lunes, 24 de junio de 2024

Consejos y advertencias de un investigador para los historiadores y sus vicios más comunes


«Hace tiempo que me intereso en la crítica del cristianismo y de los asuntos bíblicos. Han pasado ya 25 años cabales desde que colaboro con un artículo para «Kosmos» sobre el origen de la prehistoria de la Biblia, y dos años después escribí otro para el «Neue Zeit» sobre el origen del cristianismo. Es éste, por consiguiente, un viejo caballo de batalla del que vuelvo a ocuparme. La ocasión para volver a este asunto fue la necesidad de preparar la segunda edición de mi libro «Precursores del Socialismo».

Las críticas al anterior libro −las que yo tuve oportunidad de leer− han encontrado errores, principalmente en la Introducción, en donde yo había ofrecido un breve bosquejo del comunismo del cristianismo primitivo. Se declaró que mi opinión no resistiría la luz de los conocimientos resultantes de las últimas investigaciones. Poco después de aparecer esas críticas, Gohre y otros proclamaron que esta opinión, la de que nada en concreto podría decirse acerca de la personalidad de Jesús, y la de que el cristianismo podría explicarse sin referencia a esta personalidad −primero defendida por Bruno Bauer y después aceptada en sus puntos esenciales por Franz Mehring, y formulada por mí desde 1885−, resultaba ya anticuada.

Por consiguiente, no quise publicar una nueva edición de mi libro, que había aparecido hacía treinta años, sin revisar antes cuidadosamente, basándome en lo escrito últimamente sobre la materia, las nociones del cristianismo que yo había obtenido en estudios anteriores. Como resultado de ello llegué a la agradable conclusión de que nada tenía que cambiarse, pero que las últimas investigaciones me ponían frente a una multitud de nuevos puntos de vista y nuevas sugestiones, que ampliaron la revisión de mi introducción a los Precursores, convirtiéndola en un libro completo.

Por supuesto, no pretendo decir que he agotado la materia, demasiado gigantesca para agotarse. Me sentiría satisfecho de haber tenido éxito en contribuir al mejor entendimiento de aquellas fases del cristianismo que me impresionan como las más esenciales desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia. Tampoco puedo aventurarme a comparar mis conocimientos, en lo referente a las materias de la historia religiosa, con los teólogos que han dedicado toda su vida a ese estudio, mientras que yo he tenido que escribir el presente volumen en las pocas horas de ocio que mis actividades editoriales y políticas me permiten, en una época en que todos los momentos absorbían la atención de cualquier persona que participara en las luchas de clase de nuestros días, de tal modo que poco tiempo podía quedar para lo demás; me refiero al período comprendido entre el inicio de la Revolución Rusa de 1905 y el estallido de la Revolución Turca de 1908.

Pero quizás mi participación intensa en las luchas de clase del proletariado me ofreció precisamente aquellos panoramas de la esencia del cristianismo primitivo que pueden permanecer inaccesibles a los profesores de Teología y de Historia Religiosa.

Jean-Jacques Rousseau ofrece el siguiente pasaje en su «Julia», o «La Nueva Eloísa»:

«Me parece ridículo intentar el estudio de la sociedad −le monde− como un simple observador. Quien desea sólo observar no observará nada, puesto que, siendo inútil en el verdadero trabajo y un estorbo en las recreaciones, no se le admite en ninguna de las dos. Observamos las acciones de los demás en la medida en que nosotros mismos actuamos. En la escuela del Mundo, como en la del Amor, tenemos que empezar con el ejercicio práctico de aquello que deseamos aprender». (Parte II, Carta 17)

Este principio, limitado aquí al estudio del hombre, puede hacerse extensivo y aplicarse a las investigaciones de todas las cosas. En ningún lugar se ganará mucho por simple observación sin participación práctica. Esto es verdad aun refiriéndose a las investigaciones de objetos tan remotos como las estrellas. ¡Dónde estaría hoy la astronomía si se hubiese limitado a meras observaciones, si no se hubiese combinado con la práctica, con el uso del telescopio, análisis espectrales, fotografías! Pero este principio es aún más verdadero cuando se aplica a cosas de esta tierra, con las cuales la práctica nos ha habituado y forzado a un contacto más íntimo que la mera observación. Lo que aprendemos por la simple observación de las cosas es insignificante cuando se compara con lo que con nuestro trabajo práctico sobre las mismas y con las mismas cosas obtenemos. Dejemos que el lector simplemente recuerde la inmensa importancia que el método experimental ha alcanzado en las ciencias naturales.

No pueden hacerse experimentos como medio de investigación de la sociedad humana, pero, no obstante, en cualquier sentido, la actividad práctica del investigador no es de importancia secundaria; las condiciones de su éxito son similares a las condiciones de un experimento fructuoso. Estas condiciones resultan de un conocimiento de los resultados más importantes obtenidos por otros investigadores, y de una familiaridad con un método científico que agudiza la apreciación de los puntos esenciales de cada fenómeno, capacitando al investigador para distinguir lo esencial de lo no esencial, y revelando el elemento común de las varias experiencias.

viernes, 21 de junio de 2024

Unas reflexiones sobre la huelga de los trabajadores de LM Windpower en El Bierzo; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

[Editado originalmente en 2021. Reeditado en 2024]

«La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones. Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera». (Karl Marx y Friedrich Engels; Manifiesto Comunista, 1848)

En el capitalismo impera la llamada «ley del valor»; es decir, la economía se orienta principalmente hacia los sectores y actividades más rentables, pero no por ello necesariamente más útiles para la sociedad. Los recursos materiales y humanos acaban por concentrarse allí donde tenga lugar la explotación de las actividades económicas más rentables. Esto acaba suponiendo toda una serie de desequilibrios regionales que deriva en problemas que hoy a todos nos son de sobra familiares: 

a) Como paradigma del primer caso, tenemos a las zonas de la llamada «España vaciada». Comarcas que se encuentran cada vez más alejadas del foco productivo, en donde se producen paulatinamente fenómenos muy desagradables para sus habitantes: aumento de la falta de oportunidades laborales, escasez o pauperización de las vías de comunicación, carencia de centros de salud disponibles, trabas administrativas que impiden que los ciudadanos puedan ser atendidos con rapidez ante una urgencia de salud o en caso de un desastre natural, y como esto, un infinito etcétera. 

b) Como ejemplo contrario, podríamos tomar el área metropolitana de Barcelona, donde la concentración espontánea e irracional de las unidades productivas en una determinada zona crea otros problemas igualmente nocivos: aglomeración en las ciudades, elevación desorbitada del precio de la vivienda y el costo de vida general, gentrificación, deforestación, contaminación del aire y las aguas, etc.

Sabemos, así pues, que, según lo expuesto, la producción capitalista distribuye los recursos y a la población de forma desigual, lo que es el punto de origen de los problemas sociales tanto en la ciudad como en el campo. Pero esto también puede aplicarse a las relaciones entre países distintos e incluso entre el trabajador y la máquina; cuestiones estas últimas íntimamente ligadas con los recientes sucesos de Ponferrada, que más adelante abordaremos. Pero primero que todo es menester detenernos sobre otros puntos: «mecanización» y «deslocalización», dos caras de la misma moneda, pero… ¿qué las ocasiona? 

La mecanización de la producción

Comencemos por la automatización de la producción –la llamada «mecanización»–. Como ya demostró Karl Marx en su ópera magna, «El Capital» (1867), así como en otras investigaciones, todo trabajo produce un excedente que, en el caso del modo de producción capitalista, por basarse en la propiedad privada sobre los medios de producción, es apropiado exclusivamente por el dueño de estos. Del mismo modo, la plusvalía misma es un fenómeno complejo que podemos dividir en dos tipos: «plusvalía relativa» y «plusvalía absoluta». 

En la producción capitalista, tenemos por un lado la llamada «plusvalía relativa», que «presupone un cambio en la productividad o intensidad del trabajo» es decir, producir más en el mismo tiempo, bien aumentando el ritmo del trabajo o bien dotando a la industria de medios de producción más avanzados−; esta predomina sobre la «plusvalía absoluta», que presupone el «alargamiento absoluto de la jornada laboral». ¿Por qué ocurre de este modo? Debido a que las innovaciones técnicas no tienen un límite claro, como sí lo tiene el tiempo que un individuo puede dedicar a un trabajo durante un día para estar en condiciones de volverlo a realizar al día siguiente. Como el día tiene las horas contadas y se busca poder extraer un mayor volumen de productos por hora, es aquí donde entran en juego las innovaciones técnicas, que cada vez permiten con un menor número de trabajadores producir más en menos tiempo del que antes requería el trabajo de una plantilla más numerosa. La necesidad de renovar la maquinaria para producir más y más plusvalía en un contexto de lucha entre capitalistas por acaparar las «oportunidades de negocio» –el control de los recursos y las cuotas de mercado– implica que la balanza entre «capital constante» –medios de producción– y «capital variable» –fuerza de trabajo– se incline cada vez más a favor del primero, que sustituye al segundo. Aquí es donde encontramos la razón de que el capitalista siempre busque reducir la plantilla de trabajadores de una forma u otra, sustituyéndolos por unas máquinas sobre las que estos trabajadores carecen de control.

miércoles, 12 de junio de 2024

Los inicios del modernismo en la pintura; Alfred Uçi, 1978

«La crítica de la estética modernista no sería completa y profunda si no se consideraran las principales prácticas artísticas del modernismo. Durante un siglo, el modernismo ha dado lugar a un gran número de escuelas, direcciones y corrientes cercanas, pero también diferentes entre sí. Algunos de ellos han tenido una vida más larga, mientras que otros muchos han tenido una vida corta y otros han desaparecido antes de nacer. Algunas de estas escuelas se han extendido a muchos países del mundo revisionista burgués, mientras que otras no cruzaron las fronteras de su patria.

En nuestro libro no pretendemos hacer una historia detallada de todas las prácticas artísticas modernistas de cada época y lugar, pero sí intentaremos dar una crítica de los conceptos estéticos que han permanecido o permanecen en la base de algunas de las prácticas artísticas del modernismo. Desenmascarar los conceptos estéticos teóricos, por ejemplo, del cubismo o el expresionismo, es de particular importancia porque están fusionados y entrelazados con las prácticas de estas tendencias. Nos centraremos únicamente en aquellas escuelas y direcciones que han jugado un papel más importante en la formación de la plataforma ideoestética general del modernismo, que han ejercido una influencia más significativa y que concretan más claramente las tendencias básicas de la metamorfosis del modernismo durante el siglo XX. Su análisis crítico demuestra que el modernismo no sólo como teoría, sino también como práctica artística, se construye en oposición a las leyes objetivas de la creatividad artística y representa una fuerza regresiva en la cultura estética de nuestro tiempo.

En la historia del modernismo, las prácticas decadentes en las artes visuales han desempeñado un papel especial, especialmente en la pintura. En ellas todas aquellas tendencias que caracterizan al modernismo se manifestaron más rápidamente y se hicieron más profundas. La estética y la práctica del modernismo en las artes visuales dan testimonio mejor que en cualquier otro campo de las graves consecuencias destructivas que trajeron al arte. Por ello, iniciamos el análisis crítico de la estética de las principales prácticas modernistas con el campo de las artes visuales.

Del impresionismo al cubismo

Una de las opiniones predominantes sobre los orígenes del modernismo en la pintura acepta como primera fuente el impresionismo, aquella corriente ideoestética de la pintura que se desarrolló en el último cuarto del siglo XIX en Francia y que se relaciona con la creatividad de los pintores franceses Monet, Renoir, Degas, Pissarro, Sisley, etc.

La plataforma ideoestética del impresionismo ha sido contradictoria. Las primeras obras de los pintores impresionistas fueron creadas como una negación de la plataforma ideoartística de la pintura académica, de la pintura de salón, llena de temas religiosos, históricos y simplemente divertidos, producto de un gusto vulgar y banal. Los impresionistas mostraron un especial interés por la naturaleza y la vida cotidiana y por ello pintaron espacios abiertos, campos, playas, riberas, plazas y calles. Sus pinturas fueron fruto de una aguda observación de la naturaleza y revelaron nuevos fenómenos de la vida y las características cromáticas de los objetos. Los paisajes impresionistas estaban llenos de frescura, luz, color y aire, todo iluminación y transparencia. Carecían de colores y tonos oscuros. En busca de la belleza de la luz y el aire, los impresionistas siguieron los reflejos de los rayos del sol en las superficies del agua y el «humo» del aire que envuelve árboles, casas y objetos. Llevaban ropas de colores vivos y variados. Los impresionistas representaron la naturaleza con tonos espectrales puros. Hicieron de la iluminación una poderosa herramienta para representar el movimiento de la vida. El acercamiento a la naturaleza y la fidelidad de su reflejo vincularon el impresionismo con la tradición del paisaje realista, que se oponía a la frialdad del academicismo. Aún hoy, las mejores obras de los pintores impresionistas son valoradas por estas cualidades.