viernes, 26 de julio de 2019

Espronceda, su tiempo, su vida, y su obra; F. Gavinet, 1950


«Cuando a los 33 años, en 1842, murió José de Espronceda, había jugado un papel histórico de significación tan acusada que, a pesar de su temprana muerte, y de la obra que de su singular genio cabía esperar, sería inadecuado calificar tan poderoso cerebro y tan noble corazón como malogrados.

La velocidad y la eficacia de su trabajo con «la pluma, la lengua y la espada» fue tal que su relativamente fugaz vida dejó, más que una estela de luz brillante, un surco profundo en la costra que cubría la sociedad española de su tiempo y que aún hoy estamos arrancando; y tan circunstancialmente certeros y tan agudamente inteligentes fueron sus golpes que suenan todavía con la misma arrebatada furia española con que fueron lanzados.

Nacido al comienzo de la Guerra de la Independencia, le vemos a los 15 años fundando con otros compañeros una sociedad secreta: «Los Numantinos»; condenado a cinco años de reclusión en un convento al descubrirse las actas de la reunión que celebraron a raíz de la cruel tortura y ejecución de Riego, que vieron con sus propios y espantados ojos. En las actas se constata que, después de escuchar a Espronceda, «todos juraron no omitir medio alguno para vengar la muerte de aquel héroe en todos sus autores, comenzando por el más alto». Le encontramos en libertad mucho antes  de cumplir su condena, con un certificado, expedido por el guardián, diciendo haber cumplido ya una parte de aquélla «a su satisfacción, y considerarla tiempo suficiente»... suficiente para haber revuelto de tal modo a los frailes jóvenes con su propaganda revolucionaria que al fraile guardián le faltó tiempo para librarse de su presencia. A los 17 años emigrado en Lisboa; después en Londres y París; aquí le encontramos, a los 23, batiéndose en las barricadas [en la revolución de 1830]; presto a marchar en una brigada internacional que se intentó formar para liberar a Polonia del yugo del zar de Rusia. Más tarde ayudante del que fuera famoso guerrillero y coronel del ejército en la Guerra de la Independencia, Joaquín de Pablo («Chapalangarra»), con la tropa de emigrados que pasaron los Pirineos para luchar en los campos de Vera de Navarra, mientras Torrijos atacaría por el sur, y otra fuerza por Cataluña, acaudillada por Espoz y Mina. Fue una acción heroica, pero infructuosa, contra la reacción fernandina, bajo los pliegues de la bandera tricolor de la República (roja, verde y morada; la actual fue adoptada después de la revolución de 1868). Le hallamos, a la muerte de Fernando VII y acogido a la amnistía, de vuelta en España, con 27 años, capitán de milicianos, fundador y colaborador de los periódicos más avanzados: El Siglo, El Labriego, El Huracán, El Español, que se mantienen en un duelo constante con los gobiernos «moderados», sosteniendo en alto la bandera contra la reacción, y planteando los problemas, sobre una plataforma republicana. Le encontramos por los caminos y sierras de España, a caballo, a pie, pasando ríos a nado, para organizar sociedades clandestinas, enlazándolas, orientándolas; después, cerca ya del fin de sus días, secretario de la legación en La Haya; diputado a Cortes, donde da pruebas de sus grandes dotes como político, de su consecuencia como revolucionario demócrata y de su gran capacidad sobre problemas militares, de economía, industria y hacienda e internacionales.

La vida de Espronceda fue tan tumultuosa como su época, y si se encontró enzarzado en ella y en su avanzada no fue por mero «instinto», o por un ímpetu más o menos ciego, nacido de un ardor indefinido por la «justicia» y la «libertad». Las «aventuras» de Espronceda son las hazañas de un revolucionario demócrata en acción que se ha marcado un objetivo que alcanzar y hacia él orienta su esfuerzo cualesquiera que sean las variadas circunstancias en que se encuentre. Éste es el valor de la vida y la obra de Espronceda.

Espronceda veía al pueblo, y no sólo cuando mozo sino después y siempre, no como «la plebe», como otros literatos de su tiempo, sino de otra manera. A los 27 años, en un opúsculo dirigido contra el gobierno Mendizábal por sus errores y debilidades, acusaba a éste de «haber marchado a la deriva y de no mirar por la elevación y emancipación de los proletarios»... plantea la necesidad de «acabar con tanto paniaguado, inepto y holgazán»... y «poner coto a las arbitrariedades de los generales»; después de denunciar «la persecución de muchos ciudadanos por sus ideas»... continúa: «A los pueblos no basta decirles que callen; es necesario no darles motivo de hablar; y no es posible que callen los que todo lo han sacrificado por la libertad y ni aun libertad tienen». Trata a continuación de la devastadora prolongación de la guerra carlista y dice: «En vano se afanará el soldado y prodigará su sangre si el gobierno no hace sentir a los pueblos sublevados los beneficios que ha de reportarles el abandonar a don Carlos, y a todos los de España las ventajas de la libertad con decretos que interesen a las masas populares y las hagan identificarse con la causa que defendemos. Uno de los errores más  perjudiciales cometidos el año 1820 fue que nuestros gobernantes no hiciesen aprecio del pueblo que llaman bajo, y que, si no es alto, es porque se le niegan los medios de subir. Precisa interesar las masas populares para terminar la guerra y afirmar la libertad mostrándoles la diferencia que existe entre un pueblo esclavo y miserable y una nación libre y feliz»..

Espronceda no lucha por la «justicia» y la «libertad» en un sentido abstracto; ni se abate pesimistamente ante la carroña y sordidez de la sociedad caduca que le rodea. Combate en todo momento contra las arbitrariedades y el despotismo.

Un ejemplo de ello fue su famosa defensa ante los tribunales del periódico El Huracán, suspendido por su campaña contra la monarquía, y del cual era Espronceda asiduo colaborador. Con el apoyo de las masas, entre las que Espronceda gozaba de gran popularidad, consiguió que el periódico continuara su publicación y alcanzar la libertad de su director, contra quien se había incoado proceso.

Fue, pues, Espronceda un revolucionario demócrata, partidario de una revolución burguesa que abriese cauce a la industrialización de España, y al desarrollo agrícola y comercial simultánea y complementariamente, y que esta revolución burguesa rematase las medidas ya iniciadas para la extirpación del feudalismo merced a la transformación del régimen de propiedad de la tierra.

Su «filiación poética» está sancionada como la de «romántico» y él mismo se la adscribía.

Poeta revolucionario, progresivo, tenía para él una gran importancia la relación entre las condiciones sociales y su expresión poética. En artículos que, sobre este tema, publicó en el periódico El Siglo dice Espronceda: «Es indudable que el Gobierno tiene siempre mucha influencia sobre la poesía. A su organización social deben las naciones lo que son; ella modifica a la larga el carácter de las razas, combate los efectos de la naturaleza, el clima; renueva las lenguas, reforma o destruye las religiones, corrompe o regenera las artes; y siendo tan vasto su poder, ¿no se extenderá también a la poesía?».

Destaca vigorosamente en las obras de Espronceda el que lo mejor de su poesía está dedicada a cantar las luchas del pueblo, a impulsarle al combate contra la tiranía, a ensalzar sus héroes y sus gestas.

Su nombre ha quedado como uno de los más grandes poetas españoles y un sincero y fervoroso combatiente por la democracia en España». (F. Gavinet; Espronceda, su tiempo, su vida, y su obra, 1950)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

Guerra
Poema de Espronceda
 22 de octubre de 1835
 ¿Oís?, es el cañón. Mi pecho hirviendo
el cántico de guerra entonará,
y al eco ronco del cañón venciendo,
la lira del poeta sonará.

El pueblo ved que la orgullosa frente
levanta ya del polvo en que yacía,
arrogante en valor, omnipotente,
terror de la insolente tiranía.
Rumor de voces siento,
y al aire miro deslumbrar espadas,
y desplegar banderas;
y retumban al son las escarpadas
rocas del Pirineo;
y retiemblan los muros
de la opulenta Cádiz, y el deseo
crece en los pechos de vencer lidiando;
brilla en los rostros el marcial contento,
y dondequiera generoso acento
se alza de PATRIA y LIBERTAD tronando.

Al grito de la patria
volemos, compañeros,
blandamos los aceros
que intrépida nos da.
A par en nuestros brazos
ufanos la ensalcemos
y al mundo proclamemos:
"España es libre ya".
¡Mirad, mirad en sangre,
y lágrimas teñidos
reír los forajidos,
gozar en su dolor!
¡Oh!, fin tan sólo ponga
su muerte a la contienda,
y cada golpe encienda
aún más nuestro rencor.
¡Oh siempre dulce patria
al alma generosa!
¡Oh siempre portentosa
magia de libertad!
Tus ínclitos pendones
que el español tremola,
un rayo tornasola
del iris de la paz.
En medio del estruendo
del bronce pavoroso,
tu grito prodigioso
se escucha resonar.
Tu grito que las almas
inunda de alegría,
tu nombre que a esa impía
caterva hace temblar.
¿Quién hay ¡oh compañeros!,
que al bélico redoble
no sienta el pecho noble
con júbilo latir?
Mirad centelleantes
cual nuncios ya de gloria,
reflejos de victoria
las armas despedir.

¡Al arma!, ¡al arma!, ¡mueran los carlistas!
Y al mar se lancen con bramido horrendo
de la infiel sangre caudalosos ríos,
y atónito contemple el océano
sus olas combatidas
con la traidora sangre enrojecidas.

Truene el cañón: el cántico de guerra,
pueblos ya libres, con placer alzad:
ved, ya desciende a la oprimida tierra,
los hierros a romper, la libertad.

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