«En los regímenes explotadores, las clases dominantes reaccionarias, desde los esclavistas, los señores feudales hasta los burgueses, en franco antagonismo con las masas trabajadoras, se han esforzado en explotar el conjunto de la actividad y la creatividad cultural de la sociedad en favor de la realización de sus intereses de clase, a fin de que esta actividad justifique la opresión, la explotación y el antagonismo de clase.
Independientemente de estos objetivos y esfuerzos de las clases dominantes, no toda la cultura creada en cada país ha estado al servicio de aquéllos. Ello ha sido así porque, como en todas las demás esferas de la ideología, en la de la cultura han existido y existen dos tendencias opuestas fundamentales, que representan intereses diametralmente opuestos, los de las clases explotadoras y los de las masas trabajadoras. La primera tendencia es reaccionaria y la segunda es progresista, progresiva. Las clases explotadoras han podido explotar en su interés únicamente aquella parte de la cultura que corresponde a la tendencia reaccionaria, mientras se han esforzado en ignorar, relegar al olvido, menospreciar y hasta destruir a la otra parte de la cultura, precisamente a la progresista, que enlaza con las tradiciones positivas de cada nación.
La lucha que ha tenido lugar entre estas dos tendencias constituye la esencia de la lucha de clases que se ha desarrollado y se desarrolla en el terreno de la cultura, tanto ayer como hoy, en todos los países burgués-revisionistas.
La función reaccionaria de esa parte de la cultura que expresa los intereses de las clases explotadoras resulta particularmente sensible y obstaculiza de forma flagrante el desarrollo social, precisamente en los momentos cruciales de la sociedad, en los momentos en que maduran las condiciones para la destrucción del viejo orden social y el tránsito a un nuevo orden superior. Esta función obstaculizadora llega a ser tan flagrante que ha ocurrido que pensadores progresistas, queriendo desembarazarse de este obstáculo, han llegado a hacer llamamientos a rechazar todo el patrimonio cultural de la humanidad y a afirmar que el progreso cultural ha estado en razón inversa con el bien de la sociedad, que el desarrollo de la ciencia y del arte ha sido fatal para la sociedad y sólo ha traído consigo la degradación y la degeneración del ser humano. A tal paradoja llegó, por ejemplo, el eminente pensador francés del siglo XVIII, Jean-Jacques Rousseau.
Obviamente, no se debe buscar el mal exclusivamente en la cultura, corno pensaba Rousseau, sino en otro factor más importante, en las relaciones económicas explotadoras y atrasadas, que en un momento determinado se transforman en obstáculo para el avance de la sociedad y son una fuente de opresión, de explotación y de todos los demás males del régimen explotador. Naturalmente, la cultura influye en la vida social y esta influencia depende de su carácter de clase. Ahora bien, quien ha ejercido una influencia negativa, degenerante y destructora para la humanidad no ha sido toda la cultura en general, sino únicamente una parte de ella, la reaccionaria, que ha sido creada y aprovechada en interés de las clases explotadoras y regresivas. Ea por eso que el problema se plantea de un modo diferente a como lo hacía Rousseau en su época. Así pues, en nombre del progreso social, se ha de renunciar no a toda la cultura anterior, sino únicamente a aquella parte que sirve a las clases dominantes reaccionarias, creando en su lugar una nueva cultura, progresista, que se coloque al servicio del progreso social y haga avanzar la sociedad. Esto lo comprendieron perfectamente los iluministas franceses del siglo XVIII, quienes criticaron y rechazaron con sus obras y su actividad al obscurantismo religioso, en tanto que ideología de la clase reaccionaria feudal, y crearon, simultáneamente, la nueva ideología burguesa que se convertiría en aquella época en el fundamento de una ciencia y un arte nuevos más progresistas, y que movilizaría e inspiraría al pueblo, a la «tercera etapa», en la lucha contra el régimen feudal.
El gran papel de la cultura progresista en la liberación social y en el progreso de la sociedad fue comprendido cabalmente, asimismo, por los eminentes renacentistas albaneses, quienes con su actividad crearon y aportaron numerosos valores nuevos, progresistas y revolucionarios, a la cultura secular de nuestro pueblo. De este modo, enriquecida y sacada a la luz por nuestros renacentistas, expresada en la lengua albanesa y en un espíritu nacional, nuestra cultura nacional, en el período del Renacimiento Albanés, levantó a todo un pueblo e inspiró sus esfuerzos dirigidos a la realización de sus aspiraciones a la libertad, la independencia y la justicia social.
La cultura progresista de cada pueblo adquiere un gran valor particularmente cuando se lleva a cabo la revolución socialista y a lo largo de todo el proceso de la construcción del socialismo. Su función en la edificación socialista es incluso mucho mayor que en el pasado. Únicamente en el régimen de dictadura del proletariado puede desarrollarse libremente y de forma acelerada la cultura de cada pueblo, y sus logros en todos los terrenos y sectores redundar en el bien de toda la sociedad, ser disfrutados por las amplias masas trabajadoras». (Zija Xholi; Por una concepción más justa de la cultura nacional, 1985)
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