante determinados problemas. Para poder mantener correctamente estas luchas se deben conocer las causas y manifestaciones de los principales errores. (...) ¿Qué es en líneas generales el hipercriticismo? El hipercriticismo es una manifestación pequeño burguesa que lleva a criticar «por sistema» todas las orientaciones o directrices que se dan, y a plantear dudas constantes hacia el conjunto de la actividad del partido. El hipercriticismo es una característica pequeño burguesa en la que priva la interpretación individual del trabajo y del papel del militante en la organización. El hipercriticismo está íntimamente ligado a las concepciones ultrademocráticas en materia de organización y llega en última instancia a la ruptura del centralismo democrático, arma imprescindible para el funcionamiento eficaz del partido. Las posturas hipercríticas, vienen dadas fundamentalmente, aunque a primera vista parezca paradójico, de una falta de investigación de los problemas y los hechos que se critican. Al no investigar y analizar a fondo las distintas contradicciones y aspectos que encierra cualquiera problema el «hipercrítico» se lanza «alegremente» a criticar, sin pararse a estudiar en detalle las orientaciones, directrices o problemas que se trate. (...) Un principio básico del método dialéctico, y que, por tanto debe asimilar todo militante comunista, es el de analizar los hechos y tendencias sin ideas preconcebidas. (...) El que cae en posturas hipercríticas quiere ver acabada y perfecta desde el principio cualquier tarea, sin comprender que, en especial las más complicadas, requieren un tiempo entre que se elabora y expone su necesidad y el llevarla a la práctica, rectificando errores o deficiencias que se dan en su aplicación. El que una tarea u orientación no se logre realizar plenamente desde un principio no debe conducirnos a creer que globalmente es errónea o injusta, pues ello nos llevaría a no persistir en nuestras tareas y abandonarlas a medio camino. (...) El hipercriticismo surge además, al considerar como fundamentales aspectos o errores que son secundarios a la hora de analizar un problema, una tendencia o a una persona. Este error antidialéctico lleva necesariamente a posturas hipercríticas, que no ayudan a conocer y resolver los problemas». (Vanguardia Obrera; Nº85, 1974)

En cuanto a la fracción de 1976, lejos de tener razón, en la mayoría de sus postulados demostraron ser claramente una desviación derechista con objetivos completamente irreales, empezando por su reivindicación de un acercamiento o fusión con las organizaciones revisionistas para afianzar presuntamente las luchas obreras. Pero no sería el único punto. Lo mismo podemos decir de su propio concepto de partido, el cual rezumaba una clara concepción liberal y antistalinista. En el pensamiento de Alejandro Diz, el concepto de disciplina está totalmente ausente, concibe un partido pequeño burgués donde el sujeto rechaza someterse a la disciplina de la dirección colectiva, incluso se indigna porque entre las normas se contempla la posibilidad de sancionar a los militantes:

«En cuanto a los Estatutos del PCE ml son un auténtico decálogo represor. (…) El militante está permanentemente amenazado por las tenazas de nada menos que siete posibles variantes de sanciones, (…) Con esta espada de Damocles de siete filos pendientes constantemente de la cabeza de la militancia. (…) Su concepción de partido no se sale de los límites de los esquemas clásicos stalinistas. (…) Funcionamiento ultracentralizado y burocrático. (…) El mito del monolitismo está basado en una férrea disciplina, rayana en lo militar como dijo Lenin». (Alejandro Diz; La sombra del FRAP; Génesis y mito de un partido, 1977)

¿Qué contestar a esto? ¡Que el señor Diz se parece demasiado en sus quejas menchevizantes a Mártov, Axelrod, Trotsky y compañía!:

«Este anarquismo señorial es algo muy peculiar del nihilista ruso. La organización del Partido se le antoja una «fábrica» monstruosa, la sumisión de la parte al todo y de la minoría a la mayoría le parece un «avasallamiento». (...) La división del trabajo bajo la dirección de los organismos centrales suscita en él chillidos tragicómicos contra quienes pretenden convertir a los hombres en «ruedas y tornillos» de un mecanismo –y entre estas transformaciones, la que juzga más espantosa es la de los redactores en simples colaboradores–, toda mención de los estatutos de organización del Partido le mueve a un gesto de desprecio y a la observación desdeñosa –dirigida a los «formalistas»– de que se puede vivir sin estatutos. (…) Pero cuanto más se adentra uno en el bosque tanta más leña se encuentra: los intentos de analizar y definir exactamente el odioso «burocratismo» conducen inevitablemente al autonomismo; los intentos de «profundizar» y fundamentar, llevan indefectiblemente a justificar el atraso, llevan al seguidismo, a la fraseología girondina. Por último, como único principio efectivamente definido, y que por ello mismo se manifiesta con peculiar claridad en la práctica –la práctica precede siempre a la teoría–, aparece el principio del anarquismo. Ridiculización de la disciplina –autonomismo– anarquismo: he ahí la escalera por la que ora baja ora sube nuestro oportunismo en materia de organización, saltando de peldaño en peldaño y evitando hábilmente toda formulación precisa de sus principios. Exactamente la misma gradación presenta el oportunismo en cuanto al programa y a la táctica: burla de la «ortodoxia», de la estrechez y de la inflexibilidad –«crítica» revisionista y ministerialismo– democracia burguesa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un paso adelante, dos pasos atrás, 1904)

Otro miembro de la facción de 1976, que hoy no solo reniega de toda la línea revolucionaria del PCE (m-l), sino también del comunismo como tal, nos dice:

«En realidad los partidos comunistas eran especies de vaticanos laicos, y los marxista-leninistas éramos como una secta cerrada». (Periodista Digital; Catalán Deus (ex FRAP): «No entiendo a los jóvenes que creen que la violencia es la solución», 2017)

Como vemos en estas líneas, esto es una desviación revisionista derechista muy clara:

«Con el fin de rechazar las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre el papel y la importancia de la organización del partido, los enemigos de la clase obrera y del marxismo-leninismo, los oportunistas y revisionistas, antiguos y nuevos, niegan el principio del centralismo democrático, considerándolo como innecesario, como un principio que hace al partido burocrático, que marchita la iniciativa de las masas de los miembros del partido y evita su participación en la solución de problemas. Bajo el pretexto de la supuesta democracia y la libertad de opinión, algunos revisionistas, que toman el punto de vista liberal-anarquista, niegan la necesidad de que el centralismo en el partido y se oponen al principio de que todo el trabajo y la actividad del partido deben estar centralizadas y llevadas a cabo bajo el liderazgo de un solo centro. De acuerdo con estos revisionistas, la concentración del liderazgo en un solo centro niega los órganos inferiores, inhibe su iniciativa, y así sucesivamente. Por lo tanto, dicen, los órganos inferiores deben trabajar de forma independiente del centro y ser completamente autónomos. Por otro lado, consideran que la disciplina dentro del partido, y la aplicación obligatoria de las decisiones, como requisito irrazonable y contrario a la democracia, lo que impide la iniciativa de las masas y los coloca bajo el dictado de los órganos superiores o la minoría. Ellos niegan la necesidad de la participación de todos los miembros del partido, sin excepción, en una de las organizaciones de base, y describen el requisito obligatorio de rendir cuentas de las funciones que desempeñan como ultra-democracia, es decir, una distorsión de la democracia. La base ideológica y de clase de estos puntos de vista y teorías revisionistas que niegan el principio del centralismo democrático y sus requisitos, hay que buscarla en la ideología burguesa y pequeñoburguesa; en el intelectualismo burgués, el liberalismo y el anarquismo». (Petro Ciruna y Pandi Tase; La degeneración organizativa de los partidos revisionistas y sus consecuencias, 1978)

Deus cree que con la acusación de «secta» hacia los comunistas realiza un jaque mate en el debate organizativo. ¿Pero acaso existe algo más endogámico que la militancia podrida de los partidos burgueses? ¿Hay algo más dogmático que defender de la propiedad privada de los medios de producción como un derecho del ser humano» o la creencia en la «división natural y eterna» entre ricos y pobres, así como otras paparruchas?

Las exigencias de los comunistas sobre organización no son un capricho, tampoco un deseo de perpetuar a una casta de intelectuales, sino que responde a una realidad muy concreta:

«La burguesía es la clase dominante de la sociedad capitalista. Su concepción del mundo inspira todo el ambiente de esta sociedad. Su realidad como clase es inmediatamente evidente. Cuenta con todos los recursos en sus manos, con todos los medios de instrucción, de organización y de acción. No se halla embrutecida ni agobiada por sus ocupaciones. Por lo tanto su conciencia de clase se engendra de una manera natural y espontánea y no necesita una disciplina rígida para organizarse como clase, en circunstancias normales.

Todo lo contrario le ocurre a la clase obrera. Por ello, esta clase sólo puede organizarse si sabe implantar en las filas de su vanguardia militante –el Partido marxista-leninista– una disciplina de hierro, si esta vanguardia sabe llevar la dirección única de todas las organizaciones de clase y de las masas no organizadas.

La disciplina de hierro, la cohesión monolítica, son características peculiares de los partidos marxista-leninistas, que diferencian a estos partidos de los partidos revisionistas y socialdemócratas y de las agrupaciones políticas de la burguesía y de la pequeña burguesía.

La clase obrera está acostumbrada a esta disciplina, puesto que es similar a la disciplina de la organización fabril. En cambio los elementos pequeño burgueses e intelectuales que no han asimilado enteramente la concepción proletaria del mundo, no son capaces de soportar esta disciplina que se les antoja «cuartelaria». Pues bien, precisamente el Partido es el Estado Mayor del gran ejército de los oprimidos y explotados y necesita una disciplina tan rígida como la disciplina militar –aunque cualitativamente distinta–.

Sólo un Partido que sabe imponer en sus propias filas una disciplina de hierro podrá dirigir a la clase obrera y a todo el pueblo a la revolución. Plantearse tan gigantescas tareas con un Partido que debe necesariamente abarcar a una pequeña minoría de la clase obrera, si este Partido no está férreamente unido es una tarea sin perspectivas de triunfo.

La disciplina implica el más riguroso centralismo y la negación del autonomismo, el federalismo y demás «principios» oportunistas que van en contra del centralismo democrático.

En el Partido debe haber «autonomía» de cada organización, pero esa autonomía relativa no es un principio de dirección, sino un método de trabajo. Es decir, que esa autonomía no limita los derechos de los órganos superiores del Partido, sino que consiste en el derecho y el deber de cada organización del Partido de desplegar la máxima iniciativa en el desempeño de sus tareas, dentro del cumplimiento de las instrucciones de los órganos superiores. La autonomía consiste, pues, en que al encomendar la ejecución de una tarea a una organización del Partido, el órgano superior que se la encomienda debe concederle el margen necesario de iniciativa propia.

Pero incluso esa autonomía, que no es un principio de dirección, sino sólo un método de trabajo, no debe ir tan lejos que impida o dificulte el control sistemático de la ejecución de las tareas encomendadas.

Es misión de los órganos dirigentes del Partido saber Combinar el control con el margen de iniciativa, de modo que no se caiga ni en el liberalismo ni en el ultracentralismo burocrático –el cual mata la iniciativa de los militantes y de los órganos inferiores– pero combinar ambos aspectos es tarea que incumbe a los órganos dirigentes, de modo que una organización del Partido no puede actuar en este punto a su buen saber y entender o atribuirse a sí misma el margen de autonomía que entienda necesario.

La disciplina partidaria no debe ser una disciplina ciega. Es por eso por lo que no es una disciplina cuartelaria. Nuestra disciplina es consciente, está basada en el conocimiento de unos principios organizativos, en la comprensión de las razones ideológicas de esos principios y en la libre admisión de esa disciplina, puesto que el ingreso en el Partido es voluntario y ese ingreso no puede realizarse sin conocer los Estatutos del Partido.

Nada más absurdo, pues, que calificar nuestra disciplina de «ciega». Un militante puede no comprender las razones concretas por las que se le encomienda una tarea, pero lo que sí es necesario es la subordinación de la minoría a la mayoría y de los órganos inferiores a los superiores». (Elena Ódena; Notas para la escuela del partido, 1981)

¿Y qué pasa sobre la famosa democracia interna?:

«14. El partido comunista debe estar basado en una centralización democrática. La constitución mediante elecciones de los comités secundarios, la sumisión obligatoria de todos los comités al comité superior y la existencia de un centro provisto de plenos poderes cuya autoridad no puede, en el intervalo entre los congresos del partido, ser cuestionada por nadie, esos son los principios esenciales de la centralización democrática.

15. Toda una serie de partidos comunistas en Europa y en América son puestos al margen de la legalidad por el estado de excepción. Es conveniente recordar que el principio electivo puede sufrir, bajo esas condiciones, algunos inconvenientes y que puede ser necesario acordar a los órganos directivos del partido el derecho a designar nuevos miembros. Así ocurrió en Rusia. Durante el estado de excepción, el partido comunista evidentemente no puede recurrir al referéndum democrático siempre que se plantee un problema grave –como pretendía un grupo de comunistas norteamericanos–. Por el contrario, debe darle a su núcleo dirigente la posibilidad y el derecho de decidir rápidamente en el momento oportuno, en nombre de todos los miembros del partido.

16. La reivindicación de una amplia «autonomía– para los grupos locales del partido en estos momentos no puede sino debilitar las filas del partido comunista, disminuir su capacidad de acción y favorecer el desarrollo de las tendencias anarquistas y pequeño burguesas opuestas a la centralización.

17. En los países donde el poder se halla todavía en manos de la burguesía o de la socialdemocracia contrarrevolucionaria, los partidos comunistas deben yuxtaponer sistemáticamente la acción legal y la acción clandestina. Esta última siempre debe controlar efectivamente a la primera. Los grupos parlamentarios comunistas, al igual que las fracciones comunistas que operan en el seno de las diversas instituciones estatales, tanto centrales como locales, deben estar totalmente subordinados al partido comunista, cualquiera que sea la situación, legal o no, del partido. Los funcionarios que de una u otra manera no se someten al partido comunista deben ser expulsados. La prensa legal –diarios, ediciones diversas– debe depender en todo y para todo del conjunto del partido y de su comité central». (Internacional Comunista; Resolución sobre el papel del partido comunista en la revolución proletaria, 1920)

Es más, como se dice en esta cita, hay que comprender y recalcar la imperiosa gradualidad de la «democracia interna» dependiendo la situación a la que se enfrenta el partido, algo que analizando el PCE (m-l) y una etapa de clandestinidad como el franquismo y los primeros años del postfranquismo, es importantísimo cuando tratamos las acusaciones de falta de democracia, sobre todo si tenemos en cuenta que el partido no sería legalizado hasta 1981, y por tanto, no era posible mantener un cauce normal de reuniones, votaciones y demás de forma regular.

Otra cosa muy distinta, es que en periodos de relativa «tranquilidad» para el partido, y por encima de todo, ya bajo el poder –y en ausencia de una situación extrema como una guerra– el partido no ejercite la democracia interna: con la elección de los cargos y otros menesteres. Esto de hecho fue criticado por Stalin en relación a los líderes del revisionismo yugoslavo, por tanto este defecto no forma parte de una «característica stalinista», sino antistalinista:

«El Partido Comunista de Yugoslavia se mantiene todavía en una condición de semiclandestinidad no obstante el hecho de que hace ya tres años y medio que está en el poder; dentro del partido no hay democracia, ni elecciones, ni crítica y autocrítica, y el Comité Central del Partido Comunista de Yugoslavia se compone en su mayor parte de miembros no elegidos, sino cooptados. (…) Como puede verse en los archivos de la Internacional Comunista, en el Vº Congreso del PCY fue celebrado en octubre y no en diciembre de 1940, no fueron elegidos treinta y uno miembros del Comité Central del PCY y diez candidatos, sino que fueron un total de veintidós miembros al Comité Central y seis candidatos. (…) Si, de veintidós miembros, diez fallecieron, esto nos deja doce miembros electos. Si dos fueron expulsados, esto nos deja diez. Tito y Kardelj dicen que ahora hay veintiséis miembros del Comité Central del PCY; entonces, si de estos sustraemos los diez por las causas antes comentadas, esto nos deja un total de dieciséis miembros cooptados en el presente Comité Central del PCY. Con esto se deduce que la mayoría de miembros del Comité Central del PCY han sido cooptados». (Carta del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética dirigida al Comité Central del Partido Comunista de Yugoslavia; 4 de mayo de 1948)

Sobre el libro de Alejandro Diz «La sombra del FRAP; Génesis y mito de un partido», Riccardo Gualino, exmilitante del PCE (m-l) resumiría bien sus críticas al partido y su pensamiento:

«En este libro Alejandro reniega de toda su trayectoria política, ataca al partido y sus dirigentes, calumnia a la dirección, insinúa cosas muy graves sin prueba alguna, con un furor absolutamente destructivo. El eje de los argumentos de Alejandro era la democracia, su ausencia en el seno del partido, ilustrada con gran abundancia de datos. Insinuaba la posibilidad de organizar una nueva formación política. En todo caso esto no sucedió y los que abandonaron el partido con él se desperdigaron por otras organizaciones políticas o se retiraron de la militancia. (…) Bajo las condiciones de dureza y clandestinidad de nuestro partido era más difícil actuar, pero era mucho más fácil mantener la cohesión dentro del partido y justificar sus métodos de funcionamiento en la clandestinidad. Alejandro nunca antes había manifestado su intolerancia a una democracia evidentemente limitada en las filas del partido. Es más, quien lo conocía percibía en él una evidente rigidez en su comportamiento y una exaltación acrítica de la dirección del partido y sus decisiones». (Riccardo Gualino; FRAP: una temporada en España, 2010)

Alejandro Diz también propagaba la ideal liberal de que a mayor número de partidos mayor democracia y progresismo. Como si cada partido no representase el pensamiento predominante de una clase social y no llevase implícito su ideología. De igual forma y bajo la excusa de que la clase obrera es muy diversa internamente con aspiraciones muy variadas, se animaba a cambiar la concepción marxista de un único partido del proletariado en el poder por una multitud de partidos:

«El problema clave, posteriormente, seria definir el contenido que debía tener ese régimen, si el de dictadura del proletariado o dictadura del partido, como ha sido hasta ahora la experiencia de todos los países llamados socialistas. Además, quedaría aún por resolver el problema de su un partido obrero único o pluralidad de partidos de los trabajadores. (…) Un solo partido no refleja las verdaderas características y complejidades de los trabajadores en la sociedad moderna». (Alejandro Diz; La sombra del FRAP; Génesis y mito de un partido, 1977)

Entre toda esta amalgama de concepciones extrañas al marxismo, se concebía la cuestión del multipartidismo en el socialismo e incluso en el comunismo, ¿de dónde venían estas ideas? Entre otros, del famoso líder socialdemócrata Otto Bauer:

«Bauer nunca se ha sacado del bolsillo una teoría tan banal como esa teoría de los partidismos en la sociedad socialista. Indudablemente, en la sociedad socialista avanzada cada nuevo problema provocará diversidad de opiniones; problemas sobre la urbanización, sobre la producción, etc., desencadenarán grandes discusiones entre las masas populares –y en la URSS hay una serie de discusiones de tal naturaleza– y hallarán su solución en los modos democráticos más variados. Pero, ¿cómo han de crear partidos en la lucha por semejantes problemas? El uno es partidario de ciudades-jardines; el otro, de colonias cerradas; entonces, creemos dos partidos distintos, con sus comités centrales, sus funcionarios, sus periódicos y sus programas. Al mismo tiempo se discute el problema de si se debe educar a los niños en escuelas con internados o en escuelas sin internado. Volvamos a crear dos partidos. (…) Puede haber diferencias de opinión y discusiones sobre muchos problemas concretos que no se refieren al objetivo y a la línea, sino a su aplicación diaria.  (…) En la sociedad sin clases puede haber una serie de intereses especiales, pero más fuerte que esos intereses especiales es el interés común, puesto que no hay clases. Por eso en la sociedad sin clases habrá, sí, diversas organizaciones, pero no diversos partidos». (Ernst Fischer; Cómo Otto Bauer inventa nuevas teorías, 1936)

Y a su vez, las ideas sembradas por Bauer fueron recogidas por gente como Mao o Carrillo, quienes haciéndose eco del gradualismo reformista, teorizaron que durante mucho tiempo coexistirán el partido del proletariado y los partidos burgueses y pequeño burgueses:

«Junto al partido comunista coexisten diversos partido y grupos democráticos cuyo fundamento social es la burguesía nacional, la capa superior de la pequeña burguesía y sus intelectuales. (...) El régimen político socialista chino es pues un régimen de un solo partido, sino de varios. (...) Los hombres de los partidos y grupos democráticos ocupan importantes puestos en el gobierno y en el aparato del Estado; ejercen una real influencia en los asuntos públicos». (Santiago Carrillo; Sobre una singularidad de la revolución china: la alianza de los capitalistas nacionales con el proletariado, 1957)

Para empezar, todos los marxista-leninistas han esgrimido que el partido marxista-leninista, o comunista, como prefieran llamarlo, no puede compartir el papel de vanguardia con otros partidos en ninguna etapa de la revolución, predominen en esta las tareas antifascistas, antiimperialistas, antifeudales, anticoloniales o socialistas, pero mucho menos cede su rol durante el mantenimiento de la dictadura del proletariado, en especial una vez tomado el poder y construido en lo económico el socialismo. 

Los partidos representan a las clases, y la clase obrera sólo tiene el partido comunista como verdadero representante ya que es el único que está armado con su ideología, es su única herramienta para guiarle en la transformación social que busca. Como decíamos, el resto de partidos pueden colaborar, ser buenos auxiliares en las grandes luchas, ya que aquellos que se acerquen al partido comunista representarán sobre todo a capas pequeño burguesas, pero su papel desaparece totalmente una vez construido el socialismo, donde el partido comunista debe haber extendido su red de influencia tanto en la cuidad como en el campo, y dónde al haber puesto en práctica la confiscación de la propiedad de las clases explotadoras, organizado y planificado la producción, se ha empezado a construir el socialismo en lo económico,  mientras que al avanzar a su vez en la transformación ideológica, se habrá roto el esquema de las viejas clases explotadoras: así, por ejemplo, el obrero no será más una clase explotada como en el capitalismo, ya que no existe la propiedad privada del burgués ni las relaciones de producción que ver nacer la plusvalía, el obrero ahora tendrá el poder político, el control de la producción y la hegemonía de la cultura nacional. Por otro lado, el campesinado, aunque muchos de sus miembros contarán con fuertes reminiscencias pequeño burguesas en lo ideológico, tampoco será el antiguo campesino que cultivaba su parcela de forma individual, sino que a través de la cooperativización y las granjas estatales será otro trabajador que cada vez se acercará más al obrero limando las antiguas diferencias sociales e ideológicas. Lo mismo decir de la capa de la intelectualidad, ella ya no nacerá de las viejas clases explotadoras como solía pasar antaño, ni se venderá a sueldo del gobierno burgués para subsistir, en esta etapa dicha capa nacerá entre los trabajadores de la ciudad y el campo, y contribuirá con su labor intelectual al socialismo. En este punto, el partido comunista será el único representante de las nuevas clases trabajadoras, en el camino hacia el comunismo irán borrando sus diferencias en cuestiones como la división físico-intelectual o la diferenciación entre campo-ciudad. Todo este cambio ejercido en la sociedad, elimina todavía más si cabe el sentido de otros partidos:

«¿Qué evidencian estos cambios? Evidencian, en primer lugar, que las líneas divisorias entre la clase obrera y los campesinos, así como entre estas clases y los intelectuales, se están borrando, y que está desapareciendo el viejo exclusivismo de clase. Esto significa que la distancia entre estos grupos sociales se acorta cada vez más. Evidencian, en segundo lugar, que las contradicciones económicas entre estos grupos sociales desaparecen, se borran. Evidencian, por último, que desaparecen y se borran, igualmente, sus contradicciones políticas. (…) En cuanto a la libertad para los diferentes partidos políticos, nosotros mantenemos una opinión un tanto diferente. Un partido es una parte de una clase, su parte de vanguardia. Varios partidos y, por consecuencia, la libertad de partidos, sólo pueden existir en una sociedad en la que existen clases antagónicas, cuyos intereses son hostiles e irreconciliables; en una sociedad donde, por ejemplo, hay capitalistas y obreros, terratenientes y campesinos, kulaks y campesinos pobres, etc. Pero en la Unión Soviética ya no hay clases como los capitalistas, los terratenientes, los kulaks, etc. En la Unión Soviética no hay más que dos clases: los obreros y los campesinos, cuyos intereses, lejos de ser hostiles, son, por el contrario, afines. Por lo tanto, en la Unión Soviética no hay base para la existencia de varios partidos y, por consiguiente, para la libertad de esos partidos. En la Unión Soviética sólo hay base para un solo partido: el partido comunista. En la Unión Soviética sólo puede existir un partido, el partido comunista». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Sobre el proyecto de constitución en la Unión Soviética, 1936)

Estos cambios en la sociedad, que acabamos de sintetizar con la máxima brevedad en la cita de Stalin, lo comprendió perfectamente Enver Hoxha, en cuanto a la relación en el cambio de las clases sociales desde la toma de poder a la construcción del socialismo y la relación de esto con la existencia de los partidos:

«En las condiciones de una revolución democrático popular y de la lucha de liberación nacional, cuando existen varios partidos burgueses y pequeñoburgueses, el partido comunista puede y debe esforzarse por colaborar con ellos en el marco de un amplio frente democrático popular o de liberación nacional. (...) Una vez instaurada y consolidada la dictadura del proletariado bajo la dirección del partido comunista, la existencia por un largo tiempo de otros partidos, incluso «progresistas», en el frente o fuera de él, no tiene ningún sentido, ninguna razón de ser, ni siquiera formalmente en nombre de la tradición. (...) Dado que la lucha de clases continúa durante el período de la construcción de la sociedad socialista y de la transición al comunismo, y que los partidos políticos expresan los intereses de determinadas clases, la presencia de otros partidos no marxista-leninistas en el sistema de dictadura del proletariado, sobre todo después de la edificación de la base económica del socialismo, sería absurda y oportunista. La inexistencia de otros partidos lejos de perjudicar a la democracia, no hace más que consolidar la verdadera democracia proletaria. El carácter democrático de un régimen no se mide por el número de partidos, sino que viene determinado por su base económica, por la clase que está en el poder, por toda la política y la actividad del Estado, por el hecho de si ésta se realiza o no en interés de las amplias masas populares, de si les sirve o no». (Enver Hoxha; Sobre el papel y las tareas del Frente Democrático, 1967)

Similares comentarios pueden ser vistos en Georgi Dimitrov y otros.

Las críticas oportunistas al programa del partido

Alejandro Diz, se reiría del programa del PCE (m-l) al cual citaba:

«Para llevar a cabo la revolución democrático popular y antiimperialista en España, la alianza obrero-campesina es decisiva». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del Iº Congreso del PCE (m-l), 1973)

Diz comenta que la concepción de la alianza obrero-campesina iba en contra de la realidad política y la dinámica de las clases sociales en un proceso revolucionario:

«De nuevo la varita mágica de la todopoderosa voluntad del partido de vanguardia es lo esencial para llegar a una sólida unidad entre la clase obrera y el campesinado. ¿No es esto pura metafísica, alejada años luz de la realidad política y de la dinámica de las clases sociales en un proceso revolucionario?». (Alejandro Diz; La sombra del FRAP; Génesis y mito de un partido, 1977)

Aquí Alejandro Diz es «más trotskista que Trotski», «más papista que el Papa», negando el papel fundamental que ha tenido el campesinado en las revoluciones históricas. Aunque sea el ABC del marxismo repasemos a propósito el porqué de la posibilidad y la necesidad de esa alianza, y rápido descubriremos porqué para Alejandro Diz la cuestión de lograr la alianza obrero-campesina es cuestión de continuo desdén:

«En este sentido, la cuestión campesina es una parte de la cuestión general de la dictadura del proletariado y, como tal, una de las cuestiones más palpitantes del leninismo.

La indiferencia, e incluso la actitud francamente negativa de los partidos de la II Internacional ante la cuestión campesina, no se debe sólo a las condiciones específicas del desarrollo en el occidente. Se debe, ante todo, a que esos partidos no creen en la dictadura del proletariado, temen la revolución y no piensan en llevar al proletariado al poder. Y quien teme la revolución, quien no quiere llevar a los proletarios al poder, no puede interesarse por la cuestión de los aliados del proletariado en la revolución; para esa gente, la cuestión de los aliados es una cuestión sin importancia, sin ninguna actualidad. Los héroes de la II Internacional consideran su actitud irónica hacia la cuestión campesina como de buen tono como marxismo «auténtico». En realidad, esta actitud no tiene ni un ápice de marxismo, pues la indiferencia ante una cuestión tan importante como la campesina, en vísperas de la revolución proletaria, es el reverso de la negación de la dictadura del proletariado, un síntoma indudable de franca traición al marxismo.

La cuestión se plantea así: ¿están ya agotadas las posibilidades revolucionarias que, como resultado de determinadas condiciones de su existencia, encierra en su seno la masa campesina o no lo están? Y, si no lo están, ¿hay la esperanza de aprovechar estas posibilidades para la revolución proletaria, de convertir al campesinado, a su mayoría explotada, de reserva de la burguesía, como lo fue durante las revoluciones burguesas del Occidente y lo sigue siendo en la actualidad, en reserva del proletariado, en aliado de éste?, ¿hay fundamento para ello?

El leninismo da a esta pregunta una respuesta afirmativa, es decir, reconoce la existencia de una capacidad revolucionaria en la mayoría de los campesinos y la posibilidad de aprovechar esa capacidad en interés de la dictadura del proletariado.

La historia de tres revoluciones en Rusia confirma plenamente las conclusiones del leninismo a este respecto.

De aquí la conclusión práctica de apoyar a las masas trabajadoras del campo en su lucha contra el sojuzgamiento y la explotación, en su lucha por redimirse de la opresión y de la miseria. Esto no significa, naturalmente, que el proletariado deba apoyar todo movimiento campesino. Debe apoyar, concretamente, los movimientos y las luchas de los campesinos que contribuyan directa o indirectamente al movimiento de liberación del proletariado, que, de una u otra forma, lleven el agua al molino de la revolución proletaria, que contribuyan a convertir a los campesinos en reserva y aliado de la clase obrera». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Los fundamentos del leninismo, 1924)

José Catalán Deus abandonaría también en 1976. Años después relataba por qué discrepaba de los lineamientos básicos del PCE (m-l). En realidad sus razones son muy similares a las que daba Alejandro Diz. Tampoco desaprovechó la oportunidad para instar a la izquierda domesticada de nuestros días para que siga rechazando las posiciones revolucionarias de estos grupos de antaño:

«En cuanto a la inquina contra el enemigo político, en cuanto a la cerrazón ante otras posiciones, en cuanto a los juicios maximalistas sobre los pecados del capitalismo y no reconocer sus aportaciones, y en cuanto a presentar como ejemplo sobre a donde ir, a regímenes que no lo son, y sistemas ideológicos, políticos y organizativos que no son ejemplos, ahí veo que es triste que se repita la historia. (...) Podemos tiene mucho que leer aquí para no cometer errores parecidos». (Periodista Digital; Catalán Deus (ex FRAP): «No entiendo a los jóvenes que creen que la violencia es la solución», 2017)

Estas declaraciones ni merecen la pena ser comentadas ya que hablan por sí solas. En realidad sus razones son muy similares a las que daba Alejandro Diz. Pero aquí nuestro afable personaje aprovecha para para instar a la izquierda domesticada para que siga rechazando las posiciones revolucionarias de estos grupos de antaño. Curiosamente en diversas entrevistas ha manifestado que para él Podemos es «demasiado radical», lo que ya nos da una idea de las posiciones políticas de este hombre. 

Así pues, el hilo conductor de su relato es tan viejo como el oportunismo infiltrado en el movimiento obrero:

«¿En qué reside el error fundamental de todos estos argumentos oportunistas? En que suplantan en realidad la teoría socialista de la lucha de clases, única fuerza motriz verdadera de la historia, por la teoría burguesa del progreso «solidario», «social». Según la teoría del socialismo, es decir, del marxismo –hoy no puede hablarse en serio de un socialismo no marxista–, la fuerza motriz verdadera de la historia es la lucha revolucionaria de clases; las reformas son un producto accesorio de esta lucha; accesorio, por cuanto expresan el resultado de los intentos frustrados por atenuar esta lucha, por debilitarla, etc. Según la teoría de los filósofos burgueses, la fuerza motriz del progreso es la solidaridad de todos los elementos de la sociedad, que comprenden el carácter «imperfecto» de tal o cual institución. La primera teoría es materialista, la segunda idealista. La primera es revolucionaria. La segunda, reformista. La primera sirve de base a la táctica del proletariado en los países capitalistas modernos. La segunda sirve de base a la táctica de la burguesía. De la segunda teoría se deriva lógicamente la táctica de los progresistas burgueses comunes: apoyar siempre y en todas partes «lo mejor»; elegir entre la reacción y la extrema derecha de las fuerzas que se oponen a esa reacción. De la primera teoría se deriva lógicamente la táctica revolucionaria independiente de la clase avanzada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)

Ahora incluso Catalán Deus llega la alabar la llamada «transición», la monarquía, la «razón que demostró tener la derecha», incluso «las cosas buenas de Franco»:

«El FRAP, los revolucionarios en el 1975 queríamos hacer una revolución proletaria, que menos mal que no salió, ¿no? Por tanto considerábamos que la transición una cosa pequeña, de circunstancias, pactada y que no era muy grande, pero a la vista de sus resultados, fue bastante seria y a la cual debemos muchos, y en cuanto al régimen que salió de ella, la monarquía parlamentaria, tiene defectos importantes, pero tiene enormes virtudes. (…) No son justas las acusaciones [hacia el PCE], creo que lo que hizo el PCE en la transición estuvo bien. (…) Lo curioso y lo tremendamente sorprendente es descubrir que la derecha que se llamaba franquista y que siendo evolucionista no quería ir ni tan deprisa ni tan lejos, ves que tenían razón en muchas cosas. (…) Con respecto al nacionalismo y a muchas cosas. (…) Insultando, denostando y culpando a Franco de todo… (…) Es no ir al fondo de lo que hizo, de lo que fue, y de lo que supuso su régimen. Esto de que todo tenía que ser malo [en el franquismo] es absurdo, y creo que Franco dentro de las cosas que hizo mal, hizo también muchas bien, que demostró mucha valía. (…) Incluso sabía a dónde caminaba el país y de alguna manera lo veía inevitable». (Periodista Digital; Catalán Deus (ex FRAP): «La derecha tenía razón sobre cómo hacer la Transición», 2018)

El lector no debe equivocarse una cosa que más adelante comprobará: el destino de los líderes opositores de 1976 y sus vergonzantes posiciones políticas como los Hermanos Diz o Deus Catalán, no significa que la cúpula del PCE (m-l) no tuviese errores, o que incluso algunas figuras como Raúl Marco o Blanco Chivite acabasen en posiciones iguales o más retardatarias que los opositores sobre muchas cuestiones. Pero para comprobar eso el lector nos deberá acompañar en los capítulos siguientes.

El antistalinismo de los opositores

«El problema de la defensa de Stalin, cuando ya había suficientes elementos de juicio como para cuestionarse toda la etapa stalinista». (Alejandro Diz; La sombra del FRAP; Génesis y mito de un partido, 1977)

No estamos utilizando las citas de Stalin por casualidad. Podríamos haber optado usar cualquier obra magna de cualquier dirigente comunista, pero hemos elegido durante este capítulo la obra del georgiano, porque precisamente los líderes de la escisión de 1976 eran, como la escisión de 1965 que vimos anteriormente, unos abiertos antistalinistas. Véase el capítulo: «Las tempranas e inesperadas escisiones del PCE (m-l) en 1965» de 2020.

La dirección máxima mantenía otra postura:

«Desde hace ya muchos años los revisionistas en España y en todas las latitudes, a coro con la reacción mundial, han dedicado grandes esfuerzos y medios a la labor de denigrar, calumniar y ocultar la gran figura revolucionaria del indiscutible dirigente comunista, de talla internacional, que fue Iósif Stalin, así como sus importantes obras teóricas e ideológicas. Pero para la historia moderna, para el proletariado mundial y para toda la humanidad progresista, Stalin ha sido y será siempre el gran continuador y el más fiel y brillante alumno del inmortal Lenin.

Tras la muerte de Lenin, Stalin ha sido el dirigente comunista más atacado y más odiado por la reacción y por todos los renegados del marxismo-leninismo. Acusando a Stalin de dogmático y de «déspota», los ideólogos de la reacción han hecho coro en sus ataques contra Stalin con los renegados revisionistas de toda ralea, para así asestar un pérfido golpe a los fundamentos mismos del marxismo-leninismo y de la revolución, ya que toda la vida y obra de Stalin están ligados a un decisivo período de la historia moderna de la humanidad, como es la Revolución de Octubre de 1917 y la construcción del socialismo en el primer país donde el proletariado conquistó el poder mediante la revolución proletaria, y aplastó el poder capitalista y reaccionario de la burguesía y del imperialismo.

Al acusar vilmente a Stalin de toda suerte de crímenes e injusticias, la reacción, y más tarde junto a ella los revisionistas y renegados, pretendían sembrar el descrédito y la desconfianza hacia la revolución socialista y hacia los dirigentes y partidos marxista-leninistas en general, que seguían defendiendo los principios fundamentales del marxismo-leninismo, como los defendió intransigentemente hasta su muerte Stalin. Como se ha puesto de manifiesto, se trata sobre todo de negar y condenar el internacionalismo proletario activo, la dictadura del proletariado, la necesidad del partido como instrumento primordial para la revolución y para la construcción del socialismo; el principio de la violencia revolucionaria y de la lucha de clases como motor de la historia, entre otros.

Por todo ello, los traidores al marxismo-leninismo convertidos en agentes de la reacción y del imperialismo necesitaban ineluctablemente echar barro sobre el gran dirigente y comunista consecuente e insobornable que fue Stalin y atacarle a muerte. Necesitaban tratar de destruir la gran figura de Stalin como dirigente comunista internacional y como símbolo de la revolución, de esperanza del proletariado mundial». (Elena Ódena; La decisiva aportación teórica de Stalin al marxismo-leninismo, 1978)

Es innegable que el PCE (m-l) realizó un enorme trabajo de recuperación ideológica de la figura de Stalin, recuperó la sabia revolucionaria de sus escritos y su actuación práctica que los carrillistas habían tirado por la borda. Pero no podemos dejar de comentar que en muchos de sus artículos se refleja una defensa a ultranza de Stalin, casi mitificada, sin ánimo de averiguar las raíces de la degeneración ideológica que se vendría después en la URSS. Pese a las promesas, no hubo un solo estudio sobre los errores en el movimiento comunista internacional de aquellos años, decisiones que la documentación disponible demuestra que Stalin avaló o incluso aconsejó personalmente. Véase la repenalización de la homosexualidad en 1934; la aprobación de las tesis más sectarias y triunfalistas de la Internacional Comunista (IC) durante 1929-1933, el visto bueno hacia algunas de las actuaciones más liberales y derechistas de los partidos comunistas durante 1934-1943, las excusas sobre la propia disolución de la IC; teorizaciones oportunistas sobre el carácter de las «democracias populares» durante 1944-1947 o el famoso «Camino británico al socialismo» de 1952. Pero esto es tema para otro documento que pronto estará listo.

Las críticas más coherentes de algunos opositores a la dirección del partido

Entre las reivindicaciones de la escisión de 1976 que podemos decir que eran factibles cabe citar el poner en tela de juicio la forma en que se llevaron las acciones armadas de 1975 o debatir si era el momento idóneo viendo la potencialidad del partido –algo que al final reconocieron prácticamente todos con el paso del tiempoVéase el capítulo: «El auge del PCE (m-l) y las acciones armadas del FRAP de 1973-75» de 2020.
 
Otra cuestión de peso fue el debate de que si la propia burguesía española avanzaría tras la muerte de Franco hacia una democracia burguesa –como sostenía la fracción de 1976– o si continuarían con un fascismo más o menos disfrazado –como sostenía la cúpula del PCE (m-l) con vehemencia–:

«Así, según los conciliadores de la oposición, el gobierno de la ACNP que introdujo en España el corporativismo fascista ¡iba a devolver las libertades al pueblo y hasta a abrir un proceso hacia la democracia burguesa! Así se lo creyeron al parecer y nos lo querían hacer tragar algunos fraccionalista y complotadores el pasado verano». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

En el caso español, fue un cambio de régimen dentro de los esquemas de poder burgués, uno que benefició sin duda a las masas trabajadoras si lo comparamos respecto al antiguo régimen franquista, pero que fue renunciando a su protagonismo político y a costa de muchos sacrificios: entre ellos varios antifascistas muertos, torturados, heridos y encarcelados por el camino, lo cual tumba el mito de una transición netamente pacífica. Además, debemos sumar el hecho de que la mayoría de oposición franquista aceptó no juzgar a los responsables del franquismo y permitir que varios de ellos siguieran en las esferas de la vida política, por lo que ante esto era imposible que la burguesía y entre ella sus elementos fascistas no estuviesen conformes con la decisión, forma y modo del cambio de régimen, ¡faltaría más! Sobra comentar que dicha transición también dejó intactas las estructuras económicas de poder, lo cual es la clave en toda la reivindicación marxista: la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción, algo que tanto en un régimen democrático-burgués como fascista la burguesía nunca permitirá que ocurra sin oponer resistencia. 

Entonces, aunque no lo parezca, volvemos al punto de salida: la violencia revolucionaria, que la mayoría de los disidentes de 1976 al integrarse en asociaciones afines al eurocomunismo daban a entender que rechazaban los principios básicos confirmados por la historia. En consencuencia, no se puede decir que comprendieran muy bien el materialismo histórico. La cuestión del posible tránsito del fascismo a la democracia burguesa en España, fue un acierto casual de los disidentes derivados de su lógica pacifista en la cual los oportunistas siempre ven y hasta creen necesario una evolución o transición pacífica o relativamente pacífica en todo cambio de la político-social. El hecho que muestra su nulo conocimiento de marxismo es que la gran mayoría de ellos, se pasaron el resto de los siguientes años militando, loando o colaborando con los partidos colaboracionistas como PSOE y PCE en el nuevo régimen político, que lejos de traer la solución a los problemas de los trabajadores, enmascaraba mejor la contradicción capital-trabajo, siendo ellos participes de dicha falsa.

Por otro lado, las razones que propiciaron la salida de varios militantes no solo giraron sobre la cuestión de las acciones armadas como hemos ido viendo. Felipe Moreno, que abandonaría la organización en 1976, afirmaría que otra de las razones era el exceso de activismo y la nula preocupación por la formación política:

«Se me empezó a considerar «enemigo» porque hice una crítica a la organización del partido en Cataluña en cuanto en cuanto yo pensaba que nos dedicábamos demasiado al activismo y descuidábamos la formación política ideológica, con lo cual había riesgo de desviaciones ideológicas y de errores en la aplicación de la línea política del partido. La respuesta a mi crítica fue totalmente descalificatoria, con lo que pedí que discutiéramos este asunto, pero la respuesta del comité del partido en Cataluña fue formar poco menos que un nuevo consejo de guerra interno contra mí. (…) Me dijeron que o me retractaba de lo que pensaba y aceptaba sin rechistar las directrices del comité y la aplicación estricta de las órdenes y consignas que me dieran, o que se tomarían represarías contra mí. (…) Incluso físicas. (…) Yo volví a responder que no estaba de acuerdo con esa forma de actuar que pensaba que todas las cuestiones que surgieran en el quehacer diario del partido tenían que discutirse y analizarse, y por supuesto, aceptaba como militante la disciplina del partido, pero si después se demostraba que lo que se estaba haciendo era incorrecto, pues habría que ser coherente y revisar esa actitud y planteamiento». (Mariano Muniesa; FRAP: memoria oral de la resistencia antifranquista, 2015)

Este es el ejemplo clásico de un análisis, que errado o no, se encuentra con una burocracia partidista local que cierra toda posibilidad a crítica, una actitud que lejos de proteger al partido lo cosifica y relega a un estado de militancia pasiva, por lo que no es extraño que cuando los revisionistas llegan al poder la militancia de base no mueva un dedo debido a que se han propagado dichos métodos partidistas. En resumidas cuentas: si tratas como borregos a la gente, serás pastor de borregos.

Estos métodos al menos fueron reconocidos por el partido en su congreso de 1977:

«Algunos camaradas piensan que el control en el partido es el derecho a imponer sus opiniones personales, el derecho a actuar autoritariamente o con burocratismo de cara a los organismos inferiores, y a los militantes y cuadros. De esto vimos ejemplos particularmente graves entre los fraccionalistas expulsados del partido. El desenmascaramiento de estas concepciones reaccionarias, la denuncia de sus métodos autoritarios, y las medidas que se han tomado para evitar que se vuelvan a repetir situaciones como aquellas –medidas incluso reflejadas en las propuestas para los estatutos del partido que se aprobarán en este IIº Congreso de 1977–, han constituido un importante estarzo y un paso adelante para combatir estos puntos de vista burgueses y reaccionarios. Ahora bien, todo no está hecho en este terreno y constantemente debemos Velar por impedir que vuelvan a surgir o se desarrollen estas tendencias, que corresponden a la ideología de la pequeña burguesía en el partido y a la lucha de clases que instantemente se libra en sus filas contra ella. Al igual que en algunos camaradas, se da la tendencia a atender de forma autoritaria, mecánica y burocrática el trabajo de dirección y el control. Hay casos de algunas organizaciones que, cuando acude un camarada responsable y delegado por la dirección del partido a pedir cuentas sobre cómo se aplican las directrices políticas y cómo se han cumplido las tareas encomendadas, es recibido con reticencias o con cierta hostilidad, e incluso practican la obstrucción. Se trata de una actitud pequeñoburguesa, no proletaria, cuyas raíces se encuentran por lo general en ciertas concepciones de ultrademocratismo e individualismo que suelen acarrear deformaciones, desviaciones, violaciones de la disciplina y ocultamiento de métodos personalistas, como ha ocurrido en algunos comités.

Cuando al llevarse a cabo un control de las tareas surgen contradicciones entre determinados camaradas u organismos, la actitud correcta es la de, en primer lugar, esforzarse colectivamente por tratar de resolver estas contradicciones y errores o fallos, buscar las causas de las mismas y tomar las medidas para solucionarlas; en segundo lugar, la obligación de los camaradas o del organismo concreto es la de apelar al organismo inmediatamente superior, exigir que se abra una encuesta acerca de las cuestiones en torno a las que existen desacuerdo; exigir que se recabe la opinión de los camaradas afectados y que, en base a los resultados de esta investigación, se tomen luego las medidas pertinentes. Ningún camarada u organismo del partido debe permanecer en una situación de desacuerdo en cuestiones fundamentales con los organismos superiores que lo dirigen, sin plantear clara y llanamente esos desacuerdos o críticas, exigir, respetando los cauces organizativos del partido, que se intervenga para resolverlos por los procedimientos normales o dirigirse a la misma dirección del partido, como lo prevén los estatutos». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)

La persecución de los opositores

Uno de los hechos más infames por el cual la dirección del PCE (m-l) perdería gran prestigio ante las masas, fue la selección de blancos hacia los antiguos opositores de 1976 para liquidarlos.

«Los dos centenares de militantes disidentes con la línea ideológica y con la dirección del FRAP y PCE (m-l) tienen serias dificultades para conciliar el sueño. El día menos pensado y en la esquina más insospechada el partido que crearon años atrás podría ajusticiarlos. (…) El timbre de alarma sonó el 13 de octubre pasado, horas después de que dos individuos disparasen contra Emilio García Prieto, a la salida de su casa, en la calle Santa Hortensia de Madrid. García Prieto antiguo militante del FRAP, tres años de cárcel, abandonó los grupos armados del PCE (m-l) en julio de 1976 para integrarse en la ORT. Para las 150 personas que con él abandonaron las filas del FRAP por las mismas fechas, fue el aviso de que comenzaba a cumplirse las «sentencias de muerte» dictadas contra quienes habían criticado duramente a la dirección. (…) En un comunicado hecho público el lunes 17, los disidentes denunciaban que el FRAP había creado «tribunales populares» para juzgar sumarísimamente a todos los antipartido y fundamentalmente, a ellos. Las penas que aplican en su mayor parte, son de muerte. Según el mismo texto, este acuerdo se tomó durante el IIº Congreso del PCE (m-l) en julio de 1977, y figura como una clausula secreta agregada al artículo 16 de los estatutos del partido. (…) Las últimas palizas realizadas a los disidentes ocurrían el 27 de septiembre durante un acto pro-amnistía convocado por el PCE (m-l) en el Pozo del Tío Raimundo (Vallecas). (…) Aunque los hechos fueron reivindicados dos horas después por la Triple A, los disidentes del FRAP y PCE (m-l) sospechan de su antigua organización. (…) Un centenar de ex militantes del FRAP han suscrito un comunicado que se hizo público a principios de semana: El hecho de que no dispararan a matar contra Emilio, sino que intentaran secuestarle para ejecutarle al estilo Petur, es muy indicativo. Por lo visto el FRAP ahora quiere seguir presentándose como un partido de izquierdas como los que actúan legalmente. Por eso no pueden dar publicidad a sus ejecuciones de antiguos compañeros». (Cambio 16; FRAP contra FRAP, 1977)

La dirección oficial del PCE (m-l) respondería en una entrevista el mismo medio matizando los hechos:

«Eso de las listas negras de ex militantes que nosotros vamos a ejecutar no es más que fiel reflejo de su propia mala conciencia, de su propio miedo, aseguraron. No obstante, seguimos estando como siempre, entre otras formas de lucha, por la violencia revolucionaria de masas, añadieron. (…) Nosotros negamos categóricamente cualquier tipo de participación en el atentado al fraccionalista del partido y turbio personaje de Emilio García Prieto. A sus provocaciones respondemos ante las masas y en la calle, como sucedió en Pozo del Tío Raimundo. (…) Sí señor le pegamos una paliza a estos contrarrevolucionarios y si se tercia, volveremos a pegársela. (…) Aseguraron que los que se marcharon de la organización, firmante de una llamada Carta de los Cien, son cuatro gatos. (…) La mayoría eran militantes del PCE (m-l) y por lo tanto no son sólo ex miembros del FRAP sino fraccionalistas. (…) Su salida nos hizo más fuertes, tanto organizativa como ideológicamente. (…) Da la casualidad de que estos elementos, en lo fundamental pequeñoburgueses, ostentaban cargos medios y fueron criticados. Más explícitamente, en la organización de París, donde la base del partido formaba células de autodefensa contra ellos y la dirección no les tenía confianza. ¿Listas negras de condenados por tribunales populares? De acuerdo con el modelo organizativo de Lenin y Stalin, la sanción máxima aplicable a un traidor es su expulsión del partido. Lo cual no quiere decir que permitamos gratuitamente ataques, calumnias, provocaciones, vengan de quien vengan. (…) Se han lanzado calumnias sobre camaradas de la dirección nacional del partido como Elena Ódena y Raúl Marco. La respuesta que dio Lenin al decir que si los revolucionarios debieran contestar a todas las provocaciones y ataques personales, no tendrían tiempo para dirigir la revolución». (Cambio 16; Adiós a las bombas, 1977)

Efectivamente, pese a que la dirección conocía la postura de principios leninistas sobre el tema, siendo la máxima pena del partido la expulsión, hubo una selección de blancos hacia los antiguos opositores de 1976 para liquidarlos, al más puro estilo gansteril.

Un testigo directo de aquellos años del FRAP, que participó en los comandos armados activos hasta 1978, relata así el intento fallido de ejecutar a Emilio García Prieto, alias el Moro en 1977:

«[Ramiro] Había asistido a una reunión especial, con miembros del secretariado, en la que, tras una contundente explicación, le habían encargado el seguimiento de los ex militantes que en el verano anterior trataron de liquidar sin éxito el partido, pero con graves quebrantos organizativos, según le comunicaron. (...) Tras esa reunión, apenas había tenido dudas en la justeza y necesidad de la acción, cuando el secretariado le indicó que tenía que preparar la eliminación física de los traidores fraccionarios. Había localizado al principal portavoz de la fracción, en un puesto de la UNESCO, pero no había conseguido perfilar una rutina del individuo. El partido le había recomendado que alternara con el seguimiento de su segundo de a bordo, un agente chino, según le dijeron, que actualmente era dirigente de la ORT: «El Moro». (...) El comando lo formarían: Boronat, Eusebio y él [Ramiro]. (...) Preparó bien las reuniones que, por separado, iba a celebrar con ambos para proponerles la acción. Era muy importante dotarlas de fuertes argumentos ideológicos que la justificaran. Centró su discurso en la denuncia de los elementos fraccionales como agentes liquidadores del partido. Sus discrepancias, planteadas en la conferencia de junio, no eran en el fondo tales, sino simples excusas que derivaban el debate a la desaparición misma del partido como vanguardia del proletariado. La aceptación de la farsa electoral, la disolución del sindicato de clase revolucionario, para integrarse en CC.OO. junto con los bonzos sindicales, el abandono de la alternativa republicana diferenciada, para acabar aceptando la legalización tolerada como el resto de los grupúsculo chuflas. Todo era una entrega. El fin de los principios. Boronat y Eusebio, tras las reuniones que mantuvo con ambos, aceptaron participar en la acción». (Tomás Pellicer; Grupo armado, 2009)

Se comentó que el modelo a seguir, que no era nada más ni nada menos, que el de los métodos mafiosos de ETA con los desertores, a los cuales se consideraba automáticamente como traidores de la causa y blancos a ejecutar:

«Hacía poco que el partido le había dado las últimas instrucciones: sería contra el Moro. Tenían que hacerlo desaparecer de forma transparente. Sin algarabía. Nadie debería saber qué podría haber sucedido. Como Pertur [Edurado Moreno Bergaretxe, Pertur: Eduardo Moreno Bergaretxe, dirigente de ETA político-militar. Postuló por su transformación en un partido político. Desapareció en San Juan de Luz, Donibane Lohizune (Ipar Euskal Herria) en 1976.], secuestrado, muerto y enterrado». (Tomás Pellicer; Grupo armado, 2009)

Los hechos fueron recogidos por el periódico «El País»:

«Un individuo disparó contra él ocho veces, aunque una sola de las balas lo alcanzó en la región temo parietal, por lo que sufre herida en el cuello cabelludo. La agresión por arma de fuego provino de unos desconocidos que huyeron en una furgoneta. Según los testigos, la persona que disparó era un joven rubio de unos veinte años». (El País; Atentado contra un militante de la ORT en Madrid, 14 de octubre de 1977)

Los protagonistas de aquel atentado comentaron en su momento:

«–Ya ves, un individuo rubio de veinte años y ocho balas. Solo falta que den el carné de identidad. Me sigo sin explicar lo que pasó, cómo pudimos fallar –dijo Ramiro, dando un manotazo al periódico–». (Tomás Pellicer; Grupo armado, 2009)

Los hechos concretos del atentado y como se desarrollaron, fueron descritos así:

«Todo sucedió muy rápido. Ramiro no lo vio llegar hasta que lo tuvo casi encima. Dio los golpes y Boronat abrió bruscamente los portones.

Ramiro ya lo sujetaba del brazo derecho y encañonaba su cabeza. Boronat lo asió del brazo izquierdo y trataron entre los dos de meterlo en la furgoneta. Gritaban todos a la vez. El Moro se revolvía como un toro, zafándose de la sujeción de ambos. Ramiro comenzó a dispararle en la cabeza, dos segundos antes que lo hiciera Boronat.

No hubo impactos. No hubo balas. A cada disparo, el pelo del Moro se apartaba bruscamente hacia los lados, abriendo una coronilla, como si le estuvieran soplando aire a presión. Vaciaron los dos cargadores sobre él pero no pasó nada. No salieron proyectiles de las pistolas. Ramiro y Boronat permanecieron unos segundos atónitos, los mismos que el Moro aterrado, inmóvil, los mismos que Eusebio apuntó al Moro con su Colt 45 desde el asiento del conductor. En un segundo apuntó y en el siguiente decidió no disparar.

El Moro echó a andar calle abajo, dando tumbos conmocionado. Ramiro y Boronat subieron a la furgoneta y Eusebio los sacó del lugar. Eran los únicos que se movían, los numerosos transeúntes que contemplaban la acción se habían quedado inmóviles.

–¡Qué ha pasado! ¡Qué coño ha pasado! –gritaba Ramiro golpeando los puños contra el baúl–.

–¡Le he metido seis tiros en la cabeza!

–No me lo explico –dijo Boronat–. Yo también le he metido cuatro o cinco.

Eusebio supo de inmediato lo ocurrido. Ya en otra ocasión pasó lo mismo. Habían robado un coche en Valencia, y él estaba enseñando a conducir a los otros del grupo, en los primeros tiempos, por el 74, cuando los grupos se llamaban Grupos de Combate del FRAP. (...) 

–No dispararon porque las balas no llevaban suficiente pólvora. Las habían vaciado. El error fue no probarlas antes, nos hubiéramos dado cuenta al dispararlas». (Tomás Pellicer; Grupo armado, 2009)

Patético sin duda. A no ser que el PCE (m-l) tuviera pruebas fehacientes de que este cabecilla o cualquier otro colaborase con la policía y las expusiera claramente al público –cosa que nunca hizo–, o al no ser que sus militantes fuesen atacados por otro grupo –cosa que parece improbable debido al bajo número de los escisioncitas y a sus divisiones internas–, toda acción de trifulcas no tenían justificación alguna, ni siquiera bajo la excusa de que este o aquel grupo había calumniado a la dirección del partido, ni comentar ya intentos de asesinato.

Realizar estas acciones de agresión sin las condiciones que hemos mencionado se puede considerar una canallada con todas las letras, una cuestión más por las que se debió haber juzgado a los responsables de las órdenes. Fue manchar el buen nombre del comunismo mientras se descuidaban energías en cuestiones que eran más importantes como la escasa influencia entre los sindicatos de masas, la nula conexión del partido en el campo o la falta de formación ideológica de los cuadros. 

Estas conductas y actitudes son un cáncer para el comunismo, solo sirven a crear la imagen delante de las masas de que el partido comunista es un grupo dirigidos por gamberros y pandilleros que están más interesados en riñas con los grupos rivales para controlar un territorio o diversos símbolos determinados que de practicar una política sacrificada y concienzuda de trabajo con las masas explotadas. Así, las otras capas sociales como el campesinado o la intelectual, en el mejor de los casos creen que el proletariado por las características que presentan sus autodenominadas «asociaciones proletarias» y sus jefes, tienen más en común con el lumpemproletariado que con ellas, por lo que como es lógico rechazan asustadas cualquier atisbo de alianza con él, y se lanzarán en brazos de la burguesía, y esta, de la mano de su perro de presa, el fascismo, aprovechará para criminalizar mediáticamente el comunismo como sinónimo de peleas, terror y desorden, proponiendo a todos los grupos políticos medidas generales contra cualquier activismo antifascista.

Cualquiera que conozca algo la historia del movimiento obrero español, conocerá que estos defectos ya se manifestaron en su momento en el incipiente movimiento marxista de inicios del siglo XX, donde abundaron el asalto indiscriminado a bancos, el pistolerismo por el control de las centrales sindicales, o las constantes peleas con las juventudes de otra agrupación rival:

«Fue esta una época de extensión de la violencia a la práctica cotidiana de las organizaciones políticas y sindicales. Óscar Pérez Solís, atrabiliario personaje de origen militar, pasado al socialismo, primero, y al comunismo después, señaló que la violencia «no era un arma que esgrimiese un solo partido, pues, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, no se reparaba en procedimientos de combate cuando las pasiones se encrespaban a impulsos del odio político o del odio de clases». En torno a Pérez Solís se formó un grupo de jóvenes cuya formación política era tan escasa como intensa su vocación por la acción directa. (...) En los años siguientes, fusionados ya el PC y el PCOE por orden de la Comintern, Solís fue elevado al puesto de Secretario general del Partido Comunista de España en julio de 1923, siendo cooptado como miembro del ejecutivo de la Internacional Comunista en julio de 1924. Su estrategia para compensar la debilidad relativa de los comunistas frente a los socialistas consistió en la creación de un núcleo de «hombres de acción», al estilo anarquista. (...) Cuando el propio Solís volvía la vista hacia aquellos años recordaba que los grupos de jóvenes comunistas se encontraban «contaminados de los métodos sindicalistas», tendían al desencadenamiento de numerosas huelgas inoportunas, frustradas en su logro por el planteamiento de objetivos maximalistas y el desarrollo de comportamientos extremadamente violentos. La aureola con que se rodeaba a los sindicalistas de Barcelona sedujo a los grupos de jóvenes comunistas; los métodos anarcosindicalistas aparecían de hecho ante sus ojos como la manifestación de lo más genuinamente revolucionario, y el ansia de ser más revolucionarios que los anarquistas condujo, en algunos casos, a ir tan lejos como ellos en el empleo de esos métodos, como, por ejemplo, las «expropiaciones» de cajas fuertes en bancos y empresas a punta pistola. (...) El rasgo peculiar de Vizcaya es que esa violencia no se ejercía preferentemente, como en el caso de Barcelona, contra representantes de la patronal o sicarios parapoliciales, si no que era una violencia interna, de competencia por el dominio sindical entre las distintas ramas del movimiento obrero. Leandro Carro, que se incorporaría al movimiento comunista en los años 20, recordaba varios casos de confrontación entre socialistas y anarquistas en los tensos días de 1919 en los que, a raíz del congreso de La Comedia celebrado en este teatro madrileño por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT)-, los anarcosindicalistas pretendieron extender su influencia a Euskadi, disputándole la base social a la Unión General de Trabajadores (UGT). (...) La pugna entre comunistas y socialistas no fue menos violenta. En abril de 1922 los comunistas convocaron una huelga general de mineros contra la rebaja de los salarios, a la que los socialistas se oponían. José Bullejos, que años más tarde sería secretario general del PCE, dirigió un discurso a los huelguistas desde el balcón de la Casa del Pueblo de Gallarta y, cuando se retiraba camino de Ortuella para coger el tren de regreso a Bilbao, fue tiroteado por cinco individuos que le habían seguido durante todo el día, resultando herido de extrema gravedad. (...) Los enfrentamientos entre comunistas y socialistas fueron moneda corriente desde los primeros tiempos de la escisión». (Fernando Hernández Sánchez; El PCE en la Guerra Civil, 2010)

Si miramos una biografía favorable de Jesús Hernández Tomás, quien sería uno de los iconos del PCE durante los años treinta, veremos de nuevo el mismo paradigma:

«Militó en las Juventudes Socialistas de Vizcaya, desde las que participó en el proceso de fundación del Partido Comunista de España, dentro del cual fue protagonista de enfrentamientos armados, tanto con la policía (…) como con los socialistas de Bilbao. En uno de esos enfrentamientos, colaboró en el intento de volar la sede del periódico «El Liberal» cuando se encontraba en el interior del edificio Indalecio Prieto. (…) En 1922 formó parte de la escolta del secretario general del Partido Comunista, por aquel entonces Oscar Pérez Soles. En 1927 llega al comité central de las Juventudes Comunistas. Detenido en 1929, es puesto en libertad al año siguiente. En el verano de 1931, tras un tiroteo con los socialistas, que costó la vida a dos de ellos, tuvo que salir de España y huir a la URSS, donde recibió formación en la Escuela Leninista. En 1932 vuelve a España y, tras la caída de José Bullejos de la Secretaria General, se integra en el Buró Político, junto a José Díaz y Dolores Ibárruri. Con esta última, participó en diciembre de 1933 en las sesiones de del XVIIIº Plenario del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, siendo autor de una de las dos ponencias españolas. En agosto de 1935 era el segundo responsable, tras José Díaz, de la delegación española al VIIº Congreso de la Internacional Comunista, base de la nueva estrategia de los «frentes populares», contra la anterior de enfrentamiento a los «socialfascistas» de la segunda internacional. (...) Tras la ruptura de Yugoslavia con la URSS en 1948, Hernández trabajó como asesor de la embajada yugoslava en México, mientras daba a publicar sus opiniones en forma de autobiografía. «Yo fui un ministro de Stalin» se publicó en 1953. (...)El franquismo, por su parte, aireó cuanto pudo las tesis de Hernández y otros, por cuanto le interesaba sobre todo la denuncia del control soviético del Frente Popular». (Introducción de Antonio Romero Ysern a la obra de Jesús Hernández: «El orgullo de sentirnos españoles» de 1938, 2007)

La otra vertiente vista posteriormente en la época jruschovista serían los varios intentos de difamar y liquidar a cualquier disidente:

«Ahora bien, el Buró Político [del PCE] haría bien en calcular más serenamente el camino y el arma que escoge, ya que el terrorismo nunca ha dado buen resultado a las organizaciones que lo han empleado. Haría bien en recordar la experiencia del partido social-revolucionario ruso y del provocador Azef, jefe de su organización de combate y al mismo tiempo agente de la Ojrana. Haría bien en recordar que en nuestro país el anarquismo ha hecho una desastrosa experiencia del terrorismo y que la locura se saldó con pérdidas irreparables en las filas de la CNT. El Buró Político haría bien en grabarse en el cerebro que el terrorismo es el arma de los impotentes, de los desesperados, y a menudo de los cobardes, también por experiencia histórica, de los agentes del enemigo de clase incrustado en los centros dirigentes del proletario revolucionario. El terrorismo se encuentra en las antípodas de la lucha de clases, comienza disfrazado de arcángel y acaba siempre presentándose con la ropa del esbirro que mata por cuenta de quién le paga mejor. El terrorismo es un arma de doble filo mortal que acaba ahogando las fuerzas políticas que caen presas de sus redes y que el pueblo rechaza siempre». (Treball (Comorerista); A todos los militantes comunistas, a toda la clase obrera, a todos los republicanos, hombres y mujeres demócratas y progresistas de los pueblos hispánicos; Denunciamos un intento del Buró Político del Partido Comunista de España de asesinar a Joan Comorera, Secretario General del Partido Socialista Unificado de Cataluña, 1953)

Los elementos que en su momento llegaron a protagonizar este tipo de episodios de violencia irracional dentro del PCE fueron gente como José Bullejos, Óscar Pérez Solís, Jesús Hernández o Santiago Carrillo respectivamente, pero entenderemos mejor la disposición de nuestra crítica si decimos al lector que el primero fue expulsado en 1932 por sus tesis sectarias cercanas al anarcosindicalismo, el segundo ingresaría en Falange antes de 1936, el tercero fue expulsado del PCE en 1944 y acabaría siendo un ferviente titoísta, y el último es bien conocido por todos por crear a finales de los años 40 la pionera versión española del jruschovismo, que en los 70 evolucionaría hasta aquello que se denominó el eurocomunismo.

El PCE (m-l) cayó en el fragrante error de cometer los mismos pecados que el PCE de Carrillo ejerció con los disidentes de los años 40 y 50, o precisamente contra aquellos que se rebelaron contra su política en 1964 que posteriormente formarían el PCE (m-l). ¿No estamos viendo que varios de los defectos del PCE (m-l) se debieron a no asimilar correctamente las lecciones del pasado? Como decía Comorera de Carrillo, ¿acaso no había mostraod la historia y a dónde conduce quienes optan por ese camino?

En la España de hoy, al igual que en otros muchos países, han vuelto a ponerse de moda ese estilo de militancia entre los grupos neorevisionistas, sobre todo en aquellos vinculados a movimientos skinheads como Reconstrucción Comunista (RC), rescatando la peor herencia posible del movimiento obrero. Véase la obra: «Antología sobre Reconstrucción Comunista y su podredumbre oportunista» de 2017.

Hace poco supimos de la noticia:

«El Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana (TSJCV) ha confirmado la multa de 720 euros por un delito leve de lesiones y amenazas a una universitaria que el 17 de abril de 2019 agredió a una compañera que había decidido abandonar el Partido Marxista Leninista de Reconstrucción Comunista, al que ambas habían pertenecido. La agredida había dejado de pertenecer a tal organización «mostrando su parecer critico con la misma», según recoge la sentencia. Cuando llegó a las inmediaciones de la facultad, la agresora empezó a gritarle, recriminándole haber dejado la organización y tras empujarle sorpresivamente le dio un tortazo. La víctima le pidió explicaciones indicándole que no se le volviera a acercar, ante lo cual la condenada le contestó diciéndole que «ellos decidirían cuando volvían a verse, que era una claudicadora, que no tenía conciencia de clase y que le iba a arruinar la vida». (...) El tribunal condenó en primera instancia a la agresora por dos delitos leves de lesiones y amenazas, a la pena de dos meses con una cuota diaria por el primero de los delitos y a dos meses con idéntica cuota diaria por el segundo. Además, la agresora deberá indemnizar a la víctima con 62 euros y tendrá prohibido acercarse a una distancia inferior a 300 metros de su domicilio o lugar de trabajo o estudio, así como comunicarse con ella». (Levante; Abofetea a su amiga por dejar el Partido Marxista Leninista de Reconstrucción Comunista, 20 de agosto de 2020)

Esto demuestra que como en tantos otros temas, RC solo ha venido a recuperar los errores y fallos del PCE (m-l), no ha defender y superar sus méritos.

Queda claro que estos defectos no deben repetirse jamás. Nadie condenaría si un militante comunista se defiende de un reaccionario que viene a agredirle. Pero confundir esto con tener la iniciativa de acosar y agredir a tus enemigos ideológicos, es propios de lumpens y fascistas, no de comunistas, y es sumamente contraproducente para convencer a las masas de tu línea política». (Equipo de Bitácora (M-L)Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2019)

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