sábado, 9 de marzo de 2024

Los polémicos debates entre los historiadores soviéticos sobre los orígenes del pueblo ruso; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

[Publicado originalmente en 2021. Reeditado en 2024]

«Los orígenes de los Estados se pierden en un mito, en el que hay que creer y que no se puede discutir». (Karl Marx; La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, 1850)

Hoy, hasta el más honesto de los historiadores se ve obligado a reconocer que la historia ha sido otro campo de batalla ideológico para las clases sociales y sus intereses, una arena donde el nacionalismo burgués siempre ha encontrado un nicho para promover su visión del mundo; el cual, por supuesto, siempre coincide con su proyecto político, económico y cultural del presente:

«El discurso identitario selecciona los padres, los héroes, las víctimas y también los villanos de la patria. Las costumbres tradicionales, los valores constituidos en nacionales, peculiares y distintos de la comunidad; es decir, la creación de un «metapatrimonio», de una «metapatria». Es así como surge la construcción de la doctrina nacionalista. (…) Un reconocimiento de antepasados remotísimos y, por tanto, del todo extraños a todo compromiso con el presunto corazón o raíces. (…) Y un afán por diferenciarse y distinguirse de los otros, que se traduce en rivalidad. (…) Esta forma de construir la evolución histórica obstaculiza la interpretación de una historia de Europa compartida de la que todos pudieran participar». (José Martínez Millán; La sustitución del «sistema cortesano» por el paradigma del «estado nacional» en las investigaciones históricas, 2010)

Si el lector nos ha seguido la pista, sabrá que no es la primera vez que analizamos las teorías de los distintos tipos de nacionalismos, especialmente los que recorren la Península Ibérica. En este ejercicio de intuición, mística y especulación encontramos de todo, desde aquellas ideas que consideran que sus «respectivos pueblos no sufrieron una mezcla racial con otros pueblos invasores», hasta las nociones que defienden que «ellos no recibieron préstamos culturales de pueblos vecinos», o «que solo asimilaron los mejores valores de ellos». Véase el capítulo: «Los conceptos de nación de los nacionalismos vs el marxismo» (2020).

En Rusia, lamentablemente, esto no fue una excepción, ni antes ni después de la Revolución Bolchevique (1917). Como rasgo reconocible de la ideología burguesa, las interpretaciones nacionalistas −bañadas en el idealismo filosófico más fantasmagórico−, intentaron dominar la historiografía rusa incluso tras el derrocamiento del capitalismo, lo que demuestra que este peligro de distorsión y manipulación histórica no cesa ni en los momentos más favorables para las fuerzas de la emancipación. Pero, para hablar del enconado debate que hubo en la URSS sobre el origen de los rusos, quizás antes deberíamos conocer un poco la historia de los pueblos eslavos, sus rasgos iniciales, territorios, economía y creencias −entre otras cuestiones−:

«Los eslavos [del término «slovo», que significaría «palabra, conversación», el concepto «slověne» −en castellano: «eslavo»− vendría a significar «los que hablan» o «los que se entienden al hablar»] constituyen una de las principales ramas de la familia de pueblos de habla indoeuropea. Su territorio originario se sitúa en la región pantanosa del Pripet −Rusia occidental−; posteriormente se extienden por Polonia, Rusia Blanca [actual Bielorrusia] y Ucrania. Divididos tribalmente en: eslavos orientales −o rusos; posteriormente segregados en ucranianos, rusos blancos y grandes rusos−; eslavos occidentales −polacos, pomeranios, abodritas, sorabos, checos, eslovacos−; eslavos meridionales −eslovenos, serbios, croatas, búlgaros−. La denominación común de eslavos obedece fundamentalmente a un criterio lingüístico, ya que presentan una considerable variedad de etnias. (...) Los eslavos primitivos se agrupan en clanes familiares de carácter patriarcal, unidos a su vez en federaciones, dirigidas por los más ancianos; de las federaciones surgen las tribus, dotadas de organización militar (…) y culto −basado en la veneración de los antepasados− comunes. Los jefes de cada clan van constituyendo, poco a poco, la clase aristocrática, cuyo particularismo tribal impide asociaciones superiores y, posteriormente, la transformación de estos pueblos en una gran potencia. En los grandes espacios territoriales de que disponen se dedican a la agricultura, la caza, la pesca, la ganadería y la apicultura. Las explotaciones agrícolas de los orientales incluyen numerosos clanes que practican el régimen comunitario. Existen −sobre todo en las ciudades− los oficios artesanos: carpinteros, tejedores, alfareros, curtidores, peleteros. A lo largo de las vías fluviales navegables se desarrolla un activo comercio. (...) Hay constancia del culto a los árboles y del recurso a los oráculos». (Hermann Kinder, Werner Hilgemann y Manfred Hergt; Atlas histórico mundial, 2004)

Esta etapa Lenin la describiría como sigue:

«La autoridad, el respeto, el poder de que gozaban los ancianos del clan; nos encontramos con que a veces este poder era reconocido a las mujeres (…) En ninguna parte encontramos una categoría especial de individuos diferenciados que gobiernen a los otros y que, en aras y con el fin de gobernar, dispongan sistemática y permanentemente de cierto aparato de coerción, de un aparato de violencia» (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre el Estado, 1919)

A causa de su debilidad y la competencia con otros pueblos belicosos, los primeros pueblos eslavos sufrieron algunas derrotas y, finalmente, fueron divididos entre sí, esparciéndose por varios territorios:

«Tanto la penetración colonizadora de los germanos en el valle del Danubio y en los Alpes orientales −tras aniquilar el reino de los ávaros− como la migración de los húngaros −empujados, desde el este, por los pechenegos, hacia las tierras bajas, alrededor del 900−, destruyen la unidad territorial eslava: los occidentales quedan separados de los meridionales». (Hermann Kinder, Werner Hilgemann y Manfred Hergt; Atlas histórico mundial, 2004)

A nivel general, las tribus originarias de las actuales Dinamarca y Suecia controlaban, en el siglo XIII, los enclaves comerciales más importantes desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro −en la conocida ruta comercial que iba desde los territorios varegos, en Escandinavia, hasta los griegos−. Esta fue, precisamente, una gran zona de emigración para todo tipo de pueblos, por lo que no había demasiada estabilidad étnica, sino todo lo contrario. Los varegos supieron hacerse poco a poco con un hueco entre todos los pueblos por los que iban pasando, bien a través de sus negocios, bien a punta de espada. La crónica franca «Annales Bertiniani», del siglo IX, habla de los «rus», también llamados «rhos», como germanos originarios de la zona de Suecia:

«Esto nos da una información muy importante: la confirmación de que los rhos tenían su origen en Suecia, de donde procedían, y que, tras haberse instalado en el Este europeo, algunos en años posteriores se unieron al ejército bizantino, formando la conocida Guardia Varega. Es decir, nos da la confirmación contemporánea de que rhos/rus y varegos designan al mismo conjunto de personas, confirmando el elemento vikingo en la Rus de Kiev». (Pablo Barruezo Vaquero; Los vikingos y el Este europeo Altomedieval. Aproximaciones a las fuentes de estudio para la Rus, 2018)

En la obra de Daniel Salinas Córdova «Entre el comercio y la rapiña. Visiones árabes de los rus, o vikingos orientales. Siglos IX y X» (2016), se documentan muchas crónicas árabes sobre los «rus». El primer caso, sería el del emisario Ahmad Ibn Fadlan, quien visitó, en nombre del Califato abasí, ciudades como Bolghar, en la Bulgaria del Volga, y tomó contacto con todo tipo de pueblos. En su crónica, identificó a los «rus» con ritos típicamente vikingos, como incinerar al fallecido jefe en un barco junto a sus armas, animales y esclavas. Lo mismo puede decirse de sus descripciones físicas y armamento:

«He visto a los Rus, cuando llegaron de sus viajes comerciales y acamparon en Itil [ciudad al norte del Mar Caspio]. Nunca he visto especímenes físicos más perfectos, altos como las palmas datileras, rubios y colorados; no visten túnicas ni caftanes, pero los hombres visten una prenda que cubre una parte del cuerpo y deja las manos libres. Cada hombre tiene un hacha, una espada y un cuchillo, y mantiene cada uno consigo a todo momento. Las espadas son anchas, de tipo franco. Cada mujer lleva en medio de los senos una caja de hierro, cobre, plata o de oro; el valor de la caja indica la riqueza del marido. Llevan collares de oro y plata. Sus adornos más preciados son bolas de cristal verde. Ellos las ensartan como collares para sus mujeres». (Ahmad Ibn Fadlan; Crónica, siglo X)

Ibn Rustah, viajero y geógrafo del Califato abasí, visitó Nóvgorod en esa misma época. En sus escritos, concluyó que los habitantes del «rus» eran guerreros y mercaderes de esclavos que acosaban a los eslavos, mientras que estos últimos se habían ido convirtiendo en tributarios o en fuente de esclavos de los primeros. 

«Los habitantes del Rus, viven en una isla que se tarda tres días en circunnavegar y está cubierta de espesa maleza y bosques. Acosan a los eslavos, usando barcos para llegar hasta ellos; se los llevan como esclavos y los venden. No tienen campos, sino que viven de lo que sacan de las tierras de los eslavos. Cuando nace un hijo el padre se acerca al recién nacido, espada en mano, y tirándola dice, «No te dejaré ninguna propiedad, todo lo que tienes es lo que puedas conseguir con esta arma». (…) No tienen haciendas, pueblos, o campos; su único negocio es el comercio de marta, ardillas y otras pieles, y el dinero que obtienen en estas transacciones, lo guardan en sus cinturones». (Ibn Rustah; Libro de los registros precisos, siglo X)

De hecho, Ibn Rusta también menciona a los húngaros de la estepa póntica, a los cuales describe como un pueblo que dominaba a sus vecinos eslavos:

«Ellos [los magiares, actuales húngaros] son señores sobre todos los Saqaliba [eslavos] que los rodean y les imponen un fuerte tributo. Estos Saqaliba están completamente a su merced, como prisioneros... Hacen incursiones piratas en las tierras de los Saqaliba y luego siguen la costa del Mar Negro con sus cautivos hasta un puerto en territorio bizantino llamado Kerch [en Crimea]. (…) Cuando los magiares traen a sus prisioneros a Kerch, los griegos van allí a comerciar. Los magiares venden sus esclavos de Saqaliba y compran brocado bizantino, alfombras de lana y otros productos del Imperio bizantino». (Ibn Rustah; Libro de los registros precisos, siglo X)

La explicación tradicional sobre el origen de lo que hoy llamamos Rusia aceptaba que la llegada de una élite guerrera y comercial de varegos causó un impacto en la zona, marcando un punto de inflexión para los residentes locales. De hecho, serían ellos los responsables de los primeros principados del siglo IX, como registraba la «Crónica de Néstor» −escrita por un monje en Kiev en el año 1113−, y de la fundación de la Dinastía Rúrika, que gobernaría hasta el siglo XVII. 

«En el año (859): Los varegos de ultramar recibieron tributo de los chudos, eslavos, merias, veses, kríviches. (...) En el año (862): Provocaron que los varegos volvieran del otro lado del mar, rechazaron pagarles tributo y acordaron gobernarse a sí mismos. Pero no hubo ley entre ellos, y cada tribu se levantó contra cada tribu. La discordia se cebó así entre ellos, y empezaron a guerrear entre sí. Se dijeron: «Elijamos a un príncipe que mande sobre nosotros y que juzgue de acuerdo a la costumbre». Así, acudieron más allá de los mares a los varegos, a los rus. Estos varegos eran llamados rus, como otros eran llamados los suecos, normandos, anglos y godos. Los chudos, eslavos, kríviches y los ves dijeron entonces a los rus: «Nuestra tierra es grande y rica, pero no hay orden en ella. Que vengan a reinar príncipes sobre nosotros». Tres hermanos, con su parentela, se ofrecieron voluntarios. Tomaron consigo a todos los rus y vinieron. (…) Y Oleg se estableció como príncipe en Kiev. Y dijo Oleg: «Que sea esta la madre de las ciudades rusas». Y estaban con él los varegos, los eslovenos y los demás, y se llamaron Rus». (Crónica de Néstor, siglo XII)

La crónica aclara que los eslavos de esta zona acabarían unificándose bajo el varego Oleg, famoso por crear, en el año 882, el Rus de Kiev, el cual duró aproximadamente hasta el año 1240. En suma, tras una época de divisiones y fugaces gobiernos, ahora existía en esta región del mundo un impresionante entramado político que abarcaba desde Nóvgorod hasta Kiev, siendo su capital esta última. Su pujanza fue tal que sus gobernantes intentaron conquistar la Constantinopla del Imperio bizantino (395-1453). El propio Marx relató así estos hechos conocidos en una de sus reflexiones sobre el pueblo ruso:

«El rápido movimiento de expansión no fue el resultado de proyectos bien preparados sino el descendiente natural de la primitiva organización de la conquista normanda −vasallaje sin feudos, o feudos consistentes únicamente en tributos− pues la necesidad de nuevas conquistas era avivada por la ininterrumpida afluencia de nuevos aventureros varegos, anhelantes de gloria y botines. Los jefes, ansiando reposo, fueron forzados a seguir avanzando por la Congregación de los Fieles y llegó un momento en que los de la Normandía rusa y francesa enviaron a sus incontrolables e insaciables compañeros de armas a nuevas expediciones de rapiña con el único objeto de desembarazarse de ellos. El arte militar y la organización de conquista por parte de los primeros rúricos no difiere en ningún aspecto de la de los normandos en el resto de Europa. Si las tribus eslavas fueron sometidas no solo por la espada sino también por mutuo acuerdo, esta singularidad se debe a la posición excepcional de aquellas tribus, situadas entre una invasión del Norte y otra del Este, aceptando a la primera en cuanto suponía una protección contra la última. El mismo encanto mágico que atrajo a otros bárbaros nórdicos hacia la Roma del Oeste, atrajo a los varegos a la Roma del Este. La misma emigración de la capital rusa −Rurik la fijó en Nóvgorod, Oleg la desplazó a Kiev y Staviaslav intentó establecerla en Bulgaria− prueba sin lugar a dudas que el invasor sólo estaba explorando el camino y consideraba a Rusia como un mero lugar de paso desde el cual seguir errando en busca de un Imperio en el Sur. Si la Rusia moderna ansía la posesión de Constantinopla para establecer su dominio sobre el mundo, los rúricos, por el contrario, ante la resistencia de Bizancio, bajo Zimiscés, se vieron obligados a establecer su dominio en Rusia». (Karl Marx; Revelaciones sobre la historia de la diplomacia en el siglo XVIII, 1857)

¿Qué significa toda esta información? Resultaría que las tribus eslavas, ugrofinesas y otras muchas que vagaban por estos territorios se habrían ido sometiendo y adaptado a los invasores varegos, y no al revés. Sea como sea, debió darse un sincretismo −en qué medida, esa es ya otra cuestión−. 

«Puede decirse que vencedores y vencidos se amalgamaron en Rusia mucho más rápidamente que en cualquier otra conquista de los bárbaros nórdicos, que los jefes enseguida se mezclaron con los esclavos −como lo demuestran sus matrimonios y sus nombres». (Karl Marx; Revelaciones sobre la historia de la diplomacia en el siglo XVIII, 1857) 

Este fenómeno no es único en la historia, sino más común de lo que se presupone. Engels, en su famosa obra «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado» (1884), puso el ejemplo de la fusión entre los pueblos germánicos y aquellos que habitaban el Imperio romano −es decir, los pueblos latinos, ibéricos, griegos o galos que a su vez habían sido romanizados−:

«Por haber librado a los romanos de su propio Estado, los bárbaros germanos se apropiaron de dos tercios de sus tierras y se las repartieron. (...) Los pueblos germanos, dueños de las provincias romanas, tenían que organizar su conquista. Pero no se podía absorber a las masas romanas en las corporaciones gentilicias, ni dominar a las primeras por medio de las segundas. A la cabeza de los cuerpos locales de la administración romana, conservados al principio en gran parte, era preciso colocar, en sustitución del Estado romano, otro Poder, y éste no podía ser sino otro Estado. Así, pues, los representantes de la gens tenían que transformarse en representantes del Estado, y con suma rapidez, bajo la presión de las circunstancias» (Friedrich Engels; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884)

La diferencia, es que es dudoso hablar de un Estado como tal en las zonas eslavas antes de la llegada de los polémicos varegos. Entonces, ¿cuándo podemos hablar exactamente de existencia de Estado? Aparte de la aparición de la división del trabajo, Engels subrayó los siguientes puntos:

«A fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del «orden». Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado. Frente a la antigua organización gentilicia, el Estado se caracteriza en primer lugar por la agrupación de sus súbditos según «divisiones territoriales». Las antiguas asociaciones gentilicias, constituidas y sostenidas por vínculos de sangre, habían llegado a ser, según lo hemos visto, insuficientes en gran parte, porque suponían la unión de los asociados con un territorio determinado, lo cual había dejado de suceder desde largo tiempo atrás. El territorio no se había movido, pero los hombres sí. Se tomó como punto de partida la división territorial, y se dejó a los ciudadanos ejercer sus derechos y sus deberes sociales donde se hubiesen establecido, independientemente de la gens y de la tribu. (...) El segundo rasgo característico es la institución de una «fuerza pública», que ya no es el pueblo armado. (...) Para sostener en pie esa fuerza pública, se necesitan contribuciones por parte de los ciudadanos del Estado: los «impuestos». (...) Dueños de la fuerza pública y del derecho de recaudar los impuestos, los funcionarios, como órganos de la sociedad, aparecen ahora situados por encima de ésta» (Friedrich Engels; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884)

En el caso de la flamante Rus de Kiev, pese a ser el primer Estado eslavo identificable, no siempre tuvo una unidad política lo bastante sólida para sostenerse en el tiempo. El Consejo de Liubech de 1097 fue un vano intento de poner fin a las constantes guerras civiles entre príncipes, lo que demostraba la precariedad del poder central. A principios del siglo XII, el Rus de Kiev había perdido ya varios territorios y la zona volvía a ser un polvorín de pequeños principados que competían entre sí. A esta situación, se le sumaba la amenaza que suponía la expansión del Gran Ducado de Lituania, que avanzaba desde el noroeste. La amenaza extranjera solo agudizó un proceso de descomposición interna: 

«Aquel estrafalario y precoz Imperio amontonado por los rúricos, difícil de gobernar debido a su extensión, al igual que otros imperios que han experimentado un crecimiento semejante, quedó disuelto en Estados, dividido y subdidividido entre los descendientes de los conquistadores, destruido por las guerras feudales, despedazados por la intervención de pueblos extranjeros». (Karl Marx; Revelaciones sobre la historia de la diplomacia en el siglo XVIII, 1857) 

En cualquier caso, entiéndase que, según las crónicas, los apuntes de viajeros y las cartas de la época, el nombre «rus» era sinónimo de varego, nórdico o germano. Entonces, se puede concluir claramente que las tribus germanas que en su día habitaron en Escandinavia y emigraron hacia el Este se asentaron y crearon el Rus de Kiev. Otro aspecto innegable es que hasta la llegada de la dinastía varega de Rurik, en el siglo IX, no se había visto nada así en la zona, ni se volvería a ver hasta siglos después. En líneas generales, la historiografía europea y mundial aceptó inicialmente esta tesis sobre la influencia de los varegos en la creación del Rus de Kiev.

En el siglo XVIII, en la Academia Imperial Rusa, historiadores alemanes como Gottlieb Siegfried Bayer o Gerhard Friedrich Müller presentaron una idea similar, que fue aceptada por historiadores rusos, como Nikolái Mijáilovich Karamzín, y ucranianos, como Nikolái Ivánovich Kostomárov. Mientras que, por el contrario, las ideas antagónicas, que defendían la autogénesis de lo eslavo, eran encabezadas por Mijaíl Vasílievich Lomonósov. Uno puede imaginarse qué afrenta suponía para el «orgullo ruso» de algunos −más bien para un vulgar sentimiento provinciano− el reconocer esta «influencia externa», sobre todo en un momento −el siglo XVIII− en el que se sucedían las continuas guerras ruso-suecas. En este sentido, vale la pena recuperar las reflexiones sobre el origen de los eslavos del revolucionario ruso Aleksandr Herzen (1812-1870). Este, fue un famoso filósofo materialista de la era decimonónica que combatió a los eslavófilos y su exaltación de todo lo que tuviera que ver con ese pasado remoto e idealizado:

«El desarrollo de los problemas históricos de Herzen se dirigió en los años 40 principalmente contra los apologistas de la reaccionaria Rusia de Nicolás −Pogodin, Shevyrev−, así como contra los eslavófilos, que interpretaron pervertidamente la cuestión de las formas de un mayor desarrollo del pueblo ruso. Los eslavófilos propusieron un programa reaccionario diseñado para fortalecer el dominio económico y político de la nobleza. Se esforzaron por reactivar las relaciones sociales de la «Rus prepetrina», supuestamente basadas en los principios de paz y armonía entre el pueblo y las autoridades, entre campesinos y terratenientes, y la antigüedad patriarcal idealizada. Los eslavófilos negaban el progreso histórico, defendían las teorías anticientíficas del idealista alemán Schelling; después de él, redujeron el desarrollo histórico de los pueblos individuales a la revelación del místico «espíritu del pueblo». (Vladímir Yevgenyevich Illeritski; Opiniones históricas de Alexander Ivánovich Herzen, 1952)

Sin embargo, el pensamiento de Herzen también mostró limitaciones evidentes. Sin ir más lejos, rechazó fuertemente esta teoría del influjo varego en la formación de Rusia o, como poco, infravaloró su transcendencia real:

«A diferencia de los historiadores normandos nobles y burgueses, Herzen no relacionó el comienzo de la historia rusa con la conquista varega. Argumentó que los eslavos tenían una historia gloriosa mucho antes de esta conquista y que desde la antigüedad fueron participantes en los principales eventos de la historia mundial. Incluso, en el manuscrito del artículo «28 de enero», Herzen señaló que los antiguos eslavos, junto con otros pueblos europeos, llegaron a «acabar con la muerte violenta de la Roma decrépita y atormentar a Bizancio en agonía» y ya en ese momento constituían un elemento orgánico de la «parte viva de Europa». Herzen no rechazó el hecho de la conquista de las tierras eslavas por los escuadrones de varegos, a los que llamó el «bastardo normando», pero no permitió sobrestimar la importancia de las actividades de los varegos. En su opinión, «los príncipes varegos y sus escuadrones, después de varias generaciones, perdieron sus rasgos nacionales y se mezclaron con los eslavos», «se ahogaron en el elemento eslavo». (Vladímir Yevgenyevich Illeritski; Opiniones históricas de Alexander Ivánovich Herzen, 1952)

Anótese, además, que cuando hablamos de nórdicos, también nos referimos a los herederos de las antiguas tribus germanas −el sueco, mismamente, es una lengua germana−, con la connotación alarmante que eso podría tener para un eslavo de mentalidad chovinista, enemigo histórico del germanismo, el cual disputó con los eslavos zonas como el Elba en otros tiempos. Esto, marcando las distancias, sería equiparable al mal trago que supone para los nacionalistas españoles recordarles los prestamismos y aculturación hispana de la cultura árabe. Lo mismo en torno a los nacionalistas gallegos, que creen que su raíz celta «sigue intacta», pese a la presencia e influencias de los castellanos durante años −entre muchos otros pueblos−. Esto, sin duda, es una actitud muy infantil. Pokrovski, un historiador bolchevique ruso del siglo XX, pensó que esto era un absurdo por fáciles razones, ya que:

«No es menos ni más insultante que el hecho de que Rusia desde mediados del siglo XVIII fue gobernada, bajo el nombre de los Romanov, por los descendientes de los duques de Holstein alemanes». (Mijaíl Nikoláyevich Pokrovski; Historia rusa en el esquema más conciso, 1920)

A mediados de los años 30, cuando precisamente se criticaron las ideas de la Escuela de Pokrovski, también empezaron a oírse voces que intentaban recuperar la negación de la influencia varega, o que afirmaban que esta fue anecdótica para la formación de lo que luego sería Rusia. Sin ir más lejos, la ucraniana Anna Pankratova, «curiosamente», recibió una reprimenda de los mandamases, como Aleksándrov, Pospelov o Fedoseev, por adherirse a las explicaciones de Pokrovski y los historiadores occidentales sobre el origen de los eslavos y la influencia varega:

«En el libro de texto «Historia de la URSS, Parte I» (1943) editado por Pankratova, después de comentarios superficiales sobre los eslavos hasta el siglo IX, se dice: «Algunos príncipes varegos capturaron con sus escuadrones los puntos más convenientes en el «camino de los vikingos a los griegos» e impusieron un tributo a la población eslava circundante. Muy a menudo, destruyeron o subyugaron a los príncipes eslavos locales y tomaron su lugar». Más adelante, en el libro de texto de Pankratova, se presenta una conocida leyenda sobre la vocación de los varegos y se extrae la conclusión: «Rurik se estableció en Nóvgorod. Su hermano Sineus se sentó en Beloozero, su otro hermano Truvor en Izborsk». (G. Aleksándrov, P. Pospelov, P. Fedoseev; Graves deficiencias y errores antileninistas en el trabajo de algunos historiadores soviéticos, 1944)

¿Por qué subrayamos antes lo de «curiosamente»? ¡Porque eran las mismas tesis que hasta ese momento estaban aceptadas en casi todos los libros de texto! Si la historiadora ucraniana estaba equivocada, no estaba menos equivocado todo el Partido Bolchevique desde los años 20. Por su parte, el historiador ruso Boris Dimitrievich Grekov, conocido por sus tendencias a engrandecer la historia rusa −y criticado por ello−, proclamó que los varegos apenas habrían tenido que ver en los procesos de aquella época: 

«El autor [Grekov] señala que las raíces del feudalismo no deben buscarse en la aparición de los príncipes varegos en el territorio ocupado por los pueblos eslavo y finlandés, sino «en las condiciones del desarrollo de la sociedad local». Los varegos estaban lejos de jugar ese papel dominante en la creación del Estado de Kiev, que a veces se les atribuye. Ellos mismos se disolvieron rápidamente en la sociedad local y se sometieron a las relaciones laborales imperantes en ella». (Konstantín Vasilievich Bazilevich; Relaciones federales en el Estado de Kiev, 1936)

Los rusos eran un pueblo eslavo oriental. Carecían de alfabeto −pues el cirílico fue creado por el monje búlgaro Clemente de Ocrida e introducido luego en el Rus de Kiev en el siglo X con su conversión al cristianismo−. No existen registros previos al siglo IX que permitan afirmar que los eslavos hubieran detentado una unidad estable y reconocible, ni mucho menos una organización política de relevancia. Precisamente, la formación del Rus de Kiev es considerado como el acto histórico más importante en que los eslavos habían participado de forma directa hasta entonces, y según las crónicas árabes, bizantinas y, posteriormente, las rusas, el influjo varego en la élite dirigente estuvo muy presente en dicha formación. En cambio, para Grekov, simplemente debemos tener fe en que, antes de la llegada de los varegos, los pueblos eslavos ya tenían todo lo necesario para conformar un régimen feudal al que, a su parecer, los varegos solo se adaptaron, sin una contribución destacable. Y así, de golpe y porrazo, las tribus eslavas que hasta entonces no habían pasado de ser una serie de pueblos bastante anecdóticos entre todo este conglomerado, en realidad tenían una cohesión interna enorme y habrían desarrollado un proceso de feudalización precoz, ¡incluso anterior a la feudalización del Imperio carolingio (800-843)! (sic): 

«Las declaraciones del autor sobre la época del surgimiento de las relaciones feudales quedaron menos probadas. La inmensa mayoría de la información proporcionada por el autor sobre el desarrollo del latifundio y las categorías de dependencia feudal pertenece a la segunda mitad del siglo XI y para una época posterior. (...) Desafortunadamente, Grekov ve el dominio del feudalismo incluso donde el feudalismo apenas está comenzando a emerger. La cuestión del período prefeudal desapareció por completo de su campo de visión». (Konstantín Vasilievich Bazilevich; Las relaciones feudales en el Estado de Kiev, 1936)

En realidad, Grekov era tan atrevido en sus cavilaciones que incluso se retrotrajo a la Edad Antigua para buscar el origen inicial de los eslavos. En su obra «La cultura del Rus de Kiev» (1947), también aseguró que los eslavos: «Están genéticamente relacionados con las tribus que los griegos denominaban escitas». Para quien no lo sepa, los escitas fueron un pueblo nómada de origen iranio que ya fue mencionado por Heródoto en el siglo VIII a. C. Por un lado, la mayoría emigró progresivamente desde Asia Central hacia la llamada «estepa póntica» es decir, desde el norte del mar Negro y del Cáucaso hasta el sur de los montes Urales, expulsando a los cimerios y otros pueblos previos. Mientras, por otro lado, otros escitas emigraron hacia Oriente Medio ante la competencia y expansionismo de los medos y sármatas −también pueblos iranios−. Los escitas siempre destacaron por su belicosidad, el manejo del arco y el caballo, el trabajo del oro y sus tumbas de grandes túmulos y ajuares funerarios lujosos. Sin embargo, este pueblo fue desapareciendo del mapa geopolítico en torno a los siglos II-III, sobre todo ante el empuje de los godos −pueblo germánico−. Por tanto, los escitas dudosamente pueden ser el origen de los eslavos, quienes apenas habían hecho aparición. En todo caso, el contacto o sincretismo que pudiera darse entre ambos en alguna etapa concreta en alguna zona aislada no explica el desarrollo de los eslavos. A su vez, Grekov aseguró que la génesis de los eslavos también podía ser rastreada siglos después en los individuos de la Cultura de Cherniajov, quienes habitaron las zonas de Moldavia, Ucrania o Bielorrusia: 

«Esta afirmación se debe a que, compartiendo la opinión de algunos arqueólogos, B. D. Grekov consideraba que los creadores de la llamada Cultura de Cherniajov [entre los siglos II-V] eran eslavos. (…) Pero la pertenencia de la población que creó la Cultura de Cherniajov a los eslavos genera dudas entre muchos arqueólogos e historiadores». (Vladímir Vasilievich Mavrodin; Historiografía soviética sobre el antiguo Estado ruso, 1967)

Con todo ello, Grekov y otros trataron de justificar la «presencia histórica eslava» en la zona mucho antes de que se diera realmente. Lo cierto es que la Cultura de Cherniajov estaba formada, en su mayoría, por pueblos que poco o nada tienen que ver con los eslavos, los cuales llegaron mayoritariamente a la zona entre los siglos VIII-IX. Un estudio reciente titulado «Cambios en el paisaje genético de la estepa euroasiática occidental asociados con el comienzo y el final del dominio escita» (2019), publicado por la revista «Current Biology», estipula en sus resultados de análisis de genoma lo siguiente: a) no se menciona una relación notable entre los escitas y los eslavos; b) la Cultura de Cherniajov estuvo vinculada principalmente a una síntesis del pueblo godo, aunque también «incluía a los sármatas, los alanos, los eslavos, los escitas tardíos, los dacios y la población antigua de la costa norte del Mar Negro».

¿Se da cuenta el lector de hasta qué punto llegan ciertos autores nacionalistas con tal de «estirar el chicle»? Si no les sirve una historieta, se inventan otra. Esta última tesis de Grekov fue recogida con frialdad entre los historiadores de su tiempo, y hoy no existe evidencia sólida alguna que la corrobore. Esto demuestra, una vez más, que el nacionalismo intenta utilizar cualquier grieta para colarse. Véase el capítulo: «El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras históricas» (2021).

Como era de esperar, después de que Grekov lanzara estas aseveraciones sobre los pueblos eslavos, hubo matizaciones y discrepancias de importancia, ya que no todos los historiadores estaban por la labor de ser cómplices de tal atropello. En este caso, diversos autores, como Sergey Vladimirovich Bakhrushin, no negaron la influencia varega, sino que, muy en su contra, depositaron su atención en estudiar el desarrollo de los pueblos eslavos y también su posterior desarrollo una vez llegados sus invasores, cosa razonable:

«[En 1937] mientras estudiaba la historia del bautismo de Rus, S. V. Bakhrushin llegó a una conclusión ligeramente diferente. (...) Sin negar el papel de los reyes varegos y sus guerreros, comerciantes y ladrones que se establecieron en importantes rutas comerciales y crearon «principados militares-saqueadores −Ládoga, Nóvgorod, Pólatsk, Izborsk, Beloózero− a menudo como resultado de la invitación de los mismos eslavos», enfatizó que los orígenes del Estado ruso no deben buscarse en estos «principados de militares-saqueadores», sino en los reinados tribales de los eslavos orientales de la era de la «etapa más alta de la barbarie. (...) La dominación y el sometimiento se expresaban únicamente en el cobro de tributos. (...) En el siglo IX y primera mitad del X todavía no existía el latifundio feudal». (...) Cabe señalar que las opiniones de N. L. Rubinstein sobre el Estado de Kiev se correspondían plenamente con su evaluación de las relaciones sociales entre los eslavos orientales en los siglos IX-X. Los consideró «la época del sistema tribal natural primitivo». (Vladímir Vasilievich Mavrodin; Historiografía soviética sobre el antiguo Estado ruso, 1967)

Otro paradigma de las teorías estrambóticas sobre los eslavos que se manejaron en aquel entonces lo tenemos en el filólogo e historiador Nikolái Sevastianovich Derzhavin, el cual fue muy conocido por estudiar el origen de los diversos pueblos eslavos, como los búlgaros. En una de sus más famosas obras «El origen del pueblo ruso: gran ruso, ucraniano, bielorruso» (1944), llegó a situar a algunos de los más famosos pueblos de la Antigüedad, como los etruscos −ubicados en la zona de la Toscana entre los siglos VIII y III a. C.− en la zona de Ucrania y Rusia; también relacionó el idioma escita −lengua de origen iranio, como el osetio moderno− o el idioma gótico −lengua germánica− con las lenguas eslavas de los rusos, ucranianos y bielorrusos (sic). En resumidas cuentas, este autor cometió toda una serie de inexactitudes gravísimas, como identificar a los eslavos, al igual que hizo Grekov, con pueblos tan remotos culturalmente, como los escitas o godos (sic), que también estuvieron en los mismos territorios, solo que en diferente temporalidad y con características muy dispares, algo que cualquier historiador moderno reconoce hoy como un disparate:

«Al estudiar el problema escita-sármata, N. S. Derzhavin señaló que los escitas adoptaron la cultura de sus predecesores en el territorio que ocuparon, «es decir, los cimerios o íberos [del Cáucaso] y etruscos». Derzhavin fue el primero de todos los científicos en mencionar a los etruscos en el sur de nuestro país [Rusia]; pero cabe señalar que esta mención es errónea: los etruscos nunca vivieron en el territorio de nuestro país. (....) La valoración que hizo Derzhavin del llamado problema gótico es desconcertante, Derzhavin rechazó resueltamente lo expresado en la historiografía sobre los godos; también negó la migración gótica de norte a sur, lo que contradice los hechos que conocemos. Los godos, según Derzhavin, son autóctonos, «una de las tribus locales». Estas consideraciones eran una hipótesis arbitraria. Quizás el lector pensará que los godos son los antepasados de la tribu eslava. Sin embargo, los restos de los monumentos de la lengua gótica y la escritura dan plena razón para atribuir la lengua gótica al germánico». (Vladímir Ivánovich Picheta; Derzhavin y la obra «El origen del pueblo ruso: gran ruso, ucraniano, bielorruso» (1944), 2015)

En realidad, el origen de estas equivocaciones se puede explicar muy fácilmente. Estas conexiones tan pintorescas provinieron de la alta devoción que Derzhavin profesó hacia el famoso lingüística N. Y. Marr, al cual citó constantemente en su trabajo como gran figura de autoridad. Derzhavin defendió siempre con extrema candidez las arriesgadas ideas de Marr, incluso en momentos en que su «halo de intocable» comenzó a desaparecer. 

Para quien no lo sepa, en sus años de apogeo, el «maestro» Marr había desarrollado una teoría pseudocientífica sobre el origen común de las lenguas y los pueblos que hizo que la gramática comparada, que incluye la división de las lenguas en ramas −lenguas eslavas, germánicas, iranias, etcétera− fuese suprimida por los lingüistas soviéticos «marristas», ya que consideraron esta ramificación como un «delirio burgués» y «racista» que justificaba el «supremacismo colonialista». Así, bajo la denominada «teoría jafética», Marr insistió en una «monogénesis» de las lenguas, llegando a emparentar idiomas tan dispares en el tiempo y el espacio como el georgiano con el vasco, el sumerio o el etrusco (sic):

«Marr dejó de creer en la filogénesis; es decir, en que las lenguas nacen unas de otras, constituyendo diversas familias según sus orígenes. Marr propuso la alternativa más «democrática» de que todas las lenguas del mundo comienzan con las mismas palabras y evolucionan de manera similar. Llegó a identificar −por métodos que nunca explicó− las cuatro palabras y raíces primordiales con las que empiezan todas las lenguas: sal, ver, yon y rosh. (…) Inventó un «método de análisis elemental» por el cual lograba derivar todos los vocablos de todas las lenguas conocidas a partir de cuatro palabras elementales, sirviéndose para ello de correspondencias imaginarias entre diversos sonidos. Habiendo reducido todas las lenguas del mundo, desde el chino al etrusco, a un mismo origen, haciendo así imposible todo «racismo» basado en los logros culturales de determinados grupos lingüísticos. (…) Su problema era lograr explicar cómo lenguas que empiezan todas con los mismos elementos terminan siendo tan distintas, y hasta mutuamente incomprensibles». (Joaquín Martínez Pizarro; Stalin y la lingüística de izquierda, 1995)

En cualquier caso, el lector debe de saber que no fue hasta el año 1950 cuando estas ideas de Marr comenzaron a ponerse en tela de juicio abiertamente. El 13 de abril de ese mismo año, Suslov ya había recibido una queja de la Academia de Ciencias Pedagógicas por los abusos de los «marristas» como Serdiuchenko. El lingüista georgiano Arnold Chikobava informó, a través de una carta, a Stalin del estado de la lingüística soviética, y tras obtener su apoyo, incluso le mandó borradores sobre su próximo artículo, lo que de nuevo indica la extrema dependencia que había en torno al «líder máximo» para configurar la línea oficial. Véase la obra de Ethan Pollock «Stalin y las guerras científicas soviéticas» (2006). Finalmente, las críticas al «marrismo», como el artículo de Chikobava «Sobre ciertos problemas de la lingüística soviética» (1950), fueron publicadas en Pravda entre mayo y agosto de ese año, siendo respondido por discípulos de Marr como Meshchaninov. Este debate alcanzó su cenit con la propia publicación de una crítica directa de Stalin a Marr en su obra «Acerca del marxismo en la lingüística» (1950). Cabe insistir que, pese a la demoledora crítica, Stalin insistió en dos aspectos: a) tratar de rescatar lo positivo del trabajo de Marr; b) no perseguir a los «marristas» como ellos mismos habían hecho con sus opositores. Véase la obra de Alexei Kojevnikov «Rituales de cultura stalinista en acción: la ciencia y los juegos de democracia intrapartidista alrededor de 1948» (1998).

En resumen, ninguna de estas aventuradas revisiones sobre la historia de los pueblos eslavos tuvo demasiada aceptación real y duradera, y la pelea entre escuelas y teorías siguió agravándose. Muchas de estas disputas eran importantes porque no solo versaron en torno a la génesis o filiación étnica de los pueblos o sus lenguas, sino a los modos de producción que tuvieron en cada momento:

«Entonces, en la literatura de los años 30-50, además de los trabajos cercanos a la investigación de B. D. Grekov, que determinaron la dirección principal de la actividad de los historiadores soviéticos en el campo del estudio del antiguo Estado ruso, se delinearon dos tendencias. Una de ellas atribuyó el proceso de formación de las relaciones feudales y las correspondientes formas de poder estatal a una época muy tardía, la otra, por el contrario, reflejando la teoría de la «hiperautoctonicidad» de los eslavos, llevó todos estos fenómenos a una antigüedad profunda. Ambos puntos de vista extremos no se difundieron ampliamente y apenas se reflejaron en los libros de texto y la literatura educativa». (Vladímir Vasilievich Mavrodin; Historiografía soviética sobre el antiguo Estado ruso, 1967)

Estos debates resultan sumamente curiosos porque demuestran el grado de subjetivismo del que hace gala siempre el historiador nacionalista promedio. Este tipo de profesionales no tenían problema en reconocer como fuentes históricas a las «epopeyas», que para quien no lo sepa, la RAE las define como «Composición literaria en verso en que se cuentan las hazañas legendarias de personajes heroicos»:

«El famoso historiador soviético B. D. Grekov, enfatizando la importancia de una fuente como las epopeyas, escribió: «Las epopeyas son una historia contada por el propio pueblo. Puede haber inexactitudes en la cronología, en términos, puede haber errores fácticos, pero la evaluación de los eventos aquí siempre es correcta y no puede ser diferente, ya que las personas no solo fueron testigos de los eventos, sino un sujeto de la historia que creó directamente estos hechos». (Nikolay Alexandrovich Erofeev; Qué es la historia. Para profesores, 1976)

Esto en parte es cierto, una epopeya puede tener un poso de realidad, en cambio, muchos de estos nacionalistas rechazan de facto el contenido de las memorias y crónicas escritas como la de Néstor o Ibn Rustah, ¡qué casualidad! 

Según el investigador Anton Ivánovich Kazachenko en su obra «Antigua nacionalidad rusa: la base étnica común de los pueblos ruso, ucraniano y bielorruso» (Etnografía soviética, Nº2, 1954), el antiguo pueblo ruso: «Fue uno de los primeros en Europa en pararse en el camino de la consolidación en una sola nación». ¿Pero puede tomarse esto en serio? 

Las regiones y los pueblos no han permanecido igual durante siglos o milenios. Por ejemplo, los «vascones» eran un pueblo localizado en la actual Navarra y Aragón, no en el País Vasco, como muchos pudieran pensar. En el caso de los rusos y ucranianos, si este señor hubiera cogido cualquier mapa del siglo XVI, hubiera sabido que lo que hoy se conoce como «Rusia» se llamó durante más de cuatro siglos «Moscovia». No fue hasta 1721, bajo Pedro I, que este intentó apropiarse del legado del «Rus de Kiev» (882-1240), pasando esta a llamarse «Rusia» y más tarde «Imperio ruso». En cambio, la actual Ucrania aparecía en los mapas como «Rusia» −la «Rusia Blanca» se relacionaba con la actual Bielorrusia, la «Rusia Roja» y «Rusia Negra» con la actual Ucrania−. Fue solo a partir del siglo XVIII que lo que hoy conocemos como Ucrania comenzó a denominarse como tal en los mapas de la época. La reina Catalina II también continuó manipulando las crónicas y creando mitos nuevos sobre «Rusia» −como el «Gorro de Monómaco» y la conexión con Bizancio− para evitar la incómoda relación de los antiguos gobernantes moscovitas con las dinastías tártaro-mongolas −que además recordaban su vasallaje−. Si el lector tiene aún alguna duda puede comprobar todo esto deteniéndose en la gigantesca montaña de pruebas documentales almacenadas en el artículo de Vientos del Este «Rusia un mito creado por Moscovia» (2021). 

Esto es algo que ya comentó Marx, un gran estudioso de la historia sobre el origen de los rusos:

«El fango sangriento de la esclavitud de Mongolia y no la ruda gloria de la época normanda, forma la cuna de Moscovia. La Rusia moderna no es más que una metamorfosis de Moscovia». (Karl Marx; Revelaciones sobre la historia de la diplomacia en el siglo XVIII, 1857)

Para el año 1984, la teoría del influjo varego en la formación de los rusos fue calificada, según la Enciclopedia Soviética, como una «teoría anticientífica». Empero, como se ha podido comprobar más atrás, esto era más una tozudez nacionalista de los historiadores soviéticos que otra cosa. En efecto, posteriormente se ha visto que, por ejemplo, la crónica de Néstor del siglo XII, como todas las de la época, adolece de cierta inverosimilitud en cuanto a fechas, cuando no, incurre en manipulaciones abiertas. Pero, del mismo modo, se ha confirmado por la numismática, arqueología y relatos coetáneos, la amplia influencia de los varegos en los primeros principados de la zona, cosa que en el periodo soviético algunos empezaron a negar de forma categórica. Véase la obra de José Antonio Hita Jiménez: «Sobre los orígenes de Rusia y la crónica de Néstor» (2006). 

Hoy, siguen dándose tales discusiones por esclarecer hasta qué punto los varegos marcaron el destino de los pueblos eslavos, pero su participación queda fuera de toda duda:

«Tanto las hipótesis anteriores como las no mencionadas, que implican similitudes o enfatizan las diferencias entre rus y eslavos, rus y normandos, nos permiten construir una cadena de inferencias que prueban, si no la relación etnogenética de los eslavos y rus, en cualquier caso, su antigua proximidad y cooperación. (…) A finales de los siglos VII-VIII la gran ruta de tránsito Volga-Báltico de la plata árabe hacia los mercados europeos comenzó a funcionar activamente. Fue de gran importancia no solo para el desarrollo del comercio, sino también para el surgimiento de las asociaciones estatales iniciales en el norte de Europa, en Escandinavia y en Europa Central y Oriental. Cabe señalar que fuentes narrativas auténticas denominan a la mayor parte de este camino como «ruso», lo que nos hace pensar en el papel que jugaron los rusos en su formación. Según varios estudiosos −Milyukov, Darkevich, Skrynnikov−, el mérito de organizar las relaciones comerciales entre Occidente y Oriente pertenece a los varegos, que se mencionan repetidamente en los textos medievales. Su aparición en el Báltico, Ládoga y Vóljov, registrada aproximadamente al mismo tiempo que se desarrollaba la colonización de tierras eslavas, terminó con el desarrollo de las arterias fluviales más grandes de la llanura de Europa del Este y la formación de un extenso sistema de comunicación y comercio transcontinental». (Tatyana Artsybasheva: «Eslavos, rusos, varegos, ¿quiénes son?, 2004)

En conclusión, anteriormente, pudimos comprobar que figuras como Stalin o Zhdánov, que antaño se habían prodigado en la lucha contra el chovinismo ruso, ahora mostraban graves desviaciones respecto a la cuestión nacional. Si este tipo de actitudes se manifestaron entre ellos, veteranos bolcheviques, imaginémonos lo que podía proliferar en el resto de cuadros que provenían de tendencias no bolcheviques o que se presuponían más inexpertos y más apegados a la ideología nacionalista. He aquí la importancia de que la historia, como cualquier otro campo, huya de «maestros» y se valore no por lo que dice «esta o aquella eminencia», sino por los argumentos, basados en hechos a presentar». (Equipo de Bitácora (M-L); Análisis crítico sobre la experiencia soviética, 2021)

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