viernes, 1 de mayo de 2020

¿Hegealismo de izquierda o marxismo como modelo a seguir en la cuestión nacional?; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


«Aunque hoy conozcamos la enorme transcendencia del marxismo en lo tocante a la cuestión nacional, éste tampoco estuvo exento de errores iniciales a la hora de formular la cuestión. Las conclusiones que hoy conocemos son fruto de la superación de contradicciones iniciales en el propio movimiento. En su juventud, Marx y Engels estuvieron influenciados por la teoría de los «pueblos sin historia». ¿Acaso debemos olvidar que la tesis de los «pueblos sin historia» fue cocinada para satisfacer al nacionalismo alemán emergente con el fin de justificar su expansión en detrimento de los pueblos eslavos y otros como el magiar? ¿No es cierto que nació para justificar las conquistas coloniales europeas?:

«China y la India se hallan todavía, por decirlo así, fuera de la historia universal; son la suposición de los momentos cuya conjunción determina el progreso viviente de la historia universal». (G. W. Friedrich Hegel; Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, 1830)

Pongamos otro ejemplo:

«El que quiera conocer manifestaciones terribles de la naturaleza humana, las hallará en África. Lo mismo nos dicen las noticias más antiguas que poseemos acerca de esta parte del mundo; la cual no tiene en realidad historia. Por eso abandonamos África para no mencionarla ya más. No es una parte del mundo histórica; no presenta un movimiento ni una evolución, y lo que ha acontecido en ella, en su parte septentrional, pertenece al mundo asiático y europeo. (...) Lo que entendemos propiamente por África es algo aislado y sin historia, sumido todavía por completo en el espíritu natural, y que solo puede mencionarse aquí, en el umbral de la historia universal». (G. W. Friedrich Hegel; Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, 1830)

Esto, por desgracia, era una nota común en la mayoría de pensadores avanzados de esta época. En España, pensadores como Larra promulgaban barbaridades análogas:

«Razón han tenido los que han atribuido al clima influencia directa en las acciones de los hombres; duros guerreros ha producido siempre el norte, tiernos amadores el mediodía, hombres crueles, fanáticos y holgazanes en Asia, héroes la Grecia, esclavos el África. (…) Cada país tiene sus producciones particulares». (Mariano José de Larra; La planta nueva o el faccioso. Historia natural, 1833)

Marx y Engels fueron muy claros en sus juicios hacia el filisteísmo del filósofo alemán, que lejos de ser una crítica en sentido derrotista y apátrida, era una crítica constructiva con el fin de que Alemania se modernizase y jugase un papel revolucionario de una vez por todas:

«Sí, la historia alemana se lisonjea de haber realizado un movimiento que ningún pueblo ha hecho nunca ni hará jamás después de él en el horizonte de la historia. Precisamente, nosotros hemos participado de las restauraciones de los pueblos modernos sin haber compartido sus revoluciones. En primer término, tenemos la restauración porque otros pueblos osaron una revolución, y en segundo lugar, porque otros pueblos padecieron una contrarrevolución. (...) Al contrario, entusiastas ingenuos, alemanes de sangre y liberales por reflexión, buscan nuestra historia de la libertad más allá de nuestra historia en las primitivas selvas teutónicas. Pero, ¿en qué se distingue nuestra historia de la libertad de la historia de la libertad del jabalí, si se debe ir a encontrarla sólo en las selvas? (...) Como los pueblos antiguos vivieron su prehistoria en la imaginación, en la mitología, nosotros, alemanes, hemos vivido nuestra historia póstuma en el pensamiento, en la filosofía. Somos filósofos contemporáneos del presente sin ser contemporáneos históricos. La filosofía alemana es la prolongación ideal de la historia alemana. (...) En Alemania falta a cada clase particular no sólo el espíritu de consecuencia, la severidad, el coraje, la irreflexión que podría imprimirle el carácter de representante negativo de la sociedad; falta, igualmente, a cada estado social aquella amplitud de alma que la identifique, siquiera sea momentáneamente con el alma del pueblo; falta la genialidad que hace de la fuerza material un poder político; falta el empuje revolucionario que arroja a la cara del adversario la insolente expresión: Yo no soy nada y debería ser todo. El fundamento principal de la moral y de la honorabilidad alemana, no sólo de los individuos sino también de las clases, está formado por aquel modesto egoísmo que hace valer su mediocridad y deja que los demás la hagan valer enfrente de sí. (…) Más bien, la conciencia moral del amor propio de la clase media alemana se apoya sobre la conciencia de ser la representante general de la mediocridad filistea de todas las otras clases. Por eso, no son sólo los reyes alemanes los que logran su trono mal á propos; es cada esfera de la sociedad burguesa la que sufre su derrota antes de haber festejado su victoria». (Karl Marx; Introducción para la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1844)

Si uno quiere más ejemplos, véase la obra de Franz Mehring: «Marx, la historia de su vida», de 1918.

Eso no excluye que, en muchos escritos, se hallen influenciados por el hegealismo de izquierda –o resquicios del mismo, con comentarios desmedidos sobre otros pueblos y que, en ocasiones, se tuvieran que retractar de lo dicho años atrás. Esto nos indica que el estudio de la cuestión nacional fue para Marx y Engels un tema donde también sufrieron una particular e interesante evolución. 

Hoy algunos revisionistas, como los maoístas reconstitucionalistas, que justifican que los revolucionarios cayesen en este tipo de teorías idealistas de los «pueblos sin historia»:

«Las durísimas palabras que Engels dedica en varios artículos de esta época a las «naciones sin historia» podrían sorprender e incluso contrariar a más de un comunista educado en la corrección política de nuestros días; no obstante, analizados estos escritos desde la perspectiva de clase del proletariado y atendiendo al contexto histórico del momento, la justeza de tales palabras cae por su propio peso». (Línea Proletaria; ¡Abajo el chovinismo español de gran nación!, Nº1. Julio de 2017)

No se trata solo de «durísimas palabras» sino, a veces, de juicios ridículos y equivocados que cualquier marxista contemporáneo reconocerá a poco que tenga un ápice más de honestidad que estos señores. Estos maoístas exoneran a Marx y Engels cuando fueron presos de esta trampa hegeliana y, bien por desconocimiento, bien por vergüenza, ocultan los textos donde incurren en estos errores –como acostumbran a hacer con su ídolo revisionista Mao, aunque perdónenos el lector por hacer tal comparativa, que resulta hasta ofensiva–. Esto nos demuestra que los reconstitucionalistas maoístas únicamente pueden reconstituir la mística idealista del maoísmo, la cual trata a sus figuras de referencia como a dioses infalibles que, como decían los guardias rojos: «Sus instrucciones son clarividentes y grandes previsiones científicas. Al principio, con frecuencia no entendemos plenamente muchas de estas instrucciones o incluso estamos muy lejos de entenderlas». 

Pero el marxismo prescinde de esta forma de proceder. Por supuesto, a los nacionalistas vestidos de rojo –como los seguidores de Santiago Armesilla– les hará feliz saber que existen grupos que apoyan algunas de sus conclusiones más polémicas; se enorgullecerán de que otros revisionistas resuciten la teoría nacionalista de los «pueblos sin historia» y otras ideas derivadas. 

Estos grupos predican gustosamente este tipo de frases:

«Es cierto que para los franceses es una idea fija que el Rin es de su propiedad, pero a esta demanda arrogante la única respuesta digna de la nación alemana es la de Arndt: «Devuelvan Alsacia y Lorena». (…) La reconquista de la orilla izquierda del Rin de habla alemana es una cuestión de honor nacional, y que la germanización de una Holanda desleal y una Bélgica es una necesidad política para nosotros. ¿Permitiremos que la nacionalidad alemana sea completamente reprimida en estos países, mientras que los eslavos están aumentando cada vez más poderosamente en el Este?». (Friedrich Engels; Ernst Moritz Arndt, 1841)

Esto podría haber sido firmado por cualquier hegeliano de la época y, años después, por cualquier nietzscheano o por cualquier nazi, pues es un comentario chovinista como otro cualquiera. Hoy, los nacionalistas de cada zona pretenden hacer de este tipo de frases una lógica racional y revolucionaria, pero más adelante veremos por qué están errados e incluso contrapuestos a las afirmaciones posteriores de Marx y Engels. Esto resulta cómico, pues suelen ser los grupos que más acusan a los verdaderos marxistas de «doctrinarios» y «dogmáticos», de «no ser capaces de pensar más allá de las citas de sus ídolos». Pero, con tal actitud demuestran, primero, que no han hecho un estudio completo de la cuestión nacional; segundo, que si lo han hecho prefieren quedarse con el pensamiento hegeliano y reaccionario que con el pensamiento progresista del marxismo sobre esta cuestión; y tercero, que cuando optan por el marxismo, son incapaces de aplicarlo aun cuando tienen la realidad delante de sus narices. 

En Marx y Engels, los padres del socialismo científico, se presenta la idea de naciones progresistas en contraposición con las naciones reaccionarias desde la óptica del desarrollo humano y de la revolución. Esto no es incorrecto. Dicho fenómeno es usual, y ocurre en todas las épocas debido al desarrollo desigual de las fuerzas materiales y de la conciencia. La Rusia de Nicolás II estaba a la cabeza de la reacción en 1917, pero pocos meses después la Rusia de Lenin estaba a la cabeza del progresismo. Esta obviedad no justifica que debamos aceptar ideas equivocadas que en algún momento u otro presentaron Marx y Engels, como: 

1) Dar por válidos los clichés nacionales que se han ido forjando, o el atraso objetivo de ciertas naciones para tacharlas de incapaces de autogobernarse. 

2) Aceptar y animar, a base de clichés nacionales de otros países, la anexión forzosa de pueblos en beneficio de la nación propia.

 3) Que los gobiernos reaccionarios y sus acciones eran reflejo de pueblos reaccionarios sin remedio. 

4) Que los pueblos sin Estado son residuos de la evolución que no tenían ya posibilidad de formular su propio Estado ni de sumarse al progreso revolucionario.

 5) Que las naciones pequeñas formaban un obstáculo y, generalmente, una reserva de la reacción. 

Veamos algunos ejemplos y su posterior evolución.

Engels, en su artículo: «El armisticio danés-prusiano», de 1848, retrata a los escandinavos bajo los clichés nacionalistas de que son gente: «Entusiasmada por los rasgos brutales, sórdidos, piratescos, los antiguos rasgos nacionales nórdicos, por esa profunda vida interior que no puede expresar sus ideas y sentimientos exuberantes en palabras, sino que solo puede expresarlas en hechos, es decir, en groserías hacia las mujeres, ebriedad perpetua y en el frenesí salvaje de los berserkers alternado con el sentimentalismo lloroso». 

Engels en su artículo: «Carta de Alemania. La guerra en Schleswig Holstein» de 1850, tacha a los «holandeses, belgas, suizos» de: «naciones tan míseramente impotentes», y a Dinamarca de «pequeña, impotente y semicivilizada». Los mismos comentarios podemos ver de otras naciones, en especial de las eslavas.

¡¿Acaso son estos artículos un modelo a seguir para los marxistas de hoy?! Solo un retrogrado podría pensar así. Estos son comentarios que no deben ser incluidos nunca en una selección de obras de dichos autores, salvo para ser criticados. Esto demuestra, como no nos hemos cansado de repetir, que no existe figura en el marxismo libre de errores; algo que es cuestión de probabilidad, ya que, en una larga obra revolucionaria, como la de Marx y Engels, es imposible que no incurrieran en el error, por mucho que poseyeran unas mentes brillantes. No afirmamos esto por formalismo, para no parecer dogmáticos, mientras defendemos lo indefendible como hacen los revisionistas con sus ídolos–, sino que lo estamos demostrando con un ejercicio crítico de figuras que nos infunden un profundo respeto, de las cuales difundimos sus obras con asiduidad. Un ejercicio que, consideramos, es imprescindible realizar. 

Años después, rectificando estas viejas posturas chovinistas, veríamos a un Engels mucho más cabal adelantando el principio del internacionalismo proletario y del derecho de autodeterminación:

«No podríamos tomar ni conservar el poder sin resarcir por los crímenes cometidos por nuestros predecesores para con otras nacionalidades, y por ello sin: 1) facilitar la reconstitución de Polonia, y 2) poner a la población del norte de Schleswig y a la de Alsacia-Lorena en situación de decidir libremente a quién ha de pertenecer. Entre una Francia socialista y una Alemania socialista no existiría el problema de Alsacia-Lorena. Por lo tanto, no hay razón para una guerra por causa de Alsacia-Lorena». (Friedrich Engels; Carta a A. Bebel, 24 de octubre de 1891)

Pongamos otro ejemplo. En su momento, Engels celebró la victoria de Estados Unidos sobre México:

«En América hemos presenciado la conquista de México, la que nos ha complacido. Constituye un progreso, también, que un país ocupado hasta el presente exclusivamente de sí mismo, desgarrado por perpetuas guerras civiles e impedido de todo desarrollo, un país que en el mejor de los casos estaba a punto de caer en el vasallaje industrial de Inglaterra, que un país semejante sea lanzado por la violencia al movimiento histórico. Es en interés de su propio desarrollo que México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos. Es en interés del desarrollo de toda América que los Estados Unidos, mediante la ocupación de California, obtienen el predominio sobre el Océano Pacífico». (Friedrich Engels; Los movimientos de 1847, 1848)

Dicha victoria se justificaba bajo diversos clichés sobre los pueblos latinos:

«¿O acaso es una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos, que no sabían qué hacer con ella?; ¿lo es que los enérgicos yanquis, mediante la rápida explotación de las minas de oro que existen allí, aumenten los medios de circulación, concentren en la costa más apropiada de ese apacible océano, en pocos años, una densa población y un activo comercio, creen grandes ciudades, establezcan líneas de barcos de vapor, tiendan un ferrocarril desde Nueva York a San Francisco, abran en realidad por primera vez el océano Pacífico a la civilización y, por tercera vez en la historia, impriman una nueva orientación al comercio mundial? La «independencia» de algunos españoles en California y Tejas sufrirá con ello, tal vez; la «justicia» y otros principios morales quizás sean vulnerados aquí y allá, ¿pero, qué importa esto frente a tales hechos histórico-universales?». (Friedrich Engels; Democratísimo paneslavista, 15 de febrero de 1849)

Más tarde, hablando de nuevo sobre los latinos, se diría de españoles y mexicanos en peor sentido:

«Los españoles están completamente degenerados. Pero, con todo, un español degenerado, un mexicano, constituye un ideal. Todos los vicios, la fanfarronería, bravuconería y donquijotismo de los españoles a la tercera potencia, pero de ninguna manera lo sólido que éstos poseen. La guerra mexicana de guerrillas, una caricatura de la española, y aun las huidas de los regular armies infinitamente superiores. En esto, empero, los españoles no han producido ningún talento como el de Santa Anna». (Karl Marx; Carta a Friedrich Engels, 2 de diciembre de 1854)

Estos son clichés similares a los que existen hoy entre diversas naciones. En España se tiene el concepto del rumano ladrón, del francés sucio, del italiano mujeriego, del marroquí traicionero, del argentino egocéntrico, del estadounidense prepotente. Por no hablar de la idea del holgazán andaluz o extremeño, el codicioso y usurero catalán, el bruto aragonés o navarro, el indescifrable y desconfiado gallego, el rudo a la par que soso vasco, el chulo y presuntuoso madrileño, etc. Estos clichés no pueden ser la línea de presentación de un movimiento progresista e internacionalista.

Sobre España, cuando poco después estalló la revolución de 1854, se dijo:

«Todavía más interesante y quizá igualmente valioso como fuente de enseñanza presente es el gran movimiento nacional que acompañó a la expulsión de los Bonaparte. (…) Ese movimiento, con sus episodios heroicos y memorable exhibición de vitalidad en un pueblo supuestamente moribundo». (Karl Marx; La España revolucionaria II, 1854)
Concluyendo que:

«No hay cosa en Europa, ni siquiera en Turquía, ni la guerra en Rusia, que ofrezca al observador reflexivo un interés tan profundo como España en el presente momento». (Karl Marx; La España revolucionaria, 1854)

Analizando la intervención imperialista conjunta sobre México, esta vez no se saludaría como un «progreso» civilizador, y denunciarían los intereses rapaces de las viejas potencias europeas: 

«La contemplada intervención en México por parte de Inglaterra, Francia y España es, en mi opinión, una de las empresas más monstruosas jamás descritas en los anales de la historia internacional». (Karl Marx; La intervención en México, 1861)

Es bastante gracioso ver a autores como Gustavo Bueno, Pedro Ínsua o Santiago Armesilla, intentando justificar su chovinismo «hispano» con las primeras citas de Marx y Engels sobre la cuestión nacional, buceando en sus errores, pero renegando tanto de las rectificaciones posteriores en muchos de los temas como, por supuesto, de su evaluación inicial negativa hacia lo que era toda la hispanidad. Simplemente cogen lo que les interesa. Más que continuadores de la obra de Marx, son los discípulos de los sofistas y eclécticos de la Grecia Antigua.

Sobre la India, Marx repetiría como Hegel que «no tiene historia conocida» (sic):

«Aunque no conociésemos nada de la historia pasada del Indostán, ¿no bastaría acaso el gran hecho indiscutible de que, incluso ahora, Inglaterra mantiene esclavizada a la India con ayuda de un ejército hindú sostenido a costa de la misma India? Así pues, la India no podía escapar a su destino de ser conquistada, y toda su historia pasada, en el supuesto de que haya habido tal historia, es la sucesión de las conquistas sufridas por ella. La sociedad hindú carece por completo de historia, o por lo menos de historia conocida. Lo que llamamos historia de la India no es más que la historia de los sucesivos invasores que fundaron sus imperios sobre la base pasiva de esa sociedad inmutable que no les ofrecía ninguna resistencia. No se trata, por tanto, de si Inglaterra tenía o no tenía derecho a conquistar la India, sino de si preferimos una India conquistada por los turcos, los persas o los rusos a una India conquistada por los británicos». (Karl Marx; Futuros resultados de la dominación británica en la India, 1853)

Sobra responder en profundidad a estos comentarios, impropios del talento y conocimiento de estos personajes, pero no por ello infalibles, como creen algunos. 
El desarrollo de las sociedades humanas es desigual, y varía en función del tiempo. Es sumamente curioso que los revolucionarios alemanes del siglo XIX hablasen de los pueblos asiáticos como «pueblos sin historia» mientras los arqueólogos europeos descubrían hallazgos sumamente importantes de toda una serie de civilizaciones como la sumeria, hitita, asiria, babilónica, persa, etc. Habría sido interesante ver la reacción de los marxistas europeos si hubieran estudiado el nivel de desarrollo escrito, político, jurídico, arquitectónico, urbano, comercial, militar y artístico de estas civilizaciones orientales en la Edad Antigua. Civilizaciones que, como ya se podía intuir a tenor de las fuentes antiguas greco-romanas, se encontraban en un estado de desarrollo social más avanzado ya no solo en comparación con los pueblos indoeuropeos que poblaban la actual Alemania, sino también con respecto a sus coetáneos en casi cualquier zona del mundo.

Uno debe darse cuenta de lo extravagante que es ordenar la historia sin tener en cuenta el desarrollo social, el cual se puede comprender conociendo la economía política y la lucha de clases que le es propia, siempre subyacente en ella. Cuando uno se desvía de tal camino, todo se reduce a afirmar, bien por deseo, bien por una realidad temporal, que un pueblo es y será siempre «superior» al resto por su civilización, cuando en realidad no siempre ha sido así, ni lo será eternamente. En algunos casos, objetivamente ni siquiera lo es en el presente salvo por los delirios chovinistas. De otro modo, el estudio de la historia sería más bien el estudio de los pueblos elegidos por la providencia, donde su hegemonía siempre prevalecen universalmente contra sus competidores, como precisamente creyeron desde los sumerios hasta los hegelianos. Pero esto ya no sería historia simplemente, sino el estudio de la teología y sus presuntas manifestaciones terrenales.

Volviendo al siglo XIX, Engels diría de la conquista de Argelia:

«La conquista de Argelia es un hecho importante y afortunado para el progreso de la civilización». (Friedrich Engels; Revelaciones extraordinarias. Abd-El-Kader. Política exterior de Guizot, 1848)

En cambio, Engels pasaría a denunciar en 1857 que: 

«Los Franceses persisten, contra todos los dictados de la humanidad, la civilización y la cristiandad, en aplicar este bárbaro sistema de hacer la guerra. (…) Cabe poner en tela de juicio la política de un Gobierno civilizado que recurre a la lex tadionis. Y si se juzga el árbol por sus frutos, tras de gastar, probablemente, unos 100 millones de dólares y sacrificar centenares de miles de vidas, todo lo que se puede decir de Argelia es que constituye una escuela de guerra para los generales y soldados franceses. (…) Grado de crueldad y despotismo ejercen ordinariamente el poder los funcionarios franceses, incluso los de categorías inferiores, lo que ha llamado, con pleno fundamento, la atención del mundo entero». (Friedrich Engels; Argelia, 1857)

El propio Marx reconocería que se hallaba equivocado en sus evaluaciones sobre Irlanda:

«Antes creía imposible la separación de Irlanda de Inglaterra. Ahora la creo inevitable, aunque después de la separación se pueda llegar a una federación». (Karl Marx; Carta a Friedrich Engels, 2 de noviembre de 1867)

Años después Engels opinaría radicalmente distinto sobre estos países en comparación a sus escritos de juventud:

«Me pregunta usted qué piensan los obreros ingleses de la política colonial. Pues lo mismo que de la política en general; lo mismo que piensan los burgueses. Aquí no hay partido obrero, no hay más que el partido conservador y el partido liberal-radical, y los obreros se benefician tranquilamente con ellos del monopolio colonial de Inglaterra y del monopolio de ésta en el mercado mundial. A juicio mío, las colonias propiamente dichas, es decir, los países ocupados por una población europea: el Canadá, El Cabo, Australia, se harán todos independientes; por el contrario, los países sometidos nada más, poblados por indígenas, como la India, Argelia y las posesiones holandesas, portuguesas y españolas, tendrán que quedar confiadas provisionalmente al proletariado, que las conducirá lo más rápidamente posible a la independencia. Es difícil decir cómo se desarrollará este proceso. La India quizás haga una revolución, es incluso probable, y, como el proletariado que se emancipa no puede mantener guerras coloniales, habrá que resignarse a ello; eso no sucederá, evidentemente sin destrucciones, pero son inherentes a toda revolución. Lo mismo puede ocurrir en otros sitios, en Argelia y Egipto, por ejemplo, lo que sería, por cierto, para nosotros, lo mejor. Tendremos bastante que hacer en nuestro país. Una cosa es segura; el proletariado victorioso no puede imponer la felicidad a ningún pueblo extranjero sin comprometer su propia victoria. Bien entendido, esto no excluye, en absoluto, las guerras defensivas de diverso género». (Friedrich Engels; Carta a Karl Kautsky, 12 de septiembre de 1882)

Rusia, uno de los países ante los cuales habían demostrado más inquina, fue estudiada en profundidad:

«He estudiado las condiciones allí desde las fuentes rusas originales, no oficiales y oficiales –esta última solo está disponible para unas pocas personas pero me llegó a través de amigos en Petersburgo–. (...) Esta vez la revolución comenzará en el Este, hasta ahora el baluarte ininterrumpido y el ejército de reserva de la contrarrevolución». (Karl Marx; Carta a Friedrich Adolph Sorge, 27 de septiembre de 1877)

Con clara contundencia, Marx reprendía a los alemanes por la poca atención del movimiento revolucionario ruso:

«La cuestión de Oriente –que terminará con la revolución en Rusia, cualquiera que sea la salida de la guerra contra Turquía– y la revista de las fuerzas de combate de la socialdemocracia deberían bastar para convencer al filisteo alemán culto de que hay cosas más importantes en el mundo que Richard Wagner y su música del porvenir». (Karl Marx; Carta al profesor Freund, 21 de enero de 1877)

Al poco tiempo ambos declararon:

«Rusia está en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa». (Karl Marx y Friedrich Engels; Prefacio a la segunda edición Rusia del Manifiesto Comunista, 1882)

Engels incluso advirtió a los marxistas ante las falsedades sobre las comunidades primitivas: 

«La historia de la decadencia de las comunidades primitivas –sería erróneo colocarlas todas en un mismo plano; al igual que en las formaciones geológicas, en las históricas existe toda una serie de tipos primarios, secundarios, terciarios, etc.– está todavía por escribirse. Hasta ahora no hemos tenido más que unos pobres esbozos. En todo caso, la exploración ha avanzado bastante para que podamos afirmar: 1) la vitalidad de las comunidades primitivas era incomparablemente superior a la de las sociedades semitas, griegas, romanas, etc. y tanto más a la de las sociedades capitalistas modernas; 2) las causas de su decadencia se desprenden de datos económicos que les impedían pasar por un cierto grado de desarrollo, del ambiente histórico. (…) Al leer la historia de las comunidades primitivas, escritas por burgueses, hay que andar sobre aviso. Esos autores no se paran siquiera ante la falsedad. Por ejemplo, sir Henry Maine, que fue colaborador celoso del Gobierno inglés en la destrucción violenta de las comunidades indias, nos asegura hipócritamente que todos los nobles esfuerzos del gobierno hechos con vistas a sostener esas comunidades se estrellaron contra la fuerza espontánea de las leyes económicas». (Friedrich Engels; Proyecto de respuesta a la carta de V. I. Zasulich, 1881)

En la URSS se hizo común reproducir los artículos de Engels sobre cuestión nacional por el gran prestigio de su figura, pero no siempre eran del todo correctos:

«El camarada Adoratsky propone imprimir en el próximo número de la revista «Bolchevique», dedicado al vigésimo aniversario de la guerra mundial imperialista, el artículo de Engels, titulado «La política exterior del zarismo ruso», que se publicó por primera vez en el extranjero, en 1890. Consideraría un asunto completamente ordinario si se propusiera imprimir este artículo en una colección de obras de Engels, o en una de las revistas históricas; pero se propone imprimirlo en nuestro diario de lucha «Bolchevique», en el número dedicado al vigésimo aniversario de la guerra mundial imperialista. Esto quiere decir que quienes hacen esta propuesta, consideran que el artículo en cuestión puede ser considerar como un artículo orientador, o que al menos, es profundamente instructivo para los trabajadores de nuestro partido, en materia de esclarecimiento de los problemas del imperialismo y de las guerras imperialistas. Pero el artículo de Engels, como se desprende de su contenido, lamentablemente carece de estas cualidades, a pesar de sus méritos». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta a los miembros del buró político del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, Sobre un artículo de Engels, 19 de julio de 1934)

¿En qué se basaba el principal error de dicho artículo?:

«Es imposible no observar que en esta caracterización de la situación en Europa, y resumen de las causas que conducen a la guerra mundial, Engels omite un factor importante, que luego jugó el papel más decisivo, esto es, el factor de la lucha imperialista por las colonias, por los mercados, para obtener fuentes de materias primas. Esto ya tenía una importancia muy seria en ese momento. Omite el papel de Gran Bretaña como un factor en la próxima guerra mundial, el factor de las contradicciones entre Alemania y Gran Bretaña, contradicciones que ya eran de gran importancia y que más tarde jugaron un papel casi determinante en el inicio y desarrollo de la guerra mundial. Pienso que esta omisión constituye la principal debilidad del artículo de Engels. De esta debilidad se derivan las restantes debilidades del artículo, de las que se destacan las siguientes». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta a los miembros del buró político del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, Sobre un artículo de Engels, 19 de julio de 1934)

Citando el resto de errores que se derivaban, expresaba que en primer lugar, Engels sobrestimaba el poder democrático-burgués ruso, que como demostró la historia, no cesó en sus intentos de expansión:

«[Hay una] sobreestimación del papel de la lucha de la Rusia zarista hacia Constantinopla en relación con la maduración de la guerra mundial. Es cierto que Engels menciona primero como factor de guerra, la anexión de Alsacia-Lorena por Alemania, pero a partir de entonces remueve este factor a un segundo plano y pone en primer plano los esfuerzos depredadores del zarismo ruso, afirmando que «todo el peligro de la guerra general desaparecerá el día en que un cambio de cosas en Rusia permita al pueblo ruso borrar de un plumazo la política tradicional de conquista de sus zares»Sin duda, esto es una exageración». [Hay una] sobreestimación del papel de la revolución burguesa en Rusia, el papel de la «Asamblea Nacional de Rusia», es decir, el parlamento burgués, en relación con la prevención de la guerra mundial que se avecina. Engels afirma que la caída del zarismo ruso es el único medio de evitar la guerra mundial. Esto es una simple exageración. Un nuevo orden burgués en Rusia, con su «asamblea nacional», no podría evitar la guerra, aunque sólo fuera porque las principales fuentes de guerra residían en la creciente intensidad de la lucha imperialista entre las principales potencias imperialistas». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta a los miembros del buró político del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, Sobre un artículo de Engels, 19 de julio de 1934)

En segundo lugar, tras la derrota en la Guerra de Crimea de 1853-56, Rusia estaba lejos de tener capacidad como para iniciar campañas de agresión contra potencias del calado como Alemania o Turquía:

«El hecho es que desde el momento de la derrota de Rusia en Crimea en los años 50 del siglo pasado, el papel independiente del zarismo en el ámbito de la política exterior europea, comenzó a decaer de manera significativa, y eso, como factor en el conflicto mundial imperialista, la Rusia zarista sirvió esencialmente como reserva auxiliar para las principales potencias de Europa». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta a los miembros del buró político del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, Sobre un artículo de Engels, 19 de julio de 1934)

A partir de entonces, el zarismo centraría sus campañas de expansión comercial y conquista en los pueblos más débiles de Asia Central. Gracias a su papel de aliado en el bloque franco-británico, Rusia pudo fácilmente intervenir y repartirse el botín junto al resto de potencias imperialistas en lugares como China. La expansión rusa en Asia quedaría frenada con la irrupción de Japón como potencia regional, y tras la derrota en la Guerra Ruso-japonesa de 1904-05, el papel de del zarismo como auxiliar de la política franco-británica no dejaría de profundizarse hasta la Primera Guerra Mundial. 

En tercer lugar, aunque el zarismo evidentemente era un régimen más oscurantista y retrógrado, no era el único ni el último régimen reaccionario de Europa, afirmar esto constituía un error muy grave que los socialdemócratas alemanes aprovecharían para configurar su posición socialchovinista en la futura guerra imperialista entre Alemania y Rusia:

«Sobreestimación del papel del poder zarista como «último bastión de toda la reacción europea». Que el poder zarista en Rusia fue un poderoso bastión de toda la reacción europea y también asiática, no puede haber ninguna duda. Pero se puede dudar legítimamente de que fuese el último bastión de la reacción. (...) Difícilmente se puede dudar de que esta forma de pensar facilitó el pecado de los socialdemócratas alemanes el 4 de agosto de 1914, cuando decidieron votar por los créditos de guerra y proclamaron la consigna de defensa de la Patria burguesa contra la Rusia zarista y contra la «Rusia barbarie «y así sucesivamente». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta a los miembros del buró político del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, Sobre un artículo de Engels, 19 de julio de 1934)

Esto no significa que Stalin quisiera exonerar al zarismo de su rol contrarrevolucionario como dirán algunos malintencionados, de hecho, en ese mismo tiempo, también criticaría a los historiadores que, por el contrario, intentaban escribir manuales sobre la historia de los pueblos de la URSS sin presentar el papel contrarrevolucionario que había jugado el zarismo, sin mostrar la opresión nacional que ejercía sobre otros pueblos. Véase la carta de Stalin: «Notas sobre la sinopsis del Manual de historia de la URSS» de 1934.

Se concluye entonces, que las correcciones de Stalin al texto de Engels, eran un intento de evaluar la historia objetivamente, sin filias ni fobias.

Engels planteaba que la próxima guerra de la Alemania del Káiser contra la Alemania del Zar era una guerra progresista, que sería además altamente positiva porque fomentaría el ascenso de los comunistas en Francia y en Alemania, que una vez en el poder, podrían ejercer el derecho de autodeterminación:

«Esto debe realizarse con métodos revolucionarios y, si es necesario, cediendo un trozo de la Prusia polaca y toda la Galitzia a Polonia para que se establezca. Si esto va bien, en Francia seguirá sin duda la revolución. Al mismo tiempo presionar para que se le ofrezca a Francia, como oferta de paz, por lo menos Metz y Lorena. (…) La victoria de Alemania es por ella la victoria de la revolución, y si llega la guerra no sólo debemos desear la victoria, sino contribuir a ella por todos los medios». (Friedrich Engels; Carta a August Bebel, 24 de octubre de 1891)

Aquí se daba a entender erróneamente, que la victoria de Alemania sobre la Rusia supondría automáticamente acelerar los factores que daban luz a la revolución, pero nada más lejos de la realidad. Si la burguesía se hubiera visto en apuros por la guerra y por las demandas sociales de los comunistas, no se hubiera plegado a sus exigencias, sino que aprovechando la militarización en el contexto de la guerra, hubiera suprimido la existencia legal del partido comunista y los habría perseguido con saña aprovechando la primera divergencia con el gobierno. 

Y si finalmente se hubiera dado la victoria del bloque imperialista alemán sobre el ruso, la consecuencia inmediata hubiera sido el fortalecimiento territorial y económico de la burguesía alemana a través de la ocupación de nuevos países, contratos comerciales favorables, las reparaciones de guerra, etc. Los laureles de la victoria habrían supuesto para la burguesía un legitimador temporal de cara a las masas embrutecidas por el chovinismo nacional, tendría una mayor capacidad un para sobornar más y mejor a la aristocracia obrera, podría haber introducido medidas populares sin hacer demasiado ruido, etc. La reacción nacional habría acusado a los únicos comunistas que se mantuviesen firmes de «sabotear el esfuerzo de reconstrucción de la nación» con sus huelgas y peticiones utópicas. Esto se vio claramente en varios de los países vencedores tanto de la Primera Guerra Mundial como de la Segunda Guerra Mundial.

En resumen, varias de las disquisiciones de Engels eran ciertamente ilusas, no estaban basadas en la realidad de aquel entonces:

«Si la burguesía francesa desencadena una guerra con este motivo [Alsacia-Lorena], y a este fin, se pone al servicio del zar ruso, que es también enemigo de la burguesía de toda Europa occidental, esto comportará una renuncia a la misión revolucionaria de Francia. Por otra parte, los socialistas alemanes, que si se conserva la paz tomaremos el poder en el término de diez años, tenemos el deber de mantener la posición que hemos ganado en la vanguardia del movimiento obrero, no sólo contra el enemigo interno sino también contra el externo. Si vence Rusia seremos aplastados. Si por consiguiente, Rusia empieza la guerra, ¡acometámosla!, acometamos a los rusos y a sus aliados, sean quienes sean. Entonces tendremos que cuidar que la guerra sea conducida por todos los métodos revolucionarios y que se le hagan las cosas imposibles a cualquier gobierno que rehusé adoptar tales métodos; y también deberemos prever que, en un momento dado, nosotros mismos tomemos las riendas». (Friedrich Engels; Carta a August Bebel, 24 de octubre de 1891)

De un lado, parece ser que se deja una puerta abierta que la Francia burguesa tuviera tener alguna intención de jugar un rol revolucionario, cuando la época de la burguesía francesa y su papel revolucionario estaba más que superado por la historia, ya que como el propio Engels anotó en más de una ocasión, Francia tomaba el «derecho de las naciones» como un eslogan que favorecer o entorpecer según sus intereses geopolíticos. 

Por otro, creía que los comunistas alemanes podrían forzar al gobierno burgués de turno a tomar «medidas revolucionarias», o que en su defecto, los comunistas estarían listos para tomar el poder contra esa burguesía alemana y establecer ellos mismos esa guerra revolucionaria movilizando a toda la nación contra la reacción interna y externa, emulando la revolución francesa de 1793. Esto nunca ocurrió durante la Primera Guerra Mundial precisamente porque los comunistas no estaban en capacidad de tomar el poder, pero también porque no supieron barrer a tiempo el reformismo y el chovinismo, los cuales siguieron estando muy presentes entre el pueblo alemán y entre los propios dirigentes comunistas. Estos últimos no movilizaron a la nación contra la guerra imperialista y su propia burguesía, sino que la mayoría lo que cumplieron fue el papel de lacayos de la burguesía en una guerra por el reparto colonial.

Los progresistas más cobardes ocultan algunas de las citas expuestas por miedo a la verdad histórica, los chovinistas otras muchas por miedo a lo mismo, entre ellos, hay toda una serie de supuestos marxistas que se balancean hacia uno u otro lado. Ninguno sabe enfrentar lo que son las cosas con un espíritu crítico, ni comprender la evolución critica del pensamiento del marxismo.

Como ya hemos observado, las consideraciones o rectificaciones que hubo sobre temas como India, Irlanda o Polonia evidencian una evolución de Marx y Engels sobre la problemática nacional. Existen toda una serie de denuncias sobre las actuaciones del imperialismo británico en China, Persia o la India, del impero francés en Argelia, etc. Tras estudiar la historia y el idioma de España o Rusia, emitieron juicios muy positivos sobre el potencial revolucionario que había en aquellas zonas, por lo que es ciertamente innegable que hubo una evolución revolucionaria en el pensamiento de estas dos figuras. ¿Por qué ocultar sus errores?, o peor, ¡¿por qué reproducir los errores de los cuales renegaron?!

En su edad madura como revolucionario, Marx, como gran internacionalista, alabaría la acción de los revolucionarios franceses y condenaría la postura pasiva de sus compatriotas:

«¡Qué flexibilidad, qué iniciativa histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses! Después de seis meses de hambre y de ruina, originadas más bien por la traición interior que por el enemigo exterior, se rebelan bajo las bayonetas prusianas. (…) Que se compare a estos parisienses, prestos a asaltar el cielo, con los siervos del cielo del Sacro Imperio Romano Germánico-prusiano, con sus mascaradas antediluvianas, que huelen a cuartel, a iglesia, a junkers y, sobre todo, a filisteísmo». (Karl Marx; Carta a Ludwig Kugelman, 12 de abril de 1871)

Engels tampoco tendría miramientos en condenar la actitud de los revolucionarios alemanes al declarar que:

«Año 1885. Al dar su opinión sobre toda la historia de la Dampfersubvention, Engels escribe que «las cosas llegaron casi a la escisión». El «filisteísmo» de los diputados socialdemócratas era «colosal». «Una fracción socialista pequeñoburguesa es inevitable en un país como Alemania», dice Engels (Véase la carta de F. Engels a F. Sorge fechada el 3 de junio de 1885)». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Prefacio a la traducción rusa de un libro: «Correspondencia de J.F. Becker, J. Dietzgen, F. Engels, K. Marx y otros con F. A. Sorge y otros», 1907)

Hoy, muchos reniegan de este espíritu revolucionario e internacionalista mientras intentan hacer pasar como progresista los juicios hegelianos que los marxistas condenaron como pecados de juventud, o se agarran a reminiscencias nacionalistas que deberían de estar superadas en el movimiento obrero.

El propio Engels se acabaría mofando de los revolucionarios rusos que albergaban las viejas concepciones hegelianas-mesiánicas sobre el destino de ciertos pueblos como elegidos y abanderados del progreso:

«No tenemos por qué compartir con ellos su ilusión. El tiempo de los pueblos elegidos ha pasado para siempre». (Friedrich Engels; Acerca de la cuestión social en Rusia, 1894)

Por si a alguien le queda dudas de la posición de Marx y Engels sobre si ponían por delante la nación o la clase:

«Desde un principio hemos combatido siempre despiadadamente contra la tendencia pequeñoburguesa y filistea dentro del partido, porque esta actitud, desarrollada desde los tiempos de la Guerra de los Treinta Años, ha infectado a todas las clases de Alemania y se ha convertido en un mal alemán hereditario, hermano del servilismo, de la abyecta subordinación y de todos los vicios hereditarios alemanes. Esto es lo que nos hace ridículos y despreciables en el extranjero. Es la causa principal de la debilidad de carácter predominante entre nosotros; reina en el trono con la misma frecuencia que en la cueva del zapatero remendón. Recién a partir de la formación de un proletariado moderno en Alemania se ha desarrollado allí una clase que apenas conserva algo de esta enfermedad hereditaria alemana, una clase que ha dado pruebas de visión libre, de energía, de humor y de tenacidad en la lucha. Y ¿no habremos de luchar contra toda tentativa de inocular artificialmente a esta clase sana –la única clase sana de Alemania– el viejo veneno hereditario de la flojedad filistea y de la limitación mental del filisteo?». (Friedrich Engels; Carta a Eduard Bernstein, 1 de marzo de 1883)

El marxismo, aunque sin implantación de peso en España, ya había hecho sus proclamas oficiales sobre materia nacional y política exterior, unas con hondas repercusiones en el movimiento revolucionario internacional. En la I Internacional, se decía:

«La clase obrera posee ya un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber. La experiencia del pasado nos enseña cómo el olvido de los lazos fraternales que deben existir entre los trabajadores de los diferentes países y que deben incitarles a sostenerse unos a otros en todas sus luchas por la emancipación, es castigado con la derrota común de sus esfuerzos aislados. (...) Si la emancipación de la clase obrera exige su fraternal unión y colaboración, ¿cómo van a poder cumplir esta gran misión con una política exterior que persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo? (...) Han enseñado a los trabajadores el deber de iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos respectivos, de combatirla, en caso necesario, por todos los medios de que dispongan; y cuando no se pueda impedir, unirse para lanzar una protesta común y reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones. La lucha por una política exterior de este género forma parte de la lucha general por la emancipación de la clase obrera». (Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, 1864)

El marxismo no desdeñaba la cuestión nacional, al contrario, resaltaba la importancia de comprenderla y ayudar a la liberación nacional de los pueblos para fortalecer el internacionalismo: 

«Mientras Polonia siga dividida y sojuzgada no podrá desarrollarse un fuerte partido socialista en el país, no podrá haber verdadero intercambio internacional entre los partidos proletarios de Alemania, etc., más que con polacos emigrados. (...) Los socialistas polacos que no entienden la liberación de su país como la primera parte de su programa, se me aparecen como los socialistas alemanes que no piden, como lo primero y principal, la derogación de las leyes antisocialistas, la libertad de prensa, de asociación y de reunión. Para pelear hace falta tierra donde pararse, aire, luz y espacio. De otra manera es charlar inútilmente. (...) Carece de importancia saber si es posible reconstituir Polonia antes de la próxima revolución. Nosotros no tenemos, de todas maneras, la obligación de desanimar a los polacos en su esfuerzo por las condiciones vitales de su evolución futura, o de persuadirlos de que la independencia nacional es una cuestión muy secundaria desde el punto de vista internacional. Al contrario, la independencia es la base de cualquier acción internacional común». (Friedrich Engels; Carta a Karl Kautsky, 7 de febrero de 1882)

Eso incluía que el proletariado debiese aceptar la liberación de la opresión nacional y colonial de los pueblos, ayudar a tal fin:

«¿Qué consejo debemos dar nosotros a los obreros ingleses? A juicio mío, deben hacer de la ruptura de la Unión, un punto de su declaración. (...) Esta es la única forma legal y, por consiguiente, la única posible, de emancipación de los irlandeses que puede entrar en el programa de un partido inglés. La experiencia habrá de mostrar más tarde si la simple unión personal puede seguir existiendo entre los dos países. Lo creo a medias, si se hace a tiempo». (Karl Marx; Carta a Friedrich Engels, 30 de noviembre de 1867)

Marx insistió muchísimo en que en la I Internacional se hiciese eco de esta postura sobre la cuestión irlandesa:

«Las resoluciones del Consejo General sobre la amnistía irlandesa no sirven más que para introducir otras resoluciones que afirmen que, abstrayéndose de toda justicia internacional, es condición preliminar de la emancipación de la clase obrera inglesa transformar la presente Unión forzosa, es decir, la esclavitud de Irlanda, en una Confederación igual y libre, si es posible, o en separación completa, si hace falta». (Karl Marx; Nota confidencial, 1 de enero de 1870)

Pese a estas directrices claras, el marxismo y sus representantes siempre advirtieron que a la hora de elegir entre la cuestión nacional y la social, existía una primacía de la segunda por razones obvias, y que en caso de que los movimientos de liberación nacional que se opusiesen por las razones que fuesen a emergentes movimientos proletarios de otras zonas, estos movimientos sociales del proletariado no tenían por qué apoyar en ese momento sus reivindicaciones si obstaculizaban la revolución que estaban llevando a cabo –o estaban por desarrollar:

«Nosotros debemos colaborar en la liberación del proletariado de Europa occidental, y todo debe subordinarse a este objetivo. Por más interesantes que puedan ser los eslavos de los Balcanes, etc., pueden irse al diablo si su esfuerzo de liberación entre en conflicto con el interés del proletariado. También los alsacianos están oprimidos, y me alegraría si pudiésemos poder desembarazarnos del problema. Pero si en vísperas de una revolución claramente inminente intentaran provocar una guerra entre Francia y Alemania, excitando de nuevo las pasiones de estos dos pueblos, y retrasar así la revolución, les diría: ¡Alto! No toleraremos que pongáis palos en las ruedas del proletariado en lucha. Lo mismo vale para los eslavos». (Friedrich Engels; Carta a Eduard Bernstein, 22 de febrero de 1882)

Estas conclusiones serían ocultadas o manipuladas por sus discípulos. Serían Lenin y Stalin quienes recogerían más tarde el testigo de esa postura revolucionaria e internacionalista». (Equipo de Bitácora (M-L)Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

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