jueves, 24 de agosto de 2017

Idealismo; Mark Rosental y Pavel Yudin, 1946


«Idealismo.  — El idealismo es una de las dos tendencias fundamentales en filosofía, que en la solución del problema sobre la relación entre el ser y el pensar por oposición al materialismo, considera primario la conciencia, el espíritu, negando que éstos sean un producto de la materia. El idealismo considera el mundo como la encarnación de una «conciencia», de una «idea absoluta», de un «espíritu universal». El idealismo afirma que «sólo nuestra conciencia tiene una existencia real y que el mundo material, el ser, la naturaleza, sólo existen en nuestra conciencia, en nuestras sensaciones, en nuestras percepciones, en nuestras ideas» (Stalin). La tendencia idealista en filosofía se divide en dos principales variantes. El idealismo subjetivo toma como base las sensaciones, las percepciones, la conciencia de la persona individual, del sujeto. Esta variante del idealismo está relacionada, ante todo, con el nombre del filósofo inglés Berkeley [ver], quien consideraba que los objetos sólo existen en las sensaciones, como un complejo de sensaciones, negando la existencia de los objetos reales, independientes del hombre, así como que actúen sobre nuestros órganos de los sentidos y provoquen en nosotros determinadas sensaciones. Este punto de vista conduce inevitablemente al solipsismo [ver], es decir, a reconocer que sólo existe el sujeto que percibe. Todo lo demás es sólo el resultado de la actividad de su conciencia. La prueba más evidente contra esta filosofía, como en general contra toda filosofía idealista, es la práctica humana, que a cada paso viene convenciendo al hombre de que hay que distinguir entre la ilusión y la realidad, entre el «complejo de sensaciones» que nace en el sueño, y el «complejo de sensaciones» creado por los objetos que realmente existen y que obran sobre nuestros órganos de los sentidos. A diferencia del idealismo subjetivo, el idealismo objetivo toma como fundamento, no la conciencia personal, no la conciencia subjetiva, sino la conciencia impersonal, objetiva, la conciencia en general: la razón universal, la voluntad universal, etc., que existen, a juicio de los idealistas objetivos, en forma autónoma, independientemente del hombre. El idealismo está ligado muy íntimamente con la religión y conduce, en una forma u otra, a la idea de Dios. El idealismo tiene sus raíces en la división de clases de la sociedad, así como en el propio proceso del conocimiento. Señalando que el idealismo es un clericalismo, subrayando, a la vez, que el «idealismo filosófico es –«más bien» y «además»– el camino hacia el clericalismo a través de uno de los matices del infinitamente completo –dialéctico– conocimiento del hombre», Lenin pone al descubierto las raíces gnoseológicas del idealismo. En el propio conocimiento, en el proceso de la generalización de los fenómenos, existe la posibilidad de que la conciencia se separe, se aleje de la realidad; la posibilidad de convertir –y además una conversión imperceptible, inconsciente para el hombre– los conceptos generales en un ente absoluto, separado de la materia y divinizado. Los conceptos y las ideas abstractos que descubren lo general en los fenómenos son convertidos por el idealismo objetivo en la base de todo lo existente; el mundo real, objetivo que nos circunda es transformado, desde este punto de vista, en el segundo ser del concepto, de la idea, su copia pálida e inexacta. Para el idealista objetivo, los conceptos, las ideas, no son el producto de las síntesis en el conocimiento de los objetos realmente existentes. Por el contrario, estos objetos sólo existen por cuanto existen sus conceptos e ideas. Así, por ejemplo, sintetizando las manzanas, peras, fresas y almendras realmente existentes en el concepto de «fruta», el idealismo objetivo considera este concepto –«fruta»– abstraído de la realidad objetiva, como el fundamento de la propia existencia de estas manzanas, peras, fresas y almendras. Como consecuencia, dice Marx, obtenemos «frutas que brotaron, no del suelo material, sino del éter de nuestro cerebro». Esta posibilidad de deificar los conceptos se debe a determinadas condiciones sociales, como son: la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, la aparición de las clases y de la explotación. La interpretación idealista de los fenómenos de la Naturaleza fue desarrollada como norma por los ideólogos de las clases reaccionarias o por los de las clases que llegaban a compromisos con ellas. Los representantes más antiguos del idealismo filosófico fueron, con algunas excepciones, los pitagóricos. En sus doctrinas, que representaban la organización política de la aristocracia griega, en lucha activa contra la democracia, los pitagóricas desarrollaban la teoría idealista de los números como fundamento y esencia de la existencia. El representante más destacado del idealismo griego antiguo fue Platón [ver], quien declaró que el mundo verdadero es el suprasensorial, de las ideas, y el mundo de las cosas reales es el de las sombras, el mundo de los pálidos reflejos de las ideas. En la sociedad feudal predominaba la escolástica idealista que convirtió la filosofía en sirviente de la teología. Durante el período de la desintegración del feudalismo y el desarrollo de las relaciones burguesas, de la burguesía revolucionaria de los países avanzados –Inglaterra, Holanda– surgen muchos filósofos materialistas –Bacon, Spinoza, etc.–, frente a los cuales, durante la época del afianzamiento de las relaciones capitalistas en Inglaterra, reaccionan el idealismo subjetivo de Berkeley y el agnosticismo de Hume. La burguesía alemana del siglo XVII y de principios del XVIII, interesada en desarrollar las relaciones burguesas, pero al mismo tiempo vinculada muy estrechamente al feudalismo, con el cual establecía un compromiso, inspiró al filósofo idealista Leibnitz [ver]. En el siglo XVIII y en la primera mitad del XIX aparece en Alemania la filosofía idealista clásica –Kant, Fichte, Schelling, Hegel– que refleja el carácter de compromiso de la burguesía alemana de esa época: por un lado, sus sueños revolucionarios y, por el otro, su impotencia para realizar la revolución burguesa a causa del exiguo desarrollo de las relaciones económicas y la dispersión política de Alemania. Los representantes del idealismo clásico alemán no sólo absorbieron en su filosofía mucho de lo más valioso que había en el desarrollo de la ciencia, sino que, en forma idealista, emitieron toda una serie de pensamientos geniales que presagiaban los descubrimientos de las ciencias naturales del siglo XIX –la filosofía de la naturaleza de Kant y de Schelling–. La culminación del idealismo filosófico alemán fue la filosofía de Hegel, que, sobre la base del idealismo objetivo, por vez primera, vio el mundo como un proceso, es decir, en movimiento, mutación y desarrollo continuos e intentaba indagar la conexión mutua interna de este movimiento y desarrollo. «La mistificación que ha padecido la dialéctica en manos de Hegel, no ha impedido, ni mucho menos, que fuera precisamente Hegel el primero que diera un cuadro cabal y consciente de sus formas generales del movimiento» (Marx). Hegel fue el último representante de una filosofía idealista en la que, a pesar del idealismo, hay momentos valiosos, progresistas. Después de Marx y Engels –creadores del materialismo dialéctico, la concepción filosófica del mundo y el método filosófico del proletariado revolucionario–, la filosofía burguesa degenera, copiando de los sistemas idealistas del pasado las ideas más reaccionarias, anticientíficas y místicas. Un carácter particularmente reaccionario adopta la filosofía burguesa durante la época del imperialismo. La filosofía idealista reaccionaria burguesa llega a convertirse en bandera del revisionismo y del oportunismo. Defendiendo la idea de la colaboración de clases, luchando contra la idea de la revolución proletaria, el revisionismo arroja del marxismo la dialéctica materialista, tratando de conciliar eclécticamente la doctrina de Marx con cualquier filosofía idealista. Sólo en la URSS, donde el único sistema imperante es el de la economía socialista, donde fue suprimida la explotación del hombre por el hombre, donde son superados los contrastes entre el trabajo intelectual y el manual, es posible un incontenible progreso del desarrollo de la producción y de la ciencia, creándose las condiciones y premisas para la extinción definitiva de la concepción idealista del mundo. En la interpretación de los fenómenos sociales, todos los filósofos anteriores a Marx y Engels tomaban como punto de partida el idealismo, la afirmación de que la historia se reduce al progreso de las ideas y que el motor fundamental de la historia son los hombres ilustrados, los «héroes», que crean la historia sin el pueblo. Estas mismas posiciones idealistas las ocupaban también los populistas rusos –Lavrov, Mijailovski– y en ellas permanece hasta hoy la ciencia burguesa. Hasta los materialistas anteriores a Marx, caían en el idealismo cuando trataban de dar una interpretación de los fenómenos sociales. Marx y Engels expulsaron el idealismo también de este último refugio. Sólo el marxismo señaló el verdadero fundamento de la sociedad, descubriendo que la base de las ideas son las condiciones materiales de la vida. El marxismo creó, por primera vez, una concepción consecuentemente materialista del mundo, hostil al idealismo hasta el fin». (Mark Rosental y Pavel YudinDiccionario filosófico marxista, 1946)

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