«Antes que nada, debemos hacer un preludio explicando el origen de esta plataforma ideológica:
«Como sabrá el lector: este medio comenzó como un blog de tipología personal creado por Pedro Madrigal Reyes en el que albergaban temas políticos, no políticos, y hasta anecdóticos. Con el devenir del tiempo ha ido evolucionando hasta llegar a ser una plataforma ideológica dedicada exclusivamente a lo político y comandado por un órgano ya no individual-personal, sino regido por un colectivo, un «equipo de trabajo» basado en el fin de difundir análisis bajo la óptica marxista-leninista, a pesar de lo cual se mantuvo el nombre original del mismo. No obstante, y en consecuencia al acuerdo reciente en el interior del «equipo de trabajo», para no dar lugar a equívocos, hemos decidido rebautizar el mismo para evitar confusiones personalistas e ideológicas; así, el blog «Bitácora de un Nicaragüense» pasa a llamarse «Bitácora Marxista-Leninista». (...) Ante tal cambio, se hace evidente que se eliminará todo contenido anterior de tipo personal, y todo contenido político que no conjugue con la ideología marxista-leninista. El «equipo de trabajo» no se hace responsable por tanto de las opiniones o trabajos anteriormente emitidas por sus editores y colaboradores fuera de este medio, inclusive cada artículo antiguo previo en este medio será revisado y tendrá una anotación que acredite que es aprobado por la actual línea monolítica, de otra forma el contenido será eliminado en breve para mantener la uniformidad ideológica y no animar a confusión. Esto supone un cambio cualitativo fundamental para el medio y sus propósitos». (Equipo de Bitácora (M-L); Comunicado sobre el cambio de nombre a la plataforma, 4 de febrero de 2015)
Aclarado esto, pasemos a aclarar los puntos clave sobre nuestros fundamentos y propósitos.
I
¿Cuál es nuestro propósito?
Este espacio está íntegramente dedicado a hacer una lectura materialista y dialéctica de los fenómenos históricos y presentes, tanto generales como concretos, naturales, como sobre todo sociales. Tuvimos la idea de publicar online la literatura clásica del marxismo, pero, ante todo, traer material inédito, mezclando así conclusiones de valor tanto de los autores marxistas como de nuestro propio pensar. Todo esto tenía y tiene hoy motivaciones muy evidentes: quien no «separa el grano de la paja» no es un hombre de ciencia, no está «angustiado» por el saber y el progreso, sino que no pasa de ser un bibliotecario que se dedica y ordenar montañas de obras sin pronunciarse sobre nada de lo que va pasando entre sus manos. Como recoge la RAE, cuando hablamos de «doctrina» entendemos un «conjunto de ideas u opiniones» filosóficas, económicas o políticas, pero toda doctrina es falsa si no se fundamenta en una «norma científica, paradigma».
Nosotros somos revolucionarios, lo que en nuestra época implica que nuestra doctrina es el «socialismo científico», llámese a este «marxismo-leninismo», «comunismo» o como se quiera, sepa el lector como advertencia que de ahora en adelante los usaremos como sinónimos. Para nosotros la etiqueta es de lo menos, porque se use el término que se use este siempre va a ser tarde o temprano apropiado y distorsionado por otros. Lo importante aquí es delimitar bien sus bases, su aspecto identificable. Nuestros amigos y enemigos más que por el nombre formal nos deben conocer por el espíritu inequívoco: ¡pasionalmente racionalistas, realistas con las dificultades, pero optimistas ante ellas, tan justos como implacables! Observar que literalmente no nos casamos con nadie y que, si tenemos que poner a caer de un burro a nuestros referentes lo haremos, pues es la única forma de avanzar. Pero todas estas declaraciones sin explicar en profundidad sobre cómo las entendemos y en qué contextos, no dejarían de ser palabras vacías. ¿Cómo es que nos inclinamos ante tales atributos? Más bien habría que preguntarnos no por qué aspiramos a esta ética, sino qué modelo filosófico y de qué sociedad la han de hacer posible en su plenitud.
Entendemos y asumimos que en nuestros días el fin de todo revolucionario y de todo progresista –palabras que siempre y en cualquier época sinónimos a fin de cuentas– es la construcción de la sociedad sin clases, el comunismo, que pasa necesariamente por determinadas leyes generales descubiertas, aplicadas o enriquecidas por pensadores como Marx, Engels, Lenin, Stalin, Hoxha así como otros representantes históricos de la doctrina. Citar a todos ellos para completar una larga lista sería un ejercicio tan pedante como estéril, lo importante es saber qué se puede considerar y que no dentro de esos esquemas, y para eso, evidentemente, están los análisis concretos sobre temas concretos. Eso no acaba aquí: una vez comprendida la esencia científica en la que se posa nuestra doctrina, debemos desechar de nuestros «grandes» y «pequeños» referentes lo sobrante, pues, sorpresa, ellos también se equivocaban, ellos también pecaban al realizar estimaciones inexactas y predicciones incorrectas, se apresuraban bien por precipitación o por no seleccionar bien las fuentes de sus investigaciones. En definitiva, eran humanos –¡sí! ¡sabemos que esto resultará chocante para más de uno!–. Lo «obsoleto» en la ciencia no es aquello que tiene más tiempo, sino lo que ya no corresponde o lo que nunca ha correspondido realmente con el fin al que se aspira.
Expresar que el «Equipo de Bitácora (M-L)» siente en su conjunto un gran aprecio por la documentación que hemos ido produciendo en medio de lecturas, traducciones, análisis, discusiones y críticas a enemigos ideológico, autocríticas sobre nuestro trabajo y resultados, etc. Todo un conjunto de esfuerzos que pretendemos sirva como punto de partida para promover la reorganización de las fuerzas revolucionarias allá donde se encuentren. Es más, esperamos que el eco de nuestras obras nos ponga en contacto –como ya ha venido ocurriendo–, con los individuos y organizaciones que pretenden organizar a los trabajadores de cada país, para salir de esta situación de confusión en lo ideológico y desorden organizativo que asola el panorama general de cualquier país.
A diferencia de otros, esta predisposición no excluye, sino que incluye una clarificación seria y sin concesiones en lo ideológico sobre lo que somos y lo que no somos; a lo que aspiramos y lo que rechazamos de facto. Por ello, nos parece absurdo intentar eludir cuestiones claves si verdaderamente compartimos un mínimo de rigor en esta clarificación histórica de lo que fue y es socialismo científico, de lo que entendemos que debe de ser ante los nuevos fenómenos y retos que la dialéctica pone ante nosotros día a día.
¿Este ejercicio es una «fijación por la teoría»? Más bien una necesidad como más adelante explicaremos, por eso uno de los objetivos de nuestros análisis y de la exposición de los textos clásicos es ayudar tanto al simpatizante interesado en el marxismo como al veterano militante que desea reforzar sus conocimientos, ya que como sabemos esta formación nunca termina.
Hay aquellos que piensan que nuestros escritos están basados en el placer que presuntamente nos produce criticar por criticar, a esto les contestamos como hiciera en su momento Larra:
«Hay quien supone que sólo una «pasión dominante» de criticar guía nuestra pluma. (...) Somos satíricos porque queremos criticar abusos, porque quisiéramos contribuir con nuestras débiles fuerzas a la perfección posible de la sociedad a que tenemos la honra de pertenecer. Pero deslindando siempre lo lícito de lo que nos es vedado, y estudiando sin cesar las costumbres de nuestra época, no escribimos sin plan; no abrigamos una pasión dominante de criticarlo todo con razón o sin ella; somos sumamente celosos de la opinión buena o mala que puedan formar nuestros conciudadanos de nuestro carácter; y en medio de los disgustos a que nos condena la dura obligación que nos hemos impuesto, cuyos peligros arrostramos sin restricción, el mayor pesar que podemos sentir es el de haber de lastimar a nadie con nuestras críticas y sátiras; ni buscamos ni evitamos la polémica; pero siempre evitaremos cuidadosamente, como hasta aquí lo hicimos, toda cuestión personal, toda alusión impropia del decoro del escritor público y del respeto debido a los demás hombres, toda invasión en la vida privada, todo cuanto no tenga relación con el interés general. Júzguennos ahora nuestros lectores, y zumben en buena hora en derredor nuestro los tiros emponzoñados de los que son en realidad más malignos que nosotros». (Mariano José de Larra; De la sátira y de los satíricos, 2 de marzo de 1836)
Queda claro pues, que como diría Feuerbach:
«[Mis escritos] Bastan a aquellos para quienes escribo, porque yo no escribo para los sobradamente conocidos «animales sin razón», sino para seres con razón, esto es, seres que a través de la propia razón completan unos pensamientos con los otros». (Ludwig Feuerbach; La esencia de la religión, 1845)
No estamos ante una tarea baladí ni pequeña, sino enorme y de proporciones hercúleas, pero hemos de ser conscientes que no se trata de si la tarea es fácil o difícil, grande o pequeña, sino de si: ¿debe hacerse o no? Si la respuesta es positiva debe buscarse las formas de acometerse y punto. El resto ya lo sabemos, y quien esté a nuestro lado y todavía no se dé cuenta de las dificultades, raudamente se lo haremos saber, no existe nada más estúpido y pecado mayor que ocultar las dificultades existentes, pues estas solo retrasan la solución de los problemas, impiden abordarlos para tomar cartas en el asunto. ¿Qué debemos tener en mente entonces?
«Al principio, las ideas sólo conquistan a una pequeña minoría y, por regla general, ésta se ridiculiza, difama y persigue. Pero si las nuevas ideas son buenas y racionales, si se han derivado necesariamente de las condiciones existentes, se irán extendiendo gradualmente, la minoría se convertirá, finalmente, en mayoría. Así ha ocurrido hasta ahora con todas las nuevas ideas a lo largo de la historia». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)
¿En qué descansa la esencia del socialismo científico?
«La vieja escuela era libresca, obligaba a almacenar una masa de conocimientos inútiles, superfluos, muertos, que atiborraban la cabeza y trasformaban a la generación joven en un ejército de funcionarios cortados todos por el mismo patrón. Pero concluir de ello que se puede ser comunista sin haber asimilado los conocimientos acumulados por la humanidad, sería cometer un enorme error. Nos equivocaríamos si pensáramos que basta con saber las consignas comunistas, las conclusiones de la ciencia comunista, sin haber asimilado la suma de conocimientos de los que es consecuencia el comunismo. El marxismo es un ejemplo de cómo el comunismo ha resultado de la suma de conocimientos adquiridos por la humanidad». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tareas de las Juventudes Comunistas, 1920)
Para que el lector conozca nuestras posturas en los temas fundamentales, hemos habilitado las secciones: cuestión filosófica, económica, cultural, nacional, género, etc., así como secciones específicas de lucha ideológica contra el anarquismo, el reformismo, el nacionalismo, el feminismo, el tercermundismo, etc. Por lo que poco podríamos hacer aquí intentando resumir lo que no es posible resumir. Instamos por ello, a que se consulten nuestras principales obras sobre cada tema. Sea como sea, intentaremos vertebrar el núcleo de los temas más acuciantes de hoy.
Esto es algo que se preguntan muchos, ¿sobre qué descansan nuestras bases? Quizás como dice el liberalismo, ¿en las reflexiones subjetivistas de un par de filósofos como Marx y Engels que las convirtieron en algo eterno, en dogmas? Si eso fuese así, bien podríamos haber elegido como pasatiempo seguir las ideas de muchos otros pensadores o intentaríamos mezclar marxismo con otras filosofías como hacen la mayoría de «libre pensadores». No, se trata de algo mucho más profundo, el marxismo a diferencia de cualquier otra doctrina –como la religiosa– se acepta por fanatismo sino porque se tiene la certeza de que sus planteamientos son la mejor herramienta para conocer el mundo y sus vicisitudes, pero no solo eso, sino porque prove de argumentos a quien la hace suya, le permite entender el mundo circundante, salir de la ignorancia y el mar de dudas. Si las conclusiones del marxismo no fuesen reales, si sus certezas no se pudieran ver y respirar en la sociedad actual y la historia, el marxista debería de dejar de ser marxista, pero precisamente con la montaña de evidencias sí asume el marxismo y no el estructuralismo o neoliberalismo:
«El Sr. Heinzen se imagina que el comunismo es una doctrina que procede de un principio teórico central y saca conclusiones a partir de aquí. El Sr. Heinzen está muy equivocado. El comunismo no es una doctrina, sino un movimiento; no procede de principios, sino de hechos. Los comunistas no parten de tal o cual filosofía, sino de todo el curso de la historia anterior y particularmente de los resultados reales a los que se ha llegado actualmente. (...) El comunismo, como teoría, es la expresión teórica de la posición del proletariado en esta lucha y la síntesis teórica de las condiciones para la liberación del proletariado». (Friedrich Engels; Los comunistas y Karl Heinzen, 1847)
Para entender entonces la necedad de la afirmación clásica de que «el marxismo no sirve para nuestros días», primero, veamos qué es y en qué descansa la esencia de este:
«El marxismo como ciencia no es un sistema de ideas congeladas inmutables, sino un sistema de pensamiento que se desarrolla históricamente. Sin embargo, mientras que la evolución continúa, el marxismo sigue siendo un sistema único y autónomo, como resultado del cual tiene una única interpretación correcta, en virtud de su esencia científica. De la misma manera los fenómenos de la naturaleza y sus leyes de desarrollo son estudiados por tales ramas de las ciencias naturales como la química, la biología, la física, etc., los fenómenos sociales son estudiados e interpretados por la ciencia marxista. Por la misma razón por la que sólo existe una posible interpretación científica de los fenómenos de la naturaleza, existiendo una ciencia de la química, la biología, la física, y no dos o más ciencias de la química, la biología y la física, sólo existe pues, un sistema científico único que es capaz de estudiar e interpretar los fenómenos sociales. Los principios del marxismo-leninismo no son postulados acerca de las leyes que rigen la sociedad y la historia por los siglos de los siglos. Son el resultado de un esfuerzo titánico para generalizar el conocimiento sobre los fenómenos sociales y que mejor reflejan su esencia. Por tanto, estos principios no son verdades eternas, la quintaesencia del pensamiento humano, concebido por las mentes de los genios. Los principios del marxismo-leninismo no preceden a la historia propia; sino que son un producto de la historia misma y que se derivan de esta última, son un reflejo de las leyes objetivas que rigen la realidad. Los principios del marxismo-leninismo no son un conocimiento místico de los ancianos, sino la mínima expresión de una ciencia en toda regla, cuyo objetivo final es comprender los procesos sociales con el propósito de cambiar la sociedad». (Rafael Martínez; Sobre el Manual de Economía Política de Shanghái, 2004)
En conclusión, no importa que el marxismo tenga más de 100 ó 200 años, ni que dentro de poco tenga 300 años, lo importante, es que su doctrina se mantenga acorde a las leyes objetivas del desarrollo histórico, sino efectivamente sí que se le podría denominar una doctrina o ideología anticientífica –sin capacidad de demostración práctica– y dogmática –que se debe de creer en ella pese a no existir evidencias–:
«El materialismo histórico no es un sistema cerrado, coronado por una verdad definitiva; es el método científico para la investigación del proceso de desarrollo de la humanidad». (Franz Mehring; Sobre el materialismo histórico y otros escritos filosóficos, 1893)
Ningún revolucionario concibe la teoría científica como una «luminaria pura» con vida propia a la cual seguir y adorar, por la sencilla razón de que esta se enfrenta cada día a nuevas tesituras en cada lugar, por lo que de no actualizarse debidamente queda a la zaga de sus necesidades. Esta es la razón por la que muchas veces el movimiento revolucionario ha hecho acopio de una ideología como su arma y brújula, pero según el estado en que la ha recogido, y dado su poco trabajo para adaptarla y/o revigorizarla, solo pudo satisfacer parte, pero no todos sus anhelos y necesidades. Un ejemplo de esto, que vendría como anillo al dedo, sería el Partido Comunista de España (marxista-leninista), que retomó parte de los axiomas abandonados por el PCE y sacó algunas conclusiones importantes sobre el revisionismo moderno, pero conciliando inicialmente con todo tipo de ideologías tercermundistas –castrismo, guevarismo y maoísmo–; y que cuando este intentó deshacerse de ellos tampoco supo atender a la realidad de su tiempo –proclamando dogmas metafísicos como aquel que afirmaba que «la burguesía no podía abandonar el fascismo como método de gobierno»–.
Como dijo Marx, la «Historia» no utiliza a los hombres para cumplir su designio, sino que los hombres hacen la historia, y esta no es otra cosa que el hombre persiguiendo sus objetivos. Bien, entonces cabe decir que, llegados a cierto punto, para poder cumplir tales propósitos el hombre necesita guiarse, y ahí aparece la teoría, que no es otra cosa que el recoger los frutos de su actividad –la práctica–, de la experiencia acumulada. La teoría, obviamente, necesita de un factor humano que la «tramite» y «actualice» para los suyos, de nuevo: no basta con que los hechos se den y su transcendencia aparezca ante nosotros instigándonos a que nos fijemos en ellos por su evidente importancia. Dicho de otra manera: la historia no va a descender y darnos sus conclusiones, debemos sacarlas nosotros. ¿Pero los cambios importantes siempre han sido tan «evidentes» para el hombre? No. Y mejor aún, ¿ha estado el hombre en posesión de sacar las pertinentes conclusiones una vez se da cuenta de cómo va mutando el mundo a su alrededor? A veces no, dado que su tiempo es limitado, sus técnicas rudimentarias o sus conocimientos unilaterales no lo hacen posible aún.
En resumen, claro que la «teoría revolucionaria» existe, pero existe como generalización de las experiencias de los seres humanos, en tanto que es social en un espacio y tiempo dado, por eso va cambiando históricamente, por eso solo es progresista aquella que apunta realmente contra la emancipación real. No es ni puede ser ningún ente autónomo separado de la propia esencia humana. Desde luego si el planeta fuese arrasado y junto a él la vida humana, no habría quién se adhiriera a tal ideología ni asistiríamos a una pugna en el campo político y filosófico por clarificar quién se acerca a la verdad absoluta y quién es un charlatán de tres al cuarto con ínfulas de sabio. Quizás como consecuencia del gris engranaje de la sociedad capitalista y todos sus métodos de alienación, no son pocos los que mantienen de habitual un carácter agnóstico y derrotista, creyendo que entre tanta confusión siempre resultará casi «imposible» distinguir entre ideología revolucionaria y contrarrevolucionaria, por eso, entre reflexión improductiva y sollozos estériles, acostumbramos a encontrarlos identificando con demasiada regularidad a nuestros referentes con los del enemigo, a confundir la bancarrota del revisionismo con la «bancarrota» del marxismo-leninismo; por ello no es extraño que acaben abrazándose a sus enemigos para «superar el marxismo y sus limitaciones».
Está claro, pues, que la revisión de dichos planteamientos clásicos sin justificación conduce a una creencia dogmática pero no científica:
«La revisión de los principios del marxismo, con independencia de su orientación y la época histórica, subvierte las bases científicas del marxismo y se convierte éste en un conjunto dogmático de pensamientos y citas de textos sagrados, es decir, convierte a este sistema del pensamiento científico en una forma de doctrina religiosa, que supera la superestructura del sistema revisionista. De ser la ideología de las masas explotadas, este marxismo hueco se convierte en una herramienta de explotación. Llegados a este punto, el marxismo revisionista, antimarxista, en esencia, se puede dividir en diferentes herejías, en diferentes interpretaciones de lo que se convirtió en una especie de sagradas escrituras, ya que esas interpretaciones dejan de ser científicas y se moldea para adaptarse a las necesidades e idiosincrasia de las nuevas clases dominantes o a los que sirven a las viejas clases dominantes, de acuerdo con la situación histórica concreta». (Rafael Martínez; Sobre el Manual de Economía Política de Shanghái, 2004)
¿Qué, si no la certeza científica de las conclusiones del marxismo-leninismo, es lo que mueve a un revolucionario a mantenerse de forma estoica? ¿Qué, si no la demostración práctica y diaria de la justeza y la necesidad de la revolución como salida a sus penurias, infunde al proletariado la fuerza y la conciencia progresista para llevar a cabo su tarea histórica, aunque esta no esté a la vuelta de la esquina? Por citar unos ejemplos breves que alguien sin conocimientos políticos pueda entender ipso facto, ¿es cierto que, como concluyó el marxismo, el capitalismo engendra monopolios económicos y que estos marcan la agenda político-económica? Obviamente, cualquiera que tenga algo de honestidad y esté informado, sabrá que esto sigue siendo una ley social que recorre los sistemas capitalistas de todos los países sin excepción. ¿Es posible la superación del capitalismo y las injusticias o calamidades que produce una sin lucha de clases, mitigándola? Imposible. ¿Necesita la clase explotada hacerse conocedora de su fuerza para organizarse para derrocar y someter a la vieja clase dominante? En efecto. El marxismo, basándose en la historia y no en sus apetencias anunció que según marcaba el desarrollo humano no existe experiencia alguna que pueda eludir estas cuestiones, es más, todas las experiencias del siglo XX demostraron que para que se den tales pasos estos requisitos son necesarios.
¿Es el marxismo una «izquierda» más?
En lenguaje político, el término «izquierda» y «derecha» se utilizaban respectivamente para mostrar una posición más progresista o conservadora respecto a una ideología o postura concreta. Dentro del marxismo el binomio «izquierda» o «derecha» también se ha utilizado, pero ha de saberse en qué se está a la izquierda o derecha y respecto a qué. Por ejemplo, la socialdemocracia estaría más a la izquierda que el liberalismo, pero más a la derecha que el anarquismo. Esto no son sino conceptos del lenguaje, herramientas que nos ayudan a comprender mejor ciertas realidades objetivas, y es que por mucho que estás se vayan moviendo, hay que tener unos parámetros para registrar tal movimiento. En la tradición marxista, por ejemplo, cuando se habla de desviación de «izquierda» o «derecha», normalmente se refiere a algo que se escora fuera del eje central que dicta su corpus ideológico, conclusiones que no han sido generadas de forma subjetivas, por gusto, sino por medio de comprobaciones sociohistóricas, científicas. Generalmente, cuando se habla de «desviaciones derechistas» nos referimos a tendencias como realizar concesiones ideológicas hacia el enemigo, a su adaptación, a pecar de una relajación de la disciplina individual o de grupo. Por contra, cuando hablamos de «desviaciones izquierdistas» solemos referirnos a maximalismos de o todo o nada, a cuando se intentar encajar mecánicamente una situación del pasado con una actual que no tienen nada que ver, a no saber calibrar nuestras fuerzas y las del contrario. Es cierto que la primera se suele identificar con el reformismo y el posibilismo político, mientras la segunda casa mejor con el anarquismo y el aventurerismo político. Huelga decir que quien conozca al anarquismo sabrá lo poco disciplinado que es, así como cualquier que sepa cómo se las gastan en las filas reformistas conocerá que el exceso de optimismo bien puede ser una de sus señas perfectamente. Conclusión: ningún movimiento político es plenamente de «izquierda» o «derecha» en lo ideológico en todos sus aspectos; ningún grupo pseudomarxista sufre solo de desviaciones «izquierdistas» o «derechistas», aunque, como en todo, se tiende más hacia uno u otro lado. Pero de ahí a negar los ejes conceptuales de la ciencia política hay un abismo.
Al marxismo, como ideología abanderada de los movimientos obreros del siglo XIX se la englobó rápidamente con los movimientos políticos de izquierda. Nosotros no traficamos ni especulamos por lo que ha de considerarse «izquierda» en nuestra época. Si identificamos el término «izquierda», como también se ha venido haciendo históricamente, como sinónimo de progreso, y a este, como superación de la sociedad actual, hay que ser concisos en el análisis para no dar lugar a equívocos, puesto que no podemos caer en el juego de otras corrientes antimarxistas conocidas por su cariz conciliador. Para los nuestros, la única «izquierda» verdadera, la única «izquierda» revolucionaria, que está con la clase obrera y el resto de las capas trabajadoras y útiles de la sociedad, la única corriente que además representa sus intereses de forma real –científica–, y honesta –sin ocultar sus errores–, es el marxismo, socialismo científico o como guste, el nombre es lo de menos. Y este tiene un nudo troncal muy definido que no puede ser disimulado. La cuestión es, pues, aprender a distinguir su esencia de su interesada adulteración.
Es esta doctrina y no otra la única capaz de presentar una alternativa real y seria. Dado que no puede haber dos verdades, el ser humano que quiera emanciparse a sí mismo y a los suyos del sistema capitalista no podrá adoptar dos ideologías para tal fin. ¿Simple, no? Las demás llamadas «izquierdas», aunque puedan contar con individuos bienintencionados que crean que actúan y reflexionan por el progreso de la humanidad, no sirven. Como mucho –en ocasiones– se acercarán a conclusiones certeras, pueden acaudalar unas inclinaciones progresistas, pero arrastran formas de organizarse, pensar y actuar de las ideologías premarxistas o antimarxistas que las convierten en inútiles para nuestros elevados propósitos. Contienen rasgos utópicos cuando no reaccionarios que los hacen incompatibles para el hombre de ciencia.
Alojar sin más al marxismo bajo el ambiguo abanico de las «izquierdas», un término gastado hasta la saciedad y referido con tanta facilidad a todo tipo de corrientes burguesas y pequeño burguesas, es oportunismo, una falta de respeto y una manifestación que borra las diferencias entre dichas corrientes y el único pensamiento genuinamente científico –puesto que no son sino sucedáneos de la filosofía idealista, la cual no puede hacer ciencia sino pseudociencia, mitos, y en no pocas ocasiones ideología religiosa–. En consecuencia, pensar que es indispensable salvaguardar dicha «alianza entre las corrientes de izquierda», participar de las intenciones de rehabilitación ideológica y colaboración de clases de la mano de otros oportunistas, constituye una estrategia contrarrevolucionaria, y nosotros no nos adherimos a mezclar agua y aceite, ni a extraviarnos por senderos pantanosos. Esa neta diferenciación debe existir ahora y siempre. La confusión ideológica solo enmaraña el progreso que ha de venir. Por eso, precisamente, toda alianza temporal o coyuntural que no tenga en cuenta esto no ha hecho avanzar a las fuerzas revolucionarias sino desacreditarse, ser absorbidos por terceros.
Sabido esto, podemos comprender muy fácilmente que el desvanecimiento progresivo de las fuerzas marxistas a mediados del siglo anterior, y por ende, la confusión y desorganización de sus representantes −no solo políticos, sino historiadores, filósofos, economistas y otros−, es lo que comúnmente nos encontramos según comienza la nueva centuria. A partir de entonces, era habitual encontrar marxismo mezclado con todo tipo de corrientes ajenas: a) ideas políticas ajenas al mismo: socialdemocratismo, anarquismo, trotskismo, feminismo, maoísmo; b) modelos económicos: keynesianismo, autogestión, mutualismo; c) sistemas filosóficos: neokantismo, neopositivismo, Escuela de Frankfurt, existencialismo, posmodernismo, etcétera. Por eso, hoy día, casi supone igual motivo de sospecha reivindicarse «marxista» como reivindicarse de «izquierda», esto es algo que a nosotros no nos dice nada, salvo una simpatía o una promesa vaga de compatibilidad, y dado que no nos movemos por actos de fe ni por el número de simbología, sencillamente no debemos fiarnos, y el lector haría bien en hacer lo mismo.
¿Cómo debemos sopesar los personajes históricos?
«Respuesta: El marxismo no niega, en modo alguno, el papel de las personalidades eminentes, como tampoco niega que los hombres hacen la historia. (...) Naturalmente los hombres no hacen la historia obedeciendo a su fantasía, como les viene a la cabeza. Cada nueva generación encuentra condiciones determinadas, ya dadas cuando ella aparece. Y el valor que representan los grandes hombres depende de en qué medida saben comprender estas condiciones y cómo modificarlas. (...) Si quieren modificarlas según su fantasía, hacen el Quijote». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Entrevista con el autor alemán Emil Ludwig, 1931)
El socialismo científico, póngasele la etiqueta que se quiera, requiere de objetividad, de la aplicación de un método de análisis despojado de sentimentalismo y sofismas. La construcción de una sociedad sin clases pasa por la crítica desgarrada de las experiencias pasadas, pasa, necesariamente, por el aprendizaje de los errores de los que fracasaron, por una distinción nítida de los principios ideológicos que abrazamos frente a los que rechazamos, razonando en todo momento su porqué. Y, desde luego, para conseguir esta ardua gesta, la sacralización del individuo, «mártir inmaculado» u «hombre falible», constituye uno de los mayores obstáculos.
El incesante discurrir, los nuevos procesos, el propio progreso en el conocimiento científico son factores que implican una mejora en los métodos de investigación, la necesaria aplicación de unas lecciones a tener en cuenta. Negarse a establecer tales mejoras es estancarse en modelos que ya solo conocen una parte, que bien puede haber quedado obsoleto. ¿Se entiende que peligroso es esto? Los bolcheviques no podían extraer lecciones de una experiencia duradera en el poder, ya que lo máximo que habían conocido era la experiencia de la Comuna de Paris de 1871. Nosotros, en cambio, hemos visto al comunismo alzarse sorprender al mundo y caer luego estrepitosamente. ¿A quién corresponde sino a nosotros analizar tal curso? ¿O en serio queréis que se lo dejemos a los filósofos de la «posverdad»? ¿A los dirigentes que prefieren «una España facha que rota»? ¿A los que dicen que «las guerras y las desigualdades solo terminarán cuando manden las mujeres»? ¿O a quienes hablan en el demagógico tono «obrerista» pero portan una estética y comparten gustos con los fascistas más desacomplejados?
Bien cierto es que cuanto más se acerca uno a la admiración más peligro tiene de alejarse de la comprensión de la figura que tiene delante. Algunos no aceptan como posible que un personaje veterano y experimentado acabe siendo un traidor, que acabe reconciliándose con los jefes e ideas de las corrientes que antaño combatía, aunque ejemplos históricos los hay a pares: Pablo Iglesias Posse, Plejanov, Kautsky, todos ellos pasaron de ser marxistas a ser antimarxistas. Y cuando nos referimos a antimarxismo debemos realizar una aclaración. Todo marxista puede cometer fallos y estar en una posición incorrecta sobre uno o varios temas, consciente o inconscientemente. Esto es fruto de las propias limitaciones de conocimiento del ser humano. Un marxista bien será el mayor erudito en muchos campos y un absoluto zopenco en muchos otros, por eso es muy importante saber que se estudia y para qué, intentar limar las aristas del conocimiento en campos clave. La cuestión es evaluar si las posturas falsas han sido fruto del desconocimiento o una evaluación mal realizada. Dependerá mucho si es una cuestión de primer, segundo o tercer orden donde se desvía. Ahora, eso no tiene nada que ver con abdicar completamente de todos y cada uno de los axiomas, pues eso no es relajarse o errar, es directamente desertar de las filas revolucionarias. Evidentemente, existe un punto de no retorno, lo que se conoce popularmente como «Cruzar el Rubicón».
Estimulados por el clásico sentimentalismo, muchos creen que estas figuras, por tener un gran currículum revolucionario o por haber sufrido la represión de primera mano, pueden ser exoneradas de todos los errores que cometieron. Sin duda, sus seguidores más fanáticos les han perdonado y les perdonan todo, pero nosotros no evaluamos a las figuras con ese baremo tan condescendiente. No vamos a detenernos a explicar las causas generales y específicas que hacen degenerar a una persona, pues depende tanto del ambiente como de la personalidad del sujeto, solo decir que hay varios casos históricos que confirman que ese proceso de degeneración puede ocurrir y tenemos varios casos confirmados. De manera que es necesario refutar de una vez por todas aquello de que «no se puede criticar a X dirigente porque es un viejo revolucionario» que lleva luchando desde tiempos «inmemorables» y ha hecho esto y ha hecho lo otro. La existencia de un dirigente durante un período más o menos glorioso de un partido, sus habilidades personales puestas a favor de una causa en el pasado, no le exime de los errores de entonces ni de las presentes desviaciones políticas que pueda manifestar.
Si siguiéramos esa máxima tan estúpidamente piadosa, no podríamos criticar a Jruschov por haber militado en el Partido Bolchevique durante los años 30 y por haber criticado al trotskismo y al bujarinismo que luego él mismo recuperaría; ni a Ramiz Alia por haber militado en el Partido del Trabajo de Albania de los 70 y haber criticado al titoísmo y el maoísmo que él mismo haría suyo. Y, damas y caballeros, así podríamos citar una larga lista de ejemplos que todos sabemos o deberíamos saber.
Así, pues, que un elemento haya sido autor o coautor de artículos, tesis, programas de un partido que estaban dentro de los marcos del marxismo no supone nada determinante para analizar cosas posteriores. Tampoco es determinante saber si sus posiciones pasadas fueron realizadas por una férrea convicción de aquel entonces o por una decisión individual que simplemente se atenía a la línea general de entonces por conveniencia, eso no influye demasiado a la hora de discutir y criticar los errores posteriores que esa figura encabezaría. Los grandes servicios prestados siempre deben de ser encuadrados sobre la base del partido existente, y siendo conscientes de que la línea política no es obra de una individualidad buena o mala, sino ante todo de la dirección colectiva, por tanto, habrá figuras que por más que cosechen méritos en algunas posturas correctas del pasado, eso no le hace estar libre en modo alguno de la responsabilidad de haberse desviado políticamente después, mucho menos si ha ejercido altos cargos mientras ha llevado al partido al desfiladero del revisionismo. Al contrario, hay que buscar en los primeros errores del pasado el nexo para entender las desviaciones del futuro como lección que nos permita no volver a permitirlas.
Esto que decimos a muchos les puede sonar una verdad demasiado elemental pero desafortunadamente a nivel general no lo es, por eso no está de más repetirlo. A veces lo obvio y sencillo se olvida con suma facilidad.
«Sí, Marx y Engels se equivocaron mucho y con frecuencia en cuanto a la proximidad de la revolución, en cuanto a las esperanzas cifradas en la victoria de la revolución. (...) Pero semejantes errores de los gigantes del pensamiento revolucionario que trataban de elevar y supieron elevar al proletariado del mundo entero por encima de las tareas pequeñas, habituales, minúsculas, son mil veces más nobles, más majestuosos e históricamente más valiosos y auténticos que la vil sabiduría del liberalismo oficial, que canta, evoca, clama y proclama la vanidad de las vanidades revolucionarias, la esterilidad de la lucha revolucionaria y la magnificencia de los delirios «constitucionales» contrarrevolucionarios». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Prefacio a la traducción rusa del libro correspondencia de J. F. Becjer, J. Dietzgen, F. Engels, K. Marx y otros con F. A. Sorge y otros, 1907)
Alguien que camina sin evaluar sus pasos no puede llegar a su destino
«[Marx] se entregó al desarrollo intelectual de la clase obrera que, con casi total seguridad, sería resultado de la acción combinada y la discusión mutua. Los propios eventos y vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas incluso más que las victorias, no pudieron evitar recordar a los hombres la insuficiencia de sus panaceas preferidas, y pavimentar el camino para una comprensión más completa de las verdaderas condiciones de la emancipación de la clase trabajadora». (Friedrich Engels; Prólogo a la edición rusa del Manifiesto Comunista, 1882)
Preguntar–y dar respuesta– sobre los fenómenos naturales o sociales es el deber de todo revolucionario. La pregunta implica que el individuo reconoce sus dudas y debilidades, sí, pero también su voluntad de saber, su aspiración a forjar una defensa o ataque consciente sobre algo o alguien. La respuesta bien articulada es la prueba de que el sujeto ha hecho un trabajo previo, que ha adquirido una competencia que le permite demostrar que no actúa por inercia o por creencias tradicionales de dudoso sostén. Puesto que nuestro conocer es finito, las preguntas y dudas son algo que recorrerán la vida del individuo mientras esta dure. A esto deberíamos añadir una nota, una cuestión que los «nietzscheanos» parecen olvidar sobre los «genios»: el sujeto puede ser netamente superior a otro u otros en un campo específico, pero, ¿significa esto que no puede equivocarse en su tema fetiche? ¿Significa que no existen otros sabios que puedan contradecirle? Inevitablemente, el que es especialista en uno o varios campos es ignorante en muchos otros, dado que la capacidad de conocimiento para el ser humano en una sola vida es limitada. Por tanto, este «astro», por mucho que alumbre a sus satélites, siempre necesitará «la luz de otro astro» en otro campo.
El hombre que trata de partir de una cosmovisión científica estudia el punto de partida y la dirección de los fenómenos vivos, pues sabe que sin intentar acercarse al todo no puede realizar una radiografía fiable del cuadro que tiene delante –todo lo contario al positivismo que registra los hechos y los toma como algo congelado que debe volverse a producir de forma mecánica–. En qué medida lo logre le permite ser un vector transformador –revolucionario– del estado de las cosas existentes. En cambio, el que actúa antes de reflexionar y afirma antes de confirmar es preso de una suerte de casualidades y tesis falsas que giran a su alrededor y que, en el supuesto más afortunado, pueden conducirle a emitir conclusiones acertadas, aunque sin saber explicar bien cómo ha llegado a ellas. Esto es normal, pues las más de las veces tal posición ha sido reproducida en base a la repetición mecánica de argumentos tradicionales, cuando no a una casualidad o favoritismo especial. En consecuencia, este segundo sujeto jamás podrá ser transformador de nada porque parte de una forma de conocer endeble. Ante los próximos fenómenos que se sucedan no será, ni mucho menos, garantía de nada, ya que actúa por impulsos, sentimentalismo o mitos.
Si somos honestos, en las organizaciones políticas que han pasado a lo largo de la historia en España, incluso la de los partidos proletarios, ha predominado el seguidismo ciego, bien por oportunismo, bien por fanatismo. Esto ha supuesto arrastrar formas de organización y consciencia más propias de tiempos primitivos. Formas similares a las de los viejos patrones de clientela íberos, bajo los que, por ignorancia o necesidad, los sujetos debían mantener una defensa a ultranza de los diversos jefes como única alternativa para sobrevivir y/o ascender en el escalafón de una comunidad fuertemente jerarquizada. La diferencia entre un marxista y un revisionista es que el primero no tiene miedo a la verdad ni a la crítica de sus figuras, mientras el segundo parece haber jurado una especie de «devotio ibérica». Por lo que, aunque existan evidencias firmes de que ha tomado un camino equivocado, el revisionista estará dispuesto a seguir a su líder e incluso a inmolar su vida por él, en un acto tan honorable como estúpido. El alumno marxista siempre debe tratar de superar a su maestro con sus acciones, y no aspirar a ser el mejor adulador de su recuerdo.
Como sabemos, uno, dos o tres dirigentes, por muy excelsos que sean en su desempeño, no pueden dirigir un partido comunista cuando adquiere un tamaño medio. La sobrecarga de trabajo y responsabilidades hace que estos cuadros sufran situaciones de bajo rendimiento, irritabilidad, desmoralización, gran fatiga e incluso enfermedad. La falta de cuadros conduce al partido a su liquidación. Si las piezas clave que por la edad, degeneración ideológica, enfermedad o muerte desaparecen no son remplazados debidamente, acaba desapareciendo también el partido, tan simple como eso. De ahí la necesidad ininterrumpida de la formación de nuevos dirigentes, de elevar el nivel ideológico general, llevar un control en base a las normas colectivas del partido, ejercitar la crítica y la autocrítica para poner freno a las tendencias regresivas y otras «leyes» del funcionamiento partidista que se conocen, pero generalmente no se aplican como se debiese. Si no se cumple a rajatabla con esto, que también es responsabilidad de cada militante, no nos podemos quejar de que tarde o temprano elementos tan increíblemente mediocres como oportunistas de la talla de Jruschov, Alia o Marco acaben liderando los respectivos partidos comunistas, ¿cómo no va a ocurrir si el resto se lo ponen tan fácil? Siendo justos, si estos partidos se convirtieron en mediocres fue, en gran parte, porque estaban liderados por mediocres, pero también porque existía una base pasiva que permitió a estos pigmeos mantenerse en el poder. Una vez se consolidan este tipo de liderazgos gracias a la inoperancia de la base, lo tienen fácil para silenciar, expulsar e incluso liquidar los pocos cuadros críticos con el revisionismo dirigente.
De hecho, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que sospechoso es aquel que no sabe ver accidentes, equivocaciones y malas decisiones en la historia de sus referentes, pues estamos ante un ignorante o un exaltado. Es deber de los revolucionarios de cada país, como mínimo, hacer una evaluación crítica de sus experiencias más próximas para no repetir los mismos tropiezos. ¿Debemos repetir los discursos del «hegelianismo de izquierda» de Marx y Engels sobre los pueblos sin historia y demás epítetos que ellos mismos acabaron corrigiendo? ¿No fue Lenin quien se autocrítico por promulgar el boicot al parlamentarismo cuando no se daban las condiciones, no fue él quien teorizó un tránsito pacífico al socialismo en 1917 cuando reconocería poco después que en aquel momento era imposible? ¿No fueron Lenin y Stalin quienes reconocieron haberse equivocado sobre la utilidad de la federación administrativa para resolver la cuestión nacional y acercar a los pueblos? ¿No reconoció Dimitrov haberse dado cuenta tarde de la transcendencia y superioridad de los «bolcheviques» rusos en comparación con los «socialistas intransigentes» búlgaros? ¿No fue el propio Hoxha quien reconoció no haber estado lo sufrientemente rápido en detectar el carácter nocivo del titoísmo, de hacerle concesiones posteriores, pese a ser conocido como uno de sus más firmes opositores, misma historia que ocurrió con el jruschovismo y el maoísmo? Como se ve, todas las figuras magnas del marxismo-leninismo cometieron patinazos de mucho calado, en muchas ocasiones ellos mismos fueron capaces de detectar sus deficiencias y actuar en consecuencia, en otros casos, es tarea de sus sucesores tratar de prestar atención a sus limitaciones sin que ello signifique hacer de menos su gran obra.
Una visión historicista de la naturaleza y el mundo de los hombres es un rasgo obligado para el marxista, para el individuo de ciencia. Esto no significa perdernos en un inabarcable estudio bibliotecario, acumular un saber enciclopédico y rescatar para la actualidad sucesos sin relevancia o exento de análisis alguno, sino muy por el contrario, se debe estudiar a la historia lejana y reciente para traerla a la palestra del panorama actual con fines transformadores, para tener una brújula por la que caminar más seguro.
Por ejemplo, nosotros dejamos claro en nuestro estudio con la documentación pertinente que en el Partido Comunista de España (marxista-leninista) de 1964-1985, había mucha ilusión, mucho trabajo hasta la extenuación, mucha pasión, pero faltaba una certera formación ideológica, los medios a disposición no eran como ahora que existe una gran cantidad de acceso a la información, pero eso no era excusable viendo otras experiencias partidistas donde con menos acceso cultural de las masas consiguieron mayores logros. El seguidismo y el sentimentalismo fue la marca y seña de la militancia durante muchos momentos, yendo a la zaga de los acontecimientos, y eso conduce a que cuando las figuras clave van cayendo, el partido sea manejado por elementos volubles, que claudican y cambian de línea política constantemente, traicionando los principios.
Quien no está dispuesto a aprender se autolimita solo
«No creamos que la ortodoxia significa aceptar todo como artículo de fe, excluir las metamorfosis críticas y el desarrollo ulterior, que la ortodoxia permite encubrir los problemas históricos con esquemas abstractos. Si existen discípulos ortodoxos incursos en estos pecados de verdadera gravedad, la culpa recae totalmente sobre ellos, y no sobre la ortodoxia, que se distingue por cualidades diametralmente opuestas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Algo más sobre la teoría de la realización, 1899)
Este defecto, tan común hoy, explica entre otras cosas, que los supuestos marxista-leninistas todavía crean que no existen errores en los viejos procesos ni en las viejas figuras del movimiento, ven su desarrollo como una línea recta de victorias, y de tal forma se convierten en seres tan nostálgicos como inocuos para el enemigo. En otros casos, ante no poder refutar ciertas evidencias negativas de los procesos históricos, simplemente achacan los errores a causas ridículas para librar a sus partidos y figuras de la responsabilidad. Otros tantos tratan de minimizar la transcendencia de dichos errores en pro de no emprender un arduo trabajo de investigación para rectificarlos. De otro lado, hay quienes cuando empiezan a conocer los defectos de las viejas experiencias o comienzan a ser conscientes de las verdaderas dificultades del presente caen en la depresión política, al poco desertan y algunos se convierten en renegados, incluso en abiertos anticomunistas. ¿Y cuál es la razón de fondo? Pues, en realidad, les parece muy complejo, muy duro emocionalmente hablando, el tratar de estudiar y comprender de dónde nacieron los errores y saber cómo remediarlos sin perder la compostura. Piensan místicamente que el «honor del movimiento está mancillado», pierden la fe en el ser humano y creen que la situación difícil que atraviesa el movimiento es casi imposible de revertir. Se caracterizan por operar de forma derrotista, como si los desatinos del pasado se cargasen sobre los hombros de las nuevas generaciones, como una especie de «pecado original» del cual deben pagar tributo una y otra vez por haber «fallado a la humanidad», pero estos han de saber que esto solo ocurre si no se tienen en cuenta debidamente de las lecciones anotadas. Pero, claro, para aprender la lección primero hay que estudiarla y asimilarla dedicándole energías y tiempo, el problema es que ellos desperdician ambas en espetar y acumular nuevos quejidos y gimoteos, porque, como grandes metafísicos, se fijan en el aquí y el ahora, no en el futuro, dan por hecho que la historia será tal y como transcurre hoy, en resumidas cuentas, se centran en los obstáculos no en lo que pueden hacer para superarlos.
Es más: no se puede consolidar la unión de los revolucionarios actuales si estos no sacan las lecciones pertinentes de la caída de los viejos partidos y países de referencia, extrayendo sus aspectos positivos y negativos, ya que habrá un vacío en cuestiones de peso, que será el hueco perfecto para las luchas fraccionales e ideológicas. En caso de omisión de tal deber histórico como es evaluar su propia historia, los revolucionarios estarán condenados a repetir los mismos fallos que sus predecesores de forma eterna.
«La historia del socialismo y de la democracia en la Europa occidental, la historia del movimiento revolucionario ruso, la experiencia de nuestro movimiento obrero, he aquí el material que debemos dominar para crear una organización y una táctica eficaces para nuestro partido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Nuestras tareas inmediatas, 1899)
Expliquemos una vez más la importancia cardinal de toda esta cuestión de la necesidad de las investigaciones históricas del movimiento obrero.
Hoy nos encontramos con que la mayoría de partidos y autodenominados partidos –que en realidad no pasan de ser muchas veces grupúsculos de clubs de amigos y/o nostálgicos de algunas siglas– no se interesan por analizar las causas del flujo descendente del movimiento marxista-leninista internacional.
1) A unos no les interesa el estudio las figuras y movimientos nacionales e internacionales marxista-leninistas, es más, generalmente se cubren falsamente bajo sus ideas y mitos, reivindicando su legado de manera formal, pero sin ser fieles a sus lecciones, otras veces aceptando sus mismos errores por no analizarlos y en algunas ocasiones directamente adoptando como referentes a falsos marxistas y a experiencias revisionistas. No hablemos ya de cuestiones del movimiento marxista-leninista de un pasado lejano porque los ignoran absolutamente, a veces su indiferentismo es tal, que también alcanza hasta el punto de mirar hacia otro lado en torno a fenómenos recientes de mayor o menor calado.
2) Existen otros que incluso si centran aunque sea un breve tiempo de su actividad en analizar ciertos fenómenos sobre el revisionismo contemporáneo y las causas de su triunfo sobre el marxismo-leninismo, pero ha de hacerse un apunte: al no tener interés en cómo se ha llegado a varios de los desastres que han posibilitado la hegemonía del revisionismo en el movimiento proletario, los análisis y las conclusiones sobre los grupos antimarxistas del presente tampoco son del todo correctos porque no se sabe detectar el origen de estas desviaciones.
3) Luego hay quienes realmente si tocan temas del pasado y presente movimiento marxista-leninista, pero muchos de estos se contentan con realizar breves análisis de denuncia de que este u otro partido es revisionista, o esta u otra figura es oportunista, pero sin explicar a sus militantes y simpatizantes el porqué de tal afirmación, cayendo en análisis reduccionistas, doctrinarios y esquemáticos, que poco menos que pretenden obligar a la militancia a seguir estas afirmaciones sin tener conciencia real sobre porqué se dice tal cosa, esa incapacidad creativa es lo que muchas veces lleva a copiar las opiniones de otros o directamente a caer en las mismas desviaciones de las que se quejan de algunas corrientes revisionistas que fustigan, el seguidismo a ciegas, el afirmar sin corroborar la veracidad de lo que se pone sobre la mesa confiando en que ya antes lo ha pronunciado alguien. Metodologías que nacen de la no comprensión real de lo que dicen denunciar y de los métodos de concienciación que propone el marxismo.
No podemos ser presos del pasado convirtiéndonos en unos idólatras nostálgicos, ni tampoco unos desagradecidos y desmemoriados que reniegan de nuestras raíces.
¿Por qué el análisis idealista no sirve para evaluar la historia y extraer lecciones?
«El movimiento... es, por su propia naturaleza, internacional. Esto no sólo significa que debemos combatir el chovinismo nacional. Esto significa también que el movimiento incipiente en un país joven, únicamente puede desarrollarse con éxito a condición de que haga suya la experiencia de otros países. Para ello, no basta conocer simplemente esta experiencia o copiar simplemente las últimas resoluciones adoptadas; para ello es necesario saber asumir una actitud crítica frente a esta experiencia y comprobarla por sí mismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
En este ámbito, incluso cuando los revisionistas pretenden defender una figura clásica del marxismo-leninismo, lo hacen desde posiciones que demuestran que su afinidad por dicha figura es más sentimental y circunstancial, que real y racional. Cometen desviaciones de derecha, como presentar a sus figuras como liberales, hasta desviaciones de izquierda, como es tratar de exonerar fanáticamente de cualquier error a dichas figuras.
He ahí el peligro de personajes oportunistas, como el hindú Vijay Sigh, quienes piensan que todo lo producido por los partidos comunistas del mundo bajo era de Lenin y Stalin era correcto, tienen así concebidos el don de la «infabilidad papal». Tienen fe en que porque fueron productos y partícipes de las «épocas doradas» no tienen réplica posible, como si, de forma ideal, dijésemos que dichos períodos hubieran sido un todo armonioso de desarrollo interno, ignorando –de forma además muy metafísica– las luchas desarrolladas en campos como la economía, historia, filosofía, biología, arte o lingüística dentro de la propia Unión Soviética. ¿Quieren ejemplos breves para saber de qué estamos hablando?
En el frente filosófico: ¿qué fueron entonces las luchas contra el «idealismo menchevizante» de Deborin y posteriormente el «objetivismo burgués» y «eclecticismo» de autores como Aleksándrov, Yudin o Mitin? En el campo de la historia: ¿no hubo una severa condena tanto hacia el chovinismo como hacia el cosmopolitismo? ¿No se combatió tanto las distorsiones del «materialismo económico» de la Escuela de Pokrovsky como los errores no menos grotescos de varios de sus opositores, como Yakovlev y Tarle que pregonaban una vuelta al chovinismo ruso? En el arte y la música: ¿qué fueron las luchas contra Prolekult y RAPP o, tiempo después, contra el formalismo? En el frente económico; ¿no se llevó a cabo una larga refutación de las teorías antimarxistas de Bujarin, Varga o Voznesensky? En el frente político; ¿no podemos hablar de una cierta influencia de Zinoviev, Trotski, Bujarin y muchos otros tanto en el Partido Bolchevique como en la Internacional Comunista? En la biología y la lingüística; ¿y qué hay de las críticas que en sus últimos años recibieron figuras oficiales hasta entonces de suma referencia, como Lysenko o Marr? ¿No es cierto que estas corrientes y sus cabecillas dirigieron e incluso hegemonizaron sus respectivos campos durante años hasta que se puso fin a su reinado? ¿No fueron criticados tanto por sus teorías falsas como por su monopolio y censura hacia sus competidores? ¡¿Cómo se puede defender que todo lo dicho y hecho en la URSS en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia es modelo a seguir sin más?! Si algo muestra la historia es que hubo un duro trabajo para desalojar de puestos de poder e importancia a líderes que controlaban o deseaban introducir su mercancía pseudomarxista, situaciones complejas donde se tardó mucho tiempo en darse cuenta del papel nefasto que cumplían o en las que, directamente, no se tenía fuerza suficiente para derribarlos con garantías. Todo esto, claro está, si ignoramos los errores que jamás fueron corregidos.
Otra de las técnicas antimarxistas para evaluar los hechos históricos es aquella de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», fórmula que acostumbró a introducir en sus análisis autores como el alemán Bill Bland, y que hoy reproducen pseudohistoriadores como Olarieta y Roberto Vaquero. Esta técnica se reduce al absurdo metafísico de que si una figura es enemiga del villano principal de la historia, debe de tratarse de un héroe, y viceversa, no se estudia nada más, ni fuentes directas ni indirectas, todo se reduce a ese simplismo. Así, tienen el valor de presentar a autores como Beria, una de las víctimas por las luchas de poder en 1953 como un «mártir de la lucha contra el revisionismo», misma evaluación se hace de figuras como Malenkov o de Mólotov porque en 1957 intentaron destituir a Jruschov y su grupo, pero se olvidan de comentar no solo las deficiencias que arrastraban estas figuras, que habían sido criticadas en varias ocasiones, sino su propia actuación antes de ser apartados por Jruschov. Muchos de ellos fueron los que permitieron y colaboraron a partir de 1953 para crear tanto en la URSS como fuera de ella el llamado «nuevo curso», alimentaron teorías y discursos claramente antistalinistas, así como la rehabilitación de los desviacionistas, como demuestra la documentación hoy existente. En el caso de Malenkov o Mólotov colaboraron directamente en la línea del XXº Congreso del PCUS de 1956, pero insistimos, el problema es que estos autores no se han molestado en investigar lo más mínimo. Considerar como «grandes marxistas» que siempre se mantuvieron «fieles al marxismo» a estas figuras es una desfachatez, es ignorar toda su biografía y toda la documentación que certifica que se habían convertido como bien dijo Enver Hoxha, en «cadáveres del bolchevismo».
Otra variante de esta forma burda de abordar la historia es la del revisionista alemán Wolfgang Eggers, donde para él las figuras como Stalin o Hoxha son seres mesiánicos, libres de todo error a sus espaldas, algo en lo que el propio Bill Bland también caía con facilidad. Es más, cuando se reconoce algún error o política dudosa de la URSS o Albania siempre lo reducen a conspiraciones reales o ficticias contra sus héroes, dando a entender que estos líderes siempre estaban en minoría en todos esos asuntos, viviendo casi secuestrados o manipulados por los astutos revisionistas emboscados, lo cual es absurdo, ya que tuvieron una autoridad casi incontestable en la mayoría de períodos. Este sendero nos conduce a tener mucha devoción, pero poco aprendizaje. Aquellos para quienes los clásicos del marxismo-leninismo siempre fueron responsables de los méritos y las victorias del movimiento, pero nunca de los errores o deficiencias; estos historiadores tienen un patrón de pensamiento que simplemente supone aceptar una versión idealizada, casi religiosa de la historia. Por ello pseudomarxistas como Wolfgang Eggers no emiten una sola crítica razonable hacia la URSS de Stalin (1924-1953) o la Albania de Enver Hoxha (1944-1985), motivo por el cual son incapaces de comprender, explicar y convencer sobre las causas de la degeneración de ambos sistemas, con lo que su relato se resume a simplificar todo a la aparición de «maléficos personajes» como Jruschov o Ramiz Alia que chafan un desarrollo presuntamente armónico con la desaparición de las figuras aduladas. Así de simple y mecánico explica la historia esta gente. Héroes incomprendidos versus oportunistas ocultos de espíritu arribista, y en mitad de ellos una masa amorfa. Curiosamente, así presentaba la situación fatalista en sus esquemas mentales el artista albanés Kadare, el cual poco después se convirtió en un intelectual anticomunista que también renegó de Hoxha, al cual antes había endiosado. Esta es la misma razón por la que este tipo de sujetos no saben defender los méritos de estas figuras ante los anticomunistas, ya que simplemente no procesan la información, la absorben sin más discusión, y justifican las contradicciones que en otros casos condenarían sin pensarlo. Se mueven por filias y fobias, no por un pensamiento racional.
Otra serie de falsos eruditos serían los historiadores maoístas como Ludo Martens o Grover Furr, los cuales mantienen posiciones análogas. Ellos también están de acuerdo con la teoría del «rey secuestrado en su propio palacio» para solventar los posibles errores de la experiencia soviética, lo original de su verborrea es que tratan de presentar que Stalin y sus compañeros como unos liberales, según ellos, mantuvieron posicionamientos tan «democráticos» que los presentan como seres tan revisionistas como ellos. Estos autores defienden ideas tan surrealistas como que Stalin y Zhdánov pensaban disolver el partido y regirse solamente por los soviets, según el ideario anarquista; que el partido en la etapa socialismo debía de ser solo un mero «orientador ideológico-cultural» pero no inmiscuirse ni en la economía ni en la política, como teorizaban los titoistas; o también, que deseaban la creación de otros partidos y un multipartidismo en el socialismo, al gusto de maoístas y trotskistas. Falacias todas ellas sin fundamentar y fácilmente contrastables tanto en documentos oficiales como no oficiales. La razón de estas diversas especulaciones sin respaldo alguno o directamente invenciones, es pretender inocular su concepto de partido comunista y el rol que, según ellos, debería tener en una nueva sociedad.
La clase social no determina unívocamente el carácter de una persona y, por ende, no determina su personalidad. Por mucho que las circunstancias que rodean el desarrollo de un ser humano vengan dadas, en última instancia, por la sociedad, el crecimiento de un individuo viene determinado por una infinitud de factores que, por mucho que se remitan a la clase social de la etapa histórica en la que existe, no son un calco de esta. Una caída, un accidente, una amistad, el desarrollo neurológico, una alergia... todos estos factores moldean a la persona de formas que se le escapan a estos mecanicistas. Es por ello que no podemos hablar de que surgirá un «nuevo X» únicamente porque existan personas con un cierto carisma o talento que se desarrollan en un contexto geográfico social e histórico que nos recuerde a alguna de las grandes revoluciones del siglo XX. Estos factores pueden darse y esa «gran personalidad» no desarrollarse. Ese Lenin puede acabar siendo un Mussolini o desligarse de la política para el resto de sus días.
Si el fascismo –y todo idealismo– habla reiteradamente sobre las «grandes figuras» y «genios de la historia» –con demasiado celo–, los materialistas vulgares tipifican que para que estos hombres aparezcan basta con que exista una intranquilidad social o una tradición revolucionaria entre el movimiento de los trabajadores. Pero nada más lejos de la realidad. No solo no solo toda crisis desemboca en una revolución, sino que a veces ni siquiera sirve para estimular la creación de grandes dirigentes. Del mismo modo los méritos y glorias del pasado no aseguran las presentes. Aunque en la Rusia de finales del siglo XIX hubiese una gran eclosión social esta también existía en otros países –y no por ello habían despertado demasiados personajes destacados como dirigentes y teóricos–. Es más, si analizamos con precisión el movimiento proletario ruso, hasta entonces había estado dominado por liberales democrático-burgueses, románticos y anarquistas –el país carecía de tradición marxista y este hizo su aparición relativamente tarde en comparación con otros países como Alemania–. Sobre esto último hay un aspecto importante a reflexionar. El movimiento proletario ruso tenía como herencia las andanzas y reflexiones de personajes como Herzen o Chernyshevski, revolucionarios materialistas muy notables, pero aún alejados del método dialéctico e histórico del marxismo, apenas había mentores que no solo difundiesen los fundamentos del marxismo, sino que lo aplicasen con destreza a las condiciones rusas. La mayor figura de referencia sería Plejánov, que, pese a sus excelentes obras, su trabajo y legado se vuelve nimio al lado de la figura de Lenin. Para que el lector nos entienda, Lenin no pudo aprender de ningún Lenin, igual que Marx y Engels no tuvieron figuras de su mismo nivel para elaborar y sistematizar su doctrina –puesto que ni Lassalle o Proudhon pueden comparárseles y ni siquiera son de la misma matriz ideológica–. Volviendo al escenario ruso... ¿se puede decir entonces que las «condiciones estaban dadas» para que surgiese un Lenin? Más bien fue el disciplinado trabajo de Lenin y los bolcheviques la principal razón de superar todas las expectativas. Si olvidamos a toda la cúpula y nos centramos estrictamente en el líder bolchevique, es claro que dedicó un gran esfuerzo no solo a conocer las obras clásicas del marxismo, sino también a estudiar el movimiento revolucionario ruso del pasado y los defectos que aún se arrastraban. A consecuencia de esto, se dispuso a combatir el oportunismo en las filas marxistas de dentro y fuera de Rusia, a cambiar el curso de lo que había sido hasta entonces el movimiento revolucionario ruso. Estas tareas que se dicen rápido, no fueron realizadas por el resto de dirigentes europeos –al menos con tanta rigurosidad–. Por tanto, el problema en el caso de los revolucionarios rusos no fue tanto las condiciones especiales que tenían que superar como la seriedad y la notoriedad de su trabajo.
¿Por qué se arrastra hoy debilidad, disgregación y confusión en el movimiento marxista-leninista?
No es nuestra intención repasar aquí los méritos y logros de las experiencias de los partidos comunistas, ya que para eso están disponibles los documentos correspondientes. En cambio, sí tenemos que detenernos, aunque sea brevemente, para explicar algunas de las causas del negativo estado actual de las cosas. Si se puede hacer una síntesis de las consecuencias de la contrarrevolución en la URSS, muchos dirán que a partir de 1953 todo se volvió negro y que sus consecuencias fueron obvias: se abrió la caja de pandora del revisionismo, y con ello, la división, la confusión y el caos empezaron a reinar. Esto es cierto, pero hay que matizar muchísimo tal explicación reduccionista, que en realidad cuenta un hecho, pero no penetra en él, no da las claves para entenderlo. Como todo el mundo sabe, tras la irrupción del jruschovismo y sus nuevas reglamentaciones, primero en la URSS, y luego a nivel mundial, hubo un huracán de desorganización y desavenencias en tiempo récord. Para empezar, esto fue posible porque ya previamente no se había logrado una unidad monolítica en lo ideológico, porque no había habido una línea coherente y consecuente en el movimiento internacional, sino que todo se había movido a base de bandazos muy malamente justificados por Moscú; desde la periferia, es decir, las secciones comunistas, no había primado una unidad basada tanto en la autonomía como en la consciencia, sino más bien en la devoción, temor o arribismo. Sea como fuere, este suceso clave que fue la llegada de Jruschov dio alas a que corrientes en decadencia como el trotskismo y el titoísmo se reactivasen, mientras que otras nuevas como el castrismo-guevarismo y otras aún no destapadas del todo −como el maoísmo−, saliesen a flote para competir por su hegemonía ideológica en el hasta entonces llamado «movimiento comunista internacional». Pero lo descrito aquí en breves líneas no es casualidad, sino que varios de los defectos predominantes en las estructuras partidistas −tanto las que se encontraban en el poder como las que no− procedían de décadas anteriores. Estos podían resumirse en:
a) Falta de comunicación entre los revolucionarios para coordinarse a nivel mundial. No hubo una eficacia para conectar a los revolucionarios de cada zona, es más, hubo concesiones al imperialismo con el pretexto de no provocarle o no darle pretextos propagandísticos. Las envidias y las desconfianzas hicieron el resto.
b) Mezcolanzas entre nacionalismo y marxismo. Se intentó aunar la herencia cultura nacional reaccionaria con la esencia universal y progresista de las formas del pensamiento y las leyes de la revolución que recoge el marxismo. Bajo la excusa de «recuperar el pasado progresista del país», «adaptar el marxismo a la realidad concreta» o «combatir el cosmopolitismo», este fenómeno marchó adelante y sin frenos.
c) Bandazos estratégicos y tácticos. Sin una razón de peso y bajo una ausencia de autocrítica, hubo toda una serie de vaivenes que nunca fueron explicados ante el público general, y quienes se percataban de tal torpeza quedaban perplejos por la naturalidad que se expresaba.
c) No asumir los fracasos como propios. No pocas veces se buscaba un cabeza de turco o se recurría a explicaciones fantasiosas para evitar reconocer que la línea política preconfigurada se había demostrado errada, todo en un intento de proteger a sus cabecillas y «salvar el honor del partido».
d) Falta de un férreo control sobre los servicios de seguridad. Esta grave debilidad creó una paranoia generalizada entre las filas, atenazó la crítica y facilitó el ascenso de los arribistas en las cúpulas de estos organismos que eran de suma sensibilidad para la supervivencia del partido o el sistema político.
e) Gremialismo. En lo referido a economía, filosofía, organización, arte, etcétera, no era extraño observar una reclusión endogámica de los expertos en sus respectivos campos, apoyándose unos a otros e intentando no rendir cuentas, pidiendo, muy por el contrario, ser respetados y adulados. Muchas figuras de importancia se vieron acorralados por una oficialidad osificada, apuntalándose en su lugar a profesionales mediocres en los altos cargos referidos a estos campos clave de la cultura y la sociedad.
f) Falta de conocimientos sobre la historia del movimiento nacional e internacional. Esto suponía que tarde o temprano, al enfrentarse a tareas muy similares, cayeran en la incomprensible repetición de errores que se presuponían ya superados, ora virando hacia el anarquismo ora hacia el reformismo.
g) Metodología pedagógica muy rudimentaria. Hay registros de sobra como para concluir que muchos planes de los educadores eran demasiado rígidos o simples como para que cumpliesen la función pretendida, o en su defecto, estos eran correctos, pero había un incumplimiento descarado en los receptores y supervisores, arruinando el gran trabajo de tiempo y energía invertidos. Por lo general, este desdén al estudio teórico se justificaba con el autoengaño de que el sujeto estaba ocupándose de otras cosas más «prácticas», aunque en verdad fueran banalidades.
h) Creación de privilegios en el modo y estilo de vida. Entre militantes de la cúpula y de base se creaban todo tipo de lazos de favoritismos, nepotismo y demás, que con el tiempo implicó una aplicación desinteresada en cuanto a los reglamentos que toda estructura colectiva necesita para ser eficaz, operando según la simpatía, cercanía y estatus a los jefes.
i) Culto a la personalidad. La dependencia de una gran persona bajo la justificación primitiva de que esto era necesario para movilizar a la gente, con la consiguiente exculpación y ocultamiento de los fallos del máximo líder bajo el pretexto de que dañando su imagen se daña la de todos.
j) Brecha y aislamiento entre los dirigentes y el pueblo. De la propia desconfianza de los primeros sobre el segundo para sacar adelante las situaciones complejas, tratando de resolver los problemas solo por arriba, ganándose a otros cabecillas. Por contra, se creó una enorme complacencia de la base ante los desmanes de los jefes por haberse acostumbrado al sentimentalismo y seguidismo ante sus líderes de siempre, etc.
En su momento se sufrió la irrupción de fenómenos como el trotskismo, el zinovietismo en los años 20, el bordigismo y el bujarinismo en los 30 y más tarde el browderismo o el titoísmo en los 40. Aunque estas tendencias, muy parecidas entre sí, hicieron mucho daño temporalmente entre las filas comunistas, ninguna de ellas tuvo un gran recorrido y fueron frenadas a tiempo. Todas ellas encontraron un rechazo al unísono incluso donde habían logrado penetrar con cierto éxito. Pero no fueron los únicos casos, si uno repasa expresiones políticas características de los años 30 y 40 tenemos de todo: thälmannismo, thorezismo, maoísmo, togliattismo o codovillismo, estos ismos no eran sino la reedición o mutación de los defectos de las anteriores. El problema es que en las décadas de los 30 y 40 aunque se criticó y condeno varias de estas expresiones, en muchos casos la crítica no fue igual de profunda ni severa, incluso por momentos, se había dado luz verde a sus aberraciones. Muchos de ellas evolucionarían en los años posteriores y los líderes de las respectivas corrientes solo tuvieron que retomar sus recetas de años anteriores.
En España, al igual que en otros países, podemos ver una línea muy inestable de desarrollo en los marxistas en sus diferentes organizaciones, con deficiencias comunes en las organizaciones inexpertas. Al principio, con influencias marcadas del anarco-sindicalismo, y poco después, bajo la presión de la hegemonía del reformismo en el movimiento obrero. El marxismo se empezó a extender por la Península Ibérica en el siglo XIX justo en un momento en que el reformismo estaba empezando a asomar la cabeza en todos los partidos obreros europeos y dividiéndolos en su seno entre el ala revolucionaria y el oportunista. La fundación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1879 evidenciaría tal deriva; su desarrollo y posicionamiento sobre diversas cuestiones solo confirmo un secreto a voces.
Años después cuando ese equilibrio se rompió por influjo de la Revolución Bolchevique (1917) que demostraba al mundo la validez de las posiciones revolucionarias, se produciría la fundación del Partido Comunista de España (PCE) en 1921, como escisión del PSOE, pero esta nueva formación apenas tendría eco debido a que los marxistas revolucionarios habían sido escasos, solo la nueva ola de simpatía hacia los bolcheviques y su ayuda a través de la Internacional Comunista (IC) cambiaría lentamente este desnivel del marxismo respecto a la socialdemocracia o el anarquismo. La IC señalaría en más de una ocasión que el PCE reproducía todavía los errores que hicieron degenerar al PSOE: reproducía la influencia de las teorías infantiles del anarquismo que en ese momento tenía la hegemonía del movimiento obrero, dedicaba poco tiempo y mal enfocado a un problema importante como la cuestión nacional, el nivel ideológico de los cuadros era paupérrimo y, en definitiva, sus líderes tampoco habían podido alejarse del pensar y las metodologías de los grupos reformistas.
En esta época el llamado «izquierdismo», calificado por Lenin como una «enfermedad infantil del comunismo» consistía en negarse a participar en los sindicatos y las elecciones; presentarse ante los trabajadores con una fraseología radical y/o intelectualoide alejada de su entendimiento; sobrestimar las fuerzas propias e infravalorar las del enemigo; bregar en cualquier momento y lugar por intentar aplicar los cuatro esquemas aprendidos sobre la revolución de memoria; seducción por los métodos terroristas; olvidar la paciente labor de educación entre las masas, dando por hecho de que ellas conocen lo que la vanguardia y tachándolas inmediatamente de «reaccionarias»; el uso del eslogan machacado y el insulto como sinónimo de agitación y propaganda política en detrimento de la argumentación científica; calificar a cualquier grupo político no comunista de «fascista», etcétera.
En todo caso, los errores a izquierda y derecha fueron comunes durante la historia del partido, incluso durante la Guerra Civil (1936-39), período en el que la organización obtuvo su mayor cuota de gloria y apoyo popular. Durante la posguerra, pese a ser el principal partido de oposición al franquismo, hubo una línea zig zageante que impedía una comprensión de las tareas a seguir y que impedía consolidar un halo de seriedad hacia la organización. Evidentemente, para todo revolucionario ser
consecuente implica entregar sus energías y creatividad a una estructura colectiva
a la cual decide libremente someterse a sus reglas, y esto debe de ser así
porque no somos individualistas sino seres sociales, por ende, buscamos
montarnos a ese vehículo que nos lleve al destino deseado. ¿Pero qué sentido
tiene operar en él cuando no comulgas con ellas o estos principios se han
evaporado?
Fue entonces cuando los revolucionarios se vieron primero, sobrepasados y, finalmente, abocados a dar combate el revisionismo y reorganizarse durante los 60 y 70. Los intentos de restablecer una unidad y coherencia ideológica fueron varios, pero, desde luego, es imposible decir que el movimiento se reconstruyó rápidamente o sobre bases sólidas. La creación del Partido Comunista de España (marxista-leninista) en 1964, como tantos otros partidos, fue producto de la polémica a nivel general lanzada contra el jruschovismo a partir del año 1960, pero los revolucionarios no habían sido capaces de detectar el revisionismo, que en muchos casos, ya se había hecho con el control de sus respectivos partidos como era el caso del Partido Comunista de España (PCE), cuya degeneración es completa a partir de 1942 bajo la pareja Ibárruri-Carrillo, mismamente el congreso de 1954 era socialdemócrata de arriba a abajo. ¿De qué hablamos? El rebajar la importancia del partido como dirigente de los procesos revolucionarios, rebajar las exigencias para militar en ellos, el crear las ilusiones sobre el carácter de los líderes de la socialdemocracia, realizar pactos y alianzas con los cabecillas anticomunistas, las ilusiones sobre el papel de la burguesía nacional en la revolución, el poner en tela de juicio la necesidad de la dictadura del proletariado para asegurar su poder, hablar de la posibilidad de transitar pacíficamente al socialismo mediante el parlamentarismo, las concesiones al imperialismo para evitar nuevas guerras y otras. Todas ellas eran las tesis que existían ya antes del jruschovismo, este solo se aprovechó de las debilidades que rondaban o que se habían manifestado en muchos partidos durante la etapa stalinista y oficializó estas desviaciones como nueva ruta, dándole una vuelta de tuerca en muchos casos hacia la derecha
A nivel internacional, el tiempo que tardó la militancia y los revolucionarios honestos en reaccionar costó muy caro: muchos de los que luego romperían con el jruschovismo, habían tolerado estas teorías durante mucho tiempo, demasiado. Finalmente, salvo en algunos casos excepcionales donde los revolucionarios lograrían expulsarían a los revisionistas de la dirección, la regla general fue lo contrario: debido a la tardanza en contratacar, los revolucionarios se vieron abocados a la escisión y la creación de una nueva organización, con el esfuerzo que eso conlleva. En la conformación de nuevos partidos, que se denominaron en su mayoría como «marxista-leninistas», para así evitar ser confundidos con los viejos «partidos comunistas» que habían sucumbido al revisionismo, un cambio terminológico similar al de partido «socialdemócrata» por «comunista» a inicios del siglo XX.
¿Y qué hay de los nuevos partidos marxista-leninistas que surgieron en los 60 para frenar la hemorragia del revisionismo? ¿Lograron revertir esta tendencia? En honor a la verdad, estas secciones se centraron en combatir lo más inmediato para ellas, es decir, las nociones más alarmantes e indignantes de las direcciones de los partidos comunistas de los cuales se habían escindido, pero hasta para eso muchas veces realizaban tal labor por mera intuición, por mera inquina personal, no por un análisis largo y reflexivo. Es de recibo mencionar las excelentes reflexiones que los marxista-leninistas franceses nos brindaron, donde ejemplificaron con pruebas factuales muy difíciles de rebatir que la «lucha contra el revisionismo» en Francia era más una consigna que una realidad. Véase el artículo de L’emancipation: «La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo» (1979). A nivel general en esta −época años 60-70− también encontramos los mismos esquemas que veinte años antes, a veces incluso más recrudecidos: como el triunfalismo por los éxitos propios, pronósticos ficticios o el delegar «el necesario estudio del origen del revisionismo» hasta las calendas griegas. Para finales de los 80, todos estos grupos que se las prometían muy felices también acabaron naufragando al tomar las mismas rutas −o unas muy parecidas−.
Estos nuevas estructuras eran vistas por los revolucionarios como la nueva forma de dar pie a las luchas antifascistas, antiimperialistas, antirevisionistas; tanto para la lucha por objetivos económicos inmediatos –mejores salarios o condiciones– como ulteriores –socialización de los medios de producción–. Eran percibidas como las únicas organizaciones que tenían el valor de dar una herramienta al proletariado donde poder agrupar a su destacamento más avanzado y donde poder dar combate al revisionismo moderno –capitaneado en aquel entonces por el revisionismo soviético, el jruschovismo, que por entonces había desarticulado al movimiento marxista-leninista en un abrir y cerrar de ojos–.
Quienes fundaron nuevos partidos a mediados de los 60 era gente que buscaba escapar de los contornos sumisos a la traición de los jruschovistas. No obstante, pese a romper orgánicamente con ellos, muchos de ellos tampoco escapaban a la influencia de sus métodos, otros, al querer combatir al revisionismo y sus resultados caían en desviaciones más a la derecha, mientras que otros proponían fórmulas izquierdistas más cercanas al anarquismo. Esto se ve en la influencia que movimientos como el castro-guevarismo o el maoísmo y la influencia que tuvieron en estos partidos inicialmente, por lo que las direcciones de estos partidos, aunque recuperaron parte la esencia del marxismo-leninismo pisoteado de arriba a abajo por el jruschovismo, no es menos cierto que siempre aplicaron en lo sucesivo –en mayor o menor medida–, conceptos y métodos ajenos al marxismo-leninismo, lo que dificultaba notablemente su consolidación.
Realmente muchos partidos sí cumplían con sus principales objetivos, pero para cumplir tal fin de forma correcta, cualquiera de ellos debía excluir –en caso de encontrárselos– a los elementos sin ningún tipo de espíritu científico, a aquellos bañados en un apego sentimental hacia las figuras históricas, o a quienes se comportaban como peones acríticos de las acciones de la dirigencia. Todos estos elementos eran vectores de las viejas costumbres y tradiciones que hicieron fracasar a las organizaciones revolucionarias en el pasado, por tanto, la cuestión era que, si no se deshacían de estos obstáculos, tarde o temprano, la experiencia no tendría mejor fortuna que las anteriores. Esta cuestión de entonces es la misma a la que se siguen enfrentando hoy los revolucionarios: ningún partido que mantenga entre sus filas a elementos de estas características podrá cumplir sus objetivos generales, por mucha buena fe y voluntarismo que se tenga.
El maoísmo supuso un grave problema para estos nuevos partidos, ya que los partidos que no fueron capaces de librarse de este lastre y adoptaron los conceptos y teorías del maoísmo como la «nueva democracia» y la «línea de masas» en lo político-económico, la «lucha de dos líneas» y la «unidad-crítica-unidad» en cuanto a concepto partidista o la «Guerra Popular Prolongada (GPP)» en lo militar. No fueron capaces de tomar una forma organizativa eficiente y unida, una línea ideológica de pensamiento y acción coherente, dándose de bruces con la realidad constantemente.
En muchas ocasiones tampoco llegaban a comprender y refutar a las expresiones del revisionismo moderno de forma correcta y completa, ya que al seguir las recetas de la doctrina revisionista china y seguir a ciegas directamente cada vaivén político de Pekín, perdían toda estabilidad en su línea política, toda credibilidad, y confundían a la militancia y a las masas simpatizantes. Y es que recordemos: cuando uno se basa en otro revisionismo no se está en condiciones de tener un cuerpo teórico sólido para refutar a ninguna otra corriente política, ni para asegurar la unidad ideológica y organizativa dentro del partido. Una cuestión que todavía no han aprendido muchos: criticar a un revisionismo desde una posición teórica y práctica distinta pero igualmente revisionista, conduce a que puedas cometer esos mismos errores u otros de similar calado.
La tardía exposición del maoísmo, hizo que cuando la polémica explotase internacionalmente en 1978, pero como ya había ocurrido con los jruschovistas en 1960, los oportunistas maoístas se habían hecho fuertes en algunos lados, ya habían echado raíces. Entre los marxista-leninistas que ahora se desmaoizaban tampoco la autocrítica fue honesta y profunda, en muchos casos, los partidos se quitaron los ropajes maoístas como si este hubiera sido un pequeño obstáculo en el camino, o peor, como si dicha corriente nunca hubiera tenido influencia en su línea política. Estos partidos venían realizando promesas de estudio y reevaluación sobre los errores en las experiencias históricas anteriores, pero se quedaron en eso, en promesas, y muchos partidos nacieron y se desarrollaron con la peor herencia anterior, mientras tampoco eran capaces de asimilar lo mejor, siendo esto gravísimo y una de las principales causa de su derrota.
Poco a poco los partidos fueron tomados por el liberalismo; una enfermedad basada en la falta de vigilancia, la dejadez, la autocomplacencia, el descuido por la formación ideológica y la lucha por la preservación de los principios. También se hizo notar el formalismo; otro mal muy común del presente, que se basa en el olvido del contenido y la preocupación excesiva o preferente por las formas, donde el organismo se convierte en el típico club de amigos donde una camarilla trafica y hace apología nostálgica de la historia que arrastran las siglas del partido, pero no hace nada para mantener su honor y aumentar su cuota histórica de logros, por lo que el colectivo lejos de avanzar y consolidarse se aísla en la autocomplacencia. También hizo aparición el clásico seguidismo, que consiste en dar la razón en temas de importancia sin expresar una voz propia, algo muy clásico de personalidades pusilánimes que temen importunar al compañero o aliado.
En los partidos marxista-leninistas que a finales de los 80 acabarían naufragando en el revisionismo, podemos observar cómo tan solo unos pocos años antes, incluso unos pocos meses antes de su debacle final, se atrevían a publicar toda una serie de artículos efusivos y triunfalistas a más no poder sobre diversos temas, como si nada demasiado importante pasara dentro del movimiento marxista-leninista internacional. Justo en unos momentos en que precisamente todo se estaba resquebrajando, cuando el acuerdo y la coordinación entre partidos en el ámbito internacional era casi nulo, cuando cada partido estaba perdiendo toda su militancia e influencia entre las masas, cuando caminaban directamente a su liquidación como organización independiente.
Se demuestra que dichos partidos se durmieron en los laureles, quedaron lejos de lo prometido al respecto de mantener la pureza ideológica en sus filas y ayudar al resto de partidos hermanos. Lo cierto es que para entonces la ideología burguesa había penetrado en su seno; el formalismo y el burocratismo eran ya no síntomas, sino unas graves enfermedades que padecían desde hacía tiempo. Esto, efectivamente, les condujo al coma profundo del oportunismo, o directamente a la defunción con la consiguiente liquidación de las organizaciones partidarias. Durante años este proceso se encubrió con teorías absurdas como la de «no presentar las divergencias al público» para que «el enemigo no las aproveche», como si al revolucionario le importarse lo que parloteen los lacayos del imperialismo digan cuando el destino de un partido o un pueblo revolucionario está en juego. Estas teorías siguen en boga entre sus sucesores. Entiéndase que hoy más que nunca se impone esta necesidad:
«A juicio nuestro, la crisis del socialismo obliga a los socialistas más o menos serios a redoblar precisamente la atención por la teoría, a adaptar de modo más resuelto y con rigor una posición determinada, deslindarse con mayor decisión de los elementos vacilantes e inseguros». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Aventurerismo revolucionario, 1902)
Nosotros no pensamos que el movimiento marxista-leninista haya sido derrotado porque sus teorías se hayan demostrado falsas, sino todo lo contrario. El proletariado demostró tener capacidad para tomar el poder bajo sus partidos, para edificar el socialismo –el fin de las clases explotadoras–, como primera fase del comunismo –la sociedad sin clases–. Estos regímenes tuvieron el mérito de competir e incluso superar a los países capitalistas en muchos campos de importancia. No hay que tener complejos porque los hitos están ahí, tampoco vergüenza porque encontremos fallos, incluso graves, en todo caso sonrojo debe sentir quien solo vea acierto y no fallos, dado que es el más imbécil de los fanáticos. El caso es que la historia ha mostrado más que de sobra que cuando las fuerzas emancipadoras han realizado un análisis apegado a la esencia científica, han realizado grandes hazañas que han reconocido hasta sus acérrimos enemigos, pero en el momento en que se han apartado de los principios de su doctrina, rápidamente sus momentos de gloria pasaron de largo.
Hablamos de esta manera no porque seamos derrotistas, sino precisamente porque somos realistas y contamos con un optimismo revolucionario para revertir la situación. Lo primero que hay que hacer es reconocer que hoy el movimiento marxista-leninista ha sido derrotado en las cuatro esquinas del globo. Eso es lo primero que hay que decir bien alto y sin miedo. ¿Qué significa esto exactamente? Lo que hoy existe y se autodenomina como tal en su mayoría es un chiste. Por supuesto, el comunismo, marxismo o como se quiera llamar, ha tenido tal transcendencia que hoy se sigue utilizando como pretexto para debates políticos, en las tertulias periodísticas y estudios académicos. Pero este «marxismo», del que tanto hablan los políticos y periodistas conservadores para calumniarlo, no existe, al menos no con una representación e influencia de peso. Para su fortuna el único «marxismo» que tiene relevancia es aquel totalmente adulterado, ese mismo con el que trafican y se adornar diversos pensadores y movimientos de «izquierda» para dárselas de «transgresores» y «antisistema». Unos lo utilizan como estandarte intelectual para aparentar «compromiso social» o «superioridad moral», mientras también los hay que el único interés real en la política reside en poder utilizarlo como vehículo para socializar o aparearse. Ese «marxismo» no asusta al enemigo de clase como el de antaño, es más, en privado a las élites les produce más risa que otra cosa, si es que se le presta atención. España no es una excepción en esto. Existen varios partidos que se reclaman «marxistas», pero ninguno cumple con los axiomas más básicos que se le presuponen, sus líderes no conocen su historia, y mucho menos han sabido extraer y aplicar las lecciones de ella.
Nos hallamos en la misma situación que tuvo Marx respecto a algunos socialistas franceses que estaban alterando su pensamiento:
«Ahora bien, lo que se conoce como «marxismo» en Francia, de hecho, es un producto completamente peculiar, tanto es así que Marx dijo una vez a Lafargue: «Si algo es cierto es que yo mismo no soy marxista». (Friedrich Engels; Carta a Eduard Bernstein, 2 de noviembre de 1882)
En su día muchas de las formaciones «marxista-leninistas» que empezaron con muy bien pie se acabaron alejando de los fundamentos y sufrieron un proceso similar al de las sectas cristianas en la Edad Media: se convirtieron en reducidos monasterios con unos cuantos fieles que adoraban a sus referentes como a santos, cantaban himnos sagrados, recopilaban reliquias y condenaban al fuego eterno al resto de competidores por su «arrogancia» de no reconocerles como la «mano de Dios». Esto pronto llevó a que parte de la militancia, angustiada al ver su mundo derrumbarse andaba en espera de un nuevo y todopoderoso mesías que, bajo el don de la infalibilidad salvase la terrible situación. En muchas ocasiones, como este milenarismo nunca llegaba sucedía, pues estaban rodeados de jefes mediocres y sin sustancia, algunos encontraban cobijo en otra secta más «asceta» que al menos recuperase los «valores perdidos»; o en su defecto, se escapaban hacia otra más «tolerante» escapando de la corrupción y el asfixiante control de «los falsos mesías» de su antiguo grupo. Pero al igual que gran parte de las «herejías» medievales; la desorganización, la falta de liderazgo, el fanatismo y el caos ideológico nunca consiguieron poner en tela de juicio al Vaticano, el gran centro de todo.
Aquí, salvando las distancias, ocurrió algo muy parecido. Para los años 80 aunque todavía existían partidos marxista-leninistas de cierta importancia, ninguno había cumplido las dos tareas fundamentales que se habían trazado como tarea a largo plazo: uno; el imponerse y hacerse valer como «vanguardia» entre los trabajadores de su país, comandando sus luchas y causando el respeto entre sus competidores, y dos; el ansiado anhelo de volver a contar con una comunidad internacional fuerte y unida, algo que se fue al traste tras la aparición décadas atrás de múltiples variantes del revisionismo moderno: como el «marxismo occidental», el «jruschovismo», el «maoísmo» y otros ismos que claramente se alejaban de los principios básicos de las leyes sociales que el marxismo había sistematizado con tanto esfuerzo. Aunque en realidad, como bien sabemos, lo uno iba ligado a lo otro. En todo caso, estos grupos ochenteros nunca llegaron a tener la importancia que en otros momentos históricos tuvieron los antiguos partidos socialistas en el siglo XIX o los partidos comunistas a principios del XX, más bien se mantuvieron como pequeños islotes que finalmente fueron borrados del mapa por un huracán de pasividad y pragmatismo.
¿En qué basan los marxistas para posicionarse sobre los distintos temas de actualidad o históricos?
Bien, para empezar, ¿cómo resumiríamos el método del marxismo?:
«Ciertamente, el procedimiento de exposición debe diferenciarse, por la forma, del de investigación. La investigación debe captar con todo detalle el material, analizar sus diversas formas de desarrollo y descubrir la ligazón interna de éstas. Sólo una vez cumplida esta tarea, se puede exponer adecuadamente el movimiento real». (Karl Marx; Prólogo a la segunda edición de El Capital, 1873)
Bien, pues partiendo de que:
«Reconocemos solamente una ciencia, la ciencia de la historia. La historia, considerada desde dos puntos de vista, puede dividirse en la historia de la naturaleza y la historia de los hombres. Ambos aspectos, con todo, no son separables: mientras existan hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionarán recíprocamente». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)
Nosotros tampoco hacemos actos de fe con el marxismo, no lo creemos por imposición, ni por meros argumentos de autoridad, ante todo procesamos la información y actuamos en consecuencia. Es fundamental que tengamos un espíritu crítico a la hora de enfrentarnos a los textos de los autores clásicos, que estudiemos sus escritos y sus conclusiones; que analicemos si siguen vigentes en la actualidad, que observemos si sus estrategias y tácticas son aplicables al contexto de nuestro país y al de otros. A veces cuando estemos estudiando el pasado pensaremos que existe este o aquel error o matiz, y no será negativo preguntar o debatir con otros camaradas, pues de esta forma se enriquece el conocimiento por ambas partes. Solo así puede existir una asimilación real y científica. No se trata de revisar a gusto del lector lo que a uno le apetezca reivindicar, ni de basarse en argumentos subjetivos para rechazar los axiomas fundamentales de la teoría, por tanto, toda «revisión» que no sea argumentada estará invalidada automáticamente.
«Si, señores, somos también partidarios de las futuras formas del movimiento, y no solo de las pasadas. Preferimos el largo y difícil trabajo en lo que tiene porvenir y no la «fácil» repetición de lo que ha sido ya condenado por el pasado. (...) Todo movimiento popular adquiere formas infinitamente diversas, elabora sin cesar nuevas formas y abandona las viejas, creando variantes o nuevas combinaciones de las formas viejas y nuevas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Aventurerismo revolucionario, 1902)
Comprendamos, pues, que la preparación del cambio que ha de venir comienza con la necesaria formación político-ideológica de la militancia y de las masas. Esta es la única garantía para alcanzar el partido del proletariado en cada país para posibilitar el triunfo del comunismo. Intentamos que el lector pueda saber asimilar la doctrina para identificar de forma correcta conceptos como lucha de clases, dictadura del proletariado, libertad, democracia, nación, antiimperialismo, imperialismo, desde una óptica marxista y no desde posiciones pseudomarxistas que le llevaran a conclusiones erróneas. Que estos puedan diferenciar oportunamente entre una «revolución proletaria» y una, que por mucho en que se insista, no pasa de ser una revolución burguesa o pequeño burguesa con tintes idealistas-metafísicos.
Ante los que acusan de tal visión de tomar al marxismo como ciencia como una «postura dogmática», dejemos que Lenin responda nuevo:
«Bogdánov escribe y subraya: «El marxismo consecuente no admite una tal dogmática y una tal estática «como son las verdades eternas (Empiriomonismo, libro III, pág. IX). Esto es un embrollo. Si el mundo es –como piensan los marxistas– la materia en movimiento y desarrollo perpetuos, que es reflejada por la conciencia humana en desarrollo, ¿qué tiene que hacer aquí la «estática»? No se trata, en modo alguno, de la esencia inmutable de las cosas, ni se trata de una conciencia inmutable, sino de la correspondencia entre la conciencia que refleja la naturaleza y la naturaleza reflejada por la conciencia. En esta cuestión –y solamente en esta cuestión–, el término «dogmática» tiene un característico sabor filosófico especial: es la palabreja preferida de los idealistas y agnósticos contra los materialistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
El grado de conocimientos de un individuo y un colectivo es limitado, eso está claro, en ocasiones puede ser más marcadamente correcto o no, un reflejo más o menos cercano a la realidad, pero lo importante es el cómputo general; está claro es que todo revolucionario que se precie debe mantener una coherencia y un equilibrio realista en el mayor número de campos posibles so pena de descarrilamiento general. Vale decir que el marxismo-leninismo es una «doctrina» o una «ideología», pero ante todo hay que apuntillar que es de tipo científica, en consecuencia, no puede tener sentido la famosa idea revisionista que decreta que «ninguno puede pretender seriamente estar en posesión de la razón». ¿Con qué intención se afirma esto? En primer lugar, se está confesando la inseguridad del individuo respecto a sus conocimientos, sean estos muchos o pocos; en segundo lugar, rezuma un relativismo liberal que deja hueco a un pluralismo de realidades, ese que reza que «existen tantas verdades como ojos observan al fenómeno», a ese eclecticismo que normalmente vulgariza lo que es con lo que quiere que sea, aplasta la ciencia a base de misticismo, voluntarismo, sentimentalismo e irracionalismo. Esto suele llevar aparejada la necia idea de que hoy día las diferentes expresiones del mundo de la «izquierda» y sus satélites que giran a su alrededor estarían en capacidad de conocer la verdad objetiva sobre las «cuestiones fundamentales» de nuestro tiempo, algo ya sumamente dudoso, pero no solo eso, sino que te aseguran que con ese poder de conocimiento y análisis además estarían dispuestos a ir adelante y transgredir los límites del sistema capitalista. Esto también es una broma pesada de mal gusto, no solo porque el oportunismo nazca y se desarrolle a base a roer y mitigar toda honestidad y verificación, sino porque en los pocos puntos en donde estas direcciones políticas aciertan a plantear una cuestión –aplicando los axiomas de la doctrina a una situación concreta–, las más de las veces lo hacen por mero pragmatismo, sin un conocimiento real y profundo del tema: por el «mérito» de adoptar un seguidismo a los clásicos o imitar a sus competidores, cuando no por mero azar. En cualquiera de los casos no son actitudes válidas para asumir el puesto de vanguardia, porque no hay una mínima comprensión global y por ende tampoco un plan consciente de actuación. Esto ocurre sobre todo porque con el ridículo nivel de formación ideológica del que hacen gala sus jefes, normalmente deciden su postura a tomar en pro de sus intereses personales o por lo que la mayoría del mundillo revisionista cuchicheé, el interés y el miedo dirigen sus acciones, no se preocupa de investigar y fundamentar sus posiciones para el bien común. Por esto mismo no es extraño verlos lanzándose en búsqueda de la fama y en la carretera de la especulación creando nuevas teorías grandilocuentes a cual más esperpéntica. Se entiende entonces, que:
«La dialéctica –como ya explicaba Hegel– comprende el elemento del relativismo, de la negación, del escepticismo, pero no se reduce al relativismo. La dialéctica materialista de Marx y Engels comprende ciertamente el relativismo, pero no se reduce a él, es decir, reconoce la relatividad de todos nuestros conocimientos, no en el sentido de la negación de la verdad objetiva, sino en el sentido de la condicionalidad histórica de los límites de la aproximación de nuestros conocimientos a esta verdad. (...) En realidad, el único planteamiento teóricamente justo de la cuestión del relativismo es el hecho por la dialéctica materialista de Marx y de Engels, y el desconocer ésta conducirá indefectiblemente del relativismo al idealismo filosófico». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Por consiguiente, muchos de los líderes revisionistas deberían reconocer su total desconocimiento del materialismo dialéctico e histórico como para asumir la tarea de aspirar a ser vanguardia del movimiento proletario. Deberían confesar, como ya hicieran otros jefes revisionistas, como el señor Anguita, que hace tiempo que no aspiran al comunismo, sino a un humanismo de rostro socialdemócrata. Mientras otros deberían reconocer, como hace el lacayo del juche, Cao de Benos, que su ideología es una mezcla de un par de conceptos marxistas con una base nacionalista y religiosa.
La filosofía burguesa contemporánea es tan poco fiable como la antigua
La diferencia entre afirmar que las cosas no existen o que no se puede saber si existen no es muy grande, el agnosticismo, negando las cosmovisiones y la realidad objetiva, prepara el terreno para que la burguesía mantenga su cosmovisión del mundo tranquilamente. Las ideas del posmodernismo y similares son, en realidad, tan antiguas que podemos encontrarlas en las obras de los «hegelianos de izquierda», que fueron los primeros adversarios políticos del marxismo, y este último es el que los posmodernos hoy dicen querer y poder «superar» con su novísima filosofía. Marx y Engels ridiculizaban así esta cosmovisión del mundo:
«Un hombre listo dio una vez en pensar que los hombres se hundían en el agua y se ahogaban simplemente porque se dejaban llevar de la idea de la gravedad. Tan pronto como se quitasen esta idea de la cabeza, considerándola por ejemplo como una idea nacida de la superstición, como una idea religiosa, quedarían sustraídos al peligro de ahogarse. Ese hombre se pasó la vida luchando contra la ilusión de la gravedad, de cuyas nocivas consecuencias le aportaban nuevas y abundantes pruebas todas las estadísticas. Este hombre listo era el prototipo de los nuevos filósofos revolucionarios alemanes». (Karl Marx y Friedrich Engels; Ideología alemana, 1846)
En las últimas décadas lo que ha estado de moda filosóficamente hablando ha sido el posmodernismo, el cual ha ido poco a poco penetrando en el resto de esferas, especialmente la política, la historia, la arqueología o el arte. Lo que une a todos estos posmodernos es su uso de un lenguaje confuso y a veces inaprensible. Consideran la verdad como algo que siempre estará mediatizado por el poder y, en consecuencia, siempre será una ficción. Cuando no es así, aluden directamente a que debería sernos indiferente el preguntarse si tal verdad existe o no, y de ese agnosticismo evolucionan a un pragmatismo, destacando que lo importante es su valor para obtener los objetivos sociales, incluso lo reducen a cuestiones de intenciones como estamos comprobando. Se puede decir que los posos de esta escuela y sus sofismas han dominado los centros de conocimiento en las últimas décadas. Estas citas bastan para echar abajo la apariencia «científica» de estos gurús que la filosofía burguesa contemporánea acostumbra a reverenciar. Pese a los postulados pretenciosos del posmodernismo acerca de «superar la sociedad y filosofía moderna», comprendida para ellos entre los siglos XVIII-XX, lo cierto es que estos autores no hicieron más que retornar una y otra vez a los clichés de la filosofía previa, rescatando de ella el romanticismo, el misticismo, el agnosticismo, el pesimismo, el relativismo, el nihilismo, el irracionalismo, el subjetivismo y la religión. Queda corroborado que autores como Lacan, Derrida o Focault no tenían nada de «novedoso», siendo sus trabajos una mera adaptación de aquellos de autores previos a la sociedad e inquietudes de su tiempo.
El posmodernismo y sus derivados son entonces la evolución lógica del pensamiento caduco burgués, que toma nuevas formas durante la segunda mitad del siglo XX, este pensamiento se revistió de palabrería científica o revolucionaria para contrarrestar el marxismo-leninismo. «Pero, aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Y el posmodernismo, que dice superar el marxismo, no es más que la intelectualidad burguesa intentando retrotraerse a modos de pensar ya superados por la historia. Cómo no, este pensamiento ha atraído a su alrededor a todos los intelectualoides pequeño burgueses que en lugar de poner al servicio del proletariado y la revolución sus conocimientos, los usan para ganar un poco de fama entre la burguesía, que compra encantada sus argumentos. Uno de estos autores era ni más ni menos que Michel Foucault, uno de los más influyentes en los movimientos feministas o en la teoría queer. Foucault consideraba que el sujeto revolucionario eran los prisioneros, los locos, las minorías olvidadas, etc. Poniendo por delante las condiciones subjetivas de cada individuo a su condición de proletario, eliminando así cualquier proyecto colectivo emancipador. ¿Cómo no iba a gustarle Foucault a la CIA? Pero mejor leamos lo que confesaba Derrida en su etapa de madurez:
«Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente. La mentira no es algo que se oponga a la verdad, sino que se sitúa en su finalidad: en el vector que separa lo que alguien dice de lo que piensa en su acción discursiva referida a los otros. Lo decisivo es, por tanto, el perjuicio que ocasiona en el otro, sin el cual no existe la mentira». (Jacques Derrida; Estados de la mentira, mentira de Estado: prolegómenos para una historia de la mentira, Discurso en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 1997)
El posmodernismo, como estamos leyendo, tiene una herencia notable de la filosofía analítica o de la filosofía estructuralista, de hecho, a veces es sumamente difícil distinguir entre los autores de una y otra bancada –algo normal si tenemos en cuenta que muchos de ellos evolucionaron de estas corrientes–:
«La verdad en sí, sigamos, tiene estructura de ficción. He ahí la partida esencial y que, de algún modo permite plantear la cuestión de eso que se refiere a la ética de un modo que puede, al fin, acomodarse a todas las diversidades de la cultura, a saber desde el momento que podemos ponerlos en los «brackets», en los paréntesis de ese término de la estructura de ficción, lo que supone, seguramente, un estado alcanzado, una posición adquirida a la vista de ese carácter, en tanto que él afecta toda articulación fundadora del discurso en lo que puede llamarse, en grueso, las relaciones sociales». (Jacques Lacan; Clase, 26 de febrero de 1969)
«La verdad no pertenece al orden del poder y en cambio posee un parentesco originario con la libertad: otros tantos temas tradicionales en la filosofía, a los que una historia política de la verdad debería dar vuelta mostrando que la verdad no es libre por naturaleza, ni siervo el error, sino que su producción está toda entera atravesada por relaciones de poder». (Michael Focault; Historia de la sexualidad, 1976)
¿De dónde proceden este tipo de ideas tan «curiosas»? No es difícil de intuir:
«La semántica [o mejor dicho, las escuelas idealistas de la misma], niega, por tanto, que el pensamiento humano sea capaz de penetrar en la esencia de los fenómenos históricos. Proponen hablar de historia en un lenguaje que excluye fundamentalmente cualquier posibilidad de explicación de las causas y patrones de los fenómenos sociales. La semántica sostiene que es imposible comprender la realidad y, por lo tanto, uno debería contentarse con una sola declaración de percepciones sensoriales como estados puramente subjetivos. (...) Si los machistas se dedicaban principalmente a la falsificación del conocimiento sensorial –sensaciones–, entonces la semántica, habiendo adoptado plenamente la definición machista, subjetivo-idealista de la realidad objetiva como un agregado de sensaciones, eligió el lenguaje como objeto principal de sus especulaciones, alrededor de cuyos problemas levantaron un alboroto increíble». (M. G. Yaroshevsky; Idealismo semántico: la filosofía de la reacción imperialista, 1951)
Nos debe quedar claro que en la Edad Contemporánea el capitalista en el poder no necesita siempre operar racionalmente –sobre todo en lo referido a las ciencias sociales, no tanto en las ciencias naturales–, por lo que puede permitirse el lujo de vender pseudociencias y mentir descaradamente –aun a riesgo de parecer absurdo–, lo cual hasta bien traído le puede reportar grandes beneficios. En cambio, el proletariado, dado que aspira a volar por los aires este sistema hipócrita que gira en torno a la ganancia, el lucro personal y las baratijas místicas, no puede permitirse confundir sus aspiraciones con las de otras clases ni ideologías, no puede adoptar medias tintas respecto a qué es y qué desea. Ayer como hoy, los revolucionarios, al estar en franca desventaja frente a su enemigo que domina la mayoría de resortes culturales de la sociedad, necesitan más que nunca valerse de la ciencia social para exponer y vencer la fuerza del Estado burgués. Pero dado que los hechos históricos y presentes muchas veces se presentan de forma dispersa o son confusos de comprender hasta para ellos, no puede fiarse del relato burgués, que aprovechará cada ocasión para utilizar o manipular la realidad para causas de dudoso fin. Por esto mismo, tienen la necesidad de valerse de una brújula, de una doctrina –el materialismo histórico y dialéctico–, que sistematice estas verdades sociales, que las transmita en un lenguaje llano al pueblo, que alumbre el camino por el que ha de caminar la humanidad.
No debe resultar sorpresivo que la burguesía, como clase dominante, muchas veces haya acabado absorbiendo y readaptando diversas filosofías que a priori representaban a otras clases sociales intermedias, como la pequeña burguesía. Esto ha ocurrido y ocurre cuando la primera toma y neutraliza la dirección de los movimientos políticos de la segunda, o cuando estos acaban aburguesándose y por propia voluntad se intentan hacer un hueco en el sistema político, la socialdemocracia y el agrarismo serían buenos ejemplos históricos en este sentido. Es indiferente plantear que fue primero si la gallina o el huevo. Dicho esto, asumimos que es perfectamente viable y lícito emplear la expresión «ideología burguesa» incluso para las pretendidas corrientes «marxistas», las cuales –conscientemente o no– pretenden revisar y liberar al marxismo de su médula racional y transformadora. Bajo estas múltiples marcas y expresiones, en verdad se registran toda una infinidad de variantes ideológicas capitalistas, que actúan así, aunque a veces no surjan en el ambiente de esta clase. Este espectáculo de «pluralismo ideológico» y de diferentes «ofertas políticas» que nos brinda el sistema, sucede, entre otros motivos, porque el capitalismo los produce –espontáneamente– o los conduce –voluntariamente– hacia esos derroteros; la propia estratificación social da como resultado ideas y costumbres diferentes, sincretismos, prejuicios e imitaciones, mientras que los medios de comunicación bombardean con toda una diversidad de idealismos metafísicos con el fin de que penetren sobre los distintos poros del tejido social.
Algunos califican al posmodernismo como la filosofía del «eclecticismo» y el «cinismo». En efecto, así es. Pero un análisis concienzudo de la historia de la filosofía revela que gran parte de las corrientes se han valido de un sincretismo ante la incapacidad de tener un sistema propio bien estructurado. En todo caso, de lo que deberíamos hablar es de que el posmodernismo ha llevado al paroxismo un proceso que ya se venía produciendo en la filosofía idealista contemporánea. Aunque, en general, a toda la filosofía burguesa le cueste ser cada vez más seria y creativa, recurriendo a fusiones filosóficas cada vez más extrañas para ocultar sus fracasos y falta de vitalidad, lo cierto es que sí logra adaptarse a los desarrollos socio-económicos que se van produciendo –si no fuese así, no cuadraría con las demandas de la época y ya habría sido sustituida por otra corriente más eficaz para el poder capitalista, como ocurrió con sus predecesoras–. El irracionalismo no nace con el posmodernismo ni mucho menos, más allá de las pretensiones de cada rama filosófica anterior, podemos encontrar rasgos misticios y mitologícos en la Ilustración, el Romanticismo o el Positivismo sin hacer mucho esfuerzo. Véase el capítulo: «El romanticismo y su influencia mística e irracionalista en la «izquierda» (2021).
En todo caso, el posmodernismo, por su propio carácter tan amplio y flexible que apela a un «pluralismo filosófico» –en resumidas cuentas, un «todo vale»– permite a la burguesía disponer de una gran capacidad para maniobrar con extrema facilidad. Gracias a esto se ha demostrado sobradamente que todavía hoy cumple muy bien con su función como agente del «diversionismo ideológico» y adormecedora de mentes. Por su promoción de la «atomización y «relativización» de las identidades, ideas y valores, el capital encuentra en esta corriente la mejor aliada para extinguir cualquier posible inquietud sobre la lucha de clases. También cabe anotar que, aunque sus planteamientos parezcan cada vez más absurdos, su mercancía filosófica seguirá siendo comprada socialmente sin problemas mientras el nivel político-ideológico general sea paupérrimo. Es por ello que, como siempre venimos insistiendo, solo una estructura marxista disciplinada en lo organizativo, coherente en lo filosófico y con grandes dotes propagandísticas… es la única esperanza en el horizonte capaz de romper la barrera de la hegemonía ideológico-cultural que cada vez se ha vuelto más infranqueable en todos los campos de la vida. Y ya no nos referimos –solamente– a la influencia del posmodernismo, sino también a la del nacionalismo, el feminismo y toda ideología burguesa en general en cualquiera de sus expresiones que hoy desafortunadamente son claramente dominantes.
¿Puede ser entonces el posmodernismo el centro de nuestras críticas? Este es, ciertamente, un enorme problema de corte filosófico que penetra especialmente entre profesores y estudiantes, pero no deja de ser un reflejo ideológico que encubre el sistema económico capitalista, pues, este último, bien puede prescindir de él como prescindió de sus predecesores a lo largo de su historia. No menos cierto es que entre gran parte de la población, de los trabajadores, el posmodernismo sigue siendo un gran desconocido que solo irradia sus valores a través de la cultura –música, pintura, arte, arquitectura y otros– sin que ellos se den cuenta. En algunos casos, si bien los individuos no están familiarizados con sus ideales, de estarlo, lo rechazarían con gran desdén y rapidez. En otras ocasiones, el posmodernismo es negado y odiado sin peros posibles por los elementos mínimamente progresistas y honestos. En última instancia, hay que tener en cuenta que, como toda tendencia filosófica que se desenvuelve en una sociedad divida en clases, existen otras corrientes que compiten contra él presentándose como «la alternativa», tales como las escuelas filosóficas liberales, u otras, como aquellas centradas en un discurso más estrictamente nacionalista, sin olvidar la teología que, aunque no tanto en Europa Occidental, todavía domina gran parte del pensamiento de Oriente Medio o Latinoamérica. El lector se preguntará: «¿Pero por qué parecen mezclarse escuelas económicas, teorías políticas, corrientes artísticas y movimientos filosóficos?». Para que el lector nos entienda:
a) Más allá que lo reconozcan los «espíritus libres», toda escuela artística, todo arte, responde a una teoría, a una filosofía, a una concepción del mundo, sea esta más consciente o inconsciente; b) A su vez, toda escuela económica por muy «rigurosa» y «tecnócrata» que se diga, a la hora de introducirse en la «realpolitk» es sabedora de los beneficios de valerse de otros argumentos «no económicos» para expandir su proyecto al mundo, apelando a las costumbres o prejuicios socioculturales; c) El arqueólogo o el historiador rara vez deja sus conclusiones en el «estricto ámbito de su campo», sino que, más bien por el contrario, siempre traza conexiones con el resto de esferas sociales, siendo lo normal que tienda a reforzar sus posturas políticas o económicas a través de sus «descubrimientos» –sean estos reales o ficticios–; d) Del mismo modo, todo partido político que quiera atraer a sus ciudadanos en un mismo bloque deberá valerse de una «filosofía general» que englobe unas pautas muy claras que incluyan desde el ámbito moral hasta las disposiciones a implementar en la futura normativa institucional; e) A su vez, si un nuevo movimiento «estrictamente filosófico» a priori está centrado en el análisis del lenguaje, psicológico o de la historia, lo cierto es que para estos reformadores si quieren cumplir su ambicioso proyecto de «cura e higiene social» más pronto que tarde tendrán que desarrollar una teoría que conjugue con su enfoque y tengan una aplicación en el plantel económico, ¿se entiende por dónde vamos?
En caso de que estos requisitos no se logren, que la «filosofía» no se materialice en teoría y poder económico-político, lo que tendremos serán modismos que dominan un campo u otro en un momento determinado en una zona muy determinada, pero no «transcenderán» mucho más allá. Es por ello que el «revolucionario» que centra su discurso crítico única y exclusivamente en una «corriente filosófica» lo hace por fijación personal, porque, muy seguramente, se halla seducido o simpatiza con otras de un talante igualmente reaccionario –que aparentemente son contrarias e irreconciliables a esta–. Pero este sujeto no es consciente en ningún momento de que existen varios campos sociales y multitud de filosofías burguesas que se condicionan y chocan entre sí, que las «tareas revolucionarias» no empiezan y acaban en sus apetencias.
El agnosticismo y el relativismo hacia la ciencia tampoco nos salvarán
¿Podemos afirmar, entonces, que los centros de estudio e investigación oficiales sean garantía absoluta de conocimiento científico? La burguesía siempre se tendrá que valer de la ciencia para sostener su sistema, por lo que debe producir descubrimientos o mejoras sustanciales, en especial en las ciencias naturales. Pero, en muchos campos, como el de la sociología, el arte o la historia, bien puede «darse el lujo» de dejarse llevar e incluso promover las ideas más fantasmagóricas para adormecer a propios y extraños. Ahora, esto no significa que la burguesía sea estúpida. En los momentos clave no recurrirá a estudios sociológicos o económicos posmodernos, sino que se basará, dentro de sus posibilidades, en corrientes más serias y en métodos más certeros para poder atinar en sus planes y pronósticos. Y algunos dirán: «¡¿Si el marxismo es tan útil, por qué no se vale de él la propia burguesía?!». Fácil, porque si ella decidiese movilizar todas sus fuerzas para implementar el marxismo en la economía esto supondría llegar a la conclusión de que debe liquidar su modo de producción. Asimismo, si popularizase sus fundamentos filosóficos dejaría al descubierto la podredumbre de la filosofía idealista-metafísica que ha estado promoviendo ante las masas para engañarlas. En resumen, no lo adopta porque es opuesto a su supervivencia como clase social. Véase el capítulo: «Instituciones, ciencia y posmodernismo» (2021).
¿Cuál fue el pecado de los presuntos «marxistas» de dentro y fuera de las universidades que siguieron a pies juntillas lo que decían todos estos tipos?:
«La desgracia de los machistas rusos que se proponían «conciliar» la doctrina de Mach con el marxismo, consiste precisamente en haberse fiado de los profesores reaccionarios de filosofía y, una vez hecho esto, haber resbalado por la pendiente. Sus diversas tentativas de desarrollar y completar a Marx se fundaban en procedimientos de una gran simplicidad. Leían a Ostwald, creían a Ostwald, parafraseaban a Ostwald y decían: esto es marxismo. Leían a Mach, creían a Mach, parafraseaban a Mach y decían: esto es marxismo. Leían a Poincaré, creían a Poincaré, parafraseaban a Poincaré y decían: ¡esto es marxismo! Pero, cuando se trata de filosofía, no puede ser creída ni une sola palabra de ninguno de esos profesores, capaces de realizar los más valiosos trabajos en los campos especiales de la química, de la historia, de la física. ¿Por qué? Por la misma razón por la que, tan pronto se trata de la teoría general de la economía política, no se puede creer ni una sola palabra de ninguno de los profesores de economía política, capaces de cumplir los más valiosos trabajos en el terreno de las investigaciones prácticas especiales. Porque esta última es, en la sociedad contemporánea, una ciencia tan de partido como la gnoseología. Los profesores de economía política no son, en general, más que sabios recaderos de la clase capitalista, y los profesores de filosofía no son otra cosa que sabios recaderos de los teólogos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Tanto ayer como hoy, las revistas y organismos universitarios más «prestigiosos» aceptan, literalmente, cualquier «estudio» que comulgue con las delirantes ideas en boga, algo que tampoco es novedoso a lo largo de la historia. En los años 80, Alan Sokal expuso la base endeble del pensamiento posmoderno, el cual solo es capaz de sostenerse gracias al oportunismo y la endogamia académica. Todo esto que estamos exponiendo confirma lo que Marx y Engels ya exponían hace siglo y medio:
«En el campo de las ciencias históricas, incluyendo la filosofía, con la filosofía clásica ha desaparecido de raíz aquel antiguo espíritu teórico indomable, viniendo a ocupar su puesto un vacuo eclecticismo y una angustiosa preocupación por la carrera y los ingresos, rayana en el más vulgar arribismo. Los representantes oficiales de esta ciencia se han convertido en los ideólogos descarados de la burguesía y del estado existente; y esto, en un momento en que ambos son francamente hostiles a la clase obrera». (Friedrich Engels; Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, 1886)
¿Y cuál es una de las consecuencias que se desprende de este fenómeno? El desaprovechamiento del talento nacional en favor de la intelectualidad lacayuna, la condena sistemática del ingenio al ostracismo y el rescate de la mediocridad institucional:
«Aquí, la culpa hay que echársela única y exclusivamente a las lamentables condiciones en que se desenvolvía Alemania, en virtud de las cuales las cátedras de filosofía eran monopolizadas por pedantes eclécticos aficionados a sutilezas, mientras que un Feuerbach, que estaba cien codos por encima de ellos, se aldeanizaba y se avinagraba en un pueblucho». (Friedrich Engels; Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, 1886)
¿Prima entonces la rigurosidad investigativa y el afán de conocimiento objetivo en estos lugares? Ya se ha visto que muchos de los reputados «especialistas» se esfuerzan, muy por el contrario, en que estos sitios no sean el templo del saber, sino su tumba. Se aprovechan del halo de prestigio del que aún gozan los centros educativos y, bajo el aval de «sello científico» del oficialismo, logran introducir ideas más ideológicas que científicas. Muchas de ellas, no nos engañemos, son teorías pintorescas extraídas del propio centro u otros homólogos por las razones ya expuestas. En nuestro tiempo, las más de las veces, las aspiraciones al conocimiento científico se vuelven una ilusión, una carcasa vacía que nace como resultado del mero interés y el lucro.
«Desde el punto de vista del materialismo moderno, es decir, del marxismo, son históricamente condicionales los límites de la aproximación de nuestros conocimientos a la verdad objetiva, absoluta, pero es incondicional la existencia de esta verdad, es una cosa incondicional que nos aproximamos a ella. Son históricamente condicionales los contornos del cuadro, pero es una cosa incondicional que este cuadro representa un modelo objetivamente existente. Es históricamente condicional cuándo y en qué condiciones hemos progresado en nuestro conocimiento de la esencia de las cosas hasta descubrir la alizarina en el alquitrán de hulla o hasta descubrir los electrones en el átomo, pero es incondicional el que cada uno de estos descubrimientos es un progreso del «conocimiento incondicionalmente objetivo». En una palabra, toda ideología es históricamente condicional, pero es incondicional que a toda ideología científica –a diferencia, por ejemplo, de la ideología religiosa– corresponde una verdad objetiva, una naturaleza absoluta. Diréis: esta distinción entre la verdad absoluta y la verdad relativa es imprecisa. Y yo os contestaré: justamente es lo bastante «imprecisa» para impedir que la ciencia se convierta en un dogma en el mal sentido de esta palabra, en una cosa muerta, paralizada, osificada; pero, al mismo tiempo, es lo bastante «precisa» para deslindar los campos del modo más resuelto e irrevocable entre nosotros y el fideísmo, el agnosticismo, el idealismo filosófico y la sofística de los adeptos de Hume y de Kant Hay aquí un límite que no habéis notado, y no habiéndolo notado, habéis caído en el fango de la filosofía reaccionaria. Es el límite entre el materialismo dialéctico y el relativismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1908)
Esto explica razonablemnte porque las instituciones y centros del saber dominados por la burguesía y sus marcos ideológicos no pueden ser referentes absolutos para los hombres de ciencia:
«Las clases dominantes están absolutamente interesadas en perpetuar esta insensata confusión. Sí, ¿y por qué si no por ello se paga a los charlatanes sicofantes cuya última carta científica es afirmar que en la Economía política está prohibido razonar?». (Karl Marx; Carta a Ludwig Kugelmann, 11 de julio de 1868)
Esto no ha cambiado demasiado. En el siglo XX se sucedieron, como si de modas se tratase, diversas escuelas filosóficas burguesas: el existencialismo, el estructuralismo y miles más hasta llegar, finalmente, como consecuencia lógica, el posmodernismo. Rescatemos una interesante reflexión que va en esta dirección, demostrando el dominio del pragmatismo, el relativismo o el utilitarismo, todo ello condensado en el denso posmodernismo que prolifera en los centros universitarios y que termina por afectar al alumnado con las dramáticas consecuencias obvias que se derivan:
«Los posmodernos deben su éxito entre la juventud universitaria a la envoltura «revolucionaria» y «crítica» en la que han envuelto sus cínicos postulados agnósticos. La siguiente declaración de esta filósofa pragmática bien podría resumir el dogma que ha pivotado sobre el posmodernismo:
«La verdad no es sino un dispositivo retórico para la promoción de afirmaciones que sirvan a los intereses de los poderosos. (...) Lo que se considera verdad, prosigue el argumento, no es tal cosa sino únicamente lo que los poderosos se las han apañado para que sea aceptado como verdad. De este modo del concepto de verdad no es sino una patraña ideológica». (Susan Haack; Unidad de la verdad y pluralidad de las verdades, 2005)
Esto quiere decir que o bien todas las verdades, para ser consideradas como tales, deben servir a los intereses de los poderosos, o bien que cualquier cosa puede elevarse al estatus de verdad eludiendo al criterio de la práctica: ¿es nuestra interacción conjunta como sociedad ante un fenómeno una prueba de los postulados considerados ciertos o no? ¿Acaso los poderosos no tienen interés más que en esconder la verdad y no en conocerla? ¿No les interesa aprehender las propiedades de los fenómenos para usarlos en su beneficio? Sus intereses afectan no tanto a la cognoscibilidad del mundo, sino a para qué la emplean y cómo la interpretan. Pero interpretación y conocimiento no son sinónimos, por mucho que se quiera, de modo que un criterio de interpretación de hechos no equivale a un criterio de conocimiento de hechos.
Ni todas las verdades sirven a los poderosos, ni estos pueden controlar el proceso de interacción con la realidad de los millones de seres humanos que se distribuyen sobre la faz de la Tierra. Es imposible que no se desarrollasen, en condiciones ficticias de gobernantes superpoderosos que lo controlan absolutamente todo –sin morir de agotamiento por ello–, verdades paralelas que chocasen con las «oficiales», formuladas gracias a dicha interacción humana espontánea con la vida de la que formamos parte y que transformamos diariamente.
El hecho de que haya verdades consideradas como tales ante las que los intereses de los poderosos sean indiferentes o ni siquiera estén involucrados demuestra que hay afirmaciones elevadas a verdad debido a criterios distintos a ese supuesto «interés de los poderosos». La verdad es una representación mental de las propiedades de la realidad, de la materia, que existe independientemente de que la percibamos o no y, por tanto, de que formulemos un interés por explotarla o no. ¿Por qué les interesa a los poderosos que creamos que nuestro sistema digestivo funciona de tal forma? ¿O que los átomos se relacionan de tal u otra forma? Seguir manteniendo la tesis «cínica» de que toda verdad se corresponde con un interés de los poderosos –que son los que controlan los medios de comunicación– llevaría a conclusiones absurdas. Todo esto reduce el argumento «cínico» de los posmodernos al nivel de falacia.
La ideología burguesa, como ideología dominante, se debate constantemente entre dos antípodas. Necesita aceptar la cognoscibilidad del mundo para poder seguir desarrollando las fuerzas productivas y la producción de plusvalía. Pero asimismo necesita ocultar la auténtica faz del modo de producción capitalista en un velo de «incognoscibilidad». Por ello existen dos ramificaciones de la ideología burguesa que se encuentran en constante pugna en el mundo intelectual contemporáneo. Por una parte los llamados «cientificistas», que son fuertes en las ciencias naturales –las que emplea la burguesía para desarrollar la producción de plusvalía al desentrañar las propiedades del mundo circundante– y, por otra parte, los «constructivistas», posmodernos, etc., que defienden la incognoscibilidad del mundo y que son fuertes en las ciencias sociales, de modo que puedan minar los esfuerzos por comprender cómo funciona y a dónde se dirige el capitalismo, ahogando los esfuerzos por comprenderlo en un mar de «interpretacionismo» y de relativismo absoluto». (Lev Wasilew; El cinismo de la teoría posmoderna de la verdad, 2019)
La entrada en escena del posmodernismo también supuso la rebelión de los científicos más honestos, aquellos que, de una forma u otra, tendían hacia el materialismo y la dialéctica. A lo largo de la historia, las universidades han recibido la consideración de «templos sagrados» del saber. Efectivamente, desde el siglo XIII han sido los centros de investigación y experimentación predilectos, por lo que ha sido desde ellas que los avances más significativos en ciencias sociales y naturales han fructificado. Solo los anarquistas, como Bakunin, negarían tal cosa y promoverían que los revolucionarios abandonasen las universidades y escuelas por considerarlos inútiles. Ahora, una vez aclarado esto, debe saberse que allí, como en todas las esferas de la sociedad, siempre se ha dado una lucha entre materialismo e idealismo, entre dialéctica y metafísica, entre conclusiones reales y conclusiones interesadas, algo normal en un campo que se desenvuelve en medio de eclosiones sociales. Y así ocurrió también con la filosofía. Cuando la burguesía asentó su poder no tuvo reparos en arrojar por la borda la presunta escrupulosidad que decía haber defendido con el famoso liberalismo. El ejemplo más palpable lo encontramos en el tratamiento del pensamiento de Hegel, del que la burguesía adoptó sus aspectos más reaccionarios a la par que rechazaba aquellos progresistas para, finalmente, adoptar como hijos predilectos a los filósofos más reaccionarios del neohegelianismo.
Visto lo visto, ¿debemos desconfiar y dejar de utilizar estadísticas y estudios que provengan de fuentes burguesas… o podemos valernos de ellas, pero con un ojo crítico, conscientes de sus posibles limitaciones, restricciones o manipulaciones interesadas? Cualquiera que sepa como Marx creó «El Capital» (1867), Engels «El Anti-Dühring (1878) o Lenin «Materialismo y Empiriocriticismo (1908), sabrá perfectamente las respuestas a esto. Estos siempre dijeron hace mucho que son estas contradicciones y paradojas que emergen bajo el capitalismo, lo que hacen del famoso «progreso» algo condicionado, como ocurre en cualquier sociedad dividida en clases sociales. Los perfeccionamientos tecnológicos igual que pueden facilitarnos la vida –electrodomésticos, transportes, medicamentos, contabilidad– también se pueden ser diseñados o volverse en contra de los explotados que sufren el yugo del capital –métodos de vigilancia, control laboral, armas de destrucción masivas, pesticidas contaminantes, adulterantes en los alimentos–. Por esta razón Engels nos habló de que en nuestra época la burguesía se esfuerza por «arrojar un velo de amor sobre los fenómenos negativos inevitablemente generados por ella», cuando no directamente «negarlos», lo cual no invalida todo lo anterior.
¿Por qué es importante tener voz propia?
¿Qué hubiera sido del socialismo científico si Marx y Engels se hubieran detenido en los marcos del «hegelianismo de izquierda» o se hubieran conformado con repetir el comunismo utópico de su época? ¿Qué hubiera sido de la revolución rusa si Lenin y Stalin hubieran transigido con los decadentes métodos y las teorías oportunistas de los partidos socialdemócratas hegemónicos? ¿Qué hubiera sido del destino de muchos otros partidos e individuos si hubieran agachado la cabeza frente a la hegemonía del jruschovismo y el maoísmo? Todos ellos no serían conocidos por hacer lo que hicieron, habrían sido otros más del montón de personalidades mediocres.
Tomemos un ejemplo político concreto, ¿qué posición deberían tener los marxista-leninistas frente al feminismo, tan de moda hoy?
A la tesis absurda y antimarxista de que siempre ha habido un «feminismo proletario» y un «feminismo burgués», hay que contraponer la verdad histórica con documentación. Terminológicamente hablando, y haciendo honor a la propia historia, el feminismo siempre ha sido un movimiento eminentemente burgués por mucho que los revisionistas nos quieran rescribir la historia para ganar votos y simpatías entre los círculos feministas, el marxismo siempre lo ha rechazado frontalmente por sustituir la lucha de clases por la lucha de sexos.
Hoy bajo argumentos infantiles y formales, la misma «izquierda» domesticada que ha retrocedido cobardemente ante todas las exigencias del poder burgués, se atreve a atacar «valientemente» a quien rechaza sus ideas, alegando que «se coincide» o «se hace el juego a Vox» porque se critica al feminismo o al movimiento LGTB. Esto es un sofista burdo que solo hace retroceder a aquellos que no tienen un pensamiento autónomo. Los marxistas normalmente estarán de acuerdo con las propuestas que tanto la derecha como la supuesta izquierda cuando propongan cosas con raciocinio y que vayan en interés de su causa, que es ajena a ambas. Es importante tener voz propia en este tipo de temas, primero de todo, porque no se puede confiar en las posiciones de la burguesía y sus representantes.
Cuando en 1919 los marxistas apoyaron la introducción de la jornada laboral de ocho horas en España, coincidían con muchos líderes del sindicalismo reformista y muchos burgueses filantrópicos, sin creer que por ello hubiera que caer en el economicismo que dichos jefes profesaban ni en las ideas utópicas de los segundos. Cuando en los años 30 del siglo XX el Partido Comunista de España (PCE) apoyó la reforma agraria del gobierno republicano-socialista, eso no le eximió de ser muy crítico con sus límites y la lentitud de su implementación.
Cuando, en los 80, el gobierno del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Felipe González propuso leyes que despenalizaban el aborto y legalizaba el divorcio, no significaba que el Partido Comunista de España (marxista-leninista) no tuviera profundas reservas en cuanto a las facilidades para garantizar dichos derechos. Del mismo modo que cuando el PCE (m-l) votó NO a la Constitución de 1978, como también hicieron agrupaciones fascistas como Fuerza Nueva, no significaba que padeciera de una deriva falangista.
Cuando la derecha del PP de Aznar propuso investigar en los 90 los diversos casos de corrupción del PSOE, los comunistas estuvieron de acuerdo, aun sabiendo que dichas propuestas de investigación y sus medidas punitivas no tendrían un castigo adecuado ni servirían para paliar un problema endémico bajo el capitalismo, pero aun así servían para mostrar la podredumbre del sistema.
Podríamos seguir con más ejemplos, pero creemos que es suficiente. En ninguno de estos casos los comunistas cayeron en una socialdemocratización ni en un acercamiento a la derecha más reaccionaria. Se puede estar y se estará de acuerdo superficialmente en determinadas propuestas cuando tengan sentido –como puede ser hoy la oposición a la enseñanza de la ideología feminista en los centros educativos–, pero, normalmente, nunca se estará de acuerdo ni en las causas del problema ni en las formas más adecuadas de solucionarlo. Y es aquí donde los marxistas deben hacer valer su independencia ideológica, poniendo en evidencia al resto, educando a las masas y deslindándose totalmente de la política burguesa.
Si los revolucionarios están de acuerdo con que no se introduzca de contrabando el feminismo en los centros educativos, no es porque coincidan con la derecha –huelga decir que muchas agrupaciones de derechas, como PP o Ciudadanos, se consideran feministas, justamente como el partido de izquierdas del gran capital: el PSOE–, sino porque no son cómplices del problema que tiene desde hace décadas la presunta «izquierda» de Izquierda Unida (IU), Podemos y diversos grupos republicanos, los cuales han renunciado a toda línea ideología concreta, arrastrándose al «humanismo» abstracto, «transversal», buscando la aprobación de todos los llamados movimientos de luchas parciales: feministas, nacionalistas, antirracistas, movimiento LGTB, ecologistas y otros.
Hace demasiado tiempo que estas agrupaciones se fusionaron con corrientes antimarxistas, como el feminismo. Podemos e IU certificaron esta postura cuando decidieron cambiar su nombre a Unidas Podemos; cuando decidieron hablar en las ruedas de prensa en femenino y utilizando el llamado «lenguaje inclusivo», causando estupor e incomprensión entre la mayoría de asalariados. Esto es solo un detalle que demuestra hasta qué niveles de degradación ha decidido rebajarse la llamada izquierda constitucional, con tal de arañar un par de votos a través de las corrientes de moda.
El triste hecho de que la lucha contra las teorías más absurdas del feminismo o del colectivo LGTB parezca hoy capitaneada por una formación tan aberrante y ultrarreaccionaria como Vox, cuyos miembros, entre otras lindezas, tratan la homosexualidad como una enfermedad –desoyendo las evidencias científicas– o tienen entre sus máximas preocupaciones el abolir la posibilidad del aborto –considerándolo, además, pecado–, indica en qué lugar ha quedado hoy la «izquierda» y, sobre todo, el retraso de las fuerzas revolucionarias que antaño denunciaban el feminismo como un movimiento burgués.
Delegar por omisión en manos de Vox un tema tan delicado e importante como dar respuesta al feminismo en la cuestión del género, significa que se van a combatir unas ideas pseudocientíficas, es decir las feministas –que no aciertan a adivinar las causas de la desigualdad histórica entre hombres y mujeres y mucho menos en las recetas para superarlas–, con otras todavía más idealistas y retrógradas: las de los fascistas –influidos, entre otras cosas, por una educación católica–. Lo mismo supondría dejar esto en manos de nuestros amigos revisionistas que, desorientados, sostienen los argumentos de una y otra bancada, cayendo ora en argumentos homófobos ora en una idealización del colectivo homosexual.
II
El trabajo ha creado al propio hombre
Para entender la especie humana es necesario comprender la historia, y para ello hay que entender las condiciones materiales que la han hecho posible en sus distintas etapas. Que el trabajo es «la autorrealización del hombre» –Marx y Engels– es algo ampliamente conocido. Así, y no de otra forma, es como el ser humano se relaciona con sus homólogos, con la naturaleza.
«El trabajo ha creado al propio hombre». (Friedrich Engels; El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, 1876)
Ha sido el trabajo del hombre para dominar la naturaleza la cualidad propia que lo distingue del resto de animales. ¿Cómo fue este prodigio posible? La adopción de la postura bípeda, la dieta omnívora y la adaptación de la columna vertebral y el cráneo a estos comportamientos demostrarían dialécticamente su capacidad adaptativa al medio y sus necesidades. Estos cambios en fisionomía anatómica le confirieron a la especie humana la posibilidad de efectuar cada vez más y más avances sorprendentes que a la postre tendrían unas consecuencias decisivas en su porvenir como especie. La liberación de las manos para funciones más especializadas y refinadas, producto del bipedismo, además del efecto de esto en la dieta y por tanto en la relación entre el espacio craneal reservado para los músculos de las mandíbulas y para el cerebro, propagó funciones internas cerebrales más complejas al permitir mayor espacio para el desarrollo superior de zonas específicas del encéfalo –recordemos que lo importante no es tanto el tamaño de un cerebro como sus internaciones internas–, lográndose así una mayor capacidad de abstracción y asociación, que son la antesala consciente de todo proceso de trabajo.
Lo primero que salta a la vista al comparar al ser humano con el resto de mamíferos es el desarrollo de herramientas complejas posibilitado por las características específicas a nuestra especie, sobre las que acabamos de escribir. En lugar de simplemente hacer uso de elementos naturales ya hallados en el medio tal y como acabarían empleándose como herramientas –como otras especies de primates pueden hacer acopio de las ramas de los árboles para diversas funciones–, la especie humana hace uso de lo que encuentra en el medio transformándolo en un proceso de trabajo que varía en su grado de complejidad, asegurándose que puedan reproducir la misma herramienta constantemente y reemplazar de manera más o menos exacta las herramientas ya consumidas en el proceso de trabajo para el que se emplean.
El canto tallado, por ejemplo, es un objeto que aparece en la primera etapa del Paleolítico, en el periodo industrial prehistórico del Olduvayense. Para obtenerlos solo se necesitaba de unos cuantos golpes para conseguir un filo unifacial o bifacial muy sencillo. Puede parecer a priori un instrumento rudimentario, y lo es, pues se supone el artefacto más antiguo fabricado por el ser humano, hace dos millones de años, pero para aquel momento supuso abrir la era de la artificialidad, creando objetos que acercaban al ser humano a interacción y la explotación de las posibilidades que ofrecía la naturaleza. De hecho, para que surgiese el bifaz fueron necesarios estos experimentos con el canto tallado. Su uso real y cotidiano servía para cavar, raspar, arrojar, pero también en lo social como regalo, o como suerte de amuleto y era fácil de transportar. El bifaz de tipo amigdaloide –con forma de almendra–aparece después en la segunda etapa del paleolítico, en el llamado Achelense, hace unos 1,5 millones de años. Su irrupción no es casual; es un artilugio de mayor complejidad en cuanto a su elaboración, una dificultad que solo era posible asumir para seres con un mayor desarrollo cognitivo y un grado de experiencia acumulada en la transformación del ambiente. Generalmente estaba hecho de sílex, el elemento estrella de aquella época como lo pudo ser luego en otras etapas el carbón, el algodón, el hierro o el petróleo. Esto era así por sus geniales propiedades para la talla. El bifaz tuvo una repercusión muy amplia porque era multiusos: cortaba, raspaba y perforaba, con una eficacia superior a cualquier utensilio anterior. Eso incluye el hecho de que sirviera como elemento más eficaz en lo relacionado con lo alimenticio, artístico y militar. La técnica del bifaz era aprendida por los jóvenes a través de las enseñanzas de los mayores. Esto implicaba alteraciones de un transmisor a otro, que fueron puliendo la técnica hasta hacerla derivar en otros cauces.
De la complejización de estos nuevos procesos partió el ulterior desarrollo del lenguaje y herramientas más sofisticadas, vectores que se convirtieron en forzosamente necesarios para que el hombre pudiera seguir ampliando sus horizontes hacia empresas futuras más notables. A la postre todo este conjunto de avances daría la creación de actividades no conocidas hasta entonces, o de la perfección de otras hasta sus últimas consecuencias. Así fue cómo se posibilitó el surgimiento de la música, escultura, pintura, arquitectura y más tarde otras como el comercio o la navegación. Habían nacido los conceptos abstractos, que permitían representar algo más allá del avistamiento del ser que portaba este significado.
Estas transformaciones demostraron por un lado que el ser humano transformaba su mundo en relación directa con el medio natural –del cual se proveían–, y por otro, que su trabajo era de acuerdo a una idea previa del proceso, una intencionalidad mucho más marcada y no netamente mecánica que la de cualquier otro animal. Actualmente, debido al alto desarrollo alcanzado por la humanidad, el trabajo es el único medio por el cuál esta puede seguir postergando su existencia misma. Sin transformar el medio natural en valores de uso que satisfagan las diversas necesidades del ser humano –del estómago o de la fantasía– no puede hablarse de que este viva para otro fin que no sea cubrir esto primeramente. Así pues:
«Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana». (Friedrich Engels; El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, 1876)
Se deduce, pues, que el ser humano es el producto, el resultado, del conjunto de las relaciones sociales existentes y los sujetos históricos que la habitan. Para los marxistas, la búsqueda del progreso es la búsqueda para que el ser humano pueda desarrollar libremente sus capacidades.
Alienación religiosa
La alienación –término marxista tan utilizado como distorsionado–, viene a referirse como «autoextrañamiento». Pueden existir varios tipos de alienación –por ejemplo, del hombre respecto a la naturaleza–. También existe la «alienación religiosa», concepto que estudiaron luego Marx y Engels en base a la ampliación y corrección de los magníficos trabajos del materialista Ludwig Feuerbach. ¿Qué podemos decir sobre el surgimiento de la religión?
La veneración religiosa en la prehistoria vino dada –y no podía ser de otra forma– de cosas cotidianas para aquellos seres. Aunque ahora nos puede parecer inverosímil, se desarrolló un culto a las piedras o a los árboles, también animales o figuras de la astronomía.
«La religión comprende todos los objetos del mundo; todo lo que existe era objeto de la veneración religiosa». (Ludwig Feuerbach; La esencia del cristianismo, 1841)
La religión en la prehistoria iba relacionada con la adoración de los animales como es lógico, sobre todo en la etapa en que eran cazadores-recolectores, donde ellos eran vistos como seres divinos o intermediarios de los dioses. Lo más representante de esto pueden ser actos como el llamado «culto al oso».
Como es normal, conforme avanzaban las proezas en el desarrollo de ciertas trampas y estrategias de caza, en el Neolítico ya algunos animales empiezan a ser domesticados modificando así su estatus «numinoso» entre los hombres; pasando los animales de seres sagrados, a ya a lo sumo seres intermediarios de los dioses, pero no deidades en sí. En este curso precisamente se cree que se desarrolla el culto a la araña, por ser el animal fetiche de las trampas y la caza meticulosa. He ahí, como con la domesticación de animales surge un cambio de paradigma en la mentalidad colectiva humana y surgen de esa superioridad manifiesta ante los animales los nuevos dioses antropomórficos, es decir con formas humanas.
«En la esencia y conciencia de la religión no hay sino lo que se encuentra en general en la esencia y conciencia que el hombre tiene de sí mismo y del mundo». (Ludwig Feuerbach; La esencia del cristianismo, 1841)
La religión, pues, no deja de ser un reflejo de las condiciones materiales. Esto se refleja en que la mayoría de dioses conforme avanza la sociedad van adquiriendo cada vez más formas antropomórficas –es decir, que tiene forma o apariencia humana–, alejándose del culto prehistórico de objetos inanimados. Incluso si profundizamos un poco no es mero azar que posteriormente los dioses etíopes fueran representados con la tez negra a semejanza de sus adoradores, o que en el arte íbero aparezca el toro, animal fundamental de su entorno y economía.
Pero incluso si nos retrotraemos a la adoración de objetos inanimados «simples» a nuestros ojos como las piedras no nos debe parecer descabellada tal culto para aquel entonces, porque efectivamente tenían una importancia clave para su época. A ejemplo de lo comentados más arriba el canto callado fue el primer instrumento fabricado por los antepasados del hombre, un hito en la historia de las especies, pues nadie salvo el ser humano ha logrado producir un instrumento propio. Los animales como por ejemplo el mono puede valerse de palos o piedras para llegar a alimentos o defenderse pero jamás han fabricado sus propios instrumentos. El sílex fue el elemento estrella de la Edad de Piedra por su uso polifacético. Pensemos que las piedras eran un instrumento de avance tecnológico de la época como podría serlo la rueda o la pólvora mucho después, era un nexo de unión y a la vez enajenación de la naturaleza, pues por un lado acercaba al ser humano a la posibilidad de interactuar más activamente con la naturaleza sin tanto miedo ni desconfianza al medio, pero por otro empezaba el «peligroso» camino de las creaciones artificiales que distanciarían al ser humano de la naturaleza en milenios posteriores. La adoración de este tipo de elementos como objetos divinos está más que justificado en ese momento.
Muchas de estas «obras tecnológicas» como las hachas, pulimentadas o no, empezaron también a ser reconocidas como instrumentos que los dioses habían dejado caer –apropósito o no– en la tierra. La gran variedad de nombres relacionados de ese «objeto divino» en los diferentes países de todos los continentes, es una notoriedad manifiesta de esta evidencia:
«Prueba de ello es la gran cantidad de denominaciones que las hachas prehistóricas, pulimentadas o no, tienen en varios países de los cinco continentes. Así, podemos encontrarlas con el nombre de «piedras de rayo», o simplemente «rayos», en cualquier país de la Europa occidental, o con el de «piedra del trueno» en Islandia o en Japón, o como «mallas de Thur» –dios del trueno– en Suecia, o «flechas de Dios» en Hungría, como «piedras de Ukko» –dios del rayo– en Finlandia, «dientes de rayo» en Java, «flechas de rayo» en la India o como «flechas de trueno» en Siberia, o «dardos de hada» en Irlanda (C. Schmidt Branco: 268). En Borneo, por ejemplo, se veneran con el nombre de Silum Baling Go –uña del dedo gordo del pie de Baling Go, dios del trueno– unos objetos de piedra de forma alargada que se cree son obra de los primeros habitantes de la isla, y que los indígenas suponen caídos del cielo (A. C. Haddon 1901: 369). Según M. Lhote, entre los tuareg del norte de África, las hachas pulidas son piedras caídas del cielo, y con propiedades profilácticas (M. Lhote 1952: 528)». (Juan Antonio García Castro; Mitos y creencias de origen prehistórico: «Las piedras de Rayo». 1988)
Esto es algo que ha transcendido hasta nuestros días en la mentalidad actual del hombre, todavía dominada por el idealismo religioso en muchos casos:
«Y aún hoy día los campesinos griegos relacionan la caída del rayo y los prodigios talismáticos con hachas de piedra a las que llaman «astropelekia», es decir, hachas de cielo (E. Cartailhac 1889: 4)». (Juan Antonio García Castro; Mitos y creencias de origen prehistórico: «Las piedras de Rayo». 1988)
En España y Portugal tanto los pueblos indoeuropeos como los íberos coleccionaban estos artilugios como amuletos cuando eran encontrados. Los pueblos de la Edad del Hierro y del Bronce heredaron este patrón común. Las sacerdotisas íberas se caracterizaron por portar amuletos de este tipo.
«En España se han recogido, tanto en pueblos indoeuropeos como ibéricos, bastantes muestras de este culto al hacha, pues se han hallado en contextos arqueológicos casi históricos objetos cortantes de piedra que determinados autores relacionan con el sentido amulético o simbólico que debieron tener para las gentes que los encontraron. Oliva Prat opinaba que la presencia de estas piezas en un contexto ibérico como Ullastret o Ampurias, e incluso en otras estaciones de la misma época, responde a que «serían recogidos por los indígenas en sus correrías por la comarca y los consevarían como raro amuleto» (M. Oliva Prat 1963:225). La misma solución propone Mario Cardozo ante las hachas encontradas entre los materiales de la segunda Edad del Hierro en un ambiente lusitano-romano». (Juan Antonio García Castro; Mitos y creencias de origen prehistórico: «Las piedras de Rayo». 1988)
He aquí resumido desde el materialismo histórico la gran importancia de aquellas cosas provechosas en lo socio-económico y su relación con su divinización. Solo de esta forma se puede entender científicamente el surgimiento de la religión.
En resumen, y para finalizar, la religión nace como satisfacción a la incomprensión del hombre primitivo ante la naturaleza, por ello intentó ejercer una influencia sobre los objetos circundantes que creía divinos a través de plegarias, ceremonias y rituales para ganarse su favor. Pero, cuanto más avanzó el ser humano, cuanto más aprendió a usar sus capacidades para la comprensión de los fenómenos y «dominio» de la naturaleza, menos necesitó de la religión, más rápido arrebataba a la religión ese manto de «necesidad y dependencia» para vivir o, mejor dicho, sobrevivir, sobrellevar sus penurias.
Alienación respecto a la naturaleza
Aquí podríamos introducir otra reflexión. El ser humano sufre en la sociedad capitalista una alienación respecto a la naturaleza, ¿por qué?
Como sabemos muchos de los animales no tienen una racionalidad suficiente como para respetar el ciclo de la vida y dar tiempo a que su alimento y recursos sean aprovechados adecuadamente. ¿Y el hombre? El hombre tiene suficiente capacidad y raciocinio, pero de nuevo el engranaje creado le impide una racionalización óptima.
Tras la revolución industrial se implementó un modelo que potenciaba aún más el derroche de recursos dentro de la lógica del crecimiento económico constante y la búsqueda del máximo beneficio, leyes sociales inherentes al sistema capitalista, esto abarcó la explotación intensiva de los seres vivos –flora y fauna– acompañada de un uso creciente y exponencial de «combustibles fósiles». Todo ello fue sostenido por la incipiente moral proporcionada por la reforma del cristianismo protestante en los países más avanzados, recordemos que la reforma moral tuvo como primer paso eliminar la carga de «pecado» que tenía el ejercicio de la «usura», basando ahora su idea en que «el hombre es el centro de la creación, por tanto tiene a libre disposición los recursos, en tanto, si tienes éxito en los negocios es porque has sido elegido por Dios, y en caso de agotamiento Dios proveerá soluciones acordes a su magnanimidad».
Las nuevas tecnologías requerían de un gran aporte de energía: se cambió la leña por el carbón y el petróleo. Los combustibles fósiles se empezaron a gastar más rápido de lo que se generan –no siendo renovables–. Algunos de los impactos más importantes fueron los monocultivos con empleo de plaguicidas y fertilizantes, que aumentan la deforestación, la contaminación y la erosión. También debe tenerse en cuenta el factor del creciente hacinamiento de la población en las grandes ciudades, que dificultaba el aporte de recursos y el tratamiento de los residuos, aumentando indirectamente la insalubridad, por lo que los marxistas del siglo XIX ya analizaron en su época muchos de estos problemas y plantearon soluciones lejos de las utopías de muchos ecologistas contemporáneos. Lejos de ser una casualidad, bajo el capitalismo este panorama era y es totalmente normal, pues el capitalismo solo busca la rentabilidad a cualquier coste, inclusive obteniendo superganancias en detrimento del ecosistema natural, este sistema no se detiene ante nada, ni siquiera ante una posible perspectiva de un planeta inhabitable en próximas décadas o decenios.
En el capitalismo el hombre sufre una alienación respecto a la naturaleza, ya que el burgués debe priorizar el obtener riqueza a cualquier coste incluso dañando la naturaleza si es necesario, de otra forma puede verse superado por sus competidores. Que esta competitividad interbuguesa se produzca con el amplio nivel de desarrollo de la capacidad de producción y movilización de la fuerza productiva, es lo que produce verdaderas catástrofes para el medio ambiente. Pero también el obrero sufre una alienación en el tema de la naturaleza, ya que muchas veces no se centra en el daño ambiental que produce su trabajo, puesto que depende de él para su sustento, o incluso su queja no llega a nada ya que no depende de él cómo se produce ni cómo se distribuye dicho producto, de ahí la necesidad de la organización junto a otros de su clase para paliar esta cuestión.
Pero la «deshumanización» del capitalismo no es a causa de los avances tecnológicos –como muchos anarquistas y «ácratas» mantienen–, sino de un uso privativo y especulativo de dichos avances –solo hay que verlo en campos como la industria farmacéutica o alimentaria–, el problema, señores, es la propiedad privada inherente a los medios de producción que existe en dicho sistema, y que mercantiliza sin escrúpulos la salud o los alimentos, algo que bajo las leyes del capitalismo, como la ley del valor, es del todo normal y solo puede conducir al atolladero que conocemos: ricos y pobres, privilegiados de esas innovaciones y parias que jamás llegarán a disfrutar de esos avances. Si estos autores se hubieran preocupado en entender la dinámica del capitalismo habrían llegado a mejores soluciones, pero dado que no les interesaba la economía sino solo sus ideas subjetivas y románticas, llegaron a las famosas soluciones fantasmagóricas dado que no saben enfrentar el reto de encajar el desarrollo tecnológico con una ética respetable desde un punto de vista científico y progresista. Así, por ejemplo, somos testigos de las recetas pintorescas más cercanas al hippismo que plantearían una «gran desindustrialización y la vuelta al campo», incluso la apuesta por la «destrucción de las máquinas» porque «la tecnología en sí deshumaniza», visiones más propias de un ignorante o de una secta religiosa como los Amish que de un hombre culto y progresista. Aunque lo quieran, no se puede voltear la rueda de la historia, pero ellos todo lo solucionan a fuerza de voluntad e idealismo cándido.
El marxismo promulga que el ser humano jamás debe ser sometido a la ciencia y la técnica de forma pasiva, no debe dominar la naturaleza sin hacerse ninguna pregunta, sino que la voluntad humana debe dominar la técnica siendo consciente de que su uso no debe hacer mayor acopio que el de satisfacer sus necesidades, razón por la que es necesario un cambio de sistema político, económico y cultural.
Si bien con el capitalismo se dio satisfacción al desarrollo de unas fuerzas productivas que no podían ser satisfechas por las relaciones de producción feudales –las cual frenaban ese desarrollo–, actualmente el capitalismo ha agotado ese aspecto relativamente progresista en la historia del ser humano, ya que como cualquier otro régimen explotador produce sus propias contradicciones que lo conducen a su superación. Eso hace que las relaciones de producción acaben tras un tiempo siendo obsoletas y no se puedan controlar el desarrollo de las fuerzas productivas que se ha desatado.
Por ello señalamos sin equivocación que solamente con el fin de la propiedad privada y la creación de una economía de tipo social pueden solucionarse los desajustes en la producción y los abusos medioambientales del capitalismo; poniendo fin tanto al problema de las crisis de producción como la contradicción actual entre hombre y naturaleza.
Alienación respecto al producto
«No basta con que las condiciones de trabajo cristalicen en uno de los polos como capital y en el polo contrario como hombres que no tienen nada que vender más que su fuerza de trabajo. Ni basta tampoco con obligar a éstos a venderse voluntariamente. En el transcurso de la producción capitalista, se va formando una clase obrera que, a fuerza de educación, de tradición, de costumbre, se somete a las exigencias de este régimen de producción como a las más lógicas leyes naturales. La organización del proceso capitalista de producción ya desarrollado vence todas las resistencias; la creación constante de una superpoblación relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo y, por ello, el salario a tono con las necesidades de crecimiento del capital, y la presión sorda de las condiciones económicas sella el poder de mando del capitalista sobre el obrero. Todavía se emplea, de vez en cuando, la violencia directa, extraeconómica; pero sólo en casos excepcionales. Dentro de la marcha natural de las cosas, ya puede dejarse al obrero a merced de las «leyes naturales de la producción», es decir, puesto en dependencia del capital, dependencia que las propias condiciones de producción engendran, garantizan y perpetúan». (Karl Marx; El capital, 1867)
¿Y qué hay del concepto de alienación respecto al trabajo en la actualidad? Quizás el concepto más conocido sea el de la alienación del trabajador respecto a aquello que produce mediante el trabajo, es decir, el producto. En el capitalismo, esta alienación se produce cuando el trabajador, al no poseer los medios de producción –máquinas, tierras, herramientas… en definitiva, todos aquellos instrumentos necesarios para producir bienes y servicios–, no tiene poder de decisión sobre el producto final, pues no decide qué tipo de producto produce ni cómo se distribuye, sino que, simplemente, vende su «fuerza de trabajo», es decir, sus habilidades, para trabajar en un producto elegido por el capitalista a cambio de un salario.
A todo esto, se le añade la cuestión de la conocida plusvalía que Marx explicó así:
«Tomemos el ejemplo de nuestro hilador. Veíamos que, para reponer diariamente su fuerza de trabajo, este hilador necesitaba reproducir diariamente un valor de tres chelines, lo que hacia con su trabajo diario de seis horas. Pero esto no le quita la capacidad de trabajar diez o doce horas, y aún más, diariamente. Y el capitalista, al pagar el valor diario o semanal de la fuerza de trabajo del hilador, adquiere el derecho a usarla durante todo el día o toda la semana. Le hará trabajar, por tanto, supongamos, doce horas diarias. Es decir, que sobre y por encima de las seis horas necesarias para reponer su salario, o el valor de su fuerza de trabajo, tendrá que trabajar otras seis horas, que llamaré horas de plustrabajo, y este plustrabajo se traducirá en una plusvalía y en un plusproducto. Si, por ejemplo, nuestro hilador, con su trabajo diario de seis horas, añadía al algodón un valor de tres chelines, valor que constituye un equivalente exacto de su salario, en doce horas incorporará al algodón un valor de seis chelines y producirá el correspondiente superávit de hilo. Y, como ha vendido su fuerza de trabajo al capitalista, todo el valor, o sea, todo el producto creado por él pertenece al capitalista, que es el dueño pro tempore de su fuerza de trabajo. Por tanto, adelantando tres chelines, el capitalista realizará el valor de seis, pues mediante el adelanto de un valor en el que hay cristalizadas seis horas de trabajo, recibirá a cambio un valor en el que hay cristalizadas doce horas de trabajo. Al repetir diariamente esta operación, el capitalista adelantará diariamente tres chelines y se embolsará cada día seis, la mitad de los cuales volverá a invertir en pagar nuevos salarios, mientras que la otra mitad forma la plusvalía, por la que el capitalista no abona ningún equivalente. Este tipo de intercambio entre el capital y el trabajo es el que sirve de base a la producción capitalista o al sistema del asalariado, y tiene incesantemente que conducir a la reproducción del obrero como obrero y del capitalista como capitalista. La cuota de plusvalía dependerá, si las demás circunstancias permanecen invariables, de la proporción existente entre la parte de la jornada de trabajo necesaria para reproducir el valor de la fuerza de trabajo y el plustiempo o plustrabajo destinado al capitalista». (Karl Marx; Salario, precio y ganancia, 1865)
No menos cierto es que, en la sociedad capitalista, el trabajo adquiere, mayoritariamente, unos tintes que alejan al ser humano de cualquier tipo de satisfacción por el acto de trabajar. Bajo el régimen de producción capitalista, autorrealizarse trabajando no es algo real; pensar en la «autorrealización mediante el trabajo» en tales condiciones es algo casi utópico, relegado a la imaginación. La clase trabajadora se ve abocada a trabajar en obras que no son de su interés, o bien a hacerlo en otras que sí lo hacen, pero cuyas limitaciones frenan su desempeño, haciendo de ellas una labor igualmente insatisfactoria.
Trabajo manual e intelectual
La evolución del trabajo en la etapa de los grandes monopolios y las grandes cadenas de montaje derivó, como sabemos, en un sinfín de trabajos cada vez más sencillos, pero a cada cual más tediosamente mecánico. Esto convierte al trabajador manual en un ser de gran penumbra espiritual, falto de ánimo y autoestima, que debe abstraerse y contentarse pensando que debe «aguantar» en pos de un fin mayor: pagar la hipoteca de la casa, la comida y la vestimenta familiar; en suma, sobrevivir. Paradójicamente, su problema no es la falta de cualificación, sino su sobrecualificación. Esto es aún más frustrante en los países capitalistas donde la cualificación obtenida a través de diversos estudios superiores no es capaz de garantizar un trabajo en su especialización, forzando a muchos a aceptar puestos laborales que nada tienen que ver con su sueño y formación académica.
Esto se aplica igualmente –aunque en diferente medida– a aquellos campos más intelectuales en los que el sujeto ve limitados sus conocimientos y la aplicación libre y útil de los mismos por las exigencias de la burguesía. Así, el intelectual –profesor, pintor, periodista o músico, entre otros– debe aceptar y reproducir planes, proyectos o metodologías con los que no comulga, viéndose forzado a exprimir sus habilidades de esta manera so pena de ser expulsado por no aceptar los moldes y valores burgueses. En el mejor de los casos, el sujeto podrá acogerse a algunas triquiñuelas –como la libertad de cátedra–, conformándose con aderezar los dictados del sistema con sutilezas que, al menos, se correspondan con sus ideas. Aunque, claro está, también puede arriesgarse a perder su plaza privilegiada exponiendo su metodología y creencia a viva voz. De ser expulsado siempre podrá optar por canales alternativos en los que su trabajo sea apreciado sin cortapisas –labor igual de difícil que la de encontrar un oasis en un desierto y, las más de las veces, igualmente fútil–, aunque ello suponga un deterioro de su remuneración y una ampliación de sus horas de trabajo. Suponemos que, para los adalides del liberalismo, la presión que recibe la intelectualidad honesta bajo el capitalismo no es «síntoma de adoctrinamiento». Pero lo cierto es que el trabajo en el mundo capitalista atenaza al hombre de ideas progresistas, le encorseta en unos moldes que ni desea, ni puede desear, en el fondo de su ser.
Por tanto, es claro que el trabajo en el mundo capitalista atenaza al hombre de ideas progresistas, le encorseta en unos moldes que ni desea, ni puede desear, en el fondo de su ser.
Cuando el trabajo es extremadamente físico y repetitivo, y como consecuencia de sus inquietudes personales o la enfermedad, el trabajador aspirará a uno «mejor». Lo más probable, sea por falta de cualificación técnica, experiencia o las demandas de la burguesía, es que no lo logre. Aun cuando el trabajo físico que realiza es de su agrado, la voluntad de los capitalistas, ávidos por un incremento en sus beneficios, le seguirá sobrevolando, golpeando al obrero con un ideario que es ajeno a sus intereses. Nos referimos, claro está, al interés del burgués por reducir los salarios o disminuir las «costosas» medidas de seguridad, en contraposición con los deseos del proletario, que desea vivir dignamente; al interés del burgués por satisfacer su necesidad de mano de obra en las épocas de mayor abundancia en contraposición con el obrero, que quiere compatibilizar su trabajo con su vida personal. Lo que hace de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción una reivindicación progresista no es únicamente que, en el seno de la sociedad capitalista, el interés colectivo quede supeditado al particular; sino que también en lo individual, repercute negativamente en el asalariado, cuyas necesidades y aspiraciones laborales son menospreciadas por un sistema en el que pasa a ser mercancía. El capitalismo no contiene una sola pizca de humanidad.
La prueba de la «preocupación» por la autorrealización personal bajo el capitalismo es la ausencia de un proyecto general educativo serio que permita capacitar libremente al trabajador en sus aspiraciones laborales. Solo hay que ver cómo la burguesía intenta eliminar el fruto de las conquistas de la clase obrera en materia sanitaria y educativa, cómo endurece y mercantiliza su acceso. Aunque, claro está, tampoco debemos olvidar que estas conquistas fueron medidas que, como remarca August Bebel en su obra «El socialismo y la mujer» (1879), la burguesía se vio obligada a implementar para reducir los escandalosos niveles de pobreza y, así, elevar la productividad de los trabajadores de cada nación en aras de una mayor competitividad en el mercado internacional. Por tanto, estas reformas no fueron el resultado del «altruismo» del capitalismo con los trabajadores, sino una mera manifestación del oportunismo burgués cuyo móvil es el interés propio. Medidas que, como nos hemos hartado de repetir, la plutocracia intenta revertir en tiempos de crisis con tal de mantener sus beneficios.
Esta posición del trabajador en el sistema social, político y económico lo convierte en el peón de un tablero donde no tiene posibilidad de ganar. La inseguridad que agobia a su cuerpo terrenal y aflige su espíritu hace que ceda fácilmente y le lleva a priorizar las comodidades y la adaptación al sistema, perdiendo todo ímpetu revolucionario que podría transformar la sociedad y eliminar el causante de sus temores.
Para ellos –los capitalistas– solo hay un mercado basado en la oferta y demanda de trabajadores, solo hay números, posibles beneficios en contratar o utilizar a este o aquel. Por ello facilitan una cierta formación cuando necesitan una determinada técnica y siempre bajo unos lineamientos ideológicos que no permitan al sujeto pensar demasiado, pero nada más. Mientras que los trabajadores, a ojos de sus patronos, no son tomados como personas en su integridad ni «existen motivos» para facilitar su desarrollo cognitivo, su salud física, sus aspiraciones laborales o sus anhelos emocionales. pues la burguesía ha aprendido que una inversión así les reportaría pérdidas o, si más no, que no todo retribuiría completamente en favor de su bolsillo. Por eso los proletarios son tratados como otras máquinas que requieren lo justo y necesario, para que, llegado el momento en que dejen de funcionar y dejen de ser rentables, puedan ser fácilmente sustituidos por un modelo más joven y actualizado.
¿Y cuál es, precisamente, una de las razones para «soportar» dicha tarea? La manutención de la economía familiar y el disfrute de la vida social. Pero aquí hallamos otro problema: la tan cacareada «conciliación de vida laboral y familiar» que, en realidad, es negada por diversas razones. Podríamos citar el precio y la distancia que supone para los trabajadores llegar a su puesto de trabajo, la dilatada jornada laboral o las famosas «horas extra» que en no pocas ocasiones, o bien no son pagadas debidamente, o bien no son remuneradas. El trabajador no solo se ve privado de disfrutar por un tiempo limitado de su familia y amigos, sino que muchas veces el tiempo que gasta en su puesto de trabajo es tal y el tiempo que pasa en casa es tan fortuito, que acaba viendo como su «familia» y «amigos» a sus compañeros de trabajo, las vidas de los cuales conoce mejor que las de sus propios hijos, amigos o cónyuge.
Dejaremos como reflexión una síntesis sobre lo que han supuesto las antiguas formas y organizaciones de producción en las sociedades pasadas, así como sus limitaciones:
«Todos los modos de producción que han existido hasta el presente sólo buscaban el efecto útil del trabajo en su forma más directa e inmediata. No hacían el menor caso de las consecuencias remotas, que sólo aparecen más tarde y cuyo efecto se manifiesta únicamente gracias a un proceso de repetición y acumulación gradual. La primitiva propiedad comunal de la tierra correspondía, por un lado, a un estado de desarrollo de los hombres en el que el horizonte de éstos quedaba limitado, por lo general, a las cosas más inmediatas, y presuponía, por otro lado, cierto excedente de tierras libres, que ofrecía cierto margen para neutralizar los posibles resultados adversos de ésta economía positiva. Al agotarse el excedente de tierras libres, comenzó la decadencia de la propiedad comunal. Todas las formas más elevadas de producción que vinieron después condujeron a la división de la población en clases diferentes y, por tanto, al antagonismo entre las clases dominantes y las clases oprimidas. En consecuencia, los intereses de las clases dominantes se convirtieron en el elemento propulsor de la producción, en cuanto ésta no se limitaba a mantener bien que mal la mísera existencia de los oprimidos. Donde esto halla su expresión más acabada es en el modo de producción capitalista que prevalece hoy en la Europa Occidental. Los capitalistas individuales, que dominan la producción y el cambio, sólo pueden ocuparse de la utilidad más inmediata de sus actos. Más aún; incluso ésta misma utilidad –por cuanto se trata de la utilidad de la mercancía producida o cambiada– pasa por completo a segundo plano, apareciendo como único incentivo la ganancia obtenida en la venta. La ciencia social de la burguesía, la Economía Política clásica, sólo se ocupa preferentemente de aquellas consecuencias sociales que constituyen el objetivo inmediato de los actos realizados por los hombres en la producción. Esto corresponde plenamente al régimen social cuya expresión teórica es esa ciencia. Por cuanto los capitalistas aislados producen o cambian con el único fin de obtener beneficios inmediatos, sólo pueden ser tenidos en cuenta, primeramente, los resultados más próximos y más inmediatos. Cuando un industrial o un comerciante vende la mercancía producida o comprada por él y obtiene la ganancia habitual, se da por satisfecho y no le interesa lo más mínimo lo que pueda ocurrir después con esa mercancía y su comprador». (Friedrich Engels; El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, 1876)
¿Por qué el proletariado sigue siendo la clase más revolucionaria?
Es un hecho constatable que la «terciarización» de la economía ha sido uno de los fenómenos más comentado en los últimos años Esta responde una vez más a una necesidad del capitalismo para readaptarse y sobrevivir. ¿En qué consiste? En que en según qué países –por razones de reducción de costes, innovaciones tecnológicas o exigencias de otras potencias externas–, la industria, dado el caso, ha sido limitada, deslocalizada o desmantelada, lo cual no implica que los niveles de producción industriales hayan decrecido a nivel mundial, todo lo contrario, el ritmo de crecimiento es positivo. Mucho de este «sector terciario» corresponde a ramas relacionadas directa o indirectamente con la producción industrial o, en su defecto han sido creadas para satisfacer nuevas demandas de la población contemporánea que antaño no existían o no tenían relevancia de peso. Por eso, a su vez, ramas específicas como la Tecnología de la Información y Comunicación (TIC) han irrumpido hasta alcanzar también un porcentaje del PIB. En resumidas cuentas, la terciarización es el grado paulatinamente mayor de peso del sector servicios en la estructura económica de un país. Los tres factores que la posibilitan son: automatización de la producción –porque se libera capital variable que puede ser empleado en los servicios–, deslocalización/externalización de la producción –con los superbeneficios obtenidos de trasladar la producción allá donde es más rentable se puede costear la reinserción en el sector servicios de la fuerza de trabajo «patria» desechada en el proceso deslocalizador– y, por último, la descomposición de la agricultura –que es el sector donde más «transfuguismo» ha habido hacia el sector servicios; de donde provienen la gran mayoría de los empleados del sector terciario–.
Ninguna de las réplicas de los filósofos del capitalismo excluye o refuta el proceso de concentración de monopolización o de pauperización que se ha presentado durante todas y cada una de las crisis cíclicas que se dan de tanto en tanto en los países más avanzados del capitalismo. Nótese que, por ejemplo, este proceso de acumulación de riquezas en detrimento de otros que son condenados a la pobreza, no está desconectado de otros problemas como el uso irracional de los recursos en detrimento del medio ambiente, ya que ambos acontecen a causa de que el capitalismo es en sí un modelo voraz e inhumano. Ni la «sociedad de consumo» ni los mejores servicios de higiene o electrónica han resuelto ni resolverían en el futuro los problemas de desempleo, medioambientales o las crisis de superproducción del capitalismo, lo que demuestra que el proletariado y la teoría marxista están más vigentes que nunca.
En su día la Escuela de Frankfurt negó al proletariado como clase ascendente de la historia, como clase que debe hegemonizar la superación del capitalismo. Clamaba que, a causa de los medios masivos de información, la alienación existente entre el proletariado en los países de la «sociedad de consumo» era tan enorme que se había aburguesado, no pudiendo ser ya el sujeto determinante, transformador. Así algunos autores concluyeron que la intelectualidad o incluso al lumpenproletariado serían el elemento vanguardia, la capa social que cumpliría las veces de «clase determinante o ascendente», una completa aberración teórica por varias razones.
Gran parte de la intelectualidad en el capitalismo no puede sobrevivir sin prestar servicio a disposición de quien le paga: la burguesía; además la intelectualidad es una capa social que procede de varios extractos sociales, gran parte de ella sale de las capas acomodadas, sus miembros están muy alejados del peso del trabajo físico, por lo que corre el riesgo de alejarse del proletariado sino asimila su teoría y mantiene lazos cercanos con él.
El lumpenproletariado por lo general es un elemento oportunista carente de todo principio ideológico y moral, es el esquirol y matón por excelencia, sobrevive gracias a cumplir los servicios de la burguesía, reúne en él los peores vicios de la sociedad burguesa, de hecho esta última se vale de su modo de pensar y actuar para hacer degenerar a los trabajadores, en especial a los jóvenes, propagando la cultura lumpen en los medios culturales como modelo a seguir para desactivar el movimiento proletario revolucionario.
La clase obrera es la única clase que por su lugar en la producción asegura su reproducción conforme el capitalismo se expande, no se restringue ni se descompone como ocurre con la pequeña burguesía, su carencia de cualquier medio de producción, su concentración en zonas de trabajo, hacen proclive su agrupamiento y la solidaridad entre sus miembros. El rol que ocupa en la producción le da una posición decisiva, suponiendo el mayor peligro para la burguesía en caso de que decida levantarse; la condición de desposeída de toda propiedad hace que a diferencia de otras viejas clases de la historia que pugnaban por el poder, la clase obrera no necesite tomar el poder para asegurar su poder y propiedad, sino para liberar al ser humano de toda explotación del hombre por el hombre, eso sumado a que es la única clase social que cuenta en sus movimientos históricos con una doctrina científica como es el marxismo-leninismo. Todo esto hace que sin discusión sea la clase obrera sea la clase de vanguardia, preparada históricamente para destruir al capitalismo.
La alienación no es un fenómeno exclusivo de la sociedad capitalista, ya estaba presente en el feudalismo y en otros sistemas, solo que los medios por los que se ejercía esta alienación eran diferentes, la clase obrera y el resto de trabajadores pueden repeler esta alienación si se agrupa, difunde su doctrina, analiza y expone las causas de los problemas candentes a los que encara por la vía revolucionaria.
Pese al bajo nivel de concienciación política en muchos lugares, a la burguesía le es muy difícil camuflar las contradicciones existentes en la sociedad de clases:
a) Un proletario sabe distinguir que él está desposeído de los medios de producción y que un burgués los posee, que de ahí nace su riqueza y estatus, que bien puede permitirse hasta no supervisar sino delegar la fábrica en alguien, pero seguir obteniendo beneficios con el sudor ajeno; el burgués puede colocar a trabajar en la empresa a quien le de la gana, porque es suya, más allá de las capacidades y méritos. El trabajador sabe de sobra que en caso de perder su puesto de trabajo depende de que otro capitalista le requiera para poder ganarse la vida, que ni siquiera con una formación laboral adecuada o una larga experiencia tiene garantizado el jocoso derecho al trabajo que dice garantizar la libertad burguesa;
b) Es consciente de que en esta sociedad las profesiones no son valoradas como se debiera, que tiene mayor estatus social gente del mundo de la prensa rosa, la publicidad, un youtuber o un deportista de élite que un enfermero, un profesor o un obrero de obra. El trabajador es consciente de que en comparación con ellos cobra salario ridículo para el tiempo que trabaja y el esfuerzo que dedica en una labor de primera necesidad, mientras ellos ganan millones sin hacer nada de enjundia. Sabe que los primeros están mejor valorados que los segundos, que muchos de los primeros se dejan la piel para llegar a final de mes mientras algunos de los segundos no solo ganan millones si no que a veces ni siquiera hacen algo de valor para la sociedad, que su trabajo es una inmundicia que envenena a sus hijos;
c) Conoce de sobra que si comete una infracción la justicia no será la misma que para alguien famoso o cualquier adinerado. La experiencia le dice que las crisis no las pagan los ricos ni siquiera cuando la han provocado por especulaciones y corruptelas manifiestas, que siempre terminan siendo pagadas por los trabajadores con todo tipo de impuestos y ajustes económicos. Se da cuenta perfectamente de que los políticos que están en el poder y se postulan para entrar en él, no son de su misma clase social;
d) Todo esto arrastra espontáneamente, quiérase o no, al proletariado hacia la lucha de clases, y a los que profundizan en las causas de esta lucha, hacia inclinaciones anticapitalistas. Otra cosa muy diferente es que a falta de un factor subjetivo como es la organización del proletariado y el estudio de su doctrina marxista-leninista y bajo la presión ideológica constante de la burguesía y sus agentes, no lleguen a buen puerto y el proletariado se desvíe.
Esto tampoco nos puede dar pie a predicar una demofilia y una idealización de la clase obrera, aquella que acaba teorizando que «con brújula o sin ella las masas se liberarán solas», algo que no solo es necio y estúpido, sino que carece de rigor histórico y está más cercano al anarquismo y el luxemburgismo que al marxismo-leninismo y su comprensión de las relaciones entre vanguardia-masas. No por casualidad los bolcheviques se pasaron toda una época refutando las ideas espontaneístas.
Clases sociales e ideología revolucionaria
Aclararemos uno de los grandes equívocos de nuestros que todavía sobreviven: la conciencia revolucionaria no brota en las cabezas de los trabajadores por el mero hecho de que la lucha de clases exista, debe ser introducida desde fuera. Sentimos que para vosotros esto sea «paternalismo», ahora bien, vuestros sentimientos nos importan bien poco cuando el pueblo está «huérfano» de ideas revolucionarias. La clase obrera, por su condición dentro del entramado capitalista, es la clase social más interesada en la revolución socialista –que socialice los medios de producción para disfrute de toda la comunidad trabajadora–, sí, correcto, pero el marxismo, el socialismo científico, no ha nacido de una «autoconciencia» de los obreros, sino como consecuencia de que una capa de la intelectualidad se ha «rebelado» y ha supeditado su ingenio y estudio a la causa de la humanidad, revelando que la causa de la clase obrera es la causa progresista de nuestra época, acercándose a ella. ¿La razón de esta singularidad? La división que existe en la sociedad entre trabajo físico e intelectual. El intelectual medio, a diferencia del obrero medio, tiene un bagaje de conocimientos culturales y de tiempo para el estudio de los que el segundo no dispone, tan simple como eso. Asimismo, por sus características intrínsecas, el intelectual suele cosechar unos vicios diferentes –vanidad, pedantería, falta de disciplina, egocentrismo–, mientras la clase obrera suele sufrir de otros diferentes –enorgullecimiento de su embrutecimiento, la creencia de que no puede instruirse como los intelectuales, la excesiva impresionabilidad o envidia hacia las figuras con conocimientos, el fanatismo por los dirigentes, etcétera–. En el caso de los intelectuales, para ser útiles a la causa progresista, deberán aprender de la humildad, disciplina y compromiso solidario de la clase obrera, mientras que esta última deberá aprender de la intelectualidad el amor inagotable por los conocimientos, abandonar la complacencia y autovictimismo sobre su ignorancia y aprender a dirigir sus destinos sin complejos. Esto destierra todas las teorías que los pseudomarxistas han propagado sobre que los intelectuales populares no son necesarios, cuando en realidad son imprescindibles –e insistimos, como lo haremos de aquí en adelante, por intelectual nos referimos a quien se dedica a labores intelectuales, no al origen social del mismo que puede ser variado, pudiendo provenir desde la clase obrera a la clase burguesa–. Es más, una vez dentro del partido revolucionario, todos, provengan de donde provengan, tienen que ser lo «más intelectuales» que sus capacidades les permitan ser, puesto que la alta formación ideológica y la gran dirección de mando son unas capacidades mentales que la colectividad exigirá a sus hijos, y nadie mirará si provienes de una familia campesina, burguesa, obrera o intelectual, sino que exigirá personas con una técnica y destreza a la altura de los retos de la comunidad, puesto que otros en tus mismas condiciones –o peores– han superado su atraso cultural, y nosotros, como revolucionarios, no nos igualamos y comparamos a la baja, sino que pretendemos una emulación y alcanzar a los de arriba, a nuestros mejores compañeros, tanto en valores físicos como intelectuales.
«No puede ni hablarse de una ideología independiente, elaborada por las mismas masas obreras en el curso de su movimiento. (...) Esto no significa, naturalmente, que los obreros no participen en esta elaboración. Pero no participan en calidad de obreros, sino en calidad de teóricos del socialismo, como los Proudhon y los Weitling; en otros términos, sólo participan en el momento y en la medida en que logran, en mayor o menor grado, dominar la ciencia de su siglo y hacer avanzar esa ciencia. Y, a fin de que los obreros lo logren con mayor frecuencia, es necesario ocuparse lo más posible de elevar el nivel de la conciencia de los obreros en general; es necesario que los obreros no se encierren en el marco artificialmente restringido de la «literatura para obreros». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
En la época del capitalismo solo existen dos grandes ideologías contrapuestas –la burguesa y la obrera– pues la pequeña burguesía es una clase en descomposición, vacilante y que, como el resto, anidan en puentes intermedios que se inclinan, por lo general, entre estas dos. Bien, pues si estas dos clases se disputan el porvenir, sacamos como conclusión que la pequeña burguesía o la propia intelectualidad solo puede elegir entre estas dos ideologías, puesto que de apegarse a «su» causa particular –solo para granjearse ciertas ventajas inmediatas–, caerá en un «gremialismo», que, de facto, le estará colocando en el campo burgués –puesto que es el bando que mejores prebendas económicas puede ofrecer–. Pero si elige tal camino, a la larga, elegir esta opción no le beneficiará, ya que la clase obrera es la única clase social que aspira a liberar a toda la humanidad de todo tipo de explotación –también del mercenariazgo intelectual que sufren los intelectuales–, mientras el comunismo es el único sistema donde se pueden dar cabida y potenciar el desarrollo físico e intelectual de cada uno, sin preocuparnos sobre si quien está la cumbre es un mediocre o ha llegado solo por su parné. Por tanto, las capas que se acerquen a la clase obrera y a la ideología marxista es seguro que asumirán un camino más farragoso, pero sin duda más glorioso.
En general, las teorías de algunos pseudomarxistas sobre el intelectual son un cúmulo de errores y estupideces que rezuman en el fondo el clásico «obrerismo», esa concepción mística, tan zafia y populista de la cual hoy tanto acusan a otras formaciones. Esta está basada en idealizar a una clase social, como si sus individuos fuesen un todo homogéneo, y más allá de lo que la realidad diga de su comportamiento y opiniones políticas.
El intelectual no dejará de ser intelectual –que es el estatus que adquiere por su trabajo dentro de la producción social– por adherirse al partido revolucionario; no se convertirá en «parte de la clase obrera». En todo caso, asume una ideología, el marxismo, la cual –y esto hay que aclararlo de una vez– no es exclusiva únicamente de quien sea por origen obrero, por mucho que el marxismo se haya formulado estudiando a esta clase y hoy siga siendo objetivamente la más progresista de nuestra época, sino que el marxismo se ha convertido ya por derecho propio en la única doctrina que puede servir a cualquier individuo para transformar el mundo material existente, para superar el capitalismo, para emancipar al hombre de la explotación por el hombre y todas las vilezas que de ello se derivan. Por esta razón y no otra, han existido excepciones honrosas donde elementos provenientes de las clases explotadoras que renunciaban a sus privilegios de clase para servir a esta doctrina, porque sentían que ella representaba no solo el humanismo de su época, sino el único cauce racional y con capacidad de llevar a cabo una revolución del estado de las cosas. Lo mismo cabe decir para el resto de capas sociales, el pequeño burgués, el lumpen, etc.
¿Puede ser entonces el marxismo la ideología de las vastas masas burguesas, intelectuales o lumpens? No, eso sería caricaturizar lo que afirmamos aquí. Por cuestión de probabilidades –que marcan las condiciones existentes– y por pruebas empíricas –y la historia es aquí la prueba del algodón para confirmar o desmentir algo–, eso no sucede. Si quiere decirse de otra forma, el marxismo es la ideología progresista de nuestro tiempo, pero no puede ser la ideología de toda una clase o capa social, como por ejemplo la burguesía –y otros extractos intermedios– porque la mayoría de estas capas no están interesadas en los postulados fundamentales del marxismo, no van a sufrir un arrebato de solidaridad o de humanismo para dejar de defender sus tradiciones, inclinaciones e intereses personales. En el caso de los estratos intermedios a lo sumo pueden adoptar una posición neutral y ganarse a una parte de ellas. Expliquémonos más a fondo. Muchas personas desconocen lo que ofrece el marxismo en sus planteamientos finales –abolición de la propiedad privada, limar al máximo la división entre trabajo intelectual y físico– y otros, de saberlo, no estarían interesadas ni siquiera, aunque se hiciese con ellos el mejor trabajo propagandístico. ¿La razón? Simple y llanamente están muy conformes con el papel que ocupan dentro del sistema actual. El ejemplo del burgués –o de los intelectuales que le sirven– es bastante demostrativo.
Algunos se preguntan, ¿por qué no adoptan el marxismo como filosofía si tan cierta es? Básicamente, si ellos asumiesen completamente –y con honestidad– las herramientas filosóficas del marxismo –el materialismo dialéctico e histórico– y expusiesen sus resultados ante el gran público, se estarían tirando piedras contra su propio tejado, puesto que estarían desmontando la mayoría de mentiras que hasta ahora habían sostenido sobre los problemas de la economía, las guerras o las desigualdades sociales. Sería pedir a gritos el fin de su existencia. «Llevan razón, no puedo garantizar nada del programa social que he prometido. Llevan razón, para que mis beneficios económicos se mantengan altos no puedo mirar por el medio ambiente. Llevan razón, para que yo gane inevitablemente la inmensa mayoría debe perder, deben arruinarse o irse a la cola del paro. Llevan razón, promociono a artistas sin talento que plasman banalidades para que no piensen en lo que les rodea. Llevan razón, este sistema no es eterno sino uno más, es injusto y no lo necesitan. ¡Por favor vengan y confísquenme la propiedad, es lo más lógico para el bien de todos!». ¿Se imaginan qué cómico sería? La burguesía, en tanto que desee seguir actuando como tal, debe huir como de la peste del marxismo, ocultar sus descubrimientos y denuncias. Es más, la burguesía tiene muchísimo que ganar al deformar el marxismo y utilizarlo como una cantinela en las universidades: «marxismo estructural», «postmarxismo», «marxismo lacaniano» y podríamos seguir.
Pero centrémonos mejor en otras capas sociales en las que quizás esto es menos evidente. Existe una notable incompatibilidad entre las aspiraciones del marxismo y muchos de los intereses de estas capas sociales intermedias que se ubican entre la clase burguesa y la clase obrera. Al pequeño burgués no le interesa oír que no tiene posibilidad de ganar la batalla contra los monopolios capitalistas pese a todo el esfuerzo que pone en salvarse de la crisis, que su destino –en una nueva sociedad– es integrarse junto a otros como él en una cooperativa –y finalmente en la propiedad estatal única, de todos los trabajadores–. Al lumpen no le agrada escuchar que los marxistas desean derrocar el poder de su amo, el burgués, suprimir el asistencialismo estatal y privado, el fin de la prostitución, el desempleo, la delincuencia y el parasitismo en general, ¡justamente todo de lo que vive actualmente! Además, no ven con buenos ojos que el marxismo les pida incorporarse a la producción bajo un trabajo moralmente no repudiable. A ciertos músicos o pintores no les gustaría que el marxismo cambiase el status actual de las cosas, a ellos les va bien, se han hecho famosos gracias al inestimable trabajo de los críticos y publicistas que venden a la sociedad su producto como algo «transgresor» –aunque lo publicite el gobierno–, que es realmente «transcendente» –aunque el público medio no entienda demasiado el significado de sus cuadros o la canción del verano no deje de ser tan banal como lo es una piedra en mitad de un descampado–. Del mismo modo que, por poner un último ejemplo, el empleado de un banco no quiere oír eso de que debemos buscar una sociedad donde se logren rebajar las diferencias salariales y finalmente: «¡De cada cual, según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!». Eso a él no le convence, prefiere cobrar por encima de la media y trabajar lo justo. En todos estos casos el egoísmo prima antes que su raciocinio o sentido humanitario y existe una apatía hacia los planes sociales que persigue el marxismo –y es hasta cierto punto comprensible desde su punto de vista–. ¿Cómo no va a ocurrir si a veces el propio obrero no se cree que pueda ser libre de sus penurias en una sociedad futura, si muchas veces ha abandonado toda idea de superar el capitalismo por derrotismo, si hunde sus penas en alcohol? Ahora, a nivel general, ¿podemos rechazar a quienes sí se comprometan con el marxismo? ¿A quiénes pongan a disposición todo su esfuerzo físico e intelectual en luchar por esto mismo –incluso yendo contra su origen social y sacrificando todo tipo de comodidades–? Seríamos los más estúpidos del planeta Tierra si rechazásemos tal oferta.
El proletariado también debe portar una nueva concepción moral
«¿Es la reeducación radical de nuestra psicología y nuestro enfoque de las relaciones sexuales algo tan improbable, tan alejado de la realidad? ¿No podríamos decir que, por el contrario, mientras que grandes cambios sociales y económicos están en curso, las condiciones que se están creando demandan y dan lugar a un nuevo fundamento para la experiencia psicológica que está en consonancia con lo que hemos estado hablando? Ya en nuestra sociedad avanza un nuevo grupo social que intenta ocupar el primer puesto y dejar de lado a la burguesía, con su ideología de clase y su código de moral sexual individualista. Esta clase ascendente, de vanguardia, lleva necesariamente en su seno los gérmenes de nuevas orientaciones entre los sexos, relaciones que forzosamente han de estar estrechamente unidas a sus objetivos sociales de clase. (...) ¡Como si una ideología, sea del género que fuere, no se formase hasta que se hubiera producido la transformación de las relaciones socioeconómicas necesarias para asegurar el dominio de la clase de que se trate! La experiencia de la historia enseña que la elaboración de la ideología de un grupo social, y consecuentemente de la moral sexual también, se realiza durante el proceso mismo de la lucha de este grupo contra las fuerzas sociales adversas». (Alejandra Kollontai; Las relaciones sexuales y la lucha de clases, 1911)
Hablemos de la evolución de la familia actual, al menos en lo referido a Occidente, para entender la diferencia que dista entre burguesía y proletariado en sus concepciones sociales y morales. ¿Es la primera vez que vemos a la mujer incorporarse a la producción? Para nada. Bastaría recordar que, en distintas etapas de la historia, la mujer ya trabajaba, incluso se ocupaba de las labores físicas más duras, como ocurría en algunas partes del mundo durante la Edad Moderna, sin olvidar las labores domésticas y sufriendo una desconsideración social importante frente al hombre, sobre todo desde el momento en que en la Baja Edad Media se eliminó la doble ascendencia. Véase la obra de Ernst Hinrichs: «Introducción a la Edad Moderna» (2012).
Vamos incluso más atrás en el tiempo. Friedrich Engels ya señalaba en el siglo XIX que los estudios recientes demostraban que, en otra etapa histórica las sociedades matriarcales de bajo desarrollo de fuerzas productivas, la mujer, aunque no tuviese a su cargo grandes labores de trabajo superiores al hombre, era reconocida con un status superior a este por otros motivos –obviamente esto solo podía pasar en economías de bajos excedentes–. Con estos dos ejemplos el lector debe hacerse una idea de los cambios socio-económicos que se han producido a lo largo de la historia, así como en la división del trabajo entre los sexos:
«El hogar [del comunismo primitivo] significa predominio de la mujer en la casa, lo mismo que el reconocimiento exclusivo de una madre propia, en la imposibilidad de conocer con certidumbre al verdadero padre, significa profunda estimación de las mujeres, es decir, de las madres. Una de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la filosofía del siglo XVIII es la opinión de que en el origen de la sociedad la mujer fue la esclava del hombre. Entre todos los salvajes y en todas las tribus que se encuentran en los estadios inferior, medio y, en parte, hasta superior de la barbarie, la mujer no sólo es libre, sino que está muy considerada. Arthur Wright, que fue durante muchos años misionero entre los iroqueses-senekas, puede atestiguar cual es aún esta situación de la mujer en el matrimonio sindiásmico. (…) La división del trabajo entre los dos sexos depende de otras causas que nada tienen que ver con la posición de la mujer en la sociedad. Pueblos en los cuales las mujeres se ven obligadas mucho más de lo que, según nuestras ideas, les corresponde, tienen a menudo mucha más consideración real hacia ellas que nuestros europeos». (Friedrich Engels; El origen del Estado, la propiedad privada y la familia, 1884)
Hemos de comprender lo complejo que es el desarrollo humano en cada estadio. El desarrollo histórico no es una línea recta sin más, sino que, dependiendo de la región y sus características, podemos encontrarnos con situaciones muy dispares incluso en una misma época. La extensión de las fuerzas productivas y las exigencias del modo de producción quebraron en esta época el viejo rol asignado a la mujer en Europa como mera ama de casa –auspiciada sobre todo por el amplio poder de la Iglesia de siglos anteriores–. Se activó la incorporación masiva de la mujer al trabajo, y con ello, un despegue real de su autonomía política, económica y cultural.
«En medida que la producción capitalista se desarrolla; [la mujer] invade el campo de las profesiones liberales –medicina, derecho, literatura, periodismo, ciencias, etc. cuyo monopolio se había reservado el hombre, de manera que se lo imaginaba eterno. Los obreros, como siempre, han sido los primeros en extraer consecuencias lógicas de la participación de la mujer en la producción social, han remplazado el ideal del artesano –la mujer, exclusivamente limpiadora del hogar– por un nuevo ideal, la mujer, compañera de sus luchas económicas y políticas por el aumento de salarios y la emancipación del trabajo». (Paul Lafargue; La cuestión de la mujer, 1904)
Lo extraño es que muchos de los marxistas que dicen apostar por la mentira según la que hoy vivimos en un patriarcado, no parecen haber leído la obra más famosa de Marx y Engels «El manifiesto comunista» (1848) donde se adelantaba este desarrollo. Este «detalle» es también sumamente ignorado: la diferencia en la concepción familiar e ideológica entre las clases altas y bajas. Esta ha sido una diferencia cultural importantísima en todas las sociedades de clases. En la Edad Media, la realeza, la nobleza y el clero no tenía la misma moral, costumbres ni aspiraciones que el artesano, el siervo campesino o el esclavo. Si observamos los registros que nos legan los documentos históricos –como cartas privadas y manuscritos públicos–, tras la configuración paulatina de la burguesía como clase social, precisamente se da una diferenciación entre su concepción amorosa y la de la nobleza dominante. La lucha por satisfacer sentimientos individuales y el anhelo por el amor correspondido y no interesado toman una fuerza enorme. Esto no quita, por supuesto, que, con el tiempo, muchos burgueses aspirasen a «ennoblecerse», esto es, adoptar por imitación y esfuerzo el estatus jurídico –títulos– y cultural –moral– de la vieja nobleza de sangre. Por tanto, cuando la burguesía recogió el poder siglos más tarde, su concepción revolucionaria se marchitó pronto. Así, por lo general, adoptaba un híbrido, ora la ideología patriarcal de la nobleza, ora centrándose en las concepciones de lo que Marx y Engels llamaron el «frío cálculo económico», lo cual no excluía que, efectivamente se dieran modelos más progresistas, pero siendo siempre la excepción y no la regla. Véase la obra de Mijail Bajtin: «La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento» (1965).
¿Por qué, más allá de alteraciones, es necesario para el burgués su concepto particular de familia? Porque es la columna vertebral de su patrimonio económico, de su lucro, de lo que le hace ser como es y de lo que se le exige que sea –entre sus iguales–:
«El burgués considera las instituciones de su régimen como el judío considera la ley; las transgrede todo lo que le sea posible, en cada caso particular, pero quiere que todos los demás se sometan. Si todos los burgueses transgredieran en masa y de un sólo golpe las instituciones de la burguesía, dejarían de ser burgueses, conducta que no les viene naturalmente al espíritu y no depende de ninguna manera de su voluntad. El burgués libertino transgrede el matrimonio y comete un adulterio de forma clandestina; el mercader transgrede la institución de la propiedad privando a los demás de su propiedad por medio de la especulación, la bancarrota, etc.; el joven burgués se vuelve independiente de su propia familia, cuando puede; disuelve prácticamente por su cuenta la familia; pero el matrimonio, la propiedad privada, la familia, permanecen históricamente intactos, puesto que, en la práctica, tienen el fundamento sobre el que la burguesía ha erigido su dominación, puesto que, en su forma burguesa, tienen las condiciones que hacen de un burgués un burgués». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)
Entonces, debe comprenderse de una vez que:
«Esta relación del burgués con sus condiciones de existencia encuentra su expresión general en la moral burguesa. (...) La burguesía da históricamente a la familia el carácter de familia burguesa, cuyos lazos son el aburrimiento y el dinero, y que comprende también la descomposición burguesa de la familia, durante la cual la familia misma continúa existiendo. A su embarrada existencia corresponde también una concepción sagrada, en la fraseología oficial y en la hipocresía general. (…) En el siglo XVIII, la idea de familia fue disuelta por los golpes de los filósofos, porque la familia real, en el grado superior de la civilización, empezaba a disolverse ya. Lo que se disolvía, era el interior de la familia; la obediencia, el amor, la fidelidad conyugal, etc.; pero el cuerpo real de la familia, las condiciones de fortuna, la actitud exclusiva de cara a las otras familias, la cohabitación forzada, las condiciones creadas por la existencia de los niños, la construcción de ciudades modernas, la formación de capital, etc. permanecerán, a pesar de que sean perturbadas, puesto que la existencia de la familia se ha vuelto necesaria por su conexión con el modo de producción independiente de la voluntad de la sociedad burguesa. Esta necesidad se manifiesta de la forma más chocante en la Revolución francesa donde la familia, por un instante, fue por así decirlo abolida por la ley. La familia continúa existiendo sin embargo en el siglo XIX, pero esta diferencia de su descomposición se ha vuelto más general, no a causa de la ideología, sino a consecuencia del desarrollo de la industria y de la competencia; continúa existiendo, a pesar de que su descomposición haya sido proclamada desde hace tiempo por los socialistas franceses e ingleses». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)
Pero como antítesis del modelo burgués aparece el modelo proletario de familia. Este último recoge la bandera del progreso en cuanto a concepción de los lazos familiares y del amor, que también son, en parte y salvando las distancias, las mejores y más humanas concepciones de algunas comunidades campesinas de siglos pasados.
«Atar a la mujer a la casa, colocar en primer plano los intereses familiares, propagar la idea de los derechos de la propiedad absoluta de un esposo sobre su mujer, son actos que violan el principio fundamental de la ideología de la clase obrera, que destruyen la solidaridad y el compañerismo y que rompen las cadenas que unen a todo el proletariado. (...) Una mayor libertad en la unión entre los sexos, una menor consolidación de sus relaciones sexuales concuerda totalmente con las tareas fundamentales de esta clase social, y hasta podemos decir que se derivan directamente de estas tareas. (...) A los intereses de la clase revolucionaria no les conviene en modo alguno «atar» a uno de sus miembros, puesto que a cada uno de sus representantes independientes le incumbe ante todo el deber de servir a los intereses de su clase y no los de una célula familiar aislada. El deber del miembro de la sociedad proletaria es ante todo contribuir al triunfo de los intereses de su clase, por ejemplo, actuando en las huelgas, participando en todo momento en la lucha. La moral con que la clase trabajadora juzga todos estos actos caracteriza con perfecta claridad la base de la nueva moral proletaria». (Alejandra Kollontai; Las relaciones sexuales y la lucha de clases, 1911)
De aquí se concluye, pues, que ya dentro de la sociedad capitalista se va formando el nuevo concepto de unión familiar, conyugal y paterno-filial:
«¿Es la reeducación radical de nuestra psicología y nuestro enfoque de las relaciones sexuales algo tan improbable, tan alejado de la realidad? ¿No podríamos decir que, por el contrario, mientras que grandes cambios sociales y económicos están en curso, las condiciones que se están creando demandan y dan lugar a un nuevo fundamento para la experiencia psicológica que está en consonancia con lo que hemos estado hablando? Ya en nuestra sociedad avanza un nuevo grupo social que intenta ocupar el primer puesto y dejar de lado a la burguesía, con su ideología de clase y su código de moral sexual individualista. Esta clase ascendente, de vanguardia, lleva necesariamente en su seno los gérmenes de nuevas orientaciones entre los sexos, relaciones que forzosamente han de estar estrechamente unidas a sus objetivos sociales de clase. (...) ¡Como si una ideología, sea del género que fuere, no se formase hasta que se hubiera producido la transformación de las relaciones socioeconómicas necesarias para asegurar el dominio de la clase de que se trate! La experiencia de la historia enseña que la elaboración de la ideología de un grupo social, y consecuentemente de la moral sexual también, se realiza durante el proceso mismo de la lucha de este grupo contra las fuerzas sociales adversas». (Alejandra Kollontai; Las relaciones sexuales y la lucha de clases, 1911)
¿Significa que la clase obrera esté libre de toda concepción familiar reaccionaria? No, como en otros campos, la espontaneidad de la clase obrera bien le puede jugar una mala pasada. A menor nivel cultural y político, mayor es la posibilidad de que la clase obrera incurra o reproduzca modelos familiares regresivos. También podemos señalar aspectos análogos entre el padre burgués y el padre obrero respecto a la relación con sus hijos. Si el primero trata que su vástago se haga con el manejo de los negocios o cree otros buenamente productivos para el «honor» del «linaje familiar» –he aquí una reminiscencia muy caballeresca–, el segundo, por las propias condiciones del trabajo, se ve obligado a azuzar a su prole para traer un jornal más a casa. La diferencia es que, en el primer caso, lo que mueve a uno es el individualismo y la hipocresía del «qué dirán», en el segundo, la propia necesidad, la desesperación familiar. Por el contrario, tenemos casos variados en ambos campos. Está el burgués que mima a su hijo, que asume sin problemas que es –y será toda la vida– un bohemio o un lumpen sin oficio ni beneficio, aquel que ha decidido que dilapidará gran parte de la herencia familiar simplemente porque puede, cosa que al padre no le preocupa demasiado porque siempre podrá reponer las pérdidas y travesuras del «niño». También está el obrero que logra por fin una vida más o menos holgada y desarrolla pensamientos muy poco beneficiosos para su propio hijo, dado que él ha pasado «necesidad», malacostumbra a este a una vida fácil de holgazanería solo porque no quiere verle «sufrir», convirtiéndole en un nuevo «marqués», algo que, lejos de ayudarle, le lastrará en el mundo laboral y en su vida personal.
Sobre los defectos que puede desarrollar la clase obrera, anotaremos otra soberana obviedad solo para contentar a los más picajosos: la clase obrera tampoco está libre de emular –por admiración y/o alienación– los métodos del burgués en el trato a su mujer e hijos. Pero por sus propias condiciones económicas no puede permitirse el lujo de tal modo de vida, la tendencia dicta todo lo contrario. Dicho de otra forma, puede ir a contracorriente, pero tiene más que perder que por ganar. Engels hablaba así de los obreros alienados por el alcoholismo y la prostitución:
«Su menosprecio de todos los placeres más humanos, que es incapaz de disfrutar debido precisamente a su rudeza, su desaseo y su pobreza, son otras tantas razones que favorecen el alcoholismo; la tentación es demasiado fuerte él no puede resistir. (...) Hay también otras causas que debilitan la salud de un gran número de trabajadores. En primer lugar, la bebida. Todas las seducciones, todas las tentaciones posibles se unen para arrastrar a los trabajadores al alcoholismo. Para ellos, el aguardiente es casi la única fuente de alegría, y todo contribuye a ponérselo al alcance de la mano. (...) Cuando los hombres son colocados en una situación que no puede satisfacer más que a un animal no les queda sino revolverse o transformarse en animales. Los burgueses tienen menos derechos que los otros humanos a reprochar a los obreros los excesos sexuales, porque los mismos burgueses contribuyen al desenvolvimiento de la prostitución». (Friedrich Engels; Sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra, 1845)
Es más, y para ir finalizando sobre este punto, ¿no es cierto que algunos elementos de la clase burguesa u otras capas aburguesadas intentan adoptar el modelo de unión familiar de la clase obrera? Cierto, pero por sus propias características no pueden sino adoptarlo con alteraciones, puesto que sus intereses económicos y sociales son otros. Pero sea como fuere, es otro elemento que va erosionando el concepto social burgués dominante:
«Esto no quiere decir, en modo alguno, que las otras clases y capas de la sociedad, principalmente la de los intelectuales burgueses, que es la clase que por las condiciones de su existencia social se encuentra más cerca de la clase obrera, no se apoderen de estos elementos nuevos que el proletariado crea y desenvuelve. La burguesía, impulsada por el deseo instintivo de inyectar vida nueva a las formas agonizantes de la suya, y ante la impotencia de sus diversas formas de relaciones sexuales, aprende a toda prisa las formas nuevas que la clase obrera lleva consigo. Pero, desgraciadamente, ni los ideales, ni él código de moral sexual elaborados de un modo gradual por el proletariado corresponden a la esencia moral de las exigencias burguesas de clase. Por tanto, mientras la moral sexual, nacida de las necesidades de la clase obrera, se convierte para esta clase en un instrumento nuevo de lucha social, los «modernismos» de segunda mano que de esa moral deduce la burguesía, no hacen más que destruir de un modo definitivo las bases de su superioridad social. El intento de los intelectuales burgueses de sustituir el matrimonio indisoluble por los lazos más libres, más fácilmente desligables del matrimonio civil, conmueve las bases de la estabilidad social de la burguesía, bases que no pueden ser otras que la familia monógama cimentada en el concepto de propiedad». (Alejandra Kollontai; Las relaciones sexuales y la lucha de clases, 1911)
Todos entendemos a qué «modernismos» se refiere Kollontai. Hoy serían las teorías «empoderantes» del feminismo pequeño burgués que venden a las mujeres que son más libres cuantas más relaciones sexuales mantengan; que practicar el desapego emocional con los hombres es el súmmum de la evolución en relaciones sociales; o que deben practicar el «ascetismo heterosexual» para no traicionar a las camaradas en la lucha contra el patriarcado. De nuevo, estas alternativas al modelo burgués clásico muchas veces no son sino desatinos igualmente reaccionarios o utópicos, lo mismo ocurre con los modelos alternativos a la educación burguesa más tradicional.
El capitalismo y su supuesto desarrollo constante hacia el «progreso»
La plusvalía relativa del capitalismo –innovacion tecnologica– que predomina sobre la obtención de «plusvalía absoluta» –aumento de la jornada de trabajo– llega a un punto en este sistema –deudor del acervo de conocimiento y fuerzas productivas del pasado– en que la expansión tecnológica está obligada a arrojar esos «resultados increíbles» –respecto a la productividad o capacidad logística de hace dos siglos–, permitiendo hitos del transporte y redes de comercio cada vez mas baratos y mas útiles a nivel empresarial; el porque no se aprovechan ya lo sabemos todos, y es lo que precisamente obliga a que por ejemplo la famosa deslocalizacion sea solo racional desde el punto de vista del bolsillo del empresario, no de toda la actividad social.
Para los capitalistas solo hay un mercado basado en la oferta y demanda de trabajadores, solo hay números, posibles beneficios en contratar o utilizar a este o aquel. Por ello facilitan una cierta formación hacia hombres y mujeres cuando necesitan una determinada técnica y siempre bajo unos lineamientos ideológicos que no permitan al sujeto pensar demasiado, pero nada más. Mientras que los trabajadores, a ojos de sus patronos, no son tomados como personas en su integridad ni «existen motivos» para facilitar su desarrollo cognitivo, su salud física, sus aspiraciones laborales o sus anhelos emocionales, pues la burguesía ha aprendido que una inversión así les reportaría pérdidas o, si más no, que no todo retribuiría completamente en favor de su bolsillo. Por eso los proletarios son tratados como otras máquinas que requieren lo justo y necesario, para que, llegado el momento en que dejen de funcionar y dejen de ser rentables, puedan ser fácilmente sustituidos por un modelo más joven y actualizado.
Se demuestra que, si bien el régimen actual de monarquía parlamentaria no ha podido resolver en España varios temas importantes como por ejemplo la cuestión nacional, si es considerablemente más progresista que el régimen franquista en la materia legislativa de estos temas civiles, pues salta a la vista que no presenta el «corpus jurídico» de un régimen fascista, sino democrático-burgués moderno. Solo un ignorante diría que un régimen fascista aprobaría leyes que intenten paliar, aunque sea un poco la situación de la mujer, de los homosexuales, los discapacitados, los inmigrantes, como las que se han institucionalizado en varios países sobre todo de Europa durante las últimas décadas.
Estas medidas progresistas también implementadas en algunos países con júbilo durante las últimas décadas, no han supuesto «el triunfo definitivo y eterno de la democracia burguesa y sus valores liberales» ni la «demostración de la validez del sistema», pues el capitalismo lleve a cuestas la envoltura que lleve, democrático-burguesa o fascista, no puede escapar a sus contradicciones inherentes, por ello asistimos en la misma Europa o América a una abolición de este tipo de leyes aprobadas previamente: se han ido perdiendo este tipo de derechos y libertades en materia de expresión, asociación y reunión, se han ido endureciendo las condiciones de vida y trabajo abaratando, los servicios públicos de sanidad y educación se han vuelto precarios y cada vez se dificulta más el acceso a la población, se han retirado los planes sociales para asistir a enfermos o ancianos, se han ido tomando medidas en favor de políticas restrictivas de inmigración, se han derogado algunos de los derechos efectivos de igualdad entre el hombre y la mujer, se ha endurecido las medidas sobre el aborto, se han aplicado nuevas leyes antiterroristas que criminalizan a diferentes movimientos político-sociales, se han emitido amnistías fiscales a las empresas que no cotizaban en el país mientras se subían los impuestos directos e indirectos a los trabajadores, se han promulgado leyes y decretos que concentran los poderes judiciales en manos del ejecutivo, se ha legislado a favor de financiar al clero y darle más poderes en la educación, se han promovido la congelación de las pensiones o la estimulación de planes privados de las mismas, se han creado leyes para que pagar el rescate de los bancos sea un deber legal de la nación esquilmando aún más a los trabajadores, se han implementado leyes sobre la inversión extranjera y se han dado luz verde a proyectos empresariales extranjeros que dañan el medio ambiente e incluso violan las propias constituciones burguesas de los países en cuanto a soberanía nacional.
Y como esto, un innumerable etcétera de retrocesos que se han visto –más allá de las variaciones entre sus sistemas políticos– en diversos países como Francia, España, Rusia, Polonia, Hungría, Nicaragua, Brasil, Italia, Venezuela, Chile, y un sinfín de países más. A su vez otros países han avanzado en estas materias bien por las necesidades de las clases explotadoras de verse obligadas a remodelar sus leyes, bien por las luchas populares y los intentos de la clase dominante de calmar la situación, mezcla de ambas o por las razones que sean. Pero es claro que en el capitalismo las libertades y derechos conquistados deben de ser defendidos con uñas y dientes por los trabajadores pues la burguesía siempre tratará de arrebatárselos o de no aplicarlos. Se debe presionar para conservarlos, pero sobre todo para que una vez aprobados se apliquen, mostrando las contradicciones de un sistema burgués que no quiere ni siquiera aplicar lo estipulado según sus reglas. Todas estas luchas preparan a las masas en diversas movilizaciones, crea conciencia sobre sus intereses propios, y prepara a los trabajadores para lanzarse a pelear por sus intereses máximos, siendo la forma más elevada: la revolución.
Se suele argumentar que el marxismo está desfasado, bien, veamos una crítica marxista del siglo XIX a la sociedad capitalista para comprobar si mantiene toda su vigencia, o si, por el contrario, la sociedad actual ha dejado atrás cualquier parecido con la realidad de entonces:
«Los costos y cargas para la conservación del Estado se echan en primer lugar sobre los hombros de los explotados. Esto resulta tanto más fácil cuando la manera de allegar las cargas y costos se efectúan bajo formas que ocultan su verdadero carácter. Es evidente, que los impuestos directos elevados para cubrir los gastos públicos deben incitar tanto más a la rebelión cuanto más bajos sean los ingresos de la persona a quién se exigen. Por tanto, la astucia ordena aquí a las clases dominantes guardar la medida y, en lugar de los impuestos directos, imponer los indirectos, es decir, impuestos y tributos sobre los artículos de primera necesidad, porque de este modo se efectúa una distribución de las cargas sobre el consumo diario, que para la mayoría se expresan de modo invisible en el precio de las mercancías y los engañan acerca de las cuotas impositivas que pagan. (...) Entre las distintas naciones se ha formado gradualmente un estado enteramente antinatural de las relaciones internacionales. Estas relaciones aumentan a medida que crece la producción mercantil, a que el intercambio de mercancías resulta cada vez más fácil con la ayuda de los medios de comunicación cada vez más perfectos y los logros económicos y científicos se van convirtiendo en patrimonio general de todos los pueblos. (...) La xenofobia y el chovinismo se fomenta artificialmente acá y allá. En todas partes, las clases dominantes procuran mantener la fe de que son los pueblos los que siendo mortalmente enemigos uno de otro, sólo esperan el momento de poder lanzarse el uno contra el otro para aniquilarlo. La lucha competitiva de la clase capitalista de los distintos países entre sí adopta, en el terreno internacional, el carácter de una lucha de la clase capitalista de un país contra la de otro y, apoyada por la ceguera política de las masas, produce una carrera de armamento militar como el mundo no ha conocido jamás. Esta carrera ha creado ejércitos de un tamaño inexistente antes, ha creado instrumentos de muerte y destrucción de tal perfección para la guerra terrestre y marítima como sólo es posible en una época de las más avanzada técnica como la nuestra. Esta carrera produce un desarrollo de los medios de destrucción que lleva, finalmente, a la autodestrucción. El mantenimiento de los ejércitos y flotas de guerra exige sacrificios cada vez mayores, y que finalmente, arruinan al pueblo más rico. (...) Mientras las clases explotadas pueden mantenerse ignorantes de la naturaleza de todas estas medidas no encerrarán ningún peligro para el Estado ni para la sociedad dominante. Pero tan pronto como lleguen a conocimiento de las clases perjudicadas –y la creciente educación política de las masas las va capacitando cada vez más para ello–, estas medidas, cuya injusticia manifiesta es evidente, estimulan la animosidad e indignación de las masas. Se extingue la última chispa de fe en el sentimiento de justicia de los poderes dominantes, reconociéndose la naturaleza del Estado que aplica tales medios y el carácter de la sociedad que las fomenta. La consecuencia es la lucha hasta la destrucción de ambos». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)
¿Alguien puede negar que esto siga siendo el pan de cada día en el mundo capitalista? Quizás un trabajador cualquiera, no entienda de economía política, pero puede entender esto y reconocer la racionalidad del planteamiento marxista acorde a la verdad que tiene ante sus ojos diariamente. He ahí donde los marxistas deben aprovechar no solo el tener razón, sino el sacar rédito de tal verdad objetiva con un lenguaje acorde a las masas, una asignatura pendiente.
¿Acaso los países revisionistas pueden escapar de sus contradicciones? ¿No son también sistemas capitalistas?
«La penuria y la inseguridad en que viven las amplias masas trabajadoras, así como la política interior y exterior reaccionaria, antipopular, que siguen los regímenes capitalistas y burgués-revisionistas, vienen aumentando continuamente el descontento de las amplias capas populares. Esta grave situación ha suscitado en estas capas una incontenible indignación que se exterioriza por medio de huelgas, protestas, manifestaciones, choques con los órganos represivos del régimen burgués y revisionista, y en muchos casos a través de verdaderas rebeliones. Las masas populares sienten una creciente hostilidad hacia los regímenes que las subyugan. Los gobiernos de los países imperialistas, capitalistas y revisionistas, hacen todo tipo de promesas y propuestas fraudulentas, esforzándose, también en esta situación de crisis, por acaparar el máximo beneficio, por atenuar el descontento y la indignación de las masas y desviarlas de la revolución. Mientras tanto, los pobres se empobrecen cada vez más, los ricos se enriquecen mucho más, el abismo entre las capas sociales pobres y las ricas, entre los países capitalistas desarrollados y los países poco desarrollados se ahonda sin cesar. (…) La burguesía y las camarillas dominantes se ven obligadas a cambiar más a menudo los caballos de los carros gubernamentales, con el fin de engañar a los trabajadores y hacerles creer que los nuevos serán mejores que los viejos, que los responsables de la crisis y de que ésta prosiga son los anteriores, mientras que los substitutos mejorarán la situación, y otras cosas por el estilo. (...) Al mismo tiempo la burguesía, en los países capitalistas y revisionistas, refuerza sus salvajes armas de represión, el ejército, la policía, los servicios secretos, los órganos judiciales; refuerza el control de su dictadura sobre cualquier movimiento e intento de lucha del proletariado. (...) En todos ellos se han intensificado la opresión y la explotación, todos padecen los males del capitalismo, en las filas de los dirigentes y de las altas capas sociales han estallado rencillas y pugnas por apoderarse del poder y obtener privilegios, en todas partes bulle el descontento y la indignación de las masas populares. Así pues, también en estos países existen grandes posibilidades para la revolución. También en ellos la ley de la revolución actúa igual que en cualquier otro país burgués. (...) Pero todos estos medios políticos y militares no son sino paliativos, incapaces de curar al sistema capitalista-revisionista de la grave enfermedad que padece». (Enver Hoxha; El imperialismo y la revolución, 1978)
La situación es análoga en los países capitalistas de corte revisionista, o sea, aquellos Estados donde tras la toma del poder los gobernantes trataron de cubrir su régimen bajo la apariencia de que estaban intentando construir una «sociedad socialista». En realidad, como en tantas otras cuestiones fundamentales, revisaron conscientemente los fundamentos del marxismo-leninismo y no siguieron las pautas ineludibles para superar el capitalismo, quedándose estancados en el mismo, aunque, eso sí, recubriéndolo bajo una corteza de fraseología radical. Allí, al igual que en el resto de «países tradicionales» las sociedades capitalistas no pueden eludir sus leyes internas de desarrollo. Por tal razón actualmente existen –en mayor o menor medida– graves trastornos: problemas de desempleo, inflación de precios, gasto excesivo en el mantenimiento del ejército, diferenciación social, disconformidad por la prioridad del pago de la deuda, descontento por la falta de abastecimientos de los productos básicos, decepción y enfado por la política interior y exterior reaccionaria del gobierno, apatía por la falta de perspectivas de mejora del nivel de vida, y un largo etcétera. Esto se refleja a su vez en hechos como huelgas económicas, absentismo laboral, choques entre las masas laboriosas y los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, luchas por el poder en las altas esferas, cambios repentinos en la política económica, subida y caída de los miembros del gabinete, complots, tentativas de golpes de Estado, y todo el resto que uno se puede imaginar.
¿Es acaso esto sorpresivo? En absoluto. En todo país que guarde relaciones de producción capitalistas siempre seremos testigos de fenómenos y contradicciones entre el poder político y las masas trabajadoras, contradicciones que se ven agudizadas en momentos de gran delicadeza y crisis. Las reformas que se introducen no son más que parches, pues la herida seguirá sangrando a borbotones, ya que estas medidas no tocan la estructura de sus sistemas, basada en la explotación del hombre por el hombre, en la diferenciación social, en la máxima rentabilidad económica.
Algunos vacilantes y sentimentales seducidos por la simbología y discurso de estos regímenes reclaman compasión para Cuba, Vietnam, China, Corea del Norte, y otros. Piden a los revolucionarios que se apiaden de condenar en sus escritos a sus líderes, partidos y línea política. Aquí encontramos una serie de personajes y teorías que evidencian el antimarxismo de estos variopintos abogados de los regímenes revisionistas:
1) Los que aseguran que no hay que atacar estos regímenes ya que según ellos pese a su revisionismo actual «son países socialistas»; es decir, son aquellos que creen que pese a ser líderes revisionistas, tener un partido revisionista, se puede construir el socialismo marxista como antaño decían los prosoviéticos en los 70 u 80;
2) Los que dicen que no hay que atacar a estos regímenes porque son una alternativa al «capitalismo clásico» y que más bien habría que apoyarlos con ahínco. Si siguiéramos este hilo de pensamiento habría que apoyar también al «modelo escandinavo», al «socialismo del siglo XXI», o a otros movimientos reformistas o anarquistas que también son «alternativa del capitalismo» más «criminal» –por así decirlo– como podría ser el neoliberalismo oficial, ¿dónde acabaría el apoyo a estos modelos, en el último estadio de modelo económico capitalista más reaccionario? ¿El corporativismo fascista? ¿El resto serían «aprovechables» y «merecedores de apoyo»?;
3) Los que dicen que no hay que atacarlos porque son «bastiones antiimperialistas». No obstante, en su línea de pensamiento borran el contenido de clase, niegan que el completo antiimperialismo sólo puede ser ejercido por el pueblo en el poder, desde el punto de vista marxista-leninista que sabe que el genuino antiimperialismo de un Estado va unido y sólo puede ser garantizado a través de la revolución social –la proletaria–, y además, en tal afirmación, ignoran, como si nada, la evidencia de que estos regímenes en el mejor de los casos luchan contra un imperialismo u varios, pero están ligados a otro o a muchos otros, y muchas veces, cambian de un bloque imperialista a otro según convenga a la camarilla que detenta el poder;
4) Los que dicen que sería un golpe para el movimiento marxista-leninista la caída dominó de estos regímenes; craso error, jamás puede ser perjudicial para la ideología y objetivos revolucionarios la caída de gobiernos burgueses capitalistas, que entre su política, economía y cultura trabajaban por perpetuar el revisionismo. Al revés, estos gobernantes que se esfuerzan por disfrazar sus ideas burguesas-capitalistas bajo ropajes proletarios-marxistas, logrando con sus acciones desacreditar nuestra ideología; por el contrario, cuanto más tiempo sigan existiendo estas sedes mundiales del revisionismo más tiempo, más herramientas y más recursos tendrán para propagar el ideario revisionista a nivel local e internacional, y por lo tanto más difícil se hará a los revolucionarios rechazar estas mistificaciones que han sido inculcadas en las masas trabajadoras.
Tampoco debe descartarse, viendo el destino histórico de los revisionismos, que la clase obrera y las masas trabajadoras, desilusionadas por la idea del comunismo tan pisoteada por estos farsantes, sean utilizadas por otras fracciones de la burguesía para llevar cabo un cambio de régimen hacia una democracia burguesa de estilo occidental.
Democracia burguesa y fascismo
El fascismo es la radicalización absoluta de la dictadura de la burguesía en su expresión de la lucha de clases, dicho de otro modo: mientras la democracia burguesa es una etapa de «reposo» relativo, siendo la forma política natural de dominación para la burguesía, donde mejor puede explotar a los trabajadores a la vez que justificar su régimen político de cara a las masas, el fascismo es una etapa ofensiva donde la burguesía impone, habitualmente como respuesta al avance de un movimiento revolucionario, tal régimen para «recuperar el terreno perdido» o para «evitar que se le escape la situación de las manos». Con ello bajo una nueva forma de dominación trata de arreglar algo que no está funcionando como debería según sus intereses. Bajo este régimen, la burguesía, debe hacer mayores esfuerzos demagógicos y represivos para defender su legitimidad ya que la misantropía del fascismo es manifiesta en sus formas de dominación.
¿Cómo llega el fascismo al poder? El fascismo, con su movimiento político y sus milicias armadas, llega a las instituciones de la democracia burguesa y aplica desde ellas un proceso de fascistización –proceso autoritario que ya podía haber sido iniciado por otros partidos burgueses tradicionales, forzados por la situación y temiendo por su porvenir–. Pero no es la única posibilidad, pues puede que el movimiento fascista, a falta de apoyos sociales o por su poca flexibilidad táctica en sus alianzas, en lugar de llegar al poder mediante elecciones, lo haga a través de sus milicias paramilitares o ganándose al ejército y perpetrando un golpe a través de él. Si esto último ocurre, será a partir de una junta militar en el poder que intentará ganarse un respaldo social a base de promesas y demagogia. Muy posiblemente intentará darle un mayor respaldo ideológico y unificador a su proyecto tratando de crear un partido único que aúne a los golpistas con el fin de seducir mejor a la gente. Las opciones son tan variadas como la vida misma.
¿El triunfo del fascismo es un signo de fortaleza de la burguesía o de debilidad del proletariado? Si la llegada y triunfo del fascismo supone a priori la derrota del proletariado, no debe verse en el establecimiento del fascismo un signo de fortaleza de la burguesía, sino uno del temor que profesa esta para seguir gobernando como antaño. Efectivamente, en muchas ocasiones el valerse del fascismo puede permitir a la oligarquía «estabilizar» las eclosiones sociales y «salvar los muebles» de la burguesía, pero el fascismo, al dar total libertad de sobreexplotación hacia los trabajadores y aventurarse más fácilmente con el belicismo en política exterior, también puede precipitar una crisis mayor para las estructuras capitalistas del país, acelerando así la respuesta del proletariado. Pero ojo, esto dependerá del grado de la resistencia, concienciación y contraofensiva del proletariado y sus organizaciones, porque sin lo uno no podemos medir lo otro. De ahí que sea estúpido desear el establecimiento del fascismo para «acelerar la indignación popular y, por ende, la revolución», mucho más cuando bajo la bota del fascismo el proletariado tiene absolutamente mermadas sus libertades de organización y expresión. Huelga decir lo doblemente estúpido que es esto cuando la oposición al fascismo ni siquiera está hegemonizada por los comunistas.
Cauces de expresión política y legislativa del régimen burgués. Las leyes que las democracias burguesas introducen ni siquiera son «vox pópuli» entre la ciudadanía. Ha de saberse que estos partidos activan o desactivan las propuestas de ley en cálculo del resto de acontecimientos sociales, económicos y políticos, respondiendo estos cambios, en no pocas ocasiones, a maniobras destinadas a desviar la atención de forma demagógica. La introducción de una nueva reforma laboral bien puede desatar un debate mediático parlamentario que se extrapole a la sociedad, aunque en realidad el partido que la impulse no pretenda modificar sustancialmente la ley anterior. Sin embargo, la propuesta logra dar la sensación de que los partidos políticos están haciendo algo útil y sumamente transcendente, que luchan por la «libertad» o contra la «tiranía» –según el discurso de cada bancada–. En otros casos ocurre todo lo contrario, se aprovechan los días señalados, como las vacaciones, para tratar de introducir cambios legislativos sin muchos problemas, sin protestas. En muchos de estos casos fuerzas parlamentarias mayoritarias que aparentemente se llevan a matar se ponen de acuerdo –como ocurrió en España con la reforma constitucional del 2011 en la que PSOE-PP pactaron cargar sobre los trabajadores el peso de la deuda pública para solventar así su negligente gestión–. En realidad, sea por la razón que sea, en toda democracia burguesa, donde la población tiene una participación y representación mínima en la vida política y sus partidos, todo se reduce directamente a una cuestión de votos y apoyos en las diferentes instituciones. Paradójicamente, se puede dar la curiosidad de que un tema fetiche en lo legislativo para un solo partido, una cúpula, e incluso para una sola persona pueda poner en marcha una reforma para cambiar la legislación, aunque ni siquiera sus propios votantes comulguen con dicho proyecto. Pero esto es indiferente para los políticos burgueses que, gracias a la «disciplina de partido», saben que sus diputados y sus aliados votarán a favor de los intereses del partido. Lo único que les da quebraderos de cabeza son los pactos y concesiones con otras fuerzas políticas, así como la aprobación de las élites externas de la cual son representantes. Obviamente, para que todo esto ocurra sin muchas protestas extraparlamentarias de los trabajadores, los medios de comunicación afines deben crear una «necesidad» ficticia a la población para que al menos tengan la impresión de que «es un debate que está en la calle».
Aun así, no suele ocurrir con facilidad que un jefe o camarilla política decidan todo, ya que dentro de un partido conservador o socialdemócrata anidan mil facciones, por lo que a veces dentro del propio gobierno democrático-burgués la mayor oposición viene desde dentro, sin tener en cuenta que tienen que además rendir cuenta con sus acreedores de campaña, prestamistas y demás. Lo que queda claro es que en el régimen democrático-burgués el parlamento es el pivote donde se justifican todos los engaños y estafas a los trabajadores, es de donde emanan las leyes, mientras que, en el fascismo, pese a que se puede mantener un parlamento e incluso ciertas organizaciones legales, todo esto es meramente decorativo en el sentido más literal de la palabra. Las leyes no emanan del legislativo, sino del ejecutivo –el líder indiscutible–, y en caso de existir el parlamento, sus diputados son elegidos por el ejecutivo y sus propuestas solo tienen validez si son refrendadas por la camarilla fascista o el caudillo fascista que domina el ejecutivo. El tema del uso o no del sistema parlamentario en los regímenes fascistas, depende tanto del gusto de los gobernantes fascistas, como de la fuerza que tengan en caso de que quieran disolver el parlamento burgués, o de si creen que el parlamento les puede servir como una baza democrática que les sea beneficiosa.
El antimarxismo como ideología del régimen burgués. Desde la óptica que atañe a los marxista-leninistas, ¿cuál es la diferencia más notoria entre un régimen fascista o uno democrático-burgués? El más palpable remite a que, a pesar de que sus miembros son vigilados y perseguidos en ambas formas de gobierno, es en la segunda forma, en el fascismo institucionalizado, cuando el marxismo no es respetado «formalmente» ni en la legalidad teórica, ni siquiera en los periodos más «suaves» del régimen. Asimismo, en el Estado y gobierno fascistas la ideología antimarxista es potenciada hasta ser uno de los rasgos fundamentales de su propaganda, cosa que se agita con orgullo mientras se prohíbe todo tipo de difusión de textos o simbología que suene ligeramente a marxismo, mientras que en la democracia burguesa la ideología marxista y su simbología pertinente no suele estar prohibida por lo general, pues la propia ideología antimarxista del régimen intenta ser mucho más sutil, presentándose bajo un manto «liberal», «humanista» y «democrático» en el que se aceptan «todas las ideas» aunque esto sea una mera formalidad para imponer dentro de ese «pluralismo» las que más le interesan y mejor le sirven. ¿Y por qué puede permitirse la burguesía liberal dar coba a la ideología marxista o sucedáneos? Muy sencillo: la burguesía suele ser reacia a comercializar expresiones políticas o artísticas que le puedan resultar molestas. Sin embargo, en momentos puntuales, como, por ejemplo, ante la carencia de un verdadero movimiento revolucionario y con influencia operando entre los tejidos sociales, la burguesía, al no tener en el horizonte una amenaza tangible para el modo de producción capitalista que la reproduce y eleva al poder, es no solamente posible sino común que haga negocio con expresiones artísticas y literarias subversivas o que dicen serlo. Camisetas con la hoz y el martillo, libros clásicos del marxismo en grandes editoriales como Akal o Alianza, entrevistas a artistas pseudorevolucionarios o un sinfín de exposiciones sobre el realismo socialista, son ejemplos de esta paradoja donde la burguesía comercializa el marxismo y saca un rédito económico bajo su etiqueta. ¿Por qué no se iban a poder permitir el lujo de vender un algo de «literatura roja» una vez han podido convertir al rey de reyes del egoísmo, Friedrich Nietzsche, como el máximo filósofo de culto para todos los públicos?
La palabra «totalitarismo» no explica nada. En la democracia burguesa se intenta equiparar fascismo y comunismo bajo la excusa del llamado «totalitarismo», planteamiento falaz mediante el cual se contrapone su régimen y valores frente a un «régimen totalitario», que para ella es básicamente aquel que –más allá de su ideología y funcionamiento– no se ajuste a los parámetros de la política burguesa que caracteriza las democracias-burguesas: «multipartidismo», «parlamentarismo», «libertad de prensa» y «libertad de expresión» –aunque estos «derechos» siempre estén determinados por el acceso al capital y los contactos en las altas esferas–. Bajo esta óptica liberal, muchas de las «democracias occidentales» no serían unas «democracias plenas» sino «totalitarismos» porque no existe en la práctica separación entre el poder ejecutivo y judicial, como sus mismos políticos y periodistas reconocen. Nótese, pues, que la etiqueta «totalitarismo» es la más de las veces una simplificación formal de las estructuras de poder históricas donde no se analiza la esencia de cada régimen político. Dicho de otra forma: es un engañabobos.
¿Es la represión un signo per se de fascismo? Ha de aclararse que históricamente, dentro de los países fascistas, a veces se ha intentado aplicar las dos variantes de metodología defensiva y ofensiva sin perder la esencia fascista: etapas donde se intentaba aparentar una estructura represiva y coercitiva más relajada, de cierta legalidad hacia algunas organizaciones de la oposición con la celebración de elecciones, etcétera, pero también etapas con sucesivas ilegalizaciones, mayor índice de coerción, en líneas generales acciones destinadas abiertamente para intimidar al pueblo y sus impulsos revolucionarios. El llamado «terrorismo de Estado» es algo que, recordemos, no solo se ha aplicado en el fascismo sino también en la democracia burguesa, tanto a nivel abierto como, sobre todo, encubierto. En general, la represión sistemática es sinónimo de un gobierno fascista pero también de la democracia burguesa, por lo tanto, la existencia de un gobierno represivo no puede ser la marca definitoria de fascismo.
¿Cuál es la preocupación principal de la burguesía en todo momento y lugar? Lo cierto es que en cualquier régimen capitalista la máxima preocupación de la burguesía es que el proletariado y el resto de masas trabajadoras produzcan para mantener sus ganancias o pagar sus deudas a terceros países. Si la clase burguesa siente sus intereses económicos amenazados por cuestiones de huelgas, sabotajes, y una creciente organización y reclamos de los trabajadores, es muy posible que en este caso tanto la burguesía nacional como internacional animen al fascismo en ese país como salida a sus problemas. En muchas ocasiones, una burguesía nacional democrático-burguesa convendrá que le beneficia apoyar a otra burguesía extranjera fascista que ha irrumpido a sangre y fuego en su país de origen, pero la primera para deberá estrechar la mano a la segunda destrangis –para no decepcionar a sus votantes– o –al menos– justificando esa colaboración con el fascismo externo vendiendo a su pueblo que de esa forma se podrá salvaguardar «la influencia e intereses nacionales» en ese país. Evidentemente, este discurso solo puede calar si el nivel de concienciación general revolucionaria es baja entre los trabajadores.
Las contradicciones burguesas dentro del régimen fascista. Si bien en la democracia burguesa asistimos a una pugna pueril y deshonesta entre las facciones de la burguesía, que se escenifica desde el parlamento, estas disputas no suelen acabar en colisiones demasiado violentas y normalmente priman las negociaciones y los acuerdos. Si bien el parlamentarismo democrático-burgués presupone la pugna de las facciones de la burguesía sin demasiadas colisiones, con el fascismo no hay garantía del fin de las luchas internas de la burguesía, sino que sucede al revés, pues su lucha se vuelve más violenta, incorporando incluso choques armados con una frecuencia inusitada, golpes en los que la otra facción queda fuera de juego durante largo tiempo. La causa de estas pugnas tan violentas no solo se explica por arribismos, sino también por la confrontación entre elementos de la burguesía que quieren pasar a formas más coercitivas y entre otros que desean adoptar formas de dominación más relajadas o directamente liberalizar el régimen; estas disputas no son discusiones académicas sobre la forma de gobernar, sino que son en algunos momentos discusiones muy serias, pues tomar una decisión u otra puede determinar que el sistema burgués salga mejor o peor parado.
La restricción de las cuotas de poder y el nepotismo, no solo promueven un obvio descontento entre los trabajadores, sino que en el campo burgués también crea una animadversión ante las capas que habían estado acostumbradas a llevar la batuta del país y ahora han sido apartadas. Este «descontento burgués» se inflama mucho más cuando, además, el gobierno fascista no es capaz de garantizar una economía que satisfaga sus ambiciones productivas, financieras y comerciales. Huelga decir que esta burguesía «antifascista» puede volverse rápidamente pro fascista si el gobierno le garantiza una colaboración política y por encima de todo unas ganancias económicas. Y, aunque como en todas las ideologías, siempre hay exaltados y románticos, estas discusiones no se producen tanto por amor a unos ideales concretos como a la forma en que creen que mejor defenderán sus intereses económicos. En resumen, podemos concluir que, exceptuando a sujetos fanáticos, que siempre los hay, la burguesía no puede ser calificada fascista o demócrata-burguesa por naturaleza, pues sus miembros siempre preferirán defender su bolsillo y su patrimonio en detrimento de la ideología concreta que en ese momento profese.
¿Puede la ideología fascista dominar toda la sociedad? Entiéndase que, como en cualquier sociedad, la burguesía, pese a ser la clase dominante y la principal responsable de las ideas que circulan –moldeándolas a su imagen y semejanza o al menos con el fin de que sirvan a sus propósitos egoístas–, en verdad en su seno nunca logra obtener un acuerdo total en torno una única ideología que defienda sus intereses, sino que existen varias fórmulas que cumplen con dicho fin. Así, el liberalismo, el fascismo y otras expresiones son ideologías burguesas que responden a los mismos intereses de clase, pero desde distintos puntos de vista filosóficos y ofreciendo diferentes proyectos políticos –esto no excluye, por ejemplo, que finalmente ambas se encuentren en lo económico en la defensa de la propiedad privada o en lo cultural en la promoción del chovinismo nacional, sino fuese así, no tendrían el mismo tronco clasista–. Esta situación a su vez redunda en que en el campo burgués no exista una única «ideologización concreta» ni una «identidad homogénea» –ni entre los suyos ni entre sus aliados y ni mucho menos entre sus enemigos–; esto no se puede conseguir ni siquiera en los periodos más favorables para su causa, solo se pueden limitar –que no es poco– a que algunas de ellas consigan «dominar» e «influenciar» a otras ideologías y capas sociales.
¿Qué necesita un movimiento antifascista para cumplir con sus propósitos? El llamarse «antifascista» hoy es tan ambiguo y confuso como llamarse «anticapitalista». Ambos abarcan una cantidad de posicionamientos que serían imposible citarlos todos. En todo caso, el prefijo «anti» significa según la RAE: «opuesto, de propiedades contrarias», y lo curioso aquí es que movimientos y sujetos que se dicen «antifascistas» y el «anticapitalistas» a veces muchas veces sin ser conscientes reproducen patrones y categorías que les acercan contra lo que dicen combatir. Un ejemplo de ello serían los «antifascistas» que se oponen al fascismo sobre el papel, pero en la praxis se nutren de las mismas filosofías de la intuición, el misticismo y el vitalismo. Otro paradigma sería aquel «anticapitalista» que su alternativa en realidad se reduce a un proyecto de reforma del sistema, pero sin eliminar los medios de producción.
De cualquier modo, ¿qué podemos decir de los famosos «movimientos antifascistas» de hoy día? Pues que pese a tener grandes inclinaciones progresistas e incluso revolucionarias entre sus miembros, no son fiables para enfrentar al fascismo, esto no es una opinión nuestra, sino que se constata al ver creer al fascismo en varios países de tanto en tanto. ¿Cómo es posible que el antifascismo no frene al fascismo si es su principal cometido? Esto ocurre debido al carácter ecléctico que estos grupos arrastran en lo ideológico y organizativo. La cuestión antifascista, como la ecológica, la nacional, de género y otras que se dan en el capitalismo, deben ser enfocada de forma científica para que el «colectivo trasformador» que pretenda revertirlo lo intente con un mínimo de probabilidades del éxito, y es obvio que esta posibilidad no se erige en la «diversidad» y la «transversalidad», dado que la confusión de identidades y objetivos precisos solo produce parálisis y tendencias centrífugas.
¿Queremos decir con todo esto que por ejemplo un anarquista no sea antifascista? No, en muchos casos su valentía e intenciones son dignas de alabar, pero lo que decimos es que, por su metodología y enfoque teórico, sus formas de lucha son deficientes, porque en la mayoría de temas no comprende el origen de los problemas sociales ni las formas de solucionarlas. Entonces para un revolucionario es lógico que, dentro de los frentes antifascistas y su trabajo con otras organizaciones no marxistas, lejos de primar la piedad en lo referente a las prácticas antifascistas antimarxistas, deberá desplegar una labor para que prevalezca la crítica a los cabecillas de estas organizaciones, enseñando a su base que los conceptos políticos derrotistas, reformistas, utópicos, terroristas, idealistas, pacifistas, skinheads, no tienen nada que ver con un antifascismo consecuente, de suficientes garantías para vencer a un fascismo –en la cuna o ya maduro y dispuesto a barrer con todo–. Enseñar que históricamente lo único que ha logrado ese «antifascismo laxo» es bañar a la clase obrera en un charco de sangre. Para nosotros está claro que, si algunos «antifascistas» hoy no quieren indagar en la importancia de comprender estas cuestiones, mañana por necesidad o convencimiento lo harán, y si no, serán barridos por el propio fascismo vegetarán en la intranscendencia. En cualquier caso, ocurra lo que ocurra nada podrá borrar la razón sobre lo aquí afirmado, ya que, insistimos, no son conclusiones exclusivas de nuestro «ingenio» o «delirio», sino dictados que ya ha enseñado la historia.
Si precisamente el actual movimiento antifascista es una pantomima –y ni de broma estaría en capacidad de frenar un avance del fascismo en caso de que la burguesía requiriese de esta forma de dominación para gobernar–, no es porque falten ganas o convicción entre los antifascistas de todo signo político, sino porque sus líderes –como ocurre en toda ideológicamente difusa y burocrática en lo organizativo–, prefieren más la cantidad a la calidad, el amiguismo a la disciplina. Por consiguiente, han decretado que la dichosa «unidad antifascista» debe consistir en la paz ideológica entre los antifascistas; con ello se restringe el debate honesto y la elevación ideológica en aras de que esto nos permitiría unirnos contra el enemigo común bajo una base racional y planificada. La romántica llamada a la «unidad» –sea «antifascista», «obrera» o bajo la etiqueta y causa que sea– sin condicionantes, es algo que suena precioso y que a priori algunos creerán que es la fórmula perfecta y sencilla para el triunfo, pero en verdad es la forma más rápida para el fracaso: sin condiciones serias toda unidad es formal, ficticia e inútil, tanto dentro de un partido marxista como en un frente antifascista. Solo hace falta echar una ojeada al interior de estos movimientos de asambleas y organizaciones vecinales «antifascistas». En cada uno de ellos, prima una interpretación particular sobre qué es fascismo, a qué responde y cómo enfrentarlo. Por lo que, en definitiva, nunca hay claridad, coordinación, métodos ni perspectivas para enfrentarlo eficazmente, vendiéndose muy barata la derrota ante el fascismo. Parecería que a más de uno su alergia por el estudio y la historia le ha hecho no estar al tanto que al fascismo no se le derrotó en Stalingrado emulando al ejército de Pancho Villa.
¿Ha finalizado la lucha entre capitalismo y comunismo?
Algunos creían que, una vez acabada la Guerra Fría, la metodología de tipo Gladio pasó a mejor vida, que el desempleo y las guerras desaparecerían y reinaría la «paz social, la democracia y el amor entre naciones». Pero no nos engañemos, el teórico «fin de la guerra entre el capitalismo y el comunismo», dependiendo quién sea el autor que la mencione, una teoría, o bien imperialista o bien derrotista, pero por encima de todo falsa. Aunque no existan países dirigidos por partidos comunistas que construyan una alternativa real, esta lucha entre capitalismo y comunismo existe en nuestro mundo actual, se ve en la lucha del capitalismo por suprimir a los pocos partidos comunistas existentes o los que están en un estado embrionario e intentan constituirse. Se nota también claramente en los actos de censura de la única ideología realmente proletaria –el marxismo-leninismo– o en los intentos de deformarla hasta hacerla inútil e inofensiva. Esto puede sonar fantasioso, prepotente o egocéntrico, pero es la realidad. No negaremos que el capitalismo trata de suprimir, perseguir o infiltrar todo tipo de ideologías y movimientos que le causan problemas, pero sabe que la única doctrina que realmente ha puesto en jaque toda su existencia ha sido el comunismo, no el utópico del siglo XIX sino el de tipo marxista que hizo la revolución en el siglo XX y le causó una herida que todavía no ha cicatrizado.
La disputa de la que hablamos es una pugna producida por las contradicciones inherentes del capitalismo, en especial de la contradicción capital-trabajo –burguesía-proletariado–. Por lo tanto, dicha colisión es inexorable a causa de la lucha que se desarrolla en medio de una sociedad dividida en clases. El modo de producción capitalista implica la existencia de contradicciones más o menos específicas en comparación a viejos sistemas, con choques más o menos fuertes dependiendo de la correlación de fuerzas entre la clase dominante y la dominada. De todos modos, la divergencia de intereses no puede desaparecer; esto es así más allá de los deseos de algunos por ocultar esta realidad, aunque algunos pierdan el tiempo teorizando «el fin del proletariado», su sustitución por el «precariado» o nos hablen de las bondades de la «sociedad de consumo». Pero lo cierto es que como ha demostrado la última crisis global de 2008, el capitalismo no tiene solución, siempre aparecen nuevos problemas y se recrudecen los antiguos.
Las fricciones que se crean diariamente dentro del mundo capitalista crean cierta conciencia entre los trabajadores. Los males de la sociedad crean una enérgica repulsa en las filas de la clase obrera–aunque no sepan muy bien como procesarla ni cómo actuar–, por lo que estos fenómenos o bien pueden ser aprovechados por los comunistas para dotarles de conciencia de clase o serán aprovechados por alguna facción de la burguesía, la cual a través de diversas formas de alienación mitigará estas inclinaciones revolucionarias.
Incluso en las manifestaciones de la lucha de clases que no pongan directamente en cuestión el poder de la burguesía, incluso en el caso de movimientos con métodos de lucha arcaicos, mal organizados, eclécticos ideológicamente y, en definitiva, no netamente comunistas, en más de una ocasión la burguesía, debido a su fragilidad y a su miedo, se verá obligada a reprimir a los trabajadores cuando no pueda engañarlos. Cuando no tenga medios para hacer las concesiones convenientes que calmen los ánimos, tomará una actitud represiva. Como hemos visto a lo largo de siglos con varios ejemplos, esta actitud represiva se agudizará en cuanto el poder hegemónico note que las masas toman conciencia de sus intereses gracias a los comunistas, cuando vea que sus formas de actuación se vuelven cada vez más sofisticadas, cuando sienta que el proletariado tiene ya una comprensión completa de sus objetivos finales y su movimiento haya adquirido un carácter realmente ofensivo y peligroso para el estatus político-económico dominante. Ahí será cuando el proletariado se plantee realmente tomar el lugar que le corresponde, cuando aspire a la emancipación social.
Por ello cuando la burguesía se ve con un pie en la tumba, recurre a cualquier método, como bien sabemos. Insistimos: los métodos de la CIA y de todos los gobiernos burgueses, sus cuerpos de espionaje y en general todos sus cuerpos represivos, no han cambiado. Si nos centramos en las conexiones estadounidenses, solo hay que ver los escándalos sobre secuestros, desapariciones, experimentos, torturas, espionaje y demás casos que cada día salen a la luz sobre viejos eventos en Chile, Argentina, Irak, Guantánamo, Vietnam, Nicaragua, Salvador, Irán, Congo, Indonesia, Somalia o Libia, por mencionar solo algunos.
La documentación de los servicios secretos es desclasificada al público tras varias décadas. También cuando ante la vejez y ya con nada que perder, más de un agente confiesa los trapos sucios de la organización. Los medios de comunicación masivos no dedican a mostrar estas revelaciones ni la mitad del tiempo que dedican a otros temas estúpidos y banales, pero no debería sorprendernos pues ¿acaso no es ella, la clase burguesa, quién también controla el poder comunicacional-propagandístico de la sociedad? Entonces, ante las obviedades materiales debemos llegar a conclusiones obvias de porqué todo esto no es realmente conocido entre la población. Pero estos datos deben ser propagados y popularizados entre los trabajadores, para que se quiten de encima cualquier ilusión sobre cómo se las gasta la burguesía ante sus enemigos.
Les guste o no a los apologistas del capitalismo y de su flamante democracia burguesa, poco a poco se siguen confirmando estos crímenes de Estado. Mucho nos tememos que esto no va a parar nunca, ni se podrá contrarrestar por mucho que se esfuercen por dilapidar millones en crear y difundir libros, películas y canciones de aspecto propagandístico que hacen uso de mitos anticomunistas con el triste fin de intentar justificar sus pecados, o para convencer a las masas que, en el peor de los casos, comunistas y capitalistas, son «todos iguales».
¿Para qué sirve también esta documentación que sale a la luz día tras día sobre los viejos atentados, la identidad real de sus miembros y objetivos reales de sus ejecutores? Para recordar que mientras hubo, hay y habrá oportunistas semianarquistas que dieron y dan su apoyo a muchas de estas bandas, también hubo algunos que sí tuvieron la cabeza fría. Ahora se pueden demostrar y confirmar, con más datos en la mano, las estimaciones y previsiones que los verdaderos marxista-leninistas hicieron de estos fenómenos
¿Qué tareas enfrenta realmente la revolución hoy?
«Su labor teórica deberá, además, dirigirse al estudio concreto de todas las formas de antagonismo económico existentes. (...) Al estudio de su conexión y de su desarrollo consecuente; deberá descubrir ese antagonismo, allí donde se encuentra encubierto por la historia política, por las particularidades del orden jurídico, por los prejuicios teóricos establecidos. Deberá ofrecer un cuadro completo de nuestra realidad, como sistema determinado de relaciones de producción, señalar cómo la explotación y la expropiación de los trabajadores son la esencia de este sistema, señalar la salida del régimen actual, indicada por el desarrollo económico». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?, 1894)
En la era de la globalización, todo país, incluso los países imperialistas, tienen grandes vínculos económicos entre ellos, algunos incluso dependen de otras potencias imperialistas de mayor peso o han delegado su soberanía en grandes organismos supranacionales como la Unión Europea (UE). Eso no implica plantear la ridiculez de que en España las tareas de la revolución se centran gran parte en un antiimperialismo casi tercermundista como aquí nos intentan plantear algunos.
Actualmente España es el séptimo país del mundo en exportación de armas con datos aproximados de 5.000 millones de euros. Del mismo modo es el segundo país de Europa con mayor producción de vehículos, el noveno a nivel mundial con una producción de tres millones. En cuanto a producción agrícola, España vendría a ser el cuarto país de la UE, en torno a 50.600 millones de euros. Más allá que estos datos cambien levemente año a año, esto demuestra el papel de España frente a la UE, no precisamente como socio menor. El PIB anual de Rusia es de 1.518.813 euros en 2019, mientras que el de España fue 1.244.757 euros, una diferencia mínima frente a otra potencial mundial. En un contexto en donde las multinacionales españolas esquilman los recursos de América por doquier, tratar de dar primacía en las tareas revolucionarias político-económicas del país, a rasgos inexistentes de feudalismo o centrar todo en la influencia de otros imperialismos en los manejos del país, sería poco menos que emular los peores posicionamientos socialchovinistas.
España es un país imperialista y uno de los que más presencia tiene a lo largo del globo, su problema no es ni puede ser la falta de desarrollo de fuerzas productivas, no se enfrenta a problemas culturales de analfabetismo, tampoco se puede esperar que la falta de libertades democráticas o la venta de la soberanía nacional sean resueltas por la burguesía española de la cual conocemos su historial, pero tampoco por los revisionistas que hablan de socialismo en términos marxistas pero no tienen ni la más remota idea de qué es. La falta de conciencia socialista actual no reside en la inexistencia material de proletariado como dicen algunos posmodernos, ni en que la burguesía haya desarrollado herramientas de alienación que hagan imposible la revolucionarización de los trabajadores como afirman los seguidores de la Escuela de Frankfurt, simplemente la historia ha demostrado que aunque el nivel de vida descienda y las contradicciones sociales se agudicen socialmente, si se sufre la ausencia de un agente colectivo proletario que dé impulso a la verdadera ideología revolucionaria, que es el marxismo, no habrá proceso alguno de transformación, no se dará pie a emancipaciones sociales reales, a lo sumo conatos de revolución, con suerte a pseudorevoluciones. Por consiguiente, en lo que se refiere a este tipo de países, no hay medias tintas posibles, no hay otra alternativa posible para las masas trabajadoras que el socialismo, para cuya consecución hace falta la dirección del proletariado bajo el partido comunista, que debe organizarse y concienciar a los trabajadores para lanzarse a la toma de poder cuando sea el momento adecuado.
La «lucha contra la penetración e injerencia del imperialismo», y en general la lucha por la «independencia nacional» acaban siendo unas consignas de carácter reformistas u oportunistas, en el más sentido más clásico y falso del liberalismo, cuando el pretendido partido comunista lo hace apoyando al gobierno burgués o pequeño burgués de turno que, como es normal, precisamente no hace nada en esta cuestión o solo admite medidas tibias que desmoralizan a las masas. O en su defecto, cuando los comunistas proponen un programa abstracto que no aspira al socialismo. Pero estas cuestiones son tareas básicas que en muchos países dependiendo el caso, el proletariado debe liderar con más o menos ahínco. Ahora, sabemos que como en la cuestión del peligro de la guerra, la cuestión de género, la lucha contra el idealismo religioso, la cuestión ecológica, una educación de calidad y tantas otras, no podrá haber una solución definitiva en ese campo sin que haya una completa revolución política, económica y cultural, sin la emancipación social del proletariado, sin el establecimiento del socialismo como sistema social en dicho país, y en algunos casos, incluso habrá que esperar al triunfo del socialismo en una gran parte del planeta. De ahí que todo lo que no sea ligar las cuestiones concretas a la cuestión global, será dar palos de ciegos, será poner una venda para una herida que seguirá sangrando.
¿Y qué hay de los temas en boga hoy? Tomemos, aunque pueda parecer extraño a priori, la cuestión ecológica como tema ejemplificante. ¿Puede haber una revolución ideológica que dé pie a una nueva base económica sin acabar con ese poder político-económico? Tampoco porque el marxismo tipifica el modo de producción de una sociedad –en este caso capitalista– es la que determina el conjunto de creencias, valores e ideas dominantes en la cultura dominante. Algunos ecologistas atacan abiertamente al marxismo bajo la acusación de que «el pensamiento marxista es un modelo productivista que no tienen en cuenta la cuestión medioambiental», a veces incluso ponen de ejemplo manifiesto a los regímenes históricos o presentes capitalistas del revisionismo –lo que demuestra hasta qué puntos ha hecho mella el triunfo del revisionismo en el ideario colectivo–. Pero quién proclama todos estos ataques hacia el marxismo son los mismos «movimientos unilateralistas» como el feminismo, el animalismo, el tercermundismo y otras corrientes alejadas de la lucha de clases, que mienten por desconocimiento o a conciencia alegando que «el marxismo no ha profundizado en la cuestión de la mujer», que «no puede satisfacer y cuidar las vidas animales» o que no se ha preocupado de conocer «las causas del atraso de los países subdesarrollados y ponerles solución». Afirmaciones del todo ridículas ya que el marxismo es la única corriente que ha dado una respuesta científica a las causas de estos problemas y propuesto soluciones a las mismas.
El marxismo siempre ha concebido que el hombre a través del trabajo se autorrealiza, que de esa forma socializa con sus homólogos y con la naturaleza, por tanto, para los padres del marxismo la cuestión de la naturaleza no puede ser obviada del desarrollo humano mismo, y así se reflejó en sus escritos. Solamente el marxismo tiene en su seno unas herramientas que pueden dar solución a todos estos temas como son: la cuestión nacional, la cuestión de género, la cuestión ecológica, la antifascista o anticapitalista. Por ello el marxista considera estúpido insistir a bombo y platillo que él o su partido es «ecologista» o «antifascista», pues su doctrina cubre y da respuesta a todas las contradicciones nacidas de las relaciones de producción capitalistas, y lo hace de una forma mucho más clara y seria que los elementos que «solo» se centran en un tema en específico. El marxista como tal, no satura sus mensajes de eslóganes ecologistas para «cumplir con la causa», sino que da una explicación materialista de las causas del fenómeno y propone soluciones reales, lucha por aplicarlas, y tiene conciencia que el principal obstáculo para hacerlas cumplir son las clases explotadoras y parasitarias, a las cuales sabe que debe eliminar o de otra manera no será posible aplicarlas.¿Por qué el marxismo es antagónico a corrientes como el nacionalismo o el feminismo?
Si el lector no está familiarizado con algunos términos lo mejor será contraponerlos unos a otros.
El «patriotismo» o también llamado a veces como «orgullo nacional» es una percepción que varía dependiendo de la clase social y el momento histórico. En la Edad Contemporánea es una respuesta que nace como reflejo de la consolidación de las naciones como comunidad socio-histórica humana claramente identificable y estable. Véase la obra de Lenin: «Sobre el orgullo nacional de los rusos» (1914).
Para empezar, no hay que confundir el patriotismo, esto es, el amor a la patria, a su lengua, su gente y sus particularidades, con nacionalismo, que es una ideología que pone por delante la nación a toda costa, incluso por encima de los intereses de clase.
En cambio, el «nacionalismo», per se, se convierte siempre en un enemigo del movimiento revolucionario que trata de destruir el sistema capitalista, puesto que lo atacará en alianza con las fuerzas reaccionarias si con ello cree defender los pilares burgueses que dan forma y dirigen la nación. El marxismo no puede conjugable con el nacionalismo por la sencilla razón de que el primero pone el acento en lo «social» y el segundo en lo «nacional»; uno desea la lucha de clases para elevar al proletariado a clase nacional dirigente, y el segundo piensa que la conciliación de clases es la fórmula para lograr la «armonía y grandeza de la nación».
El «chovinismo» en lo ideológico supone ya asumir directamente que tu país es superior al resto en la mayoría de campos: lengua, filosofía, política, economía, arte y demás. El chovinista vive e inculca una desconfianza constante hacia el resto de países y sufre de una paranoia que le hace pensar que se conspira contra su nación.
Por su parte, el «cosmopolitismo» supone un desarraigo y desinterés sobre tu nación. El cosmopolita es apátrida por naturaleza, o a lo sumo, reconoce su patria, pero tiende a una infravaloración de todo lo que provenga de ella y se desliza hacia una admiración todo lo que huela a extranjero. De forma idealista pretende suprimir o fundir las lenguas y naciones inmediatamente, lo cual tiene el mismo sentido que pretender abolir el dinero al día siguiente de la revolución –un acto voluntarista dado que no se dan las condiciones materiales para tal acto–. Conscientemente o no, suele tender hacia la negación de la opresión nacional.
El revolucionario, el marxista, es «internacionalista», esto es, no comulga ni con el nacionalista-chovinista ni con el cosmopolita-apátrida. Reconoce la existencia de las naciones, reconoce a su patria, pero antepone los intereses de su clase, el proletariado, antes que los supuestos «intereses generales de la nación» que le intenta vender la burguesía. Evalúa la historia nacional e internacional desde un prisma humanista, revolucionario y científico. No se deja deslumbrar por los mitos de su burguesía sobre la historia de su país ni tampoco por la extranjera, que intenta infravalorar los méritos de su pueblo. No reivindica una «cultura nacional» con sus costumbres retrógradas y anticuadas, sino que recoge de ella solo lo popular, lo progresista, lo que lo acerca a otros pueblos y le ayuda en su misma empresa, por eso ve con buenos ojos el acervo cultural e histórico de otros pueblos si sirven para su noble causa.
El nacionalismo, al igual que el feminismo es un movimiento unilateral e idealista. Santifica que lo importante es a qué nación perteneces o de qué sexo eres. El nacionalismo, en su defensa, esgrimirá que más bien le importa la «defensa de la cultura y esencia de su nación», pero, para él, la «cultura nacional» de la cual hace apología, siempre redunda en rescatar las costumbres y tradiciones más reaccionarias, los rasgos que para cualquier humanista son inaceptables en pleno siglo XXI con el desarrollo de las ciencias y el progreso. El motor de la historia no es la de los «grandes imperios» y «reyes», dado que estos se han creado y en ocasiones han desaparecido sin que las relaciones de producción sufriesen cambios sustanciales.
¿Dónde reside la piedra filosofal? Para el feminismo el motor de la historia y del progreso ha solido la contraposición entre hombre y mujer. ¿Y bien? El feminismo exclamará que su movimiento antepone la ideología al concepto abstracto de mujer, porque de hecho reconoce la existencia de «mujeres alienadas» –a las cuales rechazan con desprecio–. Pero aquí entiéndase por «alienada» como el sujeto que simplemente discrepa de sus fantasías que plantean la historia en clave de lucha de sexos; pero, como se sabe, esta jamás ha transcurrido principalmente por una «lucha de sexos», sino por una lucha de clases, puesto que las mujeres bien han podido –y bien pueden ser hoy– parte de las clases explotadoras.
Por reconocer esto mismo, al marxismo se le ha acusado desde el nacionalismo y el feminismo de «misticismo religioso», de hacer de la clase obrera «el nuevo mesías» y perdonarle todo lo habido y por haber. Lo cierto es que el marxismo o también llamado socialismo científico –y si no es tal no es sino una adulteración del mismo– es suficientemente conocedor de que la clase obrera, antes de tomar el poder y emprender la senda del comunismo, todavía opera dentro de las fuerzas de una sociedad de clases, en un sistema económico y cultural como es el capitalismo. Por tanto, es consciente de que no puede idealizar a esta clase social ni considerarla como un todo homogéneo –aquí depende la llegada de pequeños burgueses arruinados a sus filas, el nivel ideológico de las asociaciones obreras, etcétera–. Simplemente hay que reconocer que, por sus condiciones materiales, la clase obrera es la clase más revolucionaria de nuestro tiempo, ya que, por su propio trabajo, no explota ni se aprovecha de otras clases sociales, está acostumbrada en cierta medida a la disciplina, suele tender a la solidaridad con sus homólogos y siente una repulsa –aunque sea a veces primitiva o muy tenue– hacia el patrón y las injusticias sociales. Los pioneros del socialismo científico llegaron a estas conclusiones estudiando el pasado y el devenir histórico, analizando a fondo las condiciones de vida de esta clase social y anotando sus fortalezas –y también debilidades–, véase la obra de Engels: «La situación de la clase obrera en Inglaterra» (1845) o la obra de Marx: «El Capital» (1867).
Nosotros no tenemos problema en reconocer que, en ocasiones también la clase obrera puede arrastrar una ideología y vicios ajenos al progreso colectivo –nacionalismo, sexismo, religiosidad, egoísmo, superstición, etc–. Razón por la que jamás se congraciará políticamente con un reaccionario por ser obrero, en todo caso, le explicará su fatal equivocación. No sin razón el «obrerismo» barato ha sido históricamente y es hoy una tendencia «populista» –en el sentido más peyorativo del término–. Este siempre comulga con las corrientes políticas que aplauden el embrutecimiento y la ignorancia de las huestes obreras, sabedora de que de esa forma este colectivo no irá solo ni a la vuelta de la esquina, todo, en aras de aprovecharse de estos infelices y manipularlos con ensoñaciones reformistas o nihilistas. Ello es similar a la tendencia «lumpen» que idealiza el vivir entre ratas como sinónimo de superioridad moral, creyendo que esto le otorga un cheque en blanco para ejercer la criminalidad sin reparos morales. Aquí, se plantea que el aplastar al vecino para «salir adelante» como «heroísmo» e incluso como «germen revolucionario», como si el ser carne del mercenariazgo fuese un rasgo positivo para la causa, como si estos ejércitos de «buscavidas» no hubieran sido utilizados siempre por las élites para acallar las voces de protesta del pueblo encolerizado por las injusticias. La clase obrera no puede permitirse el lujo de no tener moral, como la burguesía y el lumpen, necesita de conciencia y honradez para que después de volar por los aires su mundo, construya uno nuevo con sólidos cimientos.
La clase obrera, si no quiere ser vapuleada por los de siempre, no puede caer en trampas zafias como el chovinismo nacional o el supremacismo sexual. Así de simple.
El nacionalismo habla de «solidaridad nacional» y el feminismo de «sororidad entre mujeres», ¿con qué fin? El ya comentado: para el primero, que, por encima de todo, prime «la nación» –aunque sea burguesa y sus actos produzcan vergüenza nacional–, en el segundo, que prime la mujer por encima del hombre, aunque esta sea una tirana y una ultrarreacionaria en sus políticas. El marxismo, al hablar de «solidaridad de clase» y proclamar «¡Proletarios del mundo uníos!» no lo dice en cualquier clave abstracta, lo dice en el sentido de una unión ideológica muy clara: en base a unir a los elementos de la cultura y el trabajo en los más altos ideales de la humanidad, en los más progresistas. Y estos no se albergan en un cofre, sino que están a vistas de todos, el marxismo es solamente el método que permite ordenar y sistematizar dichos conocimientos, tanto de la sociedad como de la naturaleza. Y puesto que no hay dos verdades, el pueblo no puede asumir dos ideologías.
El marxista reconoce la «nación» como un fenómeno social histórico, del mismo modo reconoce la histórica «división sexual del trabajo» y una superestructura que ha beneficiado o beneficia a un sexo u otro en algún que otro campo –cuando no en todos–, pero a diferencia del nacionalista, con sus fines belicistas y expansionistas, o de la feminista, con su revanchismo hacia el hombre, el revolucionario –marxista– aspira a construir una comunidad humana global de naciones formadas por hombres y mujeres que convivan en amistad, donde se produzcan libres asimilaciones o separaciones según la libres apetencias de sus soberanos, donde hombres y mujeres puedan autorrealizarse según sus aspiraciones personales –siempre en respeto y con conciencia sobre la colectividad de la que forman parte–. Esto puede sonar a utopía humanista, pero analizándolo fríamente no lo es, y seríamos unos irresponsables o pesimistas si nos negásemos a tal aspiración. Hay una hoja de ruta muy clara. Para alcanzar el fin de la desigualdad entre naciones y las guerras se debe aspirar no solo a la abolición de la propiedad privada que impide todo lo anterior, sino también a la abolición de las clases sociales, al fin de las diferencias entre ciudad y campo, entre trabajo manual e intelectualidad. Estas son las condiciones sine qua non. En consecuencia, el sujeto es conocedor de que para tal fin no puede fijar dicho rumbo con prejuicios acuestas, en tanto las filosofías bañadas en un idealismo subjetivo y los movimientos políticos utópicos deben de ser desechados de una vez para siempre. Puesto que, si no es así, habrá perdido la batalla antes de comenzar. Esto puede sonar a utopía humanista, pero analizándolo fríamente no lo es pese a los múltiples obstáculos que existen, pero seríamos unos irresponsables o pesimistas si nos negásemos a tal aspiración. Si no realizamos una labor para tal fin, la única salida que nos queda es dedicarnos al vacuo existencialismo pesimista, a ser una caricatura, a desperdiciar el tiempo, a ser la vergüenza de nuestros ancestros y de los que nos leerán en un futuro.
III
La organización como conjunción de aspiraciones colectivas
El título habla por sí mismo, así que pasemos a explicar unas notas sobre este importantísimo tema. ¿Por qué todo movimiento debe tener un órgano de expresión activo y de calidad? ¿Por qué se dice que este marco de referencia actúa como organizador y educador? ¿Por qué se dice que es necesaria una especialización en la organización? ¿Por qué esta tiene que estar reglada, de dónde salen tales reglas, son invenciones o tienen una base empírica?
¿Por qué la necesidad de un «marco de referencia»?
Entiéndase que un movimiento que pretende transformar la sociedad necesita organizarse con objetivos y normas muy claras para poder operar con garantías, y si su vehículo para realizar tan largo trayecto −en este caso, el partido revolucionario− es el encargado de la formación ideológica de sus cuadros −tanto en aspectos más «teóricos» como más «prácticos−, esos individuos no pueden haber viaje sin él. Si este acaba decayendo o directamente desaparece lo que nos queda son dos opciones nada halagüeñas para el propósito de estos individuos: a) quedarán ciertas personas con inclinaciones más o menos progresistas, pero que se encuentran desperdigadas y descoordinadas, en su mayoría sin una noción clara sobre qué hacer ya que no existe un «marco de referencia» del cual recibir instrucciones; b) o peor, habrá un puñado de cuasi marxistas que anidan en varias sectas donde el único aspecto «revolucionario» que conservan son sus pretensiosos nombres y el deprimente culto folclórico a una «época mejor». El primer perfil necesita algo de ayuda y orientación, el segundo necesita un baño de realidad para salir de su mundo-ficción.
Aunque muchos se resistan a reconocerlo, así es como hemos entrado al siglo XXI: una época donde el autodenominado «marxista» es bastante discutible que se merezca portar tal título, ya que alberga un nivel cultural bajísimo −repeliendo el estudio−, nulo compromiso −salvo para formalidades que requieren poco esfuerzo− y una falta de claridad ideológica reflejada en un atroz eclecticismo −donde el marxismo ocupa un lugar más, dentro de una bonita coctelera doctrinal−. Todo esto, en buena parte como consecuencia de no tener una plataforma donde compruebe −junto a sus homólogos− sus conocimientos y ponga a prueba su valía y sus aptitudes para la causa que tanto dice amar. Y es que insistimos, sin este «eje» −el partido−, sin este «andamiaje» −su órgano de expresión−, lo cierto es que hay poca garantía de que estos sujetos puedan aunar esfuerzos para nada de valor: pues no podrá producir estudios independientes, aprender de los «héroes del pasado», corregir las equivocaciones que heredan y difundir sus imperiosas conclusiones.
Esto, no nos cansaremos de repetirlo, no es un ejercicio escolástico, sino todo lo contrario… es tan necesario como para algunos animales es necesario mudar de piel a partir de superar la vieja capa. Pues bien, si estos seres necesitan este proceso para adaptarse a su nuevo tamaño y necesidades, una organización también deberá adaptarse y «mudar de piel» si quiere mantener su salud. Pensar que esto se puede hacer a gran escala sin una gran estructura, simplemente valiéndose de la ayuda y bendición de los «centros del saber» −como las universidades, los seminarios sobre filosofía, los conservatorios, o las asociaciones culturales de artistas−, es poco menos que de una candidez extrema, un provincianismo intelectual. Es igual de ilusorio que el pensar que la sociedad del futuro vendrá gracias a perder el tiempo tratando de «reformar» las estructuras y mentes de los jefes de cualquiera de los partidos tradicionales −que ya han mostrado sobradamente su podredumbre, como para encima confiar en su honesta «redención»−. Por ello, la agrupación de los revolucionarios es el principal punto para apuntalar una contracultura seria y de calidad, que no solo se conforme con eso, sino que algún día pueda asaltar el poder.
En resumen, en la tradición marxista-leninista se considera −y muy correctamente− que del desarrollo de la lucha de clases, los trabajadores más avanzados −se dediquen a funciones más manuales o mentales− necesitan organizarse en su propio «destacamento de vanguardia» −el partido−, que es la avanzadilla contrapuesta a la ideología del sistema, pero para que esa estructura logre inocular una «transformación total» −política, económica y cultural−, los revolucionarios no pueden pretender «convertir ideológicamente» a toda una población, pues son sabedores de que mientras continúen bajo la influencia constante del capitalismo, esto solo será posible hacerlo con una parte de ella, por ende tampoco declarar como igual el nivel de concienciación existente entre la «vanguardia» y el de la «masa». De ahí el modelo de partido selectivo que Lenin desarrollaría extensamente en obras como «¿Qué hacer?» (1902) o «Un paso adelante, dos hacia atrás» (1904), donde se puede probar el nivel de implicación de cada militante. Para lograr el cambio total de la sociedad, el líder bolchevique pensaba que esa «vanguardia» tiene que saber conjugar los intereses inmediatos y ulteriores de las distintas capas de trabajadores, pero, ante todo, lograr que la mayoría del pueblo adquiera conciencia de la necesidad de la toma del poder político para así poder hacerse cargo de los medios de producción −que también incluyen los medios de producción intelectual−. Según esta óptica, será entonces y no antes, cuando el comunismo tendrá la capacidad completa para extenderse y hegemonizar la sociedad −como lo hace la ideología burguesa en el sistema capitalista− teniendo la oportunidad de reeducar así a las capas más «atrasadas» −venciendo los prejuicios nacionales, sexistas, raciales, las ideas religiosas, etcétera−, lo que Lenin calificó como una lucha «larga, lenta y prudente» contra la «fuerza de la tradición».
Lo primero que tiene que tienen que tener en cuenta los revolucionarios para «reunir» y «organizar» a los suyos es un «órgano de expresión». Este «marco de referencia» tiene que actuar como «andamiaje» para construir las ramas del aparato partidista, como bien analizó Lenin en obras como «¿Por dónde empezar?» (1901) o «¿Qué hacer?» (1902), entre otras. Empecemos recordando el motivo de su necesidad. Evidentemente, como ya vimos atrás, si tal «lucha contra el oportunismo» no logra canalizarse a través de un medio de difusión, si solo se da a nivel individual −o a nivel grupal pero muy esporádica y esquemática− tal pretensión no pasará de ser un lema, un sueño:
«Se trata de un sistema y de un plan de actividad práctica. Y hay que reconocer que esta cuestión del carácter de la lucha y de los procedimientos para llevarla a cabo, cuestión fundamental para un partido práctico, sigue sin resolver y suscita todavía serias diferencias, que revelan una lamentable inestabilidad y vacilación del pensamiento. Por una parte, está aún muy lejos de haberse extinguido la tendencia «economista», que procura truncar y restringir el trabajo de organización y de agitación política. Por otra, sigue levantando orgullosamente la cabeza la tendencia de un eclecticismo sin principios, que se trata a cada nueva «moda», no sabiendo distinguir entre las exigencias del momento y las tareas fundamentales y necesidades constantes del movimiento en su conjunto. (…) A nuestro juicio, el punto de partida para la actuación, el primer paso práctico hacia la creación de la organización deseada y, finalmente, el hilo fundamental al que podríamos asirnos para desarrollar, ahondar y ensanchar incesantemente esta organización, debe ser la creación de un periódico político. (...) Sin él sería imposible desarrollar de un modo sistemático una propaganda y agitación fieles a los principios y extensivas a todos los aspectos, que constituye la tarea constante y fundamental». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Por dónde empezar?, 1901)
En resumen: crear un «órgano de expresión» a través de un periódico, diario, revista −dependiendo del contexto, capacidad y necesidades−, bien sea online [como es «Bitácora (M-L)»] u offline [como era el periódico «Iskra» o la revista «Zaria»], el llamado «marco de referencia», no es una «aventura inasumible» −como creen los teoricistas, que no saben ni siquiera ponerse de acuerdo entre sí sobre el color del cielo−; tampoco es «perdernos en formas de asociación para jugar a ser literatos» −como creen los que están cegados por la práctica improvisada y espontánea−, sino que es la primera prueba para ver si somos capaces de organizarnos, ya que de no lograrse debemos descartar que seamos capaces de algo mayor. Y toda empresa política que careza de organización no llegará ni a la vuelta de la esquina:
«Esta red de agentes servirá de armazón precisamente para la organización que necesitamos: lo suficientemente grande para abarcar todo el país; lo suficientemente vasta y variada para establecer una rigurosa y detallada división del trabajo. (…) Si no sabemos, y mientras no sepamos, coordinar nuestra influencia sobre el pueblo y sobre el gobierno por medio de la palabra impresa, será utópico pensar en la coordinación de otras formas de influencia, más complejas, más difíciles, pero, en cambio, más decisivas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Por dónde empezar?, 1901)
Y a su vez no puede haber partido si este «órgano de expresión» no asume la dirección y guía los movimientos de la organización. Hoy buscamos combinar por medio de la palabra digital −y cuando se tercie, también la impresa− esto mismo. Por todo esto el «marco de referencia» lejos de reducir su importancia adquiere una clave como medio para evitar la disgregación de los recursos y energías:
«El periódico puede y debe ser el dirigente ideológico del partido, desarrollar las verdades teóricas, las tesis tácticas, las ideas generales de organización y las tareas generales de todo el Partido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, 1902)
En este sentido, sobre lo instructivo que ha sido la labor de Bitácora (M-L) para mucha gente que procedía de agrupaciones revisionistas, dejaremos un comentario de un exmilitante de estas agrupaciones que sintetiza esto:
«X: «Muchas veces se mide el nivel de implicación o de «utilidad» de una militancia en términos cuantitativos, es decir, que haber militado más tiempo suele comprenderse como algo más loable que haber militado menos. Sin embargo, haciendo una reflexión honesta, más allá de la experiencia y los conocimientos prácticos y mi desarrollo ideológico, mis cerca de tres años de militancia en diversas organizaciones revisionistas han tenido una utilidad infinitamente menor que los artículos publicados en Bitácora a lo largo de un mes». (Documento tripartito, 2019)
Este trabajo unificado en pro de un marco único de referencia es lo que en un futuro disipa el trabajo de círculo, el localismo, el fraccionalismo, la desconfianza entre grupos que viven cada uno en una punta pero que por fuerza tienen que unirse bajo unos criterios comunes para actuar como un todo:
«Nuestro movimiento, tanto en el sentido ideológico como en el sentido práctico, en materia de organización, se resiente, sobre todo, de dispersión, de que la inmensa mayoría de los [marxistas] están casi totalmente absorbidos por un trabajo puramente local, que limita su horizonte, el alcance de su actividad y su aptitud y preparación para la clandestinidad. Precisamente en esta dispersión deben buscarse las más profundas raíces de la inestabilidad de las vacilaciones de que hemos hablado más arriba. Y el primer paso adelante para eliminar estas deficiencias, para convertir los diversos movimientos locales en un solo movimiento de toda Rusia, tiene que ser la publicación de un periódico para toda Rusia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Por dónde empezar?, 1901)
Nótese cuan difiere esto del pensamiento de la mayoría de supuestos «leninistas», que vuelvan toda su pretensión en actividad desenfrenada pero espontánea, intentando reunir a todas las corrientes más o menos «simpatizantes» y descuidando qué exponen en su órgano de expresión, qué ofrecen al público, qué les diferencia del resto... una táctica cortoplacista que se ha mostrado una y otra vez que solo atrae a las capas más atrasadas, y ya no eso, sino que resulta ser, como bien dice el refrán, «pan para hoy, hambre para mañana».
Se entiende que el «órgano de expresión», que es el que sirve de «marco de referencia» para «organizar» y «formar» a los cuadros, es la vez −y no es nada sorpresivo− el principal antídoto contra la disgregación y el abatimiento que produce verse en una situación de desventaja −frente a las fuerzas del capital− y ante el letargo generalizado −en la población−. No es ningún secreto que no pocas veces cuanta más conciencia de la realidad tiene el sujeto, más frustración puede sentir por saber con certeza el grado de adversidad que tiene ante él:
«Es de imperiosa e impostergable necesidad ampliar ante todo este campo de acción, crear un nexo real entre las ciudades respaldado en una labor regular y común, porque el fraccionamiento deprime a la gente que «está en el hoyo» –expresión del autor de una carta dirigida a Iskra– sin saber lo que pasa en el mundo, de quién aprender, cómo conseguir experiencia y de qué manera satisfacer su deseo de una actividad amplia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
No incidiremos más sobre esto aquí, pues está desarrollado íntegramente en obras de Lenin como: «Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización» (1902), «¿Qué hacer?» (1902) o «Un paso hacia adelante, dos hacia atrás (1904). ¿Por qué sigue siendo necesario el concepto bolchevique de organización?
«Los partidarios sinceros de la emancipación de los obreros del yugo del capital de ningún modo pueden oponerse a la formación de un partido comunista, el único que puede dar a las masas una educación no burguesa ni pequeño burguesa, y el único que puede desenmascarar, avergonzar y ridiculizar sinceramente a los «dirigentes». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a los obreros ingleses, 1920)
Esto, pues, es una necesidad que surge como respuesta de los trabajadores en las condiciones del capitalismo, una forma de organización mucho más elevada que por ejemplo el simple gremialismo sindical –reducido muchas veces, a una rama profesional–:
«Cuando las masas obreras son sometidas a una incesante explotación y no pueden desarrollar sus dotes humanas, lo más peculiar de los partidos políticos obreros es justamente que sólo puedan abarcar a una minoría de su clase. El partido político puede agrupar sólo a una minoría de su clase, puesto que los obreros verdaderamente conscientes en toda sociedad capitalista no constituyen sino la minoría de todos los obreros. (...) Si tales camaradas están a favor de que exista una minoría que luche decididamente por la dictadura del proletariado y que eduque en este sentido a las masas obreras, esa minoría no es, en esencia, otra cosa que el partido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Discurso en el IIº Congreso de la Internacional Comunista, 1920)
El líder bolchevique propuso una división operativa entre un comité ideológico y otro práctico para ese partido:
«Ante la necesidad de mantener la más rigurosa clandestinidad y de asegurar la continuidad del movimiento, nuestro partido puede y debe tener dos centros dirigentes: el OC (Órgano Central) y el CC (Comité Central). El primero ejercerá la dirección ideológica y el segundo, la dirección inmediata y práctica. La unidad de acción y la necesaria identificación entre estos grupos se asegurarán no sólo por el programa único del partido, sino también por la composición de ambos grupos –es preciso que los dos, tanto el OC como el CC, estén integrados por personas totalmente compenetradas– y por la organización de reuniones conjuntas, regulares y constantes. Sólo así se logrará, por una parte, que el OC quede fuera del alcance de los gendarmes rusos, asegurando su firmeza y continuidad, y, por otra, que el CC se identifique siempre con el OC en todos los asuntos esenciales y disponga de suficiente libertad para ejercer la dirección inmediata de todo el aspecto práctico del movimiento». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, 1902)
Y que la unión de estos dos debería consistir en un comité «no muy grande» para que sea más alto el nivel de esos miembros» y «más completa su especialización en la profesión revolucionaria», pero, al mismo tiempo, «suficiente para dirigir todos los aspectos de la labor y garantizar la representatividad de las reuniones y la firmeza de los acuerdos». Evidentemente esta no es una forma inamovible de organización, como en el futuro se demostraría, pero que ilustra perfectamente qué tipo de medidas X son necesarias en ese tipo de escenarios para garantizar Y.
¿Cuáles han sido los errores más comunes a la hora de crear esta «Iskra» contemporánea?
«Sin un órgano político, es inconcebible en Europa contemporánea un movimiento que merezca el nombre de movimiento político. Sin él, es absolutamente irrealizable nuestra misión de concentrar todos los elementos de descontento político y de protesta, de fecundar con ellos el movimiento revolucionario. (...) La misión del periódico no se limita, sin embargo, a difundir ideas, a educar políticamente y a conquistar aliados políticos. El periódico no es sólo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. En este último sentido se le puede comparar con los andamios que se levantan alrededor de un edificio en construcción, que señalan sus contornos, facilitan las relaciones entre los distintos constructores, les ayudan a distribuirse la tarea y a observar los resultados generales alcanzados por el trabajo organizado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Por dónde empezar?, 1901)
Los bolcheviques, una vez llegados a cierto punto tanto de capacidad operativa, podían afirmar que su propaganda y agitación llegaba a todas las capas de la sociedad:
«¿Tenemos bastantes fuerzas para llevar nuestra propaganda y nuestra agitación a todas las clases de la población? Pues claro que sí. Nuestros «economistas», que a menudo son propensos a negarlo, olvidan el gigantesco paso adelante que ha dado nuestro movimiento de 1894 –más o menos– a 1901. (...) En todas las provincias se ven condenadas a la inactividad personas que ya han tomado o desean tomar parte en el movimiento y que tienden hacia [el marxismo] –mientras que en 1894 los [marxistas] rusos podían contarse con los dedos–». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, 1902)
Aquí debemos matizar varias cosas. ¿Cuántos de los actuales grupos políticos de «izquierda» tienen «corresponsales permanentes entre los obreros» y «mantienen estrecho contacto con el trabajo interno de la organización», como comentaba Lenin en dicha carta? ¿Cuántos reciben en las diversas provincias del país a varias personas que «desean incorporarse al movimiento»? Si la mayoría de «grupos subversivos» actuales apenas tienen capacidad para ser conocidos fuera de su zona de confort, deberían no lanzar las campanas al vuelo. ¿Qué hay que hacer en una situación así, donde tal cosa no se ha logrado, y donde además no se tiene la capacidad de llegar a todo?
«Toda la vida política es una cadena infinita compuesta de un sinfín de eslabones. Todo el arte de un político estriba justamente en encontrar y aferrarse con nervio al preciso eslaboncito que menos pueda ser arrancado de las manos, que sea el más importante en un momento determinado y mejor garantice a quien lo sujete la posesión de toda cadena». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
¿Se ha sabido buscar este «eslabón» clave? Está claro que no. Incluso en tal época de «ascenso y participación de las masas», Lenin ya dejó patente en el «Proyecto de declaración de la redacción de Iskra y Zaria» (1900) que el problema que enfrentaba el movimiento revolucionario era su «fraccionalismo», su «carácter artesano». Cada círculo local tenía sus medios de expresión donde sus literatos manifestaban sus opiniones sin más, cada agitador basaba su actividad basándose en un «practicismo estrecho», totalmente divorciado del «esclarecimiento teórico». La forma de agitación predominante», los panfletos sobre cuestiones locales y económicas, se habían vuelto ya «insuficientes», y gran parte de los artículos publicados en los periódicos locales eran por su bajo nivel una «caricaturización del marxismo». No había apenas conexiones ni entre los diversos círculos ni muchas veces entre los propios miembros de un mismo círculo. Estos aparecían fulgurantemente en escena y al poco tiempo fenecían sin apenas haber cogido impulso. ¡Vaya! Uno no puede evitar comparar automáticamente estas descripciones de hace más de un siglo con la triste actividad de los grupos actuales, ¿verdad? En aquel entonces, como hoy, para abandonar tales defectos no cabía otro camino que crear una plataforma ideológica centralizada que representase la «línea política conjunta», una «literatura común», en definitiva, un medio que dejase claras las aspiraciones del colectivo unificado:
«El Centro dirigente del Partido –y no sólo de un comité o de un distrito– es el periódico Iskra. (…) Yo desearía señalar tan sólo que el periódico puede y debe ser el dirigente ideológico del partido, desarrollar las verdades teóricas, las tesis tácticas, las ideas generales de organización y las tareas generales de todo el Partido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, 1902)
En el «¿Qué hacer?» (1902) Lenin definió así los términos «propaganda» y «agitación» en su aplicación cotidiana. El primero dijo que «propagandista» debe: «Proporcionar muchas ideas, un número tan grande de ideas, que al primer golpe todas estas ideas tomadas juntas no podrán ser asimiladas más que por un número −relativamente− restringido de personas». Mientras «tratando del mismo problema», el «agitador» en cambio «se apoyará en el hecho más conocido por sus auditores y, apoyándose en dicho hecho conocido por todos, realizará el máximo esfuerzo para dar a la masa una sola idea». ¿Cómo se traslada y aplica eso a la prensa?
«Lo que aquí resulta importante subrayar es que la prensa, entendida como un sistema de prensa, sirve a la vez para la agitación y la propaganda. (…) El proyecto esbozado aquí −antes de cualquier publicación efectiva− no se realizará más que una vez alcanzada la plena madurez del partido revolucionario. A la espera de ello conviene, a modo de primera piedra, crear un periódico reservado a la franja politizada, a los militantes que harán despertar a su vez a nuevas capas. (…) Gracias a su carácter central, el periódico permite realizar la síntesis de toda la experiencia del partido: documentos, correspondencias, hechos de actualidad son analizados, seleccionados y sistematizados a través del periódico». (Madeleine Worontzoff; La concepción de la prensa de Lenin, 1979)
¿Pero qué nos encontramos hoy cuando nos adentramos en la fastuosa prensa de los presuntos «grupos leninistas» de nuestro alrededor? En ella el mayor obstáculo no es tanto la falta de redactores −que también−, sino la capacidad de los mismos, ya que lo que encuentra uno es la prosternación ante los vicios y manías políticas del «movimiento» y su «tradición». Y si a esto le sumamos que no es extraño encontrar que la publicación de unos es el calco de la publicación de otros, no se avanza lo más mínimo. Su método rinde homenaje al noble arte de la escolástica medieval del siglo XIII, donde el «sabio» dictaba a sus alumnos −muchas veces de forma vulgarizada− los «saberes fundamentales» de la «literatura clásica», y donde, ante todo, primaba la memorística a través de ejercicios machaconamente repetitivos que servían para aprender la lección. También, como las eminencias universitarias de dicha época, los jefecillos modernos a veces acostumbran a mandar a sus pupilos «pequeños comentarios de texto», pero de nuevo resultan insustanciales, como no podía ser de otra forma, ¿la razón? Aquí, por norma general, el escritor novel no aporta absolutamente ninguna novedad, no añade información sobre los eventos que se relatan o sobre el contexto de elaboración de dicha obra a estudiar, y, en definitiva, no es capaz de extraer demasiadas lecciones para la actualidad −o peor, cuando lo hace, es para distorsionar la realidad−. Huelga decir que el redactor rara vez pone en tela de juicio y corrige acertadamente lo que dice el «maestro» que le instruye o la «eminencia» de referencia que debe analizar, por lo que el resultado no puede ser más pobre y cómico. Este es el resultado tanto de un sistema de enseñanza pobre como de un espíritu e iniciativa igual de pobre del que se está educando.
Esto a su vez está ligado a otro problema histórico que ha sido muy recurrente: la excesiva dependencia en una o unas cuantas personas para encarar la redacción de los artículos, situación que indudablemente los revolucionarios rusos tuvieron que afrontar. En su «Carta a A. A. Bodganóv» (10 de enero de 1905) Lenin comentaba la situación dentro de esa división entre «escritores permanentes» y «colaboradores» −que no lo eran en absoluto o se dedicaban solo a ciertas tareas anexas−. En cuanto a los primeros, se les exigía más porque al asumir tal puesto debían dominar su arte: «Simplemente hay que comprometerlos para que escriban con regularidad una vez por semana, o quincenalmente; de otro modo −dígaselo así a ellos− no los consideraremos personas decentes y romperemos toda relación con ellos»; por ende, se les exigía regularidad, siendo para Lenin un crimen que fuesen «endemoniada, imperdonable e increíblemente lentos» y que además viniesen con «necias y estúpidas excusas». En cuanto a los segundos: «Necesitamos que decenas y cientos de trabajadores escriban directa y espontáneamente» a «Vperiod» para dar información viva, realizar propuestas, sugerencias, críticas constructivas, etcétera. Además, animaba a que estos últimos, si tenían intuición y ganas, tratasen de introducirse poco a poco en el mundo de los primeros. Siendo mucho más indulgente les tranquilizaba recordándoles cuan «necio avergonzarse por defectos de redacción» en los que pudieran incurrir, porque en el peor de los casos «¡nosotros nos encargaremos de elaborarla y aprovecharla desde el punto de vista literario!».
¿Por qué esta preocupación y directrices de Lenin? Si uno observa cual era la composición de «Iskra» en 1903, encontrará que de 113 artículos publicados en tres años (1900-03), el 84% de las publicaciones recaían en Mártov, Lenin y Plejánov, siendo los dos primeros los encargados de supervisar la corrección y publicación final de todos los artículos en general:
«En los 45 números de Iskra bajo la dirección de los seis redactores aparecieron 39 artículos y notas de Mártov; 32 míos, 24 de Plejánov, 8 de Viejo Creyente [Potrésov], 6 de Zasúlich y 4 de P. B. Axelrod. ¡Esto en el curso de tres años! Ni un sol o número fue compuesto −en el aspecto técnico y de redacción− por nadie más que por Mártov o por mí». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a M. N. Ljadov, 10 de noviembre de 1903)
Si esto se prolonga en el tiempo, puede dar como resultado que la desaparición −por cuestiones X− de dos o tres de esos principales redactores, complica enormemente que esa «Iskra» salga adelante, siendo la paralización total o su directa desaparición el resultado más plausible. Esta es la razón de que siempre exista la necesidad impostergable −a nivel general− de tener que elevar el nivel formativo de todos los participantes del proyecto y −a nivel particular− seleccionar y encaminar a cuadros determinados para que en el futuro puedan dar el revelo a otros en caso de enfermedad, deserción, detención, etcétera. En todo caso, queda claro que:
«No es la reducida fronda de periódicos locales lo que puede reavivar los lazos entre el órgano central y las masas. Un buen medio para elaborar democráticamente la línea del partido en la prensa es la participación directa de los militantes de base. [Lenin comentó:] «Nuestro aislamiento se deriva de unas relaciones demasiado infrecuentes y demasiado irregulares entre el órgano central y la masa de los militantes de base». El medio práctico para esta colaboración son las corresponsalías. Un periódico debe estar formado por un núcleo de redactores profesionales, rodeados de una nebulosa de corresponsales: «Un órgano será vivo y viable cuando por cinco publicistas que lo dirijan y escriban de forma regular, existan quinientos o cinco mil colaboradores que no sean escritores en absoluto» [y se dediquen a otras tareas diferentes o anexas]. (…) [Y aun con todo] Hay que conseguir que cada militante considere el periódico como suyo propio, con el fin de evitar cualquier relación en sentido único, del «escritor» hacia el «lector». Esta exigencia supone una inversión de la actitud tradicional que se resume en el precepto: «A ellos les toca escribir, a nosotros leer. (…) «Es necesario que el mayor número posible de militantes del partido mantenga correspondencia con nosotros, y digo bien correspondencia en el sentido habitual y no literario de la palabra». (Madeleine Worontzoff; La concepción de la prensa de Lenin, 1979)
A nivel general, en estos grupos de hoy rara es la vez en la que se discuten, previa o posteriormente a la publicación, los contenidos de la misma −y que esto ocurra es algo que suele derivar de la concepción pedagógica laxa que tiene el grupo a nivel local y nacional−. Bien, ¿y qué hay de los artículos contenidos en el dichoso «periódico»? A causa de la escasez de material a publicar, o dada la cercanía del escritor con los principales editores, uno puede encontrarse un artículo que diga una cosa y al próximo mes otro que diga la contraria; todo esto para la confusión del lector −su militancia−, que no recibe explicación alguna. No es ni siquiera una polémica consciente, sino mero desconocimiento de que se mantienen divergencias tan serias. Tal es el resultado de mezclar prisas, apariencias y eclecticismo ideológico. He aquí otra cuestión: las pequeñas y «grandes» organizaciones que tratan de poner en marcha este mecanismo no poseen conocimientos básicos sobre la creación, edición, producción y distribución de un periódico, así que, como no podría ser de otra manera, al fallar en algún punto −o varios de esta red− las publicaciones acaban siempre retrasándose semanas o meses, al mismo tiempo que la calidad del contenido acaba viéndose afectada.
Si ya de por sí la elaboración de una revista o periódico online −con la finalidad que sea− tiene una complejidad que exige una cooperación no siempre sencilla −pues el grupo debe saber fabricar artículos con contenido de calidad, traducir lo más apremiante de otros idiomas, prestar atención a la ortografía y expresión, contar conocimientos de edición de imagen y demás−, esto se vuelve más difícil si se quiere reproducir en formato papel por lo ya expuesto. Por si esto fuera poco, los datos son abrumadores, pues hoy son bien pocos los que cuentan con conocimientos para producir un periódico de papel y, en cambio, muchos los que están familiarizados con el formato digital. Y nosotros nos atenemos a la máxima:
«Debemos tomar las cosas como las encontramos, es decir, promover los intereses de la revolución de una manera apropiada a las nuevas condiciones». (Karl Marx; Carta a Ludwig Kugelmann, 23 de agosto de 1866)
Huelga decir que viviendo en plena era de Internet, considerar que la creación de un periódico físico debe ser prioridad absoluta no es la aplicación de la estrategia leninista, sino su fosilización. ¿La razón? Bastante sencilla, basta con revisar los datos sobre los hábitos de lectura y su evolución en las últimas décadas:
«La elección prioritaria por los medios online crece hasta alcanzar al 46% de los internautas –el 55% entre 18 y 44 años–, mientras el 54% sigue prefiriendo un medio tradicional offline. (...) Las redes sociales son la principal fuente de noticias entre 18 y 24 años –40%–; se imponen al uso semanal de webs y apps de periódicos en todas las franjas de edad hasta los 54 años, y lo duplican entre los menores de 45 años». (Digitalnewsreport.es; Los medios afrontan los retos de recuperar una confianza debilitada y seguir ampliando ingresos por suscripciones, 2021)
Aparte, podríamos anotar la importancia desde hace siglos de la lectura intensiva a la extensiva, es decir, de leer pocas cosas una y otra vez hasta poder casi recitar capítulos enteros, a leer un poco de todo sin asimilar realmente lo leído. Esto no excluye, claro está, que una organización estable –consolidada de verdad– pueda repartir folletos ocasionales –que es la propaganda más primitiva– o vender las ediciones de sus propias obras –sin hacer de ello un negocio para enriquecerse, como intentan hacer algunos vividores, a quienes solo les importa el parné–. En todo caso, como bien sabemos, esto son cosas que dependen del momento y la necesidad, por lo que de poco valdría dar fórmulas acabadas. Desde luego, sin una estructura interna sólida, animar a la creación de una gran infraestructura para crear todo tipo de medios offline cuando ni la tendencia de los tiempos es esa, ni el grupo tiene tal capacidad, es, por mucho que a algunos les duela, uno de los errores más quijotescos de nuestra época, un enorme desperdicio de dinero y energías. Lo importante no es cómo este «marco de referencia» se presente: en formato visual o audiovisual, Video, Revista, Periódico, Web, Blog, o PDF, lo relevante aquí es qué contiene, cómo se crea, su regularidad y su distribución. Eso es lo que debemos preguntarnos en todo momento y lugar. ¿Qué hacemos para que este «marco de referencia» se sostenga o crezca?
En estas últimas dos últimas décadas todos los grupos pseudoleninistas se han caracterizado por intentar reproducir el ejemplo de «Iskra» creando sus propios «órganos de expresión». ¿Y bien, por qué han fracasado estrepitosamente? En primer lugar, siempre han dado por sentado que su organización era «El Partido» −en mayúsculas−, e incluso se han propuesto publicar varias revistas anexas que se entregarían en mano en la calle, mítines, manifestaciones, etcétera, esperando que por la simple llamada el resto cayesen rendidos. ¿Y qué ocurrió ante este aparente fácil plan de ruta? En la práctica, el «periódico central» de la «vanguardia teórica» solo era comprado por los propios militantes −las más de las veces obligados por la dirección en aras de aumentar la recaudación−, pero, como bien sabemos, ni siquiera la mayoría de quienes lo compraban lo leían o comprendían lo que allí se expresaba. Esto no es un problema reciente, sino que corresponde a los primeros orígenes del movimiento proletario del siglo XIX, donde los cabecillas decidían de forma apresurada fundar sus periódicos sin calcular de antemano el gasto, los medios disponibles o la fidelidad del entorno para sostenerlo, por lo que más pronto que tarde acababa cerrando y endeudando a los implicados. Pero dado que eso es ya harina de otro costal, el lector nos perdonará que mejor hablaremos de ello en otra ocasión, aunque si recomendamos el estudio de Santiago Castillo «La travesía del desierto: la prensa socialista (1886-90)» (1976) o el de Manuel Tuñón de Lara «Prensa obrera e historia contemporánea» (1987).
¿Por qué decimos esto? Muy fácil. En el caso de los «reconstitucionalistas», analicemos la revista sucesora de «La Forja» (1994-2006): «Línea Proletaria» (2016-2022). Bien, desde su creación en 2016 y hasta 2021 solo ha publicado cinco números, ¡con una media de publicación de un número al año! ¿Qué significa todo esto? Pues, que, en palabras de Lenin, «La Forja» o «Línea Proletaria» aun pretendiendo ser «el periódico» a nivel nacional, nunca han pasado de ser «periodicuchos» con una capacidad de «producción primitiva», con la misma transcendencia y regularidad que la revista local de la asociación de vecinos de tu esquina −que al menos tendrá cierta incidencia en su reducido espacio−. Por eso se nos dibuja una gran sonrisa en la cara cuando suben en redes sociales fotos de una edición física de su querida «Línea Proletaria», como si esto fuera algo transcendente o diferente a lo que acostumbra en su día a día el mundillo de la «izquierda» más marginal, como si cualquiera no pudiera ir a la copistería de la esquina a editar sus propias reflexiones y postearlas en redes, pero ya se sabe, el ego del ser humano y su capacidad de autoengaño es un mecanismo de defensa increíble, programado para evitar que caigamos en la depresión o la locura. ¡Enhorabuena muchachos! ¡Guardad bien esos números de «Línea Proletaria»! ¡Seguramente en otros doce años de existencia estos sean otro «artículo de colección» como los de «La Forja»! Y por último no podemos pasar de este punto sin apostillar una cosa: señores, al César lo que es del César, vuestro resultado palidece aún más si se compara la pobre tasa de publicaciones «reconstitucionalistas» y su más que discutible contenido con la cantidad y calidad de la producción del Equipo de Bitácora (M-L), que innegablemente produce en mayor número y con mejor contenido, algo que reconocen hasta nuestros peores enemigos.
Si Lenin fue tajante al declarar que el periódico no es sólo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo. ¿Qué hicieron quienes se pusieron manos a la obra? ¿Analizaron de verdad nuestros leninistas verdad esos factores diferenciales entre la Rusia del siglo XX y la España que entraba en el siglo XXI? ¿Tuvieron en cuenta sus fuerzas reales? Ni de lejos. Por ejemplo, la «Línea de Reconstitución» (LR), en más de doce años de existencia solo llegaron a treinta cinco números, ¡que siendo generosos es una media de tres publicaciones al año! ¿De verdad alguien piensa que así se podía cumplir la famosa «elevación política» de la que hablaban? ¿No demostraron estos «reconstitucionalistas» hispanos que estaban muy lejos de poder asumir tal tarea? Leamos a Lenin –los corchetes son nuestros–:
«Esta experiencia demuestra que, en nuestras condiciones, los periódicos locales resultan en la mayoría de los casos vacilantes en los principios y faltos de importancia política; en cuanto al consumo de energías revolucionarias, resultan demasiado costosos, e insatisfactorios por completo, desde el punto de vista técnico −me refiero, claro está, no a la técnica tipográfica, sino a la frecuencia y regularidad de la publicación−. (…) Es necesaria en grado sumo la lucha más intransigente contra toda defensa del atraso, contra toda legitimación de la estrechez de miras en este sentido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
¿Pero acaso la «LR» ha demostrado estar en posesión de unos «conocimientos teóricos» como para abordar los temas pasados y presentes necesarios para superar estos «métodos primitivos» de organización y «elevar el espíritu combativo»? No, porque, para empezar, si así fuese no hubiera pecado tantas veces de eludir cuestiones clave dejando los análisis pertinentes para las calendas griegas −o peor, se ha valido de los Lukács, Bob Avakian, Ludo Martens y otros para salir del paso y «cumplir»−. Sus restos, pese a toda su parafernalia de esquemas y palabrejas complicadas, carecen de eso que Lenin denominó «plan amplio y audaz» para saber dónde está y cómo continuar, pecan de un «consumo de energías» vertidas en idioteces que no vienen al caso, por eso su ritmo de publicación ha sido intermitente y las conclusiones de sus artículos son nada novedosas.
¿Cuáles son las reglas a seguir en ese «marco de referencia»?
Un proverbio popular dice que «Entre revolucionarios no debería costarnos ponernos de acuerdo», lo cual, si bien es cierto, no quita que para operar eso no basta para operar, de ahí la necesidad de un marco normativo. Este, no cae del cielo, sino que es el producto de las experiencias históricas tanto internas como externas del movimiento revolucionario.
El compromiso político no es una afición, demanda seriedad: nadie de nosotros vive «a cuenta del partido», lo que dificulta la dedicación a la política… eso es totalmente cierto, pero dicho esto, no podemos sobre exagerar las circunstancias personales para autoengañarnos con una «falta de tiempo» para dedicarse a las labores políticas, porque aquí vienen las preguntas que todos deberíamos hacernos: «¿Quiero cambiar aquello de lo que me quejo –tanto interno como externo a mí–? ¿Sí? Entonces, tengo que ser consciente del poco tiempo disponible a veces, ¿pero realmente lo estoy invirtiendo con sabiduría? ¿Realmente aporto todo lo que podría con mi tiempo y capacidades?».
Asumir responsabilidades: nadie puede estar 24h pensando en política –cosa imposible y que solo denotaría un trastorno obsesivo-compulsivo–, pero huelga decir que la política es uña y carne en nuestras vidas, y solo un filisteo que se autoengaña puede pensar que puede escapar a ella; recuérdese la crítica de Marx a estos individualistas en «Sagrada familia» (1845) que se creían «autosuficientes» en el mundo. Ergo, si se desea cambiar el panorama a largo plazo, no tiene ningún sentido despotricar sobre esta y aquella organización oportunista de «izquierda», sobre la «ignorancia» de este y aquel conocido mío de «derechas» o apolítico, si luego somos los primeros que rehuimos hacernos cargo de las cosas. Entonces, si bien tampoco debemos ser necios y cargarnos todo el peso de la responsabilidad de cambiar esta situación –de despolitización o caricatura de la misma– porque aún estamos lejos de disponer de las herramientas adecuadas como ejercer tal influencia, sí hemos de ser consecuentes con nuestro nivel de conciencia y nuestra propia capacidad de actuación. La fórmula es sencilla: a mayor nivel de conciencia del sujeto mayor responsabilidad recae sobre él –sobre todo en lo que sí está en nuestro radio de influencia–. Esto se puede expresar de manera fría o poética, pero el resultado es el mismo. Dicho esto, pensamos sinceramente que hay mucho más potencial del que se aprovecha.
Ejemplaridad: si hay un llamamiento y oportunidad para hacer política de manera activa y consecuente –con procesos de ayudas y supervisiones mutuas–, ¿a qué esperamos? Si hemos de transformar nuestras decepciones políticas previas en algo fructífero acordé a lo que la situación excepcional en la que nos encontramos, desde luego urge combatir internamente en nuestras reducidas filas tal actitud. Cada uno tiene que tomar la rienda de nuestras tareas justo como a ellos mismos les gustaría que la estructura de vanguardia hiciera, cada uno tiene que dar ejemplo al resto de cómo se debería comportar el de al lado, y hay varios campos donde uno puede destacar: osadía agitativa, pulcritud argumentativa, capacidad de síntesis, capacidad para buscar información, capacidad organizativa, resiliencia ante las dificultades... y un sinfín de cualidades que pueden inspirar al resto.
La crítica y la autocrítica: Lejos del cliché que han sufrido estas dos palabras, ellas no son un eslogan, deben aplicarse sin contemplaciones: sin un regular ejercicio de crítica y autocrítica es imposible el funcionamiento de cualquier organización marxista-leninista y es imposible que triunfen las tareas propuestas. En la crítica hacia otro compañero debe tratarse de «llegar hasta el final», para ver qué motivó dichas actuaciones. Pero no por ello uno debe rechazar una crítica de un compañero porque sea incompleta –es decir, no contemple todos los errores o a la esencia fundamental del error del camarada–. Del mismo modo, no debe tomarse la crítica como un ataque que desnuda el honor del criticado, sino como herramienta para que el compañero no siga en un error que compromete el funcionamiento de toda la estructura colectiva. Quien no entiende esto es un simple ególatra.
El control y la supervisión de las tareas: un buen diagnóstico es la mitad del trabajo para solventar un problema. La otra mitad consiste en cumplir con la solución acordada. No basta con emitir resoluciones justas sobre las tareas a seguir y los problemas candentes, sino que hay que supervisar que se cumplan, exigir que los camaradas rindan cuenta de cómo va su trabajo, y castigar el incumplimiento de las tareas. Jamás se debe permitir el no cumplir las tareas si no hay una excusa debidamente argumentada –pese a ello, se debe advertir en el momento en que se conozca tal impedimento para que otro compañero acabe la tarea y no quede sin realizar–.
Selección de tareas: para medir su capacidad de actuación absolutamente todos tienen que basarse en sus circunstancias personales –para saber qué pueden y no hacer–. Estas no deben ser en relación al juicio subjetivo de unas cuantas personas, sino en pro de qué es lo que más beneficia al grupo y al desarrollo general de la lucha de clases. No contamos con tiempo o material humano ilimitado para cumplir con nuestros objetivos. Por lo tanto, si no sabemos seleccionar sabiamente las tareas prioritarias y administrar bien los recursos disponibles, estaremos construyendo castillos en el aire, abriendo la puerta de par en par para el agotamiento, la frustración y el desánimo.
Control del compañero de al lado: es menester evaluar el propio nivel de iniciativa de los compañeros; por ejemplo, a la hora de rendir ellos mismos cuentas sobre su trabajo, de realizar autocrítica, y de no necesitar siempre el influjo externo, para que sean operantes, proactivos. De hecho, hay que prestar vigilancia cuando en un compañero hay errores y defectos, cuando el descubrimiento y crítica de ellos siempre vienen desde el exterior. Esto es una evidencia de que el sujeto no ha aprendido a detectar y descubrir sus propios defectos, es un sujeto dependiente del grupo, incapacitado para asumir grandes puestos por el momento.
¿Cómo debate el hombre de ciencia? El marxista que no debate bajo argumentos contrastables no es un hombre de ciencia, es un charlatán, un sofista. Quien busca que le sigan sin molestarse en aportar razones, no busca militantes, busca borregos. En la posición a tomar en una cuestión ideológica, en un debate sobre algo que concierne al destino de todos, debemos huir del sentimentalismo y centrarnos en realidades contrastables, no en ilusiones o deseos personales. Esto también incluye las valoraciones sobre el nivel de fuerzas del movimiento, su número, la calidad de sus miembros y sus capacidades de actuación.
¿Cómo entender la solidaridad entre los compañeros? La solidaridad e incluso la amistad entre compañeros políticos, aunque no se podrá lograr nunca en igual grado entre todos sus miembros, será algo que se forjará no obligadamente sino como resultado inevitable de aunar esfuerzos en una causa común y como resultado también de la mayor afinidad entre las distintas personalidades.
¿Cómo combatir el amiguismo y el localismo? Uno de los mayores peligros que se corre es el llamado «espíritu de círculo», es decir, el tratar exclusivamente con los viejos compañeros de tu lugar de procedencia o con los compañeros con los que además se ha establecido una amistad, cerrándote en banda a prestar atención al resto y sus necesidades, creyendo que esto es simplemente un club de amigos. De ahí parten rasgos desastrosos como el compadrazgo, que generalmente ocultan o justifican los errores del compañero y amigo.
¿Qué hay de la cuestión educativa? Aquí ningún compañero no debe tener miedo a aprender de otro –pues mañana puede ser al revés en el mismo campo o en otro diferente–. Toda la organización debe ser una gran escuela colectiva. En cuanto a las formaciones ideológicas, como ya hemos subrayado en varias ocasiones, no deben constar de un «plan único general», aplicable a cada nuevo militante –como si todos viniesen del mismo punto y pretendiesen alcanzar el mismo nivel de profundidad en todo–, sino que se deberá adecuar el plan de formación a las exigencias del sujeto. Por eso, en vez de recetar al aspirante una lista interminable de «obras clásicas», se deberá evaluar con precisión de cirujano sus conocimientos, para que así se pueda adecuar su formación con el fin de satisfacer las carencias específicas que tenga en campos como la historia, economía, filosofía, arte, organización, etc., así como para explotar los campos donde pretenda especializarse. El «feedback» aquí es clave, cuanto más sincera y honesta sea la exposición del sujeto, mejor se le podrá asignar un papel acorde a sus carencias y habilidades. En resumen, el marxismo exige una formación holística, pero bajo un razonable equilibrio. Esto es sumamente importante ya que, lejos de lo que se propaga a veces, el saber sí ocupa lugar. Sin olvidar el hecho de que la causa exigirá una especialización para atender a las múltiples tareas que saldrán al paso.
¿Cómo evaluar a las personas? Hay que acercarse y estimular la ayuda educativa entre compañeros. Desconfiar de quienes nunca tienen dudas sobre absolutamente nada, quien no tiene nunca nada que proponer, quien nunca matiza nada de lo que escucha o lee. Estos elementos, por lo general, con su silencio demuestran un claro desinterés, un pasotismo, una actitud que no aporta al grupo, que obstaculiza la vida normal en él, que rebaja el nivel general. A veces olvidamos que los militantes son personas, no robots. Debido a circunstancias personales muy específicas, tienen distintas edades, forjan distintas personalidades, tienen diferentes emociones; unos arrastran más o menos carencias ideológicas, otros cargan con pesadas responsabilidades en su vida cotidiana, y todo esto hace sumamente importante el saber acoplar a cada militante en el grupo y extraer lo mejor de cada uno. De ahí la enorme tarea del partido de adaptar las exigencias del militante a su vida y cualidades. Esto implica no ser condescendiente con los pusilánimes, por desgracia, lo que prima en nuestra época son los presuntos «revolucionarios» que albergan un fuerte liberalismo reflejado en conatos de indisciplina a causa de su inestabilidad emocional. Su volubilidad no es tanto el reflejo del «capitalismo y sus consecuencias», como excusan a cada tropiezo, sino más bien el resultado de años de una hegemonía absoluta de la ideología pequeñoburguesa entre los «grupos y corrientes revolucionarias» en los cuales ha militado o de los cuales ha sido afín. Estos seres sufren una distorsión de lo que supone ser revolucionario en el sentido completo de la palabra, rechazando todo concepto de sacrificio y anteponiendo sus problemas personales, reales o ficticios, al deber colectivo. Por eso, ante el primer escollo personal o colectivo, abandonan el barco. Y normalmente se aventuran fácilmente a embarcarse de nuevo sin saber qué ideología lleva su timón.
¿Cómo compatibilizar la vida personal con la política? El militante –y entendemos por este tanto el encuadrado en el partido como en cualquier otro tipo de disciplina colectiva– debe mantener una relación sana en ambos campos, ya que siempre estarán interconectados. En muchas ocasiones hay sujetos que no logran sobreponerse a sus problemas personales, ni siquiera con la ayuda de sus compañeros. Su desánimo, desmoralización y apatía acaban o acabarán afectando al colectivo. Si ese elemento no comprende que sus problemas personales están interfiriendo seriamente en sus obligaciones políticas, si no entiende que ha adquirido un compromiso y no puede dejar en la estacada a los compañeros cuando guste, ese sujeto debe ser delegado a un puesto auxiliar o ser directamente expulsado del grupo si no da muestras de estar dispuesto a cambiar. El propio Marx fue descrito por Mehring como alguien que jamás permitió que sus «miserias privadas» eclipsaran los «problemas de la humanidad.
No ser condescendientes con las equivocaciones: si damos por hecho que en un grupo marxista existe un ambiente colectivo correcto para manifestar y aportar libremente, tales actitudes mencionadas anteriormente, una vez conocidas, no deben ser admitidas bajo ningún concepto. Debido a la gran carga de tareas y funciones, no corresponde al colectivo invertir sus energías y su material humano en ponerse a investigar las razones de los comportamientos y actitudes nefastas de un sujeto que se ha mostrado poco productivo en sus deberes. No compete a la organización investigar por él de dónde nacen sus presuntos problemas familiares, laborales o emocionales. El colectivo solo puede tratar de ayudar a dicha persona cuando ella, que es la principal interesada, haya hecho un esfuerzo por averiguar previamente las razones que le hacen ser así y las exponga a sus compañeros con honestidad, y siempre que se vea una predisposición del sujeto a cumplir con sus tareas y operar bajo la disciplina. En este caso, el partido podrá prestar su apoyo debidamente para corregir sus defectos personales, pero es inconcebible que las reuniones se conviertan en una sala de terapia emocional para personas psicológicamente inestables, las cuales, las más de las veces utilizan la política para evadirse de su vida personal o, simplemente, para intentar cumplir con su ansiado deseo de pertenencia a un grupo. De consentir este tipo de perfiles y actitudes, el partido estaría no solo descuidando sus funciones y consintiendo a un indigno militante, sino también, seguramente, desatendiendo a los compañeros que realmente necesiten la ayuda del partido en el ámbito económico o emocional.
La autoeducación y el autodinamismo es la base para un militante: a la hora de tratar con las dudas y cuestiones, también es fácil encontrarse con sujetos muy activos, incluso con algunos que abusan de la paciencia de los compañeros y no entienden este rol colectivo de autoeducación. Aquí también ha de tenerse en cuenta ciertas directrices. El sujeto que pregunta, por supuesto, siempre debe de hacerlo sin miedo, exponiendo con detalle su conocimiento sobre el tema y las dudas o reticencias que la cuestión le plantea. Algunos acostumbran a lanzar preguntas generales y abstractas, sin concretizar y sin haber reflexionado previamente ellos mismos sobre un tema que seguramente podrían haber solucionado ellos solos. Con ello esperan obtener una rápida respuesta, una receta para cada tema. Sin duda una actitud muy común pero que demuestra que el sujeto es muy poco operativo y resolutivo, defectos que suelen desembocar en seguidismo. Permitir esto es mal acostumbrar a los compañeros, que seguirán siendo dependientes de terceros. Por tanto, la cronología a seguir debe ser que uno expone su posición detalladamente, el compañero le da su visión y la completa o matiza. A partir de entonces, el sujeto que andaba con dudas debe tomar en cuenta los comentarios del compañero y aceptar su desarrollo demostrando haberlo entendido o «batirse contra él» argumentando.
Saber aprovechar las cualidades de cada uno: hay que adaptarse a las cualidades de cada uno, aprovecharlas para hacerle crecer como militante y si es posible como dirigente; no desechar a la gente como inútil sin más, ni tampoco otorgar puestos para los que el individuo aún no está preparado, pues esto tendría repercusiones negativas tanto para el partido como para quien los desempeña. Los grupos marxista-leninistas franceses de los 80 criticaban la idea tan impregnada en el maoísmo de que todo militante debe aprender a saber hacer de todo. Esto claramente es una idea fantasmagórica, que desperdicia energía y cualidades. Ciertamente, debemos esforzarnos en cubrir cuantas más facetas mejor, en tener unos conocimientos mínimos. No obstante, si se sigue esa máxima hasta sus últimas consecuencias, seremos como dice el refranero: «aprendices de todo y maestros de nada», sumiéndonos en la mediocridad general. Claro que hay que estimular a que el sujeto salga de su zona de confort, pero no podemos pretender que uno sea igual de experto en arte, economía, historia, filosofía, etc. No es lo mismo un escritor que sabe polemizar que un orador que es especialista en exponer. No es lo mismo un tesorero o el responsable de distribuir los recursos y materiales del partido, que un organizador y distribuidor de cuadros que debe de tener una especial sensibilidad y habilidades sociales para conocer los pros y contras de las personas a su cargo.
¿Qué personalidad debe de tener un miembro del colectivo? ¿Qué influencia tiene esta en el grupo? Sabemos de sobra los condicionantes que pueden llevar a un elemento autodenominado marxista a desviarse de lo que presuntamente dice defender: la presión ideológica que se irradia desde la superestructura burguesa, el no haberse despegado de las costumbres arraigadas en otras militancias previas. Pero, ¿qué personalidad se espera de él? Estamos hablando de los rasgos personales que forjan a cada uno como sujeto, y que luego tienen transcendencia en el trabajo de grupo. Entendemos que debe caracterizarse por su honestidad hacia los camaradas –en sus defectos, en sus pretensiones, en sus tareas realizadas y no realizadas–; por su dedicación a la causa–demostrando verdadero compromiso y pasión–; por su autocontrol emocional –no dejándose vencer ante el primer escollo de la vida–; por lograr una disciplina en el trabajo y el estudio –siendo puntual, detallista, creativo, curioso–; y por su estilo de vida –sano de cuerpo y mente–. Por tanto, dentro de la imperfección, debe ser lo más ejemplar posible. Para que estos defectos arriba enumerados no se reproduzcan es menester que el comunista adquiera poco a poco estas cualidades o, insistimos, que en la medida de sus posibilidades se acerque a esto. Estamos hablando sin rodeos de los defectos personales, los cuales inciden en el desempeño del trabajo grupal comunista. Alguien pesimista o demasiado optimista nunca va a medir la realidad tal y como es y no podrá solucionar ningún problema que le salga al paso; alguien desorganizado nunca va a ordenar como debería las cosas, procurando ahorrar tiempo, incluso va a hacer perder tiempo y energías al grupo con sus rutinas y manías; alguien descuidado, que no planifica nada cuando tiene una tarea por delante, estará planificando su fracaso y seguramente el nuestro; alguien que deje sus tareas encomendadas por «líos» sexuales esporádicos, muy seguramente vendería a su madre por un plato de lentejas y no es de confiar; alguien que tiene el ego por las nubes y no asume la autocrítica, pese a sus cualidades positivas, nunca va a mejorar porque cree que reconocer un error suyo es peor que la muerte; alguien que desprecie el estudio va a ser un ignorante y un juguete en manos del primer demagogo, abandonando a la primera ocasión, incluso siendo posible que pronto venga a intentar vendernos su mercancía reaccionaria; alguien zángano que le dé pereza ganarse el pan con su sudor no puede mantener ningún tipo de disciplina, y mucho menos una partidista; alguien que no pretenda tener independencia en su vida personal: económica, psicológica o de valores propios, nunca va a ser autónomo, y va a desarrollar rasgos seguidistas y dependientes hacia sus homólogos, también en las decisiones políticas; alguien que no es capaz de cuidar su salud, que sabe perfectamente que afecta a sus facultades mentales, refleja que teme el esfuerzo, ¿cómo pedirle entonces la asignación de cualquier tarea de responsabilidad? Y así podríamos seguir.
Muchos de estos rasgos, en caso de ser pronunciados, y sobre todo de sumar varios de ellos, significan que, quiérase o no, no se está listo para asumir un puesto como revolucionario. Se van a reproducir, tarde o temprano, problemas ideológicos, psicológicos, emocionales, de salud, que van a repercutir en sus aptitudes y actitudes. Por ello hay que llamar la atención a la solidaridad y comprensión mutua en los rasgos de cada uno, para explotar sus virtudes y ayudar a superar sus defectos, pero siempre que el sujeto responda cumpliendo mínimamente sus obligaciones y con honestidad ante sus desatinos. Sin olvidar tampoco que esta presión colectiva no puede ser el vehículo principal sino un complemento para su crecimiento, siendo la autodisciplina el factor decisivo.
Si nos llamamos revolucionarios, tomemos la causa de la emancipación social de la colectividad con la seriedad que la tomaron nuestros referentes. ¿Por qué uno está convencido de su causa? Aquel que realmente esté confiado de su propósito tanto racional como emocionalmente, sabe que del resultado de su trabajo quizás no llegue a ver recogido todos los frutos que ansía, quizás no llegue nunca a ver la revolución en vida. Pero al expirar su último aliento debe estar convencido de que ha allanado el camino a las próximas generaciones. Debe finalizar su vida convencido de que ha hecho todo lo posible para la victoria final.
Este tipo de cuestiones son importantísimas al desarrollarnos en una sociedad donde la burguesía trata por todos los medios de desviarnos en cuanto al plano organizativo e ideológico. No hace falta insistir en las ideas mojigatas de los «antiautoritarios» que ponen en tela de juicio el modelo de partido bolchevique. Los propios bolcheviques confesaron y recordaron una y otra vez a los revolucionarios de todo el mundo que, sin dicha unidad monolítica ideológica y de acción, no hubieran ni tomado el poder en 1917 ni ganado la Guerra Civil (1918-1921). Todo lo demás es palabrería.
También entre el personal de nuestro proyecto y otros que simpatizan con nosotros, acabamos encontrando rasgos que se evidencian como vicios heredados y formas nocivas de relacionarse. Estos, o bien son producto de experiencias políticas anteriores, o directamente son una forma de desarrollo personal negativa cultivada en su círculo social –familia, amigos, etcétera–. ¿Cuál es el problema? Que muchas personas las consideran naturales y compatibles con la relación política que trazan con sus compañeros. Eso rebaja la disciplina y la producción del grupo, distrayéndole de sus tareas fundamentales. El concepto de «militancia» mayoritario entre la «izquierda» –vire más hacia el reformismo o el anarquismo– es, como ya explicamos en varios documentos: rituales de autofelicitaciones y después quedadas para tomar algo y parlotear sin más, entre medias, actos propagandísticos de por medio –pintadas, carteles, panfletos– sin una línea seria y solida detrás, etc. Murmuraciones, envidias, dobles raseros, mentiras y comportamientos deshonestos por doquier. Es la pescadilla que se muerde la cola. Una cosa se hace mal porque la otra también condiciona, etc. No queda otra que ir puliendo tales defectos sin ser condescendientes con sus manifestaciones ni protagonistas.
Sobre las jerarquías
Desafortunadamente, por influjo de filosofías idealistas no ha sido extraño ver concepciones distorsionadas sobre cómo funciona un partido marxista-leninista o la sociedad que persigue construir. Todo esto recuerda demasiado al alarido anarquista sobre la autoridad:
«Algunos socialistas han emprendido últimamente una verdadera cruzada contra lo que ellos llaman principio de autoridad. Basta con que se les diga que este o el otro acto es autoritario para que lo condenen. (...) Ahora bien, ¿cabe organización sin autoridad? Supongamos que una revolución social hubiera derrocado a los capitalistas, cuya autoridad dirige hoy la producción y la circulación de la riqueza. Supongamos, para colocarnos por entero en el punto de vista de los antiautoritarios, que la tierra y los instrumentos de trabajo se hubieran convertido en propiedad colectiva de los obreros que los emplean. ¿Habría desaparecido la autoridad, o no habría hecho más que cambiar de forma? (...) De una parte, cierta autoridad, delegada como sea, y de otra, cierta subordinación, son cosas que, independientemente de toda organización social, se nos imponen con las condiciones materiales en las que producimos y hacemos circular los productos». (Friedrich Engels; Sobre la autoridad, 1873)
Las cualidades físicas e intelectuales no se pueden suprimir hasta tener réplicas de militantes calcados unos a otros, por eso se hace necesaria tal jerarquización. Estas, finalmente, no dependerán de si quien milita fue él o su familia de origen obrero, pequeño burgués o intelectual, si es joven o viejo, hombre o mujer, heterosexual o no. La jerarquía comunista se establecerá según el valor que demuestre tener para la comunidad. Esto será una meritocracia real, y no la ficticia o mal condicionada que existe en el capitalismo.
«Cuando se dice que la experiencia y la razón prueban que los hombres no son iguales, se entiende por igualdad, igualdad de aptitudes o identidad de fuerza física y de capacidad mental. Queda entendido que en este sentido los hombres no son iguales. Ninguna persona sensata y ningún socialista olvidan esto. Pero este tipo de igualdad nada tiene que ver con el socialismo. (...) La abolición de las clases significa colocar a todos los ciudadanos en un pie de igualdad respecto de los medios de producción, que pertenecen a la sociedad en su conjunto; significa brindar a todos los ciudadanos iguales oportunidades de trabajo en los medios de producción de propiedad social, en la tierra de propiedad social, en las fábricas de propiedad social, etc. (...) [Los marxistas] entienden por igualdad, en la esfera política, la igualdad de derechos, y en la esfera económica, según queda dicho, la abolición de las clases. Por lo que respecta a la igualdad humana en el sentido de igualdad de fuerza y de aptitudes –físicas y mentales–, los socialistas no piensan siquiera en implantarla». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un profesor liberal opina sobre la igualdad, 1914)
En el mundo real hay jerarquías de forma natural. Aunque uno no lo quiera, aparece en todos los sectores de la vida: dirección de mando, importancia de cada idioma, conocimientos científicos –cadena trófica, ordenación de los elementos químicos, ecosistemas y demás–. Por poner un ejemplo, cuando un revolucionario quiere formarse ideológicamente, no escoge al azar cualquier tema ni cualquier libro sobre dicho campo. Para empezar, deberá elegir en qué materia le interesa profundizar, por lo que, inevitablemente ya estará creando inconscientemente jerarquías sobre qué le interesa estudiar y qué no. Aceptado esto, uno deberá ponerse manos a la obra para averiguar cuáles obras podrían ser más asequibles a su nivel de principiante, o en su defecto, directamente preguntará para que dicha criba sea realizada por alguien con experiencia que pueda guiarle mejor. He aquí otro nuevo establecimiento de «terribles jerarquías». Pues exactamente lo mismo ocurre con el arte o la política. Nuestro objetivo es suprimir las jerarquías erróneas, las fundamentadas en una tradición reaccionaria o en la discriminación injusta, como los mitos históricos o la segregación sexual, en suma, suprimir las jerarquías que permiten la explotación de unos hombres sobre otros. Pero fuera de esto, la jerarquía es algo asociado a toda sociedad salvo que pensemos, como hacen los actuales siervos de la burguesía, que no se puede calificar si una experiencia histórica es superior a otra, que no existe un cuadro mejor que otro, solo diferentes, gustos varios y demás comentarios pusilánimes del relativismo filosófico.
En resumen, siempre existirán diferencias en cuanto a fuerza física e intelecto entre personas, incluso en una sociedad sin clases. Del mismo modo, salvo que uno sea anarquista, todo el mundo reconoce que también habrá jerarquías a la hora de dirigir. La cuestión del marxismo en contraposición al resto de ideologías, como el fascismo y otras formas de supremacismo, radica en torno a cómo se articulan esas cuotas de poder y organización, aunque no creemos que visto lo visto más arriba debamos repetirlo. En cambio, ideologías como el fascismo, y muchos revisionismos, solo reconoce una voluntad, el líder, y esta es, además, indiscutible. La respuesta, pues, se torna sencilla. Dado que caudillo no hay más que uno, esto, automáticamente, condena al resto, tanto a nivel general como regional y local, a ser esclavos del «líder» y de otros «pequeños líderes». En todo caso, esta ideología solo puede ser una ideología y «moral de señores» para los que ya lo son o aspiran a serlo –incluyendo en su plan nietzscheano avasallar al vecino–, pues recordemos que, según el filósofo de referencia del fascismo, Friedrich Nietzsche, la buena «virtud» del superhombre es la competición, incluyendo en esta la envidia, el engaño o la calumnia si eso sirve para superar al camarada y competidor. Estas maquiavélicas aspiraciones bien se pueden disimular –pero no es necesario– con la hipocresía cristiana sobre el «amor al prójimo», e incluso con obras de asistencialismo. Pero este plan y aspiraciones –que son imposibles de ocultar en la práctica– condenan inevitablemente al resto de mortales a una vida y empresa de dependencia, coerción de sus fuerzas internas y terror. Si el ideal político es de por sí antidemocrático, como en el caso del fascismo, no es –ni puede ser– una ideología de «autosuperación» para todos, como algunos estafadores la presentan, sino una moral de borregos para el pueblo. Esta dicotomía psicológica se ve clara en aquellas ocasiones en las que, mientras el militante fascista acepta la monarquía e incluso le rinde pleitesía al rey –considerando normal y honroso ser súbdito de otra persona–, el líder fascista en cambio mira a cualquier monarca con desconfianza, como un posible rival y tratará siempre de derrocarlo en cuanto ya no sirva al propósito de su movimiento, es decir, al suyo, puesto que él es el movimiento, el único verdaderamente «nacional» y «regenerador».
Aunque, por ejemplo, las arengas del fascismo hablen continuamente de la «heroica valentía» y «religioso deber» de cada uno, esa energía y voluntad se doblega no ante un ideal racional y conceptos comprensibles, sino a la simple admiración ciega o al temor consciente del jefe máximo. Claro que este caudillo, bien sea un demagogo sin escrúpulos o un tonto motivado, hablará al «vulgo» de la «empresa colectiva» que les une, como la nación, pero debe saberse que esta es entendida al –menos de cara al futuro– por él y su camarilla como la proyección de su propia gloria, por la cual sacrificará a propios y extraños en las aventuras más «nobles», como la «sagrada defensa de nuestras costumbres y religión», o «la orgullosa expansión de nuestra civilización». Por eso, precisamente, también rescata de la cultura nacional los aspectos más retrógrados, como los ideales de obediencia y sumisión de la religión, el chovinismo o el culto al líder, como forma de crear o reforzar su poder. El fascismo es incompatible con los intereses de la nación de los trabajadores, dado que su interés y el de los suyos, los capitalistas, pueden suponer –y han supuesto históricamente– proteger su bolsillo por encima del interés general.
¿Con qué debe contar un partido revolucionario para considerarse como tal?
«La adopción de un programa comunista sólo es una manifestación del deseo de convertirse en comunistas. Si a ello no se agregan acciones comunistas y si, en la organización del trabajo político, se mantiene la pasividad de la masa de los miembros, el partido no realiza la mínima parte de lo que prometió al proletariado con la aceptación del programa comunista pues la primera condición de una realización consciente de este programa es la movilización de todos los afiliados en el trabajo cotidiano permanente. El arte de la organización comunista consiste en utilizar todo y a todos para la lucha proletaria de clases, en repartir racionalmente entre todos los miembros del partido el trabajo político y en arrastrar por su intermedio a masas más vastas del proletariado al movimiento revolucionario, en mantener firmemente en sus manos la dirección del conjunto del movimiento, no por la fuerza del poder sino por la fuerza de la autoridad. (...) Todo partido comunista debe, en sus esfuerzos por tener solamente afiliados realmente activos, exigir de todos los que figuran en sus filas que pongan a disposición del partido su fuerza y su tiempo en la medida en que pueda disponer de él en las circunstancias dadas y que siempre consagren al partido lo mejor de sí mismos». (Internacional Comunista; Tesis sobre la estructura, métodos y acción de los partidos comunistas; IIIº Congreso de la IC, 1921)
No por casualidad uno de nuestros objetivos es contribuir de primera mano para que se den las condiciones para la existencia de un verdadero partido revolucionario. Una tarea que, obviamente, solo se podrá dar con la progresiva incorporación de los revolucionarios sin partido y las posibles adhesiones de organizaciones embriones que tienen como fin una línea congruente a la nuestra. Para todo esto trabajaremos apoyándonos en todo momento en las enseñanzas de la historia, en los aportes esclarecedores de nuestra propia plataforma ideológica, así como las reflexiones correctas que otros puedan aportar. Todo, a fin de que pueda posibilitarse –esperemos que más pronto que tarde– el agrupar a los elementos más avanzados y poder así realizar un trabajo de concienciación y organización para atraer a la causa lo mejor del pueblo, un verdadero «trabajo de masas» que solo puede realizar –por sus capacidades y autoridad– un partido de verdad, con mayúsculas. ¿Pero qué se debe de dar para formar tal ansiado «partido»? Repasemos un par de «detalles» que algunos se suelen olvidar sobre otras experiencias. En lo relativo a la Alemania de mediados del siglo XIX:
«Los comunistas deben primero entenderse entre sí, lo que no puede obtenerse en un grado suficiente sin reuniones periódicas para la discusión de las cuestiones comunistas. (...) Es preciso crear asociaciones de lectura y de discusión. (...) La necesidad de difundir folletos de contenido comunista, comprensibles». (Marx, Engels, Felipe Gogot y Fernando Wolf a Gustado Adolfo Kottgen, 15 de junio de 1846)
Y en la Rusia de finales de ese mismo siglo:
«El primer grupo marxista ruso se creó en 1883. Fue el grupo que, bajo el nombre «Emancipación de Trabajo». (...) Realizó una gran labor en pro de la difusión del marxismo en Rusia. Tradujo al ruso varias obras de Marx y Engels. (...) Plejanov, Sasulich, Axelrod y otros miembros de este grupo escribieron también una serie de obras, explicando la doctrina de Marx y Engels, las ideas del socialismo científico. (...) Era necesario, ante todo, abrir el camino a este movimiento mediante una labor teórica, ideológica. El principal obstáculo ideológico que se alzaba ante la difusión del marxismo y del movimiento [marxista] en Rusia, en aquel tiempo, eran las ideas populistas [hoy el revisionismo ecléctico] que, por aquel entonces, predominaban entre los obreros avanzados y los intelectuales de tendencia revolucionaria». (Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, 1938)
¿Pero qué se debe de dar previamente para llegar hasta allí?
«Cuando sus representantes de vanguardia asimilen las ideas del socialismo científico, la idea del papel histórico del obrero ruso, cuando estas ideas alcancen una amplia difusión y entre los obreros se creen sólidas organizaciones que trasformen la actual guerra económica esporádica de los obreros en una lucha consciente de clases, entonces el obrero ruso, colocándose a la cabeza de todos los elementos democráticos, derribará el absolutismo y conducirá al proletariado ruso [a la revolución]». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?, 1894)
Aunque nos dejen perplejos, nuestros amigos revisionistas se mofan de quienes llevan a cabo tal labor de esclarecimiento y lento agrupamiento. ¡Mucho esfuerzo! ¿Por qué realizar todo esto si directamente podemos coger a un puñado de amigos, elegir un nombre vistoso y llamarnos a nosotros mismos partido? Recordando los duros inicios de los bolcheviques, uno de sus jefes dijo:
«Al principio no podíamos extender nuestra actividad entre las masas obreras, por lo cual se concentraba el trabajo en los círculos de propaganda y agitación. Su única forma de trabajo eran los estudios en los círculos. La finalidad de estos era crear entre los obreros mismos un grupo que más adelante dirigiese el movimiento. Por eso, los círculos se formaban con obreros avanzados». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El partido socialdemócrata de Rusia y sus tareas inmediatas, 1901)
Algunos métodos de agitación y propaganda son imposibles al comienzo, de la misma forma que contentarse con otros en una etapa en que la técnica o la influencia es más avanzada es un contrasentido −como aquellos que hoy, teniendo a su disposición un torrente de información que cuadriplica el de hace una década, desean seguir limitándose a labores de mera divulgación de textos clásicos, prometiendo, que algún día llegarán sus reflexiones originales sobre el pasado y presente−:
«El trabajo entre nosotros, tampoco rebasó en los primeros tiempos los límites de la conspiración. La labor de agitación y de amplia propaganda en la forma que observamos en los últimos tiempos era imposible y, de grado o por fuerza, todas las energías estaban concentradas en unos pocos círculos. Ahora ese periodo ha pasado; las ideas se han difundido entre las masas obreras, y el trabajo también ha rebasado su estrecho marco conspirativo, extendiéndose a una parte considerable de los obreros. (...) La agitación con ayuda de folletos que sólo dan respuesta a tal o cual cuestión concreta, es, en la mayoría de casos, poco eficaz. Surge la necesidad de crear una literatura que dé respuesta a las cuestiones de cada día». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; De la redacción, 1901)
Lenin tuvo que contestar ante difamaciones que daban a entender, que «jugando a la propaganda de sus ideas» los bolcheviques solo contribuían a ignorar al pueblo y sus necesidades:
«En la creencia de que la disposición a promover esta propaganda debe ser una consecuencia ineludible de las convicciones socialdemócratas, apelamos a todos los que comparten las ideas del autor del presente folleto para que contribuyan con todos los medios –sobre todo, naturalmente, con la reedición– a asegurar la más amplia difusión posible, tanto de la presente obra como de todos los órganos de la propaganda marxista en general. (…) Rússkoie Bogatstvo está adquiriendo un tono cada vez más provocador con respecto a nosotros. En un esfuerzo por paralizar la difusión de las ideas [revolucionarias] en la sociedad, la revista llegó a acusarnos directamente de indiferencia para con los intereses del proletariado y de insistencia en perseguir la ruina de las masas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?, 1894)
En otra ocasión, respondiendo a aquellos que consideraban que la producción literaria era algo inútil, contestó:
«Tampoco deben representarse las cosas como si no se estuviera haciendo lo suficiente en ese momento para la propaganda del socialismo y para difundir el conocimiento del marxismo entre las masas. Eso sería falso. Es precisamente en ese período, de 1905 a 1907, cuando se difundió en Rusia una masa de literatura socialdemócrata teórica seria —principalmente traducida— en una escala que todavía dará frutos. No debemos ser escépticos, no debemos imponer nuestra propia impaciencia a las masas. Tales cantidades de literatura teórica vertida en tan poco tiempo entre las masas vírgenes que hasta ahora apenas habían sido tocadas por un panfleto socialista, no se digieren de una vez. (...) Ha sido sembrado. Está creciendo. Y dará sus frutos, quizás no mañana ni pasado, sino un poco más tarde; no podemos alterar las condiciones objetivas en las que se desarrolla una nueva crisis, pero dará sus frutos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; A propósito de dos cartas, 1908)
Ahora, no es cierto, como nos pretendieron asegurar los «reconstitucionalistas» (La Forja, Nº33, 2005), que hoy nos encontremos en una época similar a cuando se fundó el Partido Socialista Obrero Español (1879) o el Grupo para la Emancipación del Trabajo (1883). En aquellos días, y mucho antes, cuando casi nadie había oído hablar de las ideas de Marx y Engels en España o Rusia, ni tampoco había demasiados medios a su disposición, una de las tareas principales del movimiento fue centrar los esfuerzos en labores de traducción y divulgación de textos clásicos, ¿y quién puede no admirar tales esfuerzos? Ahora, tratar de extrapolar dicha situación y medios al presente sería autolimitarse sin razón. Para que el lector se haga una idea Pléjanov tuvo que dedicar gran parte de su tiempo a la traducción y popularización de textos inéditos o desconocidos en su país: «El manifiesto del partido comunista» (1882), «Trabajo asalariado y capital» (1883), «Del socialismo utópico al socialismo científico» (1884), «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana» (1892) o «El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte» (1894). Obras que hoy están al alcance de cualquiera, e incluso son conocidas en los mundos intelectuales de «izquierda» −sea esta más académica o radical−. Estos intentos de algunos de querer trazar paralelismos históricos tan forzosos como carentes de sentido, también conllevan el olvido de que los mismos Pléjanov, Vera Zasúlich, Axelrod, Lenin, Pablo Iglesias Posse, Antonio García Quejido, José Mesa y Leompar o Jaime Vera −entre otros tantos protagonistas conocidos y anónimos−, no solo fueron meros «divulgadores», sino que por fuerza de la necesidad en su actividad cotidiana acabaron siendo desde muy temprano organizadores, investigadores y polemistas −basta recordar las trifulcas ideológicas de los marxistas rusos contra los populistas y liberales o de los marxistas españoles contra el republicanismo y el anarquismo−.
Actualmente, las principales tareas de formación y difusión que deben potenciar un nuevo movimiento no pueden partir ya de realizar una ponencia para explicar al público el capítulo «Burgueses y proletarios» de «El manifiesto comunista» (1848) de Marx y Engels, ni resumir de «El Estado y la revolución» (1917) de Lenin, esto sería ridículo, y por desgracia así proceden la mayoría, aunque lo nieguen. Estos títulos ni siquiera son libros desconocidos para la gente interesada en el tema, así como tampoco para sus enemigos −otra cosa muy diferente es qué entienden o qué han querido entender tras echarle una ojeada, tema que ahora abordaremos−. Ha de entenderse, pues, que estas labores de «divulgación» implican literalmente: «Publicar, extender, poner al alcance del público algo»; y si bien siempre serán bienvenidas y necesarias para las capas más atrasadas −pues aclaran la esencia de la doctrina−, no pueden ser centrales en las condiciones actuales por múltiples razones ya razonadas. De hecho, las rutinas y formaciones de las agrupaciones revisionistas no pasan de tales actos como realizar charlas o mandar a sus militantes una gigantesca lista de «libros clásicos» o «de interés» que nadie allí ha leído en su totalidad, ¿y qué ocurre a partir de aquí? Los valientes que se adentran a tal tarea lo hacen sin entender el contexto del autor y la obra, lo cual dificulta su asimilación, otros, pese a entender la base, les da pereza investigar más allá para comprobar o traer datos actualizados, mientras que casi todos concluirán la lectura o charla sin discutir nada de lo fundamental con sus compañeros. Por fortuna, en el presente todo sujeto interesado puede acceder libremente a millones de vídeos, sinopsis y podcast y todo tipo de material para leer u oír estas cuestiones, bien sea en su versión completa o resumida por terceros. Ojo, este es otro gran aspecto positivo a tener en cuenta, pero que lejos de significar la absoluta autonomía en la formación del individuo, implica que no se debe descuidar que estos conocimientos sean puestos en conjunto con otros compañeros para testearse mutuamente.
Ahora, una vez aclarado esto, ¿cómo vamos a cometer la locura de dedicar nuestras principales energías a tales menesteres de «divulgación»? El trabajo verdaderamente urgente, tanto a nivel individual como colectivo, es otro mucho más preciso y que requiere de mayor esfuerzo. Este es totalmente analítico, es decir, crítico, pues incluye un análisis del movimiento político de referencia −para entender los lastres heredados en el presente− y de las condiciones y variaciones que la sociedad ha experimentado desde entonces −para adaptarnos al momento y al futuro−:
«La intelectualidad socialista sólo podrá pensar en una labor fecunda cuando acabe con las ilusiones y pase a buscar apoyo en el desarrollo real y no en el desarrollo deseable. (...) Esta teoría, basada en el estudio detallado y minucioso de la historia y de la realidad. (...) Debe dar respuesta a las demandas del proletariado, y si satisface las exigencias científicas, todo despertar del pensamiento rebelde del proletariado. (...) Cuanto más progrese la elaboración de esta teoría tanto más rápido será el crecimiento. (...) Por mucho que todavía quede por hacer para elaborar esta teoría, la garantía de que los socialistas realizarán dicha labor es la difusión entre ellos del materialismo, único método científico que exige que todo programa formule exactamente el proceso real. (...) En este caso, las condiciones de la labor teórica y la labor práctica se funden en un todo, en una sola labor. (...) Estudiar, hacer propaganda, organizar». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?, 1894)
Sobra explicar que las ideas marxista-leninistas no solo no dirigen al movimiento proletario que está totalmente tomado por el revisionismo, sino que en general, sus ideas no tienen una amplia difusión, mucho menos son capaces de «transformar la guerra económica esporádica de los obreros en una lucha consciente de clases», porque sus organizaciones carecen de autoridad, dirección y disciplina, y como sabemos:
«El partido no es solamente el destacamento de vanguardia, el destacamento consciente de la clase obrera, sino que es, además, su destacamento organizado, con su disciplina propia, obligatoria para todos sus miembros. Por eso, los afiliados al Partido se hallan obligados a estar afiliados también a una de sus organizaciones. Si el Partido no fuese un destacamento organizado de la clase obrera, un sistema de organizaciones, sino una simple suma de individuos que se consideran por sí mismos miembros del Partido, pero que no forman parte de ninguna de sus organizaciones y que, por tanto, no están organizados, y, al no estarlo, no se hallan sujetos a los acuerdos del Partido, éste no tendría jamás una voluntad única, no podría conseguir jamás la unidad de acción de sus miembros y, por consiguiente, no estaría en condiciones de dirigir la lucha de la clase obrera. Para que el partido pueda dirigir prácticamente la lucha de la clase obrera y encauzarla hacia una meta única, es indispensable que todos sus miembros estén organizados en un gran destacamento único, soldado por una voluntad única, por la unidad de acción y la unidad de disciplina». (Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, 1938)
Para que el marxismo-leninismo pueda resurgir necesita construir lo que se ha venido a denominar el «partido de vanguardia», y para tal fin es menester subrayar la importancia que también tiene en el colectivo la correcta disposición en la cuestión organizativa, el estilo de trabajo, el cumplimiento de las tareas, la crítica y autocrítica, la formación ideológica, etc. Hay que empezar a comprender y aplicar algunas máximas que se han ido perdiendo con el tiempo o en las que nunca se han llegado a insistir debidamente en las organizaciones revolucionarias. ¿Qué condiciones previas se deben de dar para la futura fundación de un partido, en el sentido marxista-leninista?
«La labor [revolucionaria] local ya ha alcanzado en nuestro país un nivel de desarrollo bastante elevado. La simiente de las ideas [revolucionarias] está sembrada ya en toda Rusia; los volantes obreros, esa primera forma de literatura [revolucionaria], los conocen ya todos los obreros rusos, desde Petersburgo hasta Krasnoyarsk, desde el Cáucaso hasta los Urales. Ahora nos falta precisamente convertir toda esta labor local en labor de un solo partido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?, 1894)
Entonces, ¿cuándo se empezó a hablar en Rusia de la posibilidad de constituir un partido como tal? Veamos:
«Bajo la dirección de Lenin, la «Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera», combinaba la lucha de los obreros por sus reivindicaciones económicas, mejoramiento de las condiciones de trabajo, limitación de la jornada de trabajo, aumento de salario, etc., con la lucha política contra el zarismo. La «Unión de lucha» educaba políticamente a los obreros. La «Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera» de Petersburgo fue, bajo la dirección de Lenin, la primera organización de Rusia que llevó a cabo la fusión del socialismo con el movimiento obrero. Cuando estallaba una huelga en cualquier fábrica, la «Unión», que conocía magníficamente, a través de los obreros que tomaban parte en sus círculos de estudios, la situación de cada empresa, reaccionaba inmediatamente con la publicación de hojas y proclamas socialistas. En estas hojas, se denunciaban los abusos de que los patronos hacían objeto a los obreros, se explicaba cómo debían luchar éstos para defender sus intereses y se reproducían sus reivindicaciones. (...) La «Unión de lucha» de Petersburgo imprimió un poderoso impulso a la fusión de los círculos obreros en agrupaciones análogas en otras ciudades y regiones de Rusia. A mediados de la década del 90, aparecieron las primeras organizaciones marxistas en Transcaucasia. En 1894, se formó en Moscú la «Unión obrera» de esta ciudad. A fines de siglo, se constituyó la «Unión socialdemócrata» de Siberia. En la década del 90 surgieron también grupos marxistas en Ivánovo-Vosnesensk, Yaroslavl y Kostromá, las cuales se unieron después para formar la «Unión del Partido socialdemócrata del Norte». En la segunda mitad de esta misma década, se crearon también agrupaciones socialdemócratas en Rostov sobre el Don, Ekaterinoslav, Kiev, Nikolaiev, Tula, Samara, Kazán, Oréjovo-Súievo y otras ciudades». (Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, 1938)
¡Aquí se habla ya no solo de la fusión de los círculos comunistas de una ciudad, sino de la creación de agrupaciones en varias ciudades, de que estos tuvieran la capacidad de intervención rápida y precisa en conflictos sociales elevando la conciencia socialista! Algo que cualquiera de nuestros revisionistas modernos con sus «flamantes partidos» no pueden ni siquiera soñar. Si vemos los documentos de antiguas organizaciones revolucionarias como el PCE o el PCE (m-l), un partido, entre otras responsabilidades, se dispondría a hacer trabajo de calle para popularizar su línea, desplegaría a sus militantes yendo a las unidades de producción, montando de forma sistemática células en sus respectivos sitios de trabajo y estudio. En muchos casos eso no sería suficiente o eficiente, por lo que en muchos casos mandaría a los «revolucionarios profesionales» a suplir sus deficiencias, es decir, los especialistas en agitación y propaganda. Actualmente, ningún partido revisionista ha demostrado estar en condiciones de tener un contacto directo con las unidades de producción del país y menos de forma sistemática. La mayoría también carecen de esos «revolucionarios profesionales» expertos en agitación y propaganda, ni hablemos ya de cuestiones de seguridad, donde el liberalismo es atroz. A lo que aspiran, como bien sabemos, es a «hacerse la foto», a publicitarse, como hacen otras cincuenta organizaciones cuando un conflicto laboral o vecinal sale a la luz, pero cuando las cámaras se van, ese conflicto deja de ser de su interés.
Nosotros, a diferencia de otros, nos engañamos creyendo que somos un partido que pueda proporcionar tal despliegue ni contamos con «revolucionarios profesionales» mantenidos por la organización, por el contrario, compartimos con el peso de tener que compatibilidad vida personal –familia, trabajo y estudios– con las tareas políticas. A la realidad hay que mirarla tal y como es, actualmente, bajo nuestro escaso número de material humano y de capacidades, habría que comenzar, como dicen Lenin, tratando de «reunir a los representantes de vanguardia para que asimilen las ideas del socialismo científico», para extraer las lecciones pertinentes a nivel presente y pasado sobre cómo se ha llegado al estado deplorable para el movimiento, para ver cómo solucionarlo, producir literatura que popularice tales conclusiones y tomar una acción mayor una concienciación de qué se tiene que hacer y para qué.
Es innegable que esta tarea no excluye, como otros «practicistas» creen, que aboguemos porque el conjunto de los revolucionarios no profesionales deba dedicarse a la mera reflexión y contemplación −aunque las actividades anteriores ya desechan esta infame acusación−, pues de lo que se trata es de evaluar las formas más proclives para llevar a cabo esa reunión de los «representantes de la vanguardia». Una de esas formas incluirá en algunos casos que se deba tener presencia en sitios como el sindicato de tal centro de trabajo o estudio, asociaciones vecinales y otros «frentes de masas» −si allí el sujeto puede tener una vía libre y óptima para popularizar su línea política−. En consecuencia, tanto él a nivel individual, o su organización a nivel grupal, deberá evaluar qué trabajo hace, cómo contribuye, si realmente es apto para tal función, si está logrando lo que se propuso, o si habría que derivarle a otras funciones por no cumplir con lo primero y lo segundo. Esto y no otra cosa es un trabajo científico y no un ensayo a ciegas en que prima «el movimiento por el movimiento».
Si alguien simpatiza con nosotros y por ejemplo tiene dudas hipotéticas cómo: «Pero, ¿cuándo nos podremos constituir cómo partido?», «¿cuándo podríamos acoger a cientos y cientos de militantes?», «¿por qué no somos tan «populares» en redes sociales como otros grupos políticos?». Lo primero que debería repasar es qué está haciendo él para que todo eso tenga solución, ¿está aportando algo, está rindiendo al máximo de sus capacidades o cerca de ello? ¿Cuáles son los gustos generales de la población en cuanto a inclinaciones políticas? Pero, ante todo, deberá asegurarse de haberse leído de arriba «Fundamentos y propósitos» (2022), que es lo que ofrecemos a quien desea hacerse un cuadro general sobre ante qué condicionantes nos encontramos y a qué aspiramos para solventarlo. Pero su labor no acabará ahí ni mucho menos: deberá saber qué es eso del «partido», cómo se empieza a construir, con qué debe contar para denominarse como tal, qué perfil y exigencias debe tener la nueva formación de cara a los militantes que deseen incorporarse… seguramente así comprenderá que lo que ha aprendido hasta ahora en las experiencias previas haya sido un partido de «puertas abiertas» y con los métodos primitivos de los grupos de la «izquierda» clásica, lo cual no tiene nada que ver con nuestras pretensiones para conformar una estructura partidista de tipo leninista.
Lo que está claro es que sin tal condición de «agrupar a los representantes de vanguardia» no se puede cumplir aquello de que «sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir su misión de combatiente de vanguardia» que todos repiten como papagayos. Ese y no otro es el requisito previo para resolver la falta de resolución capacidad práctica, así como el bajo nivel ideológico general; si no, tanto una «protocélula» a nivel local como el pretendido «partido ya formado» a nivel nacional, seguirán tropezando una y otra vez con los mismos obstáculos. Decimos esto, puesto que ese activismo ciego, por muy voluntarioso que sea, no ha cosechado más que fracasos, que lejos de elevar la conciencia ha malgastado energías y desgastado a sus mejores elementos por no tener un plan bien diseñado sobre cuáles son las tareas fundamentales del momento.
Si algo caracterizó a los bolcheviques, es por evitar las frases grandilocuentes y los pronósticos charlatanes, primando en ellos la honestidad y el trabajo metódico:
«La situación en Rusia es tal que ningún socialista más o menos reflexivo se atreverá a hacer profecías. (...) La tarea de los socialdemócratas consiste en lograr que las masas lleguen a comprender con claridad esa base económica de la crisis en gestación y en forjar una seria organización de partido, capaz de ayudar al pueblo a asimilar las valiosas enseñanzas de la revolución y de dirigirla en la lucha cuando las fuerzas, hoy en proceso de maduración, estén listas para una nueva «campaña» revolucionaria. Esta respuesta parecerá sin duda «vaga» a quienes encaran las «consignas» no como deducción práctica de un análisis clasista y habida cuenta de determinado momento histórico, sino como talismán dado de una vez para siempre a un partido o a una tendencia. Esas personas no entienden que la incapacidad para ajustar su táctica a distintas situaciones por completo claras o todavía indefinidas, se debe a la falta de educación política y a la estrechez de horizontes». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Algunos rasgos de la disgregación actual, 1908)
Por último, es necesario aclarar que para poder hablar de partido con mayúsculas la especialización ha de darse, tanto por motivos organizativos como de seguridad:
«Hacen falta hombres para actividades de todo género, y cuanto mayor sea el rigor con que se especialicen los revolucionarios en diversas funciones de la acción revolucionaria, cuanto mayor sea el rigor con que ideen métodos clandestinos y medidas de protección de su labor, cuanto mayor sea la abnegación con que se sumerjan en un trabajo modesto, anónimo y parcial, tanto más asegurada estará toda la obra y tanto más difícil les será a los gendarmes y espías descubrir a los revolucionarios. (...) Hacen falta agitadores legales que sepan hablar entre los obreros de tal manera que sea imposible procesarlos por ello, que sepan decir sólo a, dejando que otros digan b y c. Hacen falta distribuidores de publicaciones y octavillas. Hacen falta organizadores de círculos y grupos obreros. Hacen falta corresponsales en todas las fábricas y empresas, que informen de cuanto, ocurra. Hacen falta hombres que vigilen a los espías y provocadores. Hacen falta organizadores de domicilios clandestinos. Hacen falta enlaces para la entrega de publicaciones, para la transmisión de encargos y para establecer contactos de todo tipo. Hacen falta recaudadores de fondos. Hacen falta agentes entre los intelectuales y funcionarios públicos que estén relacionados con los obreros, con la vida de las fábricas, con la administración –con la policía, la inspección fabril, etc.–. Hacen falta hombres para enlazar con distintas ciudades de Rusia y de otros países. Hacen falta hombres para organizar procedimientos diversos de reproducción mecánica de publicaciones de toda clase. Hacen falta hombres para guardar publicaciones y otras cosas, etc., etc. Cuanto más fraccionada y pequeña sea la función que asuma una persona o un grupo, tanto mayores serán las probabilidades de que pueda organizarla de una manera bien meditada y garantizarla al máximo contra el fracaso, de examinar todos los pormenores de la clandestinidad, empleando todos los medios imaginables para burlar la vigilancia de los gendarmes y desorientarlos; tanto más seguro será el éxito de la obra; tanto más difícil les resultará a la policía y a los gendarmes vigilar a un revolucionario y descubrir sus vínculos con la organización; tanto más fácil será para el partido revolucionario sustituir con otros, sin daño para la causa, a los agentes y miembros caídos. Sabemos que esta especialización es una cosa muy difícil; difícil, porque requiere del hombre la mayor firmeza y la mayor abnegación, porque requiere consagrar todas las energías a un trabajo anónimo, monótono, desligado de los camaradas y que subordina toda la vida del revolucionario a una reglamentación seca y rigurosa. Pero sólo en estas condiciones lograron los adalides de la práctica revolucionaria en Rusia ejecutar las empresas más grandiosas. (...) Al proponer semejante esquema de actividad a nuestros nuevos camaradas, exponemos unos preceptos a los que nos ha llevado una larga experiencia, profundamente convencidos de que este sistema garantiza al máximo el éxito de la labor revolucionaria». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Las tareas de los socialdemócratas rusos, 1897)
Esta especialización, claro está, debe de estar dirigida por un núcleo, por un centro, de otro modo, todos los esfuerzos, todas esas ramas caerán en la dispersión y las luchas cantonalistas, siendo la única forma de elevar la eficacia del trabajo, y por ende, el prestigio de dicha organización:
«Por otra parte, para agrupar en un todo único esas pequeñas fracciones, para no fragmentar junto con las funciones del movimiento el propio movimiento y para infundir al ejecutor de las funciones menudas la fe en la necesidad y la importancia de su trabajo, sin la cual nunca trabajará, para todo esto hace falta precisamente una fuerte organización de revolucionarios probados. Con una organización así, la fe en la fuerza del partido se hará tanto más firme y tanto más extensa cuanto más clandestina sea esta organización; y en la guerra, como es sabido, lo más importante es no sólo infundir confianza en sus fuerzas al ejército propio, sino hacer que crean en ello el enemigo y todos lo elementos neutrales; una neutralidad amistosa puede, a veces, decidir la contienda. Con semejante organización, erigida sobre una firme base teórica, y disponiendo de un órgano de prensa socialdemócrata, no habrá que temer que el movimiento sea desviado de su camino por los numerosos elementos «extraños» que se hayan adherido a él (...). En una palabra, la especialización presupone necesariamente la centralización y, a su vez, la exige en forma absoluta». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
Los grupos revisionistas pese a que en algunos casos disponen de un ingente caudal humano y material, incluso recibiendo subvenciones estatales, por sus propias características y objetivos reales ya comentados, no son capaces de destacar prácticamente en nada, no crean los suficientes cuadros válidos en todos los campos que deberían ser necesarios como para crecer, por tanto, se conforman a unos pocos campos donde se sienten cómodos y se estancan. Allí normalmente, coinciden en los mismos actos rutinarios con otros oportunistas de otras marcas, por lo que la competencia se agudiza, haciendo más difícil el crecimiento de estas sectas.
La terrible disociación entre teoría y práctica y sus consecuencias
«Todas las ideas se derivan de la experiencia, son reflejos de la realidad, verdadera o distorsionada». (Friedrich Engels; Materiales preparatorios para el «Anti-Dühring», 1876)
Ergo, la teoría no es sino una acumulación de conocimientos, una síntesis de la experiencia práctica; es decir, de la actividad del ser humano; por lo que, en toda esa cadena de desarrollo, la teoría puede acumular conocimientos absolutamente falsos o distorsionados en torno a la realidad. Esto hace que la metodología a emplear sea decisiva, entre otros muchos condicionantes como la disponibilidad de información, medios técnicos, inspiración o motivación del sujeto. En este sentido dijo Antonio Labriola en su «Filosofía y socialismo» (1897): «Todo acto de pensamiento es un esfuerzo, esto es, un trabajo nuevo; para hacerlo es necesario, ante todo, poseer los materiales de una experiencia madura y, luego, que los instrumentos metódicos sean familiares y manejables por un largo uso». En vista de todo esto, no existe mayor tontería que jurar, como hacen los «reconstitucionalistas» y otros, que uno no realiza un trabajo «desde la teoría» para «seguir teorizando», esto es lo que en filosofía se denomina comúnmente como «tautología»: dar vueltas sobre explicaciones que no aclaran nada, como decir que un círculo es redondo.
Salvo que seamos platónicos o cualquiera de sus sucedáneos idealistas, sabemos que la teoría no brota sin más de la cabeza ni del «mundo de las ideas», sino que procede de la práctica, individual y social. Hasta los «académicos» −de los que hablan con tanto desprecio los bakuninistas, sorelistas o maoístas− para poder realizar un «trabajo teórico» serio, además de tener en cuenta las teorías previas ya constatadas, deben pasar sus hipótesis ante un trabajo práctico mínimo −la puesta en marcha de esas ideas, su experimentación en la realidad− para comprobar la validez de su «teoría» −salvo que quieran dar rienda suelta al «potro de la especulación», en cuyo caso estaríamos ante charlatanes−. Si ninguno de ellos hubiera realizado este proceso de forma más o menos correcta −pues siempre hay ciertos límites del conocimiento, como comentábamos antes−, ninguna de las ciencias habría sido capaz de lograr el desarrollo que han llegado a alcanzar hoy. Luego, una vez estos intelectuales lanzan dicha «teoría» al mundo, no esperan que el lector lea estas ideas para seguir cavilando más «teorizaciones», sino que confían en que sirvan de eje para el desarrollo práctico diario. Según la especialización que hayan abordado, este nuevo conocimiento servirá al obrero, al campesino, al físico, al historiador, al arquitecto, al profesor o al veterinario para comprender el funcionamiento de esta maquinaria o de aquel organismo vivo, de esta o aquella relación entre los fenómenos naturales o sociales, para que sepan cómo deben investigar las fuentes pasadas, cómo organizar sus clases y la disciplina de los escolares, cómo construir edificios sin que el techo se venga abajo, cómo desparasitar a los animales, etc. Labores, todas ellas, que implican necesariamente una práctica y donde, en muchos casos, se tendrán que repensar formas adaptadas a situaciones concretas ante las que se tope quien reciba esta «teoría». A esto cabe añadir que es posible, y hasta normal, que en el proceso de elaboración de la teoría se inoculen concepciones falsas o conclusiones erróneas. Al igual que también puede ocurrir, que sus ejecutores no sepan aplicar al cien por cien una teoría científica o parte de ella; sin embargo, nada de esto pone en duda lo expuesto en este párrafo. El error −y su correspondiente rectificación− es parte inevitable del proceso de conocimiento de la realidad y su posterior aplicación práctica.
Pues bien, la política no es diferente a esto. No existe mayor obviedad que asegurar que una organización no pretende limitarse a «teorizar», dado que teorizar, aunque sea para objetivos humildes y mínimos, es algo que se hace para alumbrar una práctica a seguir, es algo que todo el mundo hace, aunque sea en formas totalmente rudimentarias y alejadas de los cánones científicos actualizados. De ahí que precisamente ni «teorizar» ni «filosofar» sean siempre equivalentes a teorizaciones o filosofías veraces, de carácter científico. En cualquier caso, la actividad práctica continuará siempre, la historia seguirá su curso, y el revolucionario tiene la posibilidad de incidir en el resultado si decide bajo qué lineamientos teóricos se amparará la práctica concreta a desarrollar; si no, serán las fuerzas de las ideas dominantes, la intuición o la costumbre, las que tomarán el mando. Pretender que existe un «desarrollo de la praxis» importante sin una teoría y visión del mundo detrás, es tan absurdo como pretender que existe un arte o una metodología pedagógica sin una filosofía detrás, sin una ideología «artística», «jurídica», «política» o «económica» de por medio −o insértese aquí la forma de conciencia social que el lector prefiera−. Es algo que consciente o inconscientemente sucede más allá de la voluntad de los sujetos por su educación y ambiente.
Llegados a este punto es de suma importancia recapitular y hablar de nuevo, un poco más, sobre una acepción totalmente equivocada sobre lo que es «teoría» y «práctica» y, peor aún, sobre su interrelación directa. Nos referimos a quienes ponen el foco en la «práctica», pero no tienen ni la más mínima idea de qué es esto. Entre ellos prolifera el eslogan de que: «Sin un trabajo práctico directo, el trabajo teórico cae en especulaciones», lo cual es correcto, pero detengámonos en unas cuantas cosas antes para no debatir a base de eslóganes que nada pueden aclarar en profundidad.
El trabajo teórico de un hombre que desea transformar el mundo consiste en recopilar y tramitar los análisis de la realidad objetiva, las pruebas vivas, como ya hemos dicho tantas veces a lo largo del presente documento. Sin embargo, esto no tiene por qué ser una actividad realizada por él mismo en su totalidad. Quien propague lo contrario cae en un empirismo vulgar y atroz que impide el avance del ser humano. Uno no necesita haber militado en los partidos conservadores, anarquistas o feministas para conocer la esencia de su funcionamiento interno. No se necesita vivir en el país vecino para tener un cuadro bastante aproximado de las cosas que allí suceden. No todo enunciado teórico debe de pasar por una revisión de una práctica vivida in situ, esto es absurdo. Con una correcta selección de fuentes y un correcto método de investigación, cualquiera puede realizar un análisis lúcido que aporte valor. Por tanto, para criticar; por ejemplo, las actividades político-ideológicas de la «izquierda» o la «derecha» no hace falta mucho, pues existe abundante material histórico y contemporáneo −como documentación interna, testimonios, actos− que son la «prueba viva» de su esencia objetiva.
Claro que otra cosa muy distinta es que una organización tenga que trazar un estudio acorde a problemas o desafíos de mayor importancia −como sería establecer un programa de acción a nivel nacional, regional o municipal−, donde se torna tan difícil como peligroso el dejar esto en manos de una o pocas personas, ¿por qué? Porque a mayor complejidad, mayor exigencia colectiva, algo que también ocurre en otras situaciones de la vida, como a la hora de crear una obra de arte o filosófica. ¿O es que alguien piensa que Rafael o Da Vinci pintaron íntegramente todos sus cuadros, o que Platón y Aristóteles escribieron todo lo que salió de sus escuelas? Esto se llama división del trabajo y, en según qué grados de desarrollo de la sociedad, es sumamente normal, ya que la capacidad de una persona o incluso de un «comité de expertos», es limitada. Correspondería pues, a un trabajo grupal de personas más formadas que la media común, en cooperación con expertos en materias concretas, estando todos ellos conectados con la realidad cotidiana.
En resumen, el grado de conocimiento es proporcional al método, cercanía y verosimilitud de la información utilizada para el análisis. Hoy existe una grave disociación entre «teoría y práctica», se cofunde o tergiversa qué es cada cosa. El anti o falso marxista siempre pensará que sus teorías son certeras, dado que así lo asegura su líder, partido o doctrina referente; y aunque este no se esfuerce demasiado en argumentar el porqué de las cosas, él seguirá en sus trece, inclinando su apología en una cuestión de fe, donde el rigor y la comprobación práctica poco o nada tienen que decir. El verdadero marxista no concluye sus escritos solo con meras «hipótesis» y «posibilidades» bien sonantes, sino que plasma en sus palabras una realidad manifiesta que ha estudiado a fondo y que sabe explicar al detalle, y deja, eso sí, lo que no puede completar por el momento.
Lo que es irracional siempre es complejo de exponer con fines de convicción a gente con un mínimo juicio crítico. Por eso, la polémica suele ser la piedra de toque que distingue a unos de otros, donde incluso el marxista que a priori tiene peor oratoria o dotes de escritura tendrá más posibilidades de erigirse vencedor, pues camina sobre senderos mucho más seguros. Mientras que aquel que solo tiene como escudo su carisma y como espada el partir de especulaciones, verdades de terceros no comprobadas y falacias, solo convencerá al público más impresionable e infantil. El marxista es un científico; el revisionista, un sofista.
Durante estas últimas décadas lo que más se ha extendido como insulto o connotación despectiva entre los presuntos «marxistas» ha sido el término «teoricista», «doctrinario» o «dogmático» −siempre, claro, distorsionando la esencia de estos términos o acuñándolos a un contexto no adecuado−. El marxismo ha sufrido una derrota y retroceso mundial −entre otros factores− por la falta de claridad ideológica, y, como consecuencia, desde entonces casi siempre solo hayamos asistido a una caricaturización de la doctrina; por lo que este tipo de acusaciones son el efecto, no la causa. Así, encontramos que la mayoría de militantes que lanzan estos epítetos están totalmente carcomidos por los métodos y rutinas de sus amos revisionistas, volviendo a demostrar que son un obstáculo, no la solución:
«Lo que caracteriza a este período no es el desprecio olímpico de algún admirador de «lo absoluto» por la labor práctica, sino precisamente la unión de un practicismo mezquino con la más completa despreocupación por la teoría. Más que negar abiertamente las «grandes palabras», lo que hacían los héroes de este período era envilecerlas: el socialismo científico dejó de ser una teoría revolucionaria integral, convirtiéndose en una mezcolanza a la que se añadían «libremente» líquidos procedentes de cualquier manual». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
Si algo ha sobrado en el movimiento proletario en años recientes es mucho activismo ciego y poca reflexión teórica. Sea como sea, hay que comprender de una vez que la teoría marxista no emana de la cabeza de un pensador o de varios, sino que se produce de extraer la realidad material que tiene ante sí. Por tanto, todo teoricismo se vuelve estéril si no tiene nada que decir que se corrobore en la realidad misma.
«Al ser una parte integral y la base del conocimiento de la naturaleza y su gestión, la práctica permite separar lo esencial de lo no esencial, lo necesario de lo accidental, lo constante de lo transitorio; la práctica ayuda a una persona a elegir entre los innumerables lados de la realidad objetiva aquellos que necesita para cumplir con las tareas que se le asignan. La práctica socio-histórica del hombre, su actividad de producción, siendo un criterio de verdad, ayuda a exponer teorías obsoletas, obsoletas, así como ideas y puntos de vista reaccionarios, no científicos y erróneos que impiden el desarrollo progresivo de la sociedad humana. (...) Tener un criterio para la verdad de los conceptos humanos, teorías, ideas sobre cosas y fenómenos del mundo objetivo, ayudando a revelar todo lo reaccionario, fantástico, erróneo, la práctica al mismo tiempo introduce cambios, correcciones, adiciones a nuestro conocimiento del mundo, determina el camino para un mayor desarrollo de la teoría. La vida es siempre más rica, más compleja, más diversa que nuestras ideas al respecto». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Conocimiento del mundo y sus leyes, 1953)
«Solo un conocimiento científico de las leyes de la naturaleza abre la posibilidad de su uso por parte de las personas en sus actividades prácticas. (...) El marxismo-leninismo enseña que todo el conocimiento científico –si es verdaderamente científico– es de gran importancia para las actividades prácticas de las personas, porque, al revelar las conexiones internas y las relaciones regulares de la realidad material, muestra a las personas las formas y medios de su impacto práctico en la realidad y la cambia en de acuerdo con los objetivos y necesidades de la sociedad». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Materialismo dialéctico, 1953)
Esto se traduce en situaciones como las que hablamos, en observar si el programa político trazado de la organización se ajusta a la realidad circundante, a las necesidades de las masas, viendo cómo es recibido por ellas, qué apoyo le profesa, si tras años de popularización cala o no entre ellas, si ha supuesto una elevación del nivel de concienciación y combatividad entre las capas más avanzadas, si sus ideas han ayudado a combatir las teorías burguesas asumidas anteriormente por el pueblo. Por supuesto, en el triunfo de tal cuestión influyen otros factores anexos como la capacidad del partido para emanar de él y poner a trabajar a grandes agitadores y propagandistas o la rápida pauperización del nivel de vida de las masas, factores objetivos y subjetivos que obviamente ayudan a acelerar que las masas comprendan, simpaticen y hagan suyo el programa revolucionario, pero lo que es seguro, es que, sin una línea correcta, por grandes oradores o escritores que tenga el partido, por mucha crisis general del sistema, no se avanzará lo suficiente, las masas serán indiferentes a la propaganda del partido o directamente se volcarán sobre otra organización.
El lector habrá sido testigo alguna vez de la típica expresión de un profesor después de terminar una lección a sus alumnos: «¡Ahora toca ponerlo en práctica!», es decir, el tutor espera ver como sus pupilos implementan las orientaciones teóricas que él ha dado, comprobar hasta qué punto han asimilado los conceptos y procedimientos, y si ellos pueden aplicar estos a situaciones similares o diferentes. Esto no es nuevo, pues como leímos atrás, hasta en la Antigua Grecia el pensador Aristóteles explicó que no se trata de «querer ser», sino de «hacer para llegar a ser». Así pues, en su «Ética a Nicómaco» (siglo IV a. C.) advertía en relación a la interrelación entre teoría y práctica: «No adquirimos las virtudes sino después de haberlas previamente practicado».
La noción infantil de la «práctica» −impulsada, como ya hemos mencionado, por quienes nos consideran «contemplativos» o «teoricistas»− toma fuerza entre aquellos que solo tienen en mente por «práctica» la imagen de un sujeto realizando labores de agitación y propaganda en un sindicato obrero o acudiendo a grandes manifestaciones. En el lado opuesto, como ocurre con los «reconstitucionalistas», están los que opinan que debemos esperar a que un oráculo o un profeta nos certifique que nuestra «práctica» es lo suficientemente «consciente» como para no fracasar o avergonzarnos de ella −incurriendo en la famosa parálisis por análisis−.
No obstante, como bien sabemos, un «partido» −con mayúsculas− exige en su cotidianidad una rigurosa división del trabajo que posibilite su mantenimiento y crecimiento, por ende, siempre existirá una demanda latente de múltiples actividades que no pueden desarrollarse cargando con este tipo de tonterías −que demuestran una profunda inmadurez política−. Podemos estar hablando de llevar a cabo una labor pedagógica frente a tus compañeros −detectando sus virtudes y defectos−, evaluar y distribuir a los simpatizantes −comprendiendo su situación particular y asignándole funciones−, trazar planes más eficientes y rápidos −en materia de organización o financiación−, «detalles» como escoltar a compañeros; y, por qué no, desplazarse a innumerables centros de información para poder adquirir documentación −que, supongamos, otro compañero economista necesite para escribir un artículo que la organización considera necesario−. Todo esto también son −o contienen− «labores prácticas» que el individuo y el colectivo tienen que asumir. Incluso tomar un manual y aplicar lo que pone en él, adaptándolo a las circunstancias y al lugar concreto, lo es.
¿Por qué hemos dado varios ejemplos de algunas situaciones en donde, lejos de lo que se suele creer, hay «práctica»; o, mejor dicho, la práctica predomina por delante del esfuerzo teórico? Pues para romper con la falsa idea de que, para concluir procesos sociales de gran envergadura, las tareas pueden dividirse artificialmente en aquellas en las que se necesita «solo práctica» o «solo teoría». Es decir, queremos ir más allá de la unilateralidad que predomina hoy, por eso apostamos por verlo todo en su íntima conexión, destruyendo la rígida aplicación mecánica y la ilusoria metafísica que sobrevuela en las mentes de algunos.
Recojamos el último ejemplo propuesto: aquella persona que se desplaza a «innumerables centros de información para adquirir documentación». Si el «sujeto A» va a pedir unos determinados libros a una biblioteca nacional, los lleva bajo el brazo y se los entrega al «sujeto B»; el economista. Desde luego esto no puede ser otra cosa que una «actividad práctica», por muy singular o simplona que pueda parecernos. Luego, será este segundo el que tendrá que hacer la mayor parte de trabajo de «abstracción» para su estudio −«teórico»− de economía. A riesgo de ser cargantes con la terminología −reclamación que aceptamos con gusto, si con ello nuestros lectores no nadan en la confusión−, recordemos la definición de «abstracción científica» que dieron los soviéticos, para que todos estemos en las mismas coordenadas:
«Operación mental que consiste en abstraer los caracteres no esenciales y secundarios, propios de uno u otro grupo de fenómenos, para destacar y sintetizar racionalmente sus peculiaridades sustanciales. (…) La abstracción científica nos da una idea más completa y profunda de la realidad que las sensaciones inmediatas». (Mark Rosental y Pavel Yudin; Diccionario filosófico, 1946)
Esto significa que hasta para crear y plasmar un libro, algo que a priori a algunos les pueden parecer unas pretensiones muy «teóricas», también necesitamos de la «práctica», aunque sea por medio de acciones mecánicas y sencillas. ¿Alguien tendrá que escribir el libro, verdad? ¿O acaso la mente va a mover el bolígrafo o el teclado del ordenador? Ha de anotarse que este tipo de habilidades, como el escribir, cocinar, resolver una ecuación o caminar en bici, son a nuestros ojos sencillas, porque hemos adecuado a nuestro cuerpo y mente para ello a base de la repetición y perfección progresiva, por lo que cada vez están más automatizadas y requieren de menor esfuerzo mental y físico. En este sentido el lector puede observar los experimentos realizados que se recogen en la obra de los psicólogos Eduardo Vidal-Abarca, Rafael García Ros y Francisco Pérez González «Aprendizaje y desarrollo de la personalidad» (2010). Sin embargo, cuando la mente no está adecuada a tales demandas:
«Nos es necesario aún un esfuerzo apropiado para pasar de los estados más elementales de la vida psíquica a ese estado superior, derivado y complejo, que es el pensamiento, en el cual no nos podemos mantener más que gracias a una atención voluntaria, que tiene una intensidad y una duración especiales que no pueden ser sobrepasados». (Antonio Labriola; Filosofía y socialismo, 1897)
En cualquier caso, estas labores mencionadas son similares a cuando Engels explicó en su obra «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana» (1886) lo que ocurre durante el proceso de comer o beber; funciones que para satisfacerlas también deben ser pensadas previamente para poder ser ejecutadas −¡cómo no!−. Entiéndase que el pensamiento de «sed» o «hambre» nace de una necesidad fisiológica, y que a su vez cuando uno trata de satisfacerlo se ve obligado a maniobrar con otra serie de operaciones mentales básicas o complejas: desde qué bebida o alimento o seleccionará −en un ambiente seguro y sencillo−, hasta cómo podría obtenerlos −en un ambiente hostil y peligroso−. Y cuando se logra tal cosa, cuando el organismo logra calmar la sensación de sed o hambre, también obtenemos en nuestra cabeza una «certificación» sobre tal cosa.
Muy bien, entonces, ¿qué demuestra todo esto? Que existe toda una cadena de procedimientos que bien podrían llamarse bajo las denominaciones que el académico guste: «pensativos», «contemplativos», «abstractos», «especulativos» −de índole «teórica»−; y otros procesos −«prácticos»− relacionados con «actuar», «accionar», «llevar a cabo», «experimentales»… que se conjugan mutuamente. ¿Qué es lo interesante aquí? El «sujeto B», el compañero «encargado del trabajo teórico», también necesita valerse de la «práctica» −aunque sea de la más básica− para poder realizar esa ordenación de pensamientos, análisis de datos y conclusiones de valor. Necesita de ambos: sentarse, levantarse o cambiar de posición para aprovechar la luz solar o descansar la vista, mover las páginas de estos libros desgastados, tramitar sus pensamientos escribiendo a máquina, consultar dudas a sus compañeros sobre la validez de lo que tiene delante mediante el pensamiento y el lenguaje; y sin entrar ya en las funciones fisiológicas −empezando por el cerebro− que posibilitan el discurrir del pensamiento mental en estos «debates» o «charlas». En este caso, una vez acabado lo fundamental de su objetivo general −que era crear el núcleo escrito de este libro− habrá un proceso posterior de revisión, maquetado y divulgación de esa obra finalizada, en la cual el «teórico» y sus compañeros participarán de nuevo −y volverán a intervenir fenómenos «teórico-prácticos» de diversa índole−. Por eso, en este sentido, Labriola dijo que él en particular al estar hablando de «praxis» plasmaba:
«Este aspecto de totalidad se quiere eliminar la oposición vulgar entre práctica y teoría, porque, en otros términos, la historia es la historia del trabajo, y como, por un lado, en el trabajo así integralmente comprendido está comprendido el desenvolvimiento respectivamente proporcionado y proporcional de las aptitudes mentales y de las aptitudes activas, lo mismo, por otra parte, en el concepto de la historia del trabajo está comprendida siempre la forma social del trabajo mismo, y las variaciones de esta forma». (Antonio Labriola; Filosofía y socialismo, 1897)
¿Se dan cuenta? Por eso aseveramos que disociar «teoría y práctica» en un proceso así es como separar por un muro infranqueable la unidad entre el «ser y el pensar», o lo «absoluto y relativo». ¿Decimos que son lo mismo? No. Si se repasa el ejemplo anterior se entenderá que esto ya se ha explicado. Pero, por si a alguien le quedan dudas, lo resumiremos con esta otra cita del filósofo soviético M. Shirokov:
«Al igual que un doctor debe unir un conocimiento sólido de la anatomía y patología del hombre con su experiencia práctica y puede no saber mucho como para ser un buen médico, también un político debe entender sobre todo en lo que a leyes del cambio social y la estructura de la sociedad se refiere si su liderazgo pretende llevar a la clase cuyos intereses representa a cualquier lado que no sea para el traste. La verdad es que si forma y contenido, que en este caso son teoría y práctica, pueden dividirse tanto como para llegar a tener apenas relación son de poca relevancia. La filosofía y práctica que caen bajo una cierta categoría pueden ser expuestos de la siguiente manera; más allá de esta categoría, teoría y práctica no están opuestas, ni vagamente relacionadas; son un todo. Hay más que una conexión: hay una unión y una fusión». (M. Shirokov; Un manual de filosofía marxista, 1937)
IV
La importancia de barrer las teorías, métodos y mitos del revisionismo para construir algo de transcendencia
«Los acontecimientos demostrarán definitivamente en la práctica dónde y cómo se han mantenido más la cohesión orgánica, la fidelidad proletaria, el aguante marxista. Semejantes discusiones las resuelve la vida y no las palabras, promesas o juramentos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; A propósito de dos cartas, 1908)
Aquí abordaremos los aspectos que deben aclararse tras décadas de hegemonía del revisionismo, el cual ha inoculado términos, conceptos y metodologías pseudoamarxistas. Los aspirantes a revolucionarios parecen olvidar constantemente que, a diferencia del resto de grupos, como pueden ser los fascistas, liberales e incluso los revisionistas, ellos deben cumplir con unos rasgos mucho más exigentes tanto a nivel individual como colectivo:
«Cualquiera puede ser un fascista y tener una gran afinidad entre sus distintas expresiones y comportamientos, entre ellos rara vez existen enfrentamientos insalvables salvo rivalidades personales, como las que ocurren entre los muchas veces mal llamados comunistas. El problema principal está en el hombre mismo siempre tiende a anteponer su idea, pensando que es la correcta interpretación del marxismo, aunque sea con cero argumentos que lo demuestren. Dejando siempre la puerta abierta al enriquecimiento de la doctrina, que nunca puede ser cerrada, hay que ser «intransigentes» con lo que se ha llamado la ortodoxia marxista, pero para ello hay que estudiar y contrastar las distintas opiniones para poder sacar un análisis sobre lo que es ortodoxia, prescindiendo a priori de verdades absolutas dadas por hecho. El fascista nunca tendrá problema en esto, porque en lo fundamental todo consiste en seguir al jefe y unos «principios» intrínsecos de racismo, nacionalismo vitalismo primitivo, los cuales sí que son verdaderos dogmas de imposición a ultranza sin ninguna base racional para creer en ellos. En cambio, para ser comunista hay que tener un grado cultural mínimo, no ser seguidistas sino tener un criterio propio en base al estudio, aunque sea el más básico. Dudas habrá muchas conforme se avance en ese conocimiento, yo sigo teniendo hoy y seguramente el que me lee también. El mejor medio de estudio para empezar es comenzar leyendo nuestro «Manifiesto Comunista», y a partir de ahí ir tocando todos los palos en donde más flaqueemos. Tenemos que leer, preguntar a los compañeros y volver a leer. Lo tenemos muy difícil, y siento decirlo, pero el revisionismo y sus distintas tendencias estarán siempre a la orden del día, su populismo y fácil asimilación tiene gran parecido a los movimientos fascistas». (Comentarios y reflexiones de José Luis López Omedes a Bitácora (M-L), 2019)
Ser marxista-leninista no es sinónimo de formar parte de una casta de elegidos que albergan un conocimiento dificilísimo de adquirir para el resto de los mortales. El problema más bien es que la mayoría de la gente que tiene un nivel ideológico, ya sea bajo, medio o alto, ha adquirido un conocimiento que comprende en lo fundamental pero no llega a ponerlo en práctica por cobardía, sentimentalismo, pragmatismo o la razón que sea. De ahí lo inútil que es acumular montañas de conocimiento ad infinitum sin atreverse a aplicar lo más básico a la hora de la verdad, sin tratar de entablar relación con sus homólogos que sí cumplen con esos valores. No podemos considerar como tal a quien, bien sea a título colectivo de organización, bien a título individual, demuestra un total desprecio por el estudio profundo de la doctrina y, a cambio, cree compensarlo ofreciendo un activismo inconsciente, espontaneísta. No entra dentro del orden de cosas normales aquél que se contenta con hacer acto de presencia en diversos actos, pero evita, por miedo a crear antipatías, el mantener un discurso independiente basado en un análisis riguroso. Como tampoco se entiende que el sujeto esté cumpliendo con el requisito de llevar a cabo una formación ideológica interna efectiva si solo se pone a ello cuando el resto de compañeros insisten día y noche en que dedique tiempo a elevar su deficiente nivel de comprensión lectora, expresión escrita u oratoria. No podemos considerar de los nuestros a quien no ha entendido la importancia de la lucha contra el oportunismo en el movimiento emancipador, a quien no estudia la historia presente y pasada del movimiento nacional e internacional, a quien acepta mitos y no investiga por cuenta propia, sino que acepta lo que otros le afirman sin argumentaciones, a quien condena una rama o tradición revisionista, pero al momento rehabilita otra diferente −sea esta corriente más apegada al reformismo o al anarquismo−. No podemos considerar de los nuestros a quien se niega a asumir sacrificios −según sus posibilidades− en el trabajo práctico para ligarse a las masas y popularizar nuestra visión, a quien hace de la disciplina un chiste. No podemos dejar de mirar con sospecha a quien repite el eslogan de la «crítica y la autocrítica», pero en cuanto las críticas de los compañeros apuntan hacia su persona, hace gala de un orgullo personal mal entendido que lastra su propio desarrollo, así como el de su grupo. Del mismo modo, está lejos de nosotros quien confunde la visión marxista sobre la cuestión de género con el llamado feminismo −aunque se le acompañe de la coletilla «de clase»−, o quien en la cuestión nacional cae en el chovinismo de uno u otro nacionalismo y desea imponer soluciones por la fuerza a los pueblos. Claro es que no podemos considerar revolucionario a quien en sus análisis internacionales cae de una forma u otra en tesis «tercermundistas», apoyando a un bloque imperialista o considerando «antiimperialista» a regímenes burgueses de poca monta vinculados a uno o varios imperialismos. Podríamos seguir recordando hasta el día del juicio final perogrulladas que distinguen a un revolucionario ejemplar de su caricatura, y seguir citando situaciones que resultan familiares a nuestros lectores, pero creemos que es más que suficiente.
A razón de ello, es del todo estúpido teorizar que nosotros debemos absorber automáticamente las escisiones que se dan y se seguirán dando en estas agrupaciones. Todo lo contrario: se debe tener especial cuidado, ya que la mayoría de sujetos que abandonan estos lugares lo hacen por cuestiones personales, porque desaparece la estructura o por cuestiones ideológicas tan ínfimas que no completan una ruptura plena con la tradición de la cual proceden, simplemente, mutan, se adaptan a otros entornos. Por consiguiente, si esos sujetos, nos referimos a los más avispados, ambiciosos y disciplinados, acaban siendo conscientes de su desdicha, de su falta de productividad, del carácter reaccionario de la dirección de esas estructuras y del nulo papel que cumplen bajo su égida, es lógico pensar que no durarán mucho dentro de ellas. Ahora, esto no quiere decir que, por darse cuenta de lo fundamental, estén automáticamente liberados o inmunizados de toda esa «cultura militante» que ellos mismos han cultivado y promovido durante tanto tiempo. Esto implica además otro requisito: si estos elementos han roto verdaderamente con tales patrones a través de una larga reflexión y experiencia, tendrán que autocriticarse sin sentimentalismos que valgan y adherirse, finalmente, a la línea argumentada y correcta sin excusas de ningún tipo. Esto será necesario y demostrativo tanto para sí mismos como para sus compañeros. Si no es así, solo podemos decir que no pasarán nunca de ser, a lo sumo, meros simpatizantes y, quizá, aliados en alguna cuestión determinada; pero nada más.
¿Es la lucha contra el oportunismo y el espontaneísmo una opción o una obligación?
Marx y Engels se caracterizaron durante su vida por una lucha implacable contra el viejo comunismo, también conocido como el viejo socialismo utópico. Tampoco hubo piedad hacia variantes de este como el anarquismo, ni hacia intentos de un liberalismo socializante, como el reformismo o socialismo cristiano. Esto quedó reflejado en los artículos contra las ideas de Proudhon, Grun, Weitling, Lassalle, Bakunin o Dühring. También desataron una aguda lucha dentro de las organizaciones revolucionarias afines: ahí están las famosas polémicas contra Most o Vollmar.
Es más, en varias ocasiones hicieron saber a estos grupos amigos que de no corregir este camino y expulsar este oportunismo expondrían públicamente estos puntos de vista e incluso romperían relaciones, importándoles bien poco las consideraciones sentimentales y personales.
Durante 1875 en medio de la fusión de los socialdemócratas y los lasselleanos, advirtieron que, en caso de formalizarse la unión por encima de los principios, anunciarían su rechazo público a dicho nuevo partido e ideas:
«El caso es que, después de celebrado el Congreso de unificación, Engels y yo haremos pública una breve declaración haciendo saber que nos es del todo ajeno dicho programa de principios y que nada tenemos que ver con él». (Karl Marx; Carta de Marx a W. Bracke, Londres, 5 de mayo de 1875)
En otra ocasión, ya en 1879, hablando sobre los efectos nocivos e inaceptables del grupo de Höchberg los viejos revolucionarios acabaron advirtieron a los líderes socialdemócratas alemanes lo siguiente:
«Estas gentes desde el punto de vista teórico son un cero a la izquierda e inútiles en el sentido práctico, tratan de hacer más moderado el socialismo –del que sólo tienen conceptos elaborados de acuerdo con la receta universitaria– y, sobre todo, el Partido Socialdemócrata, e ilustrar a los obreros o, como dicen ellos, inculcarles «elementos de instrucción», poseyendo ellos mismos sólo conocimientos a medias y confusos, además de proponerse, ante todo, la tarea de elevar la importancia del partido a los ojos de la pequeña burguesía. Sin embargo, no son ni más ni menos que unos miserables charlatanes contrarrevolucionarios. (...) Por lo tanto, los caballeros han sido advertidos de antemano, y nos conocen lo suficientemente bien como para entender que esto significa: ¡agacharse o romper! Si quieren comprometerse, ¡tanto peor para ellos! En ningún caso se les permitirá comprometernos. (...) Sea como fuere, ya están tan afectados por el idiotismo parlamentario que creen que están por encima de la crítica, y denuncian la crítica como un crimen: lèse-majesté... (...) De hecho, las cosas pueden llegar al punto en que Engels y yo nos veamos obligados a emitir una «declaración pública» contra los Leipzigers y sus aliados de Zurich». (Carta de Karl Marx a Friedrich Adolph Sorge, 19 de septiembre de 1879)
Bien, ¿Y qué decir de Lenin, el líder de los bolcheviques, y de su lucha contra el oportunismo?:
«Cuando se habla de lucha contra el oportunismo, no hay que olvidar nunca un rasgo característico de todo el oportunismo contemporáneo en todos los terrenos: su carácter indefinido, difuso, inaprehensible. El oportunista, por su misma naturaleza, esquiva siempre plantear los problemas de un modo preciso y definido, busca la resultante, se arrastra como una culebra entre puntos de vista que se excluyen mutuamente, esforzándose por «estar de acuerdo» con uno y otro, reduciendo sus discrepancias a pequeñas enmiendas, a dudas, a buenos deseos inocentes, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un paso adelante, dos pasos atrás, 1904)
Engels reflexionaría sobre el tono implacable de su lenguaje –siempre eso sí, a diferencia de los oportunistas, bajo una solemne montaña de argumentaciones–, advirtiendo que en las reediciones se podría moderar las expresiones impropias, pero jamás el contenido de la crítica por razones muy obvias:
«A pesar de esto, he suprimido algunas expresiones y juicios duros sobre personas, allí donde carecían de importancia objetiva, y los he sustituido por puntos suspensivos. El propio Marx lo haría así, si hoy publicase el manuscrito. (...) Marx y yo estábamos más estrechamente vinculados con el movimiento alemán que con ningún otro; por eso, el decisivo retroceso que se manifestaba en este proyecto de programa tenía por fuerza que irritarnos muy seriamente». (Friedrich Engels; Introducción a la reedición de la obra de Karl Marx; Crítica del Programa de Gotha de 1875, 1891)
Muchos hablan de revolución, de socialismo y de comunismo en nombre del marxismo. Pero para tal fin, se sabe o se debería saber ya con las evidencias que hay, que una de las prioridades es separar el marxismo-leninismo de su distorsión o caricatura. Si indagamos en la historia el marxismo-leninismo históricamente, observaremos que la lucha ideológica se mantenía como algo de suma importancia no solo cuando el partido estaba asentado, sino incluso con más énfasis cuando la organización estaba en un estado embrionario, lo cual es normal, porque es algo cardinal para su desarrollo:
«Para establecer y consolidar el partido, significa que debemos establecer y consolidar la unidad entre todos los socialdemócratas rusos, y, por las razones indicadas anteriormente, esa unidad no se decreta, no puede llevarse a cabo por ejemplo mediante una reunión de representantes que se comprometen a firmar, sino que debe de ser algo trabajado. En primer lugar, es necesario trabajar por la unidad ideológica sólida que debe sin más dilación eliminar la discordancia y la confusión, que –seamos francos– reina entre los socialdemócratas rusos en la actualidad». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Declaración del Consejo de Redacción de Iskra, 1900)
Esto, como decimos, no es una aspiración que nace porque nosotros seamos simples tozudos, sino porque responde a la necesidad histórica que tiene cada país de reunir en su organizar a los elementos conscientes más avanzados del proletariado, a dominar teóricamente el marxismo-leninismo para poder así, acceder y conseguir los futuros objetivos fijados dentro de la organización revolucionaria. Y este tipo de organizaciones como decimos, comienzan desde el inicio por lograr la unidad ideológica entre sus miembros:
«Sólo cuando una organización ha sido fundada, sólo cuando se ha establecido dicho puesto socialista ruso, podrá el partido poseer una base sólida y podrá convertirse en un hecho real, y, por tanto, una fuerza política poderosa. Tenemos la intención de dedicar nuestros esfuerzos a la primera mitad de esta tarea, es decir, a la creación de una literatura común, consistente en principio, capaz de unir ideológicamente la socialdemocracia revolucionaria, ya que consideramos esto como la apremiante demanda del movimiento de hoy y una condición necesaria preliminar para la reanudación de la actividad del partido». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Declaración del Consejo de Redacción de Iskra, 1900)
Cuando Lenin planteaba la discusión para fijar su línea y programa político, jamás lo hizo con la idea de unir bajo él y su partido a todas las corrientes reinantes, sino para pulir y demarcar las líneas divisorias entre marxismo, por un lado, y la revisión del marxismo –fuera para acabar en el premarxismo, el anarquismo, el liberalismo o el reformismo–.
Normalmente los oportunistas nos vienen afligidos sobre nuestra crítica hacia sus ídolos de referencia, otros consideran que para nosotros todo es criticable y desechable, mientras otros piden clemencia y armonía entre el marxismo y su distorsión. Todos ellos, más allá de sus posturas ofensivas o defensivas, no están sino postrándose ridículamente ante el revisionismo, rehuyendo el debate concreto que se plantea.
Lenin confesó y subrayó varias veces que el motivo de sus riñas ideológicas no fue polemizar gratuitamente, sino que tenían un trasfondo claro:
«Debo señalar también, con motivo del artículo contra el señor Struve, que éste fue escrito sobre la base de la disertación leída por mí el otoño de 1894 en un pequeño círculo de marxistas de aquel tiempo. (...) La vieja polémica con Struve, anticuada en muchos sentidos, reviste importancia por ser un ejemplo aleccionador. Este ejemplo muestra el valor político-práctico de una polémica teórica intransigente. Se ha reprochado infinidad de veces a los socialdemócratas revolucionarios una excesiva inclinación a tales polémicas con los «economistas», con los bernsteinianos y con los mencheviques. Y ahora estos reproches están en boga entre los «conciliadores» en el seno del Partido Socialdemócrata y entre los semisocialistas «simpatizantes» fuera de él. (...) Se habla mucho entre nosotros de que los rusos en general, los socialdemócratas en particular y de un modo especial los bolcheviques sienten excesiva inclinación a la polémica y a las escisiones. Entre nosotros se tiende también a olvidar que esa excesiva inclinación a saltar del socialismo al liberalismo es engendrada por las condiciones de los países capitalistas en general. (...) De un modo especial, por las condiciones de vida y de actividad de nuestros intelectuales». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Prólogo a la recopilación «12 años», 1908)
Normalmente la escoria revisionista se ofende al leer nuestras críticas, y aunque no la puede refutar, como último recurso, espeta: «¡Estáis obsesionados con X!», como queriendo decir que debemos repartir nuestra crítica a todos. Y así es, no hacemos excepciones. No estamos obsesionados con nada ni nadie, la crítica a tu partido, a tu ídolo de barro, a tu corriente, no es personal, es una cuestión de principios, del desarrollo de la lucha de clases, es una necesidad histórica y presente, la cual implica la apremiante tarea de barrer los falsos ídolos, los elementos corruptos, los traidores, vividores, burócratas, teniendo que derribar el muro de las idealizaciones y las mistificaciones construidas por la actual hegemonía del revisionismo, la cual domina tanto a nivel nacional como internacional. El revisionismo ha construido una imagen distorsionada pero sutil en torno a nociones como la «construcción económica del socialismo», el «antiimperialismo» o el «centralismo democrático», etc. con lo que para consolidar su hegemonía no ha tenido problema en agrupar a las capas más atrasadas y jugar con sus esperanzas y prejuicios; pero el problema fundamental no es ese, sino que también ha logrado confundir y desviar a muchos revolucionarios honestos y válidos, en ocasiones porque estos no veían una alternativa a dicha propuesta, considerándola la única verdad posible.
La tarea pues, es proporcionarles el material formativo y ejemplos demostrativos sobre a dónde conduce ese camino, para que reflexionen, para que finalmente salgan del error y no se arrepientan de haber formado parte de algo tan mediocre y sin perspectiva como son los movimientos eclécticos. Esto no lo hacemos por altruismo y bajo tintes paternalistas, sino para que en definitiva se reagrupen y sean útiles a la emancipación social de su clase, la cual necesita su ayuda. Se trata, entonces, de aportar el granito de arena para construir un movimiento, que más allá de sus posibles defectos tenga coherencia, con principios que no se queden en la enunciación teórica sino que se apliquen sin miramientos, un movimiento del cual uno pueda sentirse orgulloso al luchar a su lado, no como ocurre en los partidos revisionistas, donde militar supone dudar a cada paso con lo que constatas en su seno, donde uno se pregunta continuamente si sirve para algo estar perdiendo el tiempo ahí. Quien no entienda de la imperiosa necesidad de la lucha contra el oportunismo en todo momento, es que no se puede considerar marxista-leninista; no comprende que como dijo Lenin, «la lucha contra el imperialismo es una frase vacía sin la lucha contra el oportunismo». Quien no comprenda el problema que ha supuesto el oportunismo en estos crudos días de debacle del movimiento proletario, directamente vive en el limbo o forma parte del problema.
El problema fundamental de los «leninistas» de hoy, es que el propio Lenin es un desconocido para ellos, están más cercanos del Trotski, que con su ignorancia o hipocresía habitual saltaba de una facción a otra, sin tener una opinión seria ni formada sobre ningún tema fundamental, mientras a la vez se presentaba como el más coherente ideológicamente hablando:
«Trotsky, representa únicamente sus vacilaciones personales y nada más. En 1903 fue menchevique; abandonó el menchevismo en 1904; volvió al menchevismo en 1905, haciendo gala de una fraseología ultrarrevolucionaria; en 1906, se apartó de nuevo; a finales de 1906 defendió los acuerdos electorales con los kadetes –es decir, en los hechos estuvo otra vez con los mencheviques–; y, en la primera de 1907 dijo en el Congreso de Londres que divergía de Rosa Luxemburgo más sobre «matices individuales que ideas sobre tendencias políticas». Trotski plagia hoy el bagaje ideológico de una fracción, mañana de otra, y, como consecuencia, se proclama ubicado por encima de ambas fracciones». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sentido histórico de la lucha interna del partido de Rusia, 1910)
«Trotski nunca ha tenido una opinión firme sobre ninguna cuestión importante del marxismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El derecho de las naciones a la autodeterminación, 1914)
«Trotski no entiende el significado histórico de las discrepancias ideológicas entre los grupos y tendencias marxistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Rompimiento de la unidad, 1914)
Graciosamente muchos de los revisionistas actuales, aunque se presentan como serios «antitrotskistas», en realidad son sumamente trotskistas por el eclecticismo ideológico que profesan. Esta incongruencia les lleva por ejemplo a cometer:
«Vacilaciones sin principios a la «izquierda» y la derecha, la unidad a veces con los oportunistas de extrema derecha extrema y en otras ocasiones con los elementos extremistas y aventureros de «izquierda», es también un rasgo característico de los conceptos y actitudes de los trotskistas. Así, por ejemplo, por un lado, que persiguen la política así llamada del «entrismo», es decir, la fusión de los grupos trotskistas con otros partidos, entre ellos los partidos socialdemócratas derecha, mientras que por otro lado se tiende furiosamente a atacar la política antifascista de los frentes populares, describiéndolo como una «política oportunista de colaboración de clases». Por un lado, los trotskistas ponen por los cielos el uso de la violencia al azar, apoyan e incitan a los anarquistas y los movimientos de «izquierda» que carecen de perspectiva y de un programa revolucionario claro, trayendo una gran confusión y desilusión en el movimiento revolucionario, como las revueltas caóticas de los grupos armados o la guerra de guerrillas no basadas en un amplio movimiento de masas organizado. Así, abogan por el aventurismo político y el golpismo, mientras que también por otro lado recomiendan para el movimiento obrero unas «estrategias» y «tácticas» en la lucha por el socialismo, que son idénticas a la línea reformista de los revisionistas de derecha». (Agim Popa; El movimiento revolucionario actual y el trotskismo, 1972)
Muchos son los que han creído estar argumentando de forma incontestable al afirmar que «las luchas ideológicas contra el revisionismo no sirven de nada», que «aburren a la población, que solo ve luchas fratricidas entre la izquierda» −y eso cuando con fortuna tiene noticia de ellas−; que «realizar un análisis sin tener un partido de por medio no es más que una propuesta, exposición o crítica contemplativa, carente de capacidad transformadora». Cuando oímos cosas por el estilo, más allá de la buena intención del autor, oímos el sollozo de un menchevique, pues no hay actitud más antimarxista que la laxitud o el espíritu de conciliación ante las deformaciones más grotescas de la realidad. Como una vez gritó un exasperado Marx a Weitling por su retahíla de clichés y frases populistas: «¡La ignorancia nunca ha ayudado a nadie!». No creemos que sea casualidad que muchos de estos señores sean los que también repiten que somos nosotros los que no entienden la unidad entre «teoría y práctica» y, a la par, abrigan ingenuas ilusiones por superar la «ridícula» lucha entre tendencias marxistas a base de la buena voluntad −esa ingenua política de tender puentes−, sin crítica ni esclarecimiento ideológico.
Es evidente que a Lenin y los suyos no les agradaba tener que ponerse a rebatir las ideas de los populistas, marxistas legales, economicistas, mencheviques, empiriocriticistas, oztovistas, trotskistas, eseristas y tantas otras corrientes a las que el bolchevismo se enfrentó. Algunas ni siquiera tenían un arraigo serio entre la mayoría de la población del siglo XX, pero sí tuvieron cierto eco entre los pensadores y pretendidos grupos «revolucionarios» de aquel entonces; en consecuencia, sí que tenían cierta influencia entre algunos trabajadores politizados que seguían a estos líderes. Esta era la razón por la que desenmascarar estas desviaciones era un trabajo necesario para los bolcheviques, sin el cual no habrían podido encabezar una revolución. Esto, claro está, no significa abandonar la labor de incorporar al partido o a la influencia de este a todas esas vastas masas despolitizadas y desilusionadas.
Otros murmurarán que, pese a todo, al obrero promedio, a la mayoría del campesinado y empleados varios, les importaba bien poco las «riñas ideológicas» de los grupos antizaristas. Seguramente así fuese. ¿Y qué esperan? Esto es del todo normal cuando la mayor parte de la sociedad está alienada y forzada a trabajar de manera prolongada y muy precaria. Por eso, el objetivo del colectivo revolucionario empieza por conquistar ese puesto de avanzadilla entre los elementos conscientes, aquellos que están mínimamente formados −con respecto a cuestiones ideológicas− y muestran mayores aptitudes para la disciplina que se les exige −dado que muchos no llegan a cumplir su palabra−. Tras esta tarea indispensable, y conforme nuestras fuerzas internas estén en crecimiento, el nivel de influencia del partido entre el resto de los trabajadores será mayor; de manera que más se interesará el pueblo por esos debates que antes le sonaban a chino. Y es que los «antiteóricos» olvidan también el hecho de que muchas de estas discusiones siempre guardan una conexión, más o menos directa, con las aspiraciones populares y la forma de hacerlas realidad −y si no fuese así, si sus protagonistas no saben argumentar tal justificación de su trabajo general, entonces sí estaríamos ante un pasatiempo, ante la cruda realidad de que estamos fallando en lo más urgente−.
El partido tiene la tarea de saber explicar por qué son necesarios estos y otros debates, recae sobre sus hombros la tarea de dar a entender que no son una discusión bizantina, totalmente estéril, que no se trata de debatir sobre el sexo de los ángeles o la santísima trinidad. Debemos revelar el hilo que conecta dicho debate con sus intereses de clase, tanto los más próximos como los más lejanos. Así, el hecho de que todavía el partido no haya podido ganarse a la mayoría del pueblo, no significa que los debates sobre organización, economía, filosofía, alianzas, religión o, por supuesto, revisionismo, sean poco importantes, más bien al contrario. Adoptar tal postura no es solo negar la importancia de la teoría, sino que es ir a la zaga de las masas más atrasadas, ¡es dejar que los elementos más desorientados y demagogos marquen el paso, con sus prejuicios e ignorancia ideológica, en las tareas que se deben acometer!
Una estructura seria y decidida, en cualquiera de sus estadios de desarrollo, debe guardar un equilibrio coherente entre recoger el sentir del pueblo −más bien solo sus inclinaciones más revolucionarias− y guiarle en el camino hacia la emancipación, ya que es quien tiene la capacidad de hacerlo −si no, no sería necesaria esa «vanguardia»; el «pueblo» y el «partido» serían un todo, pero por desgracia no funciona así−. Jamás podrá ser el «pueblo»; es decir, «las masas» en abstracto, quien clarifique cuáles son las tareas urgentes del movimiento emancipador, ni cuáles son sus propósitos posteriores −esta respuesta vendrá de su ala consciente, pues para eso están los revolucionarios dedicados a ello−.
No nos angustia si a los «reconstitucionalistas» les parece algo «elitista» y «paternalista», como le ocurría al señor Althusser, esto es y ha sido siempre así, salvo que nuestra fantasía populista e idealista nos haga pensar que Marx comprendió la necesidad de refutar el «hegelianismo de izquierda» o el «socialismo verdadero», basándose en discusiones con los millones de taberneros y mineros alemanes que brindaban por Bismark. O quizás alguien piense que Lenin escribió «Materialismo y empiriocriticismo» (1909), o Stalin «El marxismo y la cuestión nacional» (1913), intercambiando impresiones con la ingente masa de campesinos rusos y sus prejuicios, que nada querían saber de esos temas o, que en su mayoría, mantenían opiniones francamente reaccionarias −de lo contrario, ya estarían dentro o cerca de los círculos del partido−. En esta lista podríamos añadir también a la legión de intelectuales reaccionarios que, además de estar muy ocupados lavándole la cara al régimen existente, eran fuertemente hostiles al materialismo como para aportar algo de valor a todos estos debates.
En todos estos casos históricos, las masas no partidistas −e incluso los miembros del partido menos preparados− no «pedían a voces» hablar sobre estos temas, sino volver una y otra vez hacia otros y de una forma totalmente incorrecta. Ahora bien, nadie en sus cabales dirá que, por ejemplo, este trabajo acometido por los bolcheviques fue un «trabajo estéril» o de «intelectualoides de salón». ¿Se elaboraron tales debates y decisiones entre «intelectuales»? Sí, en muchas ocasiones fue así y no podía ser de otro modo, como veremos más adelante en el capítulo donde hablaremos sobre la intelectualidad y su relación con la organización emancipadora. Ellos solían ser en un principio los más preparados culturalmente, lo que no implica que no hubiese obreros participando de dicho proceso, a veces estando incluso por delante de intelectuales «muy formados». Sea como fuere, lo que queda claro es que esta labor ideológica tenía como fin rebatir a la intelectualidad al servicio de la reacción, la cual tiene la producción ideológica de la sociedad, marca los mitos de cada época y enmascara la realidad. A su vez, estas polémicas servían como táctica para agrupar en el partido a los mejores elementos del pueblo, fuesen obreros, intelectuales, u otros.
Entremos a otra afirmación «jerárquica» que quizás haga perder los estribos a muchos: no es lo mismo el partido revolucionario que el conjunto de la población trabajadora simpatizante con la causa, del mismo modo que no son lo mismo los altos cargos que todo el partido en sí. ¿A qué viene esto último? A que no hay equivalencia política entre un joven militante que ha demostrado su capacidad teórica u organizativa −y en consecuencia tiene o puede tener un puesto de responsabilidad− que un hombre que, ya en su vejez, está interesándose en la política; no es igual un sindicalista veterano, que sabe moverse en ciertos ámbitos, que un chaval que apenas está aprendiendo las primeras «nociones del oficio». Esperamos habernos explicado lo suficientemente bien para que todo esto se comprenda con facilidad, pero no creemos que esta cuestión presente demasiadas dificultades de entendimiento:
«Sería una maniloviada y «seguidismo» creer que casi toda o toda la clase puede estar nunca, bajo el capitalismo, en condiciones de elevarse al grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia, de su partido. (…) Ninguno que esté aún en su sano juicio ha puesto nunca en duda que, bajo el capitalismo, ni aun la organización sindical –más primitiva y más asequible al grado de conciencia de las capas menos desarrolladas– está en condiciones de abarcar a toda o a casi toda la clase obrera. Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y toda la masa que marcha detrás de él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a capas cada vez más amplias a su propio nivel avanzado, sólo significa engañarse a sí mismo, cerrar los ojos a la inmensidad de nuestras tareas y empequeñecer éstas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un paso adelante, dos pasos atrás, 1904)
¿Qué pasaba acaso con el declinante anarquismo en Rusia? Otro líder bolchevique, Stalin, explicó que los marxistas de aquel entonces no debían despreciar la refutación teórica de otras corrientes, aunque no estén en auge, ni tampoco porque a priori parezca ridícula, puesto que había que tener en cuenta todo lo anterior ya comentado:
«No somos de aquellos que, al oír mencionar la palabra «anarquismo», se vuelven con desprecio y exclaman displicentes: «¡Ganas tenéis de ocuparos de eso; ni siquiera vale la pena hablar de ello!». Consideramos que esta «crítica» barata es tan indigna como inútil. No somos tampoco de los que se consuelan diciendo que los anarquistas «no cuentan con masas y por eso no son muy peligrosos». La cuestión no está en saber a quién siguen hoy «masas» mayores o menores; la cuestión está en la existencia de la doctrina. Si la «doctrina» de los anarquistas expresa la verdad, entonces de por sí se comprende que se abrirá paso indefectiblemente y agrupará en torno suyo a la masa. Pero si dicha doctrina es inconsistente y se halla edificada sobre una base falsa, no subsistirá largo tiempo y quedará en el aire. Ahora bien, la inconsistencia del anarquismo debe ser demostrada. (...) Nosotros consideramos que los anarquistas son verdaderos enemigos del marxismo. Por consiguiente, reconocemos que contra los verdaderos enemigos hay que sostener una lucha también verdadera. Y por eso es necesario analizar la «doctrina» de los anarquistas desde el comienzo hasta el fin y sopesarla concienzudamente en todos sus aspectos. (...) La finalidad de nuestros artículos es confrontar estos dos principios opuestos, comparar el marxismo y el anarquismo y esclarecer así sus virtudes y defectos». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; ¿Anarquismo o socialismo?, 1906)
El revisionismo se reivindica como marxista-leninista, pero tiende en realidad el anarquismo o el reformismo, o una mezcla de ambas, si a las múltiples corrientes revisionistas de la actualidad no son expuestas, aunque no sean útiles para el proletariado, aunque sean falsas, a falta de una alternativa marxista-leninista fuerte, pueden ganar perfectamente adeptos entre las masas. Esto no es una exageración: es la razón fundamental por la cual el revisionismo ha ganado enteros en la actualidad hasta dominarlo absolutamente todo, ya que en muchos países la resistencia a él ha sido pequeña o nula.
¿Por qué la unidad formal no puede servir nunca para afianzar la causa?
«Como hemos dicho, la unidad ideológica de los socialdemócratas rusos está aún por crear, y para ello es, en nuestra opinión, necesario tener una discusión abierta y global de las cuestiones fundamentales de principios y tácticas planteadas por los «economistas», bernsteinianos y «críticos» de hoy en día. Antes de que podamos unir, y con el fin de que podamos unirnos, debemos en primer lugar, trazar líneas firmes y definidas de demarcación. De lo contrario, nuestra unidad será puramente ficticia, la cual ocultará la confusión reinante, por ello es necesario aglutinarnos para su eliminación radical. Es comprensible, por tanto, que no tenemos la intención de hacer nuestra publicación un mero almacén de diversos puntos de vista. Por el contrario, vamos a llevar a cabo esta labor en el espíritu de la tendencia estrictamente definida anteriormente. Esta tendencia puede ser expresada por la palabra marxismo, y no hace falta añadir que defendemos el desarrollo coherente de las ideas de Marx y Engels y enfáticamente rechazamos las equivocadas, imprecisas, y oportunistas «correcciones» que Eduard Bernstein, Peter Struve, y muchos otros han puesto de moda». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Declaración del Consejo de Redacción de Iskra, 1900)
Esas «correcciones» del socialismo científico, son las mismas que se han visto históricamente en figuras que querían alterar las bases pretendiendo creando una amalgama de ideas contrapuestas a la doctrina donde solamente se tomase del marxismo lo que le era de interés para el autor, o su táctica paralela, creer que el autor había creado una nueva doctrina donde reconocía la influencia de ciertas ideas del marxismo-leninismo pero afirmando que era su superación.
¿Qué conclusiones extraemos? Mientras los oportunistas se unen entre sí de modo formal y coyuntural, sobre todo para atacar a los revolucionarios que son críticos con su pensar y actuar, su unión nunca llega lejos por la disparidad de planteamientos y perspectivas, así como por su propia moral aburguesada, la cual solo mirará por el interés personal. En cambio, la unidad de los revolucionarios, cuanto más respete sus fundamentos más se torna sólida como el acero, ya que ellos parten del tronco de un sistema científico que garantiza una unidad en calidad de voluntad, necesidad y comprensión en lo que se unen, esto, añadido a su moral proletaria que mira por el devenir del colectivo, acaba sumando un todo mucho más armonioso que los ayuda a estar en guardia ante los peligros como el pragmatismo, el pesimismo o el arribismo.
Los revisionistas normalmente hablan de lo necesario que son los acercamientos con otros grupos políticos –que en su mayoría son igual de oportunistas que ellos y no tienen intención de revaluar nada de su línea política equivocada–. Cada cierto tiempo realizan encuentros conjuntos, otras veces se intercambian ciertos mensajes con dureza cuando discuten sobre sus desavenencias tácticas o entran en juego intereses personales, pero en resumidas cuentas suelen llegar a acuerdos que ni son permanentes ni de mucha importancia –salvo la que ellos mismos le otorgan para autoengañarse–. En cambio, si uno pone atención, sí tienen claro una cosa: nunca tardan en ponerse de acuerdo para denigrar los principios del socialismo científico, en despreciar como «dogmáticos» y «sectarios» a quienes se visten por los pies y tratan de mantener una coherencia para operar en su día a día.
Por ende, los deseos piadosos o formales de «unidad» en general y a cualquier precio nunca se han consumado ni se podrán consumar, no solamente porque los marxistas tengan contradicciones antagónicas con los revisionistas y su unidad con ellos sea imposible y la peor de las decisiones que podrían tomar, sino porque también entre estos últimos eso también es poco probable, pues, pese a mantener contradicciones no antagónicas, las más de las veces los revisionistas no son capaces de establecer una línea clara común ya que no se ponen de acuerdo ni en el color del cielo y carecen de disciplina. Esta impotencia es algo sumamente normal porque cada uno a nivel personal antepone el orgullo a la causa general, algo que mezclado de una naturaleza ideológica ecléctica hace de estos un cóctel explosivo.
Para quien no lo sepa el eclecticismo es el tener una mezcolanza de ideologías sin un rumbo ni jerarquías del por qué se adopta esto o aquello. Por tanto, los pactos a los que llegan este tipo de personas entre sí son siempre escuetos y endebles, no siendo extraño verlos al poco tiempo inmersos en nuevas riñas donde el mismo caos ideológico se alza para volver a dominarlo todo. Esto nos debe de dejar claro que el ir con varias banderas ideológicas no garantiza mayor éxito e influencia, a lo sumo una ganancia mínima que no compensa los quebraderos de cabeza de las disparidades ideológicas y las luchas fraccionales gratuitas que se avecinarán durante el próximo desarrollo de los acontecimientos. La dialéctica no engaña, el tiempo les da la razón a los revolucionarios, y como ya hemos repetido mil veces: el revisionismo es primitivo, irracional y disolvente, es garantía de riñas y fracasos, de nada más.
En el caso actual, a la hora de crear una estructura política, el deseo que nace en una persona o colectivo de querer lanzar el famoso eslogan de la «unidad» pero sin condiciones frente a otros con los que mantienen evidentes diferencias, suele ser algo que va unido al deseo de aglutinar en un mismo seno a personas que aceptan su discurso sin hacer preguntas ni poner peros, todo, en vistas de poder utilizar a estos aduladores o sentimentalistas para imponer sobre estos su línea política general sin necesidad de rendir cuentas. Estos astutos jefes son conscientes de que existen y existirán discrepancias abiertas, pero aun así les da igual porque les renta para conseguir sus negros propósitos; entre tanto, otros son tan necios que confían en la falsa creencia de que «la cantidad hace la fuerza» y son tan felices ignorando todo lo que ocurre a su alrededor, contentándose con victorias temporales. Durante estos procesos de «unificación» también es normal rebajar las exigencias mínimas para que los oportunistas acepten formalmente una misma línea, lo que crea una organización abierta a cualquier elemento, pero que de nuevo crearía antagonismos irresolubles en lo ideológico, donde se asiste a una ruleta de la suerte el ver quien hegemoniza y durante qué tiempo este circo.
En ambos casos debido a sus mezcolanzas nadarán en un mar de contradicciones donde muchas veces sus miembros no se pondrán de acuerdo en nada: ni en «objetivos cercanos», como formar un partido –por ver diferentes maneras de ejecutar la acción y ver diferentes fuerzas motrices o aliados–; ni en «objetivos lejanos»; como tomar el poder –por divergir en la estrategia– o implantar el socialismo –por ver diferentes tipos de socialismo o medios para llegar a este–. Lo mismo que estamos diciendo para el partido, podría decirse para cualquier tipo de coordinación que pretenda realizarse: de tales intentos saldrían las mismas consecuencias.
Ahí radica la importancia de demarcar seriamente las limitaciones de las doctrinas del revisionismo moderno como paradigma a tomar en nuestro pensamiento, aunque sean sólo esbozos:
«Una actitud «tolerante» hacia dichas desviaciones teóricas hace que lograr la genuina bolchevización sea algo imposible. El dominio de la teoría del leninismo es esencial para lograr el éxito de la bolchevización de los partidos». (Internacional Comunista; Tesis sobre la bolchevización de los partidos comunistas adoptadas en el Vº Pleno de la Comisión Ejecutiva del Comité Central de la IC, 1925)
Por este motivo, si uno quiere ser consecuente a la hora de «bolchevizar» cualquier estructura partidista no puede eludir responsabilidades ideológicas, no puede darle la espalda a la historia ni jugar a dejar para otro día los análisis que hoy son más que urgentes. Esta actitud que venimos comentando, y que rechaza todo esto, llega a extremos surrealistas, como querer reunir a figuras con un desempeño tan dispar como: Marx y Proudhon; Engels y Bakunin; Lenin y Luxemburgo; Stalin y Trotski; o Hoxha y Mao. Y es que ponerlos a todos sobre la misma base alegando que «todos eran grandes revolucionarios» de los que «se pueden extraer cosas buenas», es infantil, ridículo. Por supuesto, toda figura, famosa o no, está condicionada por unas limitaciones históricas del conocimiento que se manifiestan en su tiempo y que hicieron imposible que acertasen en todo y hayan previsto todo de forma impecable. Pero no se puede partir de medias verdades, de falacias como que «todos tuvieron errores» para acabar equiparando los presuntos fallos cometidos por los primeros con los de los segundos; ya que mientras en el primer bloque podemos hablar de equivocaciones −incluso algunas de ellas muy severas y no corregidas en vida−, en el segundo caso los tropiezos no fueron casuales ni esporádicos, sino continuos y sumamente graves, hasta el punto de violar de forma reiterada y con alevosía los fundamentos más elementales del socialismo científico. ¿Se entiende la enorme diferencia? En unos los errores fueron el accidente, en otros fueron la voz cantante de su actuar político.
El revolucionario que acepta el materialismo histórico-dialéctico como tal, debe tener un pensamiento crítico, cierto, por eso, a consecuencia de ello tampoco debe cubrir los errores de las figuras y movimientos a estudiar, sean estas marxistas o no. Jamás debe de hacer esto por más que guarde un sentimentalismo hacia estos entes, si no, jamás llegará al núcleo de la verdad histórica y objetiva. Se comprende, pues, que quién realiza tal acción de idealizar a las figuras que tiene en simpatía mientras disimula u oculta sus errores, cae en un método pseudomarxista de tratar los fenómenos históricos, anticientífico. Quién realiza tal labor desesperada de rescate cae en el idealismo; pues idealiza positivamente a esa figura o movimiento, endiosándolos en su cabeza, por lo que, se quiera o no, inevitablemente menospreciará indirectamente al resto. Así se acaba evitando siempre poner en tela de juicio lo que se da por bueno, aunque se tenga la información pertinente que demuestre ahora lo contrario. Se cae en la metafísica; pues si a la hora de deber «separar el grano de la paja», se trata de ocultar lo erróneo y se evita contrastarlo con los axiomas del marxismo para concluir algo de peso, no hay autocrítica posible, ese movimiento político concreto jamás podrá fortalecerse y avanzar, sino que se estará siendo cómplice para que se atrofie por sus reiterados fallos y fenezca definitivamente.
No hace falta mencionar que quienes bajo el relativismo y el escepticismo aseguran que el marxismo-leninismo −con la andadura que tiene a estas alturas− no tiene paradigma a seguir, que no puede saber qué le es inherente y qué no, qué tesis están dentro de sus patrones y cuáles no, son unos charlatanes redomados. El pensamiento y actuar de este tipo de sujetos jamás será consecuente, por la sencilla razón de que no estudian y toman esta doctrina bajo lineamientos constatables, en consecuencia, su sistematización de los conocimientos siempre será arbitraria: creen estar por encima de las sentencias de la historia, de la realidad objetiva, que pueden coger lo que les guste de esta y aquella experiencia. Los portadores de ese «marxismo creador y heterodoxo» no están sino confesando que su teoría y práctica opera bajo coordenadas bastante alejadas de los cánones que se le presuponen; es más, si realmente fuesen hombres de ciencia habrían comprendido ya que, para que esta no se estanque, debe siempre de ser «creadora» ante los retos que enfrenta cada día, a cada hora, pero jamás en el sentido que le dan estos caballeros. Para cualquier corrección o derribo de los axiomas las hipótesis planteadas deben comprobarse, no basta con articular deseos e implementar voluntarismos de todo tipo, como acostumbran estos seres, quienes hacen caso omiso de todo esto. De no cumplirse con estos requisitos básicos para tener un criterio riguroso de «estudio» y «actualización», la ideología que se portará será un dogma, entendiéndose este como un planteamiento indiscutible que se acepta exclusivamente por actos de fe. Por esta razón el revisionismo suele ser sinónimo de laxitud, ambigüedad y eclecticismo, dado que se abandonan las razones científicas, no existen límites para especular y decorar a gusto de uno la ideología que se sigue.
Los revisionistas siempre han intentado tomar ventaja de la llamada «unidad» en abstracto:
«Ya es sabido que el objetivo del revisionismo moderno es asegurar su unidad en la diversidad, para liquidar la unidad de los marxista-leninistas». (Enver Hoxha; Las manifestaciones de los partidos marxista-leninistas y la actitud de China; Reflexiones sobre China, Tomo II, 28 de abril de 1977)
Rebajarse a las declaraciones formales sobre la unión de todas las «corrientes comunistas» es la forma más descarada de oportunismo, ya que corriente solo hay una; marxismo-leninismo, comunismo, socialismo científico, o como quiera decorarse a la hora de nombrarse, y estipula claramente con su teoría y práctica, que figuras y movimientos están y cuales no están dentro de esta línea, que principios conforman la doctrina y cuáles no. Otro caso diferente sería, que el individuo no encuentre patrón a seguir dentro de la teoría marxista-leninista sobre un caso concreto, ni sepa descifrarlo con las herramientas que el marxismo-leninista proporciona gracias al materialismo-dialéctico, en este tipo de casos los errores que pueden emanar de una situación extraordinaria pueden ser perdonables, ya que la dialéctica de los fenómenos nos pone ante nuevos retos y nos pondrá ante otros inimaginables. En cambio, otra cosa muy diferente es como decimos, errar en cosas básicas bajo teorizaciones conscientes, es decir, conociendo la información pertinente y quebrantando axiomas conocidos sin aportar prueba de porqué se atenta contra ellos. Mucho más imperdonable es cuando se hace esto cargando a cuestas con la fanfarronería que la «neoteoría» creada es mejora y superior a cualquier exposición del marxismo-leninismo en dicho tema.
Esto ya fue comentado en varias ocasiones por el propio Stalin como advertencia:
«Puede decirse sin exageración que la historia de nuestro partido es la historia de la lucha de las contradicciones en su seno, la historia de la superación de esas contradicciones y del fortalecimiento gradual de nuestro partido sobre la base de la superación de esas contradicciones. (...) Las contradicciones, sólo pueden ser superadas mediante la lucha, por unos u otros métodos de la lucha que conduce a un determinado objetivo. Se puede y se debe llegar a toda clase de acuerdos con los que piensan de otro modo dentro del partido, cuando se tratan de cuestiones de la política diaria, de cuestiones de carácter puramente práctico. Pero si esas cuestiones van ligadas a discrepancias de principio, ningún acuerdo, ninguna línea intermedia» puede salvar la situación. No hay ni puede haber línea «intermedia» en las cuestiones de principio. El trabajo del partido debe basarse en unos principios o en otros. La línea «intermedia» en cuestiones de principio es la alinea de la confusión, la «línea» de velar las discreparías, la «línea» de la degeneración ideológica del partido, la «línea» de la muerte ideológica del partido. (...) ¿Cómo viven y se desarrollan hoy día los partidos socialdemócratas de Occidente? ¿Hay dentro de ellos contradicciones, discrepancias de principio? Claro que sí. ¿Sacan a la superficie esas contradicciones y tratan de superarlas honrada y abiertamente? ¡Claro que no! La labor práctica de la socialdemocracia consiste en hacer de sus conferencias y congresos una vacía mascarada de bonanza de relumbrón, encubriendo y velando celosamente las discrepancias internas. Pero eso no puede llevar más que a la confusión y al empobrecimiento ideológico del partido». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Una vez más sobre las desviaciones socialdemócratas en nuestro partido; Discurso en el Pleno ampliado del CC de la Internacional Comunista, 1926)
Todos los revisionistas hablan del partido, pero todos portan una caricatura del mismo
«La forma superior de unión de clase de los proletarios, el partido revolucionario del proletariado –que no merecerá este nombre mientras no sepa ligar a los líderes con la clase y las masas en un todo único, indisoluble–». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El «izquierdismo» enfermedad infantil del comunismo, 1920)
Pensamos que junto con la tendencia a rebajar las exigencias ideológicas del partido, existe otro problema fundamental. Hoy, estamos acostumbrados a que los revisionistas utilicen la propia palabra «partido» con mucha soltura, pero no tienen ni idea de lo que eso significa.
Las formas de organización y actividades de los partidos revisionistas responden a la conexión que tienen con su nivel ideológico, por desconocimiento u oportunismo se adecuan a unas formas de actuar y agruparse no solo insanas, sino que hacen imposible cualquier progreso serio. El no construir o mantener a una organización sobre las reglas del centralismo democrático, el reglamento organizativo que exige el marxismo-leninismo, supone animar a que la organización sea tomada tarde o temprano por sentimentalistas, oportunistas o provocadores.
Una de las tácticas históricas de los revisionistas para negar el centralismo democrático y sus normas, ha sido evitar la cuestión de tipificar unas normas claras y detalladas, o en su defecto, jugar con párrafos ambiguos en las normas para poder zafarse del castigo llegado el momento. La evasión de responsabilidades de la dirección bajo la excusa de que es «exceso de democracia», incluso una «desviación burócrata», tiene el fin de evitar rendir cuentas regularmente a la militancia. Pero si el liderazgo no rinde cuentas, ni desde la aletargada militancia se piden responsabilidades, el colapso de la organización llega por sí solo. Esto lo estamos viendo día a día en este tipo de organizaciones.
La otra táctica ha sido el apelar a «la unidad y la disciplina» de forma mecánica, intentando silenciar a la militancia y sus objeciones alegando «falta de tiempo» para el debate. A través de conversaciones privadas, la dirección utiliza la rumorología y la calumnia para intentar poner a la militancia en contra de ese individuo o grupo crítico que se ha atrevido a dudar o contra en tela de juicio algo. Si el problema es continuo, la dirección puede llegar a saltarse los reglamentos internos establecidos: como el número de personas para convocar una reunión o un congreso, todo lo que sea menester con tal de enfrentar la «amenaza». Todo este tipo de procedimientos que pueden atestiguar quien haya militado unos meses en estos sitios, ya evidencia la necia idea de tratar de «reconducir» a estas organizaciones revisionistas desde este tipo de estructuras caciquiles. No es raro ver que las direcciones revisionistas, usan una de las dos versiones contrarias al centralismo democrático, a veces combinando las dos. Es sabido que muchos partidos por ejemplo usan métodos de descentralización en el partido, que no somete a los órganos superiores o inferiores a ninguna supervisión ni crítica, y a la vez usan métodos de expulsión a quién ejerza su derecho de crítica sobre la dirigencia, por lo general pues, estos síntomas de degeneración de una variante u otra suelen estar interconectados y suelen ser visibles en los partidos revisionistas. El fin de estas formas de organización no marxistas es legitimar a la dirigencia, nada más.
El carácter de miembros que reclutan los partidos revisionistas, por lo general, dista bastante de ser miembros del proletariado ni que alberguen su moral, las exigencias para ser aceptados y mantenerse dentro del mismo no versan sobre la fidelidad a una doctrina, sino sobre la fidelidad a una dirección. De hecho, no hay un criterio selectivo a la hora de reclutar miembros, sino que se recluta simplemente para engordar las filas, no es que se prime la cantidad sobre la calidad, sino que prácticamente todo el mundo es bienvenido, siendo una de las características reconocibles la facilidad con la que otorga el carnet a sus militantes. Otra peculiaridad que indica lo poco que les importa la preparación de sus militantes para los cargos que asumen, es que a falta de gente disponible, a veces se usa la técnica basada en el trasvase de militantes de las juventudes hacia el partido. De hecho muchos de estos partidos evidencian la falta de popularización de la línea de la organización entre los adultos, cuando no el rechazo mismo de las masas, teniendo que basarse en capas más fáciles de persuadir como la juventud.
El trabajo de partido serían todas aquellas funciones básicas que sus individuos deben realizan para mantener el funcionamiento de la estructura ya creada; tareas administrativas para la supervisión de tareas, control económico del tesoro del partido y asignación de fondos para diferentes cuestiones, planes de formación ideológica internos, evaluaciones sobre las tareas cumplidas y debates sobre los próximos objetivos a trazar, etc. Por cuestiones obvias de demanda y necesidades solo una parte del tiempo del mismo tiene directa relación con la agitación y propaganda hacia elementos externos, como podría ser la captación de nuevos miembros, etc. Por lo tanto, no se puede declarar que es lo mismo realizar ciertas tareas partidistas de esta índole –y con el equivocado enfoque se le da por lo general– que estar realizando un verdadero «trabajo» de cara a las vastas masas del país; esta última tarea implica que el partido salga de su zona de confort, que tenga capacidad no solo de llegar sino de convencer a las masas que están fuera de su área de influencia, incluyendo las no politizadas. Aceptar ambas tareas como sinónimos sería autoengañarse y de paso romper la relación entre vanguardia-masas. Nos explicaremos mejor.
Los miembros de la organización revisionista no dedican la mayor parte del tiempo a elevar el nivel de conciencia general del pueblo, sino que gastan las energías de la militancia en actos rutinarios, burocráticos, aburridos y carecen de sentido. Gran parte de ellos están destinados a favorecer ese espíritu endogámico, ese culto a la autosatisfacción dentro de su círculo de adeptos.
Todo el que haya militado allí sabrá que esto es verdad. Bien conocidos son los titánicos esfuerzos de elaboración y propagación impuestos a la militancia. Carteles que, tras ser colocados, duran menos de un día. Obviamente, esta agitación visual está tan inspirada como sus plagios, basándose en mensajes manidos y en una estética que, en el mejor de los casos, causa una profunda indiferencia entre los trabajadores; en el peor, logran transmitir la imagen de ser un puñado de fanáticos.
También se programan manifestaciones en días señalados para hacer acto de presencia. No sin razón los jefes creen que «enseñar musculo» en público es una de las principales tareas del partido. Así, ordenan a la militancia publicar en sus perfiles personales en redes sociales las «labores de la militancia» realizadas, todo sin ningún tipo de preocupación por la seguridad de la organización y facilitando la identificación de sus integrantes a amigos y enemigos.
Otro activismo «rompedor» consiste en engalanar las paredes de universidades y barrios con sus pintadas, que, para variar, constan de eslóganes que no corresponden a las tareas reales del momento o que, directamente, son ridículos en su esencia, pues lejos de remover conciencias instan a la mofa.
En cuanto a la cacareada «formación ideológica» consiste, generalmente, en charlas para su propia e insulsa parroquia. En lugar de tratar en profundidad las tareas importantes para el movimiento obrero, éstas giran en torno a obviedades que cualquiera puede saber, en repasar los supuestos «éxitos del partido», siempre adornados por las arengas de los líderes, como «¡Antes morir que claudicar!», «¡Cuanto más nos golpeen con más fuerza se lo devolveremos!», «¡Nos atacan porque somos los únicos que hablamos en consecuencia!», «¡¿Dónde se va a sentir un camarada mejor que aquí, entre nosotros?» Todas ellas frases vacías repetidas hasta la náusea y que son más cercanas a rituales de autoconvencimiento de una comunidad religiosa o a un taller de coaching motivacional.
La cúpula del partido se esfuerza por organizar fiestas y vender «merchandising» entre conocidos y simpatizantes, supuestamente para «aumentar las arcas del partido», aunque en realidad lo recaudado se dilapide en tonterías o acabe en el bolsillo de los jefes.
Como se ve, estos son métodos primitivos de «agitación y propaganda», que evocan una etapa muy lejana en el tiempo, casi simiescos. ¿Y qué ocurre con las metodologías más modernas y acordes a los tiempos que corren? Pues la cosa no pinta mucho mejor. En internet, las «arduas labores» a las que se enfrenta la radican en publicar –de vez en cuando, que tampoco quieren desgastarse– breves comunicados políticos que nada aportan en lo ideológico, pues no se diferencian en nada a los de la competencia. Mientras, la mayor ocupación de la plana mayor es ordenar a la militancia «responder en masa» los «peligrosos ataques» que recibe el partido en redes sociales, iniciando grandes debates a base de memes o insultos, pero sin entrar nunca en la cuestión ideológica, ni mucho menos adjuntando documentación que argumente su apoyo a una línea determinada.
En todas estas tareas, incluso en cuestiones que podrían ser positivas si se les diera un enfoque serio y profesional, pierden todo valor cuando revisamos que la línea ideológica de estas organizaciones sobre las cuestiones fundamentales brilla por su ausencia, siendo altamente contradictoria, incumpliendo en la práctica lo anunciado en la teoría, o siendo abiertamente revisionistas hasta en sus planteamientos teóricos.
¿Realiza dicha organización algún tipo de trabajo en frentes de masas? ¡Sí, por supuesto! Por lo general participan en aquellos «frentes de masas» donde solo militan sus propios militantes, tal y como suena. Otros partidos temiendo la competencia de otras marcas o por mero afán de aparentar, sí se atreven a mandar a algunos de sus militantes hacia los frentes de masas no conocidos y dominados por el partido, pero generalmente se hace sin un estudio cabal de los medios y las posibilidades, es así que son lanzados como cristianos a los leones, por lo que no es difícil ver aparecer a estos seres desorientados, los cuales confiesan estar ahí por dirección de arriba, pero no tienen preparación alguna para las tareas asignadas ni para reaccionar ante cualquier eventualidad, en otros casos, directamente no hay directrices salvo hacer acto de presencia, y tampoco es de extrañar que las perspectivas de la dirección fuesen irreales del todo desde un principio.
¿Para qué sirven los famosos actos conjuntos de las organizaciones revisionistas que son anunciados con gran entusiasmo? Para darse a conocer y convencer a algún incauto que todavía no les conoce; para que vendan sus libros revisionistas y todo tipo de artículos, intentando de paso equilibrar el precario estado de las cuentas financieras de la organización; para que los jefes de cada partido hagan su discurso y se puedan poner la medalla delante de su militancia de que «luchan por la causa», acordando un pacto de no agresión respecto al resto de partidos asistentes; para que los cabecillas amplíen entre bastidores sus alianzas y acuerden coordinarse en proyectos más ambiciosos.
Cada comité regional, incluso cada célula de estos partidos revisionistas «barre para su parcela», muchas veces compiten entre sí, la vocación de sus líderes por buscar reconocimiento e independencia de las directrices superiores con las que no concuerdan recuerda al espíritu de las sectas políticas y es un reflejo del individualismo pequeño burgués que se respira. Bajo esta estructura gremial, la constitución o consideración del estatus de partido comunista como tal es imposible.
Siempre hemos criticado las clásicas actitudes triunfalistas de creer que por tener unas pocas células con militantes y unos pocos simpatizantes se puede autocalificar a la organización como «partido» o se puede considerar que es una organización con una influencia consolidada. Esta forma de pensar irreal lleva a la autocomplacencia y a mantenerse en mundos de fantasía, cuando la propia realidad en cuanto a medios materiales y humanos te dice que sigue habiendo mucho trabajo que hacer. Siempre se ha de partir de la realidad y a partir de ahí, ir proponiendo objetivos realistas, «no poner el carro delante de los caballos». Cuando una organización por motivos de orgullo se niega a reconocer su debilidad y a aceptar humildemente los puntos en que deben mejorar, de ahí salen ejemplos como la creación de células fantasma o endebles destinadas a fracasar.
Nuestros revisionistas modernos y su actitud liberal en materia de seguridad es casi suicida. Si algo es característico de todos estos grupos revisionistas sean del tipo que sean, es su nula preparación en materia de seguridad. Paradójicamente suelen ser partidos que se autodenominan «perseguidos por el Estado» –aunque muchos de ellos los únicos litigios legales que tienen es por cuestiones de terrorismo, peleas callejeras o venganzas frente a competidores revisionistas–. Muchos incluso declaran que viven en «países fascistas» como PCE (r)/PCOE o en un periodo de «aguda fascistización» como RC, pero a la vez, acostumbran a publicitar la vida política y personal de sus militantes, algo que solo hacen los que se toman la política como un pasatiempo más, o quien no es consciente de las posibles consecuencias para ellos, camaradas, familiares, y amigos.
Muchos de los líderes de estas organizaciones, pese a no realizar labores de transcendencia ni de relación con la lucha de clases –inclusive siendo conocidos por dedicar la mayor parte del tiempo a idioteces–, se autoperciben como «revolucionarios profesionales», pero lo cierto es que «viven a cuerpo de rey» gracias a sus cándidos militantes de base. Tampoco son ejemplo por su respeto a la seguridad de la estructura del partido, dado que sus errores han causado más de un disgusto. Para sostener esta estafa se barniza el parasitismo de los líderes máximos con la creación de un relato ficticio que ensalza sus méritos, algo de lo que se encargan sus amigos de camarilla, que no por casualidad son los que se benefician, justo detrás del líder, de la pirámide jerárquica de este ladrocinio enmascarado como «partido».
Por el tipo de actividades que desarrollan y la seriedad que ponen en su activismo podemos decir abiertamente que los líderes revisionistas no solo jamás podrán aspirar a dirigir el movimiento proletario, sino que no pueden siquiera controlar su chiringuito sin problema; es por ello que sufren de abandonos constantes y denuncias sobre lo supone realmente militar para ellos.
En su mayoría, estas organizaciones responden a los designios personales y caprichos de sus dirigentes. Por eso nos acostumbran a dar volantazos ideológicos si su bolsillo y prestigio creen que serán recompensados.
Todos ellos son fenómenos comunes en el concepto caricaturesco de militancia de estos grupos.
Estas descripciones hacen bastante justicia a varios partidos oportunistas de la actualidad, aun así, no debemos subestimar el tipo de perfil en que se fija cada dirección revisionista para reclutar «savia nueva» y mantener su chiringuito a flote, que siempre es distinto en cada caso. Mientras desde RC se fijan en jóvenes lumpenizados o de clase alta que buscan una nueva y excitante aventura ideológica, en otros casos son diferentes.
Desde el PCE (m-l) explotan las siglas del mismo y la historia antifranquista y antirevisionista que arrastró, por tanto, en este el perfil suele responder a la intención de atraer a viejos exmilitantes del PCE (m-l) o republicanos de avanzada edad, a familiares jóvenes seducidos por la épica historia real o ficticia de sus familiares. Pero la mayoría de ellos no saben nada real de la historia del partido ni tampoco tienen clara la línea actual, el colegueo y la socialización son las principales razones para que la juventud esté allí.
Como hemos dicho siempre, la disparidad de perfiles y rasgos en cada grupo revisionista siempre será así, cada corriente centra en unos rasgos que le benefician. Más ejemplos: el viejo PCE (r) se basaba en perfiles semianarquistas y de grupos nacionalistas, el PCPE o el PCOE siempre han buscado en grupos afines al viejo revisionismo prosoviético y el actual PCE busca dentro de grupos afines al socialismo del siglo XXI, más feministas y ecologistas.
Obviamente según avanza el tiempo y caen algunos regímenes en el poder, como ocurrió con el bloque de la URSS socialimperialista y sus aliados, también desaparecieran la base económica o se desgasta su principal referente ideológico internacional. Así, ciertos partidos revisionistas que jamás llegaron a tener especial relevancia pasan a mejor vida junto a sus referentes. Así ocurrió, por ejemplo, con la LCR, el MCE, o la fusión ORT-PTE, pero por contra, siempre van surgiendo nuevas corrientes ideológicas y se fundan nuevos partidos mientras sigue girando la rueda centrífuga del revisionismo, que parece que cada día quebranta más y más la confusión ideológica y organizativa.
Todo esto es normal, porque recordemos, el revisionismo nace y vive de la división, es la traición a los marxista-leninistas basado siempre en un pensamiento pseudocientífico y subjetivo, fenómenos como el arribismo o el personalismo, es tan solo el perejil de todas estas situaciones de traición y división, y responde generalmente a las propias condiciones sociales degeneradas de estos líderes. En España, podemos ver como al final casi todos estos grupos han hecho piña en el apoyo a corrientes revisionistas jruschovismo, maoísmo, juche, castrismo, tercermundismo, también se han prestado a ser en alguna de sus épocas propagandistas pagados o no del imperialismo estadounidense, ruso, chino y otros, pero esta unidad es a la vez una lucha recrudecida por tratar de captar a perfiles afines en un mercado con varios competidores.
¿Cómo expresarlo de forma amena y resumida? Lo único que hacen es lanzar fórmulas abstractas y místicas, conceptos producidos en masa e introducidos a toda prisa, como ocurriría en la cadena de montaje de una fábrica donde se trabaja a destajo. Ergo, la falta de formación ideológico estos movimientos claman al cielo. Y la verdad es que no podemos esperar menos, porque en las organizaciones políticas, se centren en lo que se centren –nacionalismo, feminismo, reformismo, anarquismo, o todo ello a la vez–, lo que exigen aquí los «directores de producción» –los jefes de estas formaciones– es poner en circulación rápidamente «mercancías» que inunden rápidamente el mercado, aunque no sean de calidad. Por eso no se preocupan de sus prestaciones –que en este caso sería la formación y desempeño del militante medio frente al público consumidor–. ¡Qué le vamos a hacer! Así operan ellos, es su naturaleza pequeño burguesa. Piensan que si no producen y lanzan tal «producto» en cadena –el militante incapacitado para toda tarea seria de agitación y propaganda– otro producto de la competencia –un militante de otra organización– será requerido y fidelizado por el consumidor –el público no politizado– en el mercado de las ideas políticas. Pero más pronto que tarde la falta de originalidad y la precariedad de su producto merma sus ganancias, lo que hace que el público no fidelizado siga comprando su mismo producto de siempre sin interesarse por el suyo –por ejemplo, la feminista sigue siendo feminista porque no ve nada atractivo en el antifeminismo que le ofrecen–, todo porque estos «artesanos» de la política no saben explicar las bonanzas y ventajas de su artículo –si es que las tuviese, que en el caso de estos movimientos resulta a veces algo sumamente dudoso–. De hecho, estos cuentistas son famosos por la «publicidad engañosa» que venden hacia los trabajadores, y su confusión de ideas vendría a ser una «obsolescencia programada» que finalmente les condena a la ruina y escisión continua.
La incomprensión de las condiciones objetivas y subjetivas
En su momento, Marx también tuvo que enfrentar en su momento a «comunistas» de este tipo, como Weitling, rufianes que hablaban día y noche con discursos populistas y semireligiosos a las masas, idealistas que pregonaba que el sistema era débil y que solo debían extender su mano para recoger los frutos de la revolución. Aparte de este exceso de optimismo, eran personas que no tenían ni la más mínima idea del proyecto que iban a llevar a cabo, salvo un par de conceptos manidos entre los socialistas utópicos. Hoy hay muchos así que tienen muy poco de marxismo y mucho de estafadores de tres al cuarto, recuerdan demasiado a determinados ilustrados del siglo XVIII, a los románticos del siglo XIX o a los positivistas del siglo XX –esos que ellos mismos tanto aborrecían por su extrema candidez–. Todos ellos albergaban una fe ciega en el progreso y la justicia de la causa, ignorando los obstáculos y esfuerzos que tienen que sortear primero para llevar a término su presunto proyecto transformador. A través de unos análisis simplistas de la situación general de su época y con recetas utópicas para la solución a sus problemas, estos pensadores vivían en una burbuja, abrazados en todo momento a un cándido optimismo que flaco favor hacía a las luchas revolucionarias. Venían a proclamar que los avances en las ciencias naturales, el desarrollo de las fuerzas productivas o el vitalismo de los hombres heroicos marcaban el «paso inexorable a una nueva era», el augurio de la «destrucción del viejo orden establecido» y la inmediata «redención de la humanidad». Lo que ocurría en realidad era que exageraban ilusamente los logros positivos de su causa, mientras a la vez se menospreciaban temerariamente los rasgos negativos que detectaban a su paso. Eran espíritus exaltados que, lejos de calibrar qué podían hacer y qué no con las limitaciones impuestas por el tiempo y los recursos, ligaban sus deseos a la realidad, y no la realidad a sus deseos. Así, mediante el voluntarismo, forzaban a poner en marcha una empresa tan épica como estúpida, destinada al fracaso de antemano, una aventura que muchas veces acompañaban de justificaciones filosóficas bañadas en la idealización de la libertad, la justicia o la ciencia, a veces con tonos casi religiosos, donde se hablaba de la «ineluctable victoria de las fuerzas del bien sobre las del mal», lo que paradójicamente producía entre muchos de sus oyentes una espera pasiva o la autosatisfacción sobre un trabajo deficiente. Los actuales referentes del izquierdismo revisionista son fieles discípulos de estos pensadores, por eso no han salido de la neblina de confusión, activismo sin reflexión y chascos que tarde o temprano causan crisis existenciales.
«Es la lógica de los intelectuales exaltados e histéricos, incapaces de realizar una labor persistente y tenaz y que no saben aplicar los principios fundamentales de la teoría y la táctica a las circunstancias que han cambiado, no saben efectuar una labor de propaganda, agitación y organización en condiciones que se diferencian mucho de las que hemos vivido hace poco. En vez de centrar todos los esfuerzos en la lucha contra la desorganización filistea, que penetra tanto en las clases altas como en las bajas; en lugar de unir más estrechamente las fuerzas dispersas del partido para defender los principios revolucionarios probados; en lugar de eso, gente desequilibrada, que carece de todo sostén de clase en las masas, arroja por la borda todo lo que aprendió y proclama la «revisión», es decir, el retorno a los trastos viejos, a los métodos artesanales en la labor revolucionaria, a la actividad dispersa de pequeños cenáculos. Ningún heroísmo de estos grupitos e individuos en la lucha terrorista podrá cambiar nada en el hecho de que su actividad como miembros del partido es una expresión de disgregación. Tiene extraordinaria importancia comprender la verdad –confirmada por la experiencia de todos los países que han sufrido las derrotas de la revolución– de que tanto el abatimiento del oportunista como la desesperación del terrorista revelan la misma mentalidad, la misma particularidad de clase, por ejemplo, de la pequeña burguesía. (...) Por lo visto, esa gente jamás se ha parado a pensar en las condiciones objetivas que originan primero una amplia crisis política y después, al agravarse esa crisis, la guerra civil. Esa gente aprendió de memoria la «consigna» de la insurrección armada, sin comprender su significado ni las condiciones en que puede ser aplicada. Por eso reniega con tanta facilidad, ante los primeros reveses de la revolución, de las consignas adoptadas sin reflexionar, a ciegas. Pero si esa: gente apreciase el marxismo como la única teoría revolucionaria del siglo XX, si aprendiese de la historia del movimiento revolucionario ruso, percibiría la diferencia que existe entre la fraseología y el desarrollo de las consignas verdaderamente revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Algunos rasgos de la disgregación actual, 1908)
La primera obligación de un partido de vanguardia del proletariado es la organización de su clase; así el objetivo estratégico fundamental en ese fin –y que pasa por la acumulación de fuerzas– no es aunar un buen número de votantes fieles para un mero «contraataque» electoral ni una política pasiva de «resistencia» armada como preconizan algunos románticos del guerrillerismo terrorista con sus atentados esporádicos. Ni ese reformismo oportunista ni ese aventurerismo desesperado llevan al movimiento hacia una acumulación real de fuerzas ni a la deseada transformación social de la que parlotean de tanto en tanto. Nosotros no estamos hablando ni de socialdemocratismo ni de anarquismo, nos referimos a una actividad seria y rigurosa que haga coincidir las «condiciones objetivas» del momento –que no dependen de nuestra voluntad– con las «condiciones subjetivas» –estas últimas son el fruto de la labor sociopolítica de un agente colectivo transformador–.
Este movimiento tiene que ser sólido en pensamiento y acción, debe contar con una línea política reconocible hasta para quien no tiene nociones políticas. Este eje es el único punto de apoyo posible que sirve para aunar a las capas más conscientes del pueblo, y si este juega sus cartas correctamente posibilitará en un futuro el aumento progresivo de sus afiliados, recursos y actividad como para poner en jaque de verdad al sistema no en palabras sino en hechos. Antes de ello, debe llegar al punto de lograr el autoconvencimiento de una parte fundamental de las masas laboriosas en torno a la línea correcta del partido. Estas deberán familiarzarse y aprobar sus propuestas y acciones, en definitiva, comprender que de su propia situación emana la necesidad de realizar la revolución para cambiar sus vidas de arriba a abajo. Esto solo puede ocurrir si dicho marco de referencia logra fabricar naturalmente cuadros cada vez más probados, con más experiencia y más eficaces, esto es, los dirigentes que puedan acumular y encabezar luchas a nivel local, regional y nacional contra las instituciones burguesas y sus fuerzas auxiliares. Esto incluye que se necesita todo tipo de gente para todos los campos imaginables: para la tribuna parlamentaria, el trabajo sindical, los artículos periodísticos o en las barricadas, choques que tomarán un carácter más o menos desagradable dependiendo del contexto político del momento.
En resumidas cuentas, estamos hablando de toda una serie de condiciones que puedan hacer a esta fuerza de oposición desencadenar finalmente la toma de poder, hacer rendir el pabellón burgués. Vale decir que el trabajo por desarrollar las condiciones subjetivas ha de darse también cuando las condiciones objetivas no son propicias, y así estar preparados organizativa e ideológicamente hablando para cuando las condiciones objetivas acaben dándose. De hecho, este retraso en la acumulación de fuerzas, esa desorganización y desideologización, es lo que hace que no se avance ni siquiera en luchas menores, lo que ha permitido al capital en crisis, desarrollar todo un enjambre de políticas encaminadas a vaciar de contenido el derecho laboral o el acceso a la sanidad y educación; es lo que ha resultado en los simpatizantes de la causa su nivel de formación política y compromiso sea escaso cuando no nulo. Es por ello, que aislando a la estructura de resolver estas tareas no puede cumplir la pretendida misión de vanguardia, como organizador de los elementos más conscientes debe ocupar, motivo por el cual se acaba zozobrando en una autosatisfacción basada en meras consignas mientras estos y otros deberes urgentes siguen sin acometerse.
«Lanzar frases sonoras es una propiedad de los intelectuales pequeño burgueses desclasados. Los proletarios comunistas organizados castigarán por esas «maneras», seguramente, con burlas y con la expulsión de todo puesto de responsabilidad, por lo menos. Hay que decir a las masas la amarga verdad con sencillez y claridad, francamente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Acerca del infantilismo «izquierdista» y del espíritu pequeño burgués, 1918)
El triunfo –o no– de la popularización de un eslogan, una línea ideológica, así como un programa, dependerá de la capacidad del colectivo de explicar su contenido en el lenguaje de las masas y de saber exponer la conexión existente entre sus reivindicaciones más inmediatas y sus deseos ulteriores de emancipación futura. Pero lejos de lo que creen los oportunistas, el grado de hostilidad o aceptación de las masas al partido revolucionario, su programa y sus eslóganes será alto o bajo no solo por la adecuación de una línea política plasmada a base de tener en cuenta la realidad –algo en lo que ya fallan la mayoría–, sino también dependiendo del trabajo que se haga entre las masas para explicar detenidamente por qué no debe temer a ciertos anatemas como el «marxismo», la «socialización de los medios de producción» o la necesidad de la «dictadura del proletariado». Hacerles comprender que estas palabras, en realidad, son acordes a sus aspiraciones actuales. En otros casos, el marxista deberá trabajar para que, en un futuro, estos conceptos sean aceptados por las capas más atrasadas. Esto no significa que estos términos deban repetirse mecánicamente sin explicar jamás su contenido de forma detallada, tal y como hacen la mayoría de grupos, sino que más vale que las masas sepan identificar en lo fundamental su significado y su necesidad, a que el partido los repita en abstracto hasta hacerlos parecer una entelequia o un mantra.
Ahora cabe mencionar que, en un periodo de desideologización y desorganización como el actual, flaco favor haríamos a nuestros propósitos emancipatorios si cayésemos en desviaciones «obreristas» y «populistas», en sentimentalismos y reduccionismos, es decir, si idealizásemos a todo aquel que llegados a un punto extremo –como el descrito atrás– finalmente se alza para defender su «derecho a comer tres veces al día» –algo que altera a cualquiera, hasta al más estoico franciscano–. Si hiciésemos tal ejercicio –que se lo dejamos gustosos al empalagoso demagogo de turno– nos estaríamos olvidando de varios aspectos de importancia máxima, empezando porque es muy posible que gran parte de la plantilla de trabajadores de la construcción, el acero, la hostelería, la alimentación o la minería han confiado, apoyado y jaleado a los partidos y sindicatos tradicionales, al «oficialismo» y sus aliados, como no pocas veces han demostrado las encuestas sociológicas y las entrevistas periodísticas. ¿Qué queremos decir? Pues que en algunos casos estamos ante una mayoría de individuos que, una vez desesperados por mantener sus medios de vida, inician actos combativos, incluso «subvirtiendo» el orden legal si es preciso, pero que faltos de una cultura política continua y orientada hacia algo mayor, una vez consiguen sus propósitos o la lucha se ha disipado, vuelven a su cotidianeidad, a su pensamiento conformista, cuando no reaccionario. Esto no es extraño, unos trabajadores se mantienen todo lo alejados que pueden de la política, otros abandonan la política desencantados, otros se reconvierten y deambulan de una corriente «oficialista» a otra, otros vuelven del ostracismo político cuando algo les toca de lleno en lo personal, y muy pocos son consecuentes con sus «ideas anticapitalistas» de por vida.
Sea como sea, una cosa es cierta: la tendencia general ha seguido siendo una sumisión al mandato burgués oficial –PP-PSOE– y a lo sumo ha virado hacia sus «alternativas» –VOX, C's, UP y Cía.–, y en muchos casos, como ya se ha dicho, solo como «castigo», ¡para tiempo después volver en forma de péndulo hacia «los partidos de confianza de toda la vida»! Si hay alguien que se resista a aceptar esto como regla general hasta ahora, será porque es un cándido que recién empieza a indagar en política española o está obnubilado con perspectivas que de optimistas son cándidas, pues de otra forma le cuadraría perfectamente esto que estamos afirmando. Basta mirar el panorama de mediados de los años 80 del siglo pasado, donde los gobiernos de Felipe González atacaron abiertamente el sistema de pensiones, los derechos laborales, el sistema educativo y llevaron a término la famosa «reconversión industrial» creando un paro masivo; y aun cuando estas medidas afectaron directamente a tantos sectores de la población, y pese a irse descubriendo algunos de los mayores escándalos de corrupción hasta entonces, el PSOE siguió cosechando mayorías absolutas en las elecciones generales. ¿Casualidad?
Comprendemos, pues, que la dirección ideológica es fundamental no solo para que los trabajadores tomen plena conciencia del horror que les rodea, sino también para que se dirijan hacia sus objetivos de forma eficiente y efectiva. Y esto no sucederá ni hoy, ni mañana, ni pasado, sin el partido revolucionario. Los hay que responderán: «¡Pero sí que existe! ¡Mirad el comunicado de mi partido!». Señores, hablamos de PARTIDO –en mayúsculas–, no de caricaturas; de un movimiento organizado que impresione e infunde temor –y no risa– a los poderosos. Si este o aquel «fuese el partido verdadero», el «marxismo-leninismo» no estaría compuesto por mil y un ejércitos confusos –a cada cual más patético–. Por supuesto, un movimiento político que nada en el fraccionalismo y que muda de posición como las serpientes cambian de piel no es garantía de nada ni puede convencer a nadie serio para sumarse a su proyecto, del mismo modo que una formación que no ostente la hegemonía en las organizaciones fabriles, agrarias, estudiantiles, vecinales y sociales carece de toda influencia para realizar cualquier acción seria, sea pequeña o de gran envergadura, sea una manifestación, una huelga o una insurrección, porque si no ha sido capaz de organizar su «corral», no puede pretender desarrollar un trabajo de masas fuera de él compitiendo con otros «gallos».
Sin esta consciencia, organización y constancia, primero en lo interno, nadie nuevo les seguirá salvo algún pequeño puñado de despistados inocentes que no durarán mucho o que no servirán más que de comparsa en una marcha fúnebre hacia la nada. ¿Y por qué optan quienes no han logrado aún solucionar ni lo primero ni lo segundo? Para empezar, lo raro es que reconozcan tales carencias. La mayoría de los que sí reconocen tales problemas optan por resolver su debilidad no tomando cartas en el asunto sobre su evidente fragilidad ideológica, ni tratando de aclarar y deslindar lo que les separa de otras formaciones, ni siquiera mejorando el trabajo de agitación y propaganda hecho hasta ahora. Ellos, simple y llanamente, piensan que lo mejor es echar balones fuera sobre su responsabilidad, buscar chivos expiatorios; en cuanto a la necesidad de solventar su falta de transcendencia la opción más rápida y factible para ellos es realizar concesiones inaceptables y pactos oportunistas en los que, además, no llevan la voz cantante. Pero, de esta manera, nunca lograrán salir del pozo, o peor, si lo hacen será a efecto de ser un actor secundario de una tragicomedia burguesa.
Ha de saberse que, sin un trabajo de organización de masas efectivo, jamás se logrará organizar la revolución, pero sin un esclarecimiento ideológico absoluto sobre a dónde se quiere ir y de qué forma, directamente, no se logrará ni siquiera ese trabajo de masas efectivo, ni mucho menos, claro está, la ansiada revolución. Esto no lo decimos nosotros, lo dice la historia. Los revolucionarios no han llegado a nada transcendente intentando ocultar sus posturas o regalándole a la pequeña burguesía los debates y terminología que se deben dar. Esto tampoco tiene nada que ver con la «parálisis por análisis» de muchos intelectuales que, prometiéndonos muy pronto sacarnos de nuestros errores con nuevas «perspectivas analíticas» sobre a qué dedicar nuestro tiempo y de qué forma –recetas, que nunca terminan de llegar, porque no pueden ordenar ni sus pensamientos–, desean que hasta entonces no nos movamos, o peor, que les hagamos caso en sus delirios intuitivos aún sin presentar argumento de peso alguno.
Entonces, por favor, señores espontaneístas, hidalgos de la indisciplina, ahorraos el ridículo hablando de «resistencia armada» cuando no tenéis capacidad ni para salir indemnes de una manifestación. No deis lecciones de «clandestinidad» cuando retransmitís en redes sociales toda la actuación de vuestra célula a cara descubierta –cenas y fiestas incluidas–. No habléis de «trabajo de masas» cuando vuestra organización no mueve a nadie salvo su parroquia y sois unos completos desconocidos para millones de personas. Se presume de algo cuando se tiene, no cuando se está igual o peor que el resto. En el mismo tono, instamos a los pusilánimes reformistas a que dejen de vendernos caminos mágicos para superar el capitalismo que no se han dado jamás y no se darán mientras el capital nacional y sus aliados internacionales tengan suficientes ánimos y fuerzas –pues no existe experiencia histórica donde la burguesía se haya rendido ni en la que no haya intentado retomar el poder por formas coercitivas–, así que parad de darnos la monserga sobre la necesidad de luchar para que el sistema respete los «derechos eternos del hombre», como la «libertad», la «democracia» y todo tipo de pamplinas iusnaturalistas. El pueblo tendrá todo eso –y más– de forma materializada cuando sea consciente de sus condiciones y de su fuerza, cuando conozca su propia historia y la mire sin temor a distinguir la gloria de los errores. Solo entonces sabrá poner los puntos sobre las íes, pues nada de provecho sacará escuchando a una panda de posibilistas que siempre le conduce a la indefensión, la derrota y la humillación.
En resumidas cuentas, ¿qué debemos saber en materia de estratégica y táctica? Como en todo, se trata de mantener un equilibrio sobrio. Si en las líneas anteriores estamos criticando el «practicismo ciego» y la «debilidad ideológica», esto no quiere decir, claro está, que para diferenciarnos del resto debamos ponernos a jugar a la «futurología», anticipando las tareas que enfrentaremos de aquí a dos años, dado que el trazar planes y perspectivas debe hacerse no «sobre el papel» y las fantasías de cada uno, sino solamente sobre la base de la situación concreta, la cual debe de haber sido bien reflexionada. Por mucho que sepamos o intuyamos «cuál será el siguiente paso», la dialéctica del tiempo puede modificarlas dándonos muchas sorpresas. Ergo, la planificación revolucionaria debe partir de atender las demandas, fortalezas y deficiencias del grupo y el entorno en que se mueve, para ello no solo hay que registrar y cuantificar lo importante a ejecutar, sino evaluar si se ha cumplido. Sin resolver esto en un «hoy» no se podrá ir concatenando un escalafón con el siguiente, es decir, no habrá «mañana». Como igual de claro que está que si en cada momento, sean tareas humildes o transcendentes, se prescinde de una brújula, de un plan de ruta a seguir, de una crítica y autocrítica sobre cada paso dado, el viaje a emprender acabará siendo una Odisea donde las circunstancias moverán nuestra nave a su antojo, solo que a diferencia de Ulises no será por culpa de los «caprichos de los Dioses» sino de nuestra propia falta de previsión. A diferencia de él nosotros no retornaremos a Ítaca, sino a la casilla de salida. Y estos «imprevistos» continuos terminarán, como les ocurrió a los marineros del héroe griego, con la desmoralización o locura de nuestras tropas.
Entonces, por favor, señores espontaneístas, ahorraos el ridículo hablando de «resistencia armada» cuando no tenéis capacidad ni para salir indemnes de una manifestación. No deis lecciones de «clandestinidad» cuando retrasmitís en redes sociales toda la actuación de vuestra célula a cara descubierta –cenas y fiestas incluidas–. No habléis de «trabajo de masas» cuando vuestra organización no mueve a nadie salvo su parroquia y sois unos completos desconocidos para millones de personas. Se presume de algo cuando se tiene, no cuando se está igual o peor que el resto. En el mismo tono, instamos a los pusilánimes reformistas a que dejen de vendernos caminos mágicos para superar el capitalismo que no se han dado jamás y no se darán mientras el capital nacional y sus aliados internacionales tengan suficiente aliento y fuerzas –pues no existe experiencia histórica donde la burguesía se haya rendido ni en la que no haya intentado retomar el poder por formas coercitivas–, así que parad de darnos la monserga sobre la necesidad de luchar para que el sistema respete los «derechos eternos del hombre», como la «libertad», la «democracia» y todo tipo de pamplinas. El pueblo tendrá todo eso –y más– de forma materializada cuando sea consciente de sus condiciones y de su fuerza, cuando conozca su propia historia y la mire sin temor a distinguir la gloria de los errores. Solo entonces sabrá poner los puntos sobre las íes, pues nada de provecho sacará escuchando a una panda de posibilistas que siempre le conduce a la indefensión, la derrota y la humillación.
La construcción del socialismo y el comunismo es imposible sin una dirección consciente
«Había que exponer públicamente la idea de que el movimiento obrero espontáneo sin socialismo equivale a un vagar en las tinieblas, que si conduce algún día al objetivo, nadie sabe cuándo será ni a costa de qué sufrimientos, y que, por consiguiente, la conciencia socialista tiene una importancia muy grande para el movimiento obrero. Había que decir también que la portadora de esta conciencia, la socialdemocracia, está obligada a introducir la conciencia socialista en el movimiento obrero, a marchar siempre a la cabeza del movimiento y no contemplar el movimiento obrero espontáneo al margen de él, no ir a la zaga». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Brevemente sobre las discrepancias en el partido, 1905)
El marxismo siempre ha valorado la importancia de las fuerzas productivas. Refresquemos la memoria:
«Son: los instrumentos de producción, con ayuda de los cuales se producen los bienes materiales; los hombres que manejan los instrumentos y efectúan la producción de los bienes materiales, por tener una cierta experiencia productiva y hábito de trabajo. Las fuerzas productivas, es decir, los medios de producción –instrumentos, máquinas, implementos, materias primas, etc.– y la fuerza de trabajo del hombre, del trabajador, son siempre los elementos absolutamente indispensables para el trabajo, para la producción material. La productividad del trabajo social, el grado de dominio del hombre sobre la Naturaleza, dependen del nivel histórico del desarrollo de las fuerzas productivas, de la perfección de los instrumentos de producción y de la experiencia productora y los hábitos de trabajo del hombre. De aquí la evidente importancia de las fuerzas productivas y de su crecimiento para la Sociedad. En cada momento histórico, la vida de la Sociedad depende de las fuerzas productivas de que dispone». (M. Rosental y P. Yudin; Diccionario filosófico marxista, 1946)
Ahora, la magnificación de su importancia siempre ha sido caldo de cultivo para todo tipo de tesis oportunistas. Quizá el caso más paradigmático sea el de la llamada «teoría de las fuerzas productivas», un fragmento del «gran legado» de la II Internacional empleado por todos los grandes oportunistas del siglo XX –desde los mencheviques hasta los trotskistas, pasando por los kautskistas–. La farsa –nos negamos a volver a llamarla «teoría»– considera que el desarrollo de las fuerzas productivas supone el factor determinante –cuando no el único– para propiciar una revolución. Así, en los países semifeudales o aquellos con un escaso desarrollo del capitalismo, es decir, aquellos aquejados por un nivel escaso del desarrollo de las fuerzas productivas y un número reducido de proletarios, los comunistas no podrían llevar a cabo la revolución ni transitar al socialismo, siendo necesaria una etapa previa de desarrollo del capitalismo. Huelga decir que esta patraña ha sido refutada por la historia en no pocas ocasiones. Desde Marx hasta Hoxha, es decir, los verdaderos revolucionarios, siempre han afirmado que, en estos países, los proletarios más avanzados, por pocos que sean, pueden contraer una alianza con aquellas clases sociales con inclinaciones revolucionarias en sus respectivos contextos con tal de resolver la cuestión anticolonial, antifeudal o cualquiera que sea; en suma, tienen la capacidad de construir el socialismo sin necesidad de pasar por un capitalismo «plenamente desarrollado» o delegar el poder político en la burguesía nacional.
Allí donde el capitalismo estaba altamente desarrollado, los partidarios de la teoría de las fuerzas productivas consideraron que la toma de poder se daría de forma mecánica, que sería algo que llegaría «más temprano que tarde». Tomaban en cuenta la proletarización de la sociedad, el alto grado de desarrollado de las fuerzas productivas y las sucesivas crisis del capitalismo y de ello concluyeron que bajo tales condiciones la victoria estaba «casi» asegurada. Esta concepción, junto a tantas otras desviaciones, como el cretinismo parlamentario, el economicismo sindicalista y el legalismo burgués, dio pie a la despreocupación por la organización y la templanza ideológica, cayendo los proletarios de estos países presos de la propaganda cultural de los medios de comunicación de la burguesía imperialista enfrascados en ilusiones de los revisionistas sobre el posibilismo. Esta basura es, por tanto, tan opuesta al marxismo en los países capitalistas desarrollados como en los subdesarrollados, pues ignora el factor subjetivo de la revolución y reduce el estallido de la misma a una suma aritmética de proletarios, o a la imposibilidad del imperialismo de resistir sus propias crisis, olvidando la conciencia política y la organización.
Pese a lo que nos dice la historia sobre a dónde acaban los grupos eclécticos y espontaneístas, todavía hay necios que piensan que, si todos los autodenominados «comunistas» se uniesen, automáticamente se tendría más de media revolución hecha. Es más, en el supuesto de que milagrosamente mañana llegasen al poder, piensan que perfectamente podrían «construir el socialismo», así lo creen, aunque en su fuero interno sepan de su total desconocimiento en cuestiones como la economía política o filosofía marxista, sin contar el hecho de que desconocen que la gran mayoría de autores en que se han educado, son revisionistas.
Pero ellos son profundamente optimistas, o mejor dicho, cándidos, en una especie de ilusa «fe en la humanidad», creen que podrán ponerse de acuerdo en el «momento oportuno», y que a las malas, a base de experimentación y bandazos se podrá solventar estos obstáculos, es decir, a base de voluntarismo. Con ello se toma al marxismo como una caricatura, no como una ciencia.
«Sobre todo los jefes deberán instruirse cada vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie. La conciencia así lograda y cada vez más lúcida, debe ser difundida entre las masas obreras con celo cada vez mayor, y se debe cimentar cada vez más fuertemente la organización del partido, así como la de los sindicatos». (Friedrich Engels; La guerra de los campesinos en Alemania, 1850)
O resumido de forma breve:
«Es imposible dirigir la edificación de la sociedad socialista sin haber dominado la ciencia». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; A la primera Conferencia de estudiantes proletarios, 1925)
Se debe comprender entonces, que:
«Las premisas objetivas y subjetivas del modo de producción socialista se crean en las profundidades del capitalismo. En las profundidades del capitalismo, las fuerzas productivas necesarias para crear un modo de producción socialista maduran espontáneamente. (...) Como enseña el leninismo y como lo confirma la experiencia de los trabajadores de la URSS y de los países de la democracia popular, la revolución proletaria, la conquista de la dictadura del proletariado, es un requisito previo necesario para el surgimiento de un modo de producción socialista. (...) Las relaciones de producción del socialismo no se forman espontáneamente, como fue el caso en las sociedades que precedieron al socialismo, sino como resultado de la actividad consciente y sistemática de los trabajadores liderados por el Estado proletario y el partido comunista». (Academia de las Ciencias de la URSS; Materialismo histórico, 1950)
Algunos aluden que «la masa», «el pueblo» puede ir delante de la «vanguardia ideológica» cuando el nivel de estos dirigentes de partido sea tan pusilánime que la repulsa espontánea de las masas sea más coherente que la supuesta «vanguardia teórica», pero esto no es más que la confirmación de que esos dirigentes no son la «vanguardia teórica» de nada, sino que van a remolque de los acontecimientos, que son pirómanos intelectuales que juegan a dar bandazos, como ocurre con los jefes revisionistas de hoy en día. Pongamos otra hipótesis que siempre sale a colación: podría darse que el partido revolucionario, gracias a su trabajo ideológico y organizativo, sea «el referente» para las masas, pero que poco después se dé una situación en que –pese a los méritos pasados– ahora la dirección objetivamente se esté equivocando, donde no vea lo que para casi todos es una obviedad desde fuera del partido. Bien, pero, una vez más, esto indicaría que la dirección no está cumpliendo su misión, que ha quebrado la relación entre partido y masa, por lo que debería ser renovada más pronto que tarde por su miopía política so pena de que las masas se rebelen abiertamente contra él. De nuevo nos hallamos ante una vanguardia que no es tal o que ha dejado de serlo. Como se ve no hay falla. Lo que existe es una confusión sorprende de conceptos entre los soporíferos revisionistas.
¿Cuál es la mentalidad habitual de los vacilantes, centristas y oportunistas de nuestros días?
Las décadas de hegemonía del revisionismo no han podido sino dejar un poso muy hondo en la mentalidad de las personas que se interesan por el marxismo.
Lo normal es la vacilación y las posiciones negacionistas de algunos (1), las fluctuaciones de personas que actúan en sus posiciones como «hombre-veleta» (2) y los simples «enamorados de las siglas» y sus posiciones seguidistas (3). En realidad, lo raro es que estas posturas causen sorpresa hoy en día, pues a la vista está el bajo nivel de formación ideológica no solo de las masas, sino de los miembros con claras inclinaciones revolucionarias, e incluso entre los abundantes autodenominados «marxista-leninistas», un triste hecho objetivo que irremediable ayuda a alimentar estas posturas antimarxistas aunque no explica todo pues también influyen la psicología de cada individuo, el factor del ambiente en que se rodea, etc.
Expliquemos un poco cada una de esas tres posiciones...
Primer caso: resulta fácil ser testigo de cómo gente que condena unas tesis o actuaciones oportunistas de un revisionismo o un individuo en particular, pero no se hace lo propio con otra rama revisionista u otro individuo diferente.
Segundo caso: otro tipo de gente mantiene una correcta posición sobre X tema, y al poco tiempo, al conectar con cualquier charlatán barato «de tres al cuarto», este es capaz de voltear su correcta posición; «de jure» se acepta algo o a alguien como contrarrevolucionario, pero en la praxis no se lucha contra él e incluso se llevan a cabo las mismas teorizaciones y prácticas contrarrevolucionarias que se perjura combatir.
Tercer caso: otros, con tal de «salvar los muebles» llegan a formular todo tipo de patéticas excusas, e incluso se llega a perdonar a sus organizaciones las mismas actuaciones que se señalan en otras y por las que se escandalizan.
Generalmente estas tres posturas, casos o tendencias, por llamarlas de alguna manera, tienen sus particulares para intentar afrontar los problemas de sus contradicciones.
El revisionista del tipo (1) argumenta que las tesis y acciones del hipotético revisionismo (A) y del hipotético revisionismo (B) no pueden ser comparados ni son de la misma naturaleza –cuando la aplastante evidencia demuestra lo contrario: sus conexiones y similitudes–. Con ello intenta cerrar la crítica al revisionismo (B) sin mucho más debate, o en su defecto se pide paciencia para evitar condenar las ultraevidentes desviaciones. Aquí se forma un curioso panorama: las mismas desviaciones del revisionismo (A), suponen, según él, un oprobio para el comunismo, una traición y dichas distorsiones deben ser combatidas, mientras que las mismas o parecidas aplicadas en el caso del revisionismo (B), son desviaciones que piden que sean entendidas en el contexto, y que se defienden como poco importantes pese a todo, subsanables y temporales, eso sí, jamás se produce una iniciativa en subsanarlas. Esto recuerda al nacionalista que ve un peligroso nacionalismo en las actuaciones ajenas, pero considera su chovinismo de referencia como sano patriotismo.
Es bastante normal que los revisionistas tengan que defender a otra corriente revisionista y la colmen de flores y la tomen como una corriente revolucionaria, esto se hace porque: (a) generalmente los revisionistas simplemente buscan defender a todo aquél que también acepte su línea; (b) porque se depende de la financiación de esa otra rama revisionista; (c) porque las desviaciones del otro revisionismo se comparten y apoyan; (d) porque se cree que si se hace bandera del otro revisionismo puede ser un buen «gancho» para engañar a las masas, porque en este caso en lo fundamental está muy asentado en gran parte del público revisionista. Como se ve aquí, para el revisionismo no priman los principios, sino el pragmatismo y el qué dirán.
El revisionista del tipo (2) lo mismo se solidariza con las críticas al oportunismo que participa en la propagación del mismo oportunismo, e incluso puede realizar las dos actividades a la vez, triste pero cierto. Estos elementos pese a tener a su alcance el material disponible de estudio, incluso pese a haberse formado lo suficiente como para no cometer errores de bulto, son de espíritu voluble y realmente deberíamos preguntarnos si realmente beneficia o perjudica que estas personas pasen por nuestras filas y sean representantes de nuestros movimientos.
El revisionista de este tipo practica por naturaleza lo que Enver Hoxha denominaba la «lucha desde el seto», esto es, que de vez en cuando lanza un par de «flechas» desde el «seto» a los oportunistas –una crítica incompleta y a veces incluso indirecta–, pero luego sale del «seto» manda sus mejores deseos a los revisionistas mientras los llama «camaradas». Estos se suelen caracterizar con frases vacuas para justificar su no combate al revisionismo como «ellos no son el enemigo real» o su variante más audaz «ahora no hay que criticarlos». ¡Preciosos sofismas! Temen la exposición de ideas, les entra pánico por el debate puro y duro, y también se preocupan por el qué dirán sus amistades políticas si se posiciona demasiado a un lado u otro. Incluso piensan que es preferible evitar el debate ya que de exponer según que opiniones se perderían militantes y simpatizantes. Como se ve, este elemento opera como si la revolución en vez de necesitar un partido pertrechado de una unidad de pensamiento y acción, necesitara de un club de amigos, y en lugar de la clarificación ideológica la «paz y armonía de diferentes ideas».
El revisionista de tipo (3) se vanagloria de militar o simpatizar con una organización con supuestamente «más años en la lucha» que ninguna, algunos incluso sacan pecho de haber participado en enfrentamientos armados. Pero salta a la vista que no puede realizar análisis propios, sino solo reproducir la burda propaganda que le inyecta ese partido y que le anima a propagar sin reflexión, pero se evade el hecho de que su organización o nunca tuvo un carácter marxista-leninista, o si lo tuvo, «hace largo tiempo que ese barco zarpó», habiendo degenerado y siendo una caricatura de lo que en un día fue. En este último caso, a estos revisionistas les gusta «vivir de las rentas», es decir, vivir de los logros históricos del partido como si esos logros –en los que muchas veces ni siquiera estaban presentes–, equilibraran las presentes desviaciones y actos traicioneros de la organización y les eximiera de toda responsabilidad. Para estos tipos toda exposición y crítica de la teoría y práctica revisionista de la organización presente, siempre es desechada por un «amor ciego» hacia las siglas, una mezcolanza de folclorismo y sentimentalismo casi religioso, aunque tampoco se debe dejar de prestar atención al hecho de que muchos elementos burocratizados de estas organizaciones incluso sacan beneficio económico de estas organizaciones o su situación personal depende de mantener el chiringuito, por lo que bajo este cóctel, no solo es normal su estoica defensa de una mentira, sino que se ven abocados a ello, pero en el caso de sus militantes de base y simpatizantes es más dramático, llegando a pedir «respeto por la trayectoria de sus líderes». Un verdadero comunista, si de verdad respetara las siglas, si quisiera defender el partido del proletariado de su patria, a su líder predilecto o a su sindicato de clase, no ocultaría, sino que expondría y espolearía toda desviación y vicio de su organización y figuras para procurar ayudarle, en cambio le entraría una repulsa casi violenta al ver como se intenta bajo fraseología y simbología traficar con los intereses de clase bajo monsergas pequeño burguesas sentimentales.
El cretinismo parlamentario y el abstencionismo permanente
Aquí condensaremos algunas losas que pesan sobre muchos por influencia de sus organizaciones revisionistas.
«En las últimas Elecciones Generales las candidaturas del PCPE, que han contado con el apoyo de UP, a pesar de todas las trabas impuestas para evitar la presencia de la opción comunista, han incrementado significativamente sus votos allá donde conseguimos vencer las barreras impuestas, lo cual es una primera expresión de un cambio en la conciencia de clase obrera. Se crean así nuevas condiciones para la lucha política revolucionaria». (Partido Comunista de los Pueblos de España y Unión Proletaria; La lucha del pueblo por el socialismo arrasará con la monarquía y el capitalismo, 5 de diciembre de 2011)
Pese a la alianza temporal de los viejos brezhnevistas del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE) con los viejos maoístas del Unión Proletaria (UP), los irrelevantes 24.000 votos del PCPE en las elecciones de 2011 respecto a los 12.000 de 2008 «no reforzaron» nada, tampoco «creó nuevas condiciones» para nada relevante para el movimiento obrero como anuncia orgullosamente Carmelo Suarez, esto no es posible porque incluso con los esfuerzos por converger con otras formaciones en las elecciones, el PCPE no tiene influencia real en la clase obrera para desatar una leve inquietud en el desarrollo político y en la conciencia general de las masas, en cambio esta maniobra de alianzas y este concepto de las elecciones ayudó crear mayor confusión entre sus propios militantes sobre el cretinismo parlamentario y el eclecticismo ideológico.
Como partido netamente electoralista, por supuesto participa en las elecciones, pero un partido así no tiene capacidad para perjudicar o no a la conciencia de los trabajadores, porque carece de una influencia real entre los trabajadores y menos ante la clase obrera como para tener ese poder de trastocar nada. Si el PCPE opinase A o B sobre las elecciones y su rol realmente no importaría demasiado pues su discurso no es elaborado, original ni tiene una influencia como para transcender, ya les gustaría a ellos que les prestase atención alguien más allá de su parroquia insulsa de nostálgicos del brezhnevismo. Lo único que han hecho hasta ahora es lo contrario del PCE (r), si éste se pone eufórico por el número de abstenciones que a las próximas elecciones baja, el PCPE en cambio se emociona por cosechar unos pocos votos más.
En el extremo opuesto, tenemos a quienes dicen que:
«Las masas hace tiempo que han perdido la fe, la esperanza y hasta la caridad en el sistema electoral y en el parlamentarismo burgués». (Partido Comunista de España (Reconstituido); Antorcha, número 6, 1999)
¿Ha perdido el pueblo trabajador su fe y esperanza en el sistema electoral parlamentario actual? Centrémonos solo en los dos grandes partidos del capital y en la participación electoral de 2000-2016 para bajar de las nubes a estos astros del análisis político.
En las elecciones del año 2000 participaron un 68,71% de la población lo que significaba una bajada del 6% respecto a las últimas elecciones generales, hubo el 44% de votos para el Partido Popular (PP) y un 34% para el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Ya entonces Don Quijote Arenas proclamaba orgulloso su épica victoria:
«Diez millones de trabajadores boicotean. (...) [Una] de las más importantes victorias, como la principal derrota que ha sufrido el régimen fascista español en muchos años». (Partido Comunista de España (Reconstituido); Resistencia, nº50, 2000)
Este personaje bañado en la metafísica más insultante a la inteligencia se adjudicaba poco menos que el mérito de esos 10 millones de votos en varias publicaciones como ésta, y como buen anarquista creía que esa parcial abstención electoral era una «victoria aplastante», abstrayéndose de toda realidad sobre los factores de ese descenso, solamente pensando como si automáticamente toda abstención fuese un rechazo consciente y revolucionario al régimen, cuando bien sabemos que hay variadas casos. Puede existir un individuo que sufre una simple indiferencia hacia la política mientras que otro emite abstencionismo de castigo pero que sigue creyendo en la democracia burguesa y el capitalismo. Se comentan los resultados como si las elecciones no demostrasen que con ese más del 65% de participación el alto grado de alienación de los trabajadores, que emitieron en torno al 78% de los votos hacia los dos grandes partidos. Además, se clamaba tal estupidez tan exageradamente optimista con un PCE (r)/GRAPO que llevaba años en decadencia y su cúpula escondida en el exilio, siendo en breve desmantelada de forma definitiva, lo cual lo hace todo más increíblemente ridículo visto con la perspectiva de los años. Pero después de descorchar las botellas de champagne francés en París tras los resultados electorales, la cúpula del PCE (r) se volvió a dar de bruces con la realidad, demostrándose en las próximas elecciones que estos resultados solamente se trataban de un leve descenso esporádico, algo normal dentro de las crisis pasajeras que se dan en el sistema, pero al fin y al cabo siendo un dato sin demasiada importancia ya que ese aumento de la abstención no podía ser capitalizados por una organización revolucionaria con peso entre las masas, en breve palabras: fue una ilusión estúpida.
En 2004, la participación en las elecciones generales fue del 75%, con un aumento del 7% respecto a las elecciones del año 2000, la distribución de votos fue del 42,59% hacia el PSOE y del 37,71% hacia el PP. La participación más baja hasta nuestros días fue en 2016 donde hay que entender que viene precedido de un período de votación en elecciones generales den 2015 y el hartazgo general a la incapacidad de los políticos de cerrar un nuevo gobierno, pese a las posibilidades de coalición entre las diferentes formaciones burguesas. Pese a este clima de cansancio y hartazgo generalizado, se tuvo el 66,48% de participación, donde el PP mantuvo el 33% y el PSOE un 22,63%, Podemos/Izquierda Unida un 13,42% y Ciudadanos un 10,6%. Esto deja bastante claro, que tras la brutal crisis político-económica iniciada en 2008, los trabajadores ha repartido sus votos entre las dos nuevas formaciones con la esperanza de revertir la situación: el nuevo socialdemocratismo de Podemos y el nuevo neoliberalismo de Ciudadanos, pero igualmente siguen teniendo grandes ilusiones en el parlamento y sobre todo en los partidos capitalistas de siempre, los cuales todavía lideran las listas de votos; y quien niegue esta evidencia es que es un iluso o un demagogo profesional.
Lenin mofándose de los semianarquistas comentaba en una de sus obras clásicas:
«¿Ha «caducado políticamente» el parlamentarismo? Esto es ya otra cuestión. Si fuese cierto, la posición de los «izquierdistas» sería sólida. Pero hay que probarlo por medio de un análisis serio, y los «izquierdistas» ni siquiera saben abordarlo. (...) En primer lugar, los comunistas «de izquierda» alemanes, como se sabe, ya en enero de 1919 consideraban el parlamentarismo como «políticamente caduco». (...) Como es sabido, los «izquierdistas» se equivocaron. Este hecho basta para destruir de golpe y radicalmente la tesis según la cual el parlamentarismo «ha caducado políticamente». Los «izquierdistas» tienen el deber de demostrar por qué ese error indiscutible de entonces ha dejado de serlo hoy. Pero no aportan la menor sombra de prueba, ni pueden aportarla. La actitud de un partido político ante sus errores es una de las pruebas más importantes y más fieles de la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y examinar atentamente los medios de corregirlos: esto es lo que caracteriza a un partido serio, en esto es en lo que consiste el cumplimiento de sus deberes, esto es educar e instruir a la clase, primero, y, después, a las masas. (...) La crítica –la más violenta, más implacable, más intransigente– debe dirigirse no contra el parlamentarismo o la acción parlamentaria, sino contra los jefes que no saben –y aún más contra los que no quieren– utilizar las elecciones parlamentarias y la tribuna parlamentaria a la manera revolucionaria, a la manera comunista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)
El grupo escindido del PCE (r) en 1994, los maoístas de la reconstitución, sin duda criticaba mucho a su antigua organización, pero no dejaba de tener su misma postula electoral:
«La única sombra que se ha ceñido sobre el arrollador triunfo derechista ha sido la abstención. Opinión que propugnaba el PCR en un comunicado que adjuntamos. Algunos partidos revisionistas –pequeño burgueses el fondo, aunque pretendan representar a la clase obrera–, como el PCPE, decidieron avalar la farsa pseudodemocrática con su participación en ella. (...) Actualmente, la mejor contribución a la causa obrera en el terreno electoral es la táctica del boicot: hacer un llamamiento rechazar la dictadura del capital deslegitimando su representación popular mediante la abstención, dirigiéndoos al mismo tiempo a la masa creciente de abstencionistas con propaga de que eleve su conciencia política hasta la comprensión de la necesidad de negar la sociedad actual mediante la Revolución Socialista Proletaria». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº31, 2000)
Los maoístas de tipo reconstitucionalista, al igual que el PCE (r) o RC, hablan constantemente de unas elecciones que sí, efectivamente, son pseudodemocráticas, pero como lo son en cualquier país democrático-burgués, en las cuales los partidos proletarios parten con franca desventaja por los motivos que ya sabemos, por tanto no están diseñadas para que el proletariado se haga con el poder, sino para obstruir su expresión a través de los mecanismos de la democracia burguesa como lo son la ley electoral, la división de poderes o las comisiones que supervisan la legalidad y transparencia en la financiación de partidos. ¿Pero por qué pese a todo ponérselo tan fácil a la burguesía? ¿Por qué los comunistas se iban a negar a explicar a las masas dentro del propio parlamento la financiación ilegal de partidos como el PP o el PSOE? ¿Por qué no explicar que partidos como el PCPE o el PCE desde que son financiados por el Estado burgués son más mansos? ¿Por qué no explicar cómo los medios de comunicación embellecen un sistema podrido precisamente porque pertenecen a los grandes empresarios y banqueros que financian a todas estas organizaciones? ¿Por qué no explicar los mecanismos burocráticos y las trampas de la propia legislación electoral burguesa? ¿Por qué no denunciar como se oponen los presuntos partidos de «izquierda» a las medidas progresistas más básicas de vivienda, desempleo o salario o antifascismo? ¿Por qué no denunciar el propio incumplimiento del programa electoral del partido del gobierno a cada paso en falso? ¿Por qué negarse a que los trabajadores oigan desde el parlamento los privilegios y desmanes de la Iglesia como hizo el propio PCE de José Díaz durante años? ¿Por qué no clamar contra la monarquía como hizo Julien Lahaut? ¿Por qué no luchar contra la represión contra el movimiento obrero y obtener mejores condiciones para su nivel de vida y su libertad de organización, como hizo Bebel toda su vida? Simplemente no lo hacen porque no quieren ensuciarse las manos, porque son unos charlatanes, unos señoritos, unos abstencionistas políticos ajenos a cualquier entendimiento marxista de lo que necesita la clase obrera para elevar su conciencia política. Las elecciones burguesas tiene su parte de falsedad democrática por estos motivos que hemos hablado, pero ellos también son unos farsantes haciéndonos creer que un comunista no tiene nada que hacer en ellas, sobre todo, cuando varios de estos grupos se autodenominan partido, cuyo deber aumenta ante este tipo de cuestiones, ya que es lógico que un círculo o un grupo de estudio no tiene tal responsabilidad que cubrir, pero no podemos decir lo mismo del presunto partido aspirante a ser la vanguardia organizada de su clase.
Para los amantes del boicot permanente, les preguntamos, ¿es la posición del boicot permanente una posición marxista?:
«Tiene el boicot un rasgo que, de pronto y a primera vista, hace que cualquier marxista sienta hacia él una repulsa voluntaria. Boicotear unas elecciones es marginarse del parlamentarismo, es algo que no puede por menos de parecer una renuncia pasiva, una abstención, un intento de escurrir el bulto». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Contra el boicot, 1907)
¿Por qué se decía esto?:
«Mientras no podamos disolver el parlamento burgués, debemos actuar contra él desde fuera y desde dentro. Mientras un número más o menos apreciable de trabajadores –no sólo proletarios, sino también semiproletarios y pequeños campesinos– tengan fe en los medios democráticos burgueses de que se sirve la burguesía para engañar a los obreros, debemos denunciar este engaño precisamente desde la tribuna que los sectores atrasados de los obreros y, en particular, de las masas trabajadoras no proletarias consideran como más importante y más autorizada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a los comunistas austriacos, 1920)
Queda demostrado que el boicot es un instrumento útil cuando existe un partido comunista con influencia, que puede arrastrar a las masas a la desobediencia del poder legal burgués, a crear formas de poder populares que rebasen ese propio poder existente, que preparen la revolución mediante la insurrección. Que un partido que siempre ha sido marginal como el PCE (r) intentase hacernos creer, al igual que otras organizaciones, que ellos llaman al boicot porque en España existe una situación casi revolucionaria y que ellos son la vanguardia que la impulsa, produce vergüenza ajena.
Los comunistas de ahora que de comunistas tienen bastante poco, deben mirar como durante el zarismo, bajo unos niveles de represión inimaginables ahora, trabajaban los miembros de la facción parlamentaria del Partido Bolchevique en la Duma, es decir, el parlamento ruso.
¿Qué diría Lenin de estos personajes que hablan una y otra vez de no participar en las elecciones porque significa «legitimar al régimen»? Pues que a lo sumo que son herederos de los oztovistas, quienes eran, anarquistas cubiertos de marxistas.
El oportunismo en el trabajo sindical
«Si no hay problema de la vida obrera, en el terreno económico, que no pueda ser utilizado con fines de agitación económica, tampoco hay en el campo político problema que no deba ser objeto de agitación política. Estas dos formas de agitación se encuentran tan indisolublemente ligadas en la actividad de los socialdemócratas como lo están entre sí las dos caras de una medalla. Tanto la agitación política como la económica son igualmente indispensables para el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado; tanto la agitación política como la económica son igualmente indispensables como orientación de la lucha de clase de los obreros rusos, pues toda lucha de clase es lucha política. Uno y otro tipo de agitación, al despertar la conciencia de los obreros, al organizarlos, disciplinarlos y educarlos para la actividad solidaria y para la lucha por los ideales socialdemócratas, les permitirán probar sus fuerzas en los problemas y necesidades inmediatos, lograr concesiones parciales del enemigo, mejorar su situación económica, obligarán a los capitalistas a tener en cuenta la fuerza de los obreros organizados y al gobierno a ampliar los derechos de los obreros, a atender sus reivindicaciones, manteniendo a ambos en constante temor anta la hostilidad de las masas obreras dirigidas por una sólida organización socialdemócrata». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Las tareas de los socialdemócratas rusos, 1897)
Sobre el tema sindical hay que decir que más allá de las características del movimiento obrero de cada país, algunos no entienden o no quieren entender que los trabajadores salvo honrosas excepciones no se autoconciencian solos. La lucha económica del sindicalismo les da ciertamente una cierta conciencia que Lenin llamó conciencia tradeunionista, pero no toda la necesaria para asimilar la ciencia del proletariado que es el marxismo-leninismo, no son conscientes completamente de su rol como clase ni de las luchas más elevadas que pueden llevar fuera del ámbito sindical. De ahí la necesidad del factor subjetivo del partido comunista que da clarividencia en los sindicatos para que los trabajadores eleven la madurez de concienciación. Pero obviamente si directamente el pretendido «partido comunista» abandona el trabajo en los sindicatos, los trabajadores por muy honestos y versados que estén en la lucha sindical caerán presos del anarco-sindicalismo, del reformismo socialdemócrata, del pragmatismo y el gremialismo, cuando no degenerarán y pasaran a formar parte de los esquiroles y del peor amarillismo sindical.
El PCE (r) con sus actitudes ha sido reacio de participar en los sindicatos reformistas y entender la importancia de alejar a los obreros de la influencia de la aristocracia obrera. Esto no es casual, ya que alaban la obra de Thälmann y como sabemos él mismo abogaba por el mismo camino, hasta que cuando se dio cuenta del error Hitler estaba en el poder y él en la cárcel. En España la reivindicación de estas teorías fueron patrimonio del PCE (r) casi sin rival, hasta que recientemente se vislumbró la aparición de RC y los también maoístas de tipo «reconstitucionalista» que tratan de copiarle la metodología anarcoide. Dentro del PCE (r) hemos visto que se preguntan de forma retórica que qué pintaría un comunista en un sindicato de masas tomado por la reacción, dando a entender que no pinta nada.
¿Vosotros que creéis lectores qué papel debe tener allí? ¿Qué opinaban los maestros de la lucha de clases sobre la cuestión sindical?
La historia de la Internacional Comunista –Internacional Comunista– dejó más que patente la necesidad de luchar contra esta desviación, subrayando la necesidad de acabar por una vez por todas:
«Contra las desviaciones oportunistas de «izquierda» que se expresan en la «teoría» izquierdista de que los obreros organizados en los sindicatos reformistas representan una masa uniforme reaccionaria, contra la subestimación izquierdista-sectaria de la táctica del frente único, contra el establecimiento de la idea de que los sindicatos reformistas son «escuelas del capitalismo», contra la actitud sectaria al trabajo dentro de los sindicatos reformistas». (Internacional Comunista; Extractos de la resolución del XIIº Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, 1932)
En sus propias obras Lenin gastó no poca tinta contra estas teorías burdas de líderes que se hacían pasar por comunistas:
«Los comunistas «de izquierda» alemanes creen que pueden responder resueltamente a esta cuestión con la negativa. En su opinión el vocerío y los gritos de cólera contra los sindicatos «reaccionarios» y «contrarrevolucionarios». (...) Pero por convencidos que estén los comunistas «de izquierda» alemanes del carácter revolucionario de semejante táctica, ésta es radicalmente errónea y no contiene más que frases vacías. (…) Tampoco pueden no parecernos ridículas, pueriles y absurdas las muy sabias, importantes y terriblemente revolucionarias disquisiciones de los comunistas de izquierda alemanes sobre este tema, a saber: que los comunistas no pueden ni deben militar en los sindicatos reaccionarios, que es lícito renunciar a semejante acción, que hay que salir de los sindicatos y organizar sin falta «uniones obreras» nuevecitas, completamente puras, inventadas por comunistas muy simpáticos –y en la mayoría de los casos, probablemente muy jóvenes–, etc., etc. Los sindicatos representaban un progreso gigantesco de la clase obrera en los primeros tiempos del desarrollo del capitalismo, por cuanto significaban el paso de la división y de la impotencia de los obreros a los embriones de unión de clase. Cuando empezó a desarrollarse la forma superior de unión de clase de los proletarios, el partido revolucionario del proletariado –que no merecerá este nombre mientras no sepa ligar a los líderes con la clase y las masas en un todo único, indisoluble–, los sindicatos empezaron a manifestar fatalmente ciertos rasgos reaccionarios, cierta estrechez corporativa, cierta tendencia al apoliticismo, cierto espíritu rutinario, etc. Pero el desarrollo del proletariado no se ha efectuado ni ha podido efectuarse en ningún país de otro modo que por los sindicatos y por su acción concertada con el partido de la clase obrera. (…) Temer este «espíritu reaccionario», esforzarse por prescindir de él, por saltar por encima de él, es una inmensa tontería, pues equivale a temer el papel de vanguardia del proletariado, que consiste en educar, instruir, preparar, traer a una vida nueva a los sectores más atrasados de las masas obreras y campesinas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)
La creencia que «cualquier crisis es la tumba del sistema»
Lo primero que hay que condenar es la ridiculez de profetizar la próxima «crisis sin precedentes» del sistema, y es que un rasgo definitorio de los charlatanes es su profetización de crisis y colapso del sistema imperante.
El PCE (r) proclamó en 1984 que:
«Pero en contra de lo que dicen los voceros de los monopolistas, ésta no es una crisis cíclica más, sino la última del capitalismo, porque ya no tiene ninguna posibilidad de recuperación, sino que se irá agravando y pudriendo e irá generando una lucha de clases cada vez más aguda que necesariamente acabará en la revolución socialista». (Partido Comunista de España (Reconstituido); Declaración del Comité Central del PCE (r), 1984)
El PCE (m-l) planteaba hace poco en su último congreso de 2019 que:
«El régimen surgido de la transición hecha para evitar una ruptura revolucionaria con el franquismo, se descompone a ojos vista. En medio de una crisis imperialista sin precedentes». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Informe general, 2019)
En 2020 nuestros simpáticos reconstitucionalistas, se sumaban al coro de profetas del revisionismo que anunciaban el fin del sistema tal y como lo conocemos:
«Otra vez, España se hunde. El orden constitucional de 1978, sobre el que las clases poseedoras de este país fijaron un renovado y democrático reparto de la explotación de los oprimidos, ya no resulta ni útil ni satisfactorio para sus progenitores. El Estado español viene enfrentando, desde la institución de su actual Carta Magna, un proceso de reconstrucción, descomposición y ruptura que presiente hoy sus días finales». (Revista Aurora; Revista por la Reconstitución del Comunismo, Nº0, 2020)
Podríamos citar múltiples ejemplos de esta mentalidad.
¡He aquí un clásico de la palabrería que hace que nadie tome en serio a los «comunistas»! ¿Cuántas veces hemos oído de los grupos y partidos pregonar que «el régimen del 78 se descompone», que «nos enfrentamos a una crisis sin precedentes»? Nos faltarían dedos de las manos y los pies para contarlas. Bien, y si tales condiciones se han dado una y otra vez, y España ni siquiera ha salido del bipartidismo político, ¿qué demuestra eso? ¿Su inutilidad? ¿Su exageración? ¿Ambas?
Uno de los rasgos históricos del trotskismo, fue profetizar eventos políticos catastróficos que nunca sucedieron. Efectivamente las sucesivas crisis capitalistas agudizan la lucha de clases, eso es un hecho, pero a falta de un factor subjetivo como es un partido marxista-leninista, la lucha de clases siempre será redirigida hacia otros cauces: echar la culpa a una fracción de la burguesía en el poder, crear un chivo espiratorio hacia una etnia o religión, entrar en guerra para desviar la atención pública, así como otras estratagemas. En general lo que sea necesario para pasar la crisis sin que sus cimientos se muevan.
Proclamar que debido al desarrollo del capitalismo esa iba la última crisis del sistema y que la revolución estaba a la vuelta de la esquina sin más, es muy parecido a la necia idea antimarxista que propulsaba Rosa Luxemburgo en su obra «La acumulación del capital» (1913); aquello de que la sociedad capitalista sólo podría resolver el problema de la acumulación de capital sólo por la expansión en las economías precapitalistas, y que cuando se han absorbido estas áreas, a no mucho tardar según ella, el capitalismo se derrumbaría como un castillo de naipes.
Este es un discurso clásico de un populista pero no de un marxista serio. Lo cierto es que el capitalismo si tiene «salida» a sus crisis como ya hemos afirmado, lo hemos visto históricamente en las últimas crisis capitalistas: rescatar a la banca privada con dinero público, cargar sobre los hombros de los trabajadores mayores horas de producción y mayores impuestos, flexibilizar los contratos laborales en beneficio del fácil despido y abaratar la indemnización, recortes en campos públicos sensibles para los trabajadores –sanidad, educación–, petición de nuevos créditos y renegociación de la deuda ya existente, devaluación de la moneda, búsqueda de nuevos mercados –incluso a costa de poder iniciar una guerra–, y muchísimas variables más que dependen del tipo de país que sea y de donde se produzcan los déficits a tratar. Estas fórmulas las que podríamos llamar las «válvulas de escape» de las que se vale la burguesía para evitar que su sistema se autodestruya por sus crisis cíclicas. Otra cosa muy diferente son los cambios de gobierno, o los cambios en las formas de dominación política.
Recetas a derecha e izquierda que no alterarán el elemento indispensable que da luz a las crisis: leyes económicas fundamentales del capitalismo –como la extracción de plusvalía, la ley del valor, el buscar asegurar los máximos beneficios posibles–.
Mientras el nivel de concienciación y organización de la clase obrera sea bajo, estas medidas serán fácilmente aplicables para la burguesía. Las futuras crisis que aguardan sin un partido marxista-leninista sólido y sin una influencia en las organizaciones de masas, no presupondrán una revolución, ni siquiera para evitar la ofensiva del capital que pretende cargar sobre los hombros de los trabajadores la crisis, ello será así porque los trabajadores desorganizados no tienen posibilidades de defenderse ni de atacar eficazmente. Por ello, estas crisis siempre les serán dolorosas y en todo caso serán aprovechadas por distintas capas burguesas ajenas al proletariado en sus luchas de poder contra la burguesía gubernamental.
La teoría de «la monarquía como base del sistema capitalista» y otros delirios del republicanismo pequeño burgués
Los miembros y simpatizantes del PCE (r) y del actual PCE (m-l) –no confundir con el antiguo–, a la vez que se afanan por calificar a todo de fascista, tienden a idealizar y embellecer la república democrático-burguesa en sus discursos, postulando que en España el fin de la monarquía sería el fin del sistema capitalista en sí:
«El Estado no es un meccano, es decir tú no puedes coger una pieza de Estado y poner otra. Que es lo piensa, mucha gente se cree bueno claro quitas al Rey pones a una República y todo continua igual. Es que eso no existe, eso no funciona así. Esto es un castillo de naipes, si tú quitas una pieza todo se viene abajo». (¿Es posible otra república burguesa en España? Respuesta de Olarieta y Rebeca Quintans, 20 de abril de 2017)
¿Cómo un presunto comunista –que domina el materialismo dialéctico e histórico– se puede atrever a decir que en caso de que la burguesía pierda al Rey su sistema político se viene abajo? ¿No ha habido casos de transiciones convulsas o relativamente pacíficas en que la monarquía se ha abolido en favor de un republicanismo y el capitalismo se ha consolidado? ¿No es la Revolución Francesa del siglo XVIII el mejor ejemplo de ello? ¿No lo fue la instauración de la II República (1848-1852), la III (1870-1940), la IV (1946-1958) o la actual V República Francesa (1958-actualidad) en dicho país, la corroboración de que dicho axioma no ha cambiado y se repite una y otra vez? Cualquier Estado burgués cuando se vea forzado por motivos económicos de crisis, por la fuerza de la clase obrera o por el motivo determinante que sea, sacrificará a su Rey si es necesario con tal de darle un lavado de cara a su dominación política. Cuando Olarieta piensa que el Estado burgués está atado al Rey, y que su caída sería la caída de todo el sistema político-económico, reproduce el mismo pensamiento idealista que cuando pensaban los GRAPO que «hacían la revolución» por intentar asesinar a las figuras clave del régimen, no entendiendo en ambos casos, que para hacer la revolución, para que haya una verdadera transformación de un sistema político-económico, la cuestión no depende de quitar a ciertas personalidades, por muy influyentes o famosas que sean, pues dichas figuras no dejan de ser representantes de un sistema sustentado por unas clases explotadoras.
Esta es una tesis que curiosamente el PCE (m-l) de 1989 repetía cuando había degenerado y se había metido en el cenagal de un republicanismo pequeño burgués:
«Se pude objetar que la forma del Estado republicano no determina el carácter de clase de dicho Estado, que existen infinidad de repúblicas reaccionarias, etc. (…) Pero de lo que se trata aquí y ahora, es de quebrar el poder político de la oligarquía española, y para lograrlo hay que destruir la forma concreta en que ese poder se organiza a escala estatal. En cuanto al carácter de la futura república los comunistas la queremos Popular y Federativa, que abra paso a la edificación del socialismo. Mas, en estos momentos y en aras del logro de unas alianzas lo más amplias posibles contra el régimen monárquico actual, no hacemos una condición sine qua non de ello». (Revolución Española; Revista ideológica del Partido Comunista de España (marxista-leninista), Nº18, 1989)
Con ello el PCE (m-l) reconocía que la lucha por una República Popular y Federativa «que abra paso a la edificación del socialismo», una frase ambigua que hoy utilizan muchos oportunistas que desean dejar la revolución y la edificación del socialismo para las calendas griegas, es decir para nunca; se renunciaba como partido de vanguardia del proletariado a popularizar su programa y a ganarse a las masas para una visión y sistema republicano de democracia proletaria. No es casualidad que por entonces empezase a coquetear con una especie de híbrido entre ideas y medidas socialistas en mitad de una república liberal democrático-burguesa, satisfaciendo los sueños de los pequeño burgueses que creen que esto es posible. Para colofón el PCE (m-l) de 1989 confesaba que siendo, según él, la lucha contra la monarquía la prioridad del momento, se sacrificará todo «en aras del logro de unas alianzas lo más amplias posibles». Y así es como un partido que sobre el plano se autodenomina comunista y representante del proletariado, se acaba fundiendo finalmente con un republicanismo abstracto y amorfo, se vuelve el furgón de cola de causas idealizadas y románticas que no conducen a ningún lado. Pues como sabemos, este tipo de republicanismo cuando llega al poder, no resuelve los problemas de la clase obrera y los trabajadores, e incluso el republicanismo de este tipo, puede ser utilizado por la burguesía para acometer un lavado de cara y salvar su poder, como denunciaba el viejo PCE (m-l) de los 70. Es un republicanismo que puede ser utilizado por distintas clases y capas sociales, así como sus agrupaciones, y donde normalmente los revisionistas al confundirse con otras organizaciones no logran la hegemonía y acaban simplemente cumpliendo un papel testimonial de comparsa de dichas ilusiones.
La renuncia a la construcción del papel de vanguardia para ir a la zaga de las capas atrasadas
«En lugar de dirigir el movimiento espontáneo, de inculcar a las masas los ideales [marxistas] y orientarlas hacia nuestro objetivo final, esta parte de los [marxistas] rusos se había convertido en un instrumento ciego del propio movimiento; y seguía ciegamente al sector de los obreros poco desarrollados, limitándose a exponer las necesidades y las exigencias de que tenían conciencia en aquel momento las masas obreras. En una palabra, permanecían inmóvil, llamando a una puerta abierta, sin atreverse a entrar en la casa. Esta parte del [marxismo] ruso se mostró incapaz de explicar a las masas obreras el objetivo final, el socialismo. (...) Consideraba todo esto como algo inútil y hasta perjudicial. Para ella el obrero ruso era un niño pequeño, al que temía asustar con ideas tan audaces». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El partido socialdemócrata ruso y sus tareas inmediatas, 1901)
Cuando el actual PCE (m-l), el PCE (r) o RC hablan de que no consideran el socialismo como objetivo inmediato porque las masas o parte de ellas «no perciben, ni entienden, como tales necesidades», es exactamente el mismo argumento que los jefes de Podemos esgrimen cuando la gente honesta pide que se realice agitación y propaganda para expulsar a la monarquía, bien, y si así fuese. ¿No se supone que deben de ser los propios partidos de «izquierda», y sobre todo, los autodenominados «marxistas» los que pongan en la agenda política cuestiones como el republicanismo o el anticapitalismo consecuente y combativo? ¿No deben de ser su programa y acción los que traten de inyectar y elevar la conciencia de clase? ¿Acaso esperan que lo hagan otros? Desde el punto de vista de la izquierda, ¿acaso esperan que lo haga la derecha? Desde el punto de vista de los marxistas, ¿acaso esperan que lo haga el revisionismo? ¿No son estas posturas la muestra más evidente de que no solo sufren una falta de hegemonía, sino que van a zaga de las capas atrasadas, siendo el hazmerreír para la burguesía?
En conclusión:
«No hay duda de que la creación de una situación revolucionaria depende ante todo de las condiciones objetivas, de que las revoluciones no se hacen según el deseo y el querer de tal o cual persona. El hecho de perder de vista esto puede conducir al aventurismo y a errores graves. Pero al mismo tiempo no hay que olvidar que el papel del factor subjetivo en la revolución. Dar al factor objetivo un papel absoluto y dejar de lado el factor subjetivo, es dejar de hecho la causa de la revolución a la espontaneidad y causa un gran daño a la clase obrera. Para la preparación de las condiciones para la revolución, además de los factores objetivos, depende en gran medida, la cuestión de cómo el partido revolucionario de la clase obrera prepara a las masas para la revolución, en qué sentido educa a las masas: en el espíritu de una lucha resuelta revolucionaria o bien en el espíritu reformista. (…) Dirigir no quiere decir de ningún modo dictar e imponer su voluntad a otros, dirigir quiere decir convencer, organizar y movilizar a las masas, dirigir sus propios esfuerzos y el de sus organizaciones sociales hacia un solo fin mostrándoles claramente los objetivos y las vías que hay que seguir para alcanzarlos». (Zëri i Popullit; A propósito de las tesis concernientes al Xº Congreso del Partido Comunista Italiano, 18 de noviembre de 1962)
Imaginemos en un esfuerzo de imaginación que en un futuro se diera el gran milagro de que un grupo como el actual PCE (m-l), junto a sus aliados revisionistas, lograse llegar al poder y tratasen de llevar a cabo su «república popular y federativa». Una vez hecho esto, ¿qué harían estos grupos? ¿Le explicaría de cero a las masas que tras años de propaganda por un vago concepto de república y un proceso constituyente, promover un capitalismo de «rostro humano» y cultura bañada en un humanismo abstracto, de repente ahora deben de hacer una revolución de tipo socialista, cuando precisamente se le ha ocultado lo que significa la dictadura del proletariado, la economía socialista o la cultura proletaria? Esto sería cómico y nefasto para sus intereses, pues lógicamente las masas no aceptarían que el partido haya estado durante años proponiendo una república que no sobrepasa el régimen burgués, posteriormente les intente convencer repentinamente que esa república por la que han luchado no es suficiente. Sin duda no conocemos un proceso así salvo en las mentes soñadoras de los oportunistas. Los marxista-leninistas, incluso cuando han cometido errores, siempre han tenido que acabar diciéndole al pueblo la verdad tarde o temprano para avanzar hacia la revolución, y en algunos casos haciendo autocrítica precisamente por saber explicarlo debidamente. Por el contrario, las experiencias que empezaron y continuaron con esa nebulosa terminología, nunca sobrepasaron el capitalismo, siguieron siendo regímenes dependientes del imperialismo o se convirtieron en propias potencias imperialistas.
Claro está que, sin mejoras inmediatas, sin liderar las luchas más básicas, no se puede tener ni credibilidad ni fuerza para acometer luchas mayores. Pero dejar de presentar la necesidad de conquistar esas tareas mayores para cuando se consigan todas y cada una de las victorias más básicas, sería drenar de contenido e intención revolucionarias de esas luchas menores, sería no asumir la necesidad de concienciación y radicalización del pueblo, y finalmente, sería hacer imposible encadenar los objetivos menores con los mayores. Pero ante lo que estamos aquí es una renuncia abierta del rol de concienciación de las masas.
Ocultar las digergencias no es internacionalismo, es una adaptación oportunista
«El internacionalismo proletario es un componente del marxismo-leninismo y está indisolublemente ligado a él. Por lo tanto, no puede haber internacionalismo proletario fuera del combate para la defensa de la precisa aplicación del marxismo-leninismo. El marxismo-leninismo enseña a evaluar correctamente desde las posiciones marxista-leninistas las enseñanzas sobre las clases y la lucha de clases de nuestra época, a determinar correctamente cuales son las fuerzas y contradicciones principales del presente, cual es el enemigo principal, los aliados a los cuales debe unirse, a mantener la doctrina sobre el rol dirigente del partido revolucionario del proletariado, a preparar el proletariado y las demás masas trabajadoras para la revolución proletaria y el establecimiento de la dictadura del proletariado, a movilizar y conducirla a luchar por la construcción del socialismo y el comunismo, a apoyar a los verdaderos partidos marxistas-leninistas y la lucha revolucionaria del proletariado de las naciones oprimidas contra el imperialismo, el socialimperialismo y la reacción nacional e internacional. Cualquiera que se abstenga de todo esto, niega el internacionalismo proletario». (Radio Tirana; El internacionalismo proletario es la ideología y el arma del proletariado mundial para la victoria del socialismo y el comunismo, 1977)
Hubo renegados, como Raúl Marco, que acuñarían la teoría de «mantener las divergencias en silencio», la cual fue una de las características ideológicas del Partido Comunista de España (marxista-leninista) mientras se sucedían eventos de importancia mientras el partido se mantenía en silencio o llegaba tarde a la polémica. Esta postura siempre es beneficiosa para los elementos oportunistas que desean eludir el debate y la confrontación de ideas, porque supone mostrar su bajo nivel teórico, perder reconocimiento, militantes o posibles aliados, y como sabemos, los revisionistas anteponen la cantidad a la calidad. Esta es una política antimarxista disfrazada de cordialidades y respeto entre organizaciones, cuando el movimiento marxista-leninista ha visto demasiadas veces como delante de sus narices como se destruían partidos y se frustraban revoluciones, todo porque diversos líderes no se aclaraban si era el momento oportuno para plantear las críticas a los camaradas o porque confiaban que dichos oportunistas se diesen cuenta de sus errores pronto. No hay tiempo de titubeos, y el llamado honor del partido y de las personas está muy por debajo de la causa general que incumbe al comunista como tal. Los partidos no deben ser tertulias ni clubs de amigos, hay que entender de una vez que el honor de unas siglas se pierde en el momento en que dicha organización se desvía. Por lo tanto, el no realizar una crítica a tiempo, cuando se cree que el partido se está desviando de los principios ideológicos, es eludir el cumplimiento de los propios estatutos del partido que manifiesta guardar la pureza de la doctrina revolucionaria. Y en el ámbito de relaciones internacionales, cometer esto mismo, el no señalar los errores conscientes o inconscientes a otros camaradas, es una falta de internacionalismo proletario manifiesta. En ambos casos no dejar prueba pública del desacuerdo ayuda al infractor a proseguir su camino desviacionista mientras parte de su militancia vive en la inopia o sencillamente en engañada y manipulada. Por supuesto la crítica debe de ser en términos camaraderiles con una exposición bien agrupada y argumentada.
Viendo cómo les fue a más de uno con esta táctica negacionista, muchos seguramente alegaran ahora a «toro pasado», que sí tenían ciertas reservas hacia la propia línea del Partido del Trabajo de Albania (PTA) cuando se estaba dando la degeneración del socialismo albanés, pero que prefirieron guardarlas dentro de la cúpula dirigente… o que se dieron debates internos, pero se decidió mantener en secretos sus conclusiones. Seguramente sea un falso argumento de estos líderes para justificarse después de ser partícipes de la hecatombe del movimiento internacional con su seguidismo. Pero en caso contrario, sería una confirmación de que visto una y otra vez los resultados, no sirve de nada el mantener el «criticismo» en círculos cerrados. Así no se ayuda a nadie, no es una muestra de internacionalismo proletario, sino de todo lo contrario. Ese criticismo hay que constarlo en público para que no haya excusas ni malentendidos a posteriori, y hay que tener informada a la militancia y hacerla partícipe de los mismos debates, de otro modo se juega el rol del «pastor y el rebaño pasivo», tan común de organizaciones que acaban burocratizadas y que venden más pronto que tarde sus principios por capricho precisamente de dirigencias oportunistas y militancia de base sin espíritu revolucionario.
El tercermundismo como bandera internacional del revisionismo
Algunos debido a sus escasos conocimientos en materia geopolítica, económica y sobre todo en líneas generales de desconocimiento del marxismo-leninismo, no solo confunden y niegan el peligro de las relaciones neocoloniales, sino que también olvidan que los países imperialistas de la actualidad siguen ejerciendo una opresión nacional y/o colonial, ante lo cual guardan un silencio o emiten declaraciones nauseabundas negando el estatus colonial que todavía existen en varios territorios, teorizando diversas tesis sobre que esos territorios «han sido asimilados e igualados» al de las metrópolis que en su día les colonizó, y que entonces, estas zonas «ya no son colonias», dando carpetazo al tema, negando la cuestión nacional y colonial en nuestra época. Esto viene de no comprender para nada el funcionamiento del sistema imperialista en estos territorios y las vicisitudes que se pueden presentar, así las maniobras y la propaganda de los gobiernos imperialistas sobre estos territorios, a los cuales niegan el derecho de autodeterminación, son seguidos a pies puntilla por estas gentes.
Otros pretenden demostrar que como en algunas ocasiones el imperialismo ha concedido la soberanía estatal y ha dejado configurarse como Estado independiente a sus viejas colonias se habría demostrado que el imperialismo ha mutado e incluso que se ha vuelto altruista hacia los países subdesarrollados. No reconocen que esta independencia estatal se ha ganado a base de lucha y sangre en la mayoría de ocasiones, y que en otras los propios imperialistas no han visto rentable el continuo gasto de la presencia militar y todo el material destinado a mantener la colonia bajo sus manos, siendo estas las causas principales de los nuevos Estados neocoloniales. Pero todavía algunos cometen otro error más vulgar, el creer que con la consecución de la independencia estatal estos países han alcanzado soberanía político-económica, proclaman automáticamente que son estandartes del antiimperialismo sin pararse a ver el desarrollo de dichos gobiernos una vez alcanzada la independencia estatal. La gran mayoría de ellos una vez adquirido la soberanía estatal han caído en la dependencia económica de los imperialistas e incluso a veces de sus mismos viejos amos coloniales, convirtiéndose así de colonias a neocolonias; independientes estatalmente, pero dependientes económicamente y por extensión políticamente. Acabaron enredados a través de deudas, pactos comerciales, invasión de capital extranjero y pactos militares que les inmovilizan.
Sin duda todos arrastran una visión tercermundista. Los herederos del titoísmo y el maoísmo, reclaman que: «Las contradicciones fundamentales del mundo actual» se debaten «entre naciones oprimidas, por una parte, y superpotencias y potencias imperialistas, por otra».
Otros proclaman que la principal contradicción reside en las pugnas interimperialistas, algo que bien podría firmar cualquier líder tercermundista. No señores, la principal contradicción de nuestro tiempo es la contradicción capital-trabajo en cada país, es decir, burguesía vs proletariado:
«El análisis de clase marxista-leninista y los hechos demuestran que la existencia de las contradicciones y las discrepancias entre las potencias y las agrupaciones imperialistas no elimina en absoluto ni relega a segundo plano las contradicciones entre el trabajo y el capital en los países capitalistas e imperialistas o las contradicciones entre los pueblos oprimidos y sus opresores imperialistas. Precisamente las contradicciones entre el proletariado y la burguesía, entre los pueblos oprimidos y el imperialismo, entre el socialismo y el capitalismo son las más profundas, son constantes, irreductibles. De ahí que el aprovechamiento de las contradicciones interimperialistas o entre los Estados capitalistas y revisionistas sólo tenga sentido cuando sirve para crear las condiciones lo más favorables posible para el poderoso desarrollo del movimiento revolucionario y de liberación contra la burguesía, el imperialismo y la reacción. Por eso, estas contradicciones deben ser explotadas sin crear ilusiones en el proletariado y los pueblos acerca del imperialismo y la burguesía. Es indispensable esclarecer las enseñanzas de Lenin a los trabajadores y a los pueblos, hacerles conscientes de que sólo una actitud intransigente hacia los opresores y los explotadores, de que sólo la lucha resuelta contra el imperialismo y la burguesía, de que sólo la revolución, les asegurará la verdadera liberación social y nacional. La explotación de las contradicciones entre los enemigos no puede constituir la tarea fundamental de la revolución ni puede ser contrapuesta a la lucha por derrocar a la burguesía». (Enver Hoxha; Imperialismo y revolución, 1978)
La creencia de que «hay que focalizar el trabajo en las organizaciones revisionistas»
En nuestros tiempos, con la inmensa lista de tareas pendientes a realizar, proponer que los marxista-leninistas deben priorizar su trabajo en «establecer puentes con todas las fuerzas» para intentar «ganarse a los elementos descontentos», cuando no existe ni siquiera una estructura seria que actúe bajo el centralismo democrático a la que derivarlos, es ilusorio, es empezar la casa por el tejado. Plantear en abstracto la «búsqueda de la unidad de todas las fuerzas que se digan marxistas» suele ser reflejo de que no se ha comprendido la necesidad del combate ideológico contra el oportunismo, y eso marca la diferencia entre un marxista consecuente y un charlatán. Pues dicho «proceso de unidad», según lo conciben estas mentes, jamás se ha dado en la historia, es más, lo que nos muestra la experiencia pasada ha sido que siempre hay una lucha implacable del marxismo contra el revisionismo; en caso del triunfo del primero sobre el segundo, hemos sido testigos de las mayores epopeyas revolucionarias del proletariado durante el siglo XX... en caso de que el segundo le gane la partida al primero, la automática pérdida del espíritu combativo de las organizaciones proletarias, y lamentablemente es en ese punto donde estamos ahora. Hemos visto una y otra vez como los grupos que defienden tales teorías a lo máximo que suelen llegar es a una unidad forzada con otros grupúsculos del mismo carácter difuso, pero tal fusión no resuelve las tareas generales acuciantes del proletariado, ni tampoco las carencias internas de estos grupos como organización, sino que se añaden problemas nuevos, ya que esta asociación ahonda la mezcolanza ideológica y la lucha de egos entre los jefes, de ahí que pronto veamos como sus caminos se separan o cómo no han avanzado en absolutamente nada. Creer que la revolución se hará a base de alianzas y uniones formales entre las distintas siglas, como si solo les separasen el nombre, es una idea tan cándida como peligrosa.
Aunque hoy existiese la deseada organización proletaria con suficientes medios como para desplegar a sus militantes en cada frente de masas, incluso contando con esos «revolucionarios profesionales» que viven y actúan a cuenta del partido, cosa que no abunda o es inexistente en la mayoría de organizaciones, esta idea de centrar el trabajo y los esfuerzos de los marxista-leninistas en el mundillo revisionista y sus focos de actuación es un pensamiento acomplejado, que claramente sobrestima lo que es el revisionismo en cuanto a influencia real, por lo que en muchas situaciones concretas supondría una pérdida de recursos y tiempo. Es más, todo este patrón táctico supone reconocer tácitamente que aún no se comprende que la mayoría de fuerzas que se autodenominan «marxistas» no solo son fuerzas oportunistas que obstaculizan la revolución, sino que no abarcan en su militancia ni en su radio de acción ni siquiera a un tercio de la población trabajadora, en algunos casos, ¡ni siquiera cuentan con los elementos más avanzados ideológicamente hablando, sino con los más retardatarios!
Todo esto, al fin y al cabo, son formas de procesar los problemas y las tareas que provienen de experiencias revisionistas no superadas. Si utilizamos la misma mentalidad y métodos que el revisionismo, conseguiremos los mismos resultados. De ahí que sea totalmente estúpido buscar la «reorganización y revitalización del movimiento marxista-leninista» enfocando las pocas fuerzas y tiempo de los revolucionarios en «tender puentes» hacia unas organizaciones, que, hablando con franqueza, llevan décadas estancados, sin hacer nada en ningún campo que se demuestre trascendente, sin representar a nadie salvo a su grupo de amigos. En resumidas cuentas, claro que la organización marxista-leninista tendrá que abrirse paso entre los elementos honestos de las organizaciones revisionistas, pero se tiende a infravalorar al público que no se ha incorporado a la política o lo ha hecho de forma sumamente vaga, el cual supone hoy la amplia mayoría, la cual es muchos casos, está libre de ciertas tendencias y manías malsanas.
Las tácticas entristas y las alianzas sin principios no solucionan las carencias del grupo
Algunos en un intento de cosechar alianzas con fines oportunistas, sacan a relucir sin venir a cuento experiencias históricas como el frente popular de 1936-1939 y proponen también la reedición de otros frentes antifascistas. Por supuesto no citan los errores y deficiencias de los comunistas en las experiencias de dichos frentes, pero olvidan algo aún más importante: la existencia de un partido comunista como tal y con una influencia arraigada, sin el cual es imposible ejercer una influencia sobre el resto de organizaciones –ni siquiera sobre el papel–.
También hay que dejar claro que los comunistas no aspiran –como propone el anecdótico Partido del Trabajo Democrático (PTD)– a mantener la independencia organizativa, y al mismo tiempo ceder el programa y el discurso para convertirse en el furgón de cola permanente de un partido socialdemócrata –Podemos–, para bendecir todas sus decisiones bajo la excusa de que es el «mal menor». El considerarse «críticos» pero no criticar ni contradecir ninguna de las decisiones de mayor calado de la organización socialdemócrata o republicana de turno, conduce a los presuntos comunistas a un callejón sin salida. Es la misma desastrosa táctica que ha hecho el Partido Comunista de Venezuela (PCE) con el chavismo durante dos décadas, cuyos resultados ya sabemos todos.
Tampoco es lícito adoptar la famosa táctica trotskista del «entrismo» en los grupúsculos revisionistas del montón manteniendo una doble militancia y permitiéndose el lujo de no criticar a la dirección «para no ser expulsados y no perder el contacto con las masas». Históricamente hemos visto como cuando estos «posibilistas» desarrollan esta táctica como fue en su día la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT) y el Partido del Trabajo de España (PTA), que pronto acabaron disolviéndose en ellas sin pena ni gloría, fenómeno que siempre ha sucedido a multitud de formaciones trotskistas y maoístas en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) o Izquierda Unida (IU), sin olvidar los fallidos intentos de los trotskistas Anticapitalistas de hegemonizar Podemos. Esto pierde aún más sentido cuando el entrismo se realiza en grupúsculos marginales.
Esta matrioska táctica nunca ha servido para absolutamente nada de valor. Para los marxistas su propósito es otro, es aspirar a mantener una posición independiente, clara y científica en todas y cada una de las cuestiones básicas, exista o no el partido revolucionario. El objetivo siempre debe de ser diferenciarse de los pseudomarxistas, para, precisamente poder aunar fuerzas con los verdaderos, para estrechar lazos y superar el primitivismo organizativo existente en todos los países en la actualidad.
El peligro del chovinismo en la cuestión nacional
La cuestión nacional parece otra de las asignaturas pendientes de nuestros revisionistas.
La eclosión de un movimiento nacional, si se quiere llamar así, no solo se dio en España con las Guerras Napoleónicas (1803-1815), se dio en Polonia, se dio en Suecia, en Rusia y en otros lugares, pero eso no significa que estas zonas estuvieran completamente desarrolladas una identidad nacional según como lo entendemos hoy. Incluso aunque dicha hipótesis pudiera ser correcta, existe algo mucho más importante que algunos olvidan: la posterior formación y reivindicación nacional de los lituanos, alemanes o ucranianos en Polonia; de los noruegos en Suecia; de los bielorrusos, georgianos kazajos, y otros en Rusia, de los catalanes o vascos en España. ¡He ahí lo ridículo de retrotraerse de forma estéril una y otra vez a la Edad Media y a la Edad Moderna de forma unilateral!
¿Alguien pretende hablarnos de la cuestión nacional con artículos de Larra de la década 30 del siglo XIX? ¿Alguien pretende en serio fundamentar la cuestión nacional de hoy con los artículos de Marx sobre España de 1854 cuando los movimientos nacionales como el vasco o el catalán no habían echado a andar? Si alguien pretende negar la nación vasca o catalana con las críticas de Larra o Marx al carlismo de los vascos como hace Pedro Ínsua o Santiago Armesilla, significa que su dominio del materialismo histórico es ínfimo, y que en cambio son grandes maestros del sofismo, como el «gran mentor» Gustavo Bueno. Esto sería como querer comparar críticamente el bajo nivel productivo del campo y la falta de industria en España que anotaba Marx, con los problemas que afronta hoy como la cuestión de la tercerización de la economía y el fenómeno del turismo, es decir, nada que ver y temas de un carácter diferente del problema que estamos hablando, un mecanicismo de manual.
Efectivamente hoy, si un pretendido marxista en España después de estudiar la historia, no reconoce y defiende el derecho de autodeterminación –y es tan ridículo como para proclamar que después de siglos enquistada la problemática nacional, es un tema meramente artificial–, no puede esperar que nosotros ni las masas se tomen en serio su «política socialista» en otros campos.
Todo el pensamiento sobre cuestión nacional de los revisionistas se basa en distorsionar una verdad histórica: que el marxismo saluda y prefiere encontrarse cuando el proletariado llega al poder un Estado grande y centralizado, no un Estado con varios problemas nacionales, descentralización económica y fragmentación legislativa y territorial. El primero facilita las tareas de socialización y coordinación de las fuerzas productivas. Pero el marxismo no actúa acorde a deseos sino a hechos, y como hemos visto antes, no es el caso de España cuando desarrolló el capitalismo. Si un marxista no reconoce el problema nacional que existe en su país, sus soluciones no irán más allá de una imposición subjetivista, que como han demostrado todos los gobiernos recientes, no sirve para frenar a los movimientos nacionales de la periferia, sino al revés, aviva sus pretensiones secesionistas que cada vez calan más entre la gente, y de paso también los rencores y trifulcas nacionales. Sobra comentar que adornar con cierto halo místico los mitos nacionales del chovinismo patrio y tachar de progreso en favor de la humanidad todo acto que conduzca a que el Estado mantenga o engulla por la fuerza a otros pueblos que no quieren formar parte del Estado, no solo es un nacionalismo ramplón imposible de camuflar, sino que es un mecanicismo antidialéctico ya refutado por la historia. Este nacionalismo, para justificar su expansionismo imperialista, cae con facilidad en la teoría menchevique que da prioridad absoluta al desarrollo técnico de las fuerzas productivas, pero no se presta demasiada atención a las relaciones de producción que imperan, ni a la lucha de clases. Lo cierto es que la historia ha demostrado que pueblos como el ruso o albanés, mucho más atrasados en relación con otras potencias imperialistas de la época, pudieron hacer la revolución proletaria y lograr un vertiginoso avance de las fuerzas productivas e incluso abanderar el progreso técnico y productivo en algunos campos como ocurrió con la URSS. Este defecto nacionalista se refleja fácilmente en personajes trasnochados como Armesilla, el cual nunca es capaz de analizar críticamente las relaciones de producción de los regímenes capitalistas-revisionistas que publicita, de los cuales incluso saluda su fuerte contenido nacionalista e incluso religioso como ocurre con el maoísmo de China, el castrismo en Cuba o el juche en Corea. Esto recuerda a los viejos falangistas españoles saludando los progresos del fascismo europeo a la hora de avivar el veneno nacionalista y el fanatismo religioso y presentarlo como un avance progresivo para la humanidad.
El chovinismo utiliza varios sofismas:
Primero. El engaño inicial se centra en hacer entender que el reconocimiento de la cuestión nacional por los marxistas, implica que los pueblos cuando sean libres de elegir –y esto solo puede ser de forma completa en el socialismo–, serán dirigidos por el nacionalismo elegirán automáticamente romper sus vínculos, lo cual es una incongruencia con la construcción del socialismo que implica la dirección de la vanguardia del partido del proletariado, que es per se internacionalista. Esto en el mejor de los casos una tesis derrotista, en el peor, una estafa argumental y consciente de un chovinista retorcido.
Segundo. La idea metafísica de que si una nación no se conforma como Estado propio perece, y que mientras no exista como Estado no existe como nación ni puede desarrollar mínimamente su idioma, su cultura, cuotas de representación poder o materia legislativa, autonomía económica.
Tercero. La falsa idea de que el reconocimiento de los derechos a una nación implica automáticamente su secesión.
Negar el auge de la conciencia nacional de los pueblos, pero querer adjudicar a tu partido como «la única organización consecuente a la hora de defender el derecho de autodeterminación» es una broma, sobre todo mientras se trata de imponer un federalismo acompañado de campañas que hieren el orgullo nacional de otros pueblos, como justamente hace RC. Ello supone tratar de imponer un federalismo unitario, forzoso, que nunca calará en los pueblos.
De la misma forma que negar la federación como posible respuesta de los pueblos en la ejecución del derecho de autodeterminación como hacen organizaciones revisionistas como hace la Escuela de Gustavo Bueno, es negar tal derecho de autodeterminación en sí. No digamos ya, de aquellos que como él, directamente se niegan a celebrar un futuro referéndum donde los pueblos elijan la libre federación, secesión o la fórmula que crean precisa. No existe mayor chovinismo.
No hay que confundir propagar y convencer a la mayoría, con decretar y exigir, incluso pese a tener razón. En la cuestión nacional y todos sus resortes como la forma del Estado que debe adquirir, debe de ser decidido de «forma democrática» y teniendo en cuenta, las «simpatías de la población», como decía Lenin. Su solución debe partir de la evidencia material y de un trabajo entre las masas para popularizar la conclusión que se ha estudiado como solución, de ahí lo absurdo de tratar de imponer los grandes y fantásticos planes de los intelectuales de poca monta. Sería olvidar conjugar el factor objetivo y subjetivo, y quedarse con una de las partes.
No menos peligroso es el seguidismo hacia los nacionalismos periféricos y sus mitos como ha hecho históricamente el PCE (r).
Aquí hay que decir que el revolucionario catalán, gallego o vasco que se niega a hacer propaganda para estrechar los lazos y luchas de su pueblo con los otros del Estado, aquel que simplemente combate el chovinismo castellano y aboga mecánicamente por la separación de su territorio, muy seguramente estará combatiendo la opresión nacional desde otro nacionalismo, pero no como un internacionalista, por tanto, no puede autodenominarse seriamente como marxista.
Es más, si dicha situación se prolonga cuando ya la clase obrera tome el poder y el régimen socialista ha suprimido la vieja opresión nacional que impedía a su nación desarrollarse, dicha demanda separatista estará fuera de lugar y será objetivamente hablando contrarrevolucionaria.
El llamado «feminismo de clase»
Con el feminismo como factor aglutinador, surgen diversos movimientos socio-políticos y filosóficos que se han convertido en moda, logrando imponer sus debates y terminología a la sociedad. «Hetero-patriarcado», «micromachismos», «cultura de la violación», «hetero-patriarcado», «brecha salarial», «techo de cristal», «violencia de género», «espacios seguros» son términos que a todos nos resultan conocidos, sepamos o no sobre feminismo. El contenido que tienen todos estos conceptos o la connotación que le agrega el feminismo desde su lógica dan como resultado la inoculación de toda una serie de perjuicios y confusiones ideológicas entre la población, y esto, como ocurre con toda corriente de moda, acaba afectando también a los elementos que, a priori, gozan de una mayor formación política, los sectores más conscientes de la población. Esta situación, salvando las distancias, es reminiscente a la de los años 60, momento en que el maoísmo era tendencia en universidades, tertulias y movimientos políticos. Claro que, después de la sucesión de grandes polémicas ideológicas, el maoísmo perdió suficiente vigor como para captar la atención en general –y, sobre todo, para engañar a las capas más avanzadas–. Pero lo valiente era haberlo combatido cuando sus picos de popularidad estaban en alza, cuando, podemos decir, era la corriente mayoritaria entre algunos movimientos políticos de la población. Lo mismo ocurre con el feminismo. Por eso es hoy, y no mañana, cuando toca combatir a esta ideología.
El feminismo centra su discurso en el «patriarcado». Pero, al igual que muchos antifascistas con el «fascismo», o muchos nacionalistas con la «nación», no saben de lo que hablan, no tienen una definición científica, empíricamente constatable y de fácil comprensión para el público general. Lo único que hacen es lanzar fórmulas abstractas y místicas, conceptos producidos en masa e introducidos a toda prisa, como ocurriría en la cadena de montaje de una fábrica donde se trabaja a destajo. Esta falta de formación ideológica que tienen los miembros de estos movimientos es notable. Y la verdad es que no podemos esperar menos, porque en las organizaciones políticas, se centren en lo que se centren –nacionalismo, feminismo, reformismo, anarquismo, o todo ello a la vez–, lo que exigen aquí los «directores de producción» –los jefes de estas organizaciones– es poner en circulación rápidamente «mercancías» que inunden rápidamente el mercado, aunque no sean de calidad. Por eso no se preocupan de sus prestaciones –que en este caso sería la formación y desempeño del militante medio frente al público consumidor–. ¡Qué le vamos a hacer! Así operan ellos, es su naturaleza pequeño burguesa. Piensan que si no producen y lanzan tal «producto» en cadena –el militante incapacitado para toda tarea seria de agitación y propaganda– otro producto de la competencia –un militante de otra organización– será comprado y fidelizado por el consumidor –el público no politizado– en el mercado de las ideas políticas. La falta de originalidad y la precariedad de su producto merma sus ganancias, hace que el público no fidelizado siga comprando su mismo producto de siempre sin interesarse por el suyo –por ejemplo, la feminista sigue siendo feminista porque no ve nada atractivo en el antifeminismo que le ofrecen–, todo porque estos «artesanos» de la política no saben explicar las bonanzas y ventajas de su artículo si es que las tuviese –que en el caso de estos movimientos es algo dudoso–. De hecho, estos cuentistas son famosos por la «publicidad engañosa» hacia los trabajadores, y su confusión de ideas vendría a ser una «obsolescencia programada» que les condena a la ruina y escisión continua.
Mucha gente nacida en los años 80, a falta de un partido marxista-leninista que pusiera los puntos sobre las íes, se ha tragado sin problemas los diversos mitos cocinados desde las instituciones políticas y las universidades burguesas. Aquí tenemos de todo. Está, por ejemplo, el famoso discurso que asegura que «el feminismo no tiene nada que ver con una lucha de sexos», sino que defiende «la igualdad de hombres y mujeres». Otros, pese a considerar al feminismo como una rama «transversal» en lo político-filosófico, piensan seriamente que sus intereses multiclasistas y su eclecticismo ideológico son perfectamente conjugables con los lineamientos fundamentales tan definidos que tiene el marxismo. Los hay que plantean que «las marxistas del siglo XIX eran las feministas de hoy», adoptando el famoso «feminismo de clase» en el que funden feminismo y marxismo como si se tratase de una misma cosa. Por último, existen los oportunistas que conocen sobradamente que «feminismo y marxismo tienen diferencias irreconciliables», pero opinan que «es imposible ganar la batalla cultural» al feminismo y, por tanto, deberíamos plegarnos ante sus términos y no enfrentarlo frontalmente pudiendo así ganarnos mejor la atención de sus huestes. ¿Es todo esto cierto estas concepciones o estrategias respecto al feminismo? La respuesta corta es no.
Ahora está de moda eso de presentar un «feminismo marxista», como dicen muchos tinglados revisionistas en España:
«Es el momento de que el feminismo recupere la tradición de lucha que hace décadas perdió, alejándose de posiciones interclasistas, integrándolo en la lucha de clases e intrínsecamente ligado a la emancipación del proletariado». (Reconstrucción Comunista; 8 de marzo: por un feminismo de clase y combativo, 2013)
Algo que han venido haciendo con su eslogan revisionista «¡Por un feminismo de clase!». Un eslogan que a su vez es copiado del brézhnevista PCPE que proclama «¡Por un feminismo de clase y combativo»!
«Por todo ello, y entendiendo el feminismo de clase como una parte orgánica integrante del resto de movimiento obrero». (Partido Comunista de los Pueblos de España; Qué diferencia al feminismo de clase del feminismo burgués, 13 de noviembre de 2013)
De nuevo una vez más nos encontramos con la falsedad histórica del llamado «feminismo marxista», diciendo que «los comunistas necesitan el feminismo» como si los comunistas no tuviesen una postura propia en la cuestión de género o directamente manipulando la historia diciendo que «los comunistas siempre han sido feministas» cuando salta a la vista histórica que los comunistas siempre han estado en contra de las explicaciones idealistas del feminismo sobre la cuestión de género.
Y la tesis absurda y antimarxista de que siempre ha habido un «feminismo proletario» y un «feminismo burgués», lo cierto es que terminológicamente hablando, y haciendo honor a la propia historia, el feminismo siempre ha sido un movimiento eminentemente burgués por mucho que los revisionistas nos quieran rescribir la historia para ganar votos y simpatías entre los círculos feministas:
«¿Cuál es el objetivo de las feministas burguesas? Conseguir las mismas ventajas, el mismo poder, los mismos derechos en la sociedad capitalista que poseen ahora sus maridos, padres y hermanos. ¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer.
Las feministas burguesas demandan la igualdad de derechos siempre y en cualquier lugar. Las mujeres trabajadoras responden: demandamos derechos para todos los ciudadanos, hombres y mujeres, pero nosotras no sólo somos mujeres y trabajadoras, también somos madres. Y como madres, como mujeres que tendremos hijos en el futuro, demandamos un cuidado especial del gobierno, protección especial del Estado y de la sociedad.
Las feministas burguesas están luchando para conseguir derechos políticos: también aquí nuestros caminos se separan: para las mujeres burguesas, los derechos políticos son simplemente un medio para conseguir sus objetivos más cómodamente y más seguramente en este mundo basado en la explotación de los trabajadores. Para las mujeres obreras, los derechos políticos son un paso en el camino empedrado y difícil que lleva al deseado reino del trabajo.
Los caminos seguidos por las mujeres trabajadoras y las sufragistas burguesas se han separado hace tiempo. Hay una gran diferencia entre sus objetivos. Hay también una gran contradicción entre los intereses de una mujer obrera y las damas propietarias, entre la sirvienta y su señora». (Aleksandra Kolontái; El Día de la Mujer, 1913)
Clara Zetkin diría sobre esto mismo:
«El comunismo, el gran emancipador del sexo femenino, no puede ser solamente el resultado de la lucha común de las mujeres de todas las clases por la reforma del sistema burgués en la dirección indicada por las reivindicaciones feministas, no puede ser solamente el resultado de una lucha contra la posición social privilegiada del sexo masculino. El comunismo sólo y únicamente puede ser realizado mediante la lucha común de las mujeres y hombres del proletariado explotado contra los privilegios, el poder de los hombres y mujeres de las clases poseedoras y explotadoras». (Clara Zetkin; Directrices para el movimiento comunista femenino, 1920)
Salvo que seas un idealista y manipulador histórico no le puedes pedir al feminismo que se abstraiga de su visión de clase burguesa y que luche por el socialismo.
Es más, incluso las figuras feministas que han tenido alguna simpatía por el proletariado, sino adoptan el marxismo, acaban naufragando en propuestas que no pasan de ser «parche» reformistas, irreales para los problemas verdaderos de los trabajadores. Pero claro, si eres un oportunista político, por supuesto que puedes proclamar que hasta los movimientos feministas luchan en pro del socialismo, ¿no existe gente que proclama que hasta el Papa lo hace? ¿Dónde está el límite? Pues depende de la graduación de las lentes revisionistas que uses.
El marxismo por tanto siempre ha estado en contra del feminismo por sus consignas sexistas y enfocadas a la autosatisfacción de un núcleo reducido de la población –las burguesas–. Se olvida que feminismo y marxismo son irreconciliables, aunque intenten apellidar al feminismo con los eufemismos de «clase» que quieran. Los intentos de apellidar al ecologismo, al nacionalismo, o al feminismo de «marxista», no es sino un intento de intentar pasar la mercancía revisionista. No nos detendremos en explicar esto, ya que está disponible toda una documentación de como autores como August Bebel, Karl Marx, Friedrich Engels o Eleonor Marx, Aleksandra Kolontái o Clara Zetkin criticaron teorías de su época hoy de moda, como la «sororidad», el proponer «organizaciones exclusivas de mujeres», subrayar la importancia de lucha por superar el «techo de cristal» o implementar «cuotas de paridad».
El problema de la «cultura lumpen»
«El lumpemproletariado también llamado subproletariado es la población obrera situada socialmente por debajo del proletariado y fuera de los procesos de producción, y socialmente marginados desde el punto de vista de su realidad político-económica. Supone un ejército industrial de reserva creado por el capitalismo e íntimamente ligado a la pauperización de la población; crece directamente proporcional a la concentración de capitales; o lo que es lo mismo, lo que en un polo es acumulación de riqueza, en el polo contrario, significa acumulación de miseria, de ignorancia, degradación moral, etc. Este margen funcionará como elemento indispensable para el sistema, para evitar el colapso del sistema, pues estos «obreros» al verse incapaces de vender su fuerza de trabajo son empujados a aceptar condiciones laborales que en otras condiciones no aceptarían, convirtiéndose de facto en enemigos de su clase y de sus propios intereses, cuando dedicándose a trabajos moralmente repudiables para sobrevivir como son los sicarios, rateros, estafadores, matones, timadores, traficantes, chivatos, dueños de burdeles, etc. En tanto no son prescindibles o una secuela indeseada como el sistema hace suponer, sino una pieza fundamental en el engranaje funcional del sistema productivo capitalista y de hecho son los que permite mantener las relaciones sociales inamovibles. La marginalidad es consustancial a la sociedad capitalista. Los hechos anteriores aunado a la alienación de este sector social mediante la cultura, la caridad, la beneficencia, los servicios sociales, etc; hacen que el lumpemproletariado adolezca de conciencia de clases, en tanto vulnerable a los dictados del sistema, y es esa la razón de que los vemos defendiendo el sistema económico que les explota y posicionados en contra del proletariado. Debe de comprenderse que este sector no se caracteriza por su inadaptación como se cree comúnmente, sino por lo contrario, una adaptación absoluta al sistema que le hace aceptar las contradicciones existentes como inherentes a la condición humana». (Equipo de Bitácora (M-L); Terminológico, 2013)
No por casualidad en los actuales tiempos los jefes de las sectas y mafias también se rodean de elementos lumpens para cubrirse las espaldas y para ejecutar trabajos sucios. Pero también ocurre lo mismo o al menos muy parecido en organizaciones revisionistas, sobre todo en las de carácter semianarquista. En muchas ocasiones, los líderes de las organizaciones como RC y Podemos, ni siquiera disimular su gusto y defensa de esta «cultura lumpen».
Hay que aclarar que a veces un sujeto que no entraría en la definición social de lumpemproletariado adopta igualmente sus mismos rasgos; esto es del todo normal y puede verse en las capas de la pequeña burguesía, la intelectualidad o incluso la propia clase obrera cuando por influencia de la presión de la clase dominante se «aburguesa» y adopta ciertos rasgos de la burguesía cuando no un lineamiento ideológico completo aún sin ser de esa misma clase social.
En la juventud de la sociedad capitalista contemporánea esto es mucho más común de lo que se cree, ya que la burguesía se ha valido de la llamada «cultura lumpen» para hacer degenerar a los miembros más susceptibles de ser influenciados, inutilizando a un sector que por sus características siempre ha sido activo y combativo.
La burguesía mediante la presión ideológica que ejerce a través de la superestructura mediante la literatura, la música, el cine, la televisión, los medios de comunicación y otros canales, proyecta –a veces directamente y otras de forma solapada– una forma de pensar y actuar que encaja con la del lumpemproletariado. Consigue así que muchos deseen emular las actitudes gansteriles de los «héroes» marginales de estas historias, formar pandillas callejeras, vanagloriarse del estilo de vestir y jerga acorde al de la pandilla que pertenecen, para ello se tatúan símbolos radicales e identificativos con el del grupo, se vuelven insensibles a la crueldad en incluso desarrollan tendencias sádicas, rinden culto a la violencia irracional y manifiestan claras expresiones patriarcales, quedan con el resto de miembros para irse de juerga a desfasarse totalmente consumiendo ingentes cantidades de alcohol y drogas duras, montar orgías o buscar gresca con otras bandas, entre tanto, viven de forma parasitaria aprovechándose de terceros o sobreviven a base de trabajos moralmente repudiables.
Esta es una forma muy más sencilla para las clases explotadoras de desviar al proletariado y el resto de trabajadores hacia su repulsa hacia los fenómenos diarios del capitalismo, de asegurarse de que, si alguno de estos miembros tenía un mínimo de inclinaciones revolucionarias, castrarlas sin más compasión inmiscuyéndolos en un juego en que incluso creen que están yendo a contracorriente del poder, cuando son sus títeres. Muchos de los casos en que el sujeto acaba lumpenizandose son porque muchos incautos, para desligarse del conservadurismo más rancio acuden a referentes ideológicos que lejos de ser una contracultura al capitalismo y la burguesía, son un subproducto de ella, o son un intento fracasado de superarla. Al igual que la forma de pensar y las actitudes lumpen como la forma de vestir extravagante, el llevar una vida sexual promiscua y el narcotizarse para evadirse de la realidad, son actitudes que no salen de la nada, sino que se apoyan en viejas corrientes de décadas y siglos pasados como: el decadentismo, el modernismo, el romanticismo, el anarquismo, el existencialismo, el hippismo, el freudismo, y un infinito etcétera. Corrientes en muchas ocasiones de la antigua intelectualidad burguesa aburrida e inconformista, de la pequeña burguesía desesperada y radicalizada, en la cual muchos de sus principios conjugan perfectamente con lo del lumpemproletariado actual, corrientes en las que a veces no se acaba sabiendo quién es el portador original de estos principios y quién los ha adoptado.
Precisamente muchos de estos elementos creen que el postureo que hacen –pues no es un compromiso real– sobre alguna causa revolucionaria les salva de que sean calificados como lumpens, pero no es así.
Es muy claro que los marxistas debemos combatir a estos grupos lumpes que de tanto en tanto se intentan instalar como organizaciones político-sociales, sobre todo aquellos que basan su reclutamiento entre los jóvenes más ilusos y desorientados, que ante falta de referencias para formarse ideológicamente, y ante la falta de perspectivas personales, entran en estos grupos.
La posición revolucionaria sobre el arte
«La literatura no puede ser nunca sino la expresión de la época: volvamos la vista a la época, y abracemos la historia de Europa de cuarenta años a esta parte. ¿Ha sido el género romántico y sangriento el que ha hecho las revoluciones, o las revoluciones las que han traído el género romántico y sangriento? Que españoles nos digan en el día que los horrores, que la sangre no está en la naturaleza, que nos añadan que el teatro nos puede desmoralizar, eso causa risa. (...) El hombre no es animal de escarmiento, y, por tanto, que el teatro tiene poquísima influencia en la moral pública; no solo no la forma, sino que sigue él paso a paso su impulso. Lo que llaman moral pública tiene más hondas causas: decir que el teatro forma la moral pública, y no está el teatro, es invertir las cosas, es entenderlas al revés». (Mariano José de Larra; Margarita de Borgoña; Drama nuevo en cinco actos, 1836)
¡Entiéndase que retrógrado son los artistas del siglo XXI que escamotean esta verdad elemental!
Aunque en primera instancia, es la moral pública –formada por unas condiciones materiales– la que da pie al teatro o la música, el arte revolucionario adquiere la función de transformar la realidad. Precisamente combatiendo la influencia de la moral pública nociva es como la puede transformar –en colectivo–. Entonces, los artistas revolucionarios no pueden ser un simple reflejo de la moral pública de su época –sobre todo en periodos de desorganización–, sino que tratan de transformar o mejorar está adelantándose, siendo vanguarda, teniendo visión de las necesidades culturales y morales del pueblo, del espectador al que se dirige su obra. Para esto cabe tener la valentía de, incluso, exponer planteamientos que, a priori, causen un gran rechazo por los prejuicios culturales e ideológicos que pueda haber en la opinión pública. Por eso mismo, el autor revolucionario, en estos casos, no renunciará a pulir al máximo sus argumentos y la forma que los envuelve, aprovechando al máximo su potencial para allanar el terreno e influir en la creación de cuadros, canciones o dibujos con espíritu crítico, en vez de crear constantes calcomanías. Si todo está en movimiento, ¿cómo iba a pretender el autor revolucionario hablar siempre de lo mismo? Entonces dejaría de ser un dialéctico, un artista de dudosos y sombríos fines, un potencial adulador. Lejos de lo que dicen los enemigos del marxismo, este método de pararse ante el mundo de forma artística, es decir, el realismo socialista, no obliga a que se deban marcar esquematismos rígidos en la cultura, al revés, se adopta todo lo progresista del pasado, y dentro de la vieja cultura progresista y de la nueva que se va creando en el devenir. Esto y no otra cosa es lo que permite una libre creación siempre que no rompa con la ideología del proletariado y sus propósitos, esto es, el socialismo científico y la construcción de una sociedad sin clases. Lo que jamás haremos es tirarnos piedras a nuestro propio tejado promocionando valores como el hooliganismo, el embrutecimiento, el individualismo, el chovinismo o el cinismo.
El idealista, «creador de mundos», sea artista o filósofo, no es sino aquel pobre hombre que impotente, quiere materializar sus deseos y esperanzas. Un artista de la Edad Antigua podía plasmar en sus obras o soñar con que los hombres volasen como las águilas, pero jamás veremos un cuadro antiguo en que los hombres viajasen en un transbordador espacial, ¿por qué? Porque era algo que no existía para la época, que no estaba en su realidad. Incluso cuando los artistas tratan de realizar obras alejadas del contexto social, incluso cuando recurren al surrealismo, no pueden dejar de utilizar formas geométricas, letras, números, símbolos, en definitiva, aspectos sacados de la vida pasada o presente, formas que son reales ahora o lo fueron en algún momento. ¿Cómo es entonces que los artistas antiguos y medievales representaban en sus cuadros dragones, grifos o basiliscos en sus pinturas? ¿Acaso existieron dichas bestias? Dichos animales son el resultado de la distorsión corpórea o la mezcla de diferentes partes de animales reales, en muchos casos su imagen se quedó grabada debido a las leyendas orales o escritas transmitidas durante generaciones, al influjo del misticismo, la sugestión, el discurso político-religioso dominante y por encima de todo: el dominio del idealismo filosófico en las mentes de aquellas personas. La creación de personajes semidivinos como Hércules o heroicos como Prometeo no eran sino la plasmación o idealización de los mejores valores a los que aspiraba el pueblo, y la creación de personajes villanos como Hera o monstruos como el Minotauro, eran la representación de lo más odiado o temido por la mentalidad popular por instituto o influjo cultural. Como dijo Gorky, este folclore, estas leyendas, eran un reflejo de los hombres y su lucha contra la naturaleza y los obstáculos en la vida social.
Pongamos el caso de una obra contemporánea de cualquiera de las «vanguardias artísticas» del siglo XX que se creían fuera de todo esto. Se hicieron famosos en el uso de colores excéntricos, pero estos no son sino una derivación de los que se encuentra en los colores de base, la exageración de luz no supone para la óptica un destello mayor de luz que el que supondría mirar al sol de cerca. No existe un arte más allá del mundo vivo y material, otra cosa es que sea más difícil de rastrear su huella, o que una obra sea tan pobre que no tenga ningún significado de valor. Si esta aplastante evidencia ocurre en autores individualistas de este tipo, ¿qué podemos decir entonces de los autores con un mínimo de pretensiones realistas en sus obras? Es por eso que el artista jamás debe perder de vista que la historia del momento y pasado de su entorno, marcan irremediablemente su obra.
«La teoría filosófica justa es necesaria para mirar perspicaz y correctamente los fenómenos de la realidad. «El valor de los problemas teóricos depende de su relación con la realidad». Belinski da una definición materialista del arte: «El arte es la reproducción de la realidad, el mundo repetido como nuevamente creado». Pero el arte no puede ni debe reflejar todos los momentos parciales, casuales de la realidad. «El poeta no debe expresar lo particular y lo casual, sino lo general y lo necesario que da el colorido y el sentido de toda su época». El valor más grande de la literatura estriba en que ayuda al pueblo a realizar la «noble y legítima aspiración de adquirir conciencia de sí mismo», conocer su situación, sus objetivos». (M. Rosental y P. Iudin; Diccionario filosófico marxista, 1946)
Respecto al arte ha habido dos grandes problemas. El primero, es que los revisionistas y los revolucionarios que aún padecen de deficiencias formativas afirman de forma liberal que «no existe cultura proletaria», que «no existen pautas para configurar algo así». También los hay que sentencian que «la cultura es neutra y, por tanto, todas las clases deben aportar parte de su cosmovisión en la nueva cultura progresista y socialista». Estos puntos de vista coinciden con los postulados del revisionismo eurocomunista, en especial con los del revisionismo francés. El Partido Comunista Francés (PCF) siempre simpatizó y se rodeó de un círculo de intelectuales que sucumbieron a la presión de la ideología burguesa, renegando así del marxismo-leninismo, como de tantos otros que nunca fueron marxistas –hablamos de los André Malraux, Pablo Picasso, André Stil, Louis Aragon, y de los Sartre–. Estos autores acabaron clamando por la «completa liberación en el arte y la cultura» amparándose en falacias repetidas hasta la náusea tales como que «Marx no se interesaba en absoluto por el arte» o «que era un ignorante en esta materia», o que Lenin «habría preconizado la libertad absoluta de creación». Aquí encontramos la razón por la que, en lugar de adherirse al realismo socialista y propagar una cultura proletaria, estos hombres ponían en práctica el famoso eslogan liberal burgués del revisionismo chino: «Que se abran cien flores y compitan cien escuelas de pensamiento». Jesús Izcaray declaraba en 1963: «Me parece que en arte no hay nada definitivamente insuperable ni indiscutiblemente superador, sólo distinto». Evidentemente, una obra política, económica o cultural no se mantiene insuperable hasta la eternidad, pero la posibilidad –o no– de su superación no puede llevar al agnosticismo y relativismo, concluyendo que, en lo tocante a la creación artística, no hay cosas mejores que otras, sólo «obras distintas». ¡¿Se imaginan aplicar el mismo baremo para la política o la economía?!
En segundo lugar, el problema es el postureo, el formalismo sin mucho contenido de fondo. En España, junto con el fenómeno del 15M en 2008, desde hace unos años, con el crecimiento de espacios en Internet como YouTube, comenzaron a proliferar un gran número de músicos adolescentes –y no tan adolescentes– que se hicieron famosos entre el público juvenil por sus consignas musicales aparentemente «combativas», «antiimperialistas» e incluso «marxistas». Todo ello fue posible porque estos nuevos referentes musicales recogieron con gusto la bandera de los viejos –PCE (r)– y nuevos partidos revisionistas –Unidas Podemos–, algo que les proporcionó un enorme público consumidor sobre el que construir su obra. Algunos son más radicales que otros, muchos se contraponen entre sí, pero coinciden en infinidad de cosas y cumplen el mismo rol desorientador en lo ideológico y en lo organizativo. Aunque parezca una broma, a consecuencia de un total desinterés sobre el arte de los «marxistas» de las últimas décadas, lo que ha predominado entre los críticos de arte oficiales y no oficiales es la máxima podredumbre sobre arte. Pero no podemos ser demasiado duros, sobre todo con nuestros amigos revisionistas, si en décadas «no han tenido tiempo» de dar al gran público un análisis profundo y lúcido sobre la causa de la restauración en la URSS o Albania –que se supone es su principal deber–, y algunos hoy incluso defienden expresiones aberrantes como el castrismo, el maoísmo o el juche sin explicar demasiado su apego, ¡como para pedirles auxilio en temas de arte!
Es realmente preocupante que elementos que se autodenominan «revolucionarios» hagan constantes referencias a sus experiencias con las drogas, unas veces con sorna, otras alardeando y otras hasta promoviéndolas, ya que con este tipo de actos del todo estúpidos manchan el buen nombre del marxismo de cara a los trabajadores, sobre todo de aquellos que han sufrido las horribles consecuencias de ellas en primera persona o a través de seres queridos. Solo los señoritos «rebeldes», como Hasél; los idiotas inconscientes, como Cuervo; o los ególatras convertidos en estrellas de la música, como Nega; pueden hacer comentarios de este tipo sin pensar en las consecuencias de su mensaje, o pasar del machismo a frases feministas «sobre el machismo que todos arrastramos». Por sus formas, por su estética, por sus declaraciones, por su modo de vida, está claro que estos artistas reproducen un rol «antisistema» que en cierta manera es beneficioso para la burguesía, son la disidencia controlada.
Estos elementos no han podido escapar de tal contagio al ser partícipes de las filas de los movimientos reformistas y anarquistas. De ahí que entre sus autores favoritos estén no solo los filósofos del revisionismo moderno, sino también los existencialistas del tipo de Schopenhauer, Nietzsche, Sartre, Bukowski y compañía. Sobra comentar lo ridículos que se ven esos «intelectuales del pueblo» que, en vez de estimular y dar esperanza al proletariado, lo bombardean con su vacío existencialista. Este es, lamentablemente, un perfil muy de moda que va a más. En cambio, el artista revolucionario lo tiene claro:
«¡Lucha escribiendo! ¡Enseña que luchas! ¡Enérgico realismo! ¡La realidad está de tu parte, ponte tú de la suya! ¡Deja que hable la vida! ¡No la violentes! ¡Sepas que los burgueses no la dejan hablar! Pero tú puedes hacerlo. Tienes que hacerlo. Escógete los temas en que la realidad es escamoteada con mentiras, alejada a empujones, cubierta de afeites. ¡Rasca el colorete! ¡Contradice, en vez de monologar! ¡Suscita protestas! Tus argumentos son el hombre que vive inmerso en la práctica y convertido en práctica, y su vida, tal como es. ¡Sé valiente, la verdad está en juego! Si tienes razón en tus conclusiones y proposiciones, entonces, entonces tienes que poder soportar la contradicción de la realidad, analizar las dificultades en su terrible totalidad, tratarlas con toda publicidad. Hazlo todo a fin de llevar adelante la causa de tu clase, que es la causa de la humanidad entera, pero no omitas nada porque no se ajusta a tus argumentos, proposiciones y… esperanzas, mejor renunciar a este tipo de argumento en un caso especial que a una verdad; pero, incluso, en este caso, insiste en que se venza la dificultad que tú presentas en toda su horridez. No luchas tú solo, también tu lector lucha contigo, si le contagias el entusiasmo por la lucha. No sólo tú encuentras soluciones, también él las encuentras». (Bertolt Brecht; Los cuatro costados del realismo, 1940)
El rap, el pop o el rock, como cualquier otro género de música, han sido hegemonizados y utilizados por el capitalismo –pues la cultura la controla el sistema económico-político existente–. Esto es cierto, pero no significa que sean unos géneros de música inservibles para el proletariado y las capas trabajadoras, ni que no hayan existido corrientes que se resistan a esa dominación. Recordemos que, en el capitalismo existe, por un lado, la cultura dominante y sus variantes, y por otro, la contracultura popular de los intelectuales al servicio del pueblo o que, al menos, eso pretenden –aunque mucha de esa cultura no se pueda consolidar sin la toma del poder y su desarrollo se quede a medio camino–. Por tanto, estos géneneros, como muchos otros, pueden ser unos estilos musicales combativos, siempre que se les imprima un sello de clase alejado de las influencias burguesas y pequeño burguesas. Precisamente su dinamismo en la parte musical y vocal hacen de ellos un medio excelente para difundir la ideología emancipadora, mientras que otros estilos, como el tecno, son más cuestionables, pues difícilmente pueden cumplir ese rol a razón de la ausencia de un componente vocal, complicándose enormemente el mensaje a transmitir, pero, gran parte de la música clásica tampoco cuentan con partes vocales y han entrado en la historia como piezas de arte atemporales, las cuales nos evocan todo tipo de emociones humanas, algunas con una estrecha relación con espisodios nacionales y revolucionarios.
Incluso si analizamos las cuestiones meramente secundarias, este tipo de géneros, como el rock o el rap pueden tener unas estructuras musicales mucho menos formalistas que otros géneros. Aunque, como todo género musical, cuando se comercializa, tiende a degenerar hacia la simplicidad, hacia bases musicales que son machaconamente repetitivas, careciendo de dinamismo y, por defecto, limitando enteramente el desarrollo técnico de la música, por lo que en el sujeto no se produce un desarrollo cognitivo durante la creación o ejecución de dicha estructura musical.
Sea como sea, es innegable que las estructuras de cada estilo animan hacia un estado de ánimo determinado. Mientras que el ska imprime un ritmo festivo, el heavy mental imprime uno de dureza, pero ambos géneros no son excluyentes con un mensaje ligado a lo sociopolítico. Es este, y no otro, el principal problema actual de la música y el motivo por el que no cumple un papel revolucionario y efectivo en nuestra sociedad. En primer lugar, hay una falta de compromiso político de la mayoría de grupos musicales, algo normal dada la falta de interés político. En segundo lugar, el ya mencionado eclecticismo ideológico de quienes sí realizan música política. En tercer lugar, se peca no de la ausencia de mensaje político, sino de su extrema simplificación, pues el artista es incapaz de innovar ni de ir más allá de un par de temas y frases manidas que aburren hasta a sus propios fans.
El músico, al igual que el poeta o el ensayista, debe tener presente siempre que el mensaje que va a transmitir debe ser entendido por su público sin hacer de este un lenguaje indescifrable, ni siquiera ambiguo. El artista que incurre en este error jamás estará cumpliendo con su misión. Podrá acertar, quizás, en la parte musical, pero estará fallando en la parte política, algo inadmisible cuando hablamos de un músico comunista.
La izquierda retrógrada y la izquierda posmoderna frente al colectivo LGTB
Algunos de los más grandes pensadores del marxismo manifestaron su apoyo a la despenalización de la homosexualidad en sus respectivos países, después de la Revolución Bolchevique de 1917 la homosexualidad fue despenalizada hasta 1934, donde lamentablemente se reintrodujo. Debería recordarse que Alemania, albergó fama por tener grandes filósofos, eruditos y músicos, entre cuyas filas había famosos homosexuales. Sin ir más lejos, conocidas son las inclinaciones sexuales de figuras históricas como Federico II de Prusia, uno de los más prestigiosos militares y estadistas del XVIII. Esto echa abajo la teoría reaccionaria de que los homosexuales no son diestros en cuestiones de gobierno, económicas, militares, etc. Considerar la homosexualidad como un producto del fascismo o, incluso, como una herramienta de la burguesía, no solo no es cierto, sino que es una tesis anacrónica, dado que la homosexualidad llevaba milenios existiendo, manifestándose en todo tipo de clases sociales. Eliminando el fascismo y la burguesía, la homosexualidad no desaparecería, ello era un pensamiento sin sustento –y bastaba con observar lo que ocurría en la propia URSS–. ¿Cómo iba a ser la homosexualidad producto del nazismo, o viceversa, si los homosexuales empezaron a ser uno de los blancos principales del nazismo tras su llegada al poder en 1933? ¿Y la homosexualidad de hace miles de años, burguesa también? Un sinsentido. En el nuevo Código Penal de 1960, introducido en las diferentes repúblicas de la URSS, se mantuvo la misma carga penal, por lo que el jruschovismo no cambió un ápice esta legislación. Las reformas al Código Penal de 1991 tampoco despenalizaron la herencia de los códigos penales anteriores, algo que sucedió finalmente en 1993. El 11 de julio de 2013, el «gran progresista» Putin –el entrecomillado es por el PCE (r) y su afinidad a dicha figura–, publicó una ley contra la propaganda homosexual, siendo actualmente uno de los países más homófobos de toda Europa. Lamentablemente, estas posiciones homófobas fueron asumidas siempre por todas las organizaciones revisionistas, desde socialdemócratas, trotskistas, maoístas, hasta izquierdistas de todo color —destacando los guevaristas–, por lo que no es una desviación del «stalinismo» como pretenden.
Los trans, gays, lesbianas, etc. con dinero –ricos o medianamente ricos– no se ven hoy bajo el capitalismo con mayores problemas para afrontar ofensas, prejuicios, con trabas para asumir los pleitos legales o vivir una vida a todo tren, de la misma forma que sus contrapartes heterosexuales adinerados. Pero no así los LGTB proletarios; estos suelen tener bastantes más problemas para manifestar sus condiciones sexuales y encontrar trabajo bajo un ambiente laboral sin dificultades. Su problema fundamental, en tanto que se dé, es de clase, siendo la cuestión de género algo revelado como un «problema» complemento al primero; he ahí la ineluctable vinculación entre ambas cuestiones, primando, como siempre, la cuestión social, la cuestión de clase. ¿Y en el comunismo? Ya en el transcurso a la sociedad sin clases sociales estas personas trans encontrarán una mayor comprensión hacia su idiosincrasia, pues los obstáculos sociales y económicos con los que se encontraban desaparecerán rápidamente. El fin de la explotación del hombre por el hombre eliminará las antiguas trabas sociales, económicas y culturales que el devenir histórico ha mantenido por razones egoístas o absurdas. De este modo, los estereotipos de género perderán su sentido, dando lugar a la completa liberación de ambos sexos para poder, así, desarrollar libremente su vida. En cambio, en una sociedad dividida en clases sociales, dividida entre poseedores y desposeídos, estas dinámicas jamás podrán ser erradicadas, pues los roles de género han sufrido –y seguirán sufriendo– remodelaciones constantes por parte de las clases explotadoras, siendo que estos cambios no siempre se producen en base a un supuesto progresismo, respondiendo, muy por el contrario, en la mayoría de ocasiones a las necesidades productivas del capitalismo. En multitud de países capitalistas, debido a la necesidad de tener que incorporar a la mujer al tejido productivo, al empuje del movimiento obrero y femenino por la lucha por sus derechos, las evidencias científicas o, simplemente, con tal de ajustar el país al impulso de una nueva mentalidad y legislación proveniente de aquellos otros que dominaban el panorama internacional, las sociedades han ido superando los viejos estereotipos, como que el azul es color de hombres y el rosa de mujeres, o que los hombres carecen de empatía mientras las mujeres carecen de capacidad de dirección y mando. Así, al estar desvaneciéndose los roles de género que antaño separaban a hombres y mujeres en trabajos arquetipo, formas de pensar y gustos claramente diferenciados, este tipo de cuestiones, como que el género y el sexo de un individuo no se correspondan, no verán su importancia aumentar, sino disminuir. Esto es algo que, gradualmente, ocurre –y seguirá ocurriendo– como pasó con la homosexualidad en su día.
Dicho esto, es sencillo apreciar que el objetivo de grupos como RC o Bastión Frontal no es aclarar la confusión entre sexo y género en la que incurren algunos colectivos LGTB, sino simple y llanamente aprovechar las excentricidades del movimiento para sacar a relucir su odio contra el colectivo LGTB, calificándolos infundadamente como gente con problemas mentales. Hay que dejar claro de una vez que rechazar las absurdas propuestas del ecologismo, el feminismo o el movimiento LGTB más influenciado por el posmodernismo, cayendo en posiciones retrógradas –reproduciendo esquemas tránsfobos u homófobos o abanderando un negacionismo del papel del hombre en el cambio climático– se asemeja más a la posición política de la derecha tradicional que a otra cosa, ese no es el camino del revolucionario, sino de un pseudorevolucionario. En su momento se destapó cómo el propio Martín Licata se dedicaba a insultar a los transexuales, insinuando que todos eran prostitutos y enfermos, del mismo modo que hemos sido testigos de cómo Roberto Vaquero o Santiago Armesilla han realizado ataques similares hacia la comunidad LGTB con argumentos desfasados.
El único problema que el marxismo puede tener con el movimiento LGTB, organizado y no organizado, no gira entorno a la identidad ni a la orientación sexual de sus miembros, sino entorno a la falta de conciencia de clase entre sus miembros que pertenecen a la clase obrera. Creyéndose estar reafirmando su personalidad, caen con demasiada frecuencia en los peores vicios burgueses; es decir, se convierten en personas cuya mayor preocupación es tratar de ganar suficiente dinero para vestir de forma glamurosa y mantener un tren de vida lleno de desfases, aceptando dogmas provenientes del feminismo como que ser promiscuo es sinónimo de «empoderamiento». Ni qué hablar de que, en medio de todo esto, la atención hacia el estudio, formación y organización política brilla por su ausencia. Debido a esto, es normal que muchas veces prolifere el apoliticismo como una forma de enmascarar su hedonismo individualista. En otros casos, dada su nula preocupación ideológica, a muchos integrantes del colectivo no parece importarles dar apoyo a figuras e ideólogos conocidos por su carácter conservador –salvo en lo relativo a la cuestión LGTB–, puesto que «caen en simpatía». En el caso de las organizaciones LGTB, todo se reduce a reivindicaciones y actividades rutinarias y formales como comunicados, pancartas, charlas y manifestaciones, muchas veces ocasionales y, por supuesto, centradas exclusivamente en las demandas del colectivo LGTB. Pero por lo general, si por algo se caracterizan estos grupos, es por caer presos del primer demagogo de «izquierda» que les promete atención para su colectivo, en especial los reformistas. Es por ello que Podemos ha convertido los colectivos LGTB en su feudo, misma cosa que ocurre con el feminismo. Si alguno se pregunta por qué hoy el Día del Orgullo Gay se ha convertido en una fiesta mediática interclasista, donde prima la diversión, en vez de un día de lucha y reivindicación, debe mirar, al igual que ocurre con la banalización del Primero de Mayo, hacia los partidos ante los cuales se arrastra el movimiento LGTB o el movimiento obrero actual
¿Por qué los revisionistas son, pese a todo, débiles?
Lo anterior ya debería convencer al lector de que las agrupaciones revisionistas tienen un techo de crecimiento más que evidente.
Los revisionistas, pese a su nivel de financiación y pese a que algunos hayan llegado a tener grandes militancias, objetivamente son sumamente débiles porque no pueden sostener un discurso y una línea coherente en el tiempo, lo que hace que entre sus filas siempre prime más la cantidad que la calidad, cuando en otros casos esa incoherencia hace que no pasen de ser grupúsculos sin importancia porque ya hay otros impostores ocupando su lugar.
Los nuevos grupos oportunistas como RC o los antiguos como el PCE (r), son aquellos que se dedica a responder a las críticas del adversario lanzando acusaciones sin pruebas, diciendo que son espías, provocadores, y diversos enemigos infiltrados, esto lo hace tanto las direcciones como las militantes manipuladas por ella. Ridículo y patético a partes iguales. Precisamente Marx fue acusado de espía y de mil cosas más por Herr Vogt. Lenin fue tachado de agente alemán y traidor de la nación por los eseristas y mencheviques en el momento de mayor auge de los bolcheviques. Durante los debates de Stalin con los trotskistas estos últimos hicieron circular el rumor de que Stalin era un viejo agente de la Ojrana, la policía secreta zarista. En España Elena Ódena como líder del PCE (m-l) sería acusada tanto por los enemigos de dentro del partido como de fuera de ser una agente provocadora, como así hicieron los hermanos Diz de la fracción de 1976 o los jefecillos del PCE (r).
Como se ve, más allá de rumores y acusaciones sin fundamento, los oportunistas a lo largo de la historia se han caracterizado por intentar difamar a sus adversarios para eludir el debate político, pero la historia no les ha recordado nunca como los vencedores de la polémica ni tampoco por ser figuras de relevancia para el movimiento obrero, incluso a la postre se ha revelado que quienes tenían contactos de dudosa moral con el enemigo de clase eran ellos, en cambio sus opositores, los marxistas, sí han transcendido en la historia por llevar razón en dichas polémicas y por confirmar la mayoría de sus previsiones.
Para fortuna nuestra, el transcurrir histórico destapa las carencias de los revisionistas poco a poco viendo como exige el método marxista-leninista del conocimiento de la verdad, que la teoría llevada a la práctica es donde se comprueba si realmente las teorías de los supuestos «marxista-leninistas» son ciertas, por ello el tiempo y la actividad práctica de los revisionistas van dando muestras y pruebas evidentes a las masas de su propia falsedad e inconsistencia.
Esto no puede dejar de ser así, ya que los revisionistas solamente responden a las críticas externas con rumorología y acusaciones sin respaldo, pretendiendo ignorar la montaña de críticas argumentadas de sus rivales, al final los simpatizantes y militantes de la propia organización dudan de la capacidad de sus líderes, de sus debilidades en el debate, es entonces cuando su halo mitificado de líderes infalibles sufre una brecha, y al tiempo, el mito cae por sí solo. Poco a poco se van dando cuenta que para la dirección no es importante solventar los errores de la organización que se denuncian y se van acumulando, sino que todo es un teatro donde lo importante es la apariencia, donde el show, la farsa debe continuar pase lo que pase para que los jefes siempre puedan seguir sintiéndose importantes en su pequeño mundo, pero sobre todo porque quieren seguir aprovechándose del rédito que sacan a esta estafa que han montado, de la cual se aprovechan de las cuotas y de todos los ingresos extra que cobran a la militancia.
Cuando este punto de inflexión ocurre –y tarde o temprano siempre ocurre entre los más avanzados–, algunos elementos empiezan a ver que las críticas externas no son tan descabelladas, y cuando finalmente abandonan la organización, son conscientes de que lo que advirtieron en su momento, tanto las críticas internas como externas, eran del todo razonables, arrepintiéndose de no haberlas hecho caso antes. Ya hemos visto casos históricos donde muchos elementos por culpa de no querer ver la realidad y de sus vacilaciones, cuando la evidencia ha superado todo lo soportable para ellos y han querido desmarcarse de formar parte de un movimiento degenerado y contrarrevolucionario, ha sido demasiado tarde como para no haber sido cómplices absolutos y conscientes, algo que incluso les deja secuelas por su cobardía y problemas en que se han metido. He por ello que los marxistas cuando se dirigen a las organizaciones revisionistas, deben realizar las críticas y promover el esfuerzo de autocrítica entre los militantes de base para que se den cuenta de que, si se consideran a sí mismos revolucionarios honestos, no tienen nada que hacer en estos lugares donde no van a poder lograr sus propósitos. Decimos esto ya que, por supuesto, los jefes de estos movimientos no ejecutarán este ejercicio autocrítico, porque no está en su mentalidad, para ellos la crítica solo sirve de herramienta para deshacer rivales y competidores internos o externos, y la autocrítica solo se recuerda como eslogan, pero jamás se aplica en la praxis. Normalmente el militante podrá ser testigo como de la primera, la crítica, es utilizada indiscriminadamente sin atenerse en la realidad, simplemente todo se reduce a desacreditar a sus rivales internos y externos de la organización con cuestiones secundarias. La segunda, la autocrítica, si por alguna razón extraordinaria la cúpula se ve obligada a tener que usarla, será en alguna ocasión excepcional de crisis para intentar salir del paso sin sufrir muchos daños ante la militancia, eludiendo asumir la mayoría de las responsabilidades fundamentales y negándose a investigar las causas reales de los errores.
¿Qué actitud debemos tener con los militantes y exmilitantes de las organizaciones oportunistas?
Celso, filósofo del siglo II, ya describió así el pensamiento dogmático y anticientífico de la religión cristiana:
«Los que creen sin examen todo lo que se les dice se parecen a esos infelices, presas de los charlatanes, que corren detrás de los metragirtos, los sacerdotes de Mitra, o de los sabacios y los devotos de Hécate o de otras divinidades semejantes, con las cabezas impregnadas de sus extravagancias y fraudes. Lo mismo acontece con los cristianos. Ninguno de ellos quiere ofrecer o escrutar las razones de las creencias adoptadas. Dicen generalmente: «No examinéis, creed solamente, vuestra fe os salvará». (Celso; Discurso verdadero contra los cristianos, siglo II)
El propio Engels repetiría:
«Los primeros cristianos eran de una credulidad inaudita en relación con todo lo que parecía convenirles». (Friedrich Engels; Contribución a la historia del cristianismo primitivo, 1894)
Esto es aplicable no solo a los seres religiosos sino a gran parte de todo el mundillo revisionista y sus sectas de seguidistas, fanáticos, crédulos y sentimentalistas.
Pero como siempre decimos, nuestros documentos no están destinados para los jefes recalcitrantes de esas organizaciones ni para los hooligans amantes de las siglas y de la historia ficticia de secta a la cual rinden culto, sino para la gente con un espíritu crítico se pueda replantear según qué cosas aceptadas por falta de información o sentimentalismo, por tanto, si sirve para hacer reflexionar, aunque sea a una sola persona, el trabajo ya habrá valido la pena.
No debemos escatimar en paciencia para desmitificar muchas cosas tomadas por normales dentro del comunismo por las masas, debemos abrazar a cada simpatizante que se quiera informar por nuestra doctrina y explicarle en palabras comprensibles para él todo lo necesario, lo mismo decimos para los militantes de otros partidos antimarxistas que quieran indagar y se cuestionen verdaderamente su pensamiento en pro de la objetividad científica:
Tenemos como ejemplo la explicación del búlgaro Georgi Dimitrov sobre el apoyo que los marxista-leninistas y su partido deben otorgar a los elementos apolíticos o incluso a los elementos de partidos revisionistas, anarquistas o reformistas que se replantean la validez de sus posiciones y las de sus partidos. Él comentaba que este sostén debe nacer de la experiencia de las propias masas, de los baches de la dirigencia, de la persuasión que los revolucionarios ejercen demostrando que dichos tropiezos no son casualidad, sino que nacen de una política irradiada por su política burguesa, que su línea limita a las masas trabajadoras de toda posibilidad de triunfar hasta en cualquier tema de segundo orden. De igual forma comentaba que ha de entenderse el grado de velocidad en miembros de tal calibre a la hora de mudarse a posiciones revolucionarias, lo que no implica ser condescendientes o consentir los vicios y manías que los militantes o simpatizantes arrastran por razones varias. De hecho, cuando más se rebaje el nivel, más proclive será la organización a sufrir los defectos de los partidos revisionistas, por lo que debe de haber un equilibrio para exigir acorde a la situación concreta del individuo.
Hoy en diferentes agrupaciones revisionistas algunos de sus militantes simpatizan con nosotros y nuestra línea, ya que notan una honda diferencia entre nuestros argumentos y los de su organización. Algunos dirán que no pueden alegar nada en contra de nuestras críticas hacia sus organizaciones, que la mayoría de nuestras exposiciones son ciertamente irrefutables y que nuestro nivel de clarificación ideológica ciertamente es muy necesario en estos tiempos de suma confusión.
A continuación, apelando al sentimentalismo tradicional, añadirán el pero de que «también hay gente válida y honesta» en estos sitios. Nos dirán que eso se puede ver si echamos un vistazo a las filas de los actuales partidos revisionistas: como el actual PCE (m-l), PCOE, PCTE, PCE (r), PCE, RC y muchos otros nuevos y viejos, aseguran que lo mismo se puede decir de organizaciones republicanas: como Rps o REM, incluso juran que lo mismo cabe decir de reformistas: como Podemos o IU. Bien, ¿qué responder a esto? Lo que hemos dicho siempre. ¿Que existen militantes honestos y válidos en todos estos sitios? No lo negamos. Seguramente algunos estarán ahora mismo en un proceso interno de fuertes contradicciones ideológicas a resolver, mostrando claras discrepancias con su dirección regional o nacional, y replanteándose ciertas cosas de importancia sobre la línea de estos partidos, la cual no se corresponde con su propia visión de la realidad. ¿Que incluso algunos simpatizan con el comunismo? Tampoco lo dudamos. Esto es posible, como ocurre en muchos partidos, sindicatos y asociaciones que ni siquiera se reivindican como comunistas. Ahora, la «honestidad» de estos militantes, su «comunismo», se demuestra y se demostrará más adelante con su actitud hacia las críticas marxistas, hacia los axiomas de la doctrina y, al final, la coherencia de su pensamiento honesto se medirá observando si rompen o no con las teorías y prácticas de estas organizaciones, en ver si, finalmente, dan el paso cualitativo de abandonarlas cuando vean que son irrecuperables. Seguramente muchos de ellos ahora mismo saben que, en el fondo, pertenecen a grupos sumamente débiles, no tanto por su número de seguidores, sino por sus planteamientos incoherentes que no conducen más que a una zozobra de desilusiones y fracasos anunciados. Más tarde, su plena consecuencia se comprobará, como la de tantos otros comunistas sin partido o elementos que vienen de otras organizaciones fallidas, en observar si están dispuestos a unirse con otros comunistas desorganizados, en renegar de cualquier resquicio pasado, en aceptar las normas del centralismo democrático y ayudar a crear un partido comunista que sea coherente con sus axiomas hasta las últimas consecuencias.
Hoy nos encontramos con países donde desaparecieron sus partidos marxista-leninistas, otros donde degeneraron y hoy continúan siendo la sombra de lo que en un día fueron y en otros países donde tal partido ni siquiera se llegó a construir, no pasando de círculos y grupos de estudio.
Debido a la progresiva descomposición de los antiguos partidos revolucionarios, lo que hoy caracteriza a la gente que se interesa por esa doctrina es la desorientación ideológica, el no saber bien dónde elegir entre la sopa de letras de las organizaciones existentes, la gran mayoría revisionistas de los pies a la cabeza.
Una vez empiezan a militar y cosechar decepciones, la sensación es que más allá de diferencias, todos actúan del mismo modo y tienen los mismos defectos insalvables. Algunos aplican la teoría del «mal menor» para contentarse: «Este es mejor que aquél, por tanto, es suficiente, al menos hago algo»… como si las revoluciones se hubieran hecho a base de aportar a la «causa» desde organizaciones oportunistas. La mayoría de militantes están militando no por convencimiento, sino que recuerdan a aquella mujer infeliz que está en su matrimonio a falta de encontrar todavía un hombre mejor, no pierden la esperanza, pero tampoco buscan nada, simplemente están en esa situación a falta de algo más estimulante que en realidad desean. Triste pero cierto.
A otros el problema es que les produce suma pereza o miedo salirse de su organización sin que exista otra más sólida, como si fuera más importante el número que la calidad. Les aterra la idea de tener que partir de cero, de arrimar el hombro en algo que le quite el tiempo que le dedica a sus banalidades. ¡Eso es demasiado engorroso!
Muchos, nada más salirse del insoportable ambiente que reina en estas organizaciones, creen de forma ingenua que una vez fuera se van a comer el mundo, que la cacareada «reorganización» será «pan comido», pero «Roma no se construyó en un día». No conscientes de esta obviedad, pasan de la euforia a la desmoralización de forma meteórica cuando se empiezan a dar cuenta que las previsiones que habían hecho en su mente fantasiosa, eran tan sumamente infantiles como subjetivistas, y que, en realidad, todo lo querían resolver con el necio voluntarismo. Simplemente, sus cerebros hicieron mal los cálculos sobre lo que suponía recomponer el deplorable estado del movimiento revolucionario.
También existe otra gama de sujetos que se autodenominan «marxista-leninistas» y que militaron en el pasado en organizaciones revisionistas, pero una vez fuera de ellas ni siquiera aportan su pequeño grano de arena para solventar dicho problema del cual ayudaron a crear. La razón de esto es que son individuos que han acabado entregados al hedonismo, otros arrastran un pesimismo o un miedo casi traumático a causa de sus experiencias previas. Los primeros han concluido que la vida es demasiado corta como para contraer cualquier compromiso que les quite tiempo de ocio, aunque a ratos sufren de una insatisfacción vital al darse cuenta que su vida es intranscendente dentro de su quehacer frívolo. Los segundos, en cambio, están tan paralizados por el temor al fracaso con lo que no pasan de estar cruzados de brazos, no mantienen una regularidad sobre absolutamente nada, y su fe en la causa, es como las mareas, sube y baja.
Sin despreciar lo difícil que es para estos sujetos pasar por estas etapas por la cual todos hemos pasado en mayor o menor medida, hay que tratar de frenar en seco estas tendencias, hacerles entender que hay que mantener el temple y ser conscientes de la realidad circundante, sin caer en aventurerismos ni hipercriticismos por la izquierda, ni en derrotismos ni inmovilismos hacia la derecha». (Equipo de Bitácora (M-L); Fundamentos y propósitos, 2023)