sábado, 11 de agosto de 2018

Las acusaciones burguesas sobre Marx de que no existe tal primacía de la economía sobre la política


«La primera y honda preocupación del señor Barth es que Marx ha formulado la concepción materialista de la historia de un modo «por desgracia muy indeterminado» y que sólo «ocasionalmente lo explica y fundamenta con algunos pocos ejemplos en sus escritos»; recientemente ha dado una forma aún más drástica a su angustia en un seminario de la burguesía bismarckiana afirmando que la «llamada teoría materialista de la historia es una verdad a medias que Karl Marx habría formulado en horas de irreflexión periodística y que lamentablemente habría incluso intentado fundamentar por medio de pruebas aparentes». Con severa mirada de juez, el señor Barth separa tres escritos de Marx como «puramente científicos», o sea como los únicos dignos de que un docente alemán se ocupe de ellos, a saber, «El capital», la «Miseria de la filosofía», y el esbozo preparatorio de «El capital», el escrito «Contribución a la crítica de la economía política». Todo lo demás es «popular», y en nada incumbe al señor Barth. Del mismo modo, entre los escritos de Engels sólo considera como dignos de su atención el Anti-Dühring y el folleto sobre Feuerbach. El señor Barth se ajusta al principio opuesto cuando enjuicia a Kautsky, al que sólo conoce como «autor de un artículo» en Die Nene Zeit, el «órgano popular de los marxistas» que causa «mucho daño» por su difusión de las «precipitaciones marxistas»; de los «escritos puramente científicos» de Kautsky, el señor Barth nada sabe, o nada quiere saber. La razón por la cual emprende todas estas agudas clasificaciones, podrá ser advertida de inmediato.

En primer lugar, el señor Barth pretende demostrar que no existe «tal primacía de la economía sobre la política». En «El capital», Marx habla del trabajo comunitario inmediatamente socializado en su forma natural, que se encontraría en los umbrales de la historia en todas las culturas, y de relaciones inmediatas de dominio y vasallaje a comienzos de la historia. El término «inmediato» lo dilucida el señor Barth diciendo: «es decir como en Hegel, que no tiene otra explicación ulterior» –acepción de la que en Marx no se encuentra ni la más ligera huella–, y agrega triunfante que Marx no habría explicado la transición de la forma natural del trabajo a las relaciones de dominio y vasallaje. Ahora bien, Marx, en el pasaje de «El capital», donde toca este punto, no tenía la menor intención de emprender tal explicación, aun cuando su intención era darla en conexión con las investigaciones de Morgan en un trabajo especial que luego fue redactado y publicado por Engels –ya que la muerte le impidió a Marx llevar a término su propósito–, más de medio siglo antes de que el señor Barth se diera a la tarea de aniquilar el materialismo histórico.

En la obra de Engels sobre el origen de la familia, etc., se expone detenidamente el desarrollo económico de la sociedad de clases a partir de la sociedad gentilicia, la transición económica del trabajo inmediatamente socializado a las relaciones de dominio y vasallaje; pero la obra de Engels no es «puramente científica» sino popular –y aquí es dable admirar la profundidad de tales clasificaciones–; en ningún momento el señor Barth menciona estos trabajos. Puesto que Marx no «explica» aquellas relaciones de dominio y vasallaje existentes al comienzo de la historia y «que no son pasibles de una explicación ulterior», el señor Barth nos da las suyas y escribe: «Puesto que en aquel tiempo no existía propiedad privada alguna de tierras ni de capital, y por consiguiente tampoco la posibilidad de un sometimiento por la vía económica, para esta esclavitud originaria sólo restan causas políticas, la guerra y el cautiverio». Verdad es que el señor Barth no puede menos que preguntarse si estas expediciones guerreras no han tenido un origen económico, y contesta: «en gran parte, pero no exclusivamente»«según los escritos de los antropólogos», son los motivos religiosos, las ambiciones de un jefe, los sentimientos de venganza, es decir «motivaciones ideológicas», las que provocan las guerras entre los salvajes. Más aún, en vez de examinar al menos en primer término el valor de aquellos testimonios antropológicos, y en segundo término, indagar si detrás de las «motivaciones ideológicas» no se ocultan móviles económicos, el señor Barth sólo hace de pasada la delirante revelación de que la conquista de Asia por Alejandro debe ser atribuida a la «ambición» del rey macedónico y las expediciones de conquista del Islam, al «fervor religioso», arribando a continuación a la triunfal conclusión de que la esclavitud, tanto en las épocas prehistóricas como en las históricas, constituye «en gran parte y en última instancia un producto de la política»«mostrando así que la política determina a la economía y, ciertamente, de la manera más profunda y con la mayor eficacia». Acto seguido comprueba con una extraordinaria perspicacia, pero no sin el auxilio de Rodbertus, que la esclavitud ha sido una «categoría económica importante».

Así es como el señor Barth elude la demostración científica del materialismo histórico, la que, como hemos visto, no niega en absoluto la existencia de impulsos ideales tales como la ambición, los sentimientos de venganza, el fervor religioso, sino que afirma solamente que estos impulsos están determinados en última instancia por otras fuerzas, por las fuerzas económicas. Y en la medida en que el señor Barth pretende presentar una prueba, una sola, para sus afirmaciones, de inmediato la concepción materialista de la historia recupera sus derechos. Para el sentimiento de venganza como causa de la guerra entre los salvajes, aduce como único testigo al antropólogo inglés Tylor, quien habla del hecho, por otra parte no totalmente desconocido, de la vendetta entre las tribus bárbaras. Si el señor Barth no hubiera excluido de su consideración el escrito de Engels acerca del origen de la familia como «popular», hubiera descubierto bien pronto que la vendetta pertenece, por así decirlo, a la «superestructura jurídica» de la sociedad gentilicia, de la misma manera que la pena de muerte pertenece a la superestructura de la sociedad civilizada. Engels afirma de aquélla: «Todas las querellas y todos los conflictos son resueltos por la totalidad de los interesados, por la gens o la tribu, o por los miembros de la gens entre sí; sólo como recurso extremo, rara vez empleado, se cierne la vendetta, de la que nuestra pena de muerte no es más que la forma civilizada, y que adolece de todas las ventajas y desventajas de la civilización». De acuerdo a las condiciones de producción de la sociedad gentilicia, lo que era exterior a la tribu quedaba también fuera del derecho, y si Tylor afirma que la venganza degeneraba por lo general en una guerra abierta tan pronto el asesino pertenecía a una tribu extraña, y si una guerra sangrienta de tal naturaleza podía provocar luchas enconadas por muchas generaciones, el señor Barth se verá ciertamente obligado a reconocer que esta «sed de venganza» que generan las guerras entre los salvajes no tiene una «causa ideológica», sino que constituye una forma de la justicia que emana de una determinada forma económica. Ciertamente que se puede abusar del derecho penal bárbaro lo mismo que del civilizado, véase la ley socialista, y se abusa de él principalmente ahí donde se produce un contacto de las tribus bárbaras con la civilización, degenerando aquéllas por sus influencias, pero con mayor razón se convierte entonces en una categoría económica; ya no se trata de una «sed de venganza» sino de una «sed de rapiña». Confrontemos al investigador inglés del señor Barth con uno francés, Dumont, quien escribe de los albaneses, antiguos europeos, por lo general cristianos: «Arrasar al clan vecino, sobre todo si pertenece a otra religión, y despojarlo de sus rebaños constituye un placer que promete buenas ganancias para los tiempos de paz. Ni siquiera se necesita de pretextos para atacar: el extranjero es el enemigo natural, y como tal, debe mantenerse frente a él una actitud vigilante; culpable es el que se deja sorprender. Sobre todo entre personas pertenecientes a distintos clanes surgen dificultades bajo los pretextos más nimios. Los ultrajes inician la lucha, y tan pronto se llega al derramamiento de sangre, todo el clan se declara solidario con la familia de la víctima. La vendetta ya no se extingue en las montañas». Aquí el señor Barth encuentra de inmediato una pequeña prueba de los «motivos religiosos» en las guerras de los bárbaros, y acaso llegue a vislumbrar las «buenas ganancias» a que pueden dar lugar las «intenciones ambiciosas de un jefe». En estos dos puntos no cita a ningún «antropólogo», sino que se salva por una evadida remisión a los «tiempos históricos», donde sería «evidente» la ambición de Alejandro de Macedonia y las «guerras religiosas» del Islam. «Evidente», en todo caso, señor Barth, para la concepción cruda de la investigación histórica burguesa, que se queda en la superficie exterior de las cosas, y ni siquiera para esta misma, pues el historiador alemán de Alejandro, el historiador prusiano Droysen, no comienza su libro, según la teoría de la historia del señor Barth, diciendo: «La ambición de Alejandro determinó un nuevo período de la historia de la humanidad», sino mucho más sensata mente: «El nombre de Alejandro designa el fin de una época en la historia mundial, y el comienzo de otra nueva». Es posible que lo que se ponga de manifiesto sea la ambición de Alejandro, pero el problema es aquello que no se pone de manifiesto, y es este problema el que el señor Barth elude cuidadosamente.

Inmediatamente después de su pedido de auxilio a Rodbertus, en lo que hace al importante papel económico que ha desempeñado la esclavitud en la historia, prosigue: «Con respecto al fin de la Edad Media, Marx mismo proporcionó el material que permite refutarlo, al considerar que el desalojo de los vasallos ingleses campesinos por los señores feudales, que transformaron el suelo en tierras de pastoreo de ovejas con pocos pastores, los llamados enclosures, en razón del precio creciente de los pastos, y la transformación de aquellos campesinos en proletarios libres que a partir de ese momento se ofrecieron a la naciente manufactura, constituyó una de las primeras causas de la «acumulación» originaria del capital. Si bien esta «revolución agraria» se remonta en última instancia, según Marx, al origen de la manufactura de la lana, sin embargo, según su propia exposición, los poderes feudales, los landlords ávidos de ganancia, se convierten en uno de sus más poderosos resortes, es decir, un poder político se convierte en un eslabón en la cadena de las transformaciones económicas». Y ni una palabra más. Ahora bien, sabemos en efecto que Marx, en opinión de ciertos sabios burgueses, habría caído presa de sus «propias contradicciones», pero en qué y cómo se habría refutado a sí mismo en la cuestión considerada por el señor Barth, ello escapa a la comprensión de nuestro humilde entendimiento. La argumentación del señor Barth podría adquirir ciertos visos de probabilidad si los landlords «se hubieran apoderado de la manija de la legislación» para expropiar a los campesinos —decimos: ciertos visos, pues ciertamente también en ese caso la política estaría determinada por la economía. Pero, si se revé el pasaje en Marx, se encuentra que la legislación realizó precisamente algunos débiles intentos de oposición a esta revolución económica, fracasando empero en razón de las exigencias de la incipiente producción capitalista, que el gran señor feudal desalojó a los campesinos de sus tierras y usurpó la propiedad comunitaria al tiempo que mantenía «una obstinada oposición al reino y al parlamento». La «auto-contradicción» en que cae Marx consistiría, pues, en que el señor Barth transforma con su fórmula mágica a «los poderes feudales, a los landlords ávidos de riquezas» en un «poder político». Y en este caso, la igualación es ciertamente cosa de brujos.

A continuación de los pasajes citados, el señor Barth «se remonta aún más atrás» y trata de demostrar que los poderes feudales deben su origen a «momentos políticos». Podemos pasar por alto este punto, en primer lugar, porque aquí el señor Barth ya no sigue polemizando contra Marx y Engels, sino que busca suministrar una prueba totalmente caduca con toda suerte de sofismas y verbalismos extraídos de ciertas autoridades burguesas, y por otra parte, por cuanto el origen social del feudalismo está, por así decirlo, a la mano y ha sido probado recientemente, de modo fehaciente, por el más importante de los historiadores burgueses alemanes de la actualidad [Lamprecht, Deutsche Geschichte, tomo II, p. 89 ss. 40]. El señor Barth trata de probar la dependencia de la economía respecto de la política en la «edad moderna» afirmando que el comercio, en la época de los descubrimientos, habría sido una consecuencia del afán de conquista, es decir de las expediciones emprendidas por motivos políticos. Mas hemos visto ya en un capítulo anterior el contexto económico en que se dan en la historia los descubrimientos y los inventos, y no nos resulta ya necesario detenernos en el «afán de conquista», etc., que impulsara a Colón; el comercio no fue una consecuencia de los descubrimientos, sino que llevó a ellos; también en este caso la economía fue la última instancia. Y si el señor Barth hace referencia, finalmente, a la estrecha conexión entre la forma de estado de la monarquía absoluta y los monopolios, que sólo bajo esta forma son posibles en tan gran número, debería haber sabido ya por las lamentaciones de Lutero sobre las «sociedades monopólicas», que los monopolios existieron mucho antes que las monarquías, absolutas, y que no se llegó a esta situación por los monopolios como una forma económica de la monarquía absoluta, sino por la monarquía absoluta como una forma política del modo capitalista de producción.

Y con estos cinco golpes contundentes, el señor Barth cree haber derribado al materialismo histórico en cuanto éste hace depender a la política de la economía». (Franz Mehring; Sobre el materialismo histórico y otros escritos filosóficos, 1893)

Anotación de Bitácora (M-L):

En respuesta a la consulta de este documento, Engels notificaría a Mehring su satisfacción por el trabajo realizado:

«Empezaré por el final, es decir, por el apéndice sobre el materialismo histórico, en el que expone usted los hechos principales en forma magistral, capaz de convencer a cualquier persona libre de prejuicios». (Friedrich Engels: Carta a Franz Mehring, 14 de julio de 1893)

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