jueves, 28 de noviembre de 2013

Los métodos artesanos de trabajo de los economistas y la organización de los revolucionarios

'(...) Nuestro deber consiste en desenmascarar asimismo toda nota conciliadora, de «armonía», que se deslice en los discursos de los liberales en las reuniones obreras públicas, ya se deban estas notas a que dichas gentes crean sinceramente que es deseable una colaboración pacífica de las clases, ya a que tengan el deseo de congraciarse con las autoridades, o a inhabilidad simplemente (...) Pero precisamente porque elegís esta infame expresión de «estímulo desde el exterior», expresión que inspira de modo inevitable al obrero (al menos, al obrero tan poco desarrollado como vosotros) la desconfianza hacia todos los que le aportan desde el exterior conocimientos políticos y experiencia revolucionaria, despertando el deseo instintivo de rechazar a todos ellos, obráis como demagogos, y los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera (...)'; Vladimir Ilich Uliánov, LENIN

Como ya hemos aclarado en las otras partes publicadas de este documento, considerando al lector no formado -o pobremente formado- ideológicamente reiteramos; [en Rusia se llamó socialdemócrata a un partido de tendencia marxista que luego se fragmentó en varias organizaciones con diferentes tendencias, todas revisionistas salvo los bolcheviques.]

El documento:



Las afirmaciones de Rab. Dielo -examinadas más arriba-, cuando dice que la lucha económica es el medio de agitación política más ampliamente aplicable, que nuestra tarea consiste ahora en imprimir a la lucha económica misma un carácter político, etc., demuestran que se tiene una comprensión estrecha de nuestras tareas, no solamente en el terreno político, sino también en el de organización. Para la «lucha económica contra los patronos y el gobierno» no hace falta en absoluto una organización centralizada destinada a toda Rusia (que, por ello mismo, no puede formarse en el curso de semejante lucha), una organización que reúna en un solo impulso común todas las manifestaciones de oposición política, de protesta y de indignación, una organización formada por revolucionarios profesionales y dirigida por verdaderos jefes políticos de todo el pueblo. Y esto se comprende. El carácter de la estructura de cualquier institución está, natural e inevitablemente, determinado por el contenido de dicha institución. Por esto Rab. Dielo, con las afirmaciones que hemos examinado anteriormente, consagra y legitima, no sólo la estrechez de la actividad política, sino también la estrechez del trabajo de organización. Y en este caso, como en todos, es un órgano de prensa cuya conciencia retrocede ante la espontaneidad. Y, sin embargo, el prosternarse ante las formas de organización que surgen espontáneamente, el no tener conciencia de lo estrecho y primitivo de nuestro trabajo de organización, el no ver hasta qué punto somos todavía «artesanos» en este importante dominio, la falta de esta conciencia, digo, es una verdadera enfermedad de nuestro movimiento. No es, desde luego, una enfermedad propia de la decadencia, sino del crecimiento. Pero precisamente ahora, cuando la ola de la indignación espontánea nos cubre, por decirlo así, a nosotros, como dirigentes y organizadores del movimiento, es singularmente necesaria la lucha más intransigente contra toda defensa del atraso, contra toda legitimación de la estrechez de miras en este sentido; es singularmente necesario despertar, en cuantos toman parte o se proponen tomar parte en el trabajo práctico, el descontento por los métodos primitivos de trabajo que reinan entre nosotros y la decisión inquebrantable de desembarazarnos de ellos. 


a. ¿Qué son los métodos artesanos de trabajo?


Vamos a tratar de responder a esta pregunta trazando en pocas palabras un cuadro de la actividad de un círculo socialdemócrata típico, por los años de 1894 a 1901. Ya hemos hablado del apasionamiento general de la juventud estudiantil de aquel período por el marxismo. Claro que este apasionamiento no correspondía sólo, ni siquiera tanto, al marxismo en calidad de teoría, como en calidad de respuesta a la pregunta: «¿qué hacer?», como en calidad de llamamiento para ponerse en marcha contra el enemigo. Y los nuevos combatientes se ponían en marcha con un equipo y una preparación extraordinariamente primitivos. En muchísimos casos carecían casi por completo hasta de equipo y no tenían absolutamente ninguna preparación. Iban a la guerra como verdaderos mujiks, sin más que un garrote en la mano. Falto de toda relación con los círculos de otros lugares o incluso con los de otros puntos de la ciudad (o de otros centros de enseñanza), sin organización alguna de las diferentes partes del trabajo revolucionario, sin plan alguno sistemático de acción para un período más o menos prolongado, un círculo de estudiantes se pone en contacto con obreros y empieza a trabajar. Paulatinamente, desarrolla una agitación y una propaganda cada vez más vasta, y, por el hecho de su intervención, se atrae las simpatías de sectores obreros bastante amplios, la simpatía de una parte de la sociedad ilustrada, que proporciona dinero y pone a disposición del «Comité» nuevos y nuevos grupos de jóvenes. Crece el prestigio del comité (o Unión de lucha), crece la envergadura de su actividad, y aquél va ampliando esta actividad de un modo completamente espontáneo: las mismas personas que, un año o unos cuantos meses antes, intervenían en círculos de estudiantes y resolvían la cuestión de «¿dónde ir?», que establecían y mantenían relaciones con los obreros, componían y publicaban octavillas, se ponen en relación con otros grupos de revolucionarios, consiguen publicaciones, emprenden la labor de publicar un periódico local, empiezan a hablar de organizar una manifestación y, por fin, pasan a operaciones militares abiertas (operaciones militares abiertas que pueden ser, según las circunstancias, la primera hoja de agitación, el primer número del periódico, la primera manifestación). Y, por lo general, en cuanto se inician dichas operaciones, se produce un fracaso inmediato y completo. Y el fracaso es inmediato y completo, precisamente porque esas operaciones militares no son el resultado de un plan sistemático, premeditado, minuciosamente establecido para una lucha larga y empeñada, sino, sencillamente, el crecimiento espontáneo de una labor de círculo hecha de acuerdo con la tradición; porque la policía, como es natural, conoce casi siempre a todos los principales dirigentes del movimiento local, que ya han «dado que hablar» en los bancos de la universidad, y sólo espera el momento más propicio para hacer la redada, dejando con toda intención que el círculo se extienda y se desarrolle lo bastante para contar con un corpus delicti tangible, y dejando cada vez intencionadamente unas cuantas personas de ella conocidas, como «de semilla» (expresión técnica que emplean, según mis noticias, tanto los nuestros como los gendarmes). No puede uno menos de comparar semejante guerra con una expedición de bandas de campesinos armados de garrotes, contra un ejército moderno. Como tampoco podemos menos de admirar la vitalidad de un movimiento que se ha extendido, ha crecido y ha obtenido victorias, a pesar de la completa falta de preparación de los combatientes. Es cierto que, desde el punto de vista histórico, el carácter primitivo del equipo era, no sólo inevitable al principio, sino incluso legítimo, como una de las condiciones que permitía atraer gran cantidad de combatientes Pero en cuanto empezaron las operaciones militares serias (y empezaron ya, en realidad, con las huelgas del verano de 1896), las deficiencias de nuestra organización de combate se hicieron sentir cada vez más. Después del primer momento de sorpresa, después de haber cometido una serie de errores (como dirigirse a la opinión pública contando fechorías de los socialistas, o deportar a los centros industriales de provincias obreros de las capitales), el gobierno no tardó en adaptarse a las nuevas condiciones de la lucha y supo colocar en los puntos convenientes sus destacamentos de provocadores, de espías y de gendarmes, dotados de todos los perfeccionamientos. Las redadas se hicieron tan frecuentes, extendiéndose a un número de personas tan grande, dejando los círculos locales hasta tal punto vacios, que la masa obrera quedaba literalmente sin dirigentes, el movimiento cobraba un increíble carácter esporádico y era absolutamente imposible establecer continuidad ni conexión alguna en el trabajo. La extraordinaria dispersión de los militantes locales, la composición fortuita de los círculos, la falta de preparación y la estrechez de horizontes en el terreno de las cuestiones teóricas, políticas y de organización eran consecuencia inevitable de las condiciones descritas. Las cosas han llegado a tal extremo que en algunos lugares, los obreros, viendo nuestra falta de firmeza y de discreción, sienten desconfianza hacia los intelectuales y se apartan de ellos: ¡los intelectuales, dicen, provocan las detenciones demasiado irreflexivamente!

Toda persona que conozca algo el movimiento sabe que no hay un socialdemócrata razonable que no vea ya, al fin, en el carácter primitivo de los métodos de trabajo, una enfermedad. Pero para que el lector no iniciado no vaya a creer que «construimos» artificialmente una fase especial o una peculiar enfermedad del movimiento, nos remitiremos al testigo que ya hemos citado antes. Que se nos disculpe la extensión de la cita.

«Si el paso gradual a una actividad práctica más amplia -escribe B-v en el número 6 de Rab. Dielo-, paso que depende del período general de transición por el que atraviesa el movimiento obrero ruso, es un rasgo característico..., existe otro rasgo no menos interesante en el conjunto del mecanismo de la revolución obrera rusa. Nos referimos a la escasez general de fuerzas revolucionarias aptas para la acción [98], que se deja sentir no solo en Petersburgo, sino en toda Rusia. A medida que el movimiento obrero se intensifica, a medida que se desarrolla la masa obrera, a medida que se hacen más frecuentes los casos de huelgas, que la lucha de masas de los obreros se despliega más abiertamente, lo que recrudece la persecución gubernamental, las detenciones, los destierros y deportaciones, esta escasez de fuerzas revolucionarias de alta calidad se hace cada vez más sensible e, indudablemente, no deja de influir sobre la profundidad y el carácter general del movimiento. Muchas huelgas se desarrollan sin que las organizaciones revolucionarias ejerzan sobre ellas una influencia enérgica y directa..., se deja sentir la escasez de hojas de agitación y de publicaciones ilegales..., los círculos obreros se quedan sin agitadores... Al mismo tiempo, se nota constantemente la falta de recursos pecuniarios. En una palabra, el crecimiento del movimiento obrero sobrepasa al crecimiento y al desarrollo de las organizaciones revolucionarias. Los efectivos de revolucionarios activos resultan ser demasiado insignificantes para concentrar en sus manos la influencia sobre toda la masa obrera en agitación, para dar a todos los disturbios ni aun sombra de armonía y organización... Los círculos dispersos, los revolucionarios dispersos no están unidos, no están agrupados, no constituyen una organización única, fuerte y disciplinada, con partes metódicamente desarrolladas... 'Y después de formular la reserva de que si, en lugar de los círculos deshechos, aparecen inmediatamente nuevos círculos', este hecho 'demuestra tan sólo la vitalidad del movimiento..., pero no prueba que exista una cantidad suficiente de militantes revolucionarios plenamente aptos'», el autor concluye: «La falta de preparación práctica de los revolucionarios petersburgueses se refleja también en los resultados de su trabajo. Los últimos procesos, y en particular los de los grupos 'Auto-emancipación' y 'Lucha del Trabajo contra el Capital' [99], han demostrado claramente que un agitador joven, que no conozca al detalle las condiciones del trabajo y, por consiguiente, de la agitación en una fábrica determinada que no conozca los principios de la conspiración y que sólo haya asimilado [¿asimilado?] las ideas generales de la socialdemocracia, puede trabajar unos cuatro, cinco o seis meses. Luego viene la detención, que muchas veces trae consigo el desmoronamiento de toda la organización o, por lo menos, de una parte de ella. Cabe preguntar: ¿puede un grupo trabajar con éxito, con fruto, cuando su existencia está limitada a unos cuantos meses? Es evidente que los defectos de las organizaciones existentes no pueden atribuirse por entero al período de transición...; es evidente que la cantidad y, sobre todo, la calidad de los efectivos de las organizaciones activas desempeñan aquí un papel de no escasa importancia, y la tarea primordial de nuestros socialdemócratas... debe consistir en unificar realmente las organizaciones, con una selección rigurosa de sus miembros».


b. Los métodos artesanos de trabajo y el economismo


Debemos detenernos ahora en una cuestión que seguramente se plantean ya todos los lectores: ¿puede establecerse una relación entre estos métodos primitivos de trabajo, como enfermedad de crecimiento, que afecta a todo el movimiento, y el economismo, como una de las tendencias de la socialdemocracia rusa? Nosotros creemos que sí. La falta de preparación práctica, la falta de habilidad en la labor de organización son, en efecto, cosas comunes a todos nosotros, incluso a quienes desde el principio han sustentado inflexiblemente el punto de vista del marxismo revolucionario. Y es cierto que nadie podría echar en cara a los militantes consagrados al trabajo práctico esta falta de preparación por sí sola. Pero, además de la falta de preparación, el concepto «métodos primitivos de trabajo» supone otra cosa: supone el reducido alcance de todo el trabajo revolucionario en general, el no comprender que sobre la base de este trabajo de estrecho horizonte no se puede constituir una buena organización de revolucionarios, y, por último -y esto es lo principal-, supone tentativas de justificar esta estrechez de horizontes y de erigirla en una «teoría» particular, es decir, supone el culto de la espontaneidad también en este terreno. Y tan pronto como se manifestaron tales tentativas, se hizo indudable que los métodos primitivos de trabajo están relacionados con el economismo, y que no nos libraremos de la estrechez en nuestro trabajo de organización si no nos libramos del economismo en general (es decir, de una concepción estrecha, tanto de la teoría del marxismo como del papel de la socialdemocracia y de sus tareas políticas). Y esas tentativas han sido observadas en dos direcciones. Unos comenzaron a decir que la masa obrera no había planteado aún ella misma tareas políticas tan amplias y tan combativas como las que le «imponían» los revolucionarios, que debe luchar todavía por reivindicaciones políticas inmediatas, sostener «una lucha económica contra los patronos y el gobierno» [100] (y a esta lucha «accesible» al movimiento de masas corresponde, naturalmente, una organización «accesible» incluso a la juventud menos preparada). Otros, alejados de todo «gradualismo», comenzaron a decir que se podía y se debía «hacer la revolución política», pero que, para eso, no había necesidad alguna de crear una fuerte organización de revolucionarios que educara al proletariado en una lucha firme y empeñada; que para eso era suficiente que cogiéramos todos el garrote ya conocido y «accesible». Hablando sin alegorías: que organizásemos la huelga general [101] o estimulásemos el proceso del movimiento obrero, «dormido», con un «terror excitante» [102]. Ambas tendencias, la oportunista y la «revolucionista», capitulan ante los métodos primitivos de trabajo imperantes, no tienen fe en la posibilidad de librarse de ellos, no comprenden nuestra primera y más urgente tarea práctica: crear una organización de revolucionarios capaz de dar a la lucha política energía, firmeza y continuidad.

Acabamos de citar las palabras de B-v: «El crecimiento del movimiento obrero sobrepasa al crecimiento y al desarrollo de las organizaciones revolucionarias». Esta «valiosa noticia de un observador directo» (comentario de la redacción de Rabócheie Dielo al artículo de B-v) tiene para nosotros valor doble. Demuestra que teníamos razón al considerar que la causa fundamental de la crisis porque atraviesa actualmente la socialdemocracia rusa está en el atraso de los dirigentes («ideólogos», revolucionarios, socialdemócratas) respecto al movimiento ascensional espontáneo de las masas. Demuestra que todas esas disquisiciones de los autores de la carta economista (en el núm.12 de Iskra), B. Krichevski y Martínov, sobre el peligro de aminorar la importancia del elemento espontáneo, de la lucha cotidiana y gris, sobre la táctica-proceso, etc., son precisamente una defensa y una exaltación de los métodos primitivos de trabajo. Esas gentes que no pueden pronunciar la palabra «teórico» sin una mueca de desprecio, que llaman «sentido de la vida» a su prosternación ante la falta de preparación para la vida y ante la falta de desarrollo, demuestran de hecho que no comprenden nuestras tareas prácticas más imperiosas. A gentes que se han quedado atrás les gritan: «¡Guardad el paso! ¡No os adelantéis!» ¡A gentes que adolecen de falta de energía y de iniciativa en el trabajo de organización, de falta de «planes» para organizar amplia y valientemente el trabajo, les hablan de la «táctica-proceso»! Nuestro pecado capital consiste en rebajar nuestras tareas políticas y de organización al nivel de los intereses inmediatos, «tangibles», «concretos» de la lucha económica cotidiana, ¡pero siguen cantándonos: hay que imprimir a la lucha económica misma un carácter político! Repetimos: esto es literalmente el mismo «sentido de la vida» que demostraba poseer el personaje de la épica popular que gritaba, al paso de un entierro: «¡Ojalá tengáis siempre algo que llevar!»

Recordad la presunción incomparable, verdaderamente digna de «Narciso», con que esos sabios aleccionaban a Plejánov: «A los círculos obreros no les son accesibles en general [¡sic!] las tareas políticas en el sentido real, práctico de esta palabra, es decir, en el sentido de una lucha práctica, conveniente y eficaz, por reivindicaciones políticas» (Respuesta de la Red. de R. D., pág.24) ¡Hay círculos y círculos, señores! A un círculo que emplee métodos primitivos de trabajo, desde luego, no le son accesibles las tareas políticas, mientras no reconozca el carácter primitivo de dichos métodos de trabajo y no se libre de ellos. Pero si, además, esos artesanos están enamorados de sus métodos primitivos, si escriben siempre en cursiva la palabra «práctico» y se imaginan que la práctica exige que ellos rebajen sus tareas al nivel de comprensión de las capas más atrasadas de la masa, entonces, desde luego, esos artesanos son incurables, y, en efecto, las tareas políticas les son en general inaccesibles. Pero a un círculo de corifeos como Alexéiev y Myshkin, Jalturin y Zheliábov les son accesibles las tareas políticas en el sentido más real, más práctico de la palabra, y les son accesibles precisamente por cuanto sus ardientes prédicas encuentran eco en la masa, que se despierta espontáneamente; por cuanto su hirviente energía es secundada y apoyada por la energía de la clase revolucionaria. Plejánov tenía mil veces razón cuando no sólo indicó cuál era esta clase revolucionaria, no sólo demostró que era inevitable e ineludible su despertar espontáneo, sino que planteó incluso ante los «círculos obreros» un alto y grandioso cometido político. Y vosotros invocáis el movimiento de masas que ha surgido a partir de entonces, para rebajar ese cometido, para reducir la energía y el alcance de la actividad de los «círculos obreros». ¿Qué es esto sino egolatría del artesano enamorado de sus métodos primitivos? Os vanagloriáis de vuestro espíritu práctico y no veis el hecho conocido de todo militante ruso entregado al trabajo práctico: qué milagros puede hacer en la obra revolucionaria, no sólo la energía de un círculo, sino incluso la energía de un solo individuo. ¿0 es que creéis que en nuestro movimiento no pueden existir los corifeos que existieron en la década del 70? ¿Por qué razón? ¿Porque estamos poco preparados? ¡Pero nos preparamos, nos prepararemos y estaremos preparados! ¡Verdad es que el agua estancada de la «lucha económica contra los patronos y el gobierno» ha criado entre nosotros, por desgracia, verdín: han aparecido gentes que se ponen de hinojos adorando la espontaneidad y que contemplan con unción (como dice Plejánov) «la parte trasera» del proletariado ruso. Pero sabremos sacudirnos ese verdín. Precisamente ahora es cuando el revolucionario ruso dirigido por una teoría verdaderamente revolucionaria, apoyándose en una clase verdaderamente revolucionaria, que se despierta espontáneamente, puede al fin, ¡al fin!, alzarse en toda su talla y desplegar todas sus fuerzas de gigante. Para ello sólo hace falta que, en la masa de militantes entregados al trabajo práctico, en la masa todavía más extensa de gentes que sueñan con el trabajo práctico ya desde el banco de la escuela, sea acogido con burla y desprecio todo intento de rebajar nuestras tareas políticas y el alcance de nuestro trabajo de organización! ¡Y lo conseguiremos, señores, no se preocupen ustedes!

En el artículo «¿Por dónde empezar?» he escrito contra Rabócheie Dielo : «En 24 horas se puede modificar la táctica de agitación en algún problema especial, se puede modificar la táctica de realización de algún detalle de organización del Partido, pero cambiar, no digamos en veinticuatro horas, sino incluso en veinticuatro meses, el punto de vista que se tenga sobre el problema de si hace falta en general, siempre y absolutamente, la organización de combate y la agitación política entre las masas, es cosa que sólo pueden hacer personas sin principios» [103]. Rabócheie Dielo contesta: «Esta acusación de Iskra, la única que pretende estar basada en la realidad, carece en absoluto de fundamento. Los lectores de Rabócheie Dielo saben perfectamente que nosotros no sólo hemos exhortado a la agitación política, desde el principio, sin esperar a que apareciera Iskra... (diciendo que, no ya a los círculos obreros, 'ni aun siquiera al movimiento obrero de masas se le puede plantear como primera tarea política la de derribar el absolutismo', sino únicamente la lucha por reivindicaciones políticas inmediatas, y que 'las reivindicaciones políticas inmediatas se hacen accesibles a las masas después de una o, en todo caso, de varias huelgas')..., sino que también con nuestras publicaciones, editadas en el extranjero, hemos proporcionado a los camaradas que actúan en Rusia los únicos materiales de agitación política socialdemócrata... (y, en estos únicos materiales, no sólo se limitaban ustedes a aplicar la agitación política más amplia al terreno de la lucha meramente económica, sino que discurrieron, al fin, la idea de que esta agitación limitada era 'la más ampliamente aplicable'. ¿Y no advierten ustedes, señores, que su argumentación demuestra precisamente la necesidad de la aparición de Iskra –en vista de la sola existencia de esos materiales únicos- y la necesidad de la lucha de Iskra contra Rabócheie Dielo?)... Por otra parte, nuestra actividad editorial preparaba en la práctica la unidad táctica del Partido... [¿la unidad de creer que la táctica es el proceso de crecimiento de las tareas del Partido, que crecen juntamente con éste? ¡Valiente unidad!]... y, por ello mismo, hacía posible crear una organización de combate', para cuya formación ha hecho la Unión todo lo que le era accesible a una organización residente en el extranjero» (Rabócheie Dielo, núm.10, pág.15). ¡Vano intento de salir del paso! Que han hecho ustedes cuanto les era accesible, es cosa que yo nunca he pensado en negar. Lo que yo he afirmado y afirmo es que los límites de lo que es «accesible» para ustedes se estrechan por la miopía de sus concepciones. Mueve a risa que se llegue ni aun a hablar de «organizaciones de combate» para luchar por «reivindicaciones políticas inmediatas» o para «la lucha económica contra los patronos y el gobierno».

Pero si el lector quiere ver perlas de enamoramiento «económico» de los métodos primitivos, tendrá que pasar, naturalmente, del ecléctico y vacilante Rab. Dielo al consecuente y decidido Rab. Misl. «Dos palabras ahora sobre la llamada propiamente intelectualidad revolucionaria -escribía R. M. en el «Suplemento especial» de Rabóchaia Misl, pág.13-. Es cierto que más de una vez ha demostrado en la práctica que está totalmente dispuesta a 'la contienda decisiva con el zarismo'. Únicamente, lo malo es que, perseguida sin tregua por la policía política, nuestra intelectualidad revolucionaria consideraba esta lucha con la policía política como una lucha política contra la autocracia. Por esto sigue aún sin encontrar contestación a la pregunta: '¿De dónde sacar fuerzas para luchar contra la autocracia?'»

¿No es verdad que es incomparable este olímpico desprecio que siente por la lucha contra la policía un admirador (en el peor sentido de la palabra) del movimiento espontáneo? ¡¡Está dispuesto a justificar nuestra falta de habilidad para el trabajo conspirativo diciendo que, con el movimiento espontáneo de masas, no tiene importancia, en el fondo, la lucha contra la policía política!! Esta conclusión monstruosa la suscribirían muy pocos: tan dolorosamente siente todo el mundo las deficiencias de nuestras organizaciones revolucionarias. Pero si no la suscribe, por ejemplo, Martínov, es sólo porque no sabe o no tiene el valor de meditar hasta el fin sus propias tesis. En efecto, ¿puede decirse acaso que una «tarea» como la de que las masas planteen reivindicaciones concretas, que prometan resultados tangibles, exige una preocupación especial por crear una organización de revolucionarios sólida, centralizada y combativa? ¿No realiza también esta «tarea» una masa que de ninguna manera «lucha contra la policía política»? Aún más: ¿sería realizable esa tarea, si, además de un reducido número de dirigentes, no se encargaran de cumplirla también (en su inmensa mayoría) obreros que son absolutamente incapaces de «luchar contra la policía política»? Estos obreros, los hombres medios de la masa, son capaces de dar pruebas de una energía y abnegación gigantescas en una huelga, en la lucha contra la policía y las tropas en la calle, pueden (y son los únicos que pueden) decidir el desenlace de todo nuestro movimiento, pero precisamente la lucha contra la policía política exige cualidades especiales, exige revolucionarios profesionales. Y nosotros no debemos preocuparnos sólo de que la masa «plantee» reivindicaciones concretas, sino también de que la masa de obreros «destaque», en número cada vez más grande, estos revolucionarios profesionales. Así, pues, hemos llegado al problema de las relaciones entre la organización de revolucionarios profesionales y el movimiento puramente obrero. A esta cuestión, poco desarrollada en las publicaciones, le hemos dedicado nosotros, los «políticos», mucho tiempo en conversaciones y discusiones con camaradas más o menos inclinados hacia el economismo. Merece la pena de detenerse en él especialmente. Pero terminemos antes con otra cita la ilustración de nuestra tesis sobre la relación entre los métodos primitivos de trabajo y el economismo.

«El grupo 'Emancipación del Trabajo' -decía Sr. N. N. [104] en su 'Respuesta'– exige que se luche directamente contra el gobierno, sin pensar dónde está la fuerza material necesaria para dicha lucha, sin indicar qué caminos ha de seguir ésta». Y, subrayando esta última expresión, el autor hace a propósito de la palabra «caminos» la observación siguiente: «Esta circunstancia no puede explicarse por los fines de la conspiración, porque en el programa no se trata de una conjuración, sino de un movimiento de masas. Y las masas no pueden avanzar por caminos secretos. ¿Es acaso posible una huelga secreta? ¿Es posible celebrar en secreto una manifestación, presentar una petición en secreto?» (Vademécum, pág.59). El autor ha abordado de lleno tanto la «fuerza material» (los organizadores de las huelgas y de las manifestaciones), como los «caminos» por los que tiene que seguir esta lucha; pero se ha quedado, sin embargo, confuso y perplejo, pues se «prosterna» ante el movimiento de masas, es decir, lo considera como algo que nos exime de nuestra actividad, de la actividad revolucionaria, y no como algo que debe alentar e impulsar nuestra actividad revolucionaria. Una huelga secreta es imposible, para las personas que participen en ella o tengan con ella relación inmediata. Pero, para las masas de obreros rusos, esa huelga puede ser (y lo es en la mayoría de los casos) un «secreto», porque el gobierno se preocupará de cortar toda relación con los huelguistas, se preocupará de hacer imposible toda difusión de noticias sobre la huelga. Y aquí es donde ya hace falta la «lucha contra la policía política», una lucha especial, una lucha que nunca podrá sostener activamente una masa tan amplia como la que toma parte en las huelgas. Esa lucha deben organizarla, «según todas las reglas del arte», personas que tengan como profesión la actividad revolucionaria. Y la organización de esta lucha no es ahora menos necesaria porque las masas se incorporen espontáneamente al movimiento. Al contrario, la organización se hace con este motivo más necesaria, porque nosotros, los socialistas, faltaríamos a nuestras obligaciones directas ante las masas, si no supiéramos impedir que la policía convierta en un secreto (y si a veces preparásemos nosotros mismos en secreto) cualquier huelga o manifestación. Y sabremos hacerlo precisamente porque las masas que despiertan espontáneamente destacarán también de su seno más y más «revolucionarios profesionales» (siempre que no se nos ocurra invitar a los obreros, en todos los tonos, a que sigan chapoteando en un mismo sitio). 


c. La organización de los obreros y la organización de los revolucionarios


Si en el concepto de «lucha económica contra los patronos y el gobierno» se engloba, para un socialdemócrata, el de «lucha política», es natural esperar que el concepto de «organización de revolucionarios» quede más o menos englobado en el de «organización de obreros». Es lo que realmente ocurre, de suerte que, cuando hablamos de organización, resulta que hablamos literalmente en lenguas diferentes. Recuerdo, por ejemplo, como si fuera ahora mismo una conversación que tuve un día con un economista bastante consecuente, al que yo antes no conocía. La conversación giraba en torno al folleto ¿Quién hará la revolución política? Pronto convinimos en que el defecto capital de este folleto consistía en no tener en cuenta la cuestión de la organización. Nos figurábamos estar ya de acuerdo, pero..., al seguir la conversación, resultó que hablábamos de cosas diferentes. Mi interlocutor acusaba al autor de no tener en cuenta las cajas de resistencia para casos de huelga, las sociedades de socorros mutuos, etc.; yo, en cambio, pensaba en la organización de revolucionarios indispensable para «hacer» la revolución política. ¡Y, en cuanto se reveló esta discrepancia, yo no recuerdo haber estado jamás de acuerdo sobre ninguna cuestión de principio con este economista!

Mas ¿en qué consistía el motivo de nuestras discrepancias? Precisamente en que los economistas se desvían constantemente del socialdemocratismo hacia el tradeunionismo, tanto en las tareas de organización como en las tareas políticas. La lucha política de la socialdemocracia es mucho más amplia y más compleja que la lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno. Del mismo modo (y como consecuencia de ello), la organización de un partido socialdemócrata revolucionario debe ser inevitablemente de un género distinto que la organización de los obreros para la lucha económica. La organización de los obreros debe ser, en primer lugar, sindical; en segundo lugar, debe ser lo más extensa posible; en tercer lugar, debe ser lo menos clandestina posible (aquí y en lo que sigue me refiero, claro está, sólo a la Rusia autocrática). Por el contrario, la organización de los revolucionarios debe englobar ante todo y sobre todo a gentes cuya profesión sea la actividad revolucionaria (por eso, yo hablo de una organización de los revolucionarios, teniendo en cuenta a los revolucionarios socialdemócratas). Ante esta característica general de los miembros de una tal organización debe desaparecer en absoluto toda distinción entre obreros e intelectuales, por no hablar ya de la distinción entre las diversas profesiones de unos y otros. Esta organización, necesariamente, no debe ser muy extensa, y es preciso que sea lo más clandestina posible. Detengámonos sobre estos tres puntos distintivos.

En los países que gozan de libertad política, la diferencia entre la organización sindical y la organización política es completamente clara, como es también clara la diferencia que existe entre las tradeuniones y la socialdemocracia. Las relaciones de esta última con las tradeuniones, desde luego, varían inevitablemente de unos países a otros, según las condiciones históricas, jurídicas, etc., pudiendo ser más o menos estrechas, complejas, etc. (desde nuestro punto de vista, deben ser lo más estrechas y lo menos complejas posible), pero no puede ni hablarse en los países libres de identificar la organización de los sindicatos con la organización del Partido socialdemócrata. En Rusia, en cambio, el yugo de la autocracia borra, a primera vista, toda distinción entre la organización socialdemócrata y el sindicato obrero, pues todo sindicato obrero y todo círculo están prohibidos, y la huelga, principal manifestación y arma de la lucha económica de los obreros, se considera en general crimen de derecho común (¡y, a veces, incluso delito político!) De esta suerte, las condiciones de Rusia, de una parte, «incitan» con fuerza a pensar en las cuestiones políticas a los obreros que luchan en el terreno económico, y, de otra, «incita» a los socialdemócratas a confundir el tradeunionismo con el socialdemocratismo (nuestros Krichevski, Martínov y consortes, que no cesan de hablar de la «incitación» del primer género, no se dan cuenta de la «incitación» del segundo género). En efecto, imaginémonos a gentes absorbidas en un 99 por 100 por «la lucha económica contra los patronos y el gobierno». Los unos, durante todo el período de su actuación (de 4 a 6 meses), no pensarán jamás en la necesidad de una organización más compleja de revolucionarios. Los otros, tal vez, «tropezarán» con la literatura bernsteiniana, relativamente bastante difundida, y adquirirán la convicción de que lo que importa esencialmente es la «marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris». Otros, en fin, se dejarán acaso seducir por la tentadora idea de dar al mundo un nuevo ejemplo de «estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria», de contacto del movimiento sindical con el movimiento socialdemócrata. Cuanto más tarde llega un país al capitalismo y, por consiguiente, al movimiento obrero, dirán estas gentes, tanto más pueden participar los socialistas en el movimiento sindical y apoyarlo, y menos puede y debe haber sindicatos no-socialdemócratas. Hasta ahora el razonamiento es perfectamente justo, pero la desgracia consiste en que van más lejos y sueñan con una fusión completa entre el socialdemocratismo y el tradeunionismo. En seguida vamos a ver, por el ejemplo del Estatuto de la «Unión de Lucha» de San Petersburgo, la influencia perjudicial de estos sueños sobre nuestros planes de organización.

Las organizaciones obreras para la lucha económica deben ser organizaciones sindicales. Todo obrero socialdemócrata debe, dentro de lo posible, apoyar a estas organizaciones y trabajar activamente en ellas. De acuerdo. Pero es en absoluto contrario a nuestros intereses exigir que únicamente los socialdemócratas pueden ser miembros de las uniones «gremiales», ya que esto reduciría el alcance de nuestra influencia sobre la masa. Que participe en la unión gremial todo obrero que comprenda la necesidad de la unión para la lucha contra los patronos y contra el gobierno. El fin mismo de las uniones gremiales sería inasequible si no agrupasen a todos los obreros capaces de comprender aunque no fuese más que esta noción elemental, si estas uniones gremiales no fuesen unas organizaciones muy amplias. Y cuanto más amplias sean estas organizaciones, tanto más amplia será nuestra influencia en ellas, influencia ejercida no solamente por el desarrollo «espontáneo» de la lucha económica, sino también por la acción directa y consciente de los miembros socialistas de los sindicatos sobre sus camaradas. Pero, en una organización amplia, la clandestinidad rigurosa es imposible (pues exige mucha más preparación que la que es necesaria para la participación en la lucha económica). ¿Cómo conciliar esta contradicción entre la necesidad de contar con efectivos numerosos y el régimen clandestino riguroso? ¿Cómo conseguir que las organizaciones gremiales sean lo menos clandestinas posible? En general, no puede haber más que dos vías: o bien la legalización de las asociaciones gremiales (que en algunos países ha precedido a la legalización de las asociaciones socialistas y políticas), o bien el mantenimiento de la organización secreta, pero tan «libre», tan poco reglamentada, tan lose [105], como dicen los alemanes, que para la masa de los afiliados el régimen clandestino quede reducido casi a la nada.

La legalización de los sindicatos obreros no-socialistas y no-políticos ha comenzado ya en Rusia, y no cabe la menor duda que cada paso de nuestro movimiento obrero socialdemócrata, que crece en progresión rápida, alentará y multiplicará las tentativas de legalización, tentativas realizadas principalmente por los partidarios del régimen existente, pero también, en parte, por los mismos obreros y los intelectuales liberales. Los Vasíliev y los Subátov han izado ya la bandera de la legalización; los señores Oserov y Worms ya les han prometido y facilitado su concurso, y la nueva corriente ha encontrado ya adeptos entre los obreros. Y nosotros no podemos dejar de tener en cuenta esta corriente. Sobre la forma en que hay que tenerla en cuenta difícilmente puede existir, entre los socialdemócratas, más de una opinión. Nuestro deber consiste en desenmascarar infatigablemente toda participación de los Subátov y los Vasíliev, de los gendarmes y los popes en esta corriente, y revelar a los obreros las verdaderas intenciones de estos elementos. Nuestro deber consiste en desenmascarar asimismo toda nota conciliadora, de «armonía», que se deslice en los discursos de los liberales en las reuniones obreras públicas, ya se deban estas notas a que dichas gentes crean sinceramente que es deseable una colaboración pacífica de las clases, ya a que tengan el deseo de congraciarse con las autoridades, o a inhabilidad simplemente. Tenemos, en fin, el deber de poner en guardia a los obreros contra los lazos de la policía, que en estas reuniones públicas y en las sociedades autorizadas observa a las «cabezas locas» y trata de aprovecharse de las organizaciones legales para introducir provocadores también en las ilegales.

Pero hacer todo esto no significa en absoluto olvidar que la legalización del movimiento obrero nos beneficiará, en fin de cuentas, precisamente a nosotros, y no, en modo alguno, a los Subátov. Al contrario, precisamente con nuestra campaña de denuncias separamos la cizaña del buen grano. Ya hemos indicado cuál es la cizaña. El buen grano está en interesar en las cuestiones sociales y políticas a sectores obreros aun más amplios, a los sectores más atrasados; en liberarnos, nosotros, los revolucionarios, de las funciones que son, en el fondo, legales (difusión de obras legales, socorros mutuos, etc.) y cuyo desarrollo nos dará infaliblemente cada vez más y más materiales para la agitación. En este sentido, podemos y debemos decir a los Subátov y a los Oserov: ¡Trabajen ustedes, señores, trabajen! Por cuanto tienden ustedes una celada a los obreros (mediante la provocación directa o la corrupción «honrada» de los obreros con ayuda del «struvismo»), nosotros ya nos encargaremos de desenmascararles Por cuanto dan ustedes un paso efectivo hacia adelante -aunque sea en forma del más «tímido zig-zag», pero un paso hacia adelante-, les diremos: «¡Sigan, sigan!» Un paso efectivo hacia adelante no puede ser sino una ampliación efectiva, aunque minúscula, del campo de acción de los obreros. Y toda ampliación semejante ha de beneficiarnos y precipitará la aparición de asociaciones legales en las que no sean los provocadores quienes pesquen a los socialistas, sino los socialistas quienes pesquen adeptos. En una palabra, ahora nuestra tarea consiste en combatir la cizaña. Nuestra tarea no consiste en cultivar el grano en pequeños tiestos. Al arrancar la cizaña, desbrozamos el terreno para que pueda crecer el trigo. Y mientras los Afanasi Ivánovich y las Pulcheria Ivánovna [106] se dedican al cultivo doméstico, nosotros podemos preparar segadores que sepan hoy arrancar la cizaña y mañana recoger el buen grano [107].

Así, pues, nosotros no podemos resolver, por medio de la legalización, el problema de crear una organización sindical lo menos clandestina y lo más amplia posible (pero nos encantaría que los Subátov y los Oserov nos ofreciesen la posibilidad, incluso parcial, de resolverlo de este modo, ¡para lo cual tenemos que combatirlos lo más enérgicamente posible!). Nos queda el camino de las organizaciones sindicales secretas, y debemos ayudar con todas nuestras fuerzas a los obreros que emprenden ya (como nos consta) este camino. Las organizaciones sindicales no sólo pueden ser extraordinariamente útiles para desarrollar y reforzar la lucha económica, sino que pueden convertirse, además, en un auxiliar de la mayor importancia para la agitación política y la organización revolucionaria. A fin de llegar a este resultado, hacer entrar el naciente movimiento sindical en el cauce deseable para la socialdemocracia, es preciso, ante todo, comprender bien lo absurdo del plan de organización que preconizan, desde hace ya cerca de cinco años, los economistas petersburgueses. Este plan ha sido expuesto en el «Estatuto de la caja obrera de resistencia» de julio de 1897 (Listok Rabótnika, núm.9-10, pág.46, del núm.1 de Rab. Misl), y en el «Estatuto de la organización obrera sindical» de octubre de 1900 (boletín especial, impreso en San Petersburgo y mencionado en el núm.1 de Iskra ). El defecto esencial de estos dos estatutos consiste en que exponen todos los detalles de una vasta organización obrera y la confunden con la organización de los revolucionarios. Tomemos el segundo estatuto, por ser el que mejor está elaborado. Se compone de cincuenta y dos artículos: 23 exponen la estructura, el modo de administración y los límites de competencia de los «círculos obreros», que serán organizados en cada fábrica («diez hombres como máximo») y elegirán los «grupos centrales» (de fábrica). «El grupo central -reza el art.2- observa todo lo que pasa en la fábrica y hace la crónica de los acontecimientos en la misma». «El grupo central da cuenta cada mes a todos los cotizantes del estado de la caja» (art.17), etc. Diez artículos están consagrados a la «organización de barrio» y 19, a la complejísima relación entre el «Comité de la Organización Obrera» y el «Comité de la Unión de Lucha de San Petersburgo» (delegados de cada barrio y de los «grupos ejecutivos»: «grupos de propagandistas, para las relaciones con las provincias, para las relaciones con el extranjero, para la administración de los depósitos, de las ediciones, de la caja»).

¡La socialdemocracia equivalente a «grupos ejecutivos» en lo que concierne a la lucha económica de los obreros! Sería difícil demostrar de un modo más evidente cómo se desvía el pensamiento del economista, de la socialdemocracia hacia el tradeunionismo; hasta qué punto le es extraña toda noción de que el socialdemócrata debe, ante todo, pensar en una organización de revolucionarios capaces de dirigir toda la lucha emancipadora del proletariado. Hablar de la «emancipación política de la clase obrera», de la lucha contra la «arbitrariedad zarista» y escribir semejantes estatutos de una organización es no tener el menor concepto de cuáles son las verdaderas tareas políticas de la socialdemocracia. Ni uno solo del medio centenar de artículos revela en lo más mínimo que los autores hayan comprendido la necesidad de la más amplia agitación política entre las masas, de una agitación que arroje luz sobre todos los aspectos del absolutismo ruso, así como sobre la fisonomía de las diferentes clases sociales de Rusia. Por otra parte, con semejante estatuto, no sólo son irrealizables los fines políticos, sino incluso los fines tradeunionistas, porque éstos exigen una organización por profesiones, cosa que ni siquiera menciona el estatuto.

Pero lo más característico, acaso, es la pesadez asombrosa de todo ese «sistema» que trata de ligar cada fábrica al «Comité» por medio de una serie de reglas uniformes, minuciosas hasta lo ridículo, con un sistema electoral de tres grados. Encerrado en el estrecho horizonte del economismo, el pensamiento se apasiona por detalles que despiden un tufillo a papeleo y burocracia. En realidad, las tres cuartas partes de estos artículos no son, naturalmente, aplicados jamás; en cambio, una organización tan «clandestina», con un grupo central en cada fábrica, facilita a los gendarmes el llevar a cabo redadas increíblemente vastas. Los compañeros polacos han pasado ya por esta fase del movimiento; hubo un tiempo en que todos ellos estaban entusiasmados por la idea de crear en todas partes cajas obreras, pero renunciaron a ella sin tardar, al persuadirse de que sólo facilitaban presa abundante a los gendarmes. Si queremos amplias organizaciones obreras y no amplias redadas, si no queremos dar gusto a los gendarmes, debemos hacer de suerte que no sean organizaciones reglamentadas. ¿Podrán entonces funcionar? Veamos cuáles son sus funciones: «... Observar todo lo que pasa en la fábrica y llevar la crónica de los acontecimientos en la misma» (art.2 de los estatutos). ¿Es que hay necesidad absoluta de reglamentar esto? ¿Es que esto no podría conseguirse mejor por medio de crónicas en la prensa ilegal, sin necesidad de crear grupos especiales a este efecto? «... Dirigir la lucha de los obreros por el mejoramiento de su situación en la fábrica» (art.3 de los estatutos); para esto tampoco hace falta reglamentación. Todo agitador, por poco inteligente que sea, sabrá averiguar perfectamente, por una simple conversación, qué reivindicaciones quieren presentar los obreros; después las transmitirá a una organización estrecha, y no amplia, de revolucionarios que editará una hoja volante apropiada. «... Crear una caja... con cotización de dos kopeks por rublo» (art.9) y dar cuenta cada mes a todos los cotizantes del estado de la caja (art.17); excluir a los miembros que no paguen su cotización (art.10), etc. He aquí para la policía una verdadera ganga, pues nada hay más fácil que penetrar en el secreto de la «caja central fabril», confiscar el dinero y encarcelar a todos los elementos activos. ¿No sería más sencillo emitir cupones de uno o dos kopeks con el sello de una organización determinada (muy reducida y muy secreta), o, incluso sin sello alguno, hacer colectas cuyo resultado se daría a conocer en un periódico ilegal, con un lenguaje convencional? Se obtendría el mismo fin, y los gendarmes tendrían muchísimo más trabajo para descubrir los hilos de la organización.

Podría continuar este análisis de los estatutos, pero creo que con lo dicho basta. Un pequeño núcleo estrechamente unido, compuesto por los obreros más seguros, más experimentados y mejor templados, con delegados en los principales barrios y en conexión rigurosamente clandestina con la organización de revolucionarios, podrá perfectamente, con el más amplio concurso de la masa y sin reglamentación alguna, realizar todas las funciones que competen a una organización sindical, y realizarlas, además, precisamente, de la manera deseable para la socialdemocracia. Solamente así se podrá consolidar y desarrollar, a pesar de todos los gendarmes, el movimiento sindical socialdemócrata.

Se me objetará que una organización tan lose, nada reglamentada, sin ningún miembro conocido y registrado, no puede ser calificada de organización. Es posible, para mí la denominación no tiene importancia. Pero esta «organización sin miembros» hará todo lo necesario y asegurará desde el comienzo mismo un contacto sólido entre nuestras futuras tradeuniones y el socialismo. Los que -bajo el absolutismo- quieren una amplia organización de obreros, con elecciones, informes, sufragio universal, etc., son unos utopistas incurables.

La moraleja es simple: si comenzamos por establecer una fuerte organización de revolucionarios, podremos asegurar la estabilidad del movimiento en su conjunto, realizar, al mismo tiempo, los objetivos socialdemócratas y los objetivos propiamente tradeunionistas. Pero si comenzamos por constituir una amplia organización obrera con el pretexto de que ésta es la más «accesible» a la masa (en realidad, es a los gendarmes a quienes será más accesible y pondrá a los revolucionarios más al alcance de la policía), ni realizaremos ninguno de estos objetivos, no nos desembarazaremos de nuestros métodos primitivos y, con nuestro fraccionamiento y nuestros fracasos continuos, no lograremos otra cosa que hacer más accesibles a la masa las tradeuniones del tipo Subátov u Oserov.

¿En qué, pues, deben consistir justamente las funciones de esta organización de revolucionarios? Vamos a decirlo con todo detalle. Pero examinemos antes un razonamiento muy típico de nuestro terrorista, que (¡triste destino!) marcha de nuevo del brazo con el economista. La revista para obreros Svoboda (en su núm.1) contiene un artículo titulado «La organización», cuyo autor trata de defender a sus amigos, los economistas obreros de Ivánovo-Vosnesensk.

«Mala cosa es -dice- una muchedumbre silenciosa, inconsciente; mala cosa un movimiento que no viene de lo profundo de la masa. Ved lo que sucede en una capital universitaria: cuando los estudiantes, en una época de fiestas o durante el estío, retornan a sus hogares, el movimiento obrero se paraliza. ¿Puede ser una verdadera fuerza un movimiento obrero estimulado desde el exterior? De ninguna manera... Todavía no ha aprendido a andar solo, lo llevan con andaderas. En todas partes el cuadro es el mismo: los estudiantes se van y el movimiento cesa; se encarcela a los elementos más capaces, a la crema, y la leche se agria; se detiene al 'Comité' y, en tanto que no se forma uno nuevo, sobreviene una vez más la calma. Y no se sabe qué otro se formará, el nuevo comité puede no parecerse en nada al antiguo: aquél decía una cosa, éste dirá lo contrario; el lazo entre el ayer y el mañana está roto, la experiencia del pasado no beneficia al porvenir, y todo porque el movimiento no tiene raíces profundas en la multitud, porque no son un centenar de imbéciles, sino una decena de hombres inteligentes quienes hacen el trabajo. Siempre es fácil que una decena de hombres caiga en la boca del lobo; pero, cuando la organización engloba a la multitud, cuando todo viene de la multitud, nadie, intente lo que intente, podrá destruir nuestra causa» (pág.63).

La descripción es justa. Hay aquí un buen cuadro de nuestros métodos primitivos; pero, por su falta de lógica y de tacto político, las conclusiones son dignas de Rabóchaia Misl. Es el colmo de la falta de lógica, porque el autor confunde la cuestión filosófica e histórico-social de las «raíces» «profundas» del movimiento con una cuestión técnica y de organización como es la de la lucha más eficaz contra los gendarmes. Es el colmo de la falta de tacto político, porque, en lugar de recurrir contra los malos dirigentes ante los buenos, el autor recurre contra los dirigentes en general ante la «multitud». Este es un intento de hacernos retroceder en el terreno de la organización, lo mismo que la idea de sustituir la agitación política por el terror excitante hace retroceder en el sentido político. Ciertamente que me veo en un verdadero «embarras de richesses» [108], sin saber por dónde comenzar el análisis del galimatías con que nos obsequia Svoboda. Para mayor claridad, comenzaré por un ejemplo: el de los alemanes. Nadie negará, me imagino, que su organización engloba la multitud, que entre ellos todo viene de la multitud, que el movimiento obrero ha aprendido a andar solo. Sin embargo, ¡cómo aprecia esta multitud de varios millones de hombres a su «decena» de jefes políticos probados! ¡Cómo se agarra a ellos! Más de una vez, en el Parlamento, los diputados de los partidos adversos han tratado de irritar a los socialistas diciéndoles: «¡Buenos demócratas sois vosotros! El movimiento de la clase obrera no existe entre vosotros más que de palabra; en realidad, es siempre el mismo grupo de jefes quienes hacen todo. Desde hace años, desde hace decenas de años, son Bebel y Liebknecht quienes dirigen. ¡Vuestros delegados, supuestamente elegidos por los obreros, son más inamovibles que los funcionarios nombrados por el emperador!» Pero los alemanes han acogido siempre con sonrisa desdeñosa estas tentativas demagógicas de oponer la «multitud» a los «jefes», de atizar en ésta malos instintos de vanidad, de privar al movimiento de solidez y estabilidad, minando la confianza que la masa siente hacia la «decena de hombres inteligentes». Los alemanes están suficientemente desarrollados políticamente, tienen suficiente experiencia política para comprender que, sin «una decena» de jefes de talento (los talentos no surgen por centenas), de jefes probados, profesionalmente preparados e instruidos por una larga práctica, que estén bien compenetrados, no es posible la lucha firme de clase alguna en la sociedad contemporánea. También los alemanes han tenido sus demagogos, que adulaban a los «centenares de imbéciles», colocándolos por encima de las «decenas de hombres inteligentes»; que glorificaban el «puño potente» de la masa, empujaban (como Most o Hasselmann) a esta masa a actos «revolucionarios» irreflexivos y sembraban la desconfianza hacia los jefes firmes y resueltos. Y gracias únicamente a una lucha tenaz e intransigente contra toda clase de elementos demagógicos en su seno, el socialismo alemán ha crecido y se ha fortalecido. Y, en el período en que toda la crisis de la socialdemocracia rusa se explica por el hecho de que las masas que despiertan de un modo espontáneo carecen de jefes suficientemente preparados, inteligentes y expertos, nuestros varones prudentes nos dicen con el ingenio de Juan el tonto: «¡Mala cosa es un movimiento que no viene de la base!»

«Un Comité formado por estudiantes no nos conviene porque es inestable». ¡Perfectamente justo! Pero la conclusión que hay que sacar de ello es que hace falta un Comité de revolucionarios profesionales, sin que importe si son estudiantes u obreros quienes sean capaces de forjarse como tales revolucionarios profesionales. ¡En cambio, vosotros sacáis la conclusión de que no hay que estimular desde el exterior al movimiento obrero! En vuestra ingenuidad política, ni siquiera os dais cuenta de que hacéis así el juego a nuestros economistas y a nuestros métodos primitivos. Permitidme una pregunta: ¿Cómo han «estimulado» nuestros estudiantes hasta el presente a nuestros obreros? Únicamente aportando los estudiantes a los obreros las briznas de conocimientos políticos que ellos tenían, las briznas de ideas socialistas que habían podido adquirir (pues el principal alimento espiritual del estudiante de nuestros días, el marxismo legal, no ha podido darle más que el abecedario, no ha podido darle más que briznas). Este «estímulo desde el exterior» no ha sido muy considerable, sino, al contrario, insignificante, escandalosamente insignificante en nuestro movimiento, pues no hemos hecho más que cocernos con demasiado celo en nuestra propia salsa, prosternarnos demasiado servilmente ante la elemental «lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno». Nosotros, revolucionarios de profesión, debemos «estimular» así, cien veces más, y estimularemos. Pero precisamente porque elegís esta infame expresión de «estímulo desde el exterior», expresión que inspira de modo inevitable al obrero (al menos, al obrero tan poco desarrollado como vosotros) la desconfianza hacia todos los que le aportan desde el exterior conocimientos políticos y experiencia revolucionaria, despertando el deseo instintivo de rechazar a todos ellos, obráis como demagogos, y los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera.

¡Sí, sí! ¡Y no os apresuréis a chillar a propósito de mis «procedimientos» polémicos «faltos de espíritu de camaradería»! Yo no pongo en entredicho la pureza de vuestras intenciones; ya he dicho que la ingenuidad política basta para hacer de una persona un demagogo. Pero he demostrado que habéis descendido hasta la demagogia, y no me cansaré de repetir que los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera. Y son los peores, precisamente porque excitan los malos instintos de la multitud, y les es imposible a los obreros atrasados reconocer a dichos enemigos, los cuales se presentan, y, a veces, sinceramente, en calidad de amigos. Son los peores, porque, en este período de dispersión y de vacilación, en que la fisonomía de nuestro movimiento aún está formándose, no hay nada más fácil que arrastrar demagógicamente a la multitud, a la cual sólo las pruebas más amargas lograrán después persuadir de su error. He aquí por qué los socialdemócratas rusos actuales deben tener como consigna del momento la de combatir resueltamente a Svoboda y a Rabócheie Dielo, que están descendiendo a la demagogia. (Más abajo volveremos a hablar en detalle sobre este punto [109].)

«Es más fácil cazar a una decena de hombres inteligentes que a un centenar de imbéciles». Este excelente axioma (que os valdrá siempre los aplausos del centenar de imbéciles) parece evidente únicamente porque, en el curso de vuestro razonamiento, habéis saltado de una cuestión a otra. Habíais comenzado por hablar y seguís hablando de la captura del «comité», de la captura de la «organización», y ahora habéis saltado a otra cuestión, a la captura de las «raíces» «profundas» del movimiento. Naturalmente, nuestro movimiento es indestructible sólo porque tiene centenares y centenares de millares de raíces en lo hondo del movimiento, pero no es de esto de lo que se trata, ni mucho menos. En lo que se refiere a las «raíces profundas», tampoco ahora se nos puede «capturar», a pesar del carácter primitivo de nuestros métodos de trabajo, y, sin embargo, todos deploramos y no podemos menos de deplorar la captura de «organizaciones», que impide toda continuidad en el movimiento. Ahora bien, ya que planteáis la cuestión de la captura de las organizaciones e insistís en tratar de ella, os diré que es mucho más difícil pescar a una decena de hombres inteligentes que a un centenar de imbéciles; y seguiré sosteniéndolo sin hacer ningún caso de vuestros esfuerzos para azuzar a la multitud contra mi «antidemocratismo», etc. Por «hombres inteligentes» en materia de organización hay que entender tan sólo, como lo he indicado en varias ocasiones, los revolucionarios profesionales, lo mismo da que sean estudiantes u obreros quienes se forjen como tales revolucionarios profesionales. Pues bien, yo afirmo: 1) que no puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización de dirigentes estable y que asegure la continuidad; 2) que cuanto más extensa sea la masa espontáneamente incorporada a la lucha, masa que constituye la base del movimiento y que participa en él, más apremiante será la necesidad de semejante organización y más sólida tendrá que ser ésta (ya que tanto más fácilmente podrá toda clase de demagogos arrastrar a las capas atrasadas de la masa); 3) que dicha organización debe estar formada, fundamentalmente, por hombres entregados profesionalmente a las actividades revolucionarias; 4) que en el país de la autocracia, cuanto más restrinjamos el contingente de los miembros de una organización de este tipo, hasta no incluir en ella más que aquellos afiliados que se ocupen profesionalmente de actividades revolucionarias y que tengan ya una preparación profesional en el arte de luchar contra la policía política, más difícil será «cazar» a esta organización, y 5) mayor será el número de personas tanto de la clase obrera como de las demás clases de la sociedad que podrán participar en el movimiento y colaborar activamente en él.

Invito a nuestros economistas, terroristas y «economistas-terroristas» [110] a que refuten estas tesis, de las cuales no desarrollaré en este momento más que las dos últimas. La cuestión de si es más fácil pescar a «una decena de hombres inteligentes» que a «un centenar de imbéciles» se reduce a la cuestión que he analizado más arriba de si es compatible una organización de masas con la necesidad de mantener un régimen estrictamente clandestino. Nunca podremos dar a una organización vasta el carácter clandestino indispensable para una lucha firme y continuada contra el gobierno. Y la concentración de todas las funciones clandestinas en manos del número más pequeño posible de revolucionarios profesionales no significa en modo alguno que estos últimos «pensarán por todos», que la muchedumbre no participará activamente en el movimiento. Al contrario, la muchedumbre hará surgir de su seno a un número cada vez mayor de revolucionarios profesionales, pues sabrá entonces que no basta que algunos estudiantes y obreros que luchan en el terreno económico se reúnan para constituir un «comité», sino que es necesario forjarse, a través de años, como revolucionarios profesionales, y «pensará» no tan sólo en los métodos primitivos de trabajo, sino precisamente en esta formación. La centralización de las funciones clandestinas de la organización no implica en manera alguna la centralización de todas las funciones del movimiento. Lejos de disminuir, la colaboración activa de las masas en las publicaciones ilegales se decuplicará, cuando una «decena» de revolucionarios profesionales centralicen la edición clandestina de dichas publicaciones. Así, y sólo así, conseguiremos que la lectura de las publicaciones ilegales, la colaboración en ellas y, en parte, hasta su difusión dejen casi de ser una obra clandestina, pues la policía comprenderá pronto cuán absurdas e imposibles son las persecuciones judiciales y administrativas contra cada poseedor o propagador de publicaciones tiradas por millares de ejemplares. Lo mismo cabe decir no sólo de la prensa, sino de todas las funciones del movimiento, incluso las manifestaciones. La participación más activa y más amplia de las masas en una manifestación no sólo no saldrá perjudicada, sino que, por el contrario, tendrá muchas más probabilidades de éxito si una «decena» de revolucionarios profesionales, probados, bien adiestrados, al menos tan bien como nuestra policía, centraliza el trabajo clandestino en todos sus aspectos: edición de octavillas, elaboración del plan aproximado, nombramiento de los dirigentes para cada barriada de la ciudad, cada grupo de fábrica, cada establecimiento de enseñanza, etc. (se dirá, ya lo sé, que mis concepciones son «antidemocráticas", pero más adelante refutaré de manera detallada esta objeción nada inteligente). La centralización de las funciones más clandestinas por la organización de los revolucionarios no debilitará, sino que enriquecerá la amplitud y el contenido de la actividad de una gran cantidad de otras organizaciones destinadas al gran público, y, por consiguiente, lo menos reglamentadas y lo menos clandestinas posible: sindicatos obreros, círculos obreros instructivos y de lectura de publicaciones ilegales, círculos socialistas, círculos democráticos para todos los demás sectores de la población, etc., etc. Tales círculos, sindicatos y organizaciones son necesarios por todas partes; es preciso que sean lo más numerosos, y sus funciones, lo más variadas posible, pero es absurdo y perjudicial confundir estas organizaciones con la de los revolucionarios, borrar entre ellas las fronteras, extinguir en la masa la conciencia, ya de por sí increíblemente oscurecida, de que para «servir» a un movimiento de masas es necesario disponer de hombres que se consagren especial y enteramente a la acción socialdemócrata, y que estos hombres deben forjarse con paciencia y tenacidad hasta convertirse en revolucionarios profesionales.

Sí, esta conciencia se halla oscurecida hasta lo increíble. Con nuestros métodos primitivos de trabajo hemos comprometido el prestigio de los revolucionarios en Rusia: en esto radica nuestra falta capital en materia de organización. Un revolucionario blandengue, vacilante en las cuestiones teóricas, limitado en su horizonte, que justifica su inercia por la espontaneidad del movimiento de masas, más semejante a un secretario de tradeunión que a un tribuno popular, sin un plan audaz y de gran extensión, que imponga respeto a sus adversarios, inexperimentado e inhábil en su oficio (la lucha contra la policía política), ¡no es un revolucionario, sino un mísero artesano!

Que ningún militante dedicado al trabajo práctico se ofenda por este duro epíteto, pues, en lo que concierne a la falta de preparación, me lo aplico a mí mismo en primer término. He trabajado en un círculo [111] que se asignaba tareas vastas y omnímodas, y todos nosotros, miembros del círculo, sufríamos lo indecible al ver que no éramos más que unos artesanos en un momento histórico en que, parafraseando el antiguo apotegma, se podría decir: ¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos! Y cuanto más frecuentemente he tenido que recordar el agudo sentimiento de vergüenza que experimentaba entonces, tanto más se ha acrecentado en mí la amargura sentida contra esos pseudosocialdemócratas, cuya propaganda «deshonra el nombre de revolucionario» y que no comprenden que nuestra obra no consiste en abogar que el revolucionario sea rebajado al nivel del artesano, sino en elevar a éste al nivel del revolucionario.


d. Envergadura del trabajo de organización


Como hemos visto, B-v habla de «la escasez de fuerzas revolucionarias aptas para la acción, escasez que se observa no sólo en Petersburgo, sino en toda Rusia». Y no creo que haya nadie que ponga en duda este hecho. Pero el problema consiste en cómo explicarlo. B-v escribe:

«No vamos a tratar de esclarecer las razones históricas de este fenómeno; sólo diremos que, desmoralizada por una larga reacción política y desarticulada por los cambios económicos que se han producido y se siguen produciendo, la sociedad proporciona un número extremadamente reducido de personas aptas para el trabajo revolucionario; que la clase obrera, destacando revolucionarios obreros, completa en parte las filas de las organizaciones clandestinas, pero que el número de estos revolucionarios no responde a las exigencias de la época. Tanto más, cuanto que el obrero, que está ocupado en la fábrica once horas y media por día, no puede, por su situación, desempeñar principalmente más que funciones de agitador; en cambio, la propaganda y la organización, la reproducción distribución de literatura clandestina, la publicación de proclamas, etc., corren sobre todo, quiérase o no, a cargo de un número extremadamente reducido de intelectuales» (R. Dielo, núm.6, págs.38-39).

En muchos puntos no estamos de acuerdo con esta opinión de B-v; y en particular no estamos de acuerdo con las palabras subrayadas por nosotros, las cuales muestran con singular relieve que, después de haber sufrido mucho (como todo militante práctico, que piense algo) por nuestros métodos primitivos, B-v no puede, porque está subyugado por el economismo, encontrar una salida de esta situación intolerable. No, la sociedad proporciona un número extremadamente grande de personas aptas para la causa, pero nosotros no sabemos utilizarlas a todas. En este sentido, el estado crítico, el estado de transición de nuestro movimiento puede formularse del modo siguiente: no hay hombres y hay infinidad de hombres. Hay infinidad de hombres, porque tanto la clase obrera como sectores cada vez más variados de la sociedad proporcionan cada año más y más descontentos, que desean protestar, que están dispuestos a cooperar en lo que puedan en la lucha contra el absolutismo, cuyo carácter insoportable no lo ve aún todo el mundo, pero lo sienten masas cada vez más extensas, y cada vez más agudamente. Pero, al mismo tiempo, no hay hombres, porque no hay dirigentes, no hay jefes políticos, no hay talentos capaces de organizar un trabajo a la vez amplio y unificado, coordinado, que permita utilizar todas las fuerzas, hasta las más insignificantes. «El crecimiento y el desarrollo de las organizaciones revolucionarias» están atrasados, no sólo en relación con el crecimiento del movimiento obrero, cosa que reconoce también B-v, sino en relación con el crecimiento del movimiento democrático general en todos los sectores del pueblo. (Por lo demás, es probable que B-v reconocería hoy esto, como complemento a su conclusión.) El alcance del trabajo revolucionario es demasiado reducido si se compara con la amplia base espontánea del movimiento, está demasiado ahogado por la pobre teoría de «la lucha económica contra los patronos y el gobierno». Pero hoy, no sólo los agitadores políticos, sino también los organizadores socialdemócratas tienen que «ir a todas las clases de la población» [112], No creo que ni un solo militante dedicado al trabajo práctico dude de que los socialdemócratas puedan repartir las mil funciones fragmentarias de su trabajo de organización entre los distintos representantes de las clases más diversas. La falta de especialización es uno de los más graves defectos de nuestra técnica, que B-v deplora tan amargamente y con tanta razón. Cuanto más menudas sean las diversas «operaciones» de la labor general, tantas más personas podrá encontrarse que sean capaces de llevarlas a cabo (y, en la mayoría de los casos, absolutamente incapaces de ser revolucionarios profesionales), y tanto más difícil será que la policía «pesque» a todos esos «militantes que desempeñan funciones fragmentarias», tanto más difícil será que pueda montar con el delito insignificante de un individuo un «asunto» que justifique los gastos del Estado en servicios secretos. Y, por lo que se refiere al número de personas dispuestas a colaborar con nosotros, ya hemos dicho en el capítulo anterior qué cambio gigantesco se ha producido en este aspecto en los cinco años últimos. Pero, por otra parte, también para agrupar en un todo único todas estas pequeñas fracciones, para no fragmentar con las funciones el movimiento mismo y para infundir al ejecutor de las funciones menudas la fe en la necesidad y en el valor de su trabajo, fe sin la cual nunca trabajará [113], para todo esto hace falta precisamente una fuerte organización de revolucionarios probados. Contando con una organización así, la fe en la fuerza del Partido se hará tanto más firme y tanto más extensa, cuanto más clandestina sea la organización, y en la guerra, como es sabido, lo más importante es no sólo inspirar confianza en sus propias fuerzas al ejército propio, sino impresionar al enemigo y a todos los elementos neutrales; una neutralidad amistosa puede, a veces, decidir la contienda. Con semejante organización, elevada sobre una base teórica firme y contando con un órgano socialdemócrata, no habrá que temer que el movimiento sea desviado de su camino por los numerosos elementos «extraños» que se hayan adherido a él (al contrario, precisamente ahora, cuando predominan los métodos primitivos, vemos cómo muchos socialdemócratas, creyéndose los únicos verdaderos socialdemócratas, desvían el movimiento hacia la línea del «Credo»). En una palabra, la especialización presupone necesariamente la centralización, y, a su vez, la exige en forma absoluta.

Pero el mismo B-v, que ha mostrado tan bien toda la necesidad de la especialización, no la aprecia suficientemente, a nuestro parecer, en la segunda parte del razonamiento citado. Según él, el número de revolucionarios procedentes de los medios obreros es insuficiente. Esta observación es perfectamente justa, y volvemos a subrayar que la «valiosa noticia de un observador directo» confirma plenamente nuestra opinión sobre las causas de la crisis porque actualmente atraviesa la socialdemocracia y, por tanto, sobre los procedimientos de remediarla. No sólo los revolucionarios en general están retrasados con respecto al auge espontáneo de las masas, sino que incluso los obreros revolucionarios están atrasados en relación con el auge espontáneo de las masas obreras. Y este hecho confirma del modo más evidente, incluso desde el punto de vista «práctico», no sólo el absurdo, sino el carácter político reaccionario de la «pedagogía» con que se nos obsequia con tanta frecuencia cuando se trata del problema de nuestros deberes para con los obreros. Este hecho testimonia que la más primordial e imperiosa de nuestras obligaciones es contribuir a la formación de obreros revolucionarios, que, desde el punto de vista de su actividad en el Partido, estén al mismo nivel que los revolucionarios intelectuales (subrayamos: desde el punto de vista de su actividad en el Partido, porque en otros sentidos no es, ni mucho menos, tan fácil ni tan urgente, aunque sí necesario, que los obreros lleguen al mismo nivel). Por eso, nuestra atención debe dirigirse principalmente a elevar a los obreros al nivel de los revolucionarios y no a descender nosotros mismos indefectiblemente al nivel de la «masa obrera», como quieren los economistas, e indefectiblemente al nivel del «obrero medio», como quiere Svoboda (que, en este sentido, pasa al segundo grado de la «pedagogía» economista). Nada está más lejos de mí que la idea de negar la necesidad de una literatura popular para los obreros y de otra literatura especialmente popular (pero, claro está, no vulgar) para los obreros especialmente atrasados. Pero lo que me indigna es esa constante adición de la pedagogía a los problemas políticos, a las cuestiones de organización. Pues vosotros, señores campeones del «obrero medio», en el fondo, más bien ofendéis a los obreros con el deseo de inclinarse sin falta hacia ellos, antes de hablar de política obrera o de organización obrera. ¡Erguíos, pues, para hablar de cosas serias y dejad a los pedagogos la pedagogía, que no es ocupación de políticos ni de organizadores! ¿Es que entre los intelectuales no hay también hombres avanzados, elementos «medios" y «masas»? ¿Es que no reconoce todo el mundo que los intelectuales también necesitan una literatura popular? ¿No se publica esa literatura? Pero imaginaos que, en un artículo sobre la organización de los estudiantes de universidad o de bachillerato, el autor, como quien hace un descubrimiento, se pusiera a machacar que hace falta, ante todo, una organización de «estudiantes medios». Semejante autor sería seguramente puesto en ridículo, y con toda razón. Le dirían: usted denos unas cuantas ideíllas de organización, si las tiene, y nosotros mismos ya veremos quién es «medio», superior o inferior. Y, si no tenéis ideíllas propias sobre organización, todas vuestras disquisiciones sobre las «masas» y los «elementos medios» serán simplemente fastidiosas. Comprended de una vez que las cuestiones de «política» y de «organización», ya de por sí, son tan serias, que no se puede hablar de ellas sino con extrema seriedad: se puede y se debe preparar a los obreros (lo mismo que a los estudiantes de universidad y de bachillerato) para poder abordar ante ellos esas cuestiones, pero, una vez que han sido abordadas, dad verdaderas respuestas, no deis marcha atrás, hacia los «elementos medios» o hacia las «masas», no salgáis del paso con frases y anécdotas [114].

El obrero revolucionario, si quiere prepararse plenamente para su trabajo, debe convertirse también en un revolucionario profesional. Por esto no tiene razón B-v al decir que, por estar ocupado el obrero en la fábrica once horas y media, las demás funciones revolucionarias (salvo la agitación) «corren sobre todo, quiérase o no, a cargo de un número extremadamente reducido de intelectuales». No sucede esto «quiérase o no», sino a consecuencia de nuestro atraso, porque no comprendemos que es nuestro deber ayudar a todo obrero que se distinga por su capacidad a convertirse en un agitador profesional, en un organizador, en un propagandista, en un distribuidor, etc., etc. En este sentido, malgastamos vergonzosamente nuestras fuerzas, no sabemos cuidar lo que tiene que ser cultivado y desarrollado con particular solicitud. Fijaos en los alemanes: tienen cien veces más fuerzas que nosotros, pero comprenden perfectamente que los obreros «medios» no proporcionan con demasiada frecuencia agitadores, etc. efectivamente capaces. Por eso, procuran en seguida colocar a todo obrero capaz en condiciones que le permitan desarrollar plenamente y aplicar plenamente sus aptitudes: hacen de él un agitador profesional, le animan a ensanchar su campo de acción, a extenderla de una fábrica a todo un oficio, de una localidad a todo el país. De este modo, el obrero adquiere experiencia y habilidad profesional, ensancha su horizonte y sus conocimientos, observa de cerca a los jefes políticos eminentes de otras localidades y de otros partidos, procura elevarse él mismo a su nivel y reunir en su persona el conocimiento del medio obrero y el ardor de las convicciones socialistas con la competencia profesional, sin la que el proletariado no puede luchar empeñadamente contra sus enemigos perfectamente instruidos. Así, y sólo así, surgen de la masa obrera los Bebel y los Auer. Pero lo que en un país políticamente libre se hace en gran parte por sí solo, entre nosotros deben hacerlo sistemáticamente nuestras organizaciones. Todo agitador obrero que tenga algún talento, que «prometa», no debe trabajar once horas en la fábrica. Debemos arreglárnoslas de modo que viva por cuenta del Partido, que pueda pasar a la acción clandestina en el momento preciso, que cambie de localidad en la que actúa, pues de otro modo no adquirirá gran experiencia, no ampliará su horizonte, no podrá sostenerse siquiera unos cuantos años en la lucha contra los gendarmes. Cuanto más amplio y más profundo es el auge espontáneo de las masas obreras, tantos más agitadores de talento destacan, y no sólo agitadores, sino organizadores, propagandistas y militantes «prácticos» de talento, en el buen sentido de la palabra (que son tan escasos entre nuestros intelectuales, en su mayor parte un poco apáticos y descuidados a la rusa). Cuando tengamos destacamentos de obreros revolucionarios (y bien entendido que en «todas las armas» de la acción revolucionaria) especialmente preparados por un largo aprendizaje, ninguna policía política del mundo podrá con ellos, porque esos destacamentos de hombres consagrados en cuerpo y alma a la revolución gozarán igualmente de una confianza ilimitada por parte de las más amplias masas obreras. Y cometemos una falta directa no «empujando» bastante a los obreros hacia este camino, que es común para ellos y para los «intelectuales», hacia el camino del aprendizaje revolucionario profesional, tirando con demasiada frecuencia de ellos hacia atrás con discursos necios sobre lo que es «accesible» a la masa obrera, a los «obreros medios», etc.

En este sentido, como en los demás, el reducido alcance del trabajo de organización está en relación indudable e íntima (aunque la inmensa mayoría de los «economistas» y de los militantes prácticos novatos no lo reconozcan) con la reducción del alcance de nuestra teoría y de nuestras tareas políticas. El culto de la espontaneidad origina una especie de temor de apartarnos, aunque sea un paso, de lo que sea «accesible» a las masas, un temor de subir demasiado alto, por encima de la simple satisfacción de sus necesidades directas e inmediatas. ¡No tengan miedo, señores! ¡Recuerden ustedes que en materia de organización estamos a un nivel tan bajo, que es absurda hasta la propia idea de que podamos subir demasiado alto!


e. La organización «de conjuradores» y el «democratismo»


Y hay entre nosotros muchas gentes tan sensibles a «la voz de la vida», que temen más que nada precisamente esto, acusando a los que mantienen las opiniones expuestas más arriba de ser secuaces de «La Voluntad del Pueblo», de no comprender el «democratismo», etc. Tenemos que detenernos en estas acusaciones, que apoya también, como es natural, Rabócheie Dielo.

Quien escribe estas líneas sabe muy bien que los economistas petersburgueses acusaban ya a Rabóchaia Gasieta de seguir a «La Voluntad del Pueblo» (cosa comprensible si se la compara con Rabóchaia Misl). Por eso, cuando después de la aparición de Iskra un camarada nos refirió que los socialdemócratas de la ciudad de X califican a Iskra de órgano de «La Voluntad del Pueblo», no nos sentimos nada sorprendidos. Naturalmente, esa acusación era para todos un elogio, pues ¿a qué socialdemócrata decente no le han acusado los economistas de lo mismo?

Estas acusaciones son debidas a una doble confusión. En primer lugar, se conoce tan poco entre nosotros la historia del movimiento revolucionario, que se asocia a «La Voluntad del Pueblo» toda idea de una organización combativa centralizada que declare una guerra resuelta al zarismo. Pero la magnífica organización que tenían los revolucionarios de la década del 70 y que debería servirnos a todos de modelo no la crearon, ni mucho menos, los secuaces de «La Voluntad del Pueblo», sino los partidarios de «Tierra y Libertad» [115], que una escisión dividió en partidarios de «El Reparto Negro» y secuaces de «La Voluntad del Pueblo». Por esto es absurdo, histórica y lógicamente, ver en una organización revolucionaria de combate algo específicamente propio de los secuaces de «La Voluntad del Pueblo», porque toda tendencia revolucionaria, si piensa realmente en una lucha seria, no puede prescindir de semejante organización. El error de los secuaces de «La Voluntad del Pueblo» no consistió en procurar que se incorporaran a su organización todos los descontentos y en orientar esa organización hacia una lucha resuelta contra la autocracia. Eso, por el contrario, constituye su gran mérito ante la historia. Y su error consistió en apoyarse en una teoría que, en realidad, no era en modo alguno una teoría revolucionaria, y en no haber sabido, o en no haber podido, establecer un nexo firme entre su movimiento y la lucha de clases que se desenvolvía en la sociedad capitalista en desarrollo. Y sólo la más burda incomprensión del marxismo (o su «comprensión» en el sentido del «struvismo») ha podido dar lugar a la opinión de que la aparición de un movimiento obrero espontáneo de masas nos exime de la obligación de crear una organización de revolucionarios tan buena como la de los partidarios de «Tierra y Libertad» o de crear una organización aún incomparablemente mejor. Ese movimiento, por el contrario, nos impone precisamente esa obligación, porque la lucha espontánea del proletariado no se convertirá en su verdadera «lucha de clases» mientras esta lucha no sea dirigida por una fuerte organización de revolucionarios.

En segundo lugar, muchos -y entre ellos, por lo visto, L. Krichevski (R. D., núm.10, pág.18)- no comprenden bien la polémica que siempre han sostenido los socialdemócratas contra la concepción de la lucha política como una lucha «de conjuradores». Hemos protestado y protestaremos siempre, desde luego, contra la reducción de la lucha política a las dimensiones de una conjuración [116], pero eso, claro está, no significaba en modo alguno que neguemos la necesidad de una fuerte organización revolucionaria. Y, por ejemplo, en el folleto citado en la nota, junto a la polémica contra quienes quieren reducir la lucha política a una conjuración, se encuentra el esquema de una organización (como ideal de los socialdemócratas) lo suficientemente fuerte para poder, «con objeto de dar el golpe decisivo al absolutismo», recurrir tanto a la «insurrección» como a cualquier «otra forma de ataque» [117]. Por su forma, una organización revolucionaria de esa fuerza en un país autocrático puede llamarse también organización «de conjuradores», porque la palabra francesa «conspiración» equivale en ruso a «conjuración», y el carácter conspirativo es imprescindible en el grado máximo para semejante organización. Hasta tal punto es el carácter conspirativo condición imprescindible de tal organización, que todas las demás condiciones (número de miembros, su selección, sus funciones, etc.) tienen que coordinarse con ella. Sería, por tanto, extrema candidez temer que nos acusaran a los socialdemócratas de querer crear una organización de conjuradores. Todo enemigo del economismo debe enorgullecerse de esa acusación, como de la acusación de seguir a «La Voluntad del Pueblo».

Se nos objetará que una organización tan poderosa y tan rigurosamente secreta, que concentra en sus manos todos los hilos de la actividad conspirativa, organización necesariamente centralista, puede lanzarse con demasiada facilidad a un ataque prematuro, puede forzar irreflexivamente el movimiento, antes de que lo hagan posible y necesario la extensión del descontento político, la fuerza de la efervescencia y de la indignación de la clase obrera, etc. Nosotros contestaremos que, hablando en términos abstractos, no se puede negar, desde luego, que una organización de combate puede entablar una batalla impremeditada, la cual puede terminar con una derrota que no sería en absoluto inevitable en otras condiciones. Pero, en semejante problema, es imposible limitarse a consideraciones abstractas, porque todo combate entraña posibilidades abstractas de derrota, y no hay otro medio de disminuir esa posibilidad que preparar organizadamente el combate. Y si planteamos el problema en el terreno concreto de las condiciones actuales de Rusia, tendremos que llegar a esta conclusión positiva: una fuerte organización revolucionaria es en absoluto necesaria, precisamente para dar estabilidad al movimiento y preservarlo de la posibilidad de ataques irreflexivos. Justamente ahora, cuando carecemos de semejante organización y el movimiento revolucionario crece espontánea y rápidamente, se observan ya dos extremos opuestos (que, como es lógico, «se tocan»): o un economismo totalmente inconsistente, acompañado de prédicas de moderación, o un «terror excitante», de la misma inconsistencia, que tiende «a producir artificialmente, en el movimiento que se desarrolla y se consolida, pero que todavía está más cerca de su principio que de su fin, síntomas de su fin» (V. Sasúlich en Sariá, núm.2-3, pág.353). Y el ejemplo de Rab. Dielo demuestra que existen ya socialdemócratas que capitulan ante ambos extremos. Y no es de extrañar, porque, amén de otras razones, la «lucha económica contra los patronos y el gobierno» no satisfará nunca a un revolucionario, y siempre surgirán, aquí o allá, extremos opuestos. Sólo una organización combativa centralizada, que aplique firmemente la política socialdemócrata y que satisfaga, por decirlo así, todos los instintos y aspiraciones revolucionarios, puede preservar al movimiento de un ataque irreflexivo y preparar un ataque que prometa éxito.

Se nos objetará también que el punto de vista expuesto sobre la organización contradice los «principios democráticos». Mientras la acusación anterior es de origen específicamente ruso, ésta tiene carácter específicamente extranjero. Sólo una organización del extranjero (la «Unión de socialdemócratas rusos») ha podido dar a su redacción, entre otras instrucciones, la siguiente:

«Principio de organización. Para favorecer el desarrollo y unificación de la socialdemocracia, es preciso subrayar desarrollar, luchar por un amplio principio democrático en su organización de partido, cosa que han hecho especialmente imprescindible las tendencias antidemocráticas que han aparecido en las filas de nuestro Partido» (Dos congresos, pág.18).

En el capítulo siguiente veremos cómo precisamente lucha Rab. Dielo contra las «tendencias antidemocráticas» de Iskra. Ahora veamos más al detalle el «principio» que proponen los economistas. Todo el mundo estará probablemente de acuerdo en que el «amplio principio democrático» supone las dos condiciones imprescindibles siguientes: en primer lugar, una publicidad completa, y, en segundo lugar, el carácter electivo de todos los cargos. Sin publicidad sería ridículo hablar de democratismo, y, además, sin una publicidad que no quede reducida a los miembros de la organización. Llamaremos democrática a la organización del Partido Socialista alemán, porque todo en él se hace públicamente, incluso las sesiones de sus congresos, pero nadie llamará democrática a una organización que se oculte, para todos los que no sean miembros suyos, tras el velo del secreto. Por tanto, ¿qué sentido tiene proponer un «amplio principio democrático», cuando la condición fundamental de ese principio es irrealizable para una organización secreta? El «amplio principio» resulta ser una mera frase, sonora, pero vacía. Aún más. Esta frase demuestra una incomprensión completa de las tareas urgentes del momento en materia de organización. Todo el mundo sabe hasta qué punto está extendida entre nosotros la falta de discreción conspirativa en la «gran» masa de revolucionarios. Ya hemos visto cómo se queja amargamente de ello B-v, exigiendo, con toda razón, «una severa selección de los afiliados» (R. D., núm.6, pág.42). ¡Y de pronto surgen gentes que se ufanan de su «sentido de la vida» y, en semejante situación, subrayan, no la necesidad de la más severa discreción conspirativa y de la más rigurosa (y, por consiguiente, más estrecha) selección de afiliados, sino un «amplio principio democrático»! Esto se llama no dar en el clavo.

No queda mejor parado el segundo signo de democracia, el carácter electivo. En los países que gozan de libertad política, esta condición se sobreentiende por sí misma. «Se considera miembro del Partido todo el que acepta los principios de su programa y ayuda al Partido en la medida de sus fuerzas», dice el artículo primero de los estatutos del Partido Socialdemócrata alemán. Y como toda la liza política está descubierta para todos, al igual que la rampa de la escena para los espectadores de un teatro, el que se acepte o no se acepte, se preste o no se preste apoyo son cosas que todos saben por los periódicos y por las reuniones públicas. Todo el mundo sabe que determinado hombre político ha comenzado de tal manera, ha pasado por tal y tal evolución, se ha portado de tal y tal modo en un momento difícil de su vida, se distingue en general por tales y tales cualidades: por tanto, es natural que a este hombre lo puedan elegir o no elegir con conocimiento de causa, para determinado cargo de partido, todos los miembros del Partido. El control general (en el sentido literal de la palabra) de cada uno de los pasos del afiliado al Partido, a lo largo de su carrera política, crea un mecanismo de acción automática, cuyo resultado es lo que en biología se llama «supervivencia de los mejor adaptados». La «selección natural», producto de la completa publicidad, del carácter electivo y del control general, asegura que, al fin y al cabo, cada hombre quede «en su sitio», se encargue de la labor que mejor concuerde con sus fuerzas y con sus aptitudes, experimente sobre sí mismo todas las consecuencias de sus errores y demuestre ante los ojos de todos su capacidad de reconocer sus faltas y de evitarlas.

¡Pero prueben ustedes a encajar este cuadro en el marco de nuestra autocracia! ¿Es acaso concebible entre nosotros que «todo el que acepte los principios del programa del Partido y ayude al Partido en la medida de sus fuerzas» controle cada paso del revolucionario clandestino? ¿Que todos elijan a una u otra persona de entre estos últimos, cuando, en interés de su trabajo, el revolucionario está obligado a ocultar su verdadera personalidad a las nueve décimas partes de esos «todos»? Reflexionad aunque sea un momento acerca del verdadero sentido de las sonoras palabras de Rab. Dielo y veréis que un «amplio democratismo» de una organización de partido en las tinieblas de la autocracia, cuando son los gendarmes los que seleccionan, no es más que una frivolidad vana y perjudicial. Es una futesa vana, porque, en la práctica, nunca ha podido ninguna organización revolucionaria aplicará un amplio democratismo, ni puede aplicarlo, por mucho que lo desee. Es una futesa perjudicial, porque los intentos de aplicar en la práctica un «amplio principio democrático» sólo facilitan a la policía las grandes redadas y consagran por una eternidad los métodos primitivos de trabajo dominantes, distrayendo el pensamiento de los militantes dedicados a la labor práctica de la seria e imperiosa tarea de forjarse como revolucionarios profesionales, desviándolo hacia la redacción de detallados reglamentos «burocráticos» sobre sistemas de elecciones. Sólo en el extranjero, donde no pocas veces se reúnen gentes que no pueden encontrar una labor verdadera y real, ha podido desarrollarse, en alguna que otra parte, especialmente en diversos pequeños grupos, ese «juego al democratismo».

Para demostrar al lector hasta qué punto es indecorosa la forma en que Rab. Dielo gusta de preconizar un «principio» tan noble como el democratismo en el trabajo revolucionario, nos remitiremos de nuevo a un testigo. Se trata de E. Serebriakov, director de la revista de Londres Nakanunie, que siente gran debilidad por Rab. Dielo y gran odio contra Plejánov y los «plejanovistas»: en los artículos referentes a la escisión de la «Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero», Nakanunie se puso decididamente al lado de Rab. Dielo y se abalanzó con una verdadera nube de palabras lamentables sobre Plejánov. Tanto más valor tiene para nosotros el testigo en este punto. En el núm.7 de Nakanunie (julio de 1899), en el artículo titulado: «Con motivo del llamamiento del 'Grupo de auto-emancipación obrera'», E. Serebriakov decía que era «indecoroso» plantear cuestiones de «prestigio, de primacía, de lo que se llama el areópago, en un movimiento revolucionario serio», y decía, entre otras cosas, lo siguiente:

«Myshkin, Rogachev, Zheliábov, Mijáilov, Peróvskaia, Figner y otros nunca se consideraron dirigentes y nadie los había elegido ni nombrado, aunque en realidad sí lo eran, porque, tanto en el período de propaganda como en el de lucha contra el gobierno, se encargaron del peso mayor del trabajo, fueron a los sitios más peligrosos y su actividad fue la más fructífera. Y la primacía no resultaba de que la desearan, sino de que los camaradas que los rodeaban confiaban en su inteligencia, en su energía y en su lealtad. Temer a un areópago (y, si no se le teme, no hay por qué hablar de él) que pueda dirigir autoritariamente el movimiento, es ya demasiada candidez ¿Quién le obedecería?»

Preguntamos al lector: ¿en qué se diferencia el «areópago» de las «tendencias antidemocráticas»? ¿No es evidente que el «plausible» principio de organización de Rabócheie Dielo es tan cándido como indecoroso? Cándido, porque a un «areópago» o a «gentes con tendencias antidemocráticas» sencillamente no las obedecerá nadie, toda vez que «los camaradas que los rodean no confiarán en su inteligencia, en su energía y en su lealtad». E indecoroso, como salida demagógica en la que se especula con la presunción de unos, con el desconocimiento, por parte de otros, del estado en que realmente se encuentra nuestro movimiento y con la falta de preparación y el desconocimiento de la historia del movimiento revolucionario, por parte de los terceros. El único principio de organización serio a que deben atenerse los dirigentes de nuestro movimiento tiene que ser el siguiente: la más severa discreción conspirativa, la más rigurosa selección de afiliados y la preparación de revolucionarios profesionales. Si se cuenta con estas cualidades, está asegurado algo mucho más importante que el «democratismo», a saber: la plena y fraternal confianza mutua entre los revolucionarios. Indiscutiblemente, necesitamos esta confianza, porque no se puede hablar entre nosotros, en Rusia, de sustituirla por un control democrático general. Y cometeríamos un gran error si creyéramos que, por ser imposible un control verdaderamente «democrático», los afiliados a una organización revolucionaria se convierten en incontrolados: no tienen tiempo de pensar en las formas ficticias de democracia (democracia en el seno de un apretado grupo de camaradas entre los que reina plena confianza mutua), pero sienten muy vivamente su responsabilidad, sabiendo además, por experiencia, que una organización de verdaderos revolucionarios no se parará en nada para librarse de un miembro indigno. Además, está bastante extendida entre nos otros una opinión pública de los medios revolucionarios rusos (e internacionales), que tiene tras sí toda una historia y que castiga con implacable severidad toda falta a las obligaciones de camaradería (¡y el «democratismo», el verdadero, no el democratismo ficticio, queda comprendido, como la parte en el todo, en este concepto de camaradería!). ¡Tened todo esto en cuenta y comprenderéis qué repugnante tufillo a juego en el extranjero, a juego a generales, despiden todas esas habladurías y resoluciones sobre «tendencias antidemocráticas»!

Hay que observar, además, que la otra fuente de tales habladurías, es decir, la candidez, se alimenta también de la confusión de ideas acerca de lo que es la democracia. En el libro de los esposos Webb sobre las tradeuniones inglesas hay un capítulo curioso: «La democracia primitiva». Los autores refieren en este capítulo cómo los obreros ingleses, en el primer período de existencia de sus sindicatos, consideraban como señal imprescindible de democracia el que todos hicieran de todo en la dirección de los sindicatos: no sólo eran decididas todas las cuestiones por votación de todos los miembros, sino que los cargos también eran desempeñados sucesivamente por todos los afiliados. Fue necesaria una larga experiencia histórica para que los obreros comprendieran lo absurdo de semejante concepto de la democracia y la necesidad, por una parte, de que existieran instituciones representativas y, por otra, de funcionarios profesionales Fueron necesarios unos cuantos casos de quiebra de cajas de los sindicatos para que los obreros comprendieran que la relación proporcional entre las cuotas que pagaban y los subsidios que recibían no podía decidirse sólo por votación democrática, sino que exigía, además, el consejo de un perito en seguros Leed también el libro de Kautsky sobre el parlamentarismo y la legislación popular y veréis que las deducciones del teórico marxista coinciden con las lecciones que dan prolongados años de práctica de los obreros unidos «espontáneamente» Kautsky protesta enérgicamente contra la forma primitiva en que Rittinhausen concibe la democracia, se burla de la gente dispuesta a exigir en nombre de la democracia que «los periódicos populares se redacten directamente por el pueblo», demuestra la necesidad de que existan periodistas profesionales, parlamentarios profesionales, etc., para dirigir de un modo socialdemócrata la lucha de clase del proletariado; ataca el «socialismo de anarquistas y literatos», que, por «efectismo», exaltan la legislación directamente popular y no comprenden hasta qué punto es sólo relativamente aplicable en la sociedad contemporánea.

Todo el que haya trabajado de un modo práctico en nuestro movimiento sabe cuán extendido está entre la masa de la juventud estudiantil y entre los obreros el concepto «primitivo» de la democracia. No es de extrañar que este concepto penetre tanto en estatutos como en publicaciones Los economistas de tipo bernsteiniano decían en su estatuto: «§ 10. Todos los asuntos que afecten a los intereses de toda la organización sindical serán decididos por mayoría de votos de todos sus miembros». Los economistas de tipo terrorista repiten tras ellos: «Es imprescindible que los acuerdos del comité recorran todos los círculos y sólo entonces sean acuerdos efectivos» (Svoboda, núm.1, pág.67). Observad que esta exigencia de aplicar ampliamente el sistema de referéndum se plantea ¡después de exigir que toda la organización se base en el principio electivo! Desde luego, nada está más lejos de nosotros que el censurar por eso a los militantes dedicados al trabajo práctico, que han tenido muy poca posibilidad de conocer la teoría y la práctica de las organizaciones efectivamente democráticas. Pero, cuando Rab. Dielo, que pretende tener un papel dirigente, se limita en semejantes circunstancias a una resolución sobre un amplio principio democrático, ¿qué es esto sino puro «efectismo»?


f. El trabajo a escala local y en toda Rusia


Si las objeciones contra el plan de organización que aquí exponemos, al que se reprocha su falta de democratismo y su carácter conspirativo, carecen totalmente de fundamento, queda todavía una cuestión que se plantea muchas veces y que merece ser examinada en detalle: se trata de la relación entre el trabajo local y el trabajo en escala nacional. Se expresa el temor de que, al crearse una organización centralista, el centro de gravedad pase del primer trabajo al segundo, el temor de que esto perjudique al movimiento, debilite la solidez de los vínculos que nos unen con la masa obrera, y, en general, la estabilidad de la agitación local. Contestaremos que nuestro movimiento se resiente durante estos últimos años precisamente por el hecho de que los militantes locales están demasiado absorbidos por el trabajo local; que, por esta razón, es, sin duda de ningún género, necesario desplazar algo el centro de gravedad hacia el trabajo en el plano nacional; que este desplazamiento no debilitará, sino que, por el contrario, dará mayor solidez a nuestros vínculos y mayor estabilidad a nuestra agitación local. Examinemos la cuestión del órgano central y de los órganos locales, rogando al lector que no olvide que el asunto de la prensa no es para nosotros más que un ejemplo ilustrativo del trabajo revolucionario en general, infinitamente más amplio y más variado.

En el primer período del movimiento de masas (1896-1898), los militantes locales intentan publicar un órgano destinado a toda Rusia, la Rabóchaia Gasieta; en el período siguiente (1898-1900), el movimiento da un gigantesco paso hacia adelante, pero los órganos locales absorben totalmente la atención de los dirigentes. Si se hace un recuento de todos esos órganos locales, resultará [118], en números redondos, un número al mes. ¿No es esto una prueba evidente de que nuestros métodos de trabajo son primitivos? ¿No demuestra esto con evidencia el atraso en que nuestra organización revolucionaria está respecto al auge espontáneo del movimiento? Si la misma cantidad de números de periódicos se hubiera publicado, no por grupos locales dispersos, sino por una organización única, no sólo habríamos economizado una enormidad de fuerzas, sino asegurado a nuestro trabajo infinitamente más estabilidad y continuidad. Olvidan con demasiada frecuencia esta sencilla consideración, tanto los militantes dedicados a las labores prácticas, que trabajan de un modo activo casi exclusivamente en los órganos locales (por desgracia, en la inmensa mayoría de los casos, la situación no ha cambiado), como los publicistas que muestran en esta cuestión un extraordinario quijotismo. El militante dedicado al trabajo práctico se da generalmente por satisfecho con la consideración de que a los militantes locales «les es difícil» [119] ocuparse de la publicación de un periódico destinado a toda Rusia y que mejor es tener periódicos locales que no tener ninguno. Esto último es, desde luego, muy justo, y ningún militante dedicado al trabajo práctico reconocerá más que nosotros la gran importancia y la gran utilidad de los periódicos locales en general. Pero no se trata de esto, sino de ver si es posible librarse del fraccionamiento y de los métodos primitivos de trabajo, que tan palmariamente quedan reflejados por los treinta números de periódicos locales publicados en toda Rusia en dos años y medio. No os limitéis al principio indiscutible, pero demasiado abstracto, de la utilidad de los periódicos locales en general; tened, además, el valor de reconocer francamente sus lados negativos, que han puesto de manifiesto dos años y medio de experiencia. Esta experiencia demuestra que, en las condiciones en que nos encontramos, los periódicos locales, en la mayoría de los casos, resultan en principio inestables, políticamente carecen de importancia, y, en cuanto al consumo de energías revolucionarias, resultan demasiado costosos, como totalmente insatisfactorios desde el punto de vista técnico (me refiero, claro está, no a la técnica tipográfica, sino a la frecuencia y regularidad de la publicación). Y todos los defectos indicados no son obra de la casualidad, sino consecuencia inevitable del fraccionamiento que, por una parte, explica el predominio de los periódicos locales en el período que examinamos, y, por otra parte, encuentra un apoyo en ese predominio. Una organización local, por sí sola, no está realmente en condiciones de asegurar la estabilidad de principios de su periódico y colocarlo a la altura de un órgano político, no está en condiciones de reunir y utilizar materiales suficientes para enfocar toda nuestra vida política. Y, en cuanto al argumento a que ordinariamente se recurre en los países libres para justificar la necesidad de numerosos periódicos locales -su baratura, por el hecho dé confeccionarlos obreros locales, y la posibilidad de ofrecer una información mejor y más rápida a la población-, la experiencia ha demostrado que, en nuestro país, este argumento se vuelve contra los periódicos locales. Estos resultan demasiado costosos en lo que al consumo de energías revolucionarias se refiere; y son publicados muy de tarde en tarde por la sencilla razón de que un periódico ilegal, por pequeño que sea, precisa un enorme aparato clandestino, que exige la existencia de una gran industria fabril, pues en un taller de artesanos no es posible montar semejante aparato. Cuando el aparato clandestino es primitivo, resulta muchas veces (todo militante dedicado al trabajo práctico conoce abundantes ejemplos de este género) que la policía aprovecha la aparición y difusión de uno o dos números para hacer una redada en masa, que deja todo como para volver a empezar de nuevo. Un buen aparato clandestino exige una buena preparación profesional de los revolucionarios y la más consecuente división del trabajo, y estas dos condiciones son absolutamente irrealizables en una organización local aislada, por muy fuerte que sea en un momento dado. No hablemos ya de los intereses generales de todo nuestro movimiento (una educación socialista y política de los obreros basada en principios firmes); también los intereses específicamente locales quedan mejor atendidos por órganos no locales. Sólo a primera vista puede esto parecer una paradoja, pero, en realidad, la experiencia de los dos años y medio de que hemos hablado lo demuestra de un modo irrefutable. Todo el mundo estará de acuerdo en que, si todas las fuerzas locales que han publicado treinta números de periódicos locales hubieran trabajado para un solo periódico, se habrían publicado sin dificultad sesenta números de éste, si no cien, y por consiguiente, se habrían reflejado de un modo más completo las particularidades del movimiento puramente local. No cabe duda de que no es fácil conseguir esta coordinación, pero hace falta que, al fin, reconozcamos su necesidad; que cada círculo local piense y trabaje activamente en este sentido sin esperar el empujón de fuera, sin dejarse seducir por la accesibilidad y la proximidad de un órgano local, proximidad que -según lo prueba nuestra experiencia revolucionaria- es, en buena parte, ilusoria.

Y prestan un flaco servicio al trabajo práctico los publicistas que, considerándose especialmente próximos a los militantes prácticos, no se dan cuenta de este carácter ilusorio y salen del paso con un razonamiento tan extraordinariamente fácil como vacío: hacen falta periódicos locales, hacen falta periódicos regionales, hacen falta periódicos destinados a toda Rusia. Naturalmente, hablando en términos generales, todo esto hace falta, pero también hace falta, cuando se aborda un problema concreto de organización, pensar en las condiciones de ambiente y de tiempo. ¿Y no estamos, en efecto, ante un caso de quijotismo cuando Svoboda (núm.1, pág.68), «deteniéndose» especialmente «en el problema del periódico», escribe: «Nosotros creemos que en todo centro obrero algo considerable debe haber un periódico obrero. No traído de fuera, sino justamente suyo propio»? Si este publicista no quiere pensar en el sentido de sus palabras, por lo menos piensa tú por él, lector: ¡cuántas decenas, si no centenares de «centros obreros algo considerables» hay en Rusia, y qué perpetuación de nuestros métodos primitivos de trabajo resultaría si cada organización local se pusiera efectivamente a publicar su propio periódico! ¡Cómo facilitaría este fraccionamiento a nuestros gendarmes la tarea de pescar -y, además, sin el menor esfuerzo «algo considerable»- a los militantes locales, desde el comienzo mismo de su actuación, antes de haber podido llegar a ser verdaderos revolucionarios! En un periódico destinado a toda Rusia -continúa el autor-, no interesarían mucho las narraciones de los atropellos de los fabricantes «y de los pequeños detalles de la vida fabril en diversas ciudades que no son las suyas», pero «al vecino de Orel no le aburrirá leer lo que sucede en Orel. Sabe siempre con quién se han 'metido', a quién 'se le da su merecido', y pone su alma en lo que lee» (pág.69). Sí, sí, el vecino de Orel pone su alma, pero nuestro publicista «pone» también demasiada imaginación. Lo que éste debiera pensar es si es oportuna una tal defensa de la mezquindad de esfuerzos Nadie mejor que nosotros reconoce la necesidad e importancia de las denuncias de los abusos que se cometen en las fábricas, pero hay que recordar que hemos llegado ya a un momento en que a los vecinos de Petersburgo les aburre leer las cartas petersburguesas del periódico petersburgués Rabóchaia Misl. Para las denuncias de los abusos que se cometen en las fábricas locales hemos tenido siempre, y debemos seguir teniendo siempre las hojas volantes, pero el periódico tenemos que elevarlo, y no rebajarlo al nivel de hoja de fábrica. Para un «periódico» necesitamos denuncias no tanto de «pequeñeces», como de los grandes defectos típicos de la vida fabril, denuncias hechas a base de ejemplos particularmente destacados, que, por lo mismo, puedan interesar a todos los obreros y a todos los dirigentes del movimiento, que puedan enriquecer efectivamente sus conocimientos, ensanchar su horizonte, dar comienzo al despertar de una nueva región, de una nueva capa profesional de obreros.

«Además, en un periódico local, todos los desmanes de la administración de la fábrica o de otras autoridades pueden recogerse en seguida, en caliente. En cambio, mientras llegue la noticia al periódico general, lejano, en el punto de origen ya se habrán olvidado de lo sucedido: '¿Cuándo habrá sucedido esto?; ¡cualquiera lo recuerda!'» (loc. cit.) ¡Qué oportuno, cualquiera lo recuerda! Los treinta números publicados en dos años y medio corresponden, según hemos visto en la misma fuente, a seis ciudades. De modo que a cada ciudad corresponde, por término medio, ¡un número de periódico cada medio año! E incluso si nuestro ligero publicista triplica en su hipótesis el rendimiento del trabajo local (cosa que sería indudablemente inexacta con relación a una ciudad media, porque dentro del marco de los métodos primitivos de trabajo es imposible aumentar considerablemente el rendimiento), no saldríamos, sin embargo, a más de un número cada dos meses, es decir, una situación que en nada se parece a «recoger las noticias en caliente». Pero bastaría con que se unieran diez organizaciones locales y asignaran a sus delegados funciones activas con el fin de confeccionar un periódico común, para que entonces pudieran «recogerse» por toda Rusia no pequeñeces, sino desmanes efectivamente notables y típicos, y esto cada dos semanas. Nadie que sepa en qué situación se encuentran nuestras organizaciones dudará de esto. Y, en cuanto a lo de sorprender al enemigo en flagrante delito, si se toma esto en serio y no como una bonita frase, un periódico ilegal no puede, en general, ni pensar en ello: esto sólo es accesible a una hoja volante clandestina, porque el plazo máximo para sorprender así al enemigo no pasa, en la mayoría de los casos, de uno o dos días (tomad, por ejemplo, el caso de una huelga breve ordinaria, de un choque en una fábrica o de una manifestación, etc.).

«El obrero no sólo vive en la fábrica, sino también en la ciudad», continúa nuestro autor, pasando de lo particular a lo general con una consecuencia tan rigurosa que honraría al mismo Boris Krichevski. Y señala los problemas de las dumas urbanas, de los hospitales urbanos, de las escuelas urbanas, exigiendo que el periódico obrero no pase en silencio los asuntos municipales en general. La exigencia es de por sí magnífica, pero ilustra con particular evidencia el vacuo carácter abstracto a que, con demasiada frecuencia, se limitan las disquisiciones sobre los periódicos locales. En primer lugar, si en «todo centro obrero algo considerable» se publicaran en efecto periódicos con una sección municipal tan detallada como quiere Svoboda, la cosa degeneraría, inevitablemente, dadas nuestras condiciones rusas, en verdadera cicatería, conduciría a debilitar la conciencia de la importancia de un empuje revolucionario general a toda Rusia dirigido contra la autocracia zarista y reforzaría los brotes, muy vivos, y más bien ocultos o reprimidos que arrancados de raíz, de una tendencia que ya ha adquirido fama por la célebre frase sobre los revolucionarios que hablan demasiado del parlamento que no existe y muy poco de las dumas urbanas existentes. Y hemos dicho «inevitablemente», subrayando así que no es esto, sino lo contrario, lo que Svoboda quiere. Pero no basta con las buenas intenciones. Para que la labor de esclarecimiento de los asuntos urbanos quede organizada con la orientación debida respecto a todo nuestro trabajo, hace falta, para empezar, que esa orientación esté totalmente elaborada, firmemente marcada, y no sólo por razonamientos, sino por una enormidad de ejemplos, para que adquiera ya la solidez de la tradición. Esto es lo que estamos muy lejos de tener, y lo que hace falta precisamente para empezar, antes de que se pueda pensar en una abundante prensa local y hablar de ella.

En segundo lugar, para escribir con verdadero acierto, de un modo interesante, sobre asuntos municipales, hay que conocerlos bien, y no sólo a través de los libros. Pero en toda Rusia no hay casi en absoluto socialdemócratas que posean este conocimiento. Para escribir en un periódico (y no en folletos populares) sobre asuntos municipales o de Estado, hay que disponer de materiales frescos, variados, recogidos y elaborados por una persona entendida. Y para recoger y elaborar tales materiales, no basta la «democracia primitiva» de un círculo primitivo, en el que todos hacen de todo y se divierten jugando al referéndum. Para eso, hace falta un Estado Mayor de especialistas escritores, de especialistas corresponsales, un ejército de «reporteros» socialdemócratas, que establezcan relaciones en todas partes, que sepan penetrar en todos los «secretos de Estado» (con los que tanto presume el funcionario ruso y sobre los que tan fácilmente se va de la lengua), meterse por entre todos los «bastidores»; un ejército de hombres obligados, «por su cargo», a ser omnipresentes y omnisapientes. Y nosotros, Partido de lucha contra toda opresión económica, política, social y nacional, podemos y debemos encontrar, reunir, formar, movilizar y poner en marcha un tal ejército de hombres omnisapientes, ¡pero eso está por hacer todavía! Ahora bien, nosotros no sólo no hemos dado aún, en la inmensa mayoría de las localidades, ni un paso en esta dirección, sino que a menudo ni siquiera existe la conciencia de la necesidad de hacerlo. Buscad en nuestra prensa socialdemócrata artículos vivos e interesantes, crónicas y denuncias sobre nuestros asuntos y asuntillos diplomáticos, militares, eclesiásticos, municipales, financieros, etc., etc.: encontraréis muy poco o casi nada [120]. ¡Por eso es por lo que «me pongo siempre terriblemente furioso, cuando viene alguien y me dice una serie de cosas bellas y magníficas» sobre la necesidad de periódicos «en todo centro obrero algo considerable», que denuncien las arbitrariedades tanto en las fábricas, como en la administración municipal y en el Estado!

El predominio de la prensa local sobre la central es señal de penuria o de lujo. De penuria, cuando el movimiento no ha formado todavía fuerzas para un trabajo en gran escala, cuando vegeta aún dentro de los métodos primitivos y casi se ahoga «en las pequeñeces de la vida fabril». De lujo, cuando el movimiento ha dominado ya plenamente la tarea de las denuncias en todos los sentidos y de la agitación en todos los sentidos, de modo que, además del órgano central, se hacen necesarios numerosos órganos locales. Decida cada uno por sí mismo qué es lo que prueba el predominio actual de periódicos locales entre nosotros. Yo, por mi parte, me limitaré a formular de una manera precisa mi conclusión, para no dar lugar a confusiones. Hasta ahora, la mayoría de nuestras organizaciones locales piensan casi exclusivamente en órganos locales y trabajan de un modo activo casi exclusivamente para ellos. Esto no es normal. Tiene que suceder al contrario: la mayoría de las organizaciones locales deben pensar, sobre todo, en un órgano destinado a toda Rusia y trabajar principalmente para él. Mientras no ocurra así, no podremos publicar ni un solo periódico que sea cuando menos capaz de proporcionar efectivamente al movimiento una agitación en todos los sentidos en la prensa. Y cuando esto sea así, se establecerán por sí mismas las relaciones normales entre el órgano central indispensable y los indispensables órganos locales.

A primera vista, puede parecer que es inaplicable al terreno de la lucha específicamente económica la conclusión de que se precisa desplazar el centro de gravedad del trabajo local al trabajo destinado a toda Rusia: el enemigo directo de los obreros está representado en este caso por patronos aislados, o grupos de patronos, no ligados entre sí por una organización que, aunque lejanamente, recuerda una organización puramente militar, rigurosamente centralista, que hasta en los más mínimos detalles dirige una voluntad única, como es la organización del gobierno ruso, nuestro enemigo directo en la lucha política.

Pero no es así. La lucha económica -lo hemos dicho ya muchas veces- es una lucha profesional, y por ello exige que los obreros se unan por oficios, y no sólo por el lugar de trabajo. Y esta unión profesional se hace tanto más imperiosamente necesaria, cuanto con mayor rapidez avanza la unión de nuestros patronos en toda clase de sociedades y sindicatos. Nuestra dispersión y nuestros métodos primitivos de trabajo obstaculizan directamente esta unión, que exige para toda Rusia una organización única de revolucionarios, capaz de encargarse de la dirección de sindicatos obreros extensivos a todo el país. Ya hemos hablado anteriormente del tipo de organización que sería de desear a este objeto, y ahora añadiremos sólo unas palabras en relación con el problema de nuestra prensa.

No creo que nadie dude de que todo periódico socialdemócrata deba tener una sección dedicada a la lucha sindical (económica). Pero el crecimiento del movimiento sindical nos obliga a pensar también en una prensa sindical. Creemos, sin embargo, que todavía no se puede ni hablar en Rusia, salvo raras excepciones, de periódicos sindicales: son un lujo y nosotros carecemos muchas veces del pan de cada día. Lo adecuado a las condiciones del trabajo clandestino y la forma ya ahora imprescindible de prensa sindical tendrían que ser entre nosotros los folletos sindicales. En ellos deberían recogerse y agruparse sistemáticamente materiales legales [121] e ilegales sobre la cuestión de las condiciones de trabajo en cada oficio, sobre las diferencias que en este sentido existen entre los diversos puntos de Rusia, sobre las principales reivindicaciones de los obreros de una profesión determinada, sobre las deficiencias de la legislación que a ella se refiere, sobre los casos salientes de la lucha económica de los obreros de este gremio, sobre los gérmenes, la situación actual y las necesidades de su organización sindical, etc. Estos folletos, en primer lugar, librarían a nuestra prensa socialdemócrata de una inmensa cantidad de detalles sindicales que sólo interesan especialmente a los obreros de un oficio determinado. En segundo lugar, fijarían los resultados de nuestra experiencia en la lucha profesional, conservarían los materiales recogidos, que ahora se pierden literalmente en la inmensa cantidad de hojas y de crónicas sueltas, y sintetizarían estos materiales. En tercer lugar, podrían servir de especie de guía para los agitadores, porque las condiciones de trabajo varían con relativa lentitud, las reivindicaciones fundamentales de los obreros de un oficio determinado son extraordinariamente estables (comparad las reivindicaciones de los tejedores de la región de Moscú, en 1885, y de la región de Petersburgo en 1896), y un resumen de estas reivindicaciones y necesidades podría servir durante años enteros de manual excelente para la agitación económica en localidades atrasadas o entre capas atrasadas de obreros; ejemplos de huelgas que hayan tenido éxito en una región, datos sobre un nivel de vida más elevado, sobre mejores condiciones de trabajo en una localidad, incitarían también a los obreros de otras localidades a nuevas y nuevas luchas. En cuarto lugar, tomando la iniciativa de sintetizar la lucha sindical y afirmando de este modo los vínculos del movimiento sindical ruso con el socialismo, la socialdemocracia se preocuparía al mismo tiempo de que nuestro trabajo tradeunionista ocupara un lugar, ni demasiado reducido ni demasiado grande, en el conjunto de nuestro trabajo socialdemócrata. A una organización local, si está apartada de las organizaciones de otras ciudades, le es muy difícil, a veces casi imposible, mantener en este sentido una proporción justa (y el ejemplo de Rabóchaia Misl demuestra a qué punto de monstruosa exageración del tradeunionismo puede llegarse en tal caso). Pero una organización de revolucionarios destinada a toda Rusia, que sustente de manera firme el punto de vista del marxismo, que dirija toda la lucha política y disponga de un Estado Mayor de agitadores profesionales, nunca tropezará con dificultades para determinar acertadamente esa proporción.


Notas


[98] Todos los pasajes subrayados lo han sido por mí.

[99] Se refiere al pequeño «Grupo de Obreros para la Lucha contra el Capital», organizado en Petersburgo en la primavera de 1899, y cuyas ideas lo aproximaban a los «economistas». Este grupo imprimió a mimeógrafo el volante titulado «Nuestro programa», cuya difusión no llegó a realizarse a consecuencia de la caída del grupo en manos de la policía.

[100] Rab. Misl y Rab. Dielo, sobre todo la «Respuesta» a Plejánov.

[101] ¿Quién hará la revolución política?, folleto publicado en Rusia en la recopilación La lucha proletaria y reeditado por el Comité de Kíev.

[102] Renacimiento del revolucionismo y Svoboda.

[103] Véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. V. (N. de la Red.)

[104] N. N. - S. N. Prokopóvich, uno de los activos «economistas»; más tarde kadete.

[105] Libre, amplia. (N. de la Red.)

[106] Afanasi Ivánovich y Pulcheria Ivánovna - Familia patriarcal de pequeños terratenientes provincianos, descrita en la novela corta de N. Gógol Terratenientes de antaño. (N. de la Red.)

[107] La lucha de Iskra contra la cizaña ha dado lugar, por parte de Rabócheie Dielo, a esta salida airada: «Para Iskra, en cambio, estos acontecimientos importantes (los de la primavera) son menos característicos de su tiempo que las miserables tentativas de los agentes de Subátov de 'legalizar' el movimiento obrero. Iskra no ve que estos hechos hablan precisamente contra ella y que atestiguan precisamente que el movimiento obrero ha tomado a los ojos del gobierno proporciones muy amenazadoras» (Dos congresos, pág.27). La culpa de todo la tiene el «dogmatismo» de estos ortodoxos, «sordos a las exigencias imperiosas de la vida». ¡Se obstinan en no ver trigo de un metro de alto para hacer la guerra a cizaña de un centímetro de altura! ¿No es esto una «deformación del sentido de la perspectiva en relación al movimiento obrero ruso»? (Loc. cit., pág.27)

[108] Dificultades por la abundancia. (N. de la Red.)

[109] Sólo haremos notar aquí que todo cuanto hemos dicho con respecto al «estimulo desde el exterior» y a todos los demás razonamientos de Svoboda sobre organización se refiere enteramente a todos los economistas, incluso a los partidarios de Rabócheie Dielo, porque o han preconizado y sostenido activamente estos puntos de vista sobre las cuestiones de organización, o se han desviado hacia ellos.

[110] Este término sería acaso más justo que el precedente en lo que a Svoboda se refiere, porque en «El renacimiento del revolucionismo» se defiende el terrorismo y, en el artículo en cuestión, el economismo. «Están verdes...», puede decirse hablando de Svoboda. Este órgano cuenta con buenas aptitudes y las mejores intentonas y, sin embargo, no consigue otro resultado que la confusión: confusión, principalmente, porque, defendiendo la continuidad de la organización, Svoboda no quiere saber nada de la continuidad del pensamiento revolucionario y de la teoría socialdemócrata. Esforzarse por resucitar al revolucionario profesional (Renacimiento del revolucionismo) y proponer para esto, primero, el terror excitante, y, se gundo la «organización de los obreros medios» (Svoboda, núm.1, pág.66 y siguientes), menos «estímulo desde el exterior», equivale, en verdad, a demoler la propia casa a fin de tener leña para calentarla.

[111] Lenin alude a su actuación revolucionaria en Petersburgo desde 1893 a 1895.

[112] Entre los militares, por ejemplo, se observa últimamente una reanimación indudable del espíritu democrático, en parte como consecuencia de los combates, cada vez más frecuentes, en las calles con «enemigos» como los obreros y los estudiantes. Y, en cuanto nos lo permitan nuestras fuerzas, debemos dedicar la atención más seria a la labor de agitación y propaganda entre soldados y oficiales, a la creación de «organizaciones militares» afiliadas a nuestro Partido.

[113] Recuerdo que un camarada me refirió un día que un inspector de fábrica, que había ayudado a la socialdemocracia y estaba dispuesto a seguir ayudándola, se quejaba amargamente, diciendo que no sabía si sus «informes» llegaban a un verdadero centro revolucionario, no sabía hasta qué punto era necesaria su colaboración, ni hasta qué punto era posible utilizar sus menudos servicios. Todo militante dedicado a la labor práctica podría citar, naturalmente, casos semejantes, en que nuestros métodos primitivos de trabajo nos han hecho perder aliados. ¡Y no sólo los empleados y los funcionarios de las fábricas, sino los de correos, de ferrocarriles, de aduanas, de la nobleza, del clero y de todas las demás instituciones, incluso de la policía y hasta de la corte, podrían prestarnos y nos [cont. en pág.168. - DJR] prestarían «pequeños» servicios que en conjunto serían de un valor inapreciable! Si contáramos ya con un verdadero partido, con una organización verdaderamente combativa de revolucionarios, no nos precipitáramos respecto a esos «auxiliares», no nos daríamos prisa por llevarlos siempre y necesariamente al corazón mismo de la «acción clandestina»; al contrario, los cuidaríamos de un modo peculiar e incluso prepararíamos especialmente personas para esas funciones, recordando que muchos estudiantes podrían sernos mucho más útiles como funcionarios «auxiliares» que como revolucionarios «a breve plazo». Pero, vuelvo a repetirlo, sólo puede aplicar esta táctica una organización ya perfectamente firme, a la que no faltan fuerzas activas.

[114] Svoboda, núm.1, artículo «La organización», pág.66: «La masa obrera apoyará con todo su peso todas las reivindicaciones que sean formuladas en nombre del Trabajo de Rusia» (¡sin falta, Trabajo con mayúscula!). Y el mismo autor exclama: «Yo no siento hostilidad alguna hacia los intelectuales, pero... [este es el pero que Schedrín traducía con las palabras: ¡no crecen las orejas más arriba de la frente!]..., pero me pongo terriblemente furioso cuando viene una persona y me dice una serie de cosas muy bellas y muy buenas, y exige que sean aceptadas por su [¿de él?] belleza y demás méritos» (pág.62). Sí, también yo «me pongo terriblemente furioso»...

[115] Partidarios de «Tierra y Libertad», o populistas - Miembros de la organización revolucionaria pequeñoburguesa «Tierra y Libertad», que surgió en 1876. Los partidarios de «Tierra y Libertad» partían de la idea errónea de que la principal fuerza revolucionaria en el país era, no la clase obrera, sino los campesinos; que el camino hacia el socialismo iba a través de la comunidad campesina, que era posible derrocar el Poder del zar y de los terratenientes tan sólo por medio de «revueltas» campesinas. A fin de alzar a los campesinos a la lucha contra el zarismo, se fueron al campo, «al pueblo» (de aquí, precisamente, el nombre de «po- [cont. en pág. 175. - DJR] pulistas») para propagar sus puntos de vista. Sin embargo, los campesinos no comprendieron a los populistas y no les siguieron. Entonces ellos decidieron proseguir la lucha contra la autocracia sin el pueblo, con sus propias fuerzas, mediante la muerte de representantes aislados de la autocracia. La lucha en las filas de «Tierra y Libertad» entre los partidarios de los nuevos métodos de lucha y los adeptos de la vieja táctica populista condujo en 1879 a la escisión del partido en dos: «La Voluntad del Pueblo» y «El Reparto Negro». (N. de la Red.)

[116] Véase Las tareas de los socialdemócratas rusos, pág.21, la polémica contra P. L. Lavrov (V. I. Lenin, Obras Completas, t. II - N. de la Red.).

[117] Las tareas de los socialdemócratas rusos, pág.23 (véase V. I. Lenin, Obras Completas, t. II - N. de la Red.). Por cierto, he aquí otro ejemplo de cómo Rab. Dielo o no comprende lo que dice o cambia de opinión según el «viento que corre». En el número 1 de R. Dielo se dice en cursiva: «El confinado del folleto que acabamos de exponer coincide plenamente con el programa de la redacción de Rabócbeie Dielo» (pág.142). ¿Es cierto esto? ¿Con las «Tareas» coincide la idea de que no se puede plantear al movimiento de masas como primera tarea la de derribar la autocracia? ¿Coincide la teoría de la «lucha económica contra los patronos y el gobierno»? ¿Coincide la teoría de las fases? Que el lector juzgue acerca de la firmeza de principios de un órgano que de modo tan original comprende la «coincidencia».

[118] Véase el «Informe ante el Congreso de París», pág.14: «Desde entonces (1897) hasta la primavera de 1900, fueron publicados en diversos puntos treinta números de varios periódicos... Por término medio, se publicó más de un número al mes».

[119] Esta dificultad es sólo aparente. En realidad, no hay círculo local que no pueda abordar activamente una u otra función del trabajo en la escala nacional. «Querer es poder».

[120] Esta es la razón por la que incluso el ejemplo de órganos locales excepcionalmente buenos confirma por completo nuestro punto de vista. Por ejemplo, el Yuzhni Rabochi es un excelente periódico, al que no se le puede acusar de inestabilidad de principios. Pero, como es rara la vez que sale y las redadas son muy frecuentes, no ha podido dar al movimiento local todo lo que pretendía dar. Lo más apremiante para el Partido en el momento actual -plantear, en principio, los problemas fundamentales del movimiento y desarrollar una agitación política en todos los sentidos- ha sido superior a las fuerzas de ese órgano local. Y lo mejor que ha dado, como los artículos sobre el congreso de los industriales mineros, sobre el paro, etc., no eran materiales de carácter estrictamente local, sino necesarios para toda Rusia y no sólo para el Sur. Artículos como ésos no los ha habido en toda nuestra prensa socialdemócrata.

[121] Los materiales legales tienen especial importancia en este sentido, y estamos particularmente atrasados en lo que se refiere a saber recogerlos y utilizarlos sistemáticamente. No será exagerado decir que, sólo con materiales legales, puede llegar a confeccionarse más o menos un folleto sindical, mientras que es imposible hacerlo sólo con materiales ilegales. Recogiendo materiales ilegales de entre los obreros, sobre problemas como los que ha tratado Rabóchaia Misl, derrochamos en vano una cantidad enorme de fuerzas de un revolucionario (al que fácilmente puede sustituir en este trabajo un militante legal) y, a pesar de todo, no obtenemos nunca buenos materiales, porque los obreros, que generalmente sólo conocen una sección de una gran fábrica y que casi siempre sólo saben los resultados económicos, pero no las normas ni las condiciones generales de su trabajo no pueden adquirir los conocimientos que tienen generalmente los empleados de fábrica, los inspectores, los médicos, etc., y que en enorme cantidad están diseminados en crónicas periodísticas y publicaciones especiales de carácter industrial, sanitario, de los zemstvos, etc. [cont. en p.198. - DJR]

Recuerdo, como si fuera ahora mismo, mi «primera experiencia», que no me dejó gana de repetirla. Me entretuve durante muchas semanas interrogando «con apasionamiento» a un obrero que venía a verme, sobre todos los detalles de la vida en la enorme fábrica donde él trabajaba. Verdad es que, aunque con grandísimas dificultades, conseguí más o menos componer la decepción (¡sólo de una fábrica!), pero sucedía que el obrero, limpiándose el sudor, decía con una sonrisa al final de nuestro trabajo: «¡Más fácil me es trabajar horas extraordinarias que contestarle a sus preguntas!»

Cuanto más enérgicamente desarrollemos la lucha revolucionaria, tanto más obligado se verá el gobierno a legalizar parte del trabajo «sindical», quitándonos de este modo de encima parte de la carga que sobre nosotros pesa.


Continuará...


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