Władysław Gomułka y Edward Gierek, Secretarios Generales del Partido Obrero Unificado Polaco de 1956 a 1970 y de 1970 a 1980 respectivamente |
«[6] Polonia, como cualquier otro país revisionista de la época; ya fuera Yugoslavia, Rumanía, o la propia Unión Soviética, intentaban salvar la apariencia de los desastres de su economía anarquizante típica de una economía capitalista, mediante la petición de créditos, ya fueran estatales a los países imperialistas, empresas privadas extranjeras, o a organismos como el famoso Fondo Monetario Internacional:
«Las camarillas dominantes de los países llamados socialistas, como la Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, etc., y ahora también China, permiten la afluencia de capitales extranjeros a sus propios países, porque estos capitales las benefician, mientras gravitan sobre las espaldas de los pueblos. Los países del Consejo de Ayuda Mutua Económica han contraído grandes deudas. Su endeudamiento con los países del Occidente alcanza la cifra de 50.000 millones de dólares». (Enver Hoxha; El imperialismo y la revolución, 1978)
Como siempre insistimos, este camino de apertura descarada al capital extranjero había sido el camino ya tomado previamente por la vecina Yugoslavia desde los años 40 hasta su colapso en los 90:
«Yugoslavia es uno de los primeros países revisionistas que ha permitido la penetración de capitales extranjeros en su economía. Comenzó recibiendo créditos, luego patentes de producción, y más tarde pasó a la formación de empresas mixtas. En 1967 se aprobó una ley que autorizaba la creación de empresas mixtas con el 49 por ciento de capital extranjero. En 1977, en Yugoslavia, el número de estas empresas llegaba a 170. Yugoslavia ha asegurado a las firmas capitalistas las más favorables condiciones para que desarrollen su actividad y obtengan el máximo beneficio. El fenómeno yugoslavo demuestra que los capitales extranjeros que se han invertido en Yugoslavia constituyen uno de los factores determinantes de su transformación en un país capitalista. Los Estados Unidos y otros Estados capitalistas ricos como es obvio, no han salido perdiendo con estas inversiones, por el contrario, han obtenido enormes beneficios acrecentando la miseria de la clase obrera y del campesinado de Yugoslavia. Lenin ha dicho que la exportación de capitales es una buena base para la explotación de la mayoría de las naciones y países del mundo, para la existencia del parasitismo capitalista de un puñado de Estados muy ricos. (...) En Polonia se han establecido más de 30 multinacionales, de ellas: 10 son estadounidenses, 6 germano occidentales, 6 inglesas, 3 japonesas, etc». (Enver Hoxha; El imperialismo y la revolución, 1978)
El periodo de Edward Gierek, se caracterizó por recibir Polonia una gran inversión de capital extranjero, el establecimiento de empresas mixtas polaco-extranjeras, y el gran aumento del comercio y sobre todo de la importación de productos venidos de países occidentales:
«A partir de 1971, las importaciones de Polonia de los países occidentales se incrementaron a una tasa promedio anual de alrededor del 40 por ciento –45 por ciento en 1972–, mientras que las importaciones procedentes de Oriente se incrementaron a una tasa de alrededor del 11 por ciento. En los primeros años, las importaciones consistieron principalmente de tecnología y equipo occidental y fueron financiados con préstamos, también del Occidente imperialista». (Spiro Dede; La contrarrevolución dentro de la contrarrevolución; acerca de los eventos en Polonia entre 1980 y entre 1983, 1983)
Pero el revisionismo polaco, al igual que habían hecho, hacen o harían poco después otros revisionismos –como el cubano, coreano, vietnamita, chino, yugoslavo, y un infinito etc.–, no llegó nunca a comprender el significado real de la entrada del capital extranjero y los peligros que entrañaba, sobre todo para una economía que se había mostrado tan poco fiable como la polaca:
«El capitalismo nunca puede invertir en otros países, conceder préstamos y exportar capitales, sin calcular de antemano los beneficios que se embolsará. Si a los grandes monopolios y bancos, que se han extendido como una telaraña por el mundo capitalista y revisionista, no se les presentan datos concretos sobre los posibles ingresos a obtener de la explotación de una mina, de las tierras, de la extracción del petróleo o del agua en un desierto, no dan créditos. También hay otras formas de conceder créditos, que se practican de cara a los Estados pseudosocialistas que buscan camuflar el camino capitalista que siguen. Estos créditos, que alcanzan grandes sumas, se conceden en forma de créditos comerciales y se liquidan, naturalmente, a corto plazo. Tales créditos son dados conjuntamente por muchos países capitalistas, los cuales han calculado de antemano los beneficios económicos, y también los políticos, que van a sacar del Estado que los recibe, teniendo en cuenta tanto el potencial económico, como la solvencia de los mismos. Los capitalistas en ningún caso dan créditos para construir el socialismo, sino para destruirlo. (...) Es sabido que el capitalista no concede ayudas a nadie sin antes considerar, en primer lugar, su propio interés económico, político e ideológico. No se trata únicamente del porcentaje que obtiene como ganancia. El país capitalista que concede el crédito, junto con él, introduce en el país que recibe la «ayuda», también su modo de vida, su modo de pensar capitalista, crea sus bases y se extiende insensiblemente como una mancha de aceite, amplía su telaraña y la araña está siempre en el centro y chupa la sangre a todas las moscas que caen en sus redes, como fue el caso de Yugoslavia, como lo es actualmente el caso de la Unión Soviética. Y China correrá la misma suerte. (...) El endeudamiento de cualquier país, grande o pequeño, con un imperialismo u otro, con sus entidades públicas o privadas, siempre conlleva peligros inevitables para la libertad, la independencia y la soberanía del país que toma este camino, tanto más para países económicamente pobres». (Enver Hoxha, El imperialismo y la revolución, 1978)
En parte por esa política respecto al capital extranjero, esta era la realidad de la paupérrima economía del revisionismo polaco:
«Para los próximos dos o tres años, Polonia estaba comprometido en un juego ridículo: exportó su ganado y productos agrícolas a Occidente e importó productos agropecuarios también desde el Oeste. Gierek y compañía estaban haciendo trompos con impotencia como resultado del curso antimarxista que habían adoptado y aplicado celosamente. El año 1979 trajo tristeza real para la vida económica de Polonia. Por primera vez desde 1945, en 1979 la producción nacional total disminuyó 3 por ciento en comparación con el año anterior, la inflación se disparó a más del 10 por ciento, las inversiones fueron reducidas al 7 por ciento y la cosecha de grano fue del 16,9 por ciento menos. Las deudas con el Oeste subieron a entre 18 y 19 miles de millones de dólares y en 1979 los polacos estaban obligados a pagar 3 mil millones de dólares simplemente como intereses sobre las deudas. Las importaciones de cereales en 1979 alcanzaron la cifra de 8 millones de toneladas, mientras que en 1980 Polonia tendría que importar hasta 10-12 millones de toneladas». (Spiro Dede; La contrarrevolución dentro de la contrarrevolución; acerca de los eventos en Polonia entre 1980 y entre 1983, 1983)
¿Quién que se autodenomine marxista-leninista puede defender como comunista la política de un gobierno con esos datos económico característicos de una sociedad capitalista?». (Anotaciones de Bitácora (M-L) a la obra de Enver Hoxha: «¿Qué se oculta tras las huelgas de los obreros de los puertos polacos del Báltico?» de 1980, 21 de mayo de 2014)
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