miércoles, 19 de julio de 2023

Los marxistas-leninistas y las elecciones; L 'Empancipation, 1983

En relación con las próximas elecciones generales del 23 de julio de 2023, queremos dejarles el siguiente artículo publicado en su día en L'Emancipation. En él se puede observar cómo en 1983 el grupo marxista-leninista francés criticó la postura timorata y dubitativa del Partido Comunista de los Obreros de Francia (PCOF), el cual acabó pidiendo el voto por el bloque de alianza del Partido Socialista Francés (PSF) y el Partido Comunista Francés (PCF). En las anotaciones finales dejaremos al lector una serie de notas para entender ciertas cuestiones en su debido contexto, así como entender los paralelismos del fenómeno francés de aquellos días con otros escenarios y otras épocas. En resumen, se tratarán cuestiones como las siguientes: ¿cuándo tiene sentido el boicot o abstencionismo en unas elecciones?, ¿cuáles son las tareas verdaderamente urgentes cuando no existe un partido aglutinador? ¿por qué es necesario el análisis de la historia del movimiento revolucionario?, etcétera.

El documento:

«Con la llegada de las elecciones municipales, todo el mundo podía evaluar los veinte meses de gobierno de izquierda y constatar que la victoria del partido socialista y el revisionista [Nota de Bitácora (M-L): L’Emancipation se refiere aquí al Partido Comunista Francés (PCF), que mantuvo una coalición con el Partido Socialista Francés bajo el gobierno de Mitterrand de 1981] no había traído nada a los trabajadores, a ningún nivel. En estas condiciones, apoyar a los partidos de izquierda sólo puede ser resultado de una sumisión al chantaje que utilizan para convencer a los trabajadores de que «la derecha es peor que la izquierda». Durante mucho tiempo, la democracia burguesa ha estado difundiendo sus ilusiones jugando con la oposición derecha/izquierda. Es notable observar que el número de trabajadores que no muestran entusiasmo por este juego ilusorio crece constantemente. Esta «desmovilización» que lamentan los partidos de izquierda puede deberse al hecho de que estos mismos partidos buscan sólo salvar al capitalismo de la crisis. Los Jospin, Mermaz y Poperen −hermanos− lo repitieron como si sufrieran de psitacismo: el socialismo no está en el orden del día. Los revisionistas, que sin embargo proclamaron en sus últimos congresos la vigencia del socialismo, pretenden hoy gestionar los asuntos de un país capitalista... ¡pues así lo ha decidido la mayoría de los franceses! En la bancada de la extrema izquierda, un tal Lipietz pontifica sobre la necesidad de mejorar las relaciones de producción capitalistas para acelerar la llegada del socialismo. Todo está claro sobre este punto en los discursos de nuestros políticos de izquierda: la hora del socialismo no ha llegado −ni siquiera a través de reformas−.

Es difícil pedir a los trabajadores que se movilicen para salvar el capitalismo. Pero la astucia, por así decirlo, de socialistas y revisionistas, consiste en presentar la mejora de la suerte de los trabajadores como una solución parcial o incluso como la solución definitiva a las crisis del capitalismo: el viejo precepto socialdemócrata de la colaboración entre clases. Sin embargo, los trabajadores tampoco muestran un especial entusiasmo por esta «apuesta económica». En el pasado ha sucedido que, como resultado de una encarnizada lucha de clases, se arrancaron a la burguesía concesiones que mejoraron las condiciones laborales en materia de jornada laboral, vacaciones pagadas, salarios, derechos sindicales... el gobierno de izquierda pretende situar su actividad en la continuidad de estas reformas.

Pero, ¿de qué reformas se tratan? Los socialistas y revisionistas no ocultan el hecho de que los capitalistas conservan el «poder económico». ¡Ciertamente! En este contexto, unas reformas pueden o bien ser resultado de concesiones arrebatadas a los capitalistas, o bien «satisfacer directamente las demandas de la burguesía». Las primeras pueden mejorar momentáneamente la situación de los trabajadores y permitir un progreso del movimiento obrero, aunque estén limitadas por el hecho de que éstas no cuestionan las relaciones capitalistas de producción. Las segundas representan una regresión, un atentado a los derechos anteriormente conquistados por la clase obrera. Los partidos de izquierda tienen reputación de aplicar las primeras, las segundas son atribuidas a la derecha. Con el fin de evaluar correctamente la situación política actual, y de definir claramente nuestra posición frente a los partidos de izquierda, es necesario conocer a qué tipo pertenecen las reformas implementadas desde mayo de 1981.

Es fácil ver que todas estas reformas, en todos sus aspectos, benefician directamente al gran capital. No vivimos un período de auge del movimiento obrero y revolucionario donde la burguesía, para frenar la ola, cedería en ciertos puntos. Estamos en un período de reflujo y desconcierto, de parálisis del movimiento obrero, de dispersión del movimiento revolucionario, una situación que la burguesía aprovecha con la esperanza de neutralizar definitivamente al proletariado, anticipándose a los oscuros días que el capitalismo aguarda. La izquierda está en el poder para cumplir esto y nada más: es por eso por lo que cada acto suyo, cada palabra suya, lleva el sello de la peor reacción. Hemos mostrado varias veces, en estas columnas, cómo las reformas implementadas por la izquierda fueron profundamente antiobreras, dejando más posibilidades a los capitalistas de explotar a los trabajadores, de dejarlos en la calle cuando les plazca, de aumentar la fracción de la plusvalía… Solamente la dura lucha, llevada a cabo en difíciles condiciones de aislamiento y en oposición a las confederaciones sindicales, ha permitido a determinadas categorías de trabajadores poder preservar el poder adquisitivo de sus salarios. El desempleo no ha disminuido, aunque se han hecho esfuerzos considerables para reducir las estadísticas oficiales, expulsando brutalmente a los trabajadores de la actividad con el pretexto de la «jubilación anticipada» o de la «jubilación a los 60», o inscribiendo a cientos de miles de jóvenes desempleados en falsos cursillos de formación.

Para financiar esta expulsión de millones de trabajadores de la actividad laboral, se sustrae cada vez más, directa o indirectamente, del salario de quien tiene un trabajo. De esta forma, por el simple hecho del desempleo actual, los ingresos de la masa de trabajadores, tengan o no trabajo, estén en activo o en «jubilación anticipada», han disminuido, arrojando a la pobreza a cientos de miles de familias. ¿Qué milagrosa solución recomienda la izquierda para afrontar esta tragedia? «Trabajo compartido», es decir, la transformación de cada trabajador en parcialmente desempleado. Según el gobierno socialista-revisionista, el empleo remunerado a tiempo completo ya no es un derecho, sino un privilegio. ¿Puede calificarse esta política de otra cosa que no sea reaccionaria? Por otra parte, no se hizo nada para limitar los despidos, que se han multiplicado, incluso en los sectores que el programa de izquierda pretendía desarrollar, como la industria del carbón. La reciente gran huelga en Carmaux solo pudo limitar el daño.

Para romper la resistencia de los trabajadores, la izquierda ha incitado el odio racial contra los trabajadores inmigrantes. ¿A quién encontramos hoy en el poder? A miembros del Partido Comunista Francés (PCF), un partido revisionista que no duda en lanzar sus perros de presa contra los africanos, ministros socialistas −como Defferre o Auroux− que hacen declaraciones abiertamente racistas contra los inmigrantes. Mientras la policía continúa luciéndose con ataques y crímenes racistas, el poder social-revisionista sigue reclutando para fichar a millones de «sospechosos». Una política tal que así… ¿es algo distinto a una política reaccionaria? El ataque a los salarios, para bajarlos, ha sido el más claro y característico del momento. En un primer momento, bajo la ordenanza sobre el trabajo a tiempo parcial, el gobierno buscó reducir los salarios en un 2,5%. Luego se bloquearon los salarios. En 1982, el poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores disminuyó. Estos ataques continuarán, porque son parte de la lógica del desarrollo actual del capitalismo, como lo demuestra el «plan de austeridad» adoptado al día siguiente de las elecciones municipales. Algunos esperaban que un «progreso social» acompañe las medidas de austeridad en forma de «medidas sociales», Delors aseguró que la «austeridad» se aplicará mucho más allá de este año.

El papel del marxista no es el de lamentarse por el hecho de que «la izquierda hace la política de la derecha», sino recordar y mostrar que la distinción derecha/izquierda se borra bajo las leyes del capitalismo. Durante décadas, los gobiernos burgueses han basado sus políticas salariales en el precepto keynesiano de indexar los salarios a los precios. Keynes había legado este «secreto» como una especie de cura milagrosa para la burguesía: el aumento de los salarios nominales de los trabajadores es posible y puede aparecer como «progreso social» tan pronto como la tasa de inflación conduzca a la estabilidad −en el mejor de los casos− de los salarios reales. Esta política sirvió como base para la colaboración de clases. Hoy, en algunos países, la burguesía cosecha las recompensas haciendo que los sindicatos acepten salarios más bajos. En Francia, esta política nunca ha tomado una forma tan pura. Incluso en la época de «prosperidad económica», la clase trabajadora tuvo que librar grandes batallas −las huelgas de mayo-junio del 68 son el ejemplo más flagrante− para sacar algunas migajas. Desde hace unas décadas, el mundo capitalista conoce una crisis monetaria permanente, el crecimiento se desaceleró, las fases de recesión son más frecuentes y más graves, la competencia es feroz, se están desarrollando los elementos para una gran crisis de sobreproducción. El «boom económico» de la década de 1960 ha terminado para siempre y el futuro del mundo capitalista es extremadamente sombrío. En todos los países capitalistas la situación de los trabajadores se agrava. Se libró una primera ofensiva contra el empleo a mediados de la década de 1970, cuando se socavaron todos los sistemas de «garantía de empleo». 

En Francia, esta política ha provocado el aumento de formas de empleo precario −interino, contrato de duración determinada, subcontratación, trabajo temporal, etcétera−, una regulación más flexible de los despidos y el aumento de la superpoblación estancada. Son los gobiernos de derecha los que han impulsado esta política. Por su parte, los sindicatos, en particular la CGT, aceptaron esta ofensiva contra el empleo realmente sin rechistar. La segunda gran ofensiva daña los salarios: también se lleva a cabo en todos los países capitalistas. En Francia, es un gobierno de izquierdas el que lleva a cabo, esta vez, el ataque contra la clase obrera. Cuando Delors era asesor social de un primer ministro de derecha, en 1971, estableció los famosos «contratos de progreso» −base de la «nueva empresa» de Chaban-Delmas− que debían prever un aumento de los salarios nominales y estaban abiertamente destinados a evitar la vuelta de una explosión social como en 1968. Hoy, el ministro de economía de izquierda, socialista desde 1974, prevé, planifica y programa la bajada de los salarios. El punto común de estas dos políticas consiste en buscar reclutar a los sindicatos, ayer para repartir unas migajas predeterminando con ellos los aumentos de los salarios nominales, y hoy programando las bajadas salariales. A pesar de la pasividad y el «realismo» de la CGT, Delors fracasó en 1971, como fracasó en el verano del 82 cuando quiso reclutar a los sindicatos bajo la bandera de la austeridad. En lo sucesivo, administra la austeridad mediante ordenanzas, siendo consciente de los límites de su política. Para la burguesía, existe un gran riesgo de que los trabajadores entren en una lucha fuera del marco establecido por los líderes sindicales, de ahí la gran importancia del trabajo que los marxista-leninistas pueden hacer en los sindicatos en las condiciones actuales. El gobierno, mientras no pueda lograr que los sindicatos acepten una «bajada de los salarios directos», busca recuperar la plusvalía aumentando los impuestos: aumento de las contribuciones, «préstamos» obligatorios, impuestos indirectos más altos, atención médica más cara y menos reembolsada, etc.

Esta política obedece, por otra parte, a las presiones que ejerce un sistema capitalista mundial caracterizado por la dominación universal del dólar, a lo que se suma, a nivel europeo, la dominación económica de la Alemania federal. Como dijo Jobert tras su dimisión: «Francia está bajo influencia extranjera». La dominación económica del imperialismo estadounidense se logra principalmente a través del sistema monetario internacional donde el dólar es la moneda dominante. Por lo tanto, Estados Unidos está tratando de mantener un dólar fuerte por todos los medios, incluso los más artificiales. Las medidas monetarias y económicas de Reagan, que arrojaron a la pobreza a millones de estadounidenses, provocaron una caída de la tasa de inflación y una consolidación del dólar. Los países europeos deben, quieran o no, alinearse con tal política, ya sea liderada por socialdemócratas, revisionistas o partidos de derecha. Para Francia, el problema se ve agravado por el hecho de que la mayor parte del comercio se lleva a cabo con la Alemania federal, donde la moneda es fuerte y la inflación baja.

Para dar respuesta a lo más urgente, en el marco de esta política coyuntural y miope de la que el gobierno ya no puede salir, las únicas medidas consisten en aprovechar el poder adquisitivo para reducir el déficit comercial exterior. La ineficacia de estas medidas impuestas por algunos malos profesores de macroeconomía también ha sido probada ya por el simple aumento del dólar, que anula casi todos sus efectos. El único resultado consistirá en agravar la bajada de los salarios reales. Los políticos socialistas y revisionistas se ponen de acuerdo sobre la base de su política: extraer más plusvalía a los trabajadores a su costa. Por otro lado, se encuentran muy divididos en cuanto a los medios: ¿directamente, a través de remesas sociales, a través de impuestos directos, a través del IVA? Estos medios conllevan riesgos de explosión social que cada uno valora de manera diferente, de ahí las querellas.

Es cierto que la política de austeridad está aún en pañales. Es igualmente cierto que, en la clase trabajadora, se está gestando una revuelta. Los trabajadores no aceptarán sacrificarse por el capital, aunque sólo sea porque saben por experiencia que en tiempos de prosperidad el capital no deja caer unas migajas hasta después de largas luchas, duras y llenas de sacrificios, como en los años sesenta. El tiempo del «desarrollo pacífico» del capitalismo está llegando a su fin. Hoy se anuncian luchas aún más amargas, la burguesía lo sabe, el proletariado debe prepararse para ello.

En estas circunstancias, los marxista-leninistas deben poner las cosas claras. Ahora parece que las ilusiones en la democracia burguesa no perdonan a aquellos cuya tarea debería haber sido combatirlas sin piedad. Esto es lo que constatamos cuando vemos la posición de los compañeros del Partido Comunista de los Obreros de Francia (PCOF), apoyando a la izquierda. En nuestra opinión, esta posición deviene de dos errores fundamentales, uno relacionado con el análisis de la situación política, el otro con la definición de las tareas actuales de los marxista-leninistas. El PCOF no llega a decir claramente que los partidos de izquierda representan a los trabajadores, si son «partidos de los trabajadores», pero tampoco dice que son partidos de la gran burguesía, que defienden al 100% los intereses del gran capital. El PCOF da a entender que realmente solo los partidos de derecha representan a la burguesía imperialista. Esta concepción se basa en fórmulas como: «la izquierda no cumple sus promesas» −cuando lo que habría que explicar es que su programa es esencialmente burgués−, «la izquierda ha sido incapaz de frenar la crisis», «la burguesía lleva de la mano a los partidos de izquierda» −como si la izquierda estuviera al margen de la burguesía−. El PCOF saca la conclusión de que «la derecha es peor que la izquierda». Aunque desde hace dos años la política de los partidos de izquierda ha estado marcada por una tendencia a la reacción, aunque la situación de la clase obrera se ha agravado, el PCOF persiste en afirmar que el regreso de la derecha al poder constituiría «un avance de la reacción», «un paso atrás». Ya sea que las tomemos en algún sentido u otro, tales fórmulas significan que la izquierda en el poder representa un «avance», un «progreso». En este primer argumento que justifica el apoyo a la izquierda encontramos, por tanto, ciertos ingredientes de la propaganda revisionista para quienes la tarea actual es «bloquear el camino a la derecha».

El segundo argumento del PCOF se basa en la observación de que los trabajadores se harían ilusiones por la izquierda y que «una marea rosa [socialdemócrata] ha invadido la conciencia de aquellos». Pero cuando los compañeros del PCOF afirman que la izquierda representó un «progreso», un «logro» que debe preservarse frente a la derecha, ¿no ha empañado la marea rosa su propia conciencia? En mayo de 1981, ya era un error ver en la victoria de Mitterrand el resultado de un movimiento popular, incluso limitado al plan electoral −véase el análisis de L'Emancipation, N° 2, mayo de 1981−. Los resultados municipales muestran aún más claramente que una parte significativa del electorado de izquierda −en particular del PCF− se negó a votar. En algunos barrios populares, la tasa de abstención ha superado el 40%. ¿Qué puede llevar a cientos de miles de trabajadores comunistas a negarse a votar por su partido, «a riesgo» de dejar pasar a la derecha? El lema: «bloquear el camino de la derecha» no funcionó con ellos. ¿Se preguntaron los compañeros del PCOF por qué? Llamar a apoyar a la izquierda es dejar a estos trabajadores abandonados y cerrarles cualquier perspectiva política. En este punto llega el tercer argumento: los marxista-leninistas no tendrían una «alternativa creíble» que ofrecer a estos trabajadores.

Este otro error fundamental cometido por los compañeros del PCOF refiere a la definición de las tareas actuales del movimiento marxista-leninista en nuestro país. El PCOF presenta su posición electoral de apoyo a la izquierda como «plataforma mínima» para el partido, esto es un abuso manifiesto del lenguaje. Llamar a votar por los partidos burgueses nunca ha constituido ni puede constituir un «programa mínimo» para un partido comunista, especialmente cuando el apoyo a estos partidos reaccionarios se otorga «sobre la base de su plataforma» (editorial de La Forge, N°84). Asumir tal posición es admitir la quiebra política del Partido, su inexistencia como partido de vanguardia. En efecto, ¿qué queda de la independencia de un partido que, por un lado, declara no ofrecer ninguna perspectiva «creíble» y, por otro, brinda apoyo incondicional a los partidos reaccionarios más grandes que hoy dirigen el país en nombre de la burguesía imperialista? En nuestra opinión, el PCOF adopta esta actitud verdaderamente suicida dada su gran confusión sobre las tareas actuales del movimiento marxista-leninista. Incluso si solo tomamos en consideración las tácticas electorales del PCOF, vemos que esta confusión no permite definir una táctica correcta. Antes de volver a la cuestión de fondo, examinemos, pues, la táctica electoral del PCOF.

En general, un partido marxista participa en las elecciones presentando a sus propios candidatos bajo su propio programa −llamado «programa mínimo»−. La literatura comunista abunda en argumentos que justifican esta táctica habitual de los partidos marxista-leninistas. Todos indican que el partido también debe liderar la lucha en el terreno parlamentario, combinándola con formas de lucha extraparlamentarias. Puede surgir la cuestión de boicotear las elecciones cuando la situación es revolucionaria. Lenin aclaró que el boicot no es tanto una «línea táctica» sino un «método particular de combate», aplicable sobre todo en las condiciones de una declaración de guerra directa al régimen burgués:

«No cabe ni hablar del éxito del boicot fuera de un amplio ascenso revolucionario, fuera de una excitación de las masas que en todas partes desborde, por decirlo así, la vieja legalidad». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Contra el boicot, 1907)

El boicot debe ser activo y servir para romper el parlamento y la legalidad burguesa. Un boicot pasivo no tendría más sentido político que la abstención desprovista de todo contenido revolucionario [1], según la vigorosa frase de Lenin:

«Nuestro planteamiento del problema del boicot no tiene nada que ver con el planteamiento de abstenerse o no abstenerse, el cual es un planteamiento liberal, de una mezquindad filistea y desprovisto de todo contenido revolucionario». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Contra el boicot, 1907)

Sin embargo, el movimiento marxista-leninista francés se ha acostumbrado a formular la cuestión en estos términos un tanto apolíticos, a pesar de la riquísima experiencia del Partido Bolchevique, tan a menudo comentada por Lenin. Para el Partido Bolchevique, el boicot fue la excepción: se aplicó en 1905 para evitar la elección en la Duma de Alexander Bulygin. En todas las demás ocasiones −a excepción de la I Duma de 1906, que apenas existió durante más de dos meses y cuyo boicot fue un fracaso, un error, o más bien un «callejón sin salida» según Lenin−, los bolcheviques presentaron sus candidatos propios: a la II Duma en 1906, a la III Duma en 1907 y, en 1912, a la IV Duma, de la que emergería el gobierno de Kerensky en febrero de 1917. Lenin vincula «deliberadamente el boicot activo y la insurrección armada». El boicot no es una simple negativa pasiva a participar, es un medio para lanzarse al asalto hacia el antiguo régimen, en tiempos de auge del movimiento revolucionario. Es una forma de lucha ilegal que:

«No aparece sólo con exclamaciones o con consignas de las organizaciones, sino mediante un determinado movimiento de las masas populares, que infringen sistemáticamente las leyes del viejo poder, crean sistemáticamente nuevas instituciones, contrarias a las leyes, pero existentes de hecho, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Contra el boicot, 1907)

En 1905, en un intento por poner fin a la lucha revolucionaria, el zar buscó orientar ésta hacia el camino de una constitución monárquica. El boicot fue para cerrar este camino, impidiendo el nacimiento de una nueva institución diseñada para aplastar la revolución. En este sentido, Lenin desarrolló un argumento importante al subrayar que el boicot también estaba justificado porque el intento de crear instituciones constitucionales en Rusia, incluso monárquicas, tuvo un gran eco entre la gente en 1905 y 1906. Por lo tanto, el Partido Bolchevique tuvo que batirse abiertamente contra tales instituciones, cosa que hizo con éxito. Después de 1907, en un período de reflujo del movimiento revolucionario:

«No es el entusiasmo por el primer «parlamento» lo que constituye el rasgo característico del momento, no es la fe en la Duma, es la falta de fe en el auge del movimiento». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Contra el boicot, 1907)

En estas circunstancias, el partido participa en las elecciones para desarrollar una agitación útil en el seno de las instituciones representativas.

En Francia, estas instituciones están desgastadas. Hoy en día, el proletariado no espera nada de las llamadas reformas aprobadas por el parlamento o los consejos municipales. Sugerir que un parlamento de izquierda podría mejorar la situación de los trabajadores es inadmisible. El parlamento está hoy desacreditado por las mismas gentes, socialistas y revisionistas, que querían convertirlo en el centro del sistema democrático. Ya casi no se reúne salvo para votar por plenos poderes −ratificación−, es decir, para mostrar al mundo que está renunciando a sus exiguas prerrogativas. Pretender que el proletariado muestra algún entusiasmo por el parlamento es una miopía. En cambio, sí encontramos en la clase trabajadora esta falta de fe en el auge del movimiento, esta falta de confianza en sus propias fuerzas, este apalancamiento de su energía en acciones parciales de carácter profesional. En estas condiciones, el partido marxista debe adoptar la posición clásica: entrar al parlamento, utilizarlo como plataforma de agitación para desenmascarar a los partidos burgueses-revisionistas y subordinar esta acción al trabajo revolucionario ilegal. La posición del PCOF se opone a esta táctica. Pasó de una consigna de abstención en mayo de 1981 al apoyo rotundo al partido socialista y al revisionista, por mediación de los trotskistas en la primera vuelta, y de forma directa en la segunda vuelta. Este es, por desgracia, un desarrollo ahora clásico en el movimiento marxista-leninista francés.

La abstención, aunque aparentemente menos impactante, es tan errónea como el apoyo a las listas revisionistas. Que un partido revolucionario «llame» a la abstención es propiamente inconcebible: esta actitud equivale a proclamar que no tenemos nada que decir, nada que hacer, equivale a confesar su pasividad política −lo que afectará también a otros ámbitos: trabajo en los sindicatos, en el ejército−. La abstención puede también provenir de un antiparlamentarismo pequeño burgués. Sin embargo, pasar de la abstención al apoyo electoral de la izquierda es permanecer en esta misma pasividad política, a esta misma inacción. Si los marxista-leninistas han lanzado con mayor frecuencia la consigna de la abstención en Francia, es porque el boicot estaba fuera de su alcance. Pero reconocer esta imposibilidad estaba en contradicción con la propaganda que enfatizaba «la situación revolucionaria», «el revisionismo desenmascarado y en las últimas». Asimismo, si los marxista-leninistas no lideraron la agitación en el parlamento, fue porque no pudieron tener representantes electos. No tiene sentido enmascarar esta realidad apoyando a los partidos burgueses. La táctica electoral del partido marxista-leninista durante veinte años en Francia revela, por tanto, su inexistencia como partido político, precisamente en el escenario político que favorece la democracia burguesa. Los marxistas-leninistas no son necesariamente responsables de esta inexistencia; lo que es inadmisible, en cambio, es hacer creer que el partido existe, es actuar como si existiera y, por consiguiente, iniciar el movimiento desde un callejón sin salida.

El apoyo a la izquierda, en particular a su elemento revisionista, coloca al partido marxista-leninista en el camino de la verdadera bancarrota. En la situación en la que operan desde hace unos treinta años, los marxista-leninistas sólo pueden existir, desarrollarse y formar un partido independiente si rompen en todos los ámbitos con el revisionismo moderno. Hoy vemos que esta cuestión decisiva está lejos de resolverse. La ruptura con el revisionismo implica también la imposibilidad de entrar en alianza con él, aunque sea bautizada como «táctica», aunque sólo sea porque el PCF no es un partido burgués como los demás, sino «simplemente socialdemocratizador u oportunista». Los partidos revisionistas se construyeron sobre los escombros de los partidos comunistas, buscando destruir el movimiento comunista, el campo socialista. Por eso no hay conciliación posible, ningún «compromiso» realizable, en ningún ámbito y bajo ninguna condición, con ellos. Afirmar que, en determinadas situaciones, los revisionistas pueden ser aliados es malinterpretar su naturaleza o creer que pueden cambiarla. Al respecto, Enver Hoxha lo dejó claro:

«Un acuerdo con los revisionistas modernos sólo puede concebirse cuando han condenado abierta y públicamente todas sus traiciones, y no sólo con palabras, sino demostrando con todos sus actos, concretamente en la vida, que han dado un giro completo. ¿Pueden los traidores revisionistas tomar un giro así? Para creer que esto es posible, uno debe haber perdido todo juicio. Si los revisionistas lo hicieran −pero nunca lo harán−, firmarían con ello su sentencia de muerte. Otros hombres surgirán y nosotros discutiremos con ellos, serán revolucionarios, marxista-leninistas, pero los revisionistas no servirán sus propias cabezas en bandeja de plata; la cabeza de los revisionistas debe ser cortada por la lucha, por la revolución». (Enver Hoxha; El revisionismo moderno, peligro para el movimiento comunista y obrero internacional y su principal enemigo; Entrevista con una delegación del Partido Comunista de Nueva Zelanda, 1965)

El PCF, firmemente anclado tanto en el movimiento obrero como en el aparato estatal burgués, es el partido más peligroso, aquel que en Francia es el principal e inmediato obstáculo para la constitución de un partido revolucionario del proletariado. Apoyar al partido revisionista «como la soga sostiene al ahorcado» es una ficción, una ingenuidad política que sería grotesca si no fuera dramática, porque uno acaba ahorcándose a sí mismo. La posición errónea del PCOF se deriva, por tanto, de errores más antiguos y profundos relacionados con la lucha contra el revisionismo y con la definición de las tareas actuales del movimiento marxista-leninista francés.

Al principio, los camaradas del PCOF afirmaron que el PCF, es decir, el partido revisionista, estaba en gran parte expuesto y debilitado; contrariamente, hoy justifican su línea electoral invocando la poderosa influencia del revisionismo. Las dos actitudes, tan poco objetivas tanto una como la otra, surgen de la misma obstinación en dejar de lado la lucha contra el revisionismo moderno, en negarse a convertirla en la tarea central de los marxista-leninistas. Como hemos dicho muchas veces, el movimiento marxista-leninista en nuestro país ha estado marcado desde su nacimiento por este rechazo a la lucha antirrevisionista. Actuó como si esta cuestión estuviera zanjada, para embarcarse en una actividad política, formal e impotente, y por tanto condenada al fracaso [2]. El fracaso, naturalmente, lo empujó a reconciliarse con el revisionismo. Es importante que todos los marxista-leninistas aprendan de estos errores pasados, si no quieren repetirlos.

En el mejor de los casos, el movimiento marxista-leninista francés se ha limitado a defender principios sin que se entiendan en su esencia, en su alma viva, que es el análisis concreto de la situación concreta. Sin negar, por supuesto, la importancia histórica de esta «lucha por los principios» que hemos librado, hay que ver sus límites, que aparecieron tempranamente, ya que el movimiento marxista-leninista no podía ir más allá de una cierta referencia formal a fragmentos de la teoría marxista. Esta debilidad iba a tener graves consecuencias, ya que los revisionistas proclamarían que estaban luchando «contra el dogmatismo» y por el «desarrollo creativo del marxismo». Así ocuparon todo el terreno, y nunca en nuestro país los marxista-leninistas pudieron oponerles una teoría revolucionaria, una estrategia y una táctica revolucionaria, un programa. Solo quedaba un recurso puramente ilusorio: la «demarcación práctica» con el revisionismo, desarrollada por los líderes conciliadores del movimiento. Esta línea representa, de hecho, el intento más completo de justificar o enmascarar la ineptitud teórica y política del movimiento marxista-leninista francés. Esta línea, de hecho, sanciona el abandono de la lucha ideológica y política contra el revisionismo moderno en favor de una acumulación de pequeñas acciones supuestamente simbólicas que permitirían a las masas «hacer su propia experiencia» y «juzgar sobre hechos». 

Mientras los marxista-leninistas sigan esta línea de «demarcación práctica», tarde o temprano llegarán a un acuerdo con el revisionismo, por ejemplo, en nombre del «realismo político».

Cuando los compañeros del PCOF decidieron crear el partido en 1979, adoptaron un programa político. ¿Qué queda de él, desde el momento en que deciden apoyar el programa de los partidos burgueses y revisionistas? Así, los mismos dirigentes del PCOF proclaman la inexistencia de su programa, porque no representa una «alternativa creíble», he aquí cómo se echan ellos mismos por la borda para hacer propaganda a favor de la socialdemocracia y los revisionistas. Esta actitud trae graves consecuencias que afectan a todo el movimiento marxista-leninista francés, por eso tenemos el derecho y el deber de discutirlo. En nuestra opinión, el programa no debe entenderse en el sentido estricto y formal de un solo documento que cataloga las opiniones del partido y que puede abandonarse o ponerse por delante según las circunstancias. El programa se refleja en multitud de textos, decisiones, análisis. Establece claramente el objetivo estratégico de cada etapa, vinculándolo con todos los demás elementos de la línea política. Escribir un documento estático, al que llamaremos programa, es una cosa de unas horas al alcance de cualquiera. Pero el desarrollo de un programa político en el sentido marxista, un programa basado científicamente en la teoría revolucionaria, no puede apresurarse a través de una o más reuniones. Los comunistas deben trabajar en todas las cuestiones programáticas importantes: el análisis de clase, la situación del proletariado, la pauperización, las alianzas, la cuestión campesina, la cuestión nacional, la cuestión colonial, la situación del capitalismo, el trabajo en los sindicatos, la cuestión del ejército, etcétera; porque, en todas estas cuestiones, el movimiento comunista francés no dejó más que confusión, error, desviación e ignorancia. En cuanto al objetivo de la revolución, el socialismo, la pobreza de pensamiento del PCF pesó sobre el movimiento obrero incluso en la década de 1930. La propaganda a favor de la construcción del socialismo siguiendo el ejemplo de la URSS fue a menudo débil.

En todas las cuestiones importantes mencionadas anteriormente, los revisionistas, por su parte, han trabajado durante treinta años, han desarrollado una serie de «teorías» y «programas» que sólo la ignorancia y la inacción del movimiento marxista-leninista francés hacen «más creíbles». Para sentar las bases de un programa, hay que saber qué armas están a nuestra disposición. No basta con proclamarse marxista-leninista para disponer, como por arte de magia, de la teoría marxista-leninista. Se debe hacer un gran esfuerzo para asimilar esta teoría, y este esfuerzo solo puede lograrse abordando las principales cuestiones programáticas enumeradas anteriormente, trabajando estas cuestiones en todos sus aspectos, económico, ideológico, filosófico, así como desde el punto de vista práctico −¿cómo surgen hoy para el movimiento revolucionario, qué acciones puede proponer para resolverlas, etcétera?−. Por otro lado, múltiples teorías, en particular revisionistas, generan confusión en esta área. Por lo tanto, es necesario darse cuenta de que el movimiento comunista francés de las décadas de 1930 y 1940 no elaboró adecuadamente estas cuestiones [3].

En los análisis y la línea política del PCF de esta época, se pueden encontrar elementos interesantes, pero también muchos errores y confusiones. Aclarar todo esto requiere mucho trabajo. Es necesario tomar conciencia de la incapacidad teórica y política del movimiento comunista francés, que permitió que el revisionismo triunfara aquí sin gran esfuerzo. No podemos ignorar este período y esta característica del movimiento comunista francés, ya que pretendemos desarrollar un programa revolucionario que refleje una línea marxista-leninista. En nuestro país, los comunistas de hoy no pueden escapar a la realización de este trabajo teórico, por difícil que sea. Ser «antiteoricista» siempre es fácil; lo que hoy, más que nunca, es políticamente irresponsable. Los marxista-leninistas no recurren al trabajo teórico por gusto, sino por necesidad histórica, revolucionaria. Ahora tenemos pruebas históricas de que el rechazo a la teoría está ligado al rechazo a luchar contra el revisionismo moderno [4]. El destino conciliador de los dirigentes del movimiento marxista-leninista francés, que acabaron en los brazos de los revisionistas −o de sus aliados del socialismo pequeño burgués−, permite dar un sentido político a este rechazo de la teoría y ver que ya es en sí mismo una manifestación de conciliación con el revisionismo.

Aunque son pocos en número y no están preparados para afrontar estas inmensas tareas, los militantes de L'Emancipation han iniciado un arduo trabajo de análisis, de las grandes cuestiones programáticas. Los próximos números de la revista reflejarán este trabajo, que se centra en la situación del proletariado y la pauperización, las alianzas y la cuestión campesina, la crisis del capitalismo, etcétera. La lucha ideológica y política contra el revisionismo seguirá alimentando numerosos artículos. Nuestra experiencia nos muestra que solo este trabajo nos permite dar sentido a nuestra acción, es decir, permite a nuestros compañeros, estén donde estén y donde luchen, en los sindicatos, en los movimientos… difundir el marxismo-leninismo en tanto que teoría viva y guía para la acción revolucionaria. Hoy, en Francia, la responsabilidad de los marxista-leninistas, estén o no organizados en un partido, es muy grande. Estamos en un período de fuerte reflujo del movimiento obrero y revolucionario [5]. La clase trabajadora no solo está desorientada sobre sus intereses a largo plazo, su misión histórica o el derrocamiento del orden capitalista para establecer el orden socialista, sino que también está desorientada sobre la defensa de sus intereses inmediatos frente a los ataques lanzados por la burguesía a través del gobierno social-revisionista. Que los marxista-leninistas cometan el error de apoyar a este gobierno reaccionario sólo puede ser el resultado de errores más antiguos y más profundos. Esto es lo que queríamos mostrar en este artículo.

Estos hechos demuestran que las principales cuestiones planteadas por el movimiento marxista-leninista francés al final del episodio maoísta −las cuestiones de la lucha implacable contra el revisionismo y la construcción de un partido independiente en esta lucha−, no están del todo resueltas. Los marxista-leninistas se enfrentan, por tanto, a sus responsabilidades: o abordan estas cuestiones y encuentran su solución, en el marco de un proceso de unificación de sus fuerzas; o bien dejan las cosas como están, y el movimiento marxista-leninista desaparece en nuestro país. Los militantes de L'Emancipation no dejarán las cosas como están, tomarán iniciativas y, al margen de cualquier espíritu de secta o de grupo, seguirán poniendo todas sus fuerzas en la gran batalla para la unificación del movimiento marxista-leninista francés sobre la base de una línea revolucionaria antirrevisionista». (L’Emancipation; Los marxistas-leninistas y las elecciones, 1983)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

[1] El cuándo y en qué situaciones es propicio realizar un boicot, es una cuestión básica que una gran parte de los partidos revisionistas tampoco llegaron a entender nunca. Sus excusas para no participar en las elecciones y, en caso de obtener representación, realizar un trabajo parlamentario autónomo, no resisten el menor análisis:

«Muchos hablan de unas elecciones que, sí, efectivamente, son pseudodemocráticas, pero como lo son en cualquier país democrático-burgués, en las cuales los partidos proletarios parten con franca desventaja por los motivos que ya sabemos, por tanto, no están diseñadas para que el proletariado se haga con el poder, sino para obstruir su expresión a través de los mecanismos de la democracia burguesa, como son la ley electoral, la división de poderes o las comisiones que supervisan la legalidad y transparencia en la financiación de partidos, ¿pero por qué pese a todo esto ponérselo tan fácil a la burguesía? ¿Por qué los comunistas se iban a negar a explicar a las masas dentro del propio parlamento la financiación ilegal de partidos como el PP o el PSOE? ¿Por qué no explicar las razones de que partidos como IU o Podemos sean más mansos desde que son financiados por el Estado burgués y han llegado a tener cuotas de poder? ¿Por qué no explicar cómo los medios de comunicación embellecen un sistema podrido precisamente porque pertenecen a los grandes empresarios y banqueros que financian a todas estas organizaciones políticas? ¿Por qué no explicar los mecanismos burocráticos y las trampas de la propia legislación electoral burguesa? ¿Por qué no explicar desde esta tribuna de la burguesía que la cacareada división de poderes es un cuento, y los jueces son elegidos por los partidos del parlamento? ¿Por qué no denunciar cómo se oponen los presuntos partidos de «izquierda» a las medidas progresistas más básicas de vivienda, desempleo, salario o antifascismo? ¿Por qué no denunciar el propio incumplimiento del programa electoral del partido del gobierno a cada paso en falso? ¿Por qué negarse a que los trabajadores oigan desde el parlamento los privilegios y desmanes de la Iglesia como hizo el propio PCE de José Díaz durante años? ¿Por qué no clamar contra la monarquía como hizo Julien Lahaut? ¿Por qué no luchar contra la represión hacia el movimiento obrero y obtener mejores condiciones para su nivel de vida y su libertad de organización, como hizo Bebel toda su vida? Simplemente no lo hacen porque no quieren ensuciarse las manos, porque son unos charlatanes, unos señoritos, unos abstencionistas políticos ajenos a cualquier entendimiento marxista de lo que necesita la clase obrera para elevar su conciencia política. Las elecciones burguesas tienen su parte de falsedad democrática por estos motivos que hemos mencionado, pero ellos también son unos farsantes haciéndonos creer que un comunista no tiene nada que hacer en ellas, sobre todo cuando varios de estos grupos se autodenominan «el partido de referencia», cuyo deber aumenta ante este tipo de cuestiones, ya que es lógico que un círculo o un grupo de estudio no tenga tal responsabilidad que cubrir. Pero no podemos decir lo mismo del presunto partido aspirante a ser la vanguardia organizada de su clase. (...) ¿Qué diría Lenin de estos personajes que hablan una y otra vez de no participar en las elecciones porque significa «legitimar al régimen»? Pues que a lo sumo son herederos de los oztovistas, quienes eran anarquistas encubiertos dentro del marxismo». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE(r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

¿Cuál es la razón real por la que estos grupos no se presentan a elecciones municipales, regionales o nacionales?

«Realmente sabemos que este tipo de grupos pseudorevolucionarios, mantienen el mismo infantilismo que algunos grupos trotskistas y la mayoría de los anarquistas; todos ellos, además, grupos testimoniales −por no decir marginales− en la actualidad, sin poder de convocatoria ni influencia entre los trabajadores. Por eso, no nos engañemos, esta es la razón real por la que se niegan a presentar sus propias candidaturas en las elecciones generales o municipales –con su nombre, en su defecto bajo una tapadera, o en un frente con otras agrupaciones–. Y es porque aparejado a estos defectos, temen sacar menos votos que otros competidores revisionistas que sí lo hacen –como el Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE) de Carmelo Suarez y su nueva escisión capitaneada por Astor García el Partido Comunista de los Trabajadores de España (PCTE), o el Partido Comunista Obrero Español (PCOE) entre otros–». (Equipo de Bitácora (M-L); Las elecciones, la amenaza del fascismo, y las posturas de los revisionistas, 2019)

[2] A los miembros de L’Emancipation no les faltó razón cuando aseguraron que, en cuanto a la lucha ideológica contra el revisionismo, los franceses sufrieron de engreimiento y arrogancia respecto a sus verdaderas tareas y logros. Los presuntos marxista-leninistas de los años 60 creyeron haber derribado el revisionismo solo para caer en el maoísmo o en tendencias seguidistas. Prueba de ello, es que, poco más tarde, los colectivos, como L ‘Emancipation, que se adhirieron a la línea del Partido del Trabajo de Albania (PTA), tampoco supieron anticipar la degeneración del socialismo albanés. En realidad, casi ningún grupo francés se molestó en estudiar seriamente el origen de las desviaciones de los primeros movimientos revolucionarios del siglo XIX y XX:

«En el siglo XIX el «socialismo utópico» de Fourier y Proudhon causó furor en la población durante un tiempo. Ya en el nuevo siglo el «socialismo posibilista» de Jaurés o Blum no solo mantuvo un notable «apoyo popular», sino que su «moderantismo» pronto le valió para ganarse las simpatías de las élites tradicionales y gobernar el país. Es más, incluso podemos asegurar que también hubo un gran apoyo popular y mediático de la población en general hacia las ideas «socialchovinistas» de Thorez, quien desde los años 30 intentó sincretizar los principios de la Revolución Francesa (1789) y la Revolución Rusa (1917). Por traer a colación un último ejemplo, ocurrió de forma similar en los 70 con el «cabal» eurocomunismo de Marchais: este también fue muy aplaudido tanto por la «burguesía respetable» de la hipócrita «Liberté, Égalité y Fraternité» como por los militantes obreros que decían buscar «una nueva sociedad»; todos ellos pensaban que en alianza socialistas y eurocomunistas construirían una Francia nueva y mejor, a la cual a veces le ponían el nombre de «comunista». 

¿Y bien? ¡Acaso alguno de estos logró organizar un movimiento emancipador que funcionase con la precisión de un reloj suizo y estuviese bien pertrechado ideológicamente para neutralizar la influencia de sus enemigos? ¿Lograron superar al capitalismo, propósito que todos ellos se marcaban en sus inicios? No, a través de estos demagogos y charlatanes el proletariado francés regaló su fuerza, su independencia organizativa e ideológica como clase, se perdió en una tormenta de nociones e influencias totalmente aburguesadas. Aun así, ¿por qué triunfaron temporalmente todas estas corrientes si muchas veces partían de presupuestos absolutamente falsos y perjudiciales? No olvidemos que las peores tradiciones y las malas costumbres pesan sobre la actividad de los hombres como si se tratase de una maldición, y a veces pareciera que la voluntad o la honestidad de unos cuantos no sirven en absoluto para superar esta barrera de mediocridad, pero hay una explicación racional mucho más sencilla y no tan fatalista. Antes de nada, nunca debemos perder de vista que, aunque con mucho tiempo, dedicación y esfuerzo, son los hombres los que cambian sus circunstancias, lo que en política exige la cooperación sin titubeos entre sus miembros, algo que tiene más importancia cuando se va en contra de la corriente de opinión mayoritaria. 

Estas expresiones políticas arriba mencionadas, cuya «evolución» se distanciaba de la raíz marxista que alguna vez pudieron tener, cosecharon un gran éxito momentáneo, eso es innegable, pero fue, entre otros motivos, porque tenían un buen nicho en las condiciones de su tiempo, porque no eran incompatibles con las limitaciones existentes y la tradición heredada más negativa. Cuando decimos esto incluimos también a la presunta «élite ilustrada», es decir, los «elementos más avanzados», porque como dijo Marx: «El educador también tiene que ser educado». En su mayoría, pues, su modelo y propuestas no venían a «poner patas arriba» nada, a lo sumo se adaptaban correctamente en aspectos secundarios porque así lo reclamaba la realidad, porque así podían operar mejor; pero en lo importante, en lo decisivo, se descarrilaban de la esencia de lo que se necesitaba hacer para cumplir con las tareas del momento. 

Cuando estos movimientos hacían su puesta en escena resultaba que sus «novedosas» doctrinas casaban muy bien con las nociones de algunos movimientos en declive, nociones utópicas que todavía coleteaban en el ideario colectivo, por lo que unos movimientos crecían absorbiendo a otros, casi siempre heredando sus peores rasgos y carencias. Es más, podríamos decir que para estos grupos su mayor problema era la competencia con toda una ristra de escuelas y sectas que, salvo pequeñas variaciones, hablaban parecido, actuaban de formas análogas e incluso adoptaban los mismos símbolos, por esto gran parte de su propaganda se centraba en aparentar que ellos tenían la piedra filosofal para resolver mágicamente todos los problemas, aunque sus recetas fuesen las mismas que habían causado el desastre –seguro que esto les resultará familiar a nuestros lectores respecto a lo que ven cada día–. Esto no es ninguna sorpresa ya que hoy sigue ocurriendo de igual forma». (Equipo de Bitácora (M-L); Mariátegui, el ídolo del «marxismo heterodoxo», 2021)

[3] La gran cantidad de colectivos galos que surgieron en el siglo XXI siguieron dejando de lado tal estudio para un futuro incierto, o, a lo sumo, aplicaron esquemas prefabricados o reduccionistas para aparentar haber cumplido con tal responsabilidad. Era lógico que sin tal esfuerzo investigativo jamás se llegase a extraer las debidas lecciones sobre la aparición y degeneración del famoso PCF, y, por tanto, no solo no se llegó a derribar los mitos que rodeaban a esta organización, sino que en el camino se crearon otros nuevos:

«El señor Gouysse se ha pasado toda una vida apelando −como los «reconstitucionalistas» en España− a que todos realicemos un «necesario balance» sobre las experiencias revolucionarias, pero a la hora de la verdad este lo abandona para las calendas griegas. ¿Dónde están los «urgentes análisis» del señor Gouysse sobre las «desviaciones históricas a superar» del Partido Comunista Francés (PCF) −concretamente sobre la predominancia de un tosco sectarismo durante 1930-34 y de un liberalismo atroz en el siguiente período de 1935-56−? En realidad, más allá de algún esbozo interesante en sus antiguas obras de 2004-07, no hay rastro de esta necesaria investigación, y seguramente nunca lo habrá. En sus escritos, por un lado, el señor Gouysse idealiza los años 20 del PCF pese a que estuvo lleno de fraccionalismos y desviaciones anarcosindicalistas y socialdemócratas −algo que ya han demostrado muchos grupos−; mientras que, por el otro, considera muy acertadamente que el PCF fue cayendo en el derechismo −aquí curiosamente elude toda conexión con el movimiento comunista internacional, aunque es notorio que hubo casos similares como el italiano, estadounidense, español, yugoslavo o chino−. ¿Y dónde está la examinación sobre la «resistencia al thorezismo», como el «El caso Marty» y «El caso Tillon» (1952), entre otras luchas públicas y privadas que enfrentó el PCF antes de caer oficialmente en el jruschovismo? Tampoco lo ha acometido, no ha investigado las denuncias que hubo contra el revisionismo de la dirección ni tampoco las debilidades de estos hombres −como en el caso de Marty, intentar reconciliarse con Thorez tras su expulsión−. ¿Qué explicación da a sus lectores el señor Gouysse respecto a la caída del socialismo en Albania y la URSS más allá de repetir que Jruschov y Alia fueron hombres «deshonestos» y «traidores»? ¿En serio nos quiere hacer pensar que, en vida de Stalin y Hoxha, estos no cometieron ninguna mala decisión, que como figuras de máxima autoridad no tienen ninguna responsabilidad del estado vegetativo en que se encontraban los cuadros, desean que pensemos que la contrarrevolución apareció de la nada? No sabemos qué piensa, pues siempre ha guardado silencio sobre todos estos temas. ¿Qué explicación plausible da al seguidismo que mostraron en Francia tanto los «grupos proalbaneses» oficiales como el Partido Comunista de los Obreros de Francia (PCOF), como los «no oficiales», como «L’Emancipation» o «La voie du socialisme», hacia la política de Ramiz Alia? Aquí tampoco se ha pronunciado. ¿A qué se debió la desaparición de muchos de estos colectivos sin hacer el más mínimo ruido? Es más, centrándonos en hoy, ¡¿qué nuevas tiene el movimiento revolucionario francés, qué tareas fundamentales enfrenta hoy −a diferencia de hace una década, dos o tres−?! ¿Se ha avanzado algo o se ha retrocedido sustancialmente en tal camino?». (Equipo de Bitácora (M-L); La deserción de Vincent Gouysse al socialimperialismo chino; Un ejemplo de cómo la potencia de moda crea ilusiones entre las mentes débiles, 2020)  

[4] Sobre la combinación de una organización de individuos y su constante formación y vigilancia ideológica:

«Ha de saberse que, sin un trabajo de organización de masas efectivo, jamás se logrará organizar la revolución, pero sin un esclarecimiento ideológico absoluto sobre a dónde se quiere ir y de qué forma, directamente, no se logrará ni siquiera ese trabajo de masas efectivo, ni mucho menos, claro está, la ansiada revolución. Esto no lo decimos nosotros, lo dice la historia. Los revolucionarios no han llegado a nada transcendente intentando ocultar sus posturas o regalándole a la pequeña burguesía los debates y terminología que se deben dar. Esto tampoco tiene nada que ver con la «parálisis por análisis» de muchos intelectuales que, prometiéndonos muy pronto sacarnos de nuestros errores con nuevas «perspectivas analíticas» sobre a qué dedicar nuestro tiempo y de qué forma –recetas, que nunca terminan de llegar, porque no pueden ordenar ni sus pensamientos–, desean que hasta entonces no nos movamos, o peor, que les hagamos caso en sus delirios intuitivos aún sin presentar argumento de peso alguno.

Entonces, por favor, señores espontaneístas, hidalgos de la indisciplina, ahorraos el ridículo hablando de «resistencia antisistema» cuando no tenéis capacidad ni para salir indemnes de una manifestación. No deis lecciones de «clandestinidad» cuando retransmitís en redes sociales toda la actuación de vuestra célula a cara descubierta –cenas y fiestas incluidas–. No habléis de «trabajo de masas» cuando vuestra organización no mueve a nadie salvo su parroquia y sois unos completos desconocidos para millones de personas. Se presume de algo cuando se tiene, no cuando se está igual o peor que el resto. En el mismo tono, instamos a los pusilánimes reformistas a que dejen de vendernos caminos mágicos para superar el capitalismo que no se han dado jamás y no se darán mientras el capital nacional y sus aliados internacionales tengan suficientes ánimos y fuerzas –pues no existe experiencia histórica donde la burguesía se haya rendido ni en la que no haya intentado retomar el poder por formas coercitivas–, así que parad de darnos la monserga sobre la necesidad de luchar para que el sistema respete los «derechos eternos del hombre», como la «libertad», la «democracia» y todo tipo de pamplinas iusnaturalistas. El pueblo tendrá todo eso –y más– de forma materializada cuando sea consciente de sus condiciones y de su fuerza, cuando conozca su propia historia y la mire sin temor a distinguir la gloria del bochorno. Solo entonces sabrá poner los puntos sobre las íes, pues nada de provecho sacará escuchando a una panda de posibilistas que siempre le conduce a la indefensión, la derrota y la humillación.

En resumidas cuentas, ¿qué debemos saber en materia estratégica y táctica? Como en todo, se trata de mantener un equilibrio sobrio. Si en las líneas anteriores estamos criticando el «practicismo ciego» y la «debilidad ideológica», esto no quiere decir, claro está, que para diferenciarnos del resto debamos ponernos a jugar a la «futurología», anticipando las tareas que enfrentaremos de aquí a dos años, dado que el trazar planes y perspectivas debe hacerse no «sobre el papel» y las fantasías de cada uno, sino solamente sobre la base de la situación concreta, la cual debe de haber sido bien reflexionada. Por mucho que sepamos o intuyamos «cuál será el siguiente paso», la dialéctica del tiempo puede modificarlas dándonos muchas sorpresas. Ergo, la planificación revolucionaria debe partir de atender las demandas, fortalezas y deficiencias del grupo y el entorno en que se mueve. Para ello no solo hay que registrar y cuantificar lo importante a ejecutar, sino evaluar si se ha cumplido. Sin resolver esto en un «hoy» no se podrá ir concatenando un escalafón con el siguiente, es decir, no habrá «mañana». Como igual de claro que está que si en cada momento, sean tareas humildes o transcendentes, se prescinde de una brújula, de un plan de ruta a seguir, de una crítica y autocrítica sobre cada paso dado, el viaje a emprender acabará siendo una Odisea donde las circunstancias moverán nuestra nave a su antojo, solo que a diferencia de Ulises no será por culpa de los «caprichos de los Dioses» sino de nuestra propia falta de previsión. A diferencia de él, nosotros no retornaremos a Ítaca, sino a la casilla de salida. Y estos «imprevistos» continuos terminarán, como les ocurrió a los marineros del héroe griego, con la desmoralización o locura de nuestras tropas». (Equipo de Bitácora (M-L); Unas reflexiones sobre la huelga de los trabajadores de LM Windpower en El Bierzo, 2021)

[5] Hoy podría decirse que para los revolucionarios más conscientes existe un paralelismo con el contexto lúgubre de la Francia de 1983: confusión y desmoralización por doquier. En periodos de reflujo y desorden general, tanto a nivel ideológico como organizativo, no es difícil adivinar cual debería de ser la postura electoral de los revolucionarios, así como sus tareas más urgentes a nivel general:

«En la actualidad, los revolucionarios no cuentan con tal influencia como para negociar una alianza en una posición cómoda, ya que ni siquiera existen bajo una organización real que tenga apoyos y se haga respetar. Si los revolucionarios no se han constituido organizativamente como partido, su participación o no en las elecciones resulta irrelevante para el resultado final de estas; y si existe tal centro aglutinador –como asegura cada agrupación revisionista– el deber de dicho partido es presentar su propia bandera programática. Invertir el orden de esto es un autoengaño.

Actualmente nos encontramos en la primera situación. Lo que abunda es un gran estanque revisionista con peces grandes y peces pequeños que pelean por hacerse un hueco, nada más. En este tipo de países y con tales situaciones, lo que se impone primeramente entre los revolucionarios es la tarea de agrupar en torno a ellos a sus seguidores, a la vez que tratan de realizar labores de agitación y propaganda tanto en la masa virgen como entre las bases del resto de formaciones, sean estas de tendencias reformistas o anarquistas; pero dado que lo primero no se ha conseguido, lo segundo es y será ineficaz. Así pues, el periodo electoral no es nada especial, solo es una parte de tal fin en la lucha antifascista y anticapitalista, un periodo para popularizar sus consignas y propuestas.

Por otro lado, resultan más ridículos aquellos abstencionistas «ad infinitum» que nos intentan convencer de que ellos realizan un «boicot electoral» –bajo diversas excusas– cuando la labor del «partido»,  esa «seria labor de agitación política entre las masas» es inexistente..., cuando sus agitaciones no llegan más allá de su círculo de confianza o se basa en la unión con otros grupos marginales. Nos intentan convencer de esto cuando su «combativa organización» realiza una «gran labor de concienciación entre las masas obreras», cuando su «partido» no tiene influencia conocida en ningún núcleo sindical entre los obreros, cuando incluso teorizan que no se debe trabajar en estos sindicatos mayoritarios, que hay que abandonarlos a su suerte. Reducen sus ligazones con las masas a situaciones ocasionales, como las «charlas», a las que, encima, sus asistentes son mayoritariamente los que ya están convencidos: sus militantes. A esto le suman la venta de artículos sobre su historia ficticia y sus referentes oportunistas para recaudar fondos, o las prácticas de colectas hacia las capas empobrecidas, que tienen más de asistencialismo y populismo que de trabajo ideológico. Actos que más bien deben de ser auxiliares y no el núcleo de un trabajo de masas, cuando otros son, muchas veces por las fórmulas o metodología, totalmente desechables». (Equipo de Bitácora (M-L); Las elecciones, la amenaza del fascismo, y las posturas de los revisionistas, 2019)

1 comentario:

  1. Qué gran artículo científico que incita e invita a reflexionar sobre todo el panorama y movimientos Marxista-Leninistas revisionistas o no

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