martes, 16 de noviembre de 2021

¿Qué propone el reformismo «patriótico» en materia económica?; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

«En esta sección repasaremos dos expresiones travestidas de «marxistas» y herederas de una forma u otra del pensamiento chovinista de la Escuela de Gustavo Bueno: primero, El Jacobino, y después lo que en su momento fue Izquierda Hispánica y ahora es la Razón Comunista. De esta forma veremos cómo toda la parafernalia nacionalista que se preocupa de lo «social» no oculta la triste realidad de que proponen como solución las mismas pamplinas capitalistas que nada cambian. Y es que a estos idealistas cuando les toca lidiar con aspectos de la cotidianeidad material, ese discurso heroico de que van salvar a la «patria», aquella damisela siempre en peligro, no solo se torna dudoso, sino que se vuelve muy cómico al demostrarse que, más que ante caballeros de reluciente armadura, estamos ante distintos Don Quijotes modernos Armesilla o Guillermo del Valle con sus correspondientes Sancho Panzas como comparsa Paula Fraga, Javier Maurín, Pedro Insúa y demás ralea.

El Jacobino y su redistribución fiscal para «arreglar España»

El Jacobino, comandado por Guillermo del Valle, define a su proyecto como «izquierda racionalista, centralista y definida en España», aja, ¿y más allá de todo ese galimatías qué propone para solucionar sus males?:

«Con la actual situación de deuda pública, la habitual propuesta de mágicas rebajas fiscales es un engaño que responde al clásico populismo fiscal del neoliberalismo. Si se bajan masivamente los impuestos, la recaudación también baja. Y de paso, llegan los recortes sociales y la degradación de los servicios públicos, acentuando la nefasta senda de los últimos años. (…) Hay que acabar con la creciente y preocupante brecha entre la tributación entre las rentas del capital y las del trabajo en el IRPF, que perjudica a las últimas, como fiel reflejo de las políticas fiscales más reaccionarias aplicadas en las últimas décadas. El sistema tributario ha de recuperar y blindar un Impuesto de Patrimonio y un Impuesto de Sucesiones y Donaciones verdaderamente progresivos, que nunca más vuelvan a transferirse a las Comunidades Autónomas, dinámica que sólo fomenta el «dumping» y la competencia desleal a la baja, y que termina expulsando del sistema dichos instrumentos fiscales. Deben eliminarse múltiples deducciones del impuesto de Sociedades, acometer una armonización fiscal general, y plantear la imperiosa necesidad de que las grandes corporaciones multinacionales y plataformas tecnológicas dejen de encontrar fórmulas de elusión fiscal y deslocalización, que destrozan las arcas públicas de los Estados y ponen en cuestión la sostenibilidad del Estado social». (El Jacobino; Redistribucción, 2021)

Es decir, son un grupo en contra del fraude fiscal, en pro de una eficacia administrativa y se consideran muy «patriotas», pero en todo esto no hay diferencias de peso respecto a los «planes sociales» de múltiples asociaciones de «izquierda» o «derecha». Prueba de ello es que en su web publicitan con orgullo que Pedro Ínsua de la Escuela de Gustavo Bueno, Ángel Pérez exIU o Antonio Miguel Carmona del PSOE apoyen su proyecto, personas totalmente en las antípodas de un pensamiento progresista y revolucionario.

El socialismo científico de Marx y Engels, sin negar el uso de los impuestos en el periodo de transición del capitalismo al comunismo –véase la obra de ambos: «El Manifiesto Comunista» (1848)–, difiere completamente de la ilusión del socialismo utópico, aquel que considera que, sin necesidad de una revolución con mayúsculas, los impuestos pueden ser la palanca decisiva para conquistar un futuro mejor, dejando intacta, eso sí, la «armonía entre trabajo y capital»: 

«La reducción de los impuestos, su distribución más equitativa, etcétera, es una banal reforma burguesa. La abolición de los impuestos es socialismo burgués. Este socialismo burgués apela especialmente a las secciones medias industriales y comerciales y a los campesinos. (…) Desde los primeros filisteos medievales hasta los modernos librecambistas de Inglaterra, la lucha principal ha girado en torno a los impuestos. La reforma de los impuestos tiene como objetivo la eliminación de los impuestos tradicionales que impiden el progreso de la industria, o presupuestos estatales menos extravagantes, o una distribución más igualitaria. (…) Las relaciones de distribución, que descansan directamente en la producción burguesa, las relaciones entre salarios y beneficios, entre beneficios, interés y renta, pueden, a lo sumo, ser modificadas en aspectos no esenciales por la tributación, pero esta última nunca puede amenazar sus fundamentos. Todas las investigaciones y discusiones acerca de los impuestos presuponen la continuidad de esas relaciones burguesas. Incluso la abolición de impuestos solo puede acelerar el desarrollo de la propiedad burguesa y sus contradicciones». (Karl Marx; Socialismo y fiscalidad de Émile de Giradin, 1850)

La propia burguesía incluso recurrirá a veces a un aumento de los impuestos para desviar una parte de sus superganancias a mantener bajo unos mínimos a varias capas de la población, pero el sistema seguirá en las mismas sin alterar en lo más mínimo sus dinámicas fundamentales. Querer «abolir los impuestos» o buscar una mejor «distribución de la riqueza» sin haber acabado con la médula del sistema es una ensoñación utópica, en el sentido de ser algo irrealizable. Por ese mismo motivo:

«En una revolución, la tributación, hinchada hasta una proporción colosal, puede ser usada contra la propiedad privada; pero aun en ese caso debe ser un incentivo para nuevas medidas revolucionarias o eventualmente traería una vuelta a las viejas relaciones burguesa». (Karl Marx; Socialismo y fiscalidad de Émile de Giradin, 1850)

Esta crítica se volvería a repetir años más tarde cuando Marx criticó el programa presentado por los lassellanos y los esenachianos reunidos en Gotha:

«Que por «Estado» se entiende, en realidad, la máquina de gobierno, o el Estado en cuanto, por efecto de la división del trabajo, forma un organismo propio, separado de la sociedad, lo indican ya estas palabras: «el Partido Obrero Alemán exige como base económica del Estado: un impuesto único y progresivo sobre la renta», etc. Los impuestos son la base económica de la máquina de gobierno, y nada más. En el Estado del futuro, existente ya en Suiza, esta reivindicación está casi realizada. El impuesto sobre la renta presupone las diferentes fuentes de ingresos de las diferentes clases sociales, es decir, la sociedad capitalista. No tiene, pues, nada de extraño que los «Financial-Reformers» de Liverpool  burgueses, con el hermano de Gladstone al frente planteen la misma reivindicación que el programa». (Karl Marx; Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán, 1875)

El marxismo también difiere del razonamiento metafísico de gente como Armesilla, quien como veremos, da por hecho que los impuestos son algo eterno, que no se transforman según evolucionan las relaciones de producción, como ya han demostrado varias experiencias. Véase la obra del Partido del Trabajo de Albania: «Historia del PTA» de 1982. De hecho, si nos vamos ya a una sociedad plenamente comunista, este error de bulto resalta más, ¿qué sentido podrían tener aquí los impuestos si los medios de producción ya son propiedad comunal y han desaparecido el resto de trabas ya comentadas? Si, como expone Marx en las «Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán» (1875), una parte de las ganancias producidas por el pueblo van a «reponer los medios de producción consumidos», otra para «ampliar la producción», otras tantas para «un fondo de reserva o seguro contra accidentes, desastres naturales y demás», y si a eso le sumamos lo que directamente va para cubrir los «gastos generales de la administración», es decir, para satisfacer «necesidades colectivas como escuelas, instituciones sanitarias y otras», sin olvidar lo pertinente destinado a las «personas incapacitadas para el trabajo»… entonces, ¿para qué diablos necesitamos los impuestos? 

Queda claro que la defensa de las tasas impositivas como algo «imposible de eliminar» solo tiene sentido en la mentalidad corta de miras del pequeño burgués que, afligido por la culpa de sus contradicciones. Este, al fin y al cabo, es buen conocedor de que en su «fabuloso» proyecto político, la propiedad privada y la desigualdad social seguirán existiendo «eternamente», aunque, eso sí, ahora de forma más «armoniosa» que antes. Por esa misma razón, tarde o temprano querrá recurrir a los «tributos» como fórmula mágica para intentar mitigar los choques de clase y las desigualdades sociales, lo cual es tan vano como los artículos constitucionales o los impuestos extraordinarios que de tanto en tanto produce la sociedad burguesa en vistas a «evitar la concentración de capitales» o «controlar las excesivas desregulaciones del mercado»; es decir, lo que se acaba imponiendo siempre es la formación de monopolios con su consiguiente omnipresencia y omnipotencia de la cual siempre acaban haciendo gala sin tapujos.  

El reformador social, pese a sus soflamas y deseos piadosos, no es capaz de comprender y deshacer el entuerto que rodea a las fuerzas de la sociedad capitalista, por eso no es extraño verle tropezar con ellas y acabar siendo preso de estas redes «invisibles» y «extrañas» que lo manejan todo. Él, tarde o temprano, acaba haciendo el juego al sistema: o bien rendido por el magnetismo de su grandísimo poder o bien por la ignorancia de su propio pensamiento y la ridiculez intrínseca en el actuar que eso siempre conlleva. En muchos casos, si observamos la biografía política que hay detrás de cada «pobre tonto charlatán» de este tipo, podemos sospechar que no son la necedad y la candidez lo que mueven al personaje a promulgar tales monsergas, sino que son la codicia y el cinismo los que hablan por él. Pero esto es harina de otro costal.

b) Las «novedosas» propuestas económicas del Armesillismo

En 2020 Santiago Armesilla, jefe de la (Sin)Razón Comunista, aseguraba que en su nuevo libro había logrado fusionar agua y aceite: el «materialismo filosófico» de Bueno con el «materialismo histórico» de Marx, creando así el «materialismo político», al cual le falto añadir «fase superior del buenismo-marxista». Allí explicaba la diferencia entre su concepto místico de Estado y la explicación «ortodoxa» del marxismo:

«Al elevar todas las clases de trabajadores de la sociedad política a la condición de clase nacional, esto es, a clase bajo un solo elemento formante que es la sociedad política misma, las clases de trabajadores se eleven a «pueblo» en tanto que éste es la «parte viva de la nación». Y, a un nivel más transcendental e intergeneracional, se elevarían a nacional política, esto es, a Patria. (…) Ocupa un lugar geográfico-político-histórico en el Universo, en el que moran los padres históricos». (Santiago Armesilla; La vuelta del revés de Marx: el materialismo político entretejiendo a Karl Marx y a Bueno, 2020)

En efecto, esta labor que realiza Armesilla es una «vuelta del revés de Marx»; una abierta abdicación de todo lo que tenga que ver con su esencia –aunque en honor a la verdad nunca tuvo que ver con élCompárese esto con la crítica marxista al Estado, la cual no se para sobre «padres de la nación» y «compatriotas» en general, sino que abre las bambalinas rojigualdas y retira la neblina chovinista, exponiendo sin trampa ni cartón la relación entre explotados y explotadores dentro de esa nación:

«A tal fin, la masa debe mantenerse en la mayor ignorancia posible acerca de la naturaleza de las condiciones existentes. Hay que enseñarle que el orden existente fue y será eterno, que el querer suprimirlo significa alcanzarse contra un orden establecido por el mismo Dios, razón por la cual se toma la religión al servicio de este orden. Cuanto más ignorantes y supersticiosas sean las masas tanto mejor; por tanto, el mantenerlas en tal estado resulta en interés del Estado, en el «interés público», es decir, en interés de las clases que ven en el Estado existente la institución protectora para sus intereses de clase. Además de los propietarios está al jerarquía estatal y eclesiástica, y todos juntos trabajan unidos para proteger sus intereses.

Mas con el deseo de adquirir propiedad y el aumento de los propietarios se eleva la cultura. Se hace mayor el círculo de los ambiciosos que quieren participar de los progresos logrados y de los que hasta cierto punto también lo consiguen. Sobre una base nueva, surge una clase nueva, que, sin embargo, la clase dominante no reconoce como igual en derechos y valor, pero que hace todo lo posible por serlo. Finalmente, brotan nuevas luchas de clase e incluso revoluciones violentas por las que la nueva clase impone su reconocimiento como clase cogobernante, en especial al presentarse como abogado de la gran masa de oprimidos y explotados, con cuya ayuda consigue la victoria.

Pero tan pronto como la nueva clase llega a compartir el poder y el dominio, se alía a sus antiguos enemigos contra sus antiguos aliados, y al cabo de cierto tiempo vuelven a comenzar las luchas de clases. Pero como la nueva clase dominante, que mientras tanto imprimió a toda la sociedad el carácter de sus condiciones de existencia, sólo puede extender su poder y su propiedad concediendo también una parte de sus logros culturales a la clase oprimida y explotada por ella, incrementa así la capacidad y los conocimientos de los oprimidos y explotados. Y de este modo les proporciona armas de su propia destrucción. La lucha de las masas se dirige ahora contra todo dominio de clase, cualquiera que sea su forma». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)

Izquierda Hispánica (IH), la extinta plataforma política del señor Santiago Armesilla, sancionaba en su programa hiperrevolucionario que su intención era «dar acceso universal a la propiedad privada» y dotar al país de una «tributación fiscal» en «beneficio de las necesidades sociales» (sic): 

«Universalizar el acceso a la propiedad privada de medios de producción y de uso –consumo–, tanto personal como grupal, así como la demarcación de sus límites mediante transformaciones en las capas conjuntiva y basal es una tarea insoslayable. Por otro lado, retomamos la fundamentación de la propiedad privada por medio del trabajo y asumimos críticamente la importancia de la tributación fiscal como factor limitante de la propiedad privada en beneficio de las necesidades sociales». (Izquierda Hispánica; En torno a la Revolución Política: el Estado y la propiedad privada, 2011)

¡Vaya! Armesilla «amenazaba» así a la burguesía española con su «revolución» pequeño burguesa basada en «universalizar el acceso a la propiedad privada» –¿cómo los socialistas utópicos que deseaban que todos fueran pequeños propietarios?– y utilizar la «tributación fiscal» –¿cómo Unidas Podemos?– para «limitar» los desmanes de las grandes fortunas. ¡Qué tiemblen los señores de la patronal y el Ibex-35! Qué nuevo y a la vez que viejo suena esto, ¿cuántas veces hemos asistimos a «programas» de este tipo?

«Los jefes más inteligentes de las clases imperantes han dirigido siempre sus esfuerzos a aumentar el número de pequeños propietarios, a fin de crearse un ejército contra el proletariado. Las revoluciones burguesas del pasado siglo, dividiendo la gran propiedad de los nobles y del clero en pequeñas partes, como quieren hacerlo hoy los republicanos españoles con la propiedad territorial que se halla aún centralizada, crearon toda una clase de pequeños propietarios, que ha sido después el elemento más reaccionario de nuestra sociedad, y que ha sido el obstáculo incesante que ha paralizado el movimiento revolucionario del proletariado de las ciudades. Napoleón III, dividiendo los cupones de las rentas del Estado, intentó crear esa misma clase en las ciudades, y el señor Dollfus y sus colegas, al vender a sus trabajadores pequeñas habitaciones pagaderas por anualidades. (…) Así pues, el proyecto de Proudhon, no sólo era impotente para aliviar a la clase trabajadora, sino que se volvía contra ella». (Friedrich Engels; Contribución al problema de la vivienda, 1873)

En realidad, si algún día se diese el milagroso caso de que algún charlatán buenista entrase en el Gobierno Nacional –seguramente a través de Vox, su criatura política–, lo haría dando un buen sermón católico en el Congreso de los Diputados, y desde allí advertiría a todos sobre los peligros de la «avaricia capitalista». ¿Y cómo reaccionarán sus amigos y conocidos empresarios, terratenientes y banqueros? Pues, seguramente, asentirían con la clásica hipocresía cristiana e inmediatamente después ordenarían mandar el cheque mensual que financia la Fundación Gustavo Bueno, su institución nacionalista favorita –con el permiso, claro está, de la Fundación Francisco Franco–. ¡A esta relación se le llama «quid pro quo»!

Aunque se diera esta inverosímil situación que iría en contra del mismo desarrollo monopolista implementándose esa supuesta redistribución de la propiedad privada, solo serviría para intentar acercarse de nuevo a una era premonopolista, aumentando cuantitativamente el número de propietarios, que, al ser capitales privados, volverían a intentar competir unos con otros y a acumular capital de forma reiterada, volviendo a poner en marcha el mismo proceso por el que la humanidad ya ha pasado. Que Armesilla se llame comunista es una broma de mal gusto por razones que no hace falta explicar:

«Parte integrante de esto mismo es la cobardía mediante la cual aquí él consiente al usurero prometiéndole no quitarle lo que ya posee, y con la cual más adelante él afirma que no quiere «destruir los apreciables sentimientos de la vida familiar, de la pertenencia a la propia tierra y al propio pueblo», sino que «solo cumplirlos». Esta presentación cobarde e hipócrita del comunismo no como «destrucción», sino que como «cumplimentación» de los males presentes y de las ilusiones que la burguesía tiene acerca de ellos, se encuentra en cada número del Volks-Tribun». (Karl Marx y Friedrich Engels; Circular contra Kriege, 1846)

El derrotado líder de esta «Izquierda Hispánica» insistía en 2016 sobre los mismos planteamientos:

«@armesillaconde La propiedad privada ganada con el esfuerzo del trabajo individual la defendemos. Lo que no defendemos... es la apropiación de plusvalor por parte del capitalista». (Twitter; Santiago Armesilla, 15 dic. 2016)

¡Claro! Muy lógico. No sabemos si los buenistas entienden que el marxismo considera por «propiedad privada personal» a nuestros objetos personales cotidianos, como nuestro pantalón favorito o nuestro lecho; o quizás ellos, en su desconocimiento piensan que incluimos también a la azada y el terruño de un campesino con los que puede sacar adelante a su familia. Si se trata del primer caso, dice una obviedad, puesto que el marxismo siempre ha dejado claro que nunca ha pretendido «socializar» todo objeto material, eso, en todo caso, es un sueño húmedo del igualitarismo anarquista; en el segundo supuesto, Armesilla se habría quedado en una bucólica imagen de otro siglo, pero sabemos que hoy la agricultura no opera así, necesita de mecanización y de un trabajo colectivo sin los cuales no puede subsistir y el propio desarrollo capitalista elimina este tipo de pequeña burguesía de forma constante. Como ya intuíamos en las propuestas de IH, el señor Armesilla se refería sobre todo al segundo caso hipotético, ya que si no fuese así no se vería obligado a anticipar la «tributación fiscal» como «factor limitante». Lo que no comprende alguien como él, que rechaza a Marx y Lenin frontalmente, es que todo pequeño propietario se ve obligado tarde o temprano a valerse de mano de obra si desea igualar o ampliar la demanda de su negocio, si no, se estanca, cae en la ruina y pasa a formar parte de las filas del proletariado. Esta es la razón por la que Lenin concluiría advirtiendo:

«La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada e implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se ve decuplicada por su derrocamiento –aunque no sea más que en un país– y cuyo poderío consiste no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la solidez de los vínculos internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, por desgracia, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y ésta engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa. Por todos esos motivos, la dictadura del proletariado es imprescindible, y la victoria sobre la burguesía es imposible sin una guerra prolongada, tenaz, desesperada, a muerte; una guerra que requiere serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y voluntad única». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)

Sea como sea, este idiota de Armesilla pretende retrasar la rueda de la historia con sus surrealistas propuestas.  Nosotros contestamos a esto:

«Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia. ¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego, precedente histórico de la propiedad burguesa? No, ésa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas horas». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)

Es más, Marx, criticando las soluciones utópicas de Proudhon, apuntó que querer mantener la propiedad privada, pero a su vez pretender abolir el dinero sin acabar con la producción privada, es un completo disparate:

«En esos dos capítulos [de «Contribución a la crítica de la economía política» (1858)] se destroza al mismo tiempo en sus fundamentos al socialismo proudhoniano, actualmente de moda en Francia, que pretende dejar subsistir la producción privada, pero organizar el intercambio de los productos privados, que quiere la mercancía, pero no quiere el dinero. El comunismo debe deshacerse antes que nada de ese hermano falso». (Karl Marx; Carta a Weydemeyer, 1 de febrero de 1859)

Pero llegamos al punto culmen que certifica que solo estamos ante un ideólogo pequeño burgués y no muy ducho. En esta obra Armesilla nos regaló perlas como que, para esta cuestión, él prefiere valerse de los conceptos del «marxismo cultural» de Marvin Harris:

«Esta concepción tributarista-anarquista de origen marxista no tendrá problema alguno en ver que, frente a sociedades políticas esclavistas, feudales o capitalistas, la omnitributación de las sociedades. (…) Será un logro de los movimientos sociales asociados, en mayor o menor medida, con el movimiento obrero. (…) Sin componentes anarquistas que apelen a la violencia o el sabotaje, al fraude fiscal o a la huelga fiscal como armas de lucha política. Los impuestos y otras formas de contribución a la sociedad política en el marco del campo económico, según esta concepción, serán vistos como procesos pacíficos «consensuados» en los que podrán participar la mayoría o todos los ciudadanos y residentes de una sociedad política». (Santiago Armesilla; La vuelta del revés de Marx: el materialismo político entretejiendo a Karl Marx y a Bueno, 2020)

Lo primero sobre lo que tenemos que llamar la atención es que Armesilla rescata la teoría de la II Internacional, según la cual todo tipo de violencia y de intento por derribar la máquina del Estado burgués es un signo de anarquismo (sic). Lenin, que se las tuvo que ver con farsantes como estos en su tiempo, aclaraba:

«¡He ahí contra qué «abolición» del Estado se manifestaba, exclusivamente, Marx, al refutar a los anarquistas! No era, ni mucho menos, contra el hecho de que el Estado desaparezca con la desaparición de las clases o sea suprimido al suprimirse éstas, sino contra el hecho de que los obreros renuncien al empleo de las armas, a la violencia organizada, es decir, al Estado, llamado a servir para «vencer la resistencia de la burguesía». Marx subraya intencionadamente –para que no se tergiverse el verdadero sentido de su lucha contra el anarquismo– la «forma revolucionaria y transitoria» del Estado que el proletariado necesita. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. Nosotros no discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto al problema de la abolición del Estado, como meta final. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de las armas, de los medios, de los métodos del poder del Estado contra los explotadores, como para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida. Marx elige contra los anarquistas el planteamiento más tajante y más claro del problema: después de derrocar el yugo de los capitalistas, ¿deberán los obreros «deponer las armas» o emplearlas contra los capitalistas para vencer su resistencia? Y el empleo sistemático de las armas por una clase contra otra clase, ¿qué es sino una «forma transitoria» de Estado? Que cada socialdemócrata se pregunte si es así como él ha planteado la cuestión del Estado en su polémica con los anarquistas, si es así como ha planteado esta cuestión la inmensa mayoría de los partidos socialistas oficiales de la II Internacional». (Vladimir Ílich Uliánov; Lenin; El Estado y la Revolución, 1917)

Para Armesilla, todo revolucionario debería estar dando saltos de alegría porque el movimiento obrero contemporáneo, el cual lleva décadas tomado totalmente por el socialdemocratismo, ha logrado muchas «conquistas sociales». Debería darse con un canto en los dientes por el grandísimo «nivel tributario» del sistema capitalista, que, además, si se modifica con cierta maña podría acabar en un proceso pacífico «consensuado» en los que la mayoría podrán participar para limitar todavía más la fortuna de los de arriba. ¡Qué preciosa estupidez! Parece ser que Armesilla todavía guarda muchos resabios de su etapa en el Izquierda Unida (IU), porque recuerda demasiado a los jefecillos de la reforma como Anguita o Garzón. Además, como sus antiguos jefes, el Sr. Armesilla no tiene ningún problema en justificar y alentar a la violencia cuando es utilizada por el gobierno para evitar que se ejecute el derecho de autodeterminación de las naciones.

Pero nos estaríamos olvidando de algo mucho más importante: ¿es que acaso los impuestos son capaces de redistribuir nada? ¿De dónde provendría el dinero con el que los más ricos pagarían sus tipos impositivos más altos en la sociedad de ensueño de nuestros socialchovinistas? Exactamente: del plustrabajo succionado al proletariado. El proletariado pagaría, en todo caso, tanto sus propios impuestos como, indirectamente, los impuestos de la burguesía, porque su trabajo es siempre el punto de origen del capital. No decimos que, en las condiciones capitalistas, nos dé igual que existan impuestos capaces de costear servicios sociales para paliar la miseria del proletariado. Lo que decimos es que la solución queda lejos de cualquier tipo impositivo; que estos no son capaces de solucionar la contradicción principal en la sociedad capitalista, la contradicción entre el trabajo y el capital. 

Este error suele ser común a quienes hablan de «redistribuir la riqueza», es decir, se focalizan en cambiar la distribución sin tocar la producción, como si no tuvieran una relación estrechísima, como si pudiera haber distribución sin producción. Igual es que estos marxistas deberían profundizar en la bibliografía de Marx y empezar no solo a conocer a «El Capital» (1867) obra que parecen ignorar adrede, sino otras obras previas donde esto queda aclarado una y otra vez:

«La producción crea los objetos que responden a las necesidades; la distribución los reparte según leyes sociales; el cambio reparte lo ya repartido según las necesidades individuales; finalmente, en el consumo el producto abandona este movimiento social, se convierte directamente en servidor y objeto de la necesidad individual, a la que satisface en el acto de su disfrute. La producción aparece así como el punto de partida, el consumo como el punto terminal, la distribución y el cambio como el término medio, término que a su vez es doble ya que la distribución está determinada como momento que parte de la sociedad, y el cambio, como momento que parte de los individuos. (...) La distribución es ella misma un producto de la producción, no sólo en lo que se refiere al objeto –solamente pueden distribuirse los resultados de la producción–, sino también en lo que se refiere a la forma, ya que el modo determinado de participación en la producción determina las formas particulares de la distribución, el modo bajo el cual se participa en la distribución. (...) El resultado al que llegamos no es que la producción, la distribución, el intercambio y el consumo sean idénticos, sino que constituyen las articulaciones de una totalidad, diferenciaciones dentro de una unidad». (Karl Marx; Elementos fundamentales para la crítica política, 1858) 

Sea como sea, desde el otro lado del Atlántico, Argentina, nos llegaba el inapelable «patriotismo tributario» de Armesilla para aseverar:

«@armesillaconde: Todos vivimos de contribuyentes en el fondo. Es imposible sostener una sociedad política sin tributos, sin impuestos. Sólo los multimillonarios, a través de paraísos fiscales, pueden permitirse el lujo de no pagar impuestos». (Twitter; Santiago Armesilla, 9 may. 2020)

Mejor dejemos que un viejo revolucionario de verdad explique a este patético ser por qué el marxismo tiene tal noción negativa de los «tributos», de las tasas impositivas en el capitalismo:

«La naturaleza del Estado clasista, sin embargo, condiciona no sólo el que las clases explotadas se mantengan en la mayor carencia posible de derechos, sino también que los costos y cargas para la conservación del Estado se echan en primer lugar sobre los hombros de los explotados. Esto resulta tanto más fácil cuando la manera de allegar las cargas y costos se efectúan bajo formas que ocultan su verdadero carácter. Es evidente, que los impuestos directos elevados para cubrir los gastos públicos deben incitar tanto más a la rebelión cuanto más bajos sean los ingresos de la persona a quién se exigen. Por tanto, la astucia ordena aquí a las clases dominantes guardar la medida y, en lugar de los impuestos directos, imponer los indirectos, es decir, impuestos y tributos sobre los artículos de primera necesidad, porque de este modo se efectúa una distribución de las cargas sobre el consumo diario, que para la mayoría se expresan de modo invisible en el precio de las mercancías y los engañan acerca de las cuotas impositivas que pagan. La mayoría ignora, y le resulta difícil calcular, cuántos impuestos o aranceles, etc. paga cada cual sobre el pan, la sal, la carne, el azúcar, el café, la cerveza, el petróleo; no sospechan hasta qué extremos los despluman. Y estos tributos aumentan en proporción al número de miembros de su familia, esto es, constituyen el modo de imposición más injusto que imaginarse pueda. Las clases poseedoras, por el contrario, hacen gala de los impuestos directos que ellas pagan y se atribuyen, de acuerdo con su monto, los derechos políticos que niega a la clase no poseedora. A ello se suman las ayudas y subvenciones estatales que las clases poseedoras se otorgan anualmente, a costa de las masas, por valor de muchos cientos de millones, mediante primas estatales y aranceles sobre todos los medios de vida posibles y mediante toda clase de ayudas. A ello se suman, además, las gigantescas explotaciones efectuadas mediante la subida de los precios de los más variados artículos de primera necesidad, subida que las grandes organizaciones patronales capitalistas llevan a cabo a través de los trusts y sindicatos y que el Estado fomenta con su política económica o tolera sin replicar, si es que no los apoya con su propia participación. Mientras las clases explotadas pueden mantenerse ignorantes de la naturaleza de todas estas medidas no encerrarán ningún peligro para el Estado ni para la sociedad dominante. Pero tan pronto como lleguen a conocimiento de las clases perjudicadas –y la creciente educación política de las masas las va capacitando cada vez más para ello–, estas medidas, cuya injusticia manifiesta es evidente, estimulan la animosidad e indignación de las masas. Se extingue la última chispa de fe en el sentimiento de justicia de los poderes dominantes, reconociéndose la naturaleza del Estado que aplica tales medios y el carácter de la sociedad que las fomenta. La consecuencia es la lucha hasta la destrucción de ambos». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)

En cambio, ¿a qué contribuye Armesilla sino a frenar que las masas se den cuenta de tal situación de ignominia, como decía Bebel?». (Equipo de Bitácora (M-L); El viejo chovinismo: la Escuela de Gustavo Bueno, 2021)

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