«En esta sección repasaremos varias dudas legítimas que se suelen tener los lectores acerca del cristianismo: a) ¿qué relación tuvieron sus primeras comunidades con el comunismo primitivo y el esclavismo?; b) ¿qué conceptos tuvieron los primeros cristianos sobre la usura, el comercio, el celibato o la mujer?; c) ¿a qué se debe que la Biblia contenga tantos pasajes aparentemente contradictorios?; d) ¿en qué errores suelen incurrir los investigadores al analizar los orígenes del cristianismo? Esto nos servirá una vez más para comprobar que, en cuanto a los «reconstitucionalistas», no solo no aportan nada significativo al tema, sino que hacen pasar por novedoso lo ya descubierto hace cientos de años o vuelven a nociones equivocadas y ya superadas.
En primer lugar, cualquiera sabrá que el cristianismo nació como una herejía del judaísmo, aunque en todo momento se alimentó de los conocimientos, mitos y ritos greco-romanos y orientales, desde el gnosticismo, el mitraísmo, el zoroastrismo, el estoicismo, el neoplatonismo y otros ismos, ganando esta última tendencia sincrética y universalizadora −especialmente por los esfuerzos de Paulino− sobre la que era más tradicional o judaizante −capitaneada por Santiago−. En segundo lugar, estas influencias no podían dejar de reflejar en la nueva religión una noción abiertamente conciliadora con el esclavismo, por tanto, el cristianismo era, ya de primeras, incompatible con un comunismo primitivo que, para más inri, para aquel entonces hacía tiempo que se había extinguido en la mayoría de pueblos en que habitaban los primeros núcleos de feligreses. En tercer lugar, si el ambiente decadente de la época entre las clases pudientes del Imperio romano era de un gran temor por el porvenir −o un hedonismo para escapar de la vorágine de desastres−, entre las clases bajas el creciente pauperismo, la desilusión e impotencia por las rebeliones esclavistas fallidas, así como el contacto con la propaganda de todo tipo de sectas y predicadores −que prometían algún tipo de consuelo o mejora en otra vida−, terminaron por crear un caldo de cultivo idóneo para una expresión como lo era el cristianismo. Véase la obra de Serguéi Kovaliov «Historia de Roma» (1948).
En el siglo II el filósofo griego Celso ya describió a los cristianos primitivos, quienes, como hoy los «reconstitucionalistas», se caracterizaban por la incredibilidad que profesaban y la iracunda irracionalidad de su actuar:
«Agrupó en torno suyo, sin selección, una multitud heterogénea de gentes simples, groseras y perdidas por sus costumbres, que constituyen la clientela habitual de los charlatanes y de los impostores, de modo que la gente que se entregó a esta doctrina nos permite ya apreciar qué crédito conviene darle. (…) Es preciso incluso que las creencias profesadas se fundamenten también en la razón. Los que creen sin examen todo lo que se les dice se parecen a esos infelices, presas de los charlatanes, que corren detrás de los metragirtos, los sacerdotes de Mitra, o de los sabacios y los devotos de Hécate o de otras divinidades semejantes, con las cabezas impregnadas de sus extravagancias y fraudes. Lo mismo acontece con los cristianos. Ninguno de ellos quiere ofrecer o escrutar las razones de las creencias adoptadas. Dicen generalmente: «No examinéis, creed solamente, vuestra fe os salvará»; e incluso añaden: «La sabiduría de esta vida es un mal, y la locura un bien». (Celso; Discurso verdadero contra los cristianos, siglo II)
Esto no es ninguna exageración, sino que se puede constatar leyendo sus textos clásicos, como la Primera Carta a los Corintios de San Pablo, en donde señala que «no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles». Esto también fue recogido por Friedländer en su obra «Vida y costumbres romanas bajo el Imperio primitivo» (1913). Aparte de todo esto, si revisamos otros pasajes de la Biblia nos encontramos con pruebas de un fanatismo inusitado:
«Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna». (Biblia; Mateo 19:29, escrito entre los años 80 y 90 d. C)
«Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo». (Biblia; Mateo 14:24, escrito entre los años 80 y 90 d. C)
Si esto le sabe a poco al lector también puede repasar la obra de Engels «Contribución a la historia del cristianismo primitivo» (1894), en donde se repasa la vida de tropelías y estafas de Peregrino Proteo, uno de los primeros jefes cristianos en Palestina. Este pasó en tiempo récord de ser un errante y cínico a una de las mayores autoridades del cristianismo, siendo curiosamente expulsado de la comunidad por no cumplir los preceptos extremos que él mismo predicaba. En todo caso, en su momento de mayor apogeo, la devoción de sus fieles llegó a puntos tan delirantes que, según el testimonio del siriaco Luciano de Samosata, escritor y humorista del siglo II: «Estos infelices creen que son inmortales y que vivirán eternamente, en consecuencia, desprecian los suplicios y se entregan voluntariamente a la muerte», se les «convence de que todos son hermanos»; de manera que si «entre ellos se presenta un impostor, un bribón hábil, no tiene ningún problema para enriquecerse muy pronto, riéndose con disimulo de su simpleza».
Esta extrema candidez de los primeros cristianos, como ya hemos visto atrás, tiene su explicación no tanto en la ignorancia personal de estos −que también−, sino más bien por el momento histórico tan particular en que aparecieron y se difundieron las primeras comunidades [*], así como su origen social −proviniendo de las capas menos ilustradas−. Engels se encargó de recordar esto al lector describiendo cual era el ambiente social en que se redactó el famoso libro del «Apocalipsis» −escrito en el año 95 aproximadamente−: «Fue [esta] una época en la que, en Roma y en Grecia, pero incluso más en Asia menor, en Siria y en Egipto, una mezcla absolutamente aventurada de las más groseras supersticiones de los pueblos más diversos era aceptada sin examen y completada con piadosos fraudes y un charlatanismo directo, en la que los milagros, los éxtasis, las visiones, la adivinación, la alquimia, la cábala y otras hechicerías ocultas actuaban como el protagonista principal»; ergo «en esta atmósfera nació el cristianismo primitivo, y esto en una clase de personas que, más que cualquier otras, estaban abiertas a estos fantasmas».
Karl Kautsky y Friedrich Engels sobre los orígenes del cristianismo
El uso arbitrario de ciertas citas de la Biblia −que luego repasaremos una a una− fue un recurso común en las primeras investigaciones de Karl Kautsky sobre cristianismo primitivo, como se puede ver en su obra «Precursores del socialismo moderno» (1895), donde presentaba a un cristianismo como una ideología sumamente transgresora. El lector debe entender que no queremos decir que sea imposible establecer comparativas entre el comunismo moderno y el cristianismo −primitivo o no−, en absoluto. Se puede realizar tal cosa, como se podría hacer con cualquier otra religión, el problema clave fue más bien que el autor −el señor Kautsky− era sospechoso habitual, ya que cayó con frecuencia en los mismos paralelismos forzados, como el lector puede constatar a la hora de analizar a Platón y otros autores de la antigüedad −olvidándose de unos fragmentos clave y presentando otros como la esencia del fenómeno−.
En dicha obra de 1895, en la cual Engels se enojó por no contar con su participación, pareciera que Kautsky intentase meter con calzador diversas analogías entre el cristianismo y la «lucha de los desposeídos» que mantenía la socialdemocracia alemana en aquel entonces. Esto, no parece descabellado si tenemos en cuenta que tanto Kautsky como los jefes oficiales de la socialdemocracia alemana −Bebel, Bernstein, Vollmar, Rosa Luxemburgo y otros− tendían a diluir el carácter de clase proletario del movimiento en un extraño populismo, como Friedrich Engels criticaría en su: «Crítica al programa de Erfurt» (1891). La socialdemocracia alemana terminaría cavando su propia tumba al acabar realizando varias concesiones programáticas y discusivas hacia el pequeño agricultor y el pequeño capitalista, hacia el chovinismo nacional, hacia el parlamentarismo de tipo reformista o hacia el neokantismo filosófico −tendencias que, si bien fueron combatidas, lo fueron muy tardíamente, o de forma ineficaz−. Pero eso es ya otra historia, que no toca abordar aquí.
Volviendo al tema, hallamos que este vicio de Kautsky, el diletantismo, que hoy es tan común entre los investigadores charlatanes −como nuestros «reconstitucionalistas»−, fue algo detectado muy tempranamente por Engels. Este último en su «Carta a August Bebel» (24 de julio de 1885) destacaba que la «debilidad decisiva» de Kautsky se encontraba en: «El defectuoso método de la enseñanza de la historia en las universidades, y especialmente en las austríacas», donde «se les enseña sistemáticamente a los estudiantes a hacer investigaciones históricas con materiales que saben son inadecuados, pero que suponen considerar adecuados», y aun con todo se vuelven «enteramente engreídos» con sus conclusiones; a esto súmese el hecho de «escribir muchísimo» −en este caso, a cambio de pagas− pero «sin saber qué significa el trabajo científico». No nos extenderemos en todo esto, pero sí anotaremos que Engels instaría a Kautsky a que matizase sus trabajos históricos, como ocurrió con la obra «Los antagonismos de clase bajo la época de la revolución francesa» (1889). Véase la larga emisiva de Engels «Carta a Karl Kautsky» (20 de febrero de 1889).
Esto no significa que Engels negase la excelsa labor que su discípulo estaba realizando por aquellos años. De hecho, Engels en su «Carta a Karl Kautsky» (21 de mayo de 1895), señaló abiertamente lo siguiente: «He aprendido mucho de su libro que es una lectura preliminar indispensable para mi nueva edición de La guerra campesina en Alemania». El maestro también se molestó en señalar a su pupilo cuales eran a su parecer los mejores y peores capítulos de su trabajo: «Puedo decir que tu obra mejora cuanto más se profundiza», aunque «a juzgar por el plan original, su tratamiento de Platón y el cristianismo primitivo todavía deja algo que desear», en cambio «lo haces mucho mejor en las sectas medievales».
Posteriormente, Kautsky, aprendiendo de sus errores, reconocería en la introducción a su obra posterior sobre el cristianismo de 1908 cuan peligroso era caer en este tipo de simplificaciones y precipitaciones a la hora de investigar:
«Dos peligros particularmente amenazan las producciones históricas de los políticos prácticos más que las de los investigadores: en primer lugar, pueden tratar de modelar el pasado enteramente de acuerdo con la imagen del presente, y, en segundo lugar, pueden buscar la contemplación del pasado a la luz de las necesidades de su política actual. (...) El estudioso ahora comprende que cada época tiene que ser medida con su propia medida, que las aspiraciones del presente tienen que estar basadas en las condiciones del presente, que los éxitos y fracasos del pasado tienen muy poco significado cuando se consideran solos, y que una mera invocación del pasado, a fin de justificar las demandas del presente, puede llevar directamente al extravío». (Karl Kautsky; Orígenes y fundamentos del cristianismo, 1908)
El cristianismo y sus relaciones con la riqueza, la usura, etcétera
En su momento, algunas figuras del movimiento obrero como Henry Hyndman, líder populista de la Federación Democrática (FD), plantearon la idea de que el cristianismo primitivo siempre luchó contra la «esclavitud» y la «injusticia», y que, en suma, la institución católica «siempre miró por los pobres» (sic):
«Que la influencia de la Iglesia Católica fue, en general, utilizada en el interés del pueblo contra las clases dominantes, ahora apenas puede ser discutido; ni que la igualdad de condiciones para empezar en su propia organización fue una de las grandes causas de su extraordinario éxito a lo largo de las llamadas edades oscuras. El catolicismo, en su mejor época, suscitó una protesta continua contra la servidumbre y la usura, tal como el cristianismo primitivo, en su mejor forma, había denunciado la esclavitud y la usura también. Pero las tendencias económicas eran demasiado fuertes para que cualquier protesta pudiera ser bien considerada en un principio». (Henry Hyndman; Inglaterra para todos, 1881)
Este autor, para quien no lo sepa, era un antiguo conservador convertido al marxismo, aunque ni Engels ni Marx le tuvieron nunca en gran estima, como demuestra las fuertes críticas que recibió de parte de estos dos. Véase la recopilación de Manuel Salgado Muñoz en su subcapítulo: «La caracterización de Hyndman formulada en las cartas de la MECW» en su obra «Clase o pueblo» (2017).
Esto chocaba con la visión de un Karl Kautsky más maduro, quien en su obra magna «Orígenes y fundamentos del cristianismo» (1908) consideró que era muy necesario comprender las semejanzas, pero sobre todo las diferencias entre los conflictos antiguos y contemporáneos. Para él, tratar de equiparar sin más las luchas de estos movimientos religiosos con los movimientos políticos del proletario moderno, no solo es un acto mecánico y simplista, sino que, además, suele esconder motivaciones destinadas a justificar el actuar presente:
«El cristianismo en sus principios era, sin duda alguna, un movimiento de las clases empobrecidas de los más variados tipos, que pueden denominarse por el término común de «proletarios», siempre que esta expresión no se entienda como significando solamente a los trabajadores asalariados. (...) El énfasis puesto sobre las condiciones económicas, que es un corolario necesario de la concepción materialista de la historia, nos preserva del peligro de olvidar el carácter peculiar del antiguo proletariado, simplemente porque captamos el elemento común de ambas épocas. Las características del proletariado antiguo eran debidas a su peculiar posición económica, la cual, a pesar de sus muchas semejanzas, sin embargo, hacía que sus aspiraciones fueran completamente diferentes a las del proletariado moderno. Mientras la concepción marxista de la historia nos protege del peligro de medir el pasado con el estándar del presente y agudiza nuestra apreciación de las peculiaridades de cada época y de cada nación, también nos libra de otro peligro: el de tratar de adaptar nuestra presentación del pasado al interés práctico inmediato que estamos defendiendo en el presente. Ciertamente que ningún hombre honrado, cualquiera que sea su punto de vista, permitirá el ser descarriado por un engaño consciente sobre el pasado». (Karl Kautsky; Orígenes y fundamentos del cristianismo, 1908)
Otra interpretación típica de los orígenes de esta religión es la de pensar que la institución católica manipuló la esencia revolucionaria del cristianismo primitivo. En este sentido, ¿cómo evalúa la «Línea de Reconstitución» (LR) los primeros pasos del cristianismo a nivel histórico? ¿Qué fuentes recomiendan para su estudio? Por lo visto, recomendar a su público las idealizaciones de un teólogo de la liberación mexicano sobre este tipo de fragmentos les parece una buena idea, ¿por qué no?
«@_Dietzgen: Recomiendo encarecidamente este librito, que como dice el autor es «un manifiesto» que «quisiera hacerse oír de todos los pobres de la tierra». Me atrevería a decir que es de las lecturas que más gratamente me ha sorprendido en mi vida. (…) El autor, aunque parte de profundas convicciones cristianas, presenta una rigurosa y materialista exégesis de los textos bíblicos, demostrando cómo la Iglesia los ha manipulado durante siglos, borrando todas las huellas de comunismo primitivo». (Comunista; Twitter, 3 de mayo de 2020)
¡La virgen! Nunca mejor dicho. ¡Sí que debe de ser mala la literatura que acostumbra a leer este hombre para recomendar tal cosa! Estos seres no ven demasiado problema en el cristianismo como ideología, sino en el posterior desarrollo de la Iglesia Católica como institución de poder, algo en lo que están de acuerdo Hasél y personajes similares, como más tarde veremos. A esto deberíamos preguntarnos lo siguiente: ¿realmente necesitamos a un autor de la teología de la liberación −que intenta conjugar revolución y religión− para saber que la institución eclesiástica censuró y manipuló los textos y persiguió a las distintas herejías que no aceptaban su credo? En absoluto, en su día ya existieron marxistas que señalaron este aspecto con vehemencia:
«Cuando la secta alcanzó una determinada organización, cuando llegó a abrazar toda una Iglesia, en la que tuvo que dominar una tendencia específica, uno de sus primeros trabajos fue delinear un canon fijo, un catálogo de todos aquellos primitivos escritos cristianos que reconoció como genuinos. Por supuesto únicamente fueron reconocidos aquellos escritos que hubieron sido escritos desde el punto de vista de esta tendencia dominante. Todos aquellos Evangelios y otros escritos conteniendo un cuadro de Jesús que no estuviese de acuerdo con esta tendencia de la Iglesia, fueron rechazados como «heréticos», como falsos, o, al menos, apócrifos, y, no siendo por consiguiente dignos de confianza, no fueron diseminados, siendo eliminados en todo lo posible; los manuscritos fueron destruidos, con el resultado de que muy pocos quedaron en existencia. Los escritos admitidos al canon fueron «editados» a fin de introducir la más grande uniformidad posible, pero afortunadamente la edición fue hecha con tan poca habilidad que todavía salen a luz, aquí y allí, rastros de anteriores y contradictorias relaciones que nos permiten suponer el curso de la historia del libro. Pero la Iglesia no consiguió su objetivo, que era el de obtener de este modo una uniformidad de opiniones dentro de ella; esto fue imposible. Las variables condiciones sociales estaban siempre produciendo nuevas diferenciaciones de opiniones y aspiraciones». (Karl Kautsky; Orígenes y fundamentos del cristianismo, 1908)
En todo caso, ¿cuál es ese «comunismo primitivo» con ecos en el cristianismo del que tanto se habla? Este Dietzgen, monaguillo de la «Iglesia de la Reconstitución del Comunismo», posteaba orgulloso los siguientes trazos del Antiguo Testamento, es decir, un texto canónico que siempre fue aceptado por los primeros cristianos:
«Por amor a la ganancia han pecado muchos, el que trata de enriquecerse desvía la mirada. Entre dos piedras juntas se clava una estaca, y entre venta y compra se introduce el pecado». (Biblia; Eclesiástico 27, 1-2, escrito entre el 200 y el 175 a. C.)
Algunos otros se refieren con frecuencia a esta otra cita del Nuevo Testamento donde Jesús combate a los comerciantes y los expulsa del templo por «ladrones», algo que toman como símbolo inequívoco de que el cristianismo era y es una religión de los pobres:
«Llegaron a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los que cambiaban el dinero y los asientos de los que vendían las palomas, y no permitía que nadie transportara objeto alguno a través del templo. 17 Y les enseñaba, diciendo: «¿No está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han hecho cueva de ladrones». (Biblia; Marcos 11:15-18, escrito entre el 60 d. C. y el 70 d. C.)
¿Y qué quiere decir todo esto? Aquí lo que se recomienda es que uno sea buen creyente, enriquécete, ¡pero todo dentro de un orden! Actos como el comerciar y especialmente la usura son demasiado «pecaminosos». Como luego oficializarían los patriarcas cristianos, ¡prestar dinero es «jugar con el tiempo», un «don que solo controla Dios»! El colmo del absurdo es pensar, como hicieron los seguidores de la teología de la liberación, que Yahvé, como ente omnisciente, ya conoce de antemano que la especulación financiera del capitalismo será un martirio para sus hijos dos miles años después, por eso ya promete a estas criaturas, los prestamistas, una muerte sangrienta en el Antiguo Testamento (Ezequiel 18:13). Entonces, preguntarán algunos, ¿qué otra opción hay, Señor, para poder salir adelante? Tomen nota, hijos, pues según reza el Antiguo Testamento, ¡mejor limítense a esclavizar a otros pueblos!:
«Los esclavos y esclavas de vuestra propiedad los adquiriréis entre los pueblos circundantes. O bien entre los hijos de los criados emigrantes que viven con vosotros, entre sus familias nacidas en vuestro territorio. Serán propiedad vuestra. Se los dejarás en propiedad hereditaria a los hijos que os sucedan. Os podéis servir de ellos siempre, pero a vuestros hermanos israelitas no los trataréis con dureza». (Biblia; Levítico 25, 44-46, escrito entre el 538 y 332 a. C.)
¡Hermosa doctrina liberadora que promueve la guerra y esclavización de pueblos ajenos! Sin duda parece ser que este tipo de fragmento y otros del Nuevo Testamento ha generado mucha confusión, creando este mito de que el cristianismo siempre fue contrario a los ricos en cualquier momento y lugar, pero no hay nada más lejos de la realidad:
«Si quieres ser perfecto, ve allí, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. (…) Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos». (Biblia; Mateo 19, 23-30, escrito entre los años 80 y 90 d. C)
Volviendo al tema central, debemos detenernos mismamente en el Nuevo Testamento, el cual a priori se considera como otro conjunto de libros en contra de los ricos y poderosos. Empero, allí podemos encontrar pequeñas historietas que hoy podrían adoptar con gusto los «nuevos emprendedores» para reafirmar sus creencias. En Lucas XIX-11-26 el mismísimo Jesús anima a los suyos a que sigan las enseñanzas del noble y los siervos. Esta historia se basa en que, mientras el noble va a ser coronado y debe ocuparse de unos asuntos, dota a diez de sus siervos de una mina para cada uno −una moneda de origen babilónico− y los anima a negociar con ella hasta su vuelta. Al regresar, todos han producido ganancias excepto uno, que por miedo a perder su mina arriesgándola en los negocios ha decidido guardarla en un pañuelo hasta la vuelta del noble. ¿Y qué ocurre? El noble complacido recompensa con más propiedades a los que arriesgaron y multiplicaron sus ganancias, en cambio, muy enfurecido castiga al que no arriesgó arrebatándole la mina que le otorgó en su nombre. La historia finaliza con una frase: «Os digo, que a cualquiera que tiene, más le será dado, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará». La conclusión es que hay que seguir los designios de Dios sean cuales sean, y que, por supuesto, en los negocios «El que no arriesga no gana», y que cuanto más rico más privilegios te lloverán. ¡Preciosa parábola!
Nótese que la palabra «siervo» en el Antiguo o Nuevo Testamento a veces es un eufemismo de los traductores posteriores para denominar la palabra esclavo. Hay tramos muy explícitos:
«Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones». (Biblia; Tito 2:9-10, escrito en el 80 d.C.)
Y hay más, por si alguien tiene dudas de la típica controversia entre Nuevo y Viejo Testamento, nuestro «revolucionario» Jesús, en referencia al Viejo Testamento, es decir, a las leyes judías adaptadas al cristianismo, nos advertía que estas eran sagradas, adoptando un rol claramente conservador:
«No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No vine para abolir, sino para cumplir. Os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, ni una y ni una tilde de la ley dejará de realizarse». (Biblia; Evangelio según Mateo 5, 17-18, 80 d. C.)
No es ningún secreto que muchas de las sectas judías y ascetas que influenciaron al cristianismo primitivo, como los esenios, gnósticos y otros, efectivamente condenaban radicalmente la riqueza material −vinculándolo los bienes de la vida terrenal como soberbia o un apego al mundo material inadmisible−, algo que ya documentó el historiador romano Flavio Josefo del siglo I. Pero no menos cierto era que estos resquicios de comunismo primitivo eran muy puntuales, pues como señaló Kautsky en su obra «Precursores del socialismo moderno» (1895): «Se trataba sólo de un comunismo de consumo, no de producción». Es decir, que los primeros cristianos acostumbraban a aceptar por ejemplo la esclavitud perfectamente, pero exigían que hubiera una cierta redistribución de los bienes y riquezas de la sociedad: «Los poseedores deben conservar y explotar sus medios de producción, sobre todo su tierra; pero cualquier medio de consumo que poseyeran y adquirieran −comida, ropa, vivienda y dinero para comprar tales cosas− debía ponerse a disposición de la comunidad cristiana». Esta era una postura de caridad y equilibrio social muy propia de la época, dado que: «La alimentación pública de grandes masas de necesitados o la distribución de alimentos había sido la regla en los últimos días de la república y aún se practicaba inicialmente en el período imperial».
Cuando el cristianismo logró afianzarse, crear una organización interna y lograr su tolerancia y posterior oficialización en el Imperio romano, sus ideólogos y obispos lograron matizar los textos oficiales y los párrafos más agresivos, volviéndolos abstractos o alegóricos, todo a fin precisamente de ligarse al poder político y abrirse a las clases adineradas. En cualquier caso, no debemos llevarnos a engaño sobre el carácter del cristianismo desde sus más tempranos inicios. No debemos formarnos ilusiones de que en la Biblia se predique taxativamente que la fe cristiana sea incompatible con el acumular riquezas, más bien todo lo contrario, solo condena algunas formas de acumular riqueza, y en concreto la usura y el comercio −por ejemplo, según Josefo Flavio, los esenios no tenían permitido comerciar entre sí−. Esto era algo lógico debido al contexto de aquel entonces, pues como Karl Kautsky demostró en su obra «Orígenes y fundamentos del cristianismo» (1908): «La lucha entre patricios y plebeyos no era solamente una lucha entre propietarios terratenientes y campesinos, por el uso de las tierras comunales, sino también una lucha entre usureros y deudores»; del mismo modo, el desprecio por el comercio no era propio de los pobres, sino de las clases aristocráticas, en concreto de los propietarios de tierras, lo que refleja que los cristianos posteriores que redactaron estos escritos, reflejaban o asumen dichas ideas −algo que se recoge la propia Biblia de los cristianos con aquello de que en el acto de la compra y venta «se introduce el pecado»−. Esto, por tanto, condicionó el hecho de que los primeros cristianos recogieran este tipo de sentimientos de su ambiente más inmediato.
La Biblia y sus constantes contradicciones
Habría que preguntarse lo siguiente, ¿por qué ha sido durante tanto tiempo tan difícil reconstruir la génesis del cristianismo? Esto tiene fácil respuesta, ya que, hasta la aparición de distintas formas de cotejamiento, la detección del fraude o inconsistencias fue algo muy complejo de detectar. Entiéndase también que:
«Sus primeros defensores podían haber sido personas muy elocuentes, pero no sabían leer ni escribir. Estas artes eran mucho más raras a las masas del pueblo de aquellos días de lo que son actualmente. Por un número de generaciones la enseñanza cristiana de la historia de su congregación se hallaba limitada a la transmisión oral, la tradición, por medio de personas fervorosamente excitadas e increíblemente crédulas, de relaciones de hechos que habían sido observados únicamente por un círculo reducido, si es que en realidad habían tenido lugar, los cuales, por consiguiente, no podían investigarse por la masa de la población, y mucho menos por sus elementos críticos y libres de prejuicios. Únicamente cuando personas más educadas, de un nivel social superior, ingresaron en el cristianismo, se empezaron a fijar por escrito esas tradiciones, pero aun así el propósito no era tanto histórico como de controversia para defender ciertas opiniones y exigencias». (Karl Kautsky; Orígenes y fundamentos del cristianismo, 1908)
No hay que olvidar que mientras el Antiguo Testamento es una compilación de libros históricos, sapienciales y proféticos de los judíos que son reconocidos por los cristianos, el Nuevo Testamento −que recordemos es la segunda parte de la Biblia de los cristianos, escrita entre el año 50 y 100 d. C.−, supone la aportación propia de los cristianos −ya segregados propiamente de la comunidad judía−, y narran hechos por medio de terceros sobre la vida de Jesús o de los Apóstoles, siendo siempre escritos a posteriori de los presuntos acontecimientos que describen:
«Pese a haber sido compuesto dentro de la segunda mitad del siglo I d. C., ninguno de los libros del Nuevo Testamento es obra de uno de los doce apóstoles originales, si bien algunos de sus autores los conocieron de cerca a ellos y a San Pablo –tal es el caso, por ejemplo, de San Marcos y San Lucas–». (Edwin Oliver James; Historia de las religiones, 1975)
A la hora de revisar los orígenes y desarrollos de cualquier religión, que como tal siempre se presentará como original o innovadora, ha de entenderse que hay que tomar dicha tarea con suma precaución, pues todo ha de ser debidamente contextualizado. Sin ir más lejos, los autores de la Biblia se valieron de filosofías sistemáticas, pensamientos esporádicos y proverbios populares. En su seno había fragmentos «A» y fragmentos «B» totalmente contrapuestos. Así, pues, se hiciera esto con total intencionalidad o por mero descuido, el feligrés en aprietos siempre ha podido elegir en la vida terrenal sin «faltar a los textos sagrados». Dicho de otro modo: siempre se ha podido «poner una vela a Dios y otra al Diablo», contentando así a todos. De hecho, la propia institución cristiana ha hecho la vista gorda en mil y una ocasiones cuando se producía este sincretismo, especialmente cuando una población era convertida a la nueva fe, y se mezclaba con los dioses y supersticiones antiguas de la zona. En realidad, en según qué épocas y lugares, la misma institución eclesiástica ha ido modificando su status legal, así como su cuerpo doctrinal; ha ido inclinando hacía unos u otros fragmentos canónicos, descartando o invalidando otros. Estos dogmas han plasmado varias contradicciones en cuestiones relativas a la «familia» o los «bienes» y dichas contradicciones vienen de unas profundas causas socio-económicas, algo que en cambio Kautsky sí explicó con mucha precisión. A esto súmese la lucha que se desató en el seno de la comunidad y los caminos contrapuestos que sus fracciones deseaban adoptar. Si el lector quiere unos cuantos ejemplos de esto, y cómo se manifestó, existen infinidad de lecturas clásicas. Véase la obra de Heinrich Heine «La escuela romántica» (1833), la obra de Ludwig Feuerbach «La esencia del cristianismo» (1841) o la obra de Franz Mehring «Sobre el materialismo histórico» (1893).
Como bien sabemos las «leyes» del cristianismo han variado muchísimo a lo largo del tiempo. Algunos se preguntarán, con toda razón: «Si hubo tantos cambios en su largo desarrollo histórico, ¿por qué las masas cristianas no reaccionaron para salvaguardar su esencia cuando el clero cambiaba una disposición, es decir, introducía el dogma de la «Santísima Trinidad», la infalibilidad papal, el cobro de dinero por las indulgencias, la venta de cargos eclesiásticos o suprimía la condena de la usura?». La respuesta es que sí lo hicieron, o al menos lo intentaron, y un buen ejemplo de ello fueron las famosas herejías antiguas y medievales. Aunque varias de estas fueron de carácter local y limitado, y si bien no siempre alcanzaron el éxito y repercusión que esperaban, estas son sumamente interesantes por varios motivos. Dichos movimientos, generalmente inspirados por un puñado de líderes iluminados, buscaron en los usos y costumbres antiguas, en la consulta y comparativa de la Biblia, en su idealización, la legitimación para su programa religioso y político, la energía y esperanza para levantarse contra la tiranía terrenal de su tiempo o contra lo que consideraban una abdicación de los «principios naturales» del cristianismo primitivo. En no pocas ocasiones, la derrota de estos movimientos contestatarios también terminó inspirando a otros muy posteriores −como el protestantismo o calvinismo− que sí lograron coronar la mayoría de sus propósitos, y que también, como era de esperar, acabaron incurriendo en los mismos fenómenos de intolerancia religiosa, corruptelas clientelares, malversación de fondos y «recreación en la carne» que ellos mismos tanto reprocharon antaño al Papado de Roma.
Antonio Labriola en su obra «Filosofía y socialismo» (1897) señaló cómo los anabaptistas o los montanistas: «Tuvieron necesidad de construirse un cristianismo verdadero, esto es, la simple vida protoevangélica, mientras llamaban decadencia, aberración, obra de Satán a todo lo que había sucedido después». Además, este autor italiano señaló tres aspectos fundamentales que la mayoría de gente que parlotea del «cristianismo primitivo» olvida, aunque diga tenerlo presente.
a) En primer lugar: «Estos no ven que los que se hacían cristianos llegaban a él partiendo de otras religiones», lo que supuso que «la masa de la asociación siempre conservó en su corazón y transportó en las creencias y en las pequeñas leyendas gran número de las supersticiones y mitos de los que estaba imbuida antes de su conversión, además de todas aquellas otras supersticiones y mitos que se vio precisado crear para aceptar, en alguna manera, las doctrinas abstractas y metafísicas del cristianismo doctrinal».
b) En segundo lugar: «No se puede hacer creer a nadie que la masa de aquellos que estaban agrupados en la asociación cristiana haya jamás tenido una idea clara de la variación de los dogmas y de las discusiones sutiles de sabios y de doctores». Por todas estas razones y por otras aún permanece hoy «como suspendida en el vacío, en muchos espíritus, la imagen caprichosa de un cristianismo ultraperfecto».
c) Por si todo esto no fuera suficientemente lapidario, el pensador originario de Cassino también recordó a los «comunistas modernos» que: «Es a este cristianismo verdadero, muy verdadero, al que recurrieron a menudo los ingenuos comunistas cuando tuvieron necesidad, a falta de otra idea exacta sobre la manera de ser de este injusto mundo de miserables desigualdades, de forjar una imagen de sus propias aspiraciones, encontrando, como en tantos otros recuerdos verdaderos o falsos, su motivo y su colorido en la poesía evangélica».
Absolutamente de acuerdo, entonces, ¡¡¡¿qué hombre moderno en su sano juicio acudiría a unos textos de una sociedad esclavista de hace más de dos mil años para erigir sus propósitos políticos?!!!
En cualquier caso, más allá de ciertos orígenes doctrinales inciertos o dudosos, la prueba del algodón de lo que ha sido y es el cristianismo no está en algo insondable, sino que está en el propio desarrollo y cristalización que ha tenido con el paso de los siglos, el cual, como dijo Marx, no deja lugar a dudas, especialmente si lo que deseamos preguntarnos es qué tiene que aportar a las luchas emancipadoras del presente:
«Los principios sociales del cristianismo dejan la desaparición de todas las infamias para el cielo, justificando con esto la perpetuación de esas mismas infamias sobre la tierra. Los principios sociales del cristianismo ven en todas las maldades de los opresores contra los oprimidos el justo castigo del pecado original y de los demás pecados del hombre o la prueba a que el Señor quiere someter, según sus designios inescrutables, a la humanidad. Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el desprecio de la propia persona, el envilecimiento, el servilismo, la humildad, todas las virtudes del canalla; el proletariado, que no quiere que se lo trate como canalla, necesita mucho más de su valentía, de su sentimiento de propia estima, de su orgullo y de su independencia, que del pan que se lleva a la boca. Los principios sociales del cristianismo hacen al hombre miedoso y trapacero, y el proletariado es revolucionario». (Karl Marx; El comunismo del Rheinischer Beobachter, 12 de septiembre de 1847)
Unas notas finales sobre el cristianismo y la mujer
Pero hay más, resulta que Jesús, en su benevolencia habría liberado a la mujer de la opresión patriarcal:
«@_Dietzgen: Dice lo mismo que el autor de este libro que acabo de terminar, que lo llama «inversión mesiánica» −«los últimos serán los primeros»−. Respecto a la mujer en particular, J[ésus]C[risto] la libera del patriarca abriéndole la puerta de la comunidad de individuos libres e iguales que sería la iglesia. Un universalismo fraternal −al menos teórico− que está en las raíces de los dos milenios de hegemonía cristiana en occidente, y que explica por qué muchos comunistas/socialistas del XIX −y desde el XVI− eran fervorosos cristianos». (Comunista; Twitter, 8 de mayo de 2020)
Y el señor Dietzgen afirma esto sin más, sin comprobar si lo que dice su autor de referencia es cierto, contribuyendo así a la alimentación de ese mito de Jesús como «primer comunista de la historia», mito que sostuvieron personajes como Hugo Chávez o Evo Morales. Muy bien, pero… ¿qué nos dicen las «Sagradas Escrituras»?
«En cambio, la mujer que reza o profetiza con la cabeza descubierta deshonra su cabeza: es lo mismo que si la llevara rapada. Así que, si una mujer no se cubre, que se rape la cabeza; y si es vergonzoso cortarse el pelo al rape, pues que se cubra. El varón no tiene que cubrirse la cabeza, siendo imagen de la gloria de Dios; mientras que la mujer es gloria del varón. Pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón. Y no fue creado el varón para la mujer, sino la mujer para el varón. Por eso debe la mujer llevar en la cabeza la señal de la autoridad, en atención a los ángeles». (Biblia; I Corintios 11, 5-10, escrito en el 54 d. C.)
Si nos vamos fuera de los primeros canónicos, en una edición siriaca del año 60 donde se relatan las andanzas del joven Jesús, en una época que apenas figura en la Biblia oficial de la mayoría de ramas cristianas, ahí se afirma una curiosa anécdota respecto a la mujer y su estatus:
«Simón Pedro les dice: Que Mariam salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí que le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en el Reino de los Cielos». (Evangelio de Santo Tomás, ¿60-200?)
Si interpretamos que solo las «mujeres convertidas en varón» pueden ir al cielo... ¿solo les quedaba el travestismo o ser transgénero para lograr el cielo? ¿Era Jesús el primer defensor de los derechos LGTB, señor Dietzgen? Fuera de ironías, ante toda esta cantidad de despropósitos nos deberíamos de preguntar, ¿habrá leído esta gente la reconstrucción histórica que hizo August Bebel del cristianismo en su famosísima obra «La mujer y el socialismo» (1879) antes de soltar tales estupideces? Allí el ideólogo marxista, después de comparar al cristianismo con el judaísmo o el hinduismo, concluyó:
«Los diez mandamientos del Antiguo Testamento se dirigen exclusivamente al hombre. En el noveno, la mujer se nombra al mismo tiempo que la servidumbre y los animales domésticos. Al hombre se le advierte que no debe codiciar la mujer del prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno ni cosa alguna de su prójimo. Por tanto, la mujer es un objeto, un trozo de propiedad, que el hombre no debe codiciar cuando otro la posee. (...) Las manifestaciones ya citadas de los santos y padres de la Iglesia, que podrían aumentarse fácilmente, se pronuncian todas ellas en contra de la mujer y del matrimonio. El concilio de Macon, que en el siglo VI discutió sobre si la mujer tenía alma o no y en el que se decidió que sí por un voto de mayoría, se pronuncia también contra esa concepción favorable a la mujer. La introducción del celibato de los religiosos por parte de Gregorio VII, motivada para tener un poder sobre los religiosos célibes, cuyos intereses de familia los alienarían del servicio eclesiástico, solo fue posible gracias a las nociones subyacentes a la Iglesia acerca del carácter pecaminoso del deseo carnal. (...) Lo que gradualmente mejoró la posición de la mujer en el llamado mundo cristiano no fue el cristianismo, sino la cultura de Occidente adquirida en la lucha contra la concepción cristiana». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)
Los utópicos y revisionistas siempre han tratado de conciliar comunismo y religión
Como se puede constatar, la función de estos seguidores de la LR es la misma que realizaban los utópicos como Kriege, Weitling o Heinzen:
«Kriege está aquí por tanto predicando en el nombre del comunismo la vieja fantasía de la religión y la filosofía alemana que es la directa antítesis del comunismo. La fe, más específicamente la fe en el «espíritu santo de la comunidad», es la última cosa que se requiere para lograr el comunismo» (Karl Marx y Friedrich Engels; Circular contra Kriege, 1846)
Todo esto también recuerda a las declaraciones del líder de los senderistas, el famoso «presidente Gonzalo», quien en 1988 declaraba, emulando a Togliatti o Codovilla, que, pese a todo, la religión no era un obstáculo importante para que las masas se acercasen a la revolución, para que tomasen conciencia:
«El pueblo tiene religiosidad, lo que jamás ha sido ni será óbice para que luche por sus profundos intereses de clase sirviendo a la revolución». (Abimael Guzmán; Entrevista al presidente Gonzalo, 1988)
No ha sido difícil ver pulular el catecismo de la teología de la liberación también en España gracias a organizaciones de influencia maoísta-jesuita como la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), y más recientemente con otro rapero maoísta, afín al Partido Comunista de España (reconstituido):
«Hasél: Solo respeto a cristianos antivaticano que pintan a Cristo con un kalasnikov en la mano. (…) Cuando Jesús hubiera estado antes con Lenin y Stalin que con Pinochet». (Pablo Hasél; Exorcismo, 2011)
Parece que un Hasél con veintitrés años estaba de acuerdo con nuestro «reconstitucionalista» Dietzgen. Si el «ateo católico» de Santiago Armesilla da gracias al Apóstol Santiago, o si Fidel y Raúl Castro bregaban por un acercamiento al Papado, por su parte los «ateos de la praxis» que anidan en la LR no tienen problemas en santificar sus dogmas maoístas de la «lucha de dos líneas» con las ideas del Apóstol Pablo de Tarso. Aunque parezca surrealista, estos «superrevolucionarios» también se han dejado seducir por la ideología religiosa, como les ocurrió a tantos iluminados a lo largo de la historia. Para perplejidad de algunos y mofas de otros, los «reconstitucionalistas» abren sus revistas recitando versos cristianos:
«Es necesario que entre vosotros haya bandos, para que se vea quién es de probada virtud». (Biblia; I Corintios 11:19, escrita en el 54 d. C.)
Y, muy seguramente, para muchos de ellos, epítetos como el siguiente serán una prueba inequívoca de que entre los primeros cristianos que luchaban contra la hipocresía de los fariseos ya estaba contenida la «lucha antirevisionista» −¡aleluya!−:
«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces». (Biblia; Mateo 7:15-20, escrito entre el 80 y el 90 d. C.)
Pero no crean que esto es todo, pues lo visto aquí ni siquiera es una graciosa y esporádica anécdota, sino que no resulta extraño ver esto entre las publicaciones «reconstitucionalistas». Pareciera que algunos hubieran estudiado en el Opus Dei y no pudieran escapar a la llamada del «Altísimo», aunque la explicación más sencilla es que se han formado políticamente con los chascarrillos y fórmulas simplonas del «Libro Rojo» de Mao Zedong.
Esta sección sobre cómo la LR evalúa el surgimiento y contenido del cristianismo primitivo demuestra, por vigésima vez, que los «reconstitucionalistas», pese a sus innumerables promesas, no han hecho ningún aporte significativo al estudio histórico; más bien al contrario, se ha empeñado en recuperar los peores resabios que se deberían de tener ya superados». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)
Anotación de Bitácora (M-L):
[*] He aquí un mapa ilustrativo sobre el desarrollo y expansión inicial del cristianismo:
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