lunes, 5 de julio de 2021

La Escuela de Gustavo Bueno y su promoción de la religión como «esencia de la españolidad»; Equipo de Bitácora (M-L), 2021


[Publicado originalmente en 2020 y reeditado en 2021]

«Falange Española no puede considerar la vida como un mero juego de factores económicos. No acepta la interpretación materialista de la historia. Lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos. Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede contestar con evasivas; hay que contestar con la afirmación o con la negación. España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española. Por su sentido de catolicidad, de universalidad, ganó España al mar y a la barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación. Así, pues, toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico». (José Antonio Primo de Rivera; Falange Española número 1, noviembre, 1933)

Después de Falange, parece ser que ahora, gracias al inestimable servicio de Vox y la Escuela de Gustavo Bueno, ellos nos enseñan cuál es y debe de ser la esencia de España –nótese la ironía–:

«España desde su constitución como Imperio –es decir, desde su constitución como sociedad política– ha sido siempre una monarquía. (...) España es una sociedad católica –y no protestante, ni islámica, ni judía, por ejemplo– en cuanto que buena parte de las costumbres de sus habitantes están determinadas por el ceremonial católico». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

Por si alguien quiere seguir riéndose a carcajadas con las ilusiones de estos monaguillos, dejaremos una última cita:

«@armesillaconde: La gente que dice que la religión católica no les influye, pero luego no tienen problemas en irse de puente en festividad religiosa, tienen nombres de santos, o comen jamón y beben vino sin darse cuenta de que esto es producto de la Reconquista contra el Islam. En fin». (Twitter; Santiago Armesilla, 20 de octubre de 2020)

Este es su nivel de razonamiento. Esta es la forma en que este «sujeto», por ser bondadosos, enlaza y conjuga los conceptos que milagrosamente llegan a su masa encefálica. 

¡Los discípulos del señor Bueno no cesan de hacer el ridículo! Preguntamos a Armesilla, ¿acaso el musulmán que se salta su código religioso y consume jamón está cometiendo un acto de conversión al catolicismo? Es infinitamente absurdo creer seriamente que reproducir las herencias totalmente secularizadas de la tradición cristiana —nombres, fiestas y demás— implica «ser católico», ni siquiera «ser católico culturalmente». Es de una chapuza intelectual increíble.

«@armesillaconde: En las religiones no se cree. Se cree en deidades, pero lo positivo –empírico– de las religiones no son los dioses, sino sus instituciones históricas que moldean sociedades enteras». (Twitter; Santiago Armesilla, 19 de octubre de 2020)

Una vez más Armesilla mostrando su antimarxismo: lo que define y moldea una sociedad son las relaciones de producción y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, pero para estos discípulos de Bueno no fueron los intereses de clase los que hicieron que una u otra religión fuera la dominante, sino la religión en sí y sus cualidades «innegablemente positivas» sobre el pueblo. Y claro, si el pueblo español el mejor, también tendrán que tener la máxima religión, ¿para algo Jesús nació en Albacete y no en Nazaret como dice la «Leyenda negra» judeo-británica, no? Armesilla está inmerso en una ardua investigación sobre eso, ya verán. Lo bueno, lo positivo según Armesilla, son las instituciones religiosas, es decir, debemos dar gracias a la Iglesia Católica y el «nacionalcatolicismo» de Franco por su gran labor en «moldear» toda una generación. Qué se lo pregunten a las mujeres revolucionarias que fueron ultrajadas y obligadas a la reeducación de la Sección Femenina de Falange y, para más inri, en muchas ocasiones apartadas de sus hijos. ¡Oh, Dios, damos a ti las gracias!...  ¿por el fascismo?

Esta es la misma gente que defiende la tauromaquia o el catolicismo, porque son «marcas inalterables de España, su esencia». ¿Es esto compatible con el discurrir del pensamiento marxista? Ni de lejos:

«Y no es, ni mucho menos, fortuito que el programa nacional de los socialdemócratas austríacos imponga la obligación de velar por «la conservación y el desarrollo de las particularidades nacionales de los pueblos». ¡Fijaos bien en lo que significaría «conservar» tales «particularidades nacionales» de los tártaros de la Transcaucasia como la autoflagelación en la fiesta del «Shajsei-Vajsei» o «desarrollar» tales «peculiaridades nacionales» de los georgianos como el «derecho de venganza»! Este punto estaría muy en su lugar en un programa rabiosamente burgués-nacionalista». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

Obsérvese qué estúpido se vuelve defender las «particularidades nacionales» en su completitud, cuando encontramos, por fuerza, componentes reaccionarios patrios que no responden en absoluto a los intereses objetivos del proletariado como clase en ascenso. Hagamos unos apuntes a los comentarios de estos lacayos de la monarquía y la Iglesia que afirman que «España es esencialmente católica»:

a) Esta es una afirmación cuanto menos «arriesgada», habiendo sido España uno de los países con más explosiones populares de anticlericalismo en la Edad Moderna y Contemporánea. Además, según un informe reciente de la Fundación Ferrer y Guàrdia, el número de practicantes cae al 26%, los ateos son ya el 27%, solo un 14% marca únicamente la casilla de la Iglesia Católica en la declaración de la renta, el 46% de los niños que nacen en España lo hacen fuera del matrimonio y el 46% de los estudiantes de la ESO cursan actividades alternativas a la religión.

b) Si estos datos no le parecen objetivos al lector por la fuente que utilizamos, seamos generosos, y preguntémonos mejor qué considerar catolicismo para declararlo como esencia de un país y, por ende, de sus habitantes. Si echamos una ojeada rápida a la sociedad, queda claro que el catolicismo, en el sentido estricto de sus últimos concilios, es tan poco común a España y sus gentes como a casi cualquier país moderno. Si consideramos como católicos a quienes van a misa todos los domingos y cumplen rigurosamente con los sacramentos, el número de católicos es escaso. Si queremos considerar como «católicos» a quienes no tienen un desconocimiento casi absoluto del Viejo y Nuevo Testamento, no tendremos a muchos, pero el listón lo estamos poniendo muy bajo para los feligreses del catolicismo. En cambio, si aceptamos «buenos católicos» a quienes no cumplen casi ninguna de las normas de su doctrina, pero amontonan crucifijos o estampitas de santos por toda la casa, habrá muchos afines a la causa. Y si aceptamos como «costumbre católica» el no interesarse lo más mínimo en qué se celebra en eventos como la Semana Santa y la Navidad, sino simple y únicamente considerarlas como épocas de descanso o desinhibición, entonces claro que el catolicismo puede ser considerado común a muchos españoles, incluso a muchos de los agnósticos y todo tipo de cristianos no practicantes. Pero eso no marca la esencia «católica» de España, sino que demuestra todo lo contrario: que el país tiene poco apego por sus reglas y su moral religiosas. 

c) Es más, el país no puede ser de «esencia católica» porque ni siquiera la mayoría de católicos que sí cumplen con las rutinas y liturgia del mismo son ejemplos de llevar una «vida moral recta», como tanto presumen y reclaman a los impíos. Véase como prueba en la España de las últimas décadas los grandes escándalos de pedofilia, la «terrible sodomía» entre curas o la compra-venta de recién nacidos entre los jefes de la Iglesia Católica. Tampoco seremos nosotros quienes se opongan a un matrimonio sin amor, pero el mismo señor Abascal es divorciado, algo que, según las «Escrituras Sagradas», va en contra de Dios –revisen señores devotos los pasajes del Génesis o Corintos–.

Queda claro que la esencia de España no puede ser el catolicismo, ya que cada uno interpreta ese catolicismo a su manera. Si la influencia del catolicismo en España es prácticamente nula en las vidas de las personas, habría que ver hasta dónde se reduciría su trascendencia en un gobierno comunista donde no se financiase a su institución religiosa ni se promocionase sus dogmas ideológicos; donde, en cambio, se financiase la educación y visión del ateísmo científico. Seguramente, en unas décadas, lo más trascendente del catolicismo estaría en los nombres bíblicos de algunas personas, en aquellos nombres que le son comunes a los apóstoles y en algunas de las denominaciones de los pueblos del país.

Pero nuestros voxeros-buenistas no se rinden, y contraatacan afirmando:

«Está por demostrar la incompatibilidad entre el catolicismo y las formas modernas de organización económica, cultural, política. (…) Hay que decir, por ejemplo, que buena parte de los responsables de la llamada «revolución científica» eran católicos». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

Debido a que estamos en tiempos modernos, estos «católicos», como Bueno o Abascal, son conscientes de que la promoción a ultranza del catolicismo no tendría eco en la población, mucho menos tratar de imponerlo como en la época franquista. Por ello deciden utilizar una táctica defensiva, como es decir que no hay evidencia de que el catolicismo y la ciencia sean incompatibles. Este alegato recuerda al del padre del positivismo, Comte, quien antes de fundar su nueva religión declaró:

«La ciencia y la teología no están, en primer término, en abierta oposición, puesto que no se proponen los mismos problemas». (August Comte; Discurso sobre el método positivo, 1844)

Aunque Comte planteaba que las ciencias deben ser libres de cualquier influjo religioso –fetichista, politeísta o monoteísta–, él hace una concesión de importancia cuando considera que la ciencia –que por supuesto él identifica con el positivismo– no es antagónica a la religión porque no se ocupa de los mismos campos. No nos extenderemos en demostrar esta incompatibilidad, simplemente señalaremos que en realidad la ciencia sí se ocupa y pugna por los mismos campos que la religión, como también lo ha hecho la filosofía –que suele acompañar y guiar el método de las ciencias–. Si no fuera así, evidentemente no habría habido clérigos científicos –Copérnico– y filósofos –Tomas de Aquino–. De hecho, la práctica totalidad de los hombres de estos tiempos eran religiosos, y en épocas donde la separación entre Estado e Iglesia era menor, se hacía notar mucho más. El problema aquí es que Comte considera que la ciencia arranca con el estudio de las matemáticas, pero se olvida, que, en palabras suyas, la observación es la base de la ciencia, así como la experimentación. Y es obvio, que la religión ha estado más o menos cerca de estas observaciones, experimentaciones y conclusiones de las ciencias como la física, por mucho que a veces la Iglesia, por ejemplo, haya intentado retrasar la aceptación de ideas que rompían los moldes de la época –como ocurrió con la teoría heliocéntrica de Galileo o la teoría de la evolución de Darwin–. Precisamente el afirmar que religión y ciencia no se encargan de temas análogos es una forma indirecta de contribuir a la supervivencia de esos «métodos metafísicos» que el pensamiento religioso realiza con suma facilidad y que Comte consideraba superados para el desarrollo humano, ya que se da la impresión que no chocan porque cada uno tiene su nicho, pero realmente nunca ha sido así. Tiempo después sus sucesores, los «empiriocritistas», como el físico Mach, reproducirían esta gravísima equivocación:

«El curtidor J. Dietzgen veía en la teoría científica, es decir, materialista del conocimiento «un arma universal contra la fe religiosa». (…) ¡Pero para el profesor titular Ernst Mach, «desde el punto de vista científico no tiene sentido» la distinción entre la teoría materialista del conocimiento y la teoría subjetivo-idealista! La ciencia no toma partido alguno en la lucha del materialismo con el idealismo y la religión: tal es la idea preferida, no sólo de Mach, sino de todos los profesores burgueses contemporáneos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1908)

De todas formas, les recordaremos a estos señores la siguiente verdad sobre sus afamados científicos creyentes:

«Hay en el mundo ignorantes y reaccionarios que pretenden que nosotros, los comunistas, queremos atribuir al marxismo-leninismo también las obras de aquellos científicos viejos y nuevos que no sabían ni saben qué es el marxismo-leninismo, que no son marxistas, siendo algunos de ellos hasta adversarios de esta ideología. Eso no es en absoluto verdad. No se trata de apropiarse de las obras de este o de aquél científico, nacido en tal o cual país, hijo de este o de aquel pueblo. Pero es un hecho que ni Descartes ni Pavlov, ni el jansenista Pascal ni el científico Bogomoletz, ni otros miles y miles de científicos renombrados de todos los tiempos, son conocidos por la humanidad porque iban a la iglesia o porque hubieran rezado alguna vez a dios, sino por sus obras racionales, progresistas, materialistas, anticlericales, antimísticas. Su método en general, en ciertos aspectos, ha sido dialéctico, mas, sin embargo, no tan perfecto como nos lo proporciona el marxismo-leninismo. La doctrina marxista-leninista es el súmmum de la ciencia materialista y del desarrollo de la sociedad humana; es la síntesis de todo el desarrollo anterior de la filosofía y de manera general, del pensamiento creador de la humanidad; es la síntesis de todo lo racional y progresista que en todas las épocas y en diversas formas ha luchado contra las supersticiones, la magia, el misticismo, la ignorancia, la opresión moral y material de los hombres. Actualmente esta doctrina se ha convertido en faro que ilumina el camino de los pueblos hacia el socialismo y el comunismo. Por eso hoy, cuando existe una ciencia hasta tal punto completa como el marxismo-leninismo, que nos proporciona la correcta concepción materialista sobre el mundo y el mejor método científico, el método dialéctico marxista, es imperdonable que nuestros científicos y especialistas no la utilicen en beneficio de sus estudios en todos los terrenos, y, a nadie debe darle vergüenza comenzar el estudio inclusive desde las primeras nociones del marxismo-leninismo o, cuando no sepa alguna que otra cuestión, consultar a algún especialista en la materia, sin importarle si es más joven que él. En aras de la causa del Partido y del pueblo, cada uno de nosotros está dispuesto a soportar esta «vergüenza». (Enver Hoxha; Nuestra intelectualidad crece y se desarrolla en el seno del pueblo; Extractos del discurso pronunciado en el encuentro con los representantes de la intelectualidad de la capital, 25 de octubre de 1962)

En todo caso, estos científicos creyentes deberían ser criticados por aplicar el materialismo solo en algunos aspectos de la ciencia y no aplicarlo de forma consecuente, es decir, en todos los aspectos de la vida, inclusive en la cuestión de la religión. Como Marx declaró, el proletariado en su concepto de patriotismo no necesita la moral del catolicismo por varias razones:

«Los principios sociales del cristianismo han tenido ya dieciocho siglos para desenvolverse, y no necesitan que un consejero municipal prusiano venga ahora a desarrollarlos. Los principios sociales del cristianismo justificaron la esclavitud en la antigüedad, glorificaron en la Edad Media la servidumbre de la gleba y se disponen, si es necesario, aunque frunciendo un poco el ceño, a defender la opresión moderna del proletariado. Los principios sociales del cristianismo predican la necesidad de que exista una clase dominante y una clase dominada, contentándose con formular el piadoso deseo de que aquella sea lo más benéfica posible. Los principios sociales del cristianismo dejan la desaparición de todas las infamias para el cielo, justificando con esto la perpetuación de esas mismas infamias sobre la tierra. Los principios sociales del cristianismo ven en todas las maldades de los opresores contra los oprimidos el justo castigo del pecado original y de los demás pecados del hombre o la prueba a que el Señor quiere someter, según sus designios inescrutables, a la humanidad. Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el desprecio de la propia persona, el envilecimiento, el servilismo, la humildad, todas las virtudes del canalla; el proletariado, que no quiere que se lo trate como canalla, necesita mucho más de su valentía, de su sentimiento de propia estima, de su orgullo y de su independencia, que del pan que se lleva a la boca. Los principios sociales del cristianismo hacen al hombre miedoso y trapacero, y el proletariado es revolucionario». (Karl Marx; El comunismo del Rheinischer Beobachter, 12 de septiembre de 1847)

En materia religiosa, este «filósofo reputado», el Sr. Bueno, nos advertía:

«La Iglesia heredó el derecho romano y la filosofía griega y les dio un impulso gigantesco que en cierto modo fue lo que hizo la transición de la Edad Media a la Edad Moderna». (ABC; Entrevistando a Gustavo Bueno, 2015)

Bajo su idea de «ateísmo católico», que es otro sinsentido más –y ya constatamos unos 6.484 en este documento–, se atreve a declarar que la filosofía contemporánea debe recuperar y pagar tributo a esta escolástica, y que su filosofía así lo hace:

«El arcaísmo de decir que la escolástica es un residuo medieval, ¿pero esto qué es? (…) Por eso la recuperación de toda la filosofía española. (…) Y esto solo puede decirlo quien posea un sistema filosófico actual, que sea tributario directamente de esta filosofía, cuando no se tiene ese sistema no se puede hablar de esto. (…) Se puede necesitar recuperar, sino será una mera función ornamental». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Esto contrasta con lo que dicen los filósofos marxistas:

«Lo más típico de la escolástica fue lo siguiente: la sumisión a la teología; el idealismo y el ascetismo hipócrita. (…) Un método abstractamente lógico, formalista, encaminado, no a descubrir algo nuevo, sino a consolidar y sistematizar la verdad absoluta «revelada por dios». (…) Adaptación de sus fines de las doctrinas de los antiguos filósofos idealistas, principalmente la de Aristóteles, falsificada y convertida en teología metafísica. (…) La iglesia miraba con mucha sospecha a estos elementos de la ciencia y de la instrucción antiguas, que en uno u otro grado salieron a relucir mediante la escolástica. Muy significativo en este aspecto es la persecución y acusación de herejía. (…) El imperio de la dogmática muerta estaba relacionado con el nivel sumamente bajo de las ciencias naturales y el estancamiento de la producción medieval, de la vida económico-social en general». (Profesor A. V. Shcheglov y un grupo de catedráticos de la Academia de Ciencias de la URSS; Historia general de la filosofía; de Sócrates a Scheler, 1942)

El señor Bueno no entiende que la filosofía marxista recupera las mejores tradiciones del pensamiento, pero de su lado materialista, no de sus desviaciones idealistas –estén más o menos justificadas por el contexto histórico–. Así, pues, en el campo cultural, para intentar hacer pasar su mercancía nacionalista, los seguidores del «materialismo filosófico» de Bueno olvidan adrede el axioma de que:

«En cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una cultura burguesa –y, además, en la mayoría de los casos, ultrarreaccionaria y clerical–, y no simplemente en forma de «elementos», sino como cultura dominante. Por eso, la «cultura nacional» en general es la cultura de los terratenientes, de los curas y de la burguesía. (…) Al lanzar la consigna de «cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial», tomamos de cada cultura nacional sólo sus elementos democráticos y socialistas, y los tomamos única y exclusivamente como contrapeso a la cultura burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación. Ningún demócrata, y con mayor razón ningún marxista, niega la igualdad de derechos de los idiomas o la necesidad de polemizar en el idioma propio con la burguesía «propia» y de propagar las ideas anticlericales o antiburguesas entre los campesinos y los pequeños burgueses «propios». (…) Quien defiende la consigna de la cultura nacional no tiene cabida entre los marxistas, su lugar está entre los filisteos nacionalistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Los conceptos que Gustavo Bueno manejaba sobre España eran muy básicos y conocidos:

«Se ha constituido necesariamente en los términos del materialismo histórico, y se ha constituido precisamente como imperio católico. (…) La constitución de España es la constitución de un imperio católico, católico quiere decir como todos sabemos, universal (sic). (…) Para la doctrina de España, como constitución, como sintaxis histórica, no hace falta recurrir a número de factores, aunque que los hay, ¿por qué? Porque yo creo que España hay que explicarla a partir de un factor que está dado a la misma escala que España estaba llegando ya, pero que es distinto. (…) Este factor es el Imperio romano. este es un imperio que pretende ser universal. (…) Inmediatamente fundaron ciudades, ofrecieron la lengua, y en la época de Caracalla dieron la ciudadanía a todas las ciudades del imperio. (…) Cuando se contempla un imperio depredador como el inglés, y uno generador, generador de otras ciudades, en este caso de la URSS, o el Imperio romano tradicional, cuando estas dos estructuras se comparan. (…) Son indiscernibles». (Gustavo Bueno; España, 14 de abril de 1998)

Aquí Bueno intenta demostrar que el Imperio hispánico es heredero directo del Imperio romano –debate bizantino donde los haya–, pero, por ejemplo, otros «imperios» bajo el llamado Al-Ándalus, el cual estuvo asentado en la Península Ibérica durante más tiempo bajo la égida de las diversas dinastías africanas y asiáticas, no parece interesarle; la influencia árabe es totalmente descartable o anecdótica según los buenistas. ¡Vaya! A veces pareciera que con Gustavo Bueno estamos asistiendo a leer un manual de «Formación para el espíritu nacional» de la era franquista. ¿Los moros estuvieron aquí ocho siglos de acampada y se fueron sin más? ¿No se mezclaron las poblaciones ni aportaron nada reseñable a los reinos cristianos medievales?

Como el lector puede constatar, aunque aquí jugara a hacerse pasar por alguien que comprendía, dominaba y aplicaba el marxismo, hablándonos a ratos de «materialismo histórico», lo cierto es que sus términos inventados y, sobre todo, los significados que les otorgó bajo su «materialismo filosófico», lo encaminaron inevitablemente hacia el reaccionarismo más idealista, subjetivista, chovinista y hasta clerical. Un instrumento que favorece a las élites explotadoras, y que no por ser «herencia nacional» se debe defender, puesto que un marxista debe estar siempre:

«Luchando contra la violencia ejercida sobre las naciones, sólo defenderá el derecho de la nación a determinar por sí misma sus destinos, emprendiendo al mismo tiempo campañas de agitación contra las costumbres y las instituciones nocivas de esta nación». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

¿Cuál es la posición marxista frente a la herencia cultural incluyendo el rancio y siempre peligroso chovinismo?

«En las sociedades anónimas tenemos juntos y completamente fundidos a capitalistas de diferentes naciones. En las fábricas trabajan juntos obreros de diferentes naciones. En toda cuestión política realmente seria y realmente profunda los agrupamientos se realizan por clases y no por naciones. (...) Quien quiera servir al proletariado deberá unir a los obreros de todas las naciones, luchando invariablemente contra el nacionalismo burgués, tanto contra el «propio» como contra el ajeno. (…) El nacionalismo militante de la burguesía, que embrutece y engaña y divide a los obreros para hacerles ir a remolque de los burgueses, es el hecho fundamental de nuestra época». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Hoy Vox anima a la población a que marque con la «X» la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta; pide más financiación para las fiestas religiosas y para el «arte y fiesta nacional» de la tauromaquia. Pero, a la vez, estos sinvergüenzas piden que recemos para que:

«Aprovechemos las lecciones de esta crisis tenebrosa para convertirnos en un país avanzado científica y tecnológicamente y que brillen en España, con la ayuda de Dios, la confianza en nosotros mismos, la ciencia y la investigación». (Santiago Abascal; Discurso, 12 de abril de 2020)

¿Qué podemos decir? La humanidad quizás hubiera avanzado más en estos siglos si en lugar de desperdiciar sus energías sacando a pasear retratos inanimados de madera por las calles o jalear la matanza de un animal sin más fin que la diversión, se hubiera dedicado con más tesón a investigar el funcionamiento del mundo, a hacer accesible sus conocimientos al «vulgo». Pero, claro, ya sabemos que estos personajes se encargan de que esto no ocurra. Ahí está Vox, adalid del oscurantismo medieval, solo que ahora estos fascistoides de siempre, sabedores de que su ideología religiosa está de capa caída, ruegan «piedad» y libertad de expresión para sus patochadas. Con un siempre patético relativismo filosófico, intentan hacer conjugables religión y ciencia, es decir, ¡agua y aceite!». (Equipo de Bitácora (M-L); El viejo chovinismo: la Escuela de Gustavo Bueno, 2021)

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