domingo, 12 de noviembre de 2023

Notas históricas sobre el conflicto palestino-israelí; Equipo de Bitácora (M-L), 2023


«En su momento, en 2013, ya dimos unas pinceladas sobre por qué el denominado «movimiento de liberación palestino» no ha alcanzado sus objetivos principales, sino que, lejos de ello, ha ido rebajando su programa hasta ceder la propia soberanía del pueblo palestino a su opresor: el imperialismo israelí. Aquí, explicamos cómo la famosa vanguardia del movimiento, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), o su alternativa, Hamás, han ido incurriendo en toda una serie de concepciones contraproducentes para los intereses del pueblo palestino. Las organizaciones vinculadas al movimiento de liberación palestino, desde la más moderada hasta la más radical, han estado imbuidas en mayor o menor medida por nociones nacionalistas y religiosas, no sabiendo elegir correctamente una metodología a seguir, ni focalizar correctamente las fuerzas motrices o los aliados internacionales para lograr sus propósitos. Véase la obra «¿Para qué han servido los Acuerdos de Oslo? Reflexiones sobre el conflicto palestino-israelí» (2013). 

A todo esto, convendría dar unas notas históricas y aclarar, fuera de especulaciones, cuál fue la posición de los comunistas ante la ocupación israelí, aunque cualquiera con algo de conocimiento sobre cuestión nacional debería saber resolver este interrogante.

1) Primero que todo, el tan cacareado «sionismo» ha sido un movimiento político de larga data que logró incrustarse en los círculos más reaccionarios, chovinistas y racistas del judaísmo. Su fin siempre ha sido adueñarse del territorio de Palestina y fundar su propio Estado eliminando a su contraparte, la población árabe y musulmana. Como ya anunció Karl Kautsky en una de sus varias reflexiones sobre el tema:

«El sionismo no es un movimiento progresista, sino un movimiento reaccionario. (...) El sionismo niega el derecho a la autodeterminación de las naciones, en lugar de lo cual proclama la doctrina de los derechos históricos, que hoy se derrumba en todas partes, incluso allí donde cuenta con el apoyo de las mayores potencias». (Karl Kautsky; ¿Son los judíos una raza?, 1914)

Históricamente, esta rama nacionalista y de fundamentalismo religioso ha intentado ligarse, al igual que muchos movimientos árabes, a la potencia mundial que más rápidamente y mejores medios proporcionara para tal fin: fuese el Imperio otomano, Segundo imperio alemán o el Imperio británico, como luego observaremos. Esta ideología responde a la pasada y actual política de Israel desde su fundación; y como todos sabemos, el Estado de Israel obtuvo muy pronto apoyo diplomático, económico y militar de los Estados Unidos que los ha llevado a una «simbiosis» en donde ambos se tapan sus crímenes imperialistas cometidos con complicidad.

Dicho esto, se han de comprender varios elementos:

a) Al contrario de lo que expresa la propaganda, el sionismo es una teoría cristiano-protestante que se funda en la idea de la creación de una etnia ligada al judaísmo, es decir, «el judaísmo deja de ser entendido como una religión para ser entendido como una etnia»; y tiene por objeto depositar a los judíos en lo que entiende como «tierra santa» con el fin de preparar la segunda venida del «Cristo». 

El sionismo tuvo entre sus objetivos primarios crear una suerte de identidad, un pueblo judío, que según sus conceptos desciende directamente del pueblo hebreo establecido en la Provincia Romana de Palestina, con lo que en efecto borran, o intentan borrar, la evidencia histórica que indica que el judaísmo es una religión profesada por un conjunto de pueblos de diferentes orígenes producto de la expansión del judaísmo como religión, y no por la expansión de los hebreos palestinos como pueblo. Para justificar esta idea, apelan a supuestas deportaciones durante el Imperio romano, lo cual es históricamente falso o mejor dicho inexacto; ya que la evidencia histórica indica que tales deportaciones de judíos hebreos no fue absoluta, ya que muchos judíos hebreos permanecieron en Palestina, y mientras unos fueron asimilados por los sucesivos imperios que conquistaron la región, otros no. 

Ya en varios de sus estudios sobre la cuestión judía Karl Kautsky desmontó la idea de que estos eran un pueblo basado en una etnia: 

«Cuán poco la nacionalidad se funda en la ascendencia se percibe ya en el hecho de que es posible que una nación se componga de miembros pertenecientes no sólo a pueblos diversos, sino incluso a distintas razas. En la nación húngara encontramos «arios», «semitas» y «mogoles». La nacionalidad judía, de rasgos aparentemente tan pronunciados, ostenta los más variados tipos: incluso la sangre negra se encuentra representada en ella». (Karl Kautsky; La nacionalidad moderna, 1887)

En tanto, se puede y debe afirmar que los actuales palestinos son los descendientes de los hebreos y no tanto el producto de los judíos sionistas emigrados tras la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Otro punto importante, sería la negación del sionismo de que muchos judíos no tengan relación directa con el pueblo hebreo, sino que fueron personas de otras etnias que se convirtieron en algún momento al judaísmo, por lo que el argumento de los sionistas de «el retorno a casa de los desterrados» no puede ser más falso. Vale decir que en la expansión del judaísmo jugó un papel central el «Kaganato jázaro» (618-1048) en el Centro y Este de Europa, y los «pueblos judíos norteafricanos», sobre todo etíopes, en Europa occidental en donde incursionaron como aliados de los musulmanes.

b) El término «semítico» cayó en deshuso por su escaso rigor científico, histórico y lingüístico; en su lugar, se determinó que lo correcto era hablar de «Pueblos de Lenguas Afroasiáticas». No obstante, el término «semítico» pervivió a efecto del supremacismo del Tercer Reich hitleriano. En la actualidad, su uso está determinado por aspectos políticos: «semítico», «antisemítico». Entiéndase que el término «semítico» se refiere a una clasificación lingüística y no de parentesco entre los pueblos considerados semíticos. Esto también fue recogido por Kautsky indicando que: 

«Tales lenguas fueron adoptadas por pueblos de la más diversa procedencia, y nadie en la actualidad puede afirmar con certeza qué pueblos y hasta qué punto pertenecen a la rama designada como semita. Por consiguiente, con respecto a la «raza» semita nos encontramos en una total oscuridad». (Karl Kautsky; La nacionalidad moderna, 1887)

Un ejemplo claro serían los «judíos asquenazí», conversos al judaísmo del Centro y Este de Europa, ergo, estos no pertenecen a un pueblo semítico como el hebreo, pero a veces entre ellos se transmitía una lengua semítica: el hebreo. Sin embargo, otros hablaban el yiddish, un idioma mezcla del alemán, hebreo y lenguas eslavas. Por último, también está el caso particular de los judíos sefardíes, es decir, los judíos expulsados por la Corona de Castilla en el siglo XV. Estos se dirigieron hacia distintas partes del Imperio otomano; véase el caso particular de Tesalónica, que en su momento fue una de las ciudades con mayor población judía del mundo. A la postre, estos judíos sefardíes se convirtieron en una parte clave de la cultura, economía y administración de dicho imperio, mientras aún conservaban como lengua un judeocastellano muy particular.

2) En segundo lugar, es importante conocer el contexto de las duras persecuciones a las que eran sometidas los judíos, especialmente en Europa del Este, lo que fue poco a poco perfilando entre los círculos sionistas la necesidad de emprender una inmigración masiva hacia un territorio más seguro. Este hecho fue recogido por uno de los pensadores marxistas de la época los corchetes son nuestros

«Sin duda, las condiciones políticas de la emigración judía hacia esa región [Palestina] han mejorado aparentemente, mientras que las consecuencias de la guerra [Primera Guerra Mundial (1914-18)] han fortalecido al mismo tiempo el antisemitismo en Europa del Este y, por lo tanto, ha aumentado el deseo de una patria segura para la raza judía». (Karl Kautsky; ¿Son los judíos una raza?, 1914)

En lo que luego fue denominado como «Aliá», la emigración judía hacia Palestina comenzó a mediados del siglo XIX, bajo control del Imperio otomano. Sin embargo, a decir verdad el propio sionismo no tuvo claro si su plan de crear un nuevo hogar para los judíos debía estar en Palestina, Kenia, Uganda o Patagonia, como reflejan los escritos y resoluciones de sus principales cabecillas. Para 1882 se estimaba que el porcentaje de la población judía en Palestina era en torno al 8%, mientras que para 1931 fue 16,9% y para 1946 del 30%. Esto fue posibilitado por toda una serie de redes y canales de apoyo de los judíos en todo el mundo, cuyo fin, era comprar poco a poco y legalmente las tierras de esa zona, que para entonces aún estaba poco habitada y que a nivel de inversión era escaso interés incluso para los propios judíos más ricos del mundo.

En cualquier caso, veamos qué opinaban en el siglo XX los comunistas de la Internacional Comunista (IC) respecto a la cuestión del sionismo o las crecientes olas de emigración judía a Palestina. Para tal fin, rescatemos una opinión dada en los años 30 por el Buró judío del Partido Comunista de los Estados Unidos, todo ello, justo en un momento en que se desataron las masacres de judíos por parte de los árabes de la zona:

«Debemos tener en cuenta los trescientos mil quinientos a cuatrocientos mil judíos que viven en ese país y los intentos realizados por los feudales, por los agitadores nazis y fascistas italianos, al igual que por los imperialistas británicos de convertir el movimiento en una lucha de razas, en un progromo contra el pueblo judío. En este sentido, el rol del sionismo debe señalarse correctamente. El sionismo le hace el juego a las fuerzas reaccionarias. No sólo le hace el juego a la reacción, sino que por sí mismo es reaccionario hasta la médula. El sionismo es reaccionario por cuanto fomenta la división y la opresión racial. Divide a los trabajadores según su raza, discrimina a los trabajadores árabes y los excluye de los sindicatos. Así llaman a la «conquista del trabajo», la política llevada a cabo por el reformista reaccionario «Histadruth» [Unión de sindicatos hebreos de Palestina]. El sionismo despoja a los campesinos árabes de su tierra y llama a dicha política la «conquista de la tierra». (Partido Comunista de los Estados Unidos; La perspectiva comunista sobre el sionismo, 1936)

Por otro lado, respecto a la política migratoria se era muy claro también:

«Sobre la cuestión de la inmigración, debes mostrar que los comunistas estamos a favor de la libre inmigración. Debemos confrontar al sionismo con el hecho de que presenta la inmigración hacia Palestina no como libre, sino como selectiva, con el propósito de fortalecer el dominio británico en Palestina. Es una colonización de conquista, no de libre inmigración.  Entonces, cuando salimos en oposición a la inmigración a Palestina, nos oponemos a la presente emigración sionista. Los comunistas tradicionalmente y por la propia naturaleza de los principios marxista-leninistas hemos defendido el derecho de inmigración y asilo. Luchamos contra la actual inmigración controlada por los sionistas, la cual pretende contribuir a los propósitos reaccionarios del sionismo en Palestina. Los comunistas deseamos ampliar de una manera exhaustiva los derechos de los judíos oprimidos y perseguidos en países como Alemania, Polonia, Rumanía y demás para que puedan emigrar sin restricciones, no solo a Palestina, sino a los propios Estados Unidos». (Partido Comunista de los Estados Unidos; La perspectiva comunista sobre el sionismo, 1936) 

Ciertamente, la cuestión inmigratoria marca la diferencia entre el discurso de un nacionalista y un comunista. En este caso, más allá de la cuestión productiva, que obviamente es importante, a veces se pasa por alto los requerimientos ideológicos en los inmigrantes. Obviamente, un país socialista necesitará y acogerá temporal o permanentemente a técnicos extranjeros para satisfacer las necesidades en la producción, pero este baremo ya no será en pro de enriquecer a una burguesía nativa, sino de beneficiar al conjunto de trabajadores. Con todo, quedaría aún algo a aclarar que es más importante todavía: en otras ocasiones, cuando la cuestión técnica empiece a ser descartada como demanda principal o urgente, lo que primará, como deseamos, será el aspecto ideológico del sujeto. Nos explicamos, aunque esto no puede sorprender a nadie. Actualmente, la burguesía realiza contratos y acuerdos internacionales para acoger con mayor facilidad a los inmigrantes de ciertos países por motivos políticos, por tanto, el Estado socialista también implementará una política similar, aunque diferente. En este caso, no se tratará de simplificar la cuestión y aceptar a mansalva a los «disidentes del capitalismo», puesto que estos números serían imposibles de absorber. Sin olvidar, claro está, que existiría y aumentaría la posibilidad de que esa disidencia sea realmente parte de tal o cual facción capitalista. Por ende, el gobierno deberá centrarse en evaluar a los sujetos en base a su simpatía por la ideología del régimen y su próxima adaptación a la cultura socialista del país.

La Declaración Balfour (1917) decantó que el Imperio británico apoyase las pretensiones «del establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío», aunque se aclaró que «no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina». Cuando el victorioso Imperio británico se hizo con Palestina tras la desintegración del Imperio otomano, convirtiendo a esta en un mandato, su postura sobre el tema cambió sustancialmente, viéndose tal pretensión de los judíos sionistas como un factor desestabilizador. En cualquier caso, durante el siglo XX estallaron toda una serie de conflictos fratricidas entre los árabes y los judíos, tanto entre los que vivían en Palestina como entre quienes comenzaron a inmigrar hacia allí; véase la Matanza de Hebrón (1929), entre otros. No menos importante fue la animadversión, sabotaje y ataques de los grupos judíos y árabes hacia las autoridades británicas, a las cuales veían, con toda razón, como un ocupante demagógico y manipulador; véase el Atentado al Hotel Rey David (1946). 

En cualquier caso, a través del famoso «Libro blanco» (1939) Londres propuso la creación de un único Estado judío-árabe que debería ser creado en un lapso de diez años. Sin embargo, a la hora de la verdad los británicos limitaron la inmigración judía en la zona, con un máximo de 75.000 personas para los siguientes cinco años, así como la compra de tierras. Esta postura cambió gracias a la intervención estadounidense, donde existía una opinión pública muy favorable hacia la causa judía. En 1946, con la creación del Comité anglo-americano de investigación para el Mandato de Palestina, se decidió finalmente aceptar la llegada de 100.000 refugiados judíos de Europa y eliminar la restricción de la compra de tierras por parte de los judíos. Este cambio de opinión por parte de Gran Bretaña solo se puede explicar entendiendo la gran deuda contraída con los EE.UU. durante el conflicto, lo que condicionaría la decisión final de Londres en varias cuestiones. La alianza y competencia entre ambas potencias se volvería a reflejar en cuestiones sensibles como la Crisis del canal de Suez (1956), donde Londres volvió a agachar la cabeza, pero eso es otra historia.

3) En tercer lugar, ¿cuál fue la postura histórica de la URSS? El debate en la ONU de 1947 y la postura soviética sobre la formación de Israel ha sido ampliamente manipulada. Todos los charlatanes parlotean y acusan a Moscú de una cosa y la contraria, de apoyo al sionismo y antisemitismo, de fanatismo y pragmatismo, pero lo cierto es que la posición soviética fue bastante clara y, al menos en esta ocasión, coincidía con los preceptos marxistas sobre cuestión nacional. Un ejemplo de manipulación lo vemos en el canal de YouTube «The Cold War», en donde su director afirmó:

«Stalin, siempre pragmático y calculador, decidió no ver este asunto desde la lente de la ideología, sino más bien como alguien que buscaba el mejor resultado geopolítico para su país. Los dirigentes soviéticos consideraban que los países árabes eran probritánicos y esperaban que la creación de un Estado judío en la región alterase el dominio británico. Stalin también esperaba que el futuro Estado judío fuera de naturaleza socialista y se alineara con la URSS». (The Cold War; La creación de Israel, 2019)

Aquí hay varias imprecisiones históricas que merecen ser comentadas. En primer lugar, difícilmente los pueblos árabes iban a ser «probritánicos» cuando en la propia Palestina de 1936 se desataron levantamientos antibritánicos, mismos hechos que pueden constatarse en países como Irak y otros «Mandatos Británicos» de la zona; lo que desmonta rápido tal teoría. En segundo lugar, en 1947, ni el mayor de los optimistas del Kremlin era tan necio como para pensar que los comunistas israelíes tenían suficiente influencia como para que, en un lapso de tiempo próximo, estos dominasen los destinos de su país y llevaran a Israel al «campo comunista»; lo que es otra especulación gratuita.

En realidad, si consultamos un artículo publicado en «Pravda» (21 de septiembre de 1948), que daba su opinión sobre el tema, el escritor soviético de origen judío, Ilya Ehrenburg, dijo lo siguiente con relación a la política de la URSS sobre Israel:

«Alexander R. pregunta cómo trata la Unión Soviética al Estado de Israel. Esta pregunta se puede responder brevemente: el gobierno soviético fue el primero en reconocer el nuevo estado, protestar enérgicamente contra los agresores, y cuando el ejército israelí defendió su tierra de las legiones árabes comandadas por oficiales británicos, se ganó todas las simpatías del pueblo soviético. Estaban del lado de los ofendidos, no del lado de los ofensores. Es tan natural como el hecho de que el pueblo soviético simpatice con los patriotas de Vietnam, no con los pacifistas franceses, con los patriotas de Indonesia y no con los castigadores holandeses. (…) Además de la invasión de las hordas angloárabes, Israel conoce otra invasión, menos ruidosa pero no menos peligrosa: la del capital angloestadounidense.  (…) No son los representantes de los trabajadores los que dirigen el Estado de Israel. Todos hemos visto cómo la burguesía de los países europeos, con sus grandes tradiciones y su antigua condición de Estado, ha traicionado los intereses nacionales en nombre del dólar. ¿Puede el pueblo soviético esperar que la burguesía israelí tenga más conciencia y previsión que la burguesía de Francia o Italia? Difícilmente. Confiamos en el pueblo, pero si en Israel el pueblo pelea y pelea con valentía, eso no significa que el pueblo gobierne allí. Hay muchos trabajadores urbanos y rurales en el Estado de Israel, ellos llevan la peor parte de la defensa del país. Al mismo tiempo, tienen que luchar contra la codicia de su burguesía, para la cual la guerra, como para cualquier burguesía, es ante todo beneficio». (Ilya Ehrenburg; Sobre una carta, 1948)

En realidad, la postura soviética sobre la creación de Israel fue clara e inequívoca: esta apoyó en los foros internacionales el derecho de los judíos tanto a vivir en Palestina como a crear un Estado separado para los judíos en caso de no poder ponerse de acuerdo con los árabes de la zona. Esto no implicó una transigencia con el sionismo ni cualquier otra rama del nacionalismo judío. Por si alguien no entiende tal postura lo explicaremos de la siguiente manera: la URSS también apoyó la independencia de la India del Imperio británico, sin que ello supusiese apoyar el nacionalismo hindú del ghandismo como ideología, que también se había venido criticando desde siempre. Lo mismo podría decirse con el antiguo apoyo −militar, financiero y diplomático− hacia el grupo nacionalista chino del Kuomintang cuando este mantuvo su lucha contra Japón.

Otra verdad a medias, es la afirmación de que la URSS apoyó como primera opción la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe:

«La segunda opción era el establecimiento de una confederación como Yugoslavia o Suiza, con una autonomía significativa para los miembros, pero de política exterior y monetaria común. La tercera opción fue la partición de Palestina en un Estado árabe y otro israelí, favorecida por los Estados Unidos y la Unión Soviética». (The Cold War; Primera Guerra Árabe-Israelí 1948. Antecedentes Políticos, 2019)

Esto se refuta de inmediato consultando el informe del delegado soviético en la ONU. En primer lugar, el delegado expuso que la situación presente mostraba el fracaso de la política británica en la zona:

«La Asamblea General considera en estos momentos que el problema es un resultado directo del fracaso del sistema de administración de Palestina bajo mandato, que ha resultado en un agravamiento de la situación y los acontecimientos sangrientos en ese país. El simple hecho de que haya sido el mismo Gobierno del Reino Unido quien presentó esta cuestión para su análisis por la Asamblea General es sumamente revelador. Esto solo puede considerarse como un reconocimiento de que la situación actual en Palestina no puede continuar. La comisión especial debe estudiar detenidamente la situación que en el momento impera en Palestina». (Andréi Gromiko; Discurso en la ONU, 14 de mayo de 1947)

En dicho discurso, Gromiko señaló el sufrimiento del pueblo judío a manos de las fuerzas reaccionarias internacionales, especialmente por parte del nazismo alemán:

«Durante la última guerra, el pueblo judío padeció un dolor y un sufrimiento excepcionales. Sin exagerar, este dolor y sufrimiento son indescriptibles. Es difícil expresarlos en términos de meras estadísticas de víctimas judías o agresores fascistas. Los judíos fueron objeto de aniquilación física casi total en las regiones dominadas por los hitlerianos. La cifra total de los miembros de la población judía que murieron en manos de los verdugos nazis se estima en aproximadamente seis millones. Tan solo aproximadamente un millón y medio de judíos en Europa Occidental sobrevivieron a la guerra. (...) Una gran parte de los judíos que sobrevivieron en Europa se vieron privados de sus patrias, sus hogares y sus medios de existencia. (...) Ha llegado el momento de ayudar a este pueblo, no con palabras, sino con obras». (Andréi Gromiko; Discurso en la ONU, 14 de mayo de 1947) 

Se analizó cómo los países europeos no garantizaron derechos básicos en los años previos a la guerra, permitiendo que se agudizase el antisemitismo, despojando a los judíos de una ciudadanía plena, por lo que no podían esperar mayores garantías después de la guerra:

«El hecho de que ningún Estado de Europa Occidental haya logrado garantizar la protección de los derechos fundamentales del pueblo judío y protegerlo de la violencia de los verdugos fascistas explica las aspiraciones del pueblo judío de establecer su propio Estado. Sería injusto no tomar esto en cuenta y negar el derecho del pueblo judío de hacer realidad esta aspiración». (Andréi Gromiko; Discurso en la ONU, 14 de mayo de 1947)

Después, se hizo un repaso de la vinculación histórica tanto de árabes como judíos a Palestina y propuso que, lejos de lo que se había especulado, la solución debía pasar por un único Estado que tomase en cuenta los derechos de ambas poblaciones:

«Es fundamental tomar en cuenta el hecho irrefutable de que la población de Palestina consiste en dos pueblos, los árabes y los judíos. Ambos tienen lazos históricos con Palestina. Palestina se ha transformado en la patria de estos dos pueblos, cada uno de los cuales desempeña un papel importante en la economía y la vida cultural del país. (...) Todo esto lleva a la delegación soviética a la conclusión de que los intereses legítimos de tanto la población árabe como la judía se pueden preservar únicamente mediante el establecimiento de un Estado árabe-judío homogéneo, independiente, dual y democrático. Dicho Estado deberá cimentarse sobre la igualdad de derechos para las poblaciones árabe y judía, para de esta manera sentar las bases de una cooperación entre estos dos pueblos que servirá a los intereses recíprocos y resultará beneficiosa para ambas partes. Es bien sabido que esta solución para el futuro de Palestina cuenta con partidarios en el país». (Andréi Gromiko; Discurso en la ONU, 14 de mayo de 1947)

Lo que aquí defendió el diplomático soviético, simplemente era volver a los preceptos ya anunciados por la Internacional Comunista entre 1919 y 1943, en donde los delegados comunistas tanto árabes como judíos defendían el respeto a los derechos lingüísticos, religiosos y étnicos de ambas partes. Véase el documento de la IC «Resolución de la Secretaría Política sobre el movimiento insurreccional en Arabistán» (1929). 

En cualquier caso, el portavoz soviético notificó que, en caso de no concluirse tal pacto de un único Estado árabe-judío, como se deseaba, existía otra alternativa, la creación de dos Estados separados pero que colaborasen en completa concordia:

«Si, debido al deterioro de las relaciones entre los árabes y los judíos, resulta imposible la ejecución de este plan −y será importante conocer la opinión de la comisión especial sobre este punto− entonces habría que considerar el segundo plan, el cual, como el primero, cuenta con partidarios en Palestina, y el cual implica la partición de Palestina en dos Estados independientes y autónomos, uno judío y uno árabe. Deseo reiterar que dicha solución a la cuestión palestina sería justa solo si las relaciones entre las poblaciones árabe y judía resultaran ser tan malas que sería imposible reconciliarlas y garantizar la convivencia pacífica entre las dos». (Andréi Gromiko; Discurso en la ONU, 14 de mayo de 1947)

El resto es bien sabido: en la resolución 181 de la ONU del 29 de noviembre de 1947, se propuso −con aprobación tanto de EE.UU. como de la URSS− un nuevo Estado judío y uno árabe bajo una misma unión económica; esto incluía además una zona internacionalizada en las ciudades de Belén y Jerusalén. Sin embargo, ciertos sectores del radicalismo árabe no aceptaron estos términos ya que no concebían la existencia de un Estado judío dentro de Palestina, mientras para gran parte del sionismo la oferta era igualmente insuficiente, ya que deseaba extenderse por toda Palestina. En cualquier caso, las autoridades israelíes ejecutaron de forma inmediata la secesión o creación del nuevo Estado.

El desenlace trágico de la Guerra árabe-israelí (1948), con Israel como claro vencedor y ocupando más zonas de las acordadas por la resolución de la ONU, más los acontecimientos que vinieron después, como la Guerra de los Seis Días (1967), la Guerra de Yom Kipur (1973), etcétera, ha sido aprovechado por historiadores de dudosa credibilidad como Bill Bland y otros «capitanes a posteriori» para crear su relato ficticio de los hechos históricos, dudando incluso de la posición soviética sobre el tema. ¿A qué nos referimos? Por ejemplo, dado que un sujeto, en este caso el delegado soviético de la ONU, Gromiko, terminó siendo un famoso revisionista −¡como la mayoría de cuadros del Partido Bolchevique!−, y dado que Israel tomaría una posición cada vez más belicista y expansionista, debemos invalidar automáticamente toda su línea política de 1947, y de paso, buscar una especie de conspiración a espaldas de Stalin. (Véase el artículo «Marx, Lenin y Stalin sobre el Sionismo» de Alliance (Marxist-leninist), Nº30 (30 de octubre de 1998). 

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A poco que uno se tome la molestia de revisar las publicaciones de los partidos comunistas de la época, entenderá que la visión en aquel entonces sobre el conflicto era muy diferente. Para gran parte de las élites del mundo árabe la mera idea de discutir la creación de un Estado judío en Palestina era inconcebible, especialmente si eso suponía el futuro dominio o coparticipación de estos en la gobernación de zonas sagradas como Jerusalén. Véase el ejemplo de Amin al-Husayni, instigador de los pogromos antijudíos de los años 30 y activo colaborador con la Alemania nazi. Tampoco puede olvidarse el papel de Gran Bretaña quien, como ya hemos visto, llevaba años obstaculizando la inmigración judía, y, como señalaron los comunistas de la época, boicoteó aplicar la resolución de la ONU desde los primeros meses. 

Respecto a la Guerra árabe-israelí (1948), como bien relataron las columnas de los periódicos comunistas, incluido «Pravda», el motivo principal de esta guerra fue que, el 14 de mayo de 1948, un día antes del fin del Mandato Británico de Palestina, los judíos decidieron anunciar la independencia oficial de Israel, y este acto tuvo como respuesta que los grupos paramilitares y gobiernos árabes, animados y respaldados por el Imperialismo británico, decidieron invadir y destruir el nuevo Estado. De hecho, los oficiales británicos dirigían las tropas indígenas, como en el caso de la Legión Árabe del Reino de Transjordania, quien ya había servido a estos durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Véase el documental de The Cold War «Primera Guerra árabe-israelí (1948), Antecedentes políticos» (2019).

Esta agresión fue vista por parte del mundo comunista como una declaración de que ni los Estados árabes ni Gran Bretaña iban a respetar la decisión de la ONU de crear dos zonas para cada pueblo, un acto que fue visto por los comunistas como una guerra defensiva de Israel, a la cual no se le permitía el derecho a existir. El Partido Comunista de España (PCE), reflejó en periódicos y revistas como «Mundo Obrero» (Nº115, 1948), cómo, durante el conflicto que hablamos, todo el mundo comunista incluyendo a los países de «democracia popular» apoyaron a Israel a la hora de defenderse de los países árabes que no acataron la resolución de la ONU sobre la repartición de Palestina. De hecho, sin los aviones, tanques, rifles y ametralladoras proporcionadas por Checoslovaquia −especialmente durante el alto el fuego de junio− es muy dudoso pensar que Israel hubiera resistido. 

En la práctica se demostró que los vecinos árabes de la zona, o sea Egipto, Transjordania, Siria, Líbano, Irak, y en menor medida, Yemen y Arabia Saudí que también enviaron tropas voluntarias, no deseaban tanto la creación o defensa de los árabes y su Estado palestino, sino que varios de ellos aprovecharon para ampliar sus fronteras con territorio palestino véase el caso de Egipto con Gaza o Transjordania con Cisjordania y el Este de Jerusalén. Si esto le parece poco al lector, le invitamos a comprobar cual fue el trato dado a los palestinos por parte del monarca Huséin I de Jordania durante los eventos conocidos como el «Septiembre Negro» (1970).

En resumen, el hecho de que tiempo después Israel dejase claro que no tenía intención de acercarse a la órbita del mundo comunista, sino al capitalismo de EE.UU., siendo un peón de este, hasta convertirse, por derecho propio, en una gran potencia imperialista regional, no altera en lo fundamental los hechos aquí relatados. Véase la obra del Partido Comunista de Israel «Programa del PCI» (1952).

4) Por último, cabe preguntarse, ¿por qué la solución ofrecida por las fuerzas progresistas y antiimperialistas en 1947 no pudo llevarse a cabo? Resumamos algunas de las cuestiones clave:

a) El proletariado no puede dirigir los destinos de su nación hasta que no se eleve a clase dirigente del Estado, puesto que, si no controla la dirección de la producción de bienes y servicios −y ello implica también retener la hegemonía política y cultural−, no podrá darle a su labor social una esencia progresista que, entre otros principios, incluye el internacionalismo. Si se quiere decir de forma romántica: el marxismo es el verdadero humanismo, el cual no tolera la explotación del hombre por el hombre ni los prejuicios nacionales, por tanto, tampoco privilegios producto de mitos absurdos de otra índole. Pero esto no significa que, hasta lograr tales objetivos, no tenga su propia concepción de lo «nacional» y que no lo manifieste a través de su organización política o su propia producción artística, dado que, en nuestra época, como ya adelantó Lenin, existen dos culturas fundamentales que nuclean toda nación contemporánea −la cultura proletaria y la cultura burguesa−. Pensar lo contrario, es reproducir el canon trotskista, aquel que postulaba que la cultura proletaria solo asoma la cabeza una vez dicha clase toma el poder y transforma económicamente la vieja sociedad y sus mitos culturales… pero no puede existir una majadería más burda para alguien que se considera «materialista» y «dialéctico». 

b) En la esfera nacional, el mayor peligro para el proletariado revolucionario es creerse la zafia propaganda que justifica la política interna y externa de su gobierno burgués. ¿A qué nos referimos? A brindar con la burguesía nacional respecto a los mitos históricos que esta ha ido creando en la cultura de su país, es decir, el tendiente a mantener como referentes a personajes reaccionarios y a ocultar en cambio los episodios y figuras revolucionarias que todo progresista reivindicaría. En realidad, esto solo acerca al trabajador a una «unidad nacional» ficticia, pero nunca hacia la verdadera emancipación social y nacional de los suyos. En el momento en que el de abajo acepta −conscientemente o no− el discurso del de arriba expresado en la prensa, las instituciones, la legislación y su modo de vida, está tirando piedras contra su propio tejado: contribuye a seguir apretando las cadenas que le sujetan a este mundo, el mismo al cual maldice porque no está conforme con su aspecto. Huelga decir que con la queja esporádica no hallará nunca la forma de escapar a esta situación, por el contrario, es muy posible que caiga en una penumbra espiritual mientras se entretiene combatiendo a los hombres de paja que los capitalistas le irán presentando en el camino… que «si no ha triunfado en la vida» es porque no tiene una «cultura del esfuerzo» y un «espíritu emprendedor»; que la culpa de sus males reside en el «malévolo inmigrante» que le «roba el trabajo»; que al no «estar bien con Dios espiritualmente» no le pueden ir bien los asuntos terrenales, etcétera.

c) Como nota final, no podemos terminar este artículo sin criticar severamente la línea y actitud de muchas de las secciones comunistas de estos países árabes en los años 40, los cuales, a imagen y semejanza de los europeos y americanos, empezaron a adoptar una política profundamente oportunista. Estas direcciones empezaron a utilizar la teoría de las fuerzas productivas para apoyar cualquier vía de desarrollo nacional, rápidamente se depositaban ilusiones en que cualquier militar o clérigo de dudoso progresismo estaban firmemente comprometidos con el «antiimperialismo». De ahí que veamos todo tipo de bandazos en esta región, con actuaciones pintorescas y surrealistas, como los comunistas iraquíes apoyando el golpe de Estado del filonazi Rashid Ali al-Gailani; los comunistas palestinos segregados de los trabajadores judíos y apoyando el terror contra su población; los libaneses absteniéndose de reclamar la confiscación de las propiedades a los terratenientes o los sirios, renunciando en su «programa nacional» a cualquier perspectiva de socialismo en el horizonte y tendiendo la mano a terratenientes y comerciantes por el bien de la «patria». Esto no se diferencia en nada a los defectos nacionalistas ya descritos por nosotros en otras ocasiones, y explica por qué en estos países se vio el ascenso del «panarabismo» o el «socialismo árabe», que no pueden ser vistos sino, a lo sumo, como variantes de un «socialismo burgués». A su vez, corrobora que los gravísimos errores de los partidos comunistas en la «época jruschovista», que entre otros resultados costaron la vida a miles de comunistas árabes, no salieron de la nada, sino que eran el desarrollo ulterior de los defectos oportunistas ya vistos y consolidados en la era «stalinista». Véase el capítulo: «La responsabilidad del Partido Comunista de Argentina en el ascenso del peronismo» (2021). (Equipo de Bitácora (M-L); Notas históricas sobre el conflicto palestino-israelí, 2023)

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