martes, 18 de octubre de 2022

Ni los «reconstitucionalistas» ni sus competidores han logrado tener jamás un «órgano de expresión» a la altura de las circunstancias; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«En esta sección aprenderemos muy rápidamente que los «reconstitucionalistas», emulando a sus competidores, no solo no han aprendido nada significativo de la experiencia bolchevique a la que tanto se remiten, sino que todas y cada una de sus especulaciones en materia de organización, formación, agitación y propaganda van a contracorriente, y no precisamente porque nos traigan algo mejor. 

Aquí nos detendremos especialmente sobre la importantísima labor del «órgano de expresión», el cual hace las veces de aglutinador y organizador, desgranando a grosso modo cuales son las mejores formas de adaptarlo a las necesidades del siglo XXI. Demostraremos cómo todo grupo político que no es capaz de proveer a este «órgano de expresión» de una regularidad en su publicación, y una calidad en su contenido, acaba pereciendo más pronto que tarde. De igual modo, repasaremos las dudas más típicas sobre la relación que ha de darse entre «redactores» y «lectores», entendiendo cómo se condicionan los unos a los otros −superando los métodos escolásticos y la dependencia en unas cuantas personas−. Estudiaremos la polémica «teoría de los cuadros» de los «archiomarxistas», muy popular entre los grupos trotskistas, quienes, como los «reconstitucionalistas», niegan que pueda darse una «práctica revolucionaria» hasta tener una nueva y ultimísima «teoría revolucionaria» libre de errores. Por último, aclararemos que, en lo referente a las labores de «traducción» y «divulgación» de la «literatura clásica», estas han sido facilitadas con la eclosión de las nuevas tecnologías y el acceso masivo a la información, pero dichas herramientas sirven de muy poco sin una tramitación crítica de todos los fenómenos −pasados y presentes−. 

¿De verdad han aprendido algo los revisionistas modernos de los «bolcheviques» y otras experiencias?

Empecemos por retroceder hasta el año 1901 y repasar cuál era, según Lenin, la condición sine qua non, para que el movimiento político revolucionario pudiera echar a andar y, con el tiempo, tomarse en serio:

«Sin un órgano político, es inconcebible en la Europa contemporánea un movimiento que merezca el nombre de movimiento político. Sin él, es absolutamente irrealizable nuestra misión de concentrar todos los elementos de descontento político y de protesta, de fecundar con ellos el movimiento revolucionario. (...) La misión del periódico no se limita, sin embargo, a difundir ideas, a educar políticamente y a conquistar aliados políticos. El periódico no es sólo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En este último sentido se le puede comparar con los andamios que se levantan alrededor de un edificio en construcción, que señalan sus contornos, facilitan las relaciones entre los distintos constructores, les ayudan a distribuirse la tarea y a observar los resultados generales alcanzados por el trabajo organizado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Por dónde empezar?, 1901)

Una vez llegados a cierto punto de capacidad operativa, los revolucionarios rusos podían afirmar que su propaganda y agitación llegaba ya a todas las capas de la sociedad:

«¿Tenemos bastantes fuerzas para llevar nuestra propaganda y nuestra agitación a todas las clases de la población? Pues claro que sí. Nuestros «economistas», que a menudo son propensos a negarlo, olvidan el gigantesco paso adelante que ha dado nuestro movimiento de 1894 −más o menos− a 1901. (...) En todas las provincias se ven condenadas a la inactividad personas que ya han tomado o desean tomar parte en el movimiento y que tienden hacia [el marxismo] −mientras que en 1894 los [marxistas] rusos podían contarse con los dedos−». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, 1902)

Aquí debemos matizar varias cosas. ¿Cuántos de los actuales grupos políticos de «izquierda» tienen «corresponsales permanentes entre los obreros» y «mantienen estrecho contacto con el trabajo interno de la organización», como comentaba Lenin en dicha carta? ¿Cuántos reciben en las diversas provincias del país a varias personas que «desean incorporarse al movimiento»? Si la mayoría de «grupos subversivos» actuales apenas tienen capacidad para ser conocidos fuera de su zona de confort, deberían no lanzar las campanas al vuelo. ¿Qué hay que hacer en una situación así, donde tal cosa no se ha logrado, y donde además no se tiene la capacidad de llegar a todo?

«Toda la vida política es una cadena infinita compuesta de un sinfín de eslabones. Todo el arte de un político estriba justamente en encontrar y aferrarse con nervio al preciso eslaboncito que menos pueda ser arrancado de las manos, que sea el más importante en un momento determinado y mejor garantice a quien lo sujete la posesión de toda cadena». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

¿Se ha sabido buscar este «eslabón» clave? Está claro que no. Incluso en tal época de «ascenso y participación de las masas», Lenin ya dejó patente en el «Proyecto de declaración de la redacción de Iskra y Zaria» (1900), que el problema que enfrentaba el movimiento revolucionario era su «fraccionalismo», su «carácter artesano». Cada círculo local tenía sus medios de expresión donde sus literatos manifestaban sus opiniones sin más, cada agitador realizaba su actividad basándose en un «practicismo estrecho», totalmente divorciado del «esclarecimiento teórico». La forma de agitación predominante, los panfletos sobre cuestiones locales y económicas, se habían vuelto ya «insuficientes», y gran parte de los artículos publicados en los periódicos locales eran por su bajo nivel una «caricaturización del marxismo». No había apenas conexiones ni entre los diversos círculos ni muchas veces entre los propios miembros de un mismo círculo. Estos aparecían fulgurantemente en escena y al poco tiempo fenecían sin apenas haber cogido impulso. ¡Vaya! Uno no puede evitar comparar automáticamente estas descripciones de hace más de un siglo con la triste actividad de los grupos actuales, ¿verdad? En aquel entonces, como hoy, para abandonar tales defectos no cabía otro camino que crear una plataforma ideológica centralizada que representase la «línea política conjunta», una «literatura común», en definitiva, un medio que dejase claras las aspiraciones del colectivo unificado:

«El Centro dirigente del Partido −y no sólo de un comité o de un distrito− es el periódico Iskra. (…) Yo desearía señalar tan sólo que el periódico puede y debe ser el dirigente ideológico del partido, desarrollar las verdades teóricas, las tesis tácticas, las ideas generales de organización y las tareas generales de todo el Partido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, 1902)

En el «¿Qué hacer?» (1902), Lenin definió así los términos «propaganda» y «agitación» en su aplicación cotidiana. Sobre el primero dijo que un «propagandista» debe «proporcionar muchas ideas, un número tan grande de ideas, que al primer golpe todas estas ideas tomadas juntas no podrán ser asimiladas más que por un número −relativamente− restringido de personas». Mientras que, «tratando del mismo problema», el «agitador» en cambio «se apoyará en el hecho más conocido por sus auditores y, apoyándose en dicho hecho conocido por todos, realizará el máximo esfuerzo para dar a la masa una sola idea». ¿Cómo se traslada y aplica eso a la prensa?

«Lo que aquí resulta importante subrayar es que la prensa, entendida como un sistema de prensa, sirve a la vez para la agitación y la propaganda. (…) El proyecto esbozado aquí −antes de cualquier publicación efectiva− no se realizará más que una vez alcanzada la plena madurez del partido revolucionario. A la espera de ello conviene, a modo de primera piedra, crear un periódico reservado a la franja politizada, a los militantes que harán despertar a su vez a nuevas capas. (…) Gracias a su carácter central, el periódico permite realizar la síntesis de toda la experiencia del partido: documentos, correspondencias, hechos de actualidad son analizados, seleccionados y sistematizados a través del periódico». (Madeleine Worontzoff; La concepción de la prensa de Lenin, 1979)

La cuestión de los redactores y los lectores

¿Pero qué nos encontramos hoy cuando nos adentramos en la fastuosa prensa de los presuntos «grupos leninistas» de nuestro alrededor? En ella el mayor obstáculo no es tanto la falta de redactores −que también−, sino la capacidad de los mismos, ya que lo que encuentra uno es la prosternación ante los vicios y manías políticas del «movimiento» y su «tradición». Y si a esto le sumamos que no es extraño encontrar que la publicación de unos es el calco de la publicación de otros, no se avanza lo más mínimo. 

Su método rinde homenaje al noble arte de la escolástica medieval del siglo XIII, donde el «sabio» dictaba a sus alumnos −muchas veces de forma vulgarizada− los «saberes fundamentales» de la «literatura clásica», y donde, ante todo, primaba la memorística a través de ejercicios machaconamente repetitivos que servían como fórmula para aprender la lección. También, como las eminencias universitarias de dicha época, los jefecillos modernos a veces acostumbran a mandar a sus pupilos «pequeños comentarios de texto», pero de nuevo resultan insustanciales, como no podía ser de otra forma, ¿la razón? Aquí, por norma general, el escritor novel no aporta absolutamente ninguna novedad, no añade información sobre los eventos que se relatan o sobre el contexto de elaboración de dicha obra a estudiar, y, en definitiva, no es capaz de extraer demasiadas lecciones para la actualidad −o peor, cuando lo hace, es para distorsionar la realidad−. Huelga decir que el redactor rara vez pone en tela de juicio y corrige acertadamente lo que dice el «maestro» que le instruye o la «eminencia» de referencia que debe analizar, por lo que el resultado no puede ser más paupérrimo y cómico. Este es el resultado tanto de un sistema de enseñanza pobre como de un espíritu e iniciativa igual de pobre del que se está educando.

Esto a su vez está ligado a otro problema histórico que ha sido muy recurrente: la excesiva dependencia en una o unas cuantas personas para encarar la redacción de los artículos, situación que indudablemente los revolucionarios rusos tuvieron que afrontar. En su «Carta a Aleksándr Bogdánov» (10 de enero de 1905), Lenin comentaba la situación dentro de esa división entre «escritores permanentes» y «colaboradores» −que no lo eran en absoluto o se dedicaban solo a ciertas tareas anexas−. En cuanto a los primeros, se les exigía más porque al asumir tal puesto debían dominar su arte: «Simplemente hay que comprometerlos para que escriban con regularidad una vez por semana, o quincenalmente; de otro modo −dígaselo así a ellos− no los consideraremos personas decentes y romperemos toda relación con ellos»; por ende, se les exigía regularidad, siendo para Lenin un crimen que fuesen «endemoniada, imperdonable e increíblemente lentos» y que además viniesen con «necias y estúpidas excusas». En cuanto a los segundos: «Necesitamos que decenas y cientos de trabajadores escriban directa y espontáneamente» a «Vperiod» para dar información viva, realizar propuestas, sugerencias, críticas constructivas, etcétera. Además, animaba a que estos últimos, si tenían intuición y ganas, tratasen de introducirse poco a poco en el mundo de los primeros. Siendo mucho más indulgente les tranquilizaba recordándoles cuan «necio avergonzarse por defectos de redacción» en los que pudieran incurrir, porque en el peor de los casos «¡nosotros nos encargaremos de elaborarla y aprovecharla desde el punto de vista literario!». 

¿Por qué esta preocupación y directrices de Lenin? Si uno observa cual era la composición de «Iskra» en 1903, encontrará que de 113 artículos publicados en tres años (1900-03), el 84% de las publicaciones recaían en Mártov, Lenin y Plejánov, siendo los dos primeros los encargados de supervisar la corrección y publicación final de todos los artículos en general:

«En los 45 números de Iskra bajo la dirección de los seis redactores aparecieron 39 artículos y notas de Mártov; 32 míos, 24 de Plejánov, 8 de Viejo Creyente [Potrésov], 6 de Zasúlich y 4 de P. B. Axelrod. ¡Esto en el curso de tres años! Ni un solo número fue compuesto −en el aspecto técnico y de redacción− por nadie más que por Mártov o por mí». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a M. N. Ljadov, 10 de noviembre de 1903)

Si esto se prolonga en el tiempo, puede dar como resultado que la desaparición −por el motivo que sea− de dos o tres de esos principales redactores, complique enormemente que esa «Iskra» salga adelante, siendo la paralización total o su directa desaparición el resultado más plausible. Esta es la razón de que siempre exista la necesidad impostergable −a nivel general− de tener que elevar el nivel formativo de todos los participantes del proyecto y −a nivel particular− seleccionar y encaminar a cuadros determinados para que en el futuro puedan dar el relevo a otros en caso de enfermedad, deserción, detención, etcétera. En todo caso, queda claro que:

«No es la reducida fronda de periódicos locales lo que puede reavivar los lazos entre el órgano central y las masas. Un buen medio para elaborar democráticamente la línea del partido en la prensa es la participación directa de los militantes de base. [Lenin comentó:] «Nuestro aislamiento se deriva de unas relaciones demasiado infrecuentes y demasiado irregulares entre el órgano central y la masa de los militantes de base». El medio práctico para esta colaboración son las corresponsalías. Un periódico debe estar formado por un núcleo de redactores profesionales, rodeados de una nebulosa de corresponsales: «Un órgano será vivo y viable cuando por cinco publicistas que lo dirijan y escriban de forma regular, existan quinientos o cinco mil colaboradores que no sean escritores en absoluto» [y se dediquen a otras tareas diferentes o anexas]. (…) [Y aun con todo] Hay que conseguir que cada militante considere el periódico como suyo propio, con el fin de evitar cualquier relación en sentido único, del «escritor» hacia el «lector». Esta exigencia supone una inversión de la actitud tradicional que se resume en el precepto: «A ellos les toca escribir, a nosotros leer. (…) «Es necesario que el mayor número posible de militantes del partido mantenga correspondencia con nosotros, y digo bien correspondencia en el sentido habitual y no literario de la palabra». (Madeleine Worontzoff; La concepción de la prensa de Lenin, 1979)

A nivel general, en estos grupos de hoy rara es la vez en la que se discuten, previa o posteriormente a la publicación, los contenidos de la misma −y que esto ocurra es algo que suele derivar de la concepción pedagógica laxa que tiene el grupo a nivel local y nacional−. Bien, ¿y qué hay de los artículos contenidos en el dichoso «periódico»? A causa de la escasez de material a publicar, o dada la cercanía del escritor con los principales editores, uno puede encontrarse un artículo que diga una cosa y al próximo mes otro que diga la contraria; todo esto para la confusión del lector −su militancia−, que no recibe explicación alguna. No es ni siquiera una polémica consciente, sino mero desconocimiento de que se mantienen divergencias tan serias. Tal es el resultado de mezclar prisas, apariencias y eclecticismo ideológico. He aquí otra cuestión: las pequeñas y «grandes» organizaciones que tratan de poner en marcha este mecanismo no poseen conocimientos básicos sobre la creación, edición, producción y distribución de un periódico, así que, como no podría ser de otra manera, al fallar en algún punto −o varios de esta red− las publicaciones acaban siempre retrasándose semanas o meses, al mismo tiempo que la calidad del contenido acaba viéndose afectada.


La importancia de sacar adelante el «órgano de expresión» −con regularidad y calidad−

Si ya de por sí la elaboración de una revista o periódico online −con la finalidad que sea− tiene una complejidad que exige una cooperación no siempre sencilla −pues el grupo debe saber fabricar artículos con contenido de calidad, traducir lo más apremiante de otros idiomas, prestar atención a la ortografía y expresión, contar conocimientos de edición de imagen y demás−. Esto se vuelve más difícil si se quiere reproducir en formato papel, por lo ya expuesto. Por si esto fuera poco los datos son abrumadores, pues hoy son bien pocos los que cuentan con conocimientos para producir un periódico de papel y, en cambio, muchos los que están familiarizados con el formato digital. Y nosotros nos atenemos a la máxima:

«Debemos tomar las cosas como las encontramos, es decir, promover los intereses de la revolución de una manera apropiada a las nuevas condiciones». (Karl Marx; Carta a Ludwig Kugelmann, 23 de agosto de 1866)

Huelga decir que, viviendo en plena era de Internet, considerar que la creación de un periódico físico debe ser prioridad absoluta no es la aplicación de la estrategia leninista, sino su fosilización. ¿La razón? Bastante sencilla; basta con revisar los datos sobre los hábitos de lectura y su evolución en las últimas décadas:

«La elección prioritaria por los medios online crece hasta alcanzar al 46% de los internautas −el 55% entre 18 y 44 años−, mientras el 54% sigue prefiriendo un medio tradicional offline. (...) Las redes sociales son la principal fuente de noticias entre 18 y 24 años −40%−; se imponen al uso semanal de webs y apps de periódicos en todas las franjas de edad hasta los 54 años, y lo duplican entre los menores de 45 años». (Digitalnewsreport.es; Los medios afrontan los retos de recuperar una confianza debilitada y seguir ampliando ingresos por suscripciones, 2021)

Aparte podríamos anotar, como hizo Peter Burke en su obra «Formas de hacer historia» (1991), la importancia decisiva que ha tenido el paso de la lectura intensiva a la extensiva, es decir, de leer pocas cosas una y otra vez hasta poder casi recitar capítulos enteros, a leer un poco de todo sin asimilar realmente lo leído. Esto no excluye, claro está, que una organización estable −consolidada de verdad− pueda repartir folletos ocasionales −que es la propaganda más primitiva− o vender las ediciones de sus propias obras −sin hacer de ello un negocio para enriquecerse, como intentan hacer algunos vividores, a quienes solo les importa el parné−. En todo caso, como bien sabemos, esto son cosas que dependen del momento y la necesidad, por lo que de poco valdría dar fórmulas acabadas. Desde luego, sin una estructura interna sólida, animar a la creación de una gran infraestructura para crear todo tipo de medios offline cuando ni la tendencia de los tiempos es esa, ni el grupo tiene tal capacidad, es, por mucho que a algunos les duela, uno de los errores más quijotescos de nuestra época, un enorme desperdicio de dinero y energías. Lo importante no es cómo este «marco de referencia» se presente, en formato visual o audiovisual: video, revista, periódico, web, blog o PDF. Lo relevante aquí es qué contiene, cómo se crea, su regularidad y su distribución. Esto es lo que debemos preguntarnos en todo momento y lugar: ¿qué hacemos para que este «marco de referencia» se sostenga o crezca? 

En estas dos últimas décadas todos los grupos pseudoleninistas se han caracterizado por intentar reproducir el ejemplo de «Iskra», creando sus propios «órganos de expresión». Y bien; ¿por qué han fracasado estrepitosamente? En primer lugar, siempre han dado por sentado que su organización era «El Partido» −en mayúsculas−, e incluso se han propuesto publicar varias revistas anexas que se entregarían en mano en la calle, mítines, manifestaciones, etcétera, esperando que por la simple llamada el resto cayesen rendidos. ¿Y qué ocurrió ante este, aparentemente fácil, plan de ruta? En la práctica, el «periódico central» de la «vanguardia teórica» solo era comprado por los propios militantes −las más de las veces obligados por la dirección en aras de aumentar la recaudación−. Pero, como bien sabemos, ni siquiera la mayoría de quienes lo compraban lo leían o comprendían lo que allí se expresaba. Esto no es un problema reciente, sino que corresponde a los primeros orígenes del movimiento proletario del siglo XIX, donde los cabecillas decidían de forma apresurada fundar sus periódicos sin calcular de antemano el gasto, los medios disponibles o la fidelidad del entorno para sostenerlo, por lo que más pronto que tarde acababa cerrando y endeudando a los implicados. Pero dado que eso es ya harina de otro costal, el lector nos perdonará que mejor hablemos de ello en otra ocasión, aunque si recomendamos el estudio de Santiago Castillo «La travesía del desierto: la prensa socialista (1886-90)» (1976) o el de Manuel Tuñón de Lara «Prensa obrera e historia contemporánea» (1987). 

¿Por qué decimos esto? Muy fácil. En el caso de los «reconstitucionalistas», analicemos la revista sucesora de «La Forja» (1994-2006): «Línea Proletaria» (2016-2022), que dice haber aprendido de sus errores. Bien, desde su creación en 2016 y hasta 2022 solo ha publicado siete números, ¡con una media de publicación de un número al año! ¿Qué significa todo esto? Pues, que, en palabras de Lenin, «La Forja» o «Línea Proletaria» aun pretendiendo ser «el periódico» a nivel nacional, nunca han pasado de ser «periodicuchos» con una capacidad de «producción primitiva», con la misma transcendencia y regularidad que la revista local de la asociación de vecinos de tu esquina −que al menos tendrá cierta incidencia en su reducido espacio−. Por eso se nos dibuja una gran sonrisa en la cara cuando suben en redes sociales fotos de una edición física de su querida «Línea Proletaria», como si esto fuera algo transcendente o diferente a lo que acostumbra en su día a día el mundillo de la «izquierda» más marginal, como si cualquiera no pudiera ir a la copistería de la esquina a editar sus propias reflexiones y postearlas en redes. Pero ya se sabe, el ego del ser humano y su capacidad de autoengaño es un mecanismo de defensa increíble, programado para evitar que caigamos en la depresión o la locura. ¡Enhorabuena muchachos! ¡Guardad bien esos números de «Línea Proletaria»! ¡Seguramente en otros doce años de existencia estos sean otro «artículo de colección» como los de «La Forja»! Y por último no podemos pasar de este punto sin apostillar una cosa: señores, al César lo que es del César, vuestro resultado palidece aún más si se compara la pobre tasa de publicaciones «reconstitucionalistas» y su más que discutible contenido con la cantidad y calidad de la producción del Equipo de Bitácora (M-L), que innegablemente produce en mayor número y con mejor contenido, algo que reconocen hasta nuestros peores enemigos. 

Por último, no merece la pena entrar a debatir la infantilidad de quienes se enaltecen de que ellos publican en una web y nosotros en un blog −¡oh, vaya!−, como si eso fuera motivo para que agachásemos la cabeza avergonzados. La pregunta es más bien la siguiente: ¿acaso el soporte altera el contenido del texto, que es al final lo importante? ¿No? ¿Entonces, a qué vienen vuestras burlas, señores zoquetes? Pero qué van a razonar estos cenutrios, que son, como dijo Lenin una vez de los mencheviques, «oportunistas impresionistas», más preocupados de la forma vistosa con las que recubren sus palabras que de las tonterías que sueltan. Esto nos recuerda a cuando el Partido Comunista de España de los 70 presumía de que ellos tenían más lectores, recibían una notable financiación externa, contaban con lo mejor de lo mejor para imprimir su propaganda y además la policía a veces hacía la vista gorda; todo ello mientras los pobres militantes del Partido Comunista de España (marxista-leninista) se debían conformar con un par de «vietnamitas» prestadas y en mal estado, sufrían el escarnio y marcaje de las fuerzas de seguridad a cada paso y aun luchaban para romper la barrera de la costumbre y tradición entre la población políticamente más atrasada. 

¿En qué callejón sin salida se encontró la LR al no tener en cuenta su situación real?

Con lo visto hasta aquí cualquiera con algo de honestidad reconocerá que «Línea de la Reconstitución» (LR) siempre ha estado a años luz de cumplir con los requisitos mínimos de un movimiento marxista-leninista, siendo, en todo caso, su caricatura. Cuando su secta apareció en 1994 como una escisión maoísta del prorruso Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), se vanagloriaba de que uno de sus puntos predilectos era la fundación de un periódico revolucionario, intentando emular lo que en su día fue «Iskra» para los bolcheviques, si bien advertían que:

«En nuestro caso y a diferencia del movimiento revolucionario ruso de principio del siglo [XX], adolecemos de una dispersión fundamentalmente ideológica, y, en consecuencia, organizativa; el movimiento está mucho más descompuesto. (…) Eso tiene que repercutir sobre la naturaleza del plan que necesitamos: un plan que no puede ser idéntico al de Iskra». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja; Nº12, 1996)

¿Encontraron ese «eslabón más importante» del que hablaba Lenin? ¿Analizaron de verdad esos factores diferenciales entre la Rusia del siglo XX y la España que entraba en el siglo XXI? ¿Tuvieron en cuenta sus fuerzas reales? Bueno, mejor veamos los resultados. ¿Sabe el lector cuántos números sacaron de 1994 a 2006? En más de doce años de existencia solo llegaron a treinta cinco números, ¡que siendo generosos es una media de tres publicaciones al año! ¿De verdad alguien piensa que así se podía cumplir la famosa «elevación política» de la que hablaban? ¿No demostraron estos «reconstitucionalistas» hispanos que estaban muy lejos de poder asumir tal tarea? Leamos a Lenin −los corchetes son nuestros−:

«Un revolucionario blandengue, vacilante en los problemas teóricos y de estrechos horizontes, que justifica su inercia con la espontaneidad del movimiento de masas y se asemeja más a un secretario sindicalista que a un tribuno popular, carente de un plan amplio y audaz que imponga respeto incluso a sus adversarios. (…) Que ningún militante dedicado a la labor práctica se ofenda por este duro epíteto, pues en lo que concierne a la falta de preparación, me lo aplico a mí mismo en primer término. He actuado en un círculo que se asignaba tareas vastas y omnímodas, y todos nosotros, sus componentes, sufríamos lo indecible al comprender que no éramos más que unos artesanos. (…) En los momentos actuales de subestimación de la importancia de las tareas [marxistas], la «labor política activa» puede iniciarse exclusivamente por una agitación política viva, cosa imposible sin un periódico central para toda Rusia, que aparezca con frecuencia y que se difunda con regularidad. (...) Esta experiencia demuestra que, en nuestras condiciones, los periódicos locales resultan en la mayoría de los casos vacilantes en los principios y faltos de importancia política; en cuanto al consumo de energías revolucionarias, resultan demasiado costosos, e insatisfactorios por completo, desde el punto de vista técnico −me refiero, claro está, no a la técnica tipográfica, sino a la frecuencia y regularidad de la publicación−. (…) Es necesaria en grado sumo la lucha más intransigente contra toda defensa del atraso, contra toda legitimación de la estrechez de miras en este sentido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

¿Pero acaso la LR ha demostrado estar en posesión de unos «conocimientos teóricos» como para abordar los temas pasados y presentes necesarios para superar estos «métodos primitivos» de organización y «elevar el espíritu combativo»? No, porque, para empezar, si así fuese no hubiera pecado tantas veces de eludir cuestiones clave dejando los análisis pertinentes para las calendas griegas −o, peor, no se hubiera atrevido de servirse de los Mao, Gonzalo, Mariátegui, Lukács, Korsch, Bob Avakian, Ludo Martens y otros para salir del paso y «cumplir»−. Todos nos hemos cansado de ver noticias una y otra vez noticias anunciadas a bombo y platillo sobre el presunto «avance de la línea de reconstitución», para luego enterarnos de cómo el PCR iba sufriendo deserciones y finalmente cesaba sus actividades, cerrando un círculo de fantasía y falsas promesas con más pena que gloria. Sus restos, pese a toda su parafernalia de esquemas y palabrejas complicadas, carecen de eso que Lenin denominó «plan amplio y audaz» para saber dónde se está y cómo continuar; pecan de un «consumo de energías» vertidas en idioteces que no vienen al caso, por eso su ritmo de publicación ha sido intermitente y las conclusiones de sus artículos son nada novedosas. 

En 2007, los restos del PCR y su órgano «La Forja», publicaban a través del MAI su «Propuesta organizativa», revelando que la «lucha de líneas» aún no le había permitido alcanzar unas conclusiones sobre el maoísmo, y que su trabajo se reduciría a intentar juntarse en una «revista», «periódico» o «web» para seguir parloteando otros treinta años prometiendo esos estudios que nunca llegan, o que de hacerlo, repiten lo mismo que ya han publicado sus homólogos sobre la «Revolución Cultural» (1966-76):

«Un Seminario sobre la revolución china como experiencia más elevada del Ciclo de Octubre y, una vez concluido, retrospectiva aplicando sus resultados al resto de las experiencias del Ciclo, según el principio científico de que el desarrollo de un fenómeno se comprende mejor desde la perspectiva que da su evolución más alta. Órgano de prensa −periódico y/o revista y/o página web− como vehículo de propaganda y como foro de debate que refleje la lucha de dos líneas por la Reconstitución. Comité de Dirección que vele y dirija el cumplimiento de las tareas y los acuerdos alcanzados por las organizaciones y miembros asociados a esta Propuesta de Plan de Trabajo». (Movimiento Anti-Imperialista, 2007)

Si el público más crédulo lo que quiere son «maoístas críticos» de un lenguaje medianamente sencillo, desde luego tiene donde elegir entre una amplia sopa de letras: UP, IC, PT, PTD, PCE (r) −y espérense porque seguramente ya habrá de camino otras más que nacerán y morirán sin pena ni gloria como el reciente P(ml)T, que tan rápido como llegó, escindido de las juventudes del PCE, se fue sin dar explicación alguna, pese al bombo y platillo con el que anunciaron en su congreso de 2021 su postulación del maoísmo como ideología de referencia−; ahora, si en cambio lo que desea son escritores que se expresan en un lenguaje «radical» pero incomprensible, ahí tienen a los intelectuales «marxistas» de corte «posmoderno» o, en su defecto, a los dichosos «reconstitucionalistas», que a veces no se diferencian demasiado. En definitiva, la LR tiene una cuota de mercado muy estrecha, que en un futuro podría ampliarse o reducirse, pero bajo los defectos que carga queda claro que nunca podrá monopolizar nada hasta el punto de poder realizar lo que quiere.

Rescatando la «teoría de los cuadros» de los «archiomarxistas»

Merece la pena repasar cómo los «reconstitucionalistas», entre sus ridiculeces varias, también trataron de revivir una de las teorías trotskistas más infames, no sabemos si conscientemente o no. En 2005, tras más de diez años de existencia, resultaba que a la famosa «Línea de Reconstitución» (LR), el «destacamento más avanzado de la vanguardia», se le había escapado un detalle crucial: ¡que una organización necesita crear cuadros! (sic):

«Nuestra organización como destacamento de vanguardia, la elevación de los requisitos ideológicos nos ha obligado a repensar nuestro trabajo político centrado en la propaganda y a comprender la necesidad de incorporar otro objetivo más a las labores del destacamento de vanguardia: la construcción de cuadros comunistas». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja; Nº31, 2005)

Esto, como todo en la vida, tiene su pertinente explicación. Bajo tal ambiente de continuos desengaños y fracasos, también era compresible que los pobres «reconstitucionalistas» llegasen a postular, como tantos otros antes, que era imposible acometer las tareas urgentes y básicas por las que hay que empezar, como un «órgano central de prensa» o desarrollar «labores de propaganda», apostándolo todo a centrarse en «la construcción de buenos cuadros dirigentes» y la asunción, por su parte de su ideología −«reconstitucionalista»− «como la concepción del mundo más correcta» −¡qué novedoso!−. Los jefes de la LR cometieron el defecto típico de todo pequeño burgués: tomar sus patinazos y picos de inestabilidad psicológica hasta hacerlos extensibles al resto de la humanidad, como si les lanzase a sus homólogos y a las siguientes generaciones una maldición de la cual no podrán escapar. Vean:

«En la actualidad, en cambio, las circunstancias históricas. (…) La cuestión de la acumulación de fuerzas atañe principalmente a los destacamentos de vanguardia organizados en torno a los problemas ideológicos y teóricos del desarrollo de la revolución y de la construcción del partido». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº33, 2005)

¿En base a qué sacaron tal conclusión? A que hoy el ambiente político y la formación de las masas en España no era tan favorable como el que tuvieron los marxistas rusos en 1903, sino que nos hallaríamos más bien en una situación análoga a la de 1883 (sic). ¡¿Y?! ¿Acaso la «madurez política» de los jefes de la LR −de la que tanto hacen gala− y que en 2022 está «relativamente garantizada» por 28 años de «formación ideológica» no basta? ¿No? Entonces, ¡¿a qué habéis dedicado el tiempo, muchachos?! Esto hace más ridículo aún el hecho de que todavía no hayan podido aprender a mantener una publicación estable −sin que medien seis meses entre un número y otro−, y que todo su aporte se reduzca a repetir con ligeras variantes las mismas monsergas desde el año 1994. En esto no nos extenderemos, porque sus constantes comparativas y manipulaciones históricas respecto al movimiento bolchevique y el actual, son bochornosas. Véase el capítulo: «Sobrestimar las facilidades de los antecesores e infravalorar las ventajas de tu tiempo, el rasgo de todo filisteo» (2022).

En cualquier caso, nos queda claro que de golpe y plumazo −perdón, tras un largo proceso de «balance y reflexión»− se pasaba del activismo ciego de los primeros años, a restringirlo al máximo de antemano por pavor al ridículo −¡genial!−. ¿Qué opción había entonces, según ellos? Rescatar la «teoría de los cuadros» que tan famosa hicieron los «archiomarxistas» griegos y albaneses, una variante balcánica del trotskismo tradicional que afirmaba que:

«Los comunistas no debían desplegar actividad alguna de organización y de movilización de las masas, sino que debían quedarse confinados en sus células y no ocuparse más que de la educación teórica, de la «formación de los cuadros», porque solo después de haber sido preparados los cuadros, se podría iniciar la actividad revolucionaria». (Enver Hoxha; Informe presentado ante la primera conferencia consultativa de activistas del Partido Comunista de Albania, 1942)

Así, desde sus atalayas de la sabiduría, la LR nos propuso que la tarea principal debía ser la de «formarse»:

«El eslabón de la cadena al que tenemos que asirnos es diferente, no responde a tareas cuya naturaleza correspondería a las que pueda cumplir un periódico o la propaganda política en general, sino con tareas de carácter más elemental: formar cuadros marxistas-leninistas, educándolos en la teoría y en la lucha de dos líneas contra el oportunismo». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº33, 2005)

Aquí los «reconstitucionalistas», siguiendo los pasos de los «archiomarxistas», invierten la cuestión. Claro que en España hay un desconocimiento brutal de la doctrina marxista, y lo que de esta llega a las masas son más bien sucedáneos; claro que no estamos en una época en que la población parezca interesarse demasiado en política y desee incorporarse en masa a la creación del partido revolucionario; y bien es cierto que las anteriores crisis −como la de 2008− han sido aprovechadas por grupos demagogos y antimarxistas. ¡¿Y qué esperaban?! Pero eso no puede ser excusa para que un grupo como ellos −autoproclamado vanguardia mil veces− no sea capaz de realizar las tareas más básicas que se ha propuesto −como un medio de expresión, mensual, semanal o diario que extienda su influencia y traiga contenido de calidad−. Al revés, lo que esto demuestra es que o bien ellos esperan a que se dé mágicamente un cambio de la situación del estado de ánimo de las masas, o bien esperan hacerlo a través de los métodos primitivos que venimos documentando −con folletos y publicaciones online ocasionales−. Evidentemente, como ya vimos atrás, si tal «lucha contra el oportunismo» no logra canalizarse a través de un medio de difusión, si solo se da a nivel individual −o a nivel grupal, pero de una forma muy esporádica y esquemática− tal pretensión no pasará de ser un lema, un sueño: 

«Se trata de un sistema y de un plan de actividad práctica. Y hay que reconocer que esta cuestión del carácter de la lucha y de los procedimientos para llevarla a cabo, cuestión fundamental para un partido práctico, sigue sin resolver y suscita todavía serias diferencias, que revelan una lamentable inestabilidad y vacilación del pensamiento. Por una parte, está aún muy lejos de haberse extinguido la tendencia «economista», que procura truncar y restringir el trabajo de organización y de agitación política. Por otra, sigue levantando orgullosamente la cabeza la tendencia de un eclecticismo sin principios, que se trata a cada nueva «moda», no sabiendo distinguir entre las exigencias del momento y las tareas fundamentales y necesidades constantes del movimiento en su conjunto. (…) A nuestro juicio, el punto de partida para la actuación, el primer paso práctico hacia la creación de la organización deseada y, finalmente, el hilo fundamental al que podríamos asirnos para desarrollar, ahondar y ensanchar incesantemente esta organización, debe ser la creación de un periódico político. (...) Sin él sería imposible desarrollar de un modo sistemático una propaganda y agitación fieles a los principios y extensivas a todos los aspectos, que constituye la tarea constante y fundamental». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Por dónde empezar?, 1901)

En resumen: crear un «órgano de expresión» a través de un periódico, diario, revista −dependiendo del contexto, capacidad y necesidades−, bien sea online [como es «Bitácora (M-L)»] u offline [como era el periódico «Iskra» o la revista «Zaria»], el llamado «marco de referencia», no es una «aventura inasumible» −como creen los teoricistas, que no saben ni siquiera ponerse de acuerdo entre sí sobre el color del cielo−; tampoco es «perdernos en formas de asociación para jugar a ser literatos» −como creen los que están cegados por la práctica improvisada y espontánea−, sino que es la primera prueba para ver si somos capaces de organizarnos, ya que de no lograrse debemos descartar que seamos capaces de algo mayor. Y toda empresa política que carezca de organización no llegará ni a la vuelta de la esquina:

«Esta red de agentes servirá de armazón precisamente para la organización que necesitamos: lo suficientemente grande para abarcar todo el país; lo suficientemente vasta y variada para establecer una rigurosa y detallada división del trabajo. (…) Si no sabemos, y mientras no sepamos, coordinar nuestra influencia sobre el pueblo y sobre el gobierno por medio de la palabra impresa, será utópico pensar en la coordinación de otras formas de influencia, más complejas, más difíciles, pero, en cambio, más decisivas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Por dónde empezar?, 1901)

Y a su vez no puede haber partido si este «órgano de expresión» no asume la dirección y guía los movimientos de la organización. Hoy buscamos combinar por medio de la palabra digital −y cuando se tercie, también la impresa− esto mismo.

Por todo esto, el «marco de referencia», lejos de reducir su importancia, adquiere un papel clave como medio para evitar la disgregación de los recursos y energías, para evitar las aventuras y fantasías que ya hemos visto una y mil veces:

«Nunca se ha sentido con tanta fuerza como ahora la necesidad de completar la agitación dispersa, llevada a cabo por medio de la influencia personal, por medio de hojas locales, de folletos, etc., con la agitación regular y general, que sólo puede hacerse por medio de la prensa periódica. (…) El primer paso adelante para eliminar estas deficiencias, para convertir los diversos movimientos locales en un solo movimiento de toda Rusia, tiene que ser la publicación de un periódico para toda Rusia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Por dónde empezar?, 1901)

¿Cuáles han sido las «transcendentes conclusiones» que nos trajo la LR tras implementar su «formación de cuadros»?

Pero esperen, que aún no han leído lo mejor. En el año 2000 tuvimos el placer de ser testigo del mítico show del inolvidable «camarada Muravie», quien confesaba avergonzado a propios y extraños que no solía leer a los clásicos de la literatura marxista, y que cuando lo hacía apenas se enteraba de su esencia (sic), con lo que desmontaba el mito del «reconstitucionalista estudioso»:

«El principal error de un comunista es la falta de formación. Hemos pecado no sólo de no haber leído a Marx, Engels y Lenin, sino de haberlo leído sin haberlo asumido. El no haber leído personalmente a Marx y a Lenin, me ha llevado a ser un «comunista» solamente de corazón y las consecuencias son muy graves a nivel político y personal, y si esto afecta a la mayoría es la perdición del Partido Comunista». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº23, 2000)

¡Tremenda autocrítica −como si se tratasen de niños de párvulos−! Pero la euforia por tal valiente ejercicio de «autocorrección», digno de una película de Jean-Luc Godard, no le salvaba a este «reconstitucionalista» de seguir entendiendo la doctrina revolucionaria de forma un «poco» extraña. Así era su visión en clave providencial, donde esta le habría revelado que «el triunfo es nuestro», que es «cuestión de tiempo», es más, el capitalismo ya estaba comenzado a «rendir cuentas» −sí, por lo visto, resulta que este misticismo tan de secta condujo al pobre «camarada Muravie» a un estado de «éxtasis», sufriendo, cual Francisco de Asís, alucinaciones que luego nos revelaría−:

«Esa paciencia se adquiere con el Marxismo-Leninismo, pues debido a éste sabemos que el triunfo es nuestro, es cuestión de tiempo −tiempo que nunca nosotros debemos poner, pues «a cada cerdo le llega su San Martín», y al capitalismo ya le está llegando−». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº23, 2000)

¡Pero qué tenemos aquí! ¿No será usted un «sucio evolucionista-positivista», un «fatal determinista», verdad «camarada Muravie»? Como se puede comprobar una vez más, los señoritos «reconstitucionalistas» siempre se han mofado de los pecados que ellos mismos reproducen a cada paso. 

En 2005 algunos por fin se daban cuenta de que sus «formaciones» dejaban bastante que desear. ¿A qué nos referimos? A ese hábito de educación escolástico ya mencionado, en donde los iniciados, cohibidos por el ambiente autoritario o carentes de toda iniciativa, acaban aceptando reducir su «formación» al estudio de la literatura y las lecciones seleccionadas cuidadosamente por los jefes, como si de mamá pájaro a los pequeños polluelos se tratase, donde nadie dice nada que se salga de la norma, donde nadie discute nada:

«Al considerar la asunción colectiva de los materiales de formación como la forma verdadera de asimilación, hemos terminado entendiendo que también se trata de la única, lo cual es falso. Naturalmente, desde el punto de vista del debate, síntesis y elaboración de la política del día a día el marco colectivo de actividad intelectual es el principal. (…) Como resultado hemos convertido el estudio en una formalidad y a nuestro método de estudio, en los hechos, en un método pasivo de educación −«Erziehung»− en el que la generalidad de los camaradas se han limitado a escuchar y a intentar comprender las ideas y comentarios de los otros más informados previamente». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja; Nº31, 2005)

¡Qué ternura! ¡Llegan tarde hasta para descubrir −sobre el papel− lo que los pedagogos no marxistas ya hicieron hace décadas! Es una verdadera pena que a la hora de la verdad sigan con sus monsergas y el espectáculo de ver hablar al «reconstitucionalista» promedio sea análogo al de observar a un iluminado que repite fanáticamente los dogmas de su jefe de secta. 

A esto un inciso. Entendemos que, visto desde fuera, en un principio pudiera parecer que algunos famosos jefecillos «reconstitucionalistas» estudian mucho −a diferencia de sus homólogos de otras corrientes, quienes dejan la formación ideológica completamente de lado, y no tienen problemas en reconocerlo−, ¿verdad? Y, de hecho, por ello da la sensación que se autoperciben como la «crème de la crème», la fastuosa «vanguardia teórica» que todo lo sabe; pero como acabamos de comprobar «no es oro todo lo que reluce». En verdad más cantidad no siempre es más calidad. El volumen de literatura que haya pasado por sus manos no garantiza nada −especialmente cuando la calidad de la misma es más que cuestionable−: la mayoría no ha aprendido que no es lo mismo leer que comprender; que para enfrentarse a lo que uno tiene delante se está obligado a poner en tela de juicio todo aquello que no esté debidamente argumentado y documentado; que no se puede aplicar un baremo para tus ídolos y otro para tus enemigos; y, por supuesto, aún no han llegado a asimilar que el estudio individual no es motivo de mérito especial, por lo cual es infantil publicitarlo a los cuatro vientos como hecho extraordinario −aunque esto último quizás responda a las ansias de atención de nuestra «generación millennial», por lo que les descargaremos de responsabilidad−. 

¿Cuáles son las principales labores hoy? ¿La «traducción» y «divulgación» de «literatura clásica»?

No es cierto, como nos pretendieron asegurar los «reconstitucionalistas» (La Forja, Nº33, 2005), que hoy nos encontremos en una época similar a la de fundación del Partido Socialista Obrero Español (1879) o del Grupo para la Emancipación del Trabajo (1883). En aquellos días, y mucho antes, cuando casi nadie había oído hablar de las ideas de Marx y Engels en España o Rusia, ni tampoco había demasiados medios a su disposición, una de las tareas principales del movimiento fue centrar los esfuerzos en labores de traducción y divulgación de textos clásicos; ¿y quién puede no admirar tales esfuerzos? Ahora bien, tratar de extrapolar dicha situación y medios al presente sería autolimitarse sin razón. Para que el lector se haga una idea, Plejánov tuvo que dedicar gran parte de su tiempo a la traducción y popularización de textos inéditos o desconocidos en su país: «El manifiesto del partido comunista» (1882), «Trabajo asalariado y capital» (1883), «Del socialismo utópico al socialismo científico» (1884), «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana» (1892) o «El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte» (1894). Obras que hoy están al alcance de cualquiera, e incluso son conocidas en los mundos intelectuales de «izquierda» −sea esta más académica o radical−. Estos intentos de algunos de querer trazar paralelismos históricos tan forzosos como carentes de sentido también conllevan el olvido de que los mismos Plejánov, Vera Zasúlich, Axelrod, Lenin, Pablo Iglesias Posse, Antonio García Quejido, José Mesa y Leompar o Jaime Vera −entre otros tantos protagonistas conocidos y anónimos−, no solo fueron meros «divulgadores», sino que por fuerza de la necesidad en su actividad cotidiana acabaron siendo desde muy temprano organizadores, investigadores y polemistas −basta recordar las trifulcas ideológicas de los marxistas rusos contra los populistas y liberales o de los marxistas españoles contra el republicanismo y el anarquismo−. 

Actualmente, si nos centramos en discutir lo que deben de ser las principales tareas de formación y difusión, está claro que lo que debe hacerse es potenciar un nuevo movimiento que se libere del peso de los estereotipos, casos típicos en donde, por desgracia, una nueva organización arrastra la tradición de la anterior sin si quiera preguntarse si dicha herencia es beneficiosa, debe adaptarse o es directamente un lastre a soltar. Para que el lector nos entienda: dichas tareas de formación y difusión no pueden partir ya de realizar una ponencia en la universidad más cercana para explicar al público el capítulo «Burgueses y proletarios» de «El manifiesto comunista» (1848) de Marx y Engels, ni un resumen de «El Estado y la revolución» (1917) de Lenin en tu asamblea antifascista más cercana. Esto sería sumamente ridículo, y por desgracia así proceden la mayoría de colectivos, aunque lo nieguen. Estos títulos ni siquiera son libros desconocidos para la gente interesada en el tema, así como tampoco para sus enemigos −otra cosa muy diferente es qué entienden o qué han querido entender tras echarle una ojeada, tema que ahora abordaremos−. A todo esto, ha de entenderse, pues, que estas labores de «divulgación» implican literalmente: «Publicar, extender, poner al alcance del público algo»; y si bien siempre serán bienvenidas y necesarias para las capas más atrasadas −pues aclaran la esencia de la doctrina−, no pueden ser centrales en las condiciones actuales por múltiples motivos ya esgrimidos. 

De hecho, las rutinas y formaciones de las agrupaciones revisionistas no pasan de actos tales como realizar charlas o mandar a sus militantes una gigantesca lista de «libros clásicos» o «de interés» que nadie allí ha leído en su totalidad, ¿y qué ocurre a partir de aquí? Los valientes que se adentran a tal tarea lo hacen sin entender el contexto del autor y la obra, lo cual dificulta su asimilación. Otros, pese a entender la base, les da pereza investigar más allá para comprobar o traer datos actualizados, mientras que casi todos concluirán la lectura o charla sin discutir nada de lo fundamental con sus compañeros. Por fortuna, en el presente todo sujeto interesado puede acceder libremente a millones de vídeos, sinopsis y podcast y todo tipo de material para leer u oír estas cuestiones, bien sea en su versión completa o resumida por terceros. Ojo: este es otro gran aspecto positivo a tener en cuenta, pero que lejos de significar la absoluta autonomía en la formación del individuo, implica que no se debe descuidar que estos conocimientos sean puestos en conjunto con otros compañeros para testearse mutuamente. 

Ahora, una vez aclarado esto, ¿cómo vamos a cometer la locura de dedicar nuestras principales energías a tales menesteres de «divulgación» de lo ya conocido? El trabajo verdaderamente urgente, tanto a nivel individual como colectivo, es otro mucho más preciso y que requiere de mayor esfuerzo. Este es totalmente analítico, es decir, crítico, pues incluye un análisis del movimiento político de referencia −para entender los lastres heredados en el presente− y de las condiciones y variaciones que la sociedad ha experimentado desde entonces −para adaptarnos al momento y al futuro−: 

«La intelectualidad socialista sólo podrá pensar en una labor fecunda cuando acabe con las ilusiones y pase a buscar apoyo en el desarrollo real y no en el desarrollo deseable. (...) Esta teoría, basada en el estudio detallado y minucioso de la historia y de la realidad. (...) Debe dar respuesta a las demandas del proletariado, y si satisface las exigencias científicas, todo despertar del pensamiento rebelde del proletariado. (...) Cuanto más progrese la elaboración de esta teoría tanto más rápido será el crecimiento. (...) Por mucho que todavía quede por hacer para elaborar esta teoría, la garantía de que los socialistas realizarán dicha labor es la difusión entre ellos del materialismo, único método científico que exige que todo programa formule exactamente el proceso real. (...) En este caso, las condiciones de la labor teórica y la labor práctica se funden en un todo, en una sola labor. (...) Estudiar, hacer propaganda, organizar». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?, 1894) 

La pregunta sería entonces, ¿qué han hecho estos señores por lograr tal objetivo? Como se ha dicho ya, entre cero y nada. Y esta verdad, aunque amarga, no puede ser ocultada, como no puede taparse el sol con un dedo.

¿Es imposible desarrollar hoy una teoría y práctica revolucionarias?

¿Han cambiado hoy los «reconstitucionalistas» su discurso? ¿Han comprendido la función del «órgano de expresión» como propagandista y organizador? ¿Han entendido que el avance histórico no es una línea de éxitos del colectivo emancipador? En absoluto, en pleno 2022 aún afirman que no puede haber una «práctica revolucionaria» hasta que se haya logrado firmemente esa «reconstitución ideológica», tarea en la que, por otra parte, siempre declaran estar inmersos, aunque poco avance se ve −ya que sus «análisis más profundos» consisten en la divulgación de escritos de terceros, en donde repiten «sota, caballo y rey», es decir, lo ya proclamado y documentado por otros−. Entre tanto los «sabios» dirimen, pretendiendo poco menos que se pare el mundo hasta que las diversas sectas de la LR alcancen un acuerdo −que por otra parte nunca llega− sobre los temas clave. Entre tanto, estos cenutrios consideran que quien «se apresure a dar un paso» en algo que no sea ese trabajo de «preparación de cuadros» y «estudio del Ciclo de Octubre», estaría cayendo en la trampa del «espontaneísmo», en el «aventurerismo», en el «practicismo ciego»:

«@CamaradaLuca: La idea de que teoría y práctica revolucionarias pueden desarrollarse en paralelo, supone justamente su disociación y, como también es evidente, niega la idea de que sólo desde la teoría revolucionaria puede construirse movimiento revolucionario. (...) Si la práctica revolucionaria puede desarrollarse hoy, ¿para qué narices se propone la necesidad de reconstitución ideológica? Lo que la LR propone, es justamente que la práctica debe articularse en torno a la restitución del marxismo revolucionario como teoría de vanguardia». (Luca.; Twitter, 7 de abril de 2022)

¡Ya ven! Según ellos, no podemos considerar que los revolucionarios rusos llevasen a cabo una «práctica revolucionaria» hasta… ¿hasta cuándo exactamente, «camarada Luca»? ¿Hasta el momento en que se fundó el «Grupo para la emancipación y trabajo» (1883)? ¿Hasta la fundación de «Iskra» (1900)? ¿Hasta la primera división entre bolcheviques y mencheviques (1903)? ¿Hasta la participación en la Primera Revolución (1905)? ¿Hasta la lucha contra los otzovistas y empiriocriticistas (1908-09)? ¿Hasta la lucha contra los socialimperialistas (1914)? ¿O directamente hasta la toma del Palacio de Invierno (1917)? 

¿Fueron los jefes bolcheviques unos «espontaneístas» porque no siempre rumiaron, a cada día, a cada hora, una nueva y ultimísima reflexión teórica de todos los indicios y evidencias de la vida real? En absoluto. Lenin, que no era sospechoso ni de despreciar la importancia de recopilar la información para analizarla ni tampoco de menospreciar el papel vigoroso que ejerce la polémica en el cambio de mentalidad de las personas, nunca esperó que la influencia perniciosa de los populistas, economicistas, empiriocriticistas o mencheviques se esfumase solamente por su «lucha ideológica», sino que para lograr esto, la organización de los suyos, las formas de agitación y propaganda de cara a los círculos de simpatizantes o detractores, se consideraba algo clave para avanzar. Sin una cosa no existe la otra. ¿O cómo cree uno que se pueden canalizar los resultados de una polémica si luego no existe un colectivo bien organizado al cual acudir y sumarse, donde uno sienta que hace algo productivo en pro de la causa? Lo verdaderamente extraño es que un colectivo que no tiene una reglamentación, un estilo de trabajo y demás, pueda llegar a tener los conocimientos como para producir una polémica contundente y constante contra sus adversarios −internos o externos−; deficiencia que claramente sufren nuestros caricaturescos protagonistas, siempre desperdigados y repletos de «malas hierbas» en su jardín de las «cien flores», donde por saber, no saben ni donde tienen la mano izquierda. 

Esta división entre trabajo estrictamente «teórico» y trabajo estrictamente «práctico» es como ya dijimos artificial, infantil, irreal. Lo que importa de la actividad del sujeto se puede reducir a lo que sigue: en el caso de la figura de Lenin, ¿estaba esta «práctica revolucionaria» respaldada por una línea política basada en la reflexión previa y la autocomprobación de cada acción? Las más de las veces esta unidad entre teoría y práctica era implícita en lo que él realizaba a cada paso, ya fuesen las tareas más grises de la vida cotidiana −anecdóticas y apenas hoy conocidas− o grandes eventos −que más tarde pasaron a los anales de la historia−. Y aun con todo, no siempre podemos escapar a un exceso de teoricismo o practicismo −solo el que no actúa no se equivoca−. Ahora, si una vez analizados y resueltos los puntos cardinales para su actuación, Lenin hubiera seguido dándole vueltas y tratando de pulir sus conocimientos hasta querer rayar la perfección, hasta buscar estar seguro al cien por cien de todo fenómeno de su alrededor, esto hubiera sido una búsqueda en balde. Vamos más allá: no solo no hubiera conseguido una mejor «praxis», sino que hubiera incurrido en lo que se conoce como «parálisis por análisis», y además hubiera implicado desatender el ejecutar las tareas básicas, las cuales siempre, aunque no se crea, se tendrán que llevar a cabo con los «conocimientos imperfectos» digámoslo así, «aproximados» que en ese momento uno tiene −algo que no debe sorprendernos, pues es una regla básica de todo conocimiento humano−. Si en este sentido alguien duda de lo que decimos, puede empezar por darle un repaso a la discusión filosófica de Lenin contra los neopositivistas y empiriocriticistas de su tiempo:

«Para Mach la práctica es una cosa y la teoría del conocimiento es otra completamente distinta; se las puede colocar una al lado de la otra sin que la primera condicione a la segunda. (…) Para el materialista, el «éxito» de la práctica humana demuestra la concordancia de nuestras representaciones con la naturaleza objetiva de las cosas que percibimos. Para el solipsista, el «éxito» es todo aquello que yo necesito en la práctica, la cual puede ser considerada independientemente de la teoría del conocimiento. Si incluimos el criterio de la práctica en la base de la teoría del conocimiento, esto nos lleva inevitablemente al materialismo −dicen los marxistas−. La práctica puede ser materialista, pero la teoría es capítulo aparte −dice Mach−». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)

Una vez más, comprobamos que los esotéricos conceptos «reconstitucionalistas» de «praxis» o «formación de cuadros» son tan confusos como irreales y se vuelven inaplicables para analizar la historia con un mínimo de sentido [*]. 

En verdad, lo único que refleja toda esta verborrea es el clásico pavor del intelectual pequeño burgués; aquel que teme equivocarse por el qué dirán cuando fracase, pero que a su vez es el mismo que padece de un gran cinismo como para no reconocer todas y cada una de sus meteduras de pata. Paradójicamente, los que más precaución y más énfasis piden en el estudio y reflexión suelen ser por norma los que menos ejercen tal consejo −o con menor rigor−, los que poco o nada aportan en ese sentido, perdiéndose en filosofías de la charlatanería y recomendando literatura antimarxista como el no va más. 

Presos de su derrotismo e improductividad animan al resto a seguir con su oda a la pasividad, y lo peor es que inoculan, como ya vimos atrás, conceptos místicos sobre el desarrollo histórico del movimiento revolucionario, como si los bolcheviques hubieran tenido todo clarísimo desde el primer momento, lo cual solo puede frustrar y desanimar a los pobres ignorantes que se creen tales tonterías. Véase el capítulo: «Sobrestimar las facilidades de los antecesores e infravalorar las ventajas de tu tiempo, el rasgo de todo filisteo» (2022).

Dicho esto, en el próximo subcapítulo observaremos lo que ha sido históricamente el culto a la organización y el practicismo como panacea para solucionar todos los males habidos y por haber». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)

Anotación de Bitácora (M-L):

[*] Llegados a este punto, tal vez al lector no le habrá quedado claro un detalle sumamente importante, ¿entonces en qué se diferencia la «Línea de Reconstitución» (LR) de todo el «marxismo anterior» y sus presuntos «límites»? Atentos a lo que afirman sus protagonistas, esta vez sí, desde sus medios oficiales:

«La reconstitución ideológica del comunismo, por tanto, no es un ejercicio académico, y por eso mismo es algo que no se realiza desde la teoría para la teoría. (...) Al contrario, la reconstitución ideológica se realiza desde la teoría para la práctica, es decir, en función de los intereses concretos y reales del movimiento de Reconstitución política, en función de los problemas reales que la vanguardia necesita resolver para dar continuidad a ese movimiento y para ampliarlo en su base». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº31, 2005)

¡La teoría debe servir para satisfacer las necesidades de la práctica revolucionaria! ¡Más de una década de existencia del «glorioso» PCR (1994-2006) para revelarnos tan «novedosa» conclusión! ¡Vaya! Adelantándose varios miles de años a las «grandísimas revelaciones» de la LR, Aristóteles, el famoso pensador de Estagira nos ilustraba en su «Ética a Nicómaco» (siglo IV a. C.): «La primera condición es que sepa lo que hace; la segunda, que lo quiera así mediante una elección reflexiva y que quiera los actos que produce a causa de los actos mismos». En otro de sus escritos «iluminadores», declaraban:

«Ya no es suficiente la consigna de K. Liebknecht, vigente durante todo el periodo preparatorio del Ciclo de Octubre: ¡Estudiar, organizar, hacer propaganda! (…) Resultará imprescindible abordar la cuestión del factor consciente, la cuestión de la relación del sujeto revolucionario con el objetivo revolucionario, la cuestión de la construcción de lo nuevo desde la conciencia −algo resuelto con demasiada espontaneidad e improvisación durante el Ciclo de Octubre−. Durante el Primer Ciclo se pensó, sobre todo, en cómo ganar la dirección de las masas. Tal vez, la dura competencia que imponía la lucha de clases absorbió toda la atención en este cometido; el caso es que se olvidó con demasiada frecuencia pensar en el adónde dirigir a esas masas». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja; Nº31, 2005)

¿Qué podemos sacar en claro? Sí, hay que «estudiar, hacer propaganda, organizar», a lo que la LR añade: «Pero muchachos… ¡siendo conscientes en todo momento de lo que se hace!». ¿Se dan cuenta? Son este tipo de «reflexiones banales» y «matices sutilísimos» de nula importancia lo que la LR nos ofrece como «elemento diferenciador» para seguirles en su proyecto. Ahora resultaría que la máxima que Lenin mismo firmó en su obra «Nuestras tareas inmediatas» (1899): «¡Estudiar, hacer propaganda, organizar!» ya no es apta para las luchas de hoy, porque habría que añadirle el componente de la «conciencia». ¡Que bobadas con aires de «importante descubrimiento» tiene que leer uno! ¿Acaso los cuadros que estudian no reflexionan sobre el «cómo» −método− y el «adónde» −fin−? Las personas con dos dedos de frente saben que, cuando el sujeto o el colectivo echa a andar, el nivel de espontaneidad que imprime en sus tareas no depende de repetir mecánicamente palabrejas −como pudiera ser «praxis», «Ciclo de Octubre», «conciencia» o «dialéctica»−, como los «reconstitucionalistas» hacen siempre. En el caso de estos «ilusionistas políticos», no podemos pedir a sus jefes que superen de una vez este «ritual mágico», sería como pedir a los gurús místicos que abandonen su característica repetición de mantras, ¿cómo va a ser eso posible sin romper con toda la engañifa con la que deslumbran a sus ignorantes seguidores?

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