sábado, 16 de septiembre de 2023

¿Por qué cayeron los regímenes marxistas?; Equipo de Bitácora (M-L), 2022


«El movimiento comunista es, por su propia naturaleza, internacional. Esto no sólo significa que debemos combatir el chovinismo nacional. Esto significa también que el movimiento incipiente, en un país joven, únicamente puede desarrollarse con éxito a condición de que haga suya la experiencia de otros países. Para ello, no basta conocer simplemente esta experiencia o copiar simplemente las últimas resoluciones adoptadas; para ello es necesario saber asumir una actitud crítica frente a esta experiencia y comprobarla por sí mismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

En su día, los bolcheviques rusos, acuciados por la necesidad, por el interés y por la atracción, se vieron abocados a estudiar minuciosamente los movimientos políticos de sus antecesores más o menos lejanos. En el ámbito internacional, esto pasaba por familiarizarse con las disputas internas de las organizaciones francesas o alemanas; en el ámbito interno, tocaba repasar desde las andanzas de los primeros grupos marxistas rusos hasta las aventuras de los populistas y los decembristas. Y este proceder era totalmente lógico, pues solo a través de esta labor podían comprender racionalmente sus limitaciones, sus fracasos, pero también inspirarse, aprender de sus sorprendentes éxitos, emularlos y superarlos. Fue gracias a este magnífico trabajo que estos sujetos supieron rescatar y descubrir toda una serie de axiomas necesarios para alcanzar y desarrollar la nueva sociedad que ha de construirse. Hoy nosotros, al igual que ayer ellos, no tenemos otra salida que entender este conjunto de saberes que nos han legado las experiencias pasadas, pero no porque sea aconsejable, sino porque directamente es imprescindible adquirir este conocimiento si queremos hacer algo de valor, algo transcendente en el tiempo.

¿A qué se dedica hoy por el contrario el maoísmo moderno? El famoso «balance» que realizan los miembros de la «Línea de la Reconstitución» (LR) se resume en lo de siempre: sota, caballo y rey. A repetir los eslóganes de la «Revolución Cultural» (1966-76) y la «Guerra Popular Peruana» (1980-92). Y cuando eso se queda corto, rebuscan entre las tesis del «Marxismo Occidental» −Lukács y Korsch−. Ahora bien, una vez terminan de recitar estos catecismos, no saben muy bien qué más argumentar, pues poco hay de original y valioso en las explicaciones que presentan para el análisis de las experiencias revolucionarias del siglo XX. 


¿Apenas tiene importancia la «vigilancia revolucionaria»?

En redes sociales, la «Línea de la Reconstitución» (LR), se manifestaba públicamente a través de su icono más pedante como sigue:

«@_Dietzgen: Eso sí, si crees que vale con la «vigilancia y depuración»... pareciera que te has perdido el siglo XX. Si la deriva de China demostrase lo erróneo de la lucha de dos líneas... ¿no demostraría el periplo de la URSS y de Albania lo insuficiente de la «vigilancia y depuración?». (Comunista; Twitter, 25 de febrero de 2021)

Pues resulta que no, señor «Dietzgen»; lo que demuestran precisamente las experiencias del sistema soviético o albanés −y su ulterior ruina− es que hay un patrón común respecto a otros individuos y colectivos que jamás llegaron a tomar el poder −y pasaron sin pena ni gloria por la historia−: en todos esos casos no es necio declarar que hubo una insuficiente labor de «vigilancia» y «depuración» en cuanto a la selección, formación y desempeño de los cuadros. Ahora, dicho esto, cuando hablamos de que hubo «falta de vigilancia» no estamos haciendo una simplificación para ignorar todo el cúmulo de errores y desaciertos que hubo detrás del movimiento revolucionario −tanto en lo referido a aspectos teóricos como en su aplicación−. Nada de eso, incidimos en ello porque ignorar este factor resulta demencial; la esfera de la supervisión y el control sobre lo aprobado por el colectivo condiciona que las decisiones certeras lleguen a buen puerto, que el rumbo del proyecto revolucionario no se desvíe de sus objetivos y se fortalezca a cada paso. Así explicaba este asunto Stalin, sobre cómo evitar la degeneración en la cuestión organizativa:

«Algunos piensan que basta trazar una línea acertada en el partido, proclamada públicamente, exponerla en forma de tesis y resoluciones generales y aprobado en votación unánime, para que la victoria llegue por sí sola, digámoslo así, por el curso natural de las cosas. Esto, claro está, no es cierto. Es un gran error. Así no pueden pensar más que incorregibles burócratas y aficionados al papeleo. En realidad, estos éxitos y estas victorias han sido alcanzadas, ni más ni menos, en la lucha encarnizada por la aplicación de la línea del partido. La victoria no llega nunca por sí sola: habitualmente, hay que conquistarla. Las buenas resoluciones y declaraciones en favor de la línea general del partido constituyen sólo el comienzo de la obra, pues no significan más que el deseo de triunfar, y no la victoria misma. Una vez trazada la línea certera, una vez se ha indicado la solución acertada de los problemas planteados, el éxito depende del trabajo de organización, depende de la organización de la lucha por la puesta en práctica de la línea del partido, depende de una acertada selección de hombres, del control del cumplimiento y de las decisiones adoptadas por los organismos directivos. De otro modo, la acertada línea del partido y las decisiones acertadas corren el riesgo de sufrir un serio daño. Más aún: después de trazada una línea política certera, es el trabajo de organización el que lo decide todo, incluso la suerte de la línea política misma, y su cumplimiento o su fracaso». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Informe en el XVIIº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1934)

Dejando de lado el resto de los factores, que en un momento u otro pueden ser más importantes, no cabe duda de que estos dos aspectos, la «vigilancia» y la «depuración», son cotidianos y decisivos, tanto se esté en el poder como si, por el momento, aún no es así. ¿Por qué? Muy sencillo. Son acciones que emanan de las necesidades de la vida diaria, del actuar revolucionario y la estructura partidista: no se puede resolver prácticamente nada sin aplicar estos conceptos.

Respecto al primero, y según la RAE, entendemos por «vigilancia» el: «Cuidado y atención exacta en las cosas que están a cargo de cada uno». Podemos estar hablando de «vigilancia» en el sentido estricto de supervisar el cumplimiento de unas instrucciones para la toma de unos objetivos militares; podemos estar «vigilantes» para tratar de no incurrir en una actuación práctica «empirista» o «pragmática» −en el sentido más peyorativo de ambos términos−; o también podemos referirnos a «estar vigilantes» en el sentido de revisar permanentemente el estado de ánimo de la militancia a fin de no deslizarse por el derrotismo y ser paralizado por los eventos. En cambio, por «depurar», la RAE entiende «purificar, limpiar, dejar sin mancha ni defecto». Nosotros podemos, bien sobrentender aquí aspectos como «depurar responsabilidades», es decir, revisar la «factura» y «pasar la cuenta» a quienes han cometido diversos descuidos o negligencias; o también «depurar» como sinónimo de expulsión a quienes son recalcitrantes y no aprenden de sus fallos. Además, y como mencionábamos antes, ambos conceptos, «vigilancia» y «depuración», están estrechamente ligados a otros factores que hemos mencionado infinidad de veces:

«Como sabemos, uno, dos o tres dirigentes, por muy excelsos que sean en su desempeño, no pueden dirigir un partido comunista cuando adquiere un tamaño medio. La sobrecarga de trabajo y responsabilidades hace que estos cuadros sufran situaciones de bajo rendimiento, irritabilidad, desmoralización, gran fatiga e incluso enfermedad. La falta de cuadros conduce al partido a su liquidación. Si las piezas clave que por la edad, enfermedad, degeneración ideológica o muerte desaparecen y no son reemplazados debidamente, acaba desapareciendo también el partido, tan simple como eso. De ahí la necesidad ininterrumpida de la formación de nuevos dirigentes, de elevar el nivel ideológico general, llevar un control en base a las normas colectivas del partido, ejercitar la crítica y la autocrítica para poner freno a las tendencias regresivas y otras «leyes» del funcionamiento partidista que se conocen, pero generalmente no se aplican como se debiese. Si no se cumple a rajatabla con esto, que también es responsabilidad de cada militante, no nos podemos quejar de que tarde o temprano elementos tan increíblemente mediocres como oportunistas de la talla de Jruschov, Alia o Marco acaben liderando los respectivos partidos comunistas, ¿cómo no va a ocurrir si el resto se lo ponen tan fácil? Siendo justos, si estos partidos se convirtieron en mediocres fue, en gran parte, porque estaban liderados por mediocres, pero también porque existía una base pasiva que permitió a estos aprovechados mantenerse en el poder. Una vez se consolidan este tipo de liderazgos gracias a la inoperancia de la base, lo tienen fácil para silenciar, expulsar e incluso liquidar los pocos cuadros críticos con el revisionismo dirigente». (Equipo de Bitácora (M-L): Fundamentos y propósitos, 2022)

Si estos defectos a los que aludimos, como la escasez de cuadros, la complacencia o los favoritismos, no fueran reales y no incidiesen en los hombres −bien por la tradición o por nuevos vicios adquiridos−, no se explicaría entonces la llegada y pervivencia de figuras como el propio Mao Zedong o Chou En-lai dentro del movimiento comunista −entre otros muchos−, elementos que habían sido criticados y degradados una y otra vez, pero que finalmente volvían a ocupar puestos de gran importancia pasado un tiempo. De todos modos, comparar y considerar como «equiparables» la experiencia soviética o albanesa con la china es una completa tomadura de pelo por múltiples razones. Sin ir más lejos, Stalin y Hoxha, aunque durante su vida incurrieron en no pocas desviaciones y cometieron varios errores de cálculo −que nosotros mismos nos hemos encargado de investigar y traer a la luz−, no menos cierto es que en el cómputo general sus méritos pesan mucho más que sus equivocaciones. Por tal razón, esto no puede compararse con la trayectoria de Mao Zedong, cuyas estimaciones, errores involuntarios y teorías que pretendían revisar el marxismo a sabiendas, penetran toda su obra política desde sus más tempranos comienzos. Hasta el más escéptico se convencería de esto si revisase con detenimiento los primeros escritos del líder chino, que no son sino una vulgarización del marxismo que no resisten la menor comparativa con los textos clásicos. Bastaría recordar cuál era la esencia del VIIº Congreso del PCCh (1945), el primer congreso oficialmente «maoísta», cuyo informe presentado por Mao −eso sí, el original− respira un espíritu muy «browderista», es decir, liberal y proestadounidense. Véase la obra: «Comparativas entre marxismo-leninismo y maoísmo sobre cuestiones fundamentales» (2016).

¿Exageramos? No, en absoluto. Para muestra un botón. Esto es lo que concluían los diplomáticos y periodistas estadounidenses tras tomar contacto con la cúpula del PCCh liderada por Mao Zedong y los suyos:

«El general Chou declaró que el Comité Ejecutivo Central Comunista confirmó sus negociaciones con el Partido Comunista Chino. (…) El general declaró que Mao Zedong había ordenado informar personalmente al Generalísimo que el Partido Comunista estaba preparado para cooperar con su gobierno, tanto durante el periodo interino como bajo el constitucional. Chou también dijo que el Partido Comunista creía en principio en el socialismo, pero que, en aquel momento, veían el socialismo como un sistema impráctico para las condiciones presentes de China y que, en consecuencia, suscribían la introducción de un sistema político basado en el de los Estados Unidos; que por esto él entendía que la prosperidad y la paz de China sólo podían ser alcanzadas mediante la introducción del sistema político, ciencia e industrialización estadounidenses, así como por una reforma agraria en un programa de iniciativa individual. Declaró que Mao le había ordenado informarme que el Partido Comunista estaba satisfecho con la justicia de mi actitud y de que estaban listos para cooperar con los propósitos del Gobierno de los Estados Unidos». (Mariscal General al presidente Truman, Chungking, 31 de enero de 1946)

¿Alguien puede pensar, leyendo esto, que este par de pájaros, Mao y Chou, podían estar un minuto más en la dirección de un partido comunista? ¿Alguien puede poner en duda que, efectivamente, hubo una falta de control sobre los cuadros que llegaban a la cúpula? Mas, dado que ahora no es momento de detenernos en ello, si el lector desea conocer las primeras andanzas del maoísmo, es mejor que vaya directamente a la documentación disponible. Véase la obra: «Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo» (2016).


Las «fuerzas productivas» como excusa para el oportunismo político

No hace falta decir que el marxismo siempre ha valorado la importancia de las fuerzas productivas, algo normal, si uno no desea caer en voluntarismos y perseguir fantasmas. De hecho, hemos afirmado varias veces con suma rotundidad que sin tal concepción no se puede entender la evolución de la humanidad. Véase la obra: «Fundamentos y propósitos» (2022).

Refresquemos la memoria sobre lo que estas «fuerzas productivas» significan a nivel sociohistórico:

«Son: los instrumentos de producción, con ayuda de los cuales se producen los bienes materiales; los hombres que manejan los instrumentos y efectúan la producción de los bienes materiales, por tener una cierta experiencia productiva y hábito de trabajo. Las fuerzas productivas, es decir, los medios de producción −instrumentos, máquinas, implementos, materias primas, etcétera− y la fuerza de trabajo del hombre, del trabajador, son siempre los elementos absolutamente indispensables para el trabajo, para la producción material. La productividad del trabajo social, el grado de dominio del hombre sobre la naturaleza, dependen del nivel histórico del desarrollo de las fuerzas productivas, de la perfección de los instrumentos de producción y de la experiencia productora y los hábitos de trabajo del hombre. De aquí la evidente importancia de las fuerzas productivas y de su crecimiento para la sociedad. En cada momento histórico, la vida de la sociedad depende de las fuerzas productivas de que dispone». (M. Rosental y P. Yudin; Diccionario filosófico marxista, 1940)

Ahora bien, la magnificación de su importancia −hasta hacer que toda la política gire en torno a esta cuestión− siempre ha sido caldo de cultivo para todo tipo de tesis peligrosas. Quizá el caso más paradigmático sea el de la llamada «teoría de las fuerzas productivas», un fragmento heredado del «gran legado» de la II Internacional, luego tan empleado por todos los grandes oportunistas del siglo XX −desde los kautskistas, los mencheviques, hasta los trotskistas, pasando por los maoístas−. Pero no hemos de engañarnos, algunos de los representantes más admirados de la doctrina marxista-leninista, empezando por Marx, Engels, Lenin o Stalin, también han incurrido en estas pretensiones, unas veces para superarlas, otras para rescatarlas en otros momentos, y no siempre dando muestras de superarlas del todo. Véase el capítulo: «Entonces, ¿nunca ha coqueteado el marxismo-leninismo con nociones mecanicistas, místicas o evolucionistas?» (2022). 

Esto se reflejó en que Marx y Engels, repasando las causas sobre las revoluciones fallidas, no siempre daban conclusiones del todo acertadas, acotando demasiado sus conclusiones a una mera cuestión de «falta de desarrollo de las fuerzas productivas»:

«Si el proletariado francés, en un momento de revolución, posee en París una fuerza y una influencia efectivas, que le espolean a realizar un asalto superior a sus medios, en el resto de Francia se halla agrupado en centros industriales aislados y dispersos, perdiéndose casi en la superioridad numérica de los campesinos y pequeños burgueses. (…) Nada más lógico, pues, que el proletariado de París intentase sacar adelante sus intereses al lado de los de la burguesía, en vez de presentarlos como el interés revolucionario de la propia sociedad, que arriase la bandera roja ante la bandera tricolor». (Karl Marx; Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, 1850)

Por su parte, Engels, en el prólogo a la edición de 1895, comentaba en el mismo sentido:

«El que, incluso, este potente ejército del proletariado no hubiese podido alcanzar todavía su objetivo, y, lejos de poder conquistar la victoria en un gran ataque decisivo, tuviese que avanzar lentamente, de posición en posición, en una lucha dura y tenaz, demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en 1848, conquistar la transformación social. (...) El capitalismo tenía todavía, en 1848, gran capacidad de extensión. Pero ha sido precisamente esta revolución industrial la que ha clarificado las relaciones de clase en todas partes, la que ha eliminado una multitud de formas intermedias, legadas por el período manufacturero y, en la Europa oriental, incluso por el artesanado gremial, creando y haciendo pasar al primer plano del desarrollo social a una verdadera burguesía y a un verdadero proletariado de la gran industria. Y, con esto, la lucha entre estas dos grandes clases que, en 1848, fuera de Inglaterra, solo existía en París y a lo sumo en algunos grandes centros industriales, se ha extendido a toda Europa y ha adquirido una intensidad que en 1848 era todavía inconcebible. Entonces, reinaba la multitud de confusos evangelios de las diferentes sectas, con sus correspondientes panaceas; hoy, una sola teoría, reconocida por todos, la teoría de Marx, clara y transparente, que formula de un modo preciso los objetivos finales de la lucha. (...) Hoy, el gran ejército único, el ejército internacional de los socialistas, que avanza incontenible y crece día a día en número, en organización, en disciplina, en claridad de visión y en seguridad de vencer». (Friedrich Engels; Prefacio a la obra de Karl Marx: «Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», 1895)

En estas citas encontramos lo siguiente que ha de ser comentado con ojo crítico: 

a) En primer lugar, Marx y Engels parten de una aseveración aparentemente lógica −a menor número de proletariado, seguramente menor experiencia política propia y mayor probabilidad de que el movimiento ande bajo tutelaje burgués−, pero solo como pretexto para acabar concluyendo que hasta que no se desarrollen a fondo las fuerzas productivas, la lucha por eliminar el capitalismo no estará aún madura, ¿por qué? Porque la sociedad no presenta «en toda su extensión» el antagonismo entre burguesía y proletariado, responde Engels. ¿Qué sentido tiene esta explicación, aplicada a cualquier otro contexto conocido? ¿Ha resistido la prueba del tiempo? Pues no. Según los datos recopilados por James S. O'Donnell en su obra «Una mayoría de Edad. Albania bajo Enver Hoxha» (1999), en 1938 el «90% de la renta nacional de Albania total provenía de la agricultura», aunque «solo el 8% de la tierra era cultivada», el «88% de la población vivía en las zonas rurales» mientras que «el 53% de los campesinos no tenía tierra» y «más del 40% de la tierra cultivable estaba en manos de los grandes terratenientes y sólo el 3% por ciento estaba en manos de campesinos». En cuanto a los niveles de mecanización: «sólo había 32 tractores en todo el país». Por lo que, siguiendo una regla de tres, según la noción dada anteriormente por Marx y Engels, en 1944 el movimiento político no podría haber hecho otra cosa que... ¿desarrollar el capitalismo unas cuantas décadas más? Para los comunistas de aquel entonces esto se mostró innecesario para la toma de poder y la puesta en marcha de cambios decisivos. Vamos aún más allá: al igual que en Rusia, el rumbo tomado hacia la transformación socialista de las antiguas relaciones de producción −ritmo que dependerá, claro está, de la situación y condiciones− brindó a Tirana un rápido y nuevo desarrollo −en las hasta entonces pobres y estancadas− fuerzas productivas. Véase la obra del PTA: «Historia del Partido del Trabajo de Albania. Segunda edición» (1982). 

b) En segundo lugar, Engels considera −no sin unos extraños trazos de triunfalismo− que para 1895 la II Internacional «avanza incontenible y crece día a día en número, en organización, en disciplina, en claridad de visión». Pareciera que aquí hablase como si el movimiento hubiera logrado que entre los proletarios se borrase esa castrante variedad ideológica de antaño y todos marchasen al unísono bajo el marxismo. Huelga argumentar lo falso de esto. Si bien la II Internacional supuso un gran paso adelante en comparación a la desunión y desorganización de los grupos revolucionarios en las décadas previas, su funcionamiento interno no era un cuadro idílico. Si repasamos las andanzas del marxismo en Francia, por ejemplo, lo cierto es que su militancia vivía en una tensión permanente por superar los ecos del bakuninismo, el proudhonismo o el sindicalismo gremial, teniendo que enfrentar rápidamente las amenazas de sus variantes −como el posibilismo o el socialismo reformista−, sin contar ya, claro está, que en según qué épocas otros grupos rivales −como los anarquistas, los radicales o los bonapartistas− seguían cosechando gran parte de la atención de los proletarios. Sin ir más lejos, Engels había advertido de la llegada de ex radicales como Jean Jaurès en su «Carta a Paul Lafargue» (6 de marzo de 1894), calificando a este como un «ignorante en economía política» y partidario del «socialismo del Estado», el cual «representa una de las enfermedades infantiles del socialismo proletario». En cambio, un año después en su «Carta a G. Plejánov» (26 de febrero de 1895), varió en su apreciación creyendo que Jaurès estaba «en el camino correcto» porque aparentemente estaba «aprendiendo marxismo», permitiéndose el lujo de recomendar a los franceses «¡no exigir demasiada ortodoxia!» a razón de que «el partido es demasiado grande y la teoría de Marx se ha vuelto demasiado generalizada para que personas relativamente aisladas y confusas hagan demasiado daño en Occidente». Craso error. Véase el subcapítulo: «¿En qué se basaba el incipiente marxismo francés del siglo XIX?» (2021).

c) Esta teoría tampoco estaría en capacidad de explicar, ni mucho menos, por qué el marxismo no triunfó en los EE. UU. o en la Inglaterra de mediados y finales del siglo XIX, seguramente los dos países más avanzados en cuanto a fuerzas productivas. En este último, los fabianos, los cartistas o sus parientes lejanos como la Federación Social Democrática o el Partido Laboralista, seguían cometiendo una y otra vez los mismos patinazos de los viejos movimientos socialistas de corte utópico; lo mismo en cuanto a los estadounidenses y grupos como Los Caballeros del Trabajo. Esto tampoco es una impresión nuestra, sino una cruda realidad que el mismo Engels se vio obligado de comunicar a sus íntimos allegados con signos de gran hastío. Véanse las obras de Friedrich Engels «Carta a Apolph Sorge» (10 de noviembre de 1886), «Prólogo a la edición estadounidense de la obra: «La situación de la clase obrera en Inglaterra» de 1845» (1887), «Carta a G. Plejánov» (21 de mayo de 1894) o «Carta a Schlüter» (1 de enero de 1895).

d) Aun con todo, cuestiones como la hegemonía del movimiento sobre la población; sus tradiciones políticas erróneas, la capacidad de agitación y propaganda, sus líderes, qué conocimientos militares tenían, de cuánto tiempo libre disponían y qué material era accesible para la formación ideológica de sus militantes, entre otros, parecían ser factores descuidados por Marx y Engels en los análisis históricos de revoluciones fallidas como la «Primavera de los Pueblos» (1848) o la Comuna de París (1871). Ha de entenderse de una vez que el triunfo o fracaso de los movimientos políticos no dependía −de forma absoluta, queremos decir− del mayor o menor margen de desarrollo que tuviera el capitalismo en sus respectivos países, sino también del grado de concienciación de los protagonistas, de hacia qué objetivos apuntasen, de qué influencia, técnica, organización y disciplina tuvieran. El propio Marx sentenció muy correctamente en su obra «El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte» (1852), cómo la historia se desarrolla −para bien o para mal− en «aquellas circunstancias con que [los hombres] se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado», una «tradición de todas las generaciones muertas [que] oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos». 

Por tanto, como Marx dijo en «La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850» (1850), el problema en estos desafíos y en los siguientes seguía siendo que los proletarios se lanzaban «con una valentía y una genialidad sin ejemplo, sin jefes, sin un plan común, sin medios, carentes de armas en su mayor parte». Por tanto, pese a que el país contase con unas fuerzas productivas cada vez más extendidas y potentes, en cambio aún no se había resuelto otro factor decisivo para el triunfo de las fuerzas progresistas que Engels mencionó en «Contribución a la historia del cristianismo primitivo» (1894), es decir, el fenómeno inevitable de que «todo movimiento de masas es necesariamente confuso al principio», dado que «se mueve entre contradicciones, porque carece de claridad y de coherencia», entre otras cosas «a causa del papel que al comienzo juegan en él los profetas». Por ende, «esta confusión ideológica se manifiesta en la formación de numerosas sectas que se combaten entre sí con tanta saña al menos como combaten contra el enemigo común ajeno a ellas». En el caso del movimiento obrero esta situación se dilató, incluso después de la aparición del socialismo científico, por mucho más tiempo de lo esperado; en algunos casos no superándose jamás y en otros volviéndose cada cierto tiempo a coquetear con las ideas utópicas de dichas sectas que ya parecían superadas −algo que, dicho sea de paso, no dista mucho de nuestro presente−. Véase de nuevo el capítulo: «¿En qué se basaba el incipiente marxismo francés del siglo XIX?» (2021).

e) Entendemos que, a falta de reflexiones y estudios de valor, ha sido muy tentador hasta el día de hoy recurrir a salidas fáciles y mecanicismos de manual como los que siguen: «Si aquí se han cometido «X» errores políticos, es porque ha habido poco desarrollo de las fuerzas productivas; por tanto, pocos proletarios, y eso explica la poca experiencia y la mala organización». Y su contrario: «Si aquí han ocurrido «Y» errores políticos, es porque con el gran desarrollo de las fuerzas productivas la burguesía ha sobornado a la «aristocracia obrera» y ha dividido el movimiento». Pero eso no es analizar nada de las teorías y vicios de esos movimientos. Son, como le gustaba decir a Marx, meras tautologías que redundan en lo mismo, volviendo a la casilla de salida. Retomando la falsa explicación anterior, si para tal superación del capitalismo solo se prestase necesario un «prolongado desarrollo de las fuerzas productivas» para dar luz a una «agudización de las contradicciones entre proletariado y burguesía», estaríamos sacando de la ecuación a los propios hombres, algo que va en contra de todo lo que ha predicado fundamentalmente el marxismo. Prueba de ello son obras de Karl Marx como «Carta al director de Otiechéstvennie Zapiski» (1877), o las misivas de Friedrich Engels como «Respuesta a Mr. Paul Ernst» (1890), y la «Carta a W. Borgius» (25 de enero de 1894), entre otras muchas. Además, aun si nos viéramos obligados a aceptar con toda la buena fe tal pensamiento zafio, por esa regla de tres estaríamos asumiendo que el «comunismo» debería haber triunfado ya automáticamente en la mayor parte del planeta por el mero discurrir. Una noción estrafalaria que, como se acaba de comprobar, nos dejaría en completo ridículo, porque no se sostiene por sí sola, siendo necesario, al menos para todo hombre de ciencia, que sea revaluada y, como se ha visto hasta aquí, desechada.

f) Curiosamente, este tipo de «excesos» o «inexactitudes» fueron en parte reconocidos en ciertos pasajes conocidos de la literatura del socialismo científico. En «La ideología alemana» (1846), Marx y Engels se centran en combatir las nociones de quienes creían que se «engendraban a sí mismos» por encima de «la producción material de la vida inmediata». Pero incluso en esta obra contra el idealismo histórico se reconocía que para que una «conmoción total» −una revolución− ocurra, no solo era necesario evaluar «las fuerzas productivas existentes», sino «el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales», es decir, conseguir «la formación de una masa revolucionaria que se levante, no solo en contra de ciertas condiciones de la sociedad anterior, sino en contra de la misma «producción de la vida» vigente hasta ahora, contra la «actividad de conjunto»; apuntillando que «las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que este hace a las circunstancias». En lo relativo por ejemplo a la cuestión colonial, en su obra «Futuros resultados de la dominación británica en la India» (1853), Marx espetó lo siguiente: «Todo cuanto se vea obligada a hacer en la India la burguesía inglesa no emancipará a las masas populares ni mejorará sustancialmente su condición social, pues tanto lo uno como lo otro no sólo depende del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de su apropiación por el pueblo». Incluso en su famoso «Prólogo a Contribución a la crítica de la economía política» (1859), Marx proclamó que: «Las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo» y que, en cuanto a las metas que se pretenden alcanzar, «estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización». Por tanto, aquí no había un fatalismo absoluto como han querido ver muchos, y como ambos autores matizarían en otros tratados como su famosa «Carta a Franz Mehring» (14 de julio de 1893):«En lo que nosotros más insistíamos −y no podíamos por menos de hacerlo así− era en derivar de los hechos económicos básicos las ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos condicionados por ellas. Y al proceder de esta manera, el contenido nos hacía olvidar la forma, es decir, el proceso de génesis de estas ideas, etcétera». En otra ocasión, en su «Carta a J. Bloch» (22 de setiembre de 1890), arguyó: «Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta −las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas− ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores». 

g) En todo caso, lo que al lector le debe quedar claro es que no hay peor «economicismo» −y, por lo tanto, materialismo vulgar− que hablar de «progreso» midiendo únicamente el nivel de las fuerzas productivas, despreciando la ideología que comanda dicho sistema político-económico. Así, de la mano de este economicismo, al que podemos catalogar además como imperialista, encontramos, por ejemplo, que el nacionalismo justificaría la dominación del nazismo sobre Europa por tener un «mayor grado de desarrollo de las fuerzas productivas» que muchos de sus pueblos subyugados. Asimismo, no hay nada más estúpido que creer que el progreso en cada época no tiene nada que ver con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual nos lleva a afirmar tajantemente que son ridículas las «propuestas alternativas» de una vuelta al capitalismo en su etapa premonopolista o incluso de la abolición de la industria, deseando indirectamente la inmolación de gran parte de los progresos de la ciencia social. En esta línea, los hippies y los anarquistas rechazarían tajantemente los proyectos de la URSS de Lenin y Stalin, que trataban de crear una potente industria pesada, red de transportes, etcétera en aras del desarrollo socioeconómico socialista y la defensa del país en caso de invasión de las potencias imperialistas. Por esto mismo, es importante entender la plena consonancia entre las «fuerzas productivas», que incluyen los lazos del hombre con la naturaleza, y las «relaciones de producción», focalizadas en los lazos que establece el hombre con otros hombres para producir. Es decir, no debe entenderse que las fuerzas productivas y las relaciones de producción son independientes entre sí, pues no existen la una sin la otra. Esta noción equivocada generalmente tiene dos variantes y, como toda buena falacia o fatalismo, parte de medias verdades, o de atisbos de posibilidad:

Primera. Allí donde el capitalismo estaba altamente desarrollado, los partidarios de «la teoría de las fuerzas productivas» consideraron que la toma de poder de los comunistas se daría de forma mecánica, que sería algo a lo que se llegaría «más temprano que tarde», porque, según ellos, subyacía de las propias problemáticas y oportunidades que presentaba el capitalismo en su laberinto histórico. Tomaban en cuenta la proletarización de la sociedad, el alto grado de desarrollo de la técnica y las sucesivas crisis económicas para argumentar este fatalismo histórico. A partir de ahí, concluían que bajo tales condiciones la victoria de las fuerzas del progreso estaba «casi» asegurada, dado que de una u otra forma, prácticamente todos los sectores de la sociedad se sentían afligidos y tendían a buscar un «socialismo» como alternativa que superase el capitalismo. Por esta razón, algunos dirigentes teorizaron que este tránsito al socialismo, como primera fase de la nueva sociedad, quizás hasta fuese comandado por fuerzas no estrictamente comunistas: 

«Es necesario partir del examen del desarrollo de las fuerzas productivas, de él viene un impulso objetivo hacia el socialismo. (…) Sin embargo, en países de capitalismo muy avanzado, puede suceder que la clase trabajadora en su mayoría siga a un partido no comunista y no podemos excluir que, incluso en estos países, partidos no comunistas basados en la clase trabajadora puedan expresar el impulso que viene de la clase trabajadora hacia el socialismo. (…) [Esto plantea] cómo lograr la unidad entre las diversas fuerzas organizadas que hoy tienden, en diferentes formas, a moverse en la dirección de la sociedad socialista». (Palmiro Togliatti; Informe presentado en la sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista Italiano, 24 de junio de 1956)

Aquí, se ocultaba la brecha histórica que siempre ha habido entre la doctrina y los proyectos del «socialismo utópico» −y los de sus herederos: bakuninistas, proudhonistas, posibilistas, etcétera− y los del «socialismo científico» de Marx y Engels, contrarios a ese utopismo idílico e implausible. Esa concepción mecanicista de las fuerzas productivas, junto a tantas otras desviaciones, como el «cretinismo parlamentario», el «economicismo sindicalista» y el «legalismo burgués», dio pie a un moderantismo político, mezclado siempre con una despreocupación por la organización y la templanza ideológica. Entre tanto, el espíritu revolucionario de las bases proletarias fue languideciendo, siendo presos tanto de la propaganda cultural de los medios de comunicación de la burguesía −con su ocio alienante− como del espíritu conciliador, pusilánime y mezquino de sus jefes. ¿Acaso se podía esperar otra cosa?

En resumidas cuentas, los defensores de todas estas «teorías» se oponen a la emancipación de la clase obrera, tanto en los países capitalistas desarrollados como en los subdesarrollados. Y, aunque se esfuercen por negarlo, esta tendencia rebaja el factor subjetivo en la transformación de los procesos históricos, hasta el punto de relativizar la labor de concienciación y organización política independiente. De esta forma, se sustituye la revolución por un evolucionismo pacífico y consensuado de los «elementos nacionales», que de una forma u otra están «descontentos con el sistema»; sin realizar, en ningún momento, un análisis exhaustivo de qué clases sociales, qué objetivos políticos o qué enfoques filosóficos hay detrás. Partiendo de enunciaciones grandilocuentes y cálculos arbitrarios con relación al número de proletarios o al estado de las fuerzas productivas, se permiten ser muy optimistas y anunciar que la victoria está a la vuelta de la esquina, dado que «el capitalismo tiene graves contradicciones y está en crisis», pero luego se lamentan amargamente del hecho de que aún puede resistir. ¿La razón? Que entre el «pueblo» existe una «falta de unidad» derivada de que en el movimiento político «anticapitalista» hay un exceso de «sectarismo y dogmatismo», recomendando una mayor «flexibilidad» y «pragmatismo» en materia de alianzas y exigencias ideológicas. ¡Qué sorpresivas conclusiones!

Segunda. Otra variante de esta farsa −nos negamos a volver a llamarla «teoría»− consideraba que el «alto desarrollo de las fuerzas productivas» supone el factor determinante −cuando no el único− para propiciar una superación del capitalismo. A veces esto se unía a la noción aún más delirante de que la «revolución» había de ser «simultánea a nivel mundial» o «de otro modo el proceso fracasará». Así, en los países semifeudales o en aquellos con un escaso desarrollo del capitalismo, es decir, en aquellos aquejados por un nivel escaso de desarrollo de las fuerzas productivas y un número reducido de proletarios, se pensaba que los comunistas no podrían llevar a cabo la toma del poder, ni mucho menos transitar hacia el socialismo. Según esta concepción, sería necesaria una «etapa preparatoria» que contaría con un amplio desarrollo del capitalismo o al menos con la asistencia de un «cordón sanitario» de varios países socialistas desarrollados como garantía para «superar su atraso». En estos casos, no se dudaba en recomendar apoyar políticamente a las fuerzas capitalistas nacionales que estimulasen tal desarrollo, incluyendo potencias imperialistas extranjeras. He aquí un ejemplo de esto, en lo que dijo Po Ku, miembro del Politburó del Partido Comunista de China (PCCh) a John S. Service en 1944:

«Po Ku: «Intentar trasplantar a China todos los aspectos de la sociedad en la que Marx se encontraba −la revolución industrial en el siglo XIX− y los pasos −lucha de clases y la revolución violenta− que veía necesarios para que el pueblo escapara de esas condiciones, no solo sería ridículo, sino que también sería una violación de nuestros principios básicos de objetivismo realista y evitar el dogmatismo doctrinario. (...) Probablemente no podamos alcanzar el socialismo aun hasta que gran parte del resto del mundo haya llegado a esa fase. (...) Debemos aumentar nuestro nivel económico mediante una larga fase de democracia y empresa libre. Lo que los comunistas esperamos hacer es mantener a China moviéndose progresiva y constantemente hacia esta meta. Mediante, ordenadamente, un desarrollo gradual y progresivo, evitaremos ocasionar las condiciones que llevaron a Marx a sacar sus conclusiones de la necesidad −en su sociedad− de la lucha de clases: evitaremos la necesidad de una revolución violenta mediante una revolución pacífica planificada. Es imposible predecir cuanto durara este proceso. Pero podemos estar seguros de que tomara más de treinta o cuarenta años, y probablemente más de cien años». (John S. Service; Las posiciones de los comunistas chinos con respecto a la Unión Soviética y los Estados Unidos, 28 de septiembre de 1944)

Huelga decir que estas patrañas hace largo tiempo que han sido refutadas por la historia en no pocas ocasiones, como se demostró en Rusia o Albania. En la práctica, que es donde se dirimen las teorías, los revolucionarios se dieron cuenta −por motivos de causa mayor− que aun en los países más atrasados, sin una base técnica de importancia, los proletarios ideológicamente más avanzados, por pocos que sean, pueden contraer una alianza o incorporar al movimiento a aquellos sujetos y capas sociales con inclinaciones revolucionarias, y que a mayor nivel de hegemonía política más fácilmente pueden encaminar con rapidez la resolución de las tareas del momento; sean estas anticoloniales, antifeudales, socialistas o cualesquiera que sean.

En suma; sí existe la posibilidad de pasar a construir el socialismo sin necesidad de pasar por un capitalismo «plenamente desarrollado» o delegar el poder político en la burguesía nacional. Que tal proceso sea más lento o tortuoso, evidentemente dependerá del propio desarrollo de las fuerzas productivas heredado o adquirido durante la gobernanza, de la asistencia y ayuda internacional que exista, de si se vuelven sobre el país revolucionario las fuerzas contrarrevolucionarias externas o no. Pero como demostró precisamente la industrialización socialista en estos países, este camino supone un desarrollo ulterior de las fuerzas productivas mucho mayor que el que puede producir el capitalismo con su anarquía en la producción y derroche de recursos y energías. No comprender esto supone rebajarse en el mejor de los casos a un derrotista, en el peor al nivel de un economista burgués.


¿Cuáles han sido las tendencias negativas más recurrentes durante el siglo XX?

En su momento, reflexionando sobre la creación de las secciones de la Internacional Comunista (IC) y sus problemas recurrentes, Stalin hizo unas anotaciones sobre la necesidad de «bolchevizar» las estructuras del Partido Comunista de Alemania (PCA), una organización que había sufrido y habría de sufrir todavía muchos procesos calamitosos. ¿Qué significaba aquí «bolchevizar»? Pues, lejos de lo que han repetido los opositores de la Revolución Bolchevique (1917), esto no era, ni más ni menos, que tratar de adecuar los aciertos del movimiento bolchevique al resto de agrupaciones revolucionarias del mundo, es decir, lo que ellos mismos hicieron con las experiencias de Europa Occidental en Rusia. ¡Terrible!

«1) Es necesario que el partido no se considere un apéndice del mecanismo electoral parlamentario, como en realidad se considera la socialdemocracia, ni un suplemento de los sindicatos, como afirman a veces ciertos elementos anarco-sindicalistas, sino la forma superior de unión de clase del proletariado, llamada a dirigir todas las demás formas de organizaciones proletarias, desde los sindicatos hasta la minoría parlamentaria.

2) Es necesario que el partido, y de manera especial sus cuadros dirigentes, dominen a fondo la teoría revolucionaria del marxismo, ligada con lazos indestructibles a la labor práctica revolucionaria.

3) Es necesario que el partido no adopte las consignas y las directivas sobre la base de fórmulas aprendidas de memoria y de paralelos históricos, sino como resultado de un análisis minucioso de las condiciones concretas, interiores e internacionales, del movimiento revolucionario, teniendo siempre en cuenta la experiencia de las revoluciones de todos los países.

4) Es necesario que el partido contraste la justeza de estas consignas y directivas en el fuego de la lucha revolucionaria de las masas.

5) Es necesario que toda la labor del partido, particularmente si no se ha desembarazado aún de las tradiciones socialdemócratas, se reconstruya sobre una base nueva, revolucionaria, de modo que cada paso del partido y cada uno de sus actos contribuyan de modo natural a revolucionarizar a las amplias masas, a preparar a las amplias masas de la clase obrera en el espíritu de la revolución.

6) Es necesario que el partido sepa conjugar en su labor la máxima fidelidad a los principios −¡no confundir eso con el sectarismo!− con la máxima ligazón y el máximo contacto con las masas −¡no confundir eso con el seguidismo!−, sin lo cual al partido le será imposible, no sólo instruir a las masas, sino también aprender de ellas, no sólo guiar a las masas y elevarlas hasta el nivel del partido, sino también prestar oído a la voz de las masas y adivinar sus necesidades apremiantes.

7) Es necesario que el partido sepa conjugar en su labor un espíritu revolucionario intransigente −¡no confundir eso con el aventurerismo revolucionario!− con la máxima flexibilidad y la máxima capacidad de maniobra −¡no confundir eso con el espíritu de adaptación!−, sin lo cual al partido le será imposible dominar todas las formas de lucha y de organización, ligar los intereses cotidianos del proletariado con los intereses básicos de la revolución proletaria y conjugar en su trabajo la lucha legal con la lucha clandestina.

8) Es necesario que el partido no oculte sus errores, que no tema la crítica, que sepa capacitar y educar a sus cuadros analizando sus propios errores.

9) Es necesario que el partido sepa seleccionar para el grupo dirigente fundamental a los mejores combatientes de vanguardia, a hombres lo bastante fieles para ser intérpretes genuinos de las aspiraciones del proletariado revolucionario, y lo bastantes expertos para ser los verdaderos jefes de la revolución proletaria, capaces de aplicar la táctica y la estrategia del leninismo.

10) Es necesario que el partido mejore sistemáticamente la composición social de sus organizaciones y se depure de los disgregantes elementos oportunistas, teniendo como objetivo el hacerse lo más monolítico posible.

11) Es necesario que el partido forje una disciplina proletaria de hierro, nacida de la cohesión ideológica, de la claridad de objetivos del movimiento, de la unidad de las acciones prácticas y de la actitud consciente hacia las tareas del partido por parte de las amplias masas de este.

12) Es necesario que el partido compruebe sistemáticamente el cumplimiento de sus propias decisiones y directivas, sin lo cual éstas corren el riesgo de convertirse en promesas vacías, capaces únicamente de quebrantar la confianza de las amplias masas proletarias en el partido». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Sobre las perspectivas del Partido Comunista de Alemania y sobre la bolchevización, 1925)

«¡Qué tontería, pero si tales requisitos son de cajón!», dirán los sabiondos de siempre. Pues bien, no exageramos si decimos que las agrupaciones políticas tradicionales del siglo XX perecieron −entre otros motivos que ahora abordaremos− por no cumplir los puntos básicos aquí enunciados. A poco que uno repase el desarrollo de estos partidos, observará cómo cristalizaron −y a veces con la bendición soviética− dos extremismos: o pensamientos totalmente irreflexivos y sectarios o ilusiones sumamente pragmáticas y conciliadoras. Curiosamente, la mayoría de colectivos han pasado por ambos periodos o, mejor dicho, han manifestado un poco de esto y un poco de aquello. Véase la obra: «La responsabilidad del Partido Comunista de Argentina en el ascenso del peronismo» (2021). 

Es muy posible que estos defectos, que a continuación vamos a enumerar, resulten muy familiares a nuestro lector, incluso que a veces se sienta identificado. Esto no es motivo de vergüenza, pues es algo muy normal, que responde a la sencilla razón de que, por estadística, lo más probable es que se haya criado políticamente, haya reproducido o haya sido testigo de estos patrones. Y esto ocurre, simple y llanamente, ¡porque nunca han sido superados del todo en el movimiento emancipatorio!

«No olvidemos que las peores tradiciones y las malas costumbres pesan sobre la actividad de los hombres como si se tratase de una maldición, y a veces pareciera que la voluntad o la honestidad de unos cuantos no sirven en absoluto para superar esta barrera de mediocridad, pero hay una explicación racional mucho más sencilla y no tan fatalista. Antes de nada, nunca debemos perder de vista que, aunque con mucho tiempo, dedicación y esfuerzo, son los hombres los que cambian sus circunstancias, lo que en política exige la cooperación sin titubeos entre sus miembros, algo que tiene más importancia cuando se va en contra de la corriente de opinión mayoritaria». (Equipo de Bitácora (M-L); Mariátegui, el ídolo del «marxismo heterodoxo», 2021)

¿De qué hablamos? ¿A qué nos estamos refiriendo? Muy sencillo. En primer lugar, sintetizando el bloque de las desviaciones escoradas hacia la «izquierda» −tendientes hacia el anarquismo−, estas se podrían simplificar en:

«Negarse a participar en los sindicatos y las elecciones; presentarse ante los trabajadores con una fraseología radical o intelectualoide alejada de su entendimiento; sobrestimar las fuerzas propias e infravalorar las del enemigo; bregar en cualquier momento y lugar por intentar aplicar los cuatro esquemas aprendidos sobre la revolución de memoria; seducción por los métodos terroristas; olvidar la paciente labor de educación entre las masas, dando por hecho que ellas conocen lo que la vanguardia o tachándolas inmediatamente de «reaccionarias»; el uso del eslogan machacado y el insulto como sinónimo de agitación y propaganda política en detrimento de la argumentación científica; calificar a cualquier grupo político no comunista de «fascista», etcétera». (Equipo de Bitácora (M-L): Fundamentos y propósitos, 2022)

Después, en el segundo bloque de desviaciones inclinadas hacia la «derecha» −tendientes al reformismo−, las más comunes son:

«El rebajar la importancia del partido como dirigente de los procesos revolucionarios, rebajar las exigencias para militar en ellos, el crear ilusiones sobre el carácter de los líderes de la socialdemocracia, realizar pactos y alianzas con los cabecillas anticomunistas, las ilusiones sobre el papel de la burguesía nacional en la revolución, el poner en tela de juicio la necesidad de la dictadura del proletariado para asegurar su poder, hablar de la posibilidad de transitar pacíficamente al socialismo mediante el parlamentarismo, las concesiones al imperialismo bajo la excusa de «evitar nuevas guerras» y otras. Todas ellas eran tesis que existían ya antes del jruschovismo, este solo se aprovechó de las debilidades que rondaban o que se habían manifestado en muchos partidos durante la etapa stalinista y oficializó estas desviaciones como nueva ruta, dándole una vuelta de tuerca más, en muchos casos, hacia la derecha». (Equipo de Bitácora (M-L): Fundamentos y propósitos, 2022)

Huelga decir que estos puntos varían o se agrandan cuando nos referimos a partidos en el poder, los cuales tienen a su disposición la posibilidad y la responsabilidad de dirigir el desarrollo cultural, económico y político de una sociedad al completo. De nuevo, el lector querrá saber de qué fenómenos exactos estamos hablando, así que adelante:

«Falta de comunicación entre los revolucionarios para coordinarse a nivel mundial. No hubo una conexión eficaz entre los revolucionarios de cada zona, es más, hubo concesiones al imperialismo con el pretexto de no provocarle o no darle pretextos propagandísticos. Las envidias y las desconfianzas hicieron el resto.

Mezcolanzas entre nacionalismo y marxismo. Se intentó aunar la herencia de la cultura nacional reaccionaria con la esencia universal y progresista de las formas del pensamiento y las leyes de la revolución que recoge el marxismo. Bajo la excusa de «recuperar el pasado progresista del país», «adaptar el marxismo a la realidad concreta» o «combatir el cosmopolitismo», este fenómeno marchó adelante y sin frenos.

Bandazos estratégicos y tácticos. Sin una razón de peso y bajo una ausencia de autocrítica, hubo toda una serie de vaivenes que nunca fueron explicados ante el público general, y quienes se percataban de tal torpeza quedaban perplejos por la naturalidad con que se expresaba. 

No asumir los fracasos como propios. No pocas veces se buscaba un «cabeza de turco» o se recurría a explicaciones fantasiosas para evitar reconocer que la línea política preconfigurada se había demostrado errada, todo en un intento de proteger a sus cabecillas y «salvar el honor del partido».

Falta de un férreo control sobre los servicios de seguridad. Esta grave debilidad creó una paranoia generalizada entre las filas, atenazó la crítica y facilitó el ascenso de los arribistas en las cúpulas de estos organismos que eran de suma sensibilidad para la supervivencia del partido o el sistema político.

Gremialismo. En lo referido a economía, filosofía, organización, arte, etcétera, no era extraño observar una reclusión endogámica de los expertos en sus respectivos campos, apoyándose unos a otros e intentando no rendir cuentas, pidiendo, muy por el contrario, ser respetados y adulados. Muchas figuras de importancia se vieron acorralados por una oficialidad osificada, apuntalándose, en su lugar, a profesionales mediocres en los altos cargos referidos a estos campos clave de la cultura y la sociedad.

Falta de conocimientos sobre la historia del movimiento nacional e internacional. Esto suponía que tarde o temprano, al enfrentarse a tareas muy similares, cayeran en la incomprensible repetición de errores que se presuponían ya superados, ora virando hacia el anarquismo ora hacia el reformismo. 

Metodología pedagógica muy rudimentaria. Hay registros de sobra como para concluir que muchos planes de los educadores eran demasiado rígidos o simples como para que cumpliesen la función pretendida, o en su defecto, estos eran correctos, pero había un incumplimiento descarado en los receptores y supervisores, arruinando el gran trabajo de tiempo y energía invertidos. Por lo general, este desdén al estudio teórico se justificaba con el autoengaño de que el sujeto estaba ocupándose de otras cosas más «prácticas», aunque en verdad fueran banalidades. 

Creación de privilegios en el modo y estilo de vida. Entre militantes de la cúpula y de la base se creaban todo tipo de lazos de favoritismos, nepotismo y demás, que con el tiempo implicó una aplicación desinteresada en cuanto a los reglamentos que toda estructura colectiva necesita para ser eficaz, operando según la simpatía, cercanía y estatus a los jefes.

Culto a la personalidad. La dependencia de una gran persona bajo la justificación primitiva de que esto era necesario para movilizar a la gente, con la consiguiente exculpación y ocultamiento de los fallos del máximo líder bajo el pretexto de que dañando su imagen se daña la de todos.

Brecha y aislamiento entre los dirigentes y el pueblo. De la propia desconfianza de los primeros sobre el segundo para sacar adelante las situaciones complejas, tratando de resolver los problemas solo por arriba, ganándose a otros cabecillas. Por contra, se creó una enorme complacencia de la base ante los desmanes de los jefes por haberse acostumbrado al sentimentalismo y seguidismo ante sus líderes de siempre, etcétera». (Equipo de Bitácora (M-L): Fundamentos y propósitos, 2022)

¿Y qué hay de los nuevos partidos marxista-leninistas que surgieron en los 60 para frenar la hemorragia del revisionismo? ¿Lograron revertir esta tendencia? En honor a la verdad, estas secciones se centraron en combatir lo más inmediato para ellas, es decir, las nociones más alarmantes e indignantes de las direcciones de los partidos comunistas de los cuales se habían escindido, pero hasta para eso muchas veces realizaban tal labor por mera intuición, por mera inquina personal, no por un análisis largo y reflexivo. Es de recibo mencionar las excelentes reflexiones que los marxista-leninistas franceses nos brindaron, donde ejemplificaron, con pruebas factuales muy difíciles de rebatir, que la «lucha contra el revisionismo» en Francia era más una consigna que una realidad. Por ejemplo, en el artículo de L’emancipation «La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo» (1979), se demostró cómo, durante los años 60-70, todos los «colectivos antirrevisionistas» operaron a nivel general bajo los mismos esquemas y prejuicios que veinte años antes, a veces incluso más recrudecidos. Nos referimos a pecar de triunfalismo por los éxitos propios −aun cuando estos eran menores−, a lanzar pronósticos ficticios −para cuya consecución no había ningún indicio− o la pretenciosidad de prometer llevar a cabo «el necesario estudio del origen del revisionismo» −del cual luego no se hacían cargo nunca−. Para finales de los 80, todos estos grupos que se las prometían muy felices también acabaron naufragando al tomar las mismas rutas −o unas muy parecidas− del revisionismo al que combatían por consignas:

«Poco a poco los partidos fueron tomados por el liberalismo; una enfermedad basada en la falta de vigilancia, la dejadez, la autocomplacencia, el descuido por la formación ideológica y la lucha por la preservación de los principios. También se hizo notar el formalismo; otro mal muy común del presente, que se basa en el olvido del contenido y la preocupación excesiva o preferente por las formas, donde el organismo se convierte en el típico club de amigos donde una camarilla trafica y hace apología nostálgica de la historia que arrastran las siglas del partido, pero no hace nada para mantener su honor y aumentar su cuota histórica de logros, por lo que el colectivo, lejos de avanzar y consolidarse, se aísla en la autocomplacencia. También hizo aparición el clásico seguidismo, que consiste en dar la razón en temas de importancia sin expresar una voz propia, algo muy clásico de personalidades pusilánimes que temen importunar al compañero o aliado. Podemos observar cómo, tan solo unos pocos años antes, incluso unos pocos meses antes de su debacle final, se atrevían a publicar toda una serie de artículos efusivos y triunfalistas a más no poder sobre diversos temas, como si nada demasiado importante pasara dentro del movimiento marxista-leninista internacional. Justo en unos momentos en que precisamente todo se estaba resquebrajando, cuando el acuerdo y la coordinación entre partidos en el ámbito internacional era casi nulo, cuando cada partido estaba perdiendo toda su militancia e influencia entre las masas, cuando caminaban directamente a su liquidación como organizaciones independientes». (Equipo de Bitácora (M-L): Fundamentos y propósitos, 2022)

Por supuesto, los defectos que propiciaron cada «degeneración» partidista o de cada sistema político, nos dejarán siempre aspectos específicos de sumo interés para el estudio, pero en esta ocasión estamos tratando los más generales. Si el lector desea conocer por qué degeneraron los partidos de la URSS, Albania, Colombia, España, Francia, Alemania y demás, que ya hemos abordado en otras ocasiones, deberá consultar los documentos concretos sobre la organización que se requiera. Pero queremos resaltar algo más importante: ¿supone esto el fin de toda esperanza sobre el «marxismo-leninismo»? ¿Es inevitable, también para los revolucionarios del siglo XXI, la degeneración organizativa y el fracaso de la vigilancia y la depuración? 

«El neomaoísta, con su derrotismo ya característico, declara o insinúa que la historia ha demostrado que, pese a la vigilancia revolucionaria, el partido degenera tarde o temprano, por eso necesitamos institucionalizar la «lucha de dos líneas» −que supone institucionalizar el modelo menchevique de partido−. Genial. De nuevo haremos un paralelismo para explicárselo con paciencia. ¿Cuántos prototipos necesitó Edison para conseguir una bombilla incandescente? ¿No es cierto que los hermanos Wright tuvieron que precisar mejor una y otra vez sus predicciones para lograr el primer vuelo de la historia? ¿Conocéis cuántas veces la burguesía falló a la hora de intentar derrocar a la nobleza y establecer su poder? No, no estamos haciendo un alegato a que sigáis dando palos de ciego a ver si «suena la flauta», sino a que echéis el freno, paréis a reflexionar sobre qué se ha hecho bien y qué se ha hecho mal en el siglo XX [vuestro amado «balance»]. Echad un vistazo a las citas del señor Mao de más arriba, y confesad con total sinceridad si ese es el modelo de partido que deseáis, si el pueblo puede llegar a vencer a sus enemigos bajo tales esquemas corruptos que predican convivir con ideólogos de la burguesía y otras capas intermedias. Porque existe una diferencia muy nítida entre no ejecutar una teoría en la práctica y el partir directamente de una teoría errada; y en el caso del maoísmo el desastre ocurre, entre otros motivos, porque ya partía de una teorización falsa de raíz». (Equipo de Bitácora (M-L): Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

Entonces, la respuesta corta es que sí, puede «fallar la vigilancia», y sí que esta es sumamente importante, aunque no lo determine todo. Algunos se apresurarán en preguntar: «Entonces, ¿cuál es la fórmula para evitar la degeneración ideológica de un partido?». Bien, la realidad es que no existe una fórmula mágica o mecánica, si es lo que se busca, y quien desea o pregunta algo así demuestra cuán alejado está del mundo real. La única opción es implementar medidas que eliminen las viejas desviaciones y eviten que otras nuevas sean irrevocables cuando surjan. Lo más importante es que, para cada problema concreto, se asigne un diagnóstico correcto y una solución plausible; para lo cual, será útil haber estudiado los precedentes iguales o similares, pero nada más. Fuera de eso, no hay más «fórmulas mágicas» que anticipar, salvo que queramos dar rienda suelta al «potro de la especulación». Debe quedar claro que el error es algo inherente al ser humano, y la dirección política, que no es sino la suma colectiva de individuos humanos, también puede equivocarse −sin que ello implique ya una traición «per se» de los jefes dirigentes−. Aquí es donde entra la famosa crítica y la autocrítica, pero no como un eslogan romántico, como la ven muchos, sino como herramienta necesaria para superar los momentos críticos. Aplicarla con total profundidad, no solo reconociendo los fallos, sino estudiando su origen y depurando responsabilidades, sin ocultar sus resultados al público, es la piedra de toque de una organización sana. Por eso, desconfiamos ahora y siempre de quienes no reclaman ninguna mala decisión entre sus figuras o movimientos de referencia, algo literalmente imposible, cosa de la cual desde luego a nosotros jamás nos podrán acusar, pues ahí están las pruebas de nuestros documentos, donde dedicamos más tiempo a extraer las lecciones de las equivocaciones históricas que a repetir los méritos que todo el mundo sabe. 


Ni la idealización del «partido» ni el culto al «pueblo» son una salida sabia

Volvamos a lo que estábamos comentado. Cuando se alcanza el punto de no retorno, cuando el cúmulo de tropiezos se hace insoportable, entonces hablamos de algo más serio, puesto que se trataría ya de una degradación absoluta y consciente de la ideología fundamental del individuo o el colectivo, el cual estaría ya no solo cayendo preso del oportunismo, sino asumiéndolo como suyo voluntariamente, haciendo de él su estilo de vida política. Esto puede ocurrir en cualquiera de sus etapas −en momentos prerrevolucionarios, en etapas de efervescencia revolucionaria o tras la toma del poder−. Algo que debemos destacar es que jamás en la historia se ha dado una situación en la que una dirección equivocada en sus métodos y planteamientos haya cedido su puesto voluntariamente por fallar reiteradamente, por realizar pronósticos erróneos, por ceder al pragmatismo y empeorar la situación de su pueblo, por arrastrar por el fango el prestigio e influencia de la organización. Nada de eso. O las bases del partido y cuadros intermedios presionan para reemplazar a la dirección y salvar la situación a tiempo, o esta permanece y continúa con la degradación del partido tras un periodo de tiras y aflojas con la base y los miembros sanos de la cúpula dirigente. A decir verdad, en los momentos críticos, muchas veces se ha dado que los gerifaltes no están dispuestos a reconocer sus fallos y llegan a acusar a las masas de «no respetar la dilatada carrera de los dirigentes» y califican sus demandas como «contrarrevolucionarias» y producto de «delirios» que actúan bajo los auspicios de los «servicios secretos del imperialismo». 

Y bien; ¿qué suele ocurrir? Históricamente, el «pueblo» es tratado con veneración, como si fuese un ente sapientísimo y todopoderoso, tanto la parte del pueblo con inclinaciones partidistas como la que no −parte ante la que muchos, por cierto, se genuflexionan como si fuera el nuevo «Dios de la Razón»−. En realidad, el pueblo, en las situaciones críticas donde debió dar un impulso decisivo al rumbo político de la sociedad, exigir la depuración de las cúpulas políticas y la corrección de la línea del partido, solió contar con una menor capacidad ideológica y organizativa; algo que, en última instancia, también ha sido responsabilidad de la podrida dirección al mando, que con frecuencia promovió esa incapacidad y desidia en el pueblo, ahondando la diferenciación entre este y la dirección, aletargando su conciencia política, no siendo capaz, a fin de cuentas, de superar el desafío de estar a la delantera, de inculcar una conciencia política, de educar en los deberes que le son propios a dicha sociedad. Al final, una parte del pueblo acaba mostrando su repulsa en forma de protestas tan honestas como estériles, debido a su falta de líderes, su falta de acuerdo en las reivindicaciones a plantear, su escasa capacidad organizativa y la ausencia de capacidad resolutiva. Otra sección es presa del demagogo antimarxista de turno, por lo que no es extraño verle querer destruir las conquistas revolucionarias en pro de eslóganes vacuos sobre «libertad», «democracia» y demás. Cuando no, una gran parte de este «pueblo» se acaba sometiendo por sentimentalismo a la dirección que se ha tornado en pusilánime y reaccionaria −y tal actitud es respuesta a un modelo sentimental de relaciones cultivado durante tantos años para con los que hasta entonces han sido sus mentores y líderes−; aquí, la amistad o el apego a unas siglas y una tradición de militancia pesan mucho más que la realidad que tienen delante de sus narices, pues tratarlo de otro modo implicaría para estos individuos tanto romper con su círculo social como realizar un examen crítico de sí mismos y su colaboración en la farsa, lo cual, seamos honestos, nunca es agradable ni está al alcance de todos. 

Prueba de todo ello es la experiencia de las huelgas llevadas a cabo en la ciudad rusa de Novocherkask durante 1962. Dichas manifestaciones fueron fruto del hartazgo de los obreros de varias fábricas a causa de malas condiciones laborales, malas prácticas de trabajo y, para rizar el rizo, una pésima administración. Rápidamente, miles de trabajadores se reunieron en las calles e incluso se demandó una reunión con el comité local del PCUS. Sin embargo, y de ahí la derrota de una reacción espontánea como esta, los manifestantes ni poseían líderes, ni programa propio. Como comentaría uno de los participantes, todas las acciones que llevaron a cabo las habían aprendido «en las películas». El lector podrá encontrar más información en el vídeo del canal The Cold War «La masacre de Novocherkask 1962, el Ejército Soviético contra el pueblo» (2021).

Lamentablemente, este ha sido hasta ahora el cariz que tomaron este tipo de eventos históricos ante una crisis de gran envergadura. Entonces, ¿recae sobre una élite todopoderosa el realizar la revolución y asegurarla? Esto sería aún más absurdo que la idea de delegarlo todo al libre albedrío de la «autoorganización». Como se suele decir, no es bueno «ni tanto, ni tan poco»:

«La idea de construir la sociedad comunista exclusivamente con las manos de los comunistas es pueril, absolutamente pueril. Los comunistas no somos más que una gota en el océano, una gota en el océano del pueblo. Seremos capaces de llevar a la gente por el camino que hemos elegido sólo si lo determinamos correctamente, no sólo desde el punto de vista de su dirección en la historia mundial». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Informe en el XIº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, 1922)

En torno a la relación entre el partido y las masas, Lenin esgrimió con toda la razón del mundo algo que todos deben conocer:

«¿Cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla? ¿Cómo se refuerza? Primero, por la conciencia de clase de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si se quiere, fundirse con las más amplias masas trabajadoras, en primer término, con la masa proletaria, pero también con las masas trabajadoras no proletarias. Tercero, por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones, los intentos de implantar una disciplina se malogran en fraseología, en gestos grotescos. Pero, por otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Solo se forman con esfuerzos prolongados y una dura experiencia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)

Estaremos de acuerdo, entonces, en que la mejor garantía para que en una nueva sociedad la estructura dirigente tenga los pies en la tierra es que logre la elevación máxima del nivel de conciencia general. De este modo, serán las secciones del «pueblo» −que no basta con mentarlo en abstracto, sino que hay que analizar las particularidades que lo componen− el que, cada vez en mayor número, entregue nuevos militantes y cuadros, el que evite la corrupción por endogamia, amoríos o amiguismos:

«La mejor arma para combatir el burocratismo es la elevación del nivel cultural de los obreros y de los campesinos. Se puede censurar y criticar el burocratismo del aparato del Estado, se puede vituperar y poner en la picota el burocratismo en nuestro trabajo diario, pero si no existe cierto nivel cultural entre las amplias masas obreras, un nivel cultural que cree la posibilidad, el deseo y los conocimientos necesarios para controlar el aparato del Estado desde abajo, por las propias masas obreras, el burocratismo subsistirá, pase lo que pase. Por eso, el desarrollo cultural de la clase obrera y de las masas trabajadoras del campesinado −no solo en el sentido de fomentar la instrucción, aunque la instrucción constituye la base de toda cultura, sino, ante todo, en el sentido de adquirir hábitos y capacidad para incorporarse a la gobernación del país− es la palanca principal para mejorar el aparato del Estado y cualquier otro aparato. En eso reside el sentido y la importancia de la consigna leninista acerca de la revolución cultural». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Informe en el XVº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1927)

¿Cuál es el fin de esta elevación ideológica y cultural generalizada? Fácil, que la dirección no sea una casta de elegidos que ocupa cargos por los siglos de los siglos. Comprendemos que, en muchas ocasiones, sobre todo en periodos de desorganización, es difícil encontrar una persona que tenga la misma capacidad que otra que ya realiza su trabajo de forma excepcional, pero la única forma de no crear una devoción y una dependencia absoluta de ese «genio» es buscar otros «genios naturales» o instruir a otros hasta puedan realizar estas tareas con la misma destreza. Es precisamente a través de la práctica donde se puede comprobar quién tiene especial habilidad para «X» o «Y» trabajo. En todo caso, no debemos olvidar que, como dijo Lenin, la necesidad de la especialización en el movimiento revolucionario implica tareas complejas, pero también tareas fáciles e igualmente necesarias; por lo que, lo sentimos, pero los recursos típicos de hoy para justificar el inmovilismo, como el alegar «falta de tiempo» o «falta de habilidad», no son excusas suficientemente válidas. 

En cuanto a los cargos de alta responsabilidad en el partido dirigente, estos deben ser ocupados por los elementos que hayan demostrado ser los más preparados y honestos. ¿Por qué? Para que así, las masas no puedan ser engañadas con tanta facilidad por la demagogia y la politiquería; para que puedan acabar estableciendo un contacto y confianza con los diversos organismos; para que de esa forma se acostumbren a participar y tener vía libre para identificar y denunciar las deficiencias; en definitiva, para que estas puedan superar la antigua separación entre gobierno, administración, partidos políticos y masas, entre gobernante y gobernado. Esta información viva, aun cuando se trate de elementos de fuera del partido dirigente, aun cuando no sea certera o justa del todo, siempre será sumamente útil para las altas instancias. ¿La razón? Sirve para mantener a los gestores con los pies en la tierra, para que no pierdan la noción de la realidad. Puede servir tanto para conocer sus propias equivocaciones como para conocer el retraso político de ciertas secciones de la población. Ligado con todo lo anterior, este equilibrio vanguardia-masas es necesario para que la rotación y purga de elementos poco fiables pueda continuar sin cesar. Todo, a fin de que no haya tiempo de que se consoliden manifestaciones negativas que causen la metástasis de la dirección y una esclerosis en toda la estructura general del partido. 

«Hay lugares en los que se depura el Partido apoyándose principalmente en la experiencia y en las recomendaciones de obreros sin partido, guiándose por ellas, tomando en consideración a los representantes de la masa proletaria sin partido. Y eso es lo más valioso, lo más importante. (...) Hay que depurar al Partido de los elementos que se apartan de las masas −sin hablar ya, por supuesto, de los elementos que deshonran al Partido entre las masas−. (...) Está claro que no nos someteremos a todas las indicaciones de la masa, pues la masa se deja llevar también a veces −sobre todo en años de excepcional cansancio y fatiga a consecuencia de las excesivas penalidades y sufrimientos− por estados de ánimo que no tienen nada de avanzados. Mas para juzgar a los hombres, para adoptar una actitud negativa frente a los «intrusos», frente a los que se han acostumbrado demasiado a «mandar como comisarios», frente a los «burocratizados», son valiosas en grado superlativo las indicaciones de la masa proletaria sin partido y, en muchos casos, también las de la masa campesina sin partido». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; Acerca de la depuración del partido, 1921)

He ahí resumido en unas cuantas líneas lo inútil que es idealizar bajo abstracciones demagógicas y semirreligiosas tanto a figuras individuales −los líderes−, como a elementos colectivos −ya sea el «pueblo» o el «partido»−; y advertimos esto porque no ha sido extraño ver en este sentido nociones que canonizan que el «líder», el «pueblo» o el «partido» −a veces a la vez o indistintamente− son entes que «siempre tienen razón», quienes «nunca se equivocan». La verdad nunca reside en nadie eternamente, la verdad siempre es concreta. Ni las buenas intenciones, ni la tradición de la organización y ni mucho menos el currículum personal son garantías para salvar situaciones problemáticas: lo único que lo puede hacer es un análisis «in situ» acertado con una actuación sin contemplaciones.


¿No tuvieron en cuenta los soviéticos las «contradicciones antagónicas»? ¿Descuidaron la educación cultural y política de los cuadros? 

Antes de finalizar, nos gustaría ejemplificar cuál ha sido hasta ahora la limitada y tosca crítica del maoísmo hacia la experiencia soviética. Este lleva décadas hablando de los «errores de Stalin» de forma abstracta −sin concretar cuales son− o bajo acusaciones concretas del todo ridículas, eso sí, sin prueba alguna. Todavía recordamos a quienes, años atrás, reclamaban al Partido Bolchevique no proceder a la «abolición del Estado». Esto no merece ni ser comentado, salvo que alguien pretenda combatir el cerco imperialista sin los mecanismos de una estructura estatal. También hubo «reconstitucionalistas» que señalaban «el terrible fallo de Stalin» al proclamar en 1939 que «una vez destruidas las clases explotadoras» el «peligro principal de restauración del capitalismo» provenía del «exterior» y no tanto del «interior», como se reflejó en el artículo del Colectivo Fénix «Stalin; del marxismo al revisionismo» (2003), donde además, aderezado con un par de fórmulas de Karl Korsch y los filósofos de la Escuela de Frankfurt, reducían el «stalinismo» a la obsesión de un «maquinismo opresivo» y «burocrático»:

«Con el problema de la restauración, Stalin rompe el vínculo entre la lucha de clases nacional e internacional del proletariado. (...) Este planteamiento ponía a la teoría del socialismo en un solo país en plena concordancia con todo ese grupo de tesis recientemente incorporadas, según las cuales en el sistema soviético no predominaba la forma económica del capitalismo de Estado, porque la propiedad jurídica de los medios de producción en manos del Estado de dictadura del proletariado los convertía en elementos socialistas; en consecuencia, no existían contradicciones antagónicas en el régimen interno de esta forma económica que pudieran favorecer el ascenso de la burguesía, ni que pudieran incubar el peligro de la restauración. Tesis que, por su parte, Stalin compartía plenamente. Cuando, a partir de principios de los años 30, con la colectivización en masa, desaparezca el peligro kulak, la tesis del peligro exterior como única posibilidad aceptada de restauración quedará definitivamente asentada, y, por esta vía, abiertos los cauces para el libre desarrollo de los elementos de la restauración capitalista desde el interior de la sociedad soviética». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja; Nº28, 2003)

Otros «reconstitucionalistas» portugueses iban en el mismo sentido:

«Como se puede ver en la década del treinta, la tesis de las fuerzas productivas del dominio de todo el corpus teórico-ideológico del bolchevismo de manera abierta. (...) Ocupa un lugar central y absorbe toda la ideología y la política de la Unión Soviética con miras al desarrollo técnico y al progreso económico que pueda orientar el proceso al comunismo». (Colectivo Conciencia e Transformació; Elementos en torno a la construcción del comunismo durante el Ciclo de Octubre, 2016)

Si todos estos «reconstitucionalistas» se hubieran molestado en leer cualquiera de los documentos soviéticos de la época, se hubieran dado cuenta de que los dirigentes stalinistas no negaron en ningún momento el peligro de regresión interna, más bien al contrario. Eso no quita, por supuesto, que, si no somos ventajistas, el principal peligro de restauración del capitalismo que aparecía en el horizonte en el año 1939 no parecía provenir tanto del «interior», sino del «exterior» y la amenaza de guerra, especialmente contra Alemania y Japón. Por último, queda aclarar que los soviéticos tampoco infravaloraron la importancia de la educación ideológica; otra cosa bien diferente es que los «reconstitucionalistas», como investigadores pendientes aún del eterno «balance», desconozcan esto. Citaremos tres extractos que dejan en franca evidencia sus tesis: 

«El victorioso proletariado debe reprimir la resistencia de los explotadores no solo en el campo de la política y la economía, sino también en el campo de la ideología. En el campo ideológico, la resistencia resulta ser incluso la más obstinada, larga y profunda, incluso después de que se rompe la resistencia armada de las clases hostiles al proletariado. Por lo tanto, la lucha contra la resistencia ideológica de la vieja sociedad, contra los restos del capitalismo en la mente de los trabajadores, es una de las tareas más importantes de la lucha de clases del proletariado. Sin resolver este problema, no puede fortalecer su dominio político. (...) Habiendo construido una sociedad socialista en la URSS, completamos la primera parte de la tarea de la que habló Lenin: abolimos la propiedad privada de los medios de producción. Pero aún no hemos logrado destruir por completo la diferencia entre la ciudad y el campo, entre las personas de trabajo físico e intelectual, aunque se han logrado éxitos decisivos en esta dirección. (...) Todavía hay personas infectadas con la psicología de la propiedad privada, que continúan tratando el trabajo social y los bienes comunes colectivos a la antigua usanza, violan la disciplina laboral y las reglas del régimen socialista. Todavía hay personas infectadas por la adoración ante el oeste burgués. En vista de esto, es necesaria una lucha sistemática para la educación socialista, para el fortalecimiento de la actitud socialista hacia el trabajo y el deber público. (...) El principal instrumento para proteger el socialismo es el Estado socialista soviético, en cuyas funciones se expresa la lucha de clases del pueblo soviético». (Academia de las Ciencias de la URSS; Materialismo histórico, 1950)

«Las contradicciones antagónicas también aparecen en el campo de la ideología. La ideología burguesa y la ideología socialista son irreconciliables. (…) El pueblo soviético, en su lucha por una transición gradual del socialismo al comunismo, tiene que luchar contra los agentes burgueses que están siendo enviados a nuestro país. (...) El pueblo soviético también tiene que luchar contra las personas ideológicamente inestables, infectadas con prejuicios nacionalistas, contra los portadores de puntos de vista y morales burgueses, contra los arribistas y degenerados, contra los saqueadores de la propiedad socialista y contra los diversos restos de capitalismo en la mente de algunas personas. Por lo tanto, la vigilancia política constante y alta es la cualidad que todo el pueblo soviético necesita. (...) La crítica y la autocrítica desarrollan la iniciativa de los constructores de una sociedad comunista y aumentan la vigilancia con respecto a fenómenos ajenos y hostiles a la sociedad soviética en la teoría y la práctica». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Sobre el materialismo dialéctico, 1953)

«El camarada Stalin ha advertido numerosas veces que nuestros éxitos tienen asimismo su aspecto negativo, que engendran en muchos de nuestros militantes responsables un estado de ánimo de placidez y cándido optimismo. Entre nosotros encontramos aún bastantes despreocupados. Precisamente, esta despreocupación de nuestras gentes constituye el terreno favorable para el sabotaje criminal. (...) En todos los sectores de la edificación económica y cultural, obtenemos éxitos. De estos hechos algunos sacan la conclusión de que el peligro del sabotaje, de la diversión, del espionaje se encuentra ya actualmente descartado». (Pravda; Espías y cobardes asesinos bajo la máscara de médicos y profesores, 13 de enero de 1953) 

En otra ocasión, la LR, como no supo ya qué decir, especuló con que quizás Stalin daba por hecho que la ideología revolucionaria regía en todos y cada uno de los partidos de su tiempo:

«Stalin obvia hasta tal punto la ideología: el problema de «quién dirige», que retrotraerá la teoría del partido a la época de la II Internacional. (…) Al olvidar el problema de la ideología que dirige el partido se da a entender que se sobreentiende que se trata del marxismo-leninismo con lo cual se considera la dirección ideológica revolucionaria como algo permanente «definitivo». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja; Nº27, 2003)

¡Por supuesto! Stalin consideraba que el «marxismo-leninismo» había penetrado ya en todas las direcciones y no se preocupaba demasiado de corroborar si esto era así o no, ¿entonces a qué vino su interés en sus últimos años de vida en corregir las distorsiones que pusieron en práctica personajes tan dispares como Gomułka, Varga, Tito, Togliatti, Thorez, Ibárruri, Mao o Aidit? ¿Por qué en 1950 insistió tanto en que era «necesario que nuestros cuadros tengan un conocimiento profundo de la teoría económica marxista», −como ahora veremos−? Esto para los «reconstitucionalistas» es un misterio porque directamente no estaban en conocimiento de tales declaraciones y documentos, estaban demasiado ocupados leyendo a «fuentes heterodoxas» para justificar sus chorradas que han oído y reproducen de terceros. Por ejemplo, ¿qué hay de la famosa frase de Mao de que Stalin centraba todo en la técnica y olvidaba la formación ideológica de las masas, su movilización, etcétera? 

«Stalin no destaca más que tecnología y los cuadros técnicos. Sólo quiere la técnica y los cuadros. Ignora la política y las masas». (Mao Zedong; Acerca de los «Problemas económicos del socialismo en la Unión Soviética» de Stalin, 1958)

En lo referente a la educación, el estadista bolchevique lejos de formar ideológicamente a los cuadros solo a base de citas, afirmó que estas únicamente podían servir de introducción para que las nuevas generaciones pudieran familiarizarse con el tema en cuestión, pero que debían aprender a leer las fuentes de forma directa y pensar sobre su vigencia; de otra forma la gente acabaría «degenerando» ideológicamente. Hizo hincapié una y otra vez sobre la necesidad de aprender a pensar más allá de la letra:

«La primera y vieja generación de bolcheviques era teóricamente muy sólida. Nos aprendimos «El Capital» de memoria, hicimos conceptos, mantuvimos discusiones y probamos la comprensión de los demás. Ese fue nuestro punto fuerte y nos ayudó mucho. La segunda generación estaba menos preparada. Estaban ocupados con asuntos prácticos y construcción. Estudiaron el marxismo en folletos. La tercera generación se está criando con artículos satíricos y periodísticos. No tienen ningún conocimiento profundo. Deben recibir alimentos que sean fácilmente digeribles. La mayoría se ha educado no estudiando a Marx y Lenin, sino a partir de citas. Si las cosas continúan de esta manera, la gente pronto degenerará. En Estados Unidos, la gente discute: necesitamos dólares, ¿por qué necesitamos la teoría? ¿Por qué necesitamos la ciencia? Con nosotros, la gente puede pensar de manera similar: cuando estamos construyendo el socialismo, ¿por qué necesitamos «El Capital» de Marx? Esto es una amenaza para nosotros, es degradación, es la muerte. Para no tener tal situación, ni siquiera parcialmente, tenemos que mejorar el nivel de comprensión económica». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Acta de la discusión, 24 de abril de 1950)

En resumidas cuentas, lo que queremos dejar claro es que no se pueden buscar las causas de la restauración del capitalismo en la URSS con simplificaciones tan grotescas como las vistas atrás. Estos textos «reconstitucionalistas» no pasan de construir hombres de paja para derribarlos después. La acusación no puede ser que «Stalin y su círculo no tuvieron en cuenta el peligro de regresión ideológica interna» o que «los soviéticos no se preocuparon por elevar el nivel ideológico de los cuadros» −pues hay múltiples documentos que demuestran lo contrario−, sino que, en todo caso, la crítica debe ir enfocada a que esto no se cumplió del todo como se había previsto, a investigar si los planes no eran tan buenos como se pensaba, pero, en definitiva, traer pruebas sobre ello… porque el resto es especular sin base terrenal, cuando no mentir descaradamente. ¿No fue el propio Stalin quien explicó la enorme diferencia entre proclamar una línea y su posterior cumplimiento? ¿No constituye esto un verdadero arte, una destreza importantísima para sostener o desarrollar cualquier tarea de tipo política, económica o cultural? ¿No fue Stalin el primero en advertir sobre métodos pedagógicos no adecuados? De todas formas, sobre esta cuestión referida a la experiencia soviética, invitamos al lector que repase nuestras obras sobre la URSS para escapar de estas simplificaciones. 

En otras críticas maoístas, el antistalinismo sí era sentido y consciente, como en el caso de Charles Bettelheim o Raymond Lotta. Pero si atendemos a esta visión sobre «las equivocaciones de la URSS stalinista», uno puede darse cuenta de que no se trataba de una crítica argumentada y constructiva, sino de una mera enumeración de acusaciones infundadas o incompletas, cuando no sacadas directamente del arsenal del trotskismo, el titoísmo y el jruschovismo. Al igual que cualquier otra corriente, en el milagroso caso de que los jefes maoístas intuyesen y criticasen correctamente las deficiencias más graves del «periodo stalinista», lejos de recomendar una restitución de los cánones del marxismo-leninismo u ofrecer una solución nueva y coherente para los nuevos tiempos, se proponía volver a las viejas recetas de su propia mercancía revisionista. Pero aquí hay algo más importante en el caso de los maoístas: siempre se daba la paradoja de criticar en Stalin los mismos defectos que no son capaces de reconocer en Mao Zedong. He aquí una de las razones por la que el maoísmo tiene la misma validez que el ladrón que grita «¡Apresad al ladrón!». Esto se comprueba rápido, por ejemplo, en torno a la cuestión nacional. En este campo el maoísmo europeo siempre ha denunciado cómo en la «era stalinista» el «nacionalismo ruso» asomó la cabeza sin disimulos, causando «graves problemas al movimiento revolucionario internacional», lo cual es cierto, como bien hemos tratado en otras ocasiones. Véase el capítulo: «El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras históricas» (2021). Pero, extrañamente, estos mismos han callado que, en el caso del maoísmo, este chovinismo siempre fue la tónica, incluso antes de llegar al poder. ¿Y quién puede tomar en serio a quien aplica tal doble rasero? Véase el capítulo: «China, ¿puede ser «el apoyo de los pueblos» un país que viola el derecho de autodeterminación en su casa?» (2021).

En resumidas cuentas, los «reconstitucionalistas» son personajes análogos a otras figuras históricas del revisionismo. Por tomar en nuestra comparativa ejemplos quizás no tan conocidos, podemos afirmar que su práctica histórica es reminiscente a la del thälmanniano alemán Wolfgang Eggers, o al dengxiaopista australiano Edward Hill, quienes dedicaron toda una vida a hacer de la calumnia y las distorsiones todo un oficio. Una actitud que hacen convencidos, pues creen que desprestigiando sin pruebas a otros refuerzan su propia línea. Esto, por descontado, es una maniobra megalómana muy clásica de cualquier trotskista, pero es comprensible viendo el desarrollo histórico del maoísmo, que siempre ha vivido de esta misma técnica para sobrevivir. Sin ir más lejos, las obras originales de Mao, como así también muchas de las versiones autocensuradas, suponen un atentado teórico contra el marxismo-leninismo. Ellas recogen algunos de los epítetos más infames contra el «stalinismo» alguna vez escritos. En parte, también es normal que los maoístas se comporten así, ya que Stalin fue muy crítico con los primeros intentos solapados de Mao de establecer y propagar las desviaciones de su doctrina particular. Dejaremos un enlace con un post que, a su vez, da acceso a cuatro documentos más donde los soviéticos dan sus opiniones sobre los chinos. Véase el documento: «Informe de Kovalev a Stalin [sobre China]» (1949).


Los albaneses también olvidaron o no supieron aplicar las lecciones de la Historia

«Es por ello por lo que todo el personal administrativo, ya sea de empresas o bien sea funcionario del Estado, del partido, del sindicato, de organizaciones de masas, etc., debe realizar entre uno y tres meses de trabajo al año. Trabajo manual como obrero o campesino. Este reaprendizaje les permite volver a descubrir cómo son las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora en la vida cotidiana. Además, cuando un alto directivo ha cometido errores, se le envía a producción para que se reeduque con la ayuda de compañeros. (...) Este sistema es la única forma de escapar al desarrollo de ideas falsas dentro de una casta cerrada. Además, ayuda a prevenir la creación de dinastías reales tan extendidas en la Unión Soviética: «Soy un líder: mi hijo será un líder». (…) Por tanto, el lema de los líderes albaneses podría ser: «A veces en la base, a veces en la cima». Y este es un principio que también permite ofrecer el mismo puesto sucesivamente a varios activistas de masas. Esta experiencia contribuye a su formación política, los convierte en hombres muy firmes en el plano teórico y capaces de calidez humana, de una capacidad de contacto que los políticos franceses ofrecen solo como caricatura». (Gilbert Mury; Albania, tierra del hombre nuevo, 1970) 

Tras la muerte de los dos principales estadistas soviéticos de referencia, Lenin y Stalin, los comunistas albaneses ya llevaban un recorrido más que suficiente como para ser conscientes de sus consejos y muchos otros lineamientos que ellos mismos habían experimentado de primera mano. Véase la obra de Jim Washington: «El socialismo no puede construirse en alianza con la burguesía» (1980).

Un fenómeno como la restauración del capitalismo no fue visto como una posibilidad lejana, sino como una realidad cercana y muy dramática. Tampoco se consideraba como algo propiciado por las viejas clases derrocadas, sino que también procedía de la posible degeneración de los «ciudadanos socialistas», de los obreros, de los dirigentes políticos, de los científicos, de los artistas, de los empleados públicos, de los soldados… unos por cuestiones como la presión del cerco capitalista hacia el país socialista, otros por sus ambiciones desmedidas, otros porque retenían pensamientos de la antigua sociedad. En fin, la lista de motivaciones y causas es sumamente variada y dinámica como para anotar aquí todos los supuestos:

«La experiencia internacional y de nuestro país muestra que las esperanzas de la burguesía y la reacción para la restauración del capitalismo no se basan solamente en los remanentes de las viejas clases explotadoras ni en los espías y agentes de distracción pagados por los extranjeros. Sus esperanzas están basadas especialmente sobre otros enemigos del socialismo, que emergen de la propia sociedad socialista, en gente que está gravemente infectada por la supervivencia de viejas ideologías, en gente con tendencias individualistas y un arribismo pronunciado, en gente corrompida por las influencias de la ideología burguesa y revisionista actual, en aquellos que ceden ante la presión de enemigos internos y externos, en aquellos que eventualmente se desvían de la revolución y degeneran en contrarrevolucionarios». (Enver Hoxha; Informe en el Vº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1966)

Se apuntaba que el partido, como estructura dirigente de la nueva sociedad, no era un ente absolutamente inmunizado frente a las influencias regresivas o a las distorsiones sobre el socialismo, por lo que no es de extrañar que consciente o inconscientemente hubiera elementos que reflejasen tales sentimientos o actitudes. Esto el enemigo lo sabía con toda certeza, y siendo consciente de que justamente en el partido se focalizaba la dirección de la lucha política, económica y cultural, no podía hacer otra cosa que tratar de colocar allí a sus simpatizantes o seguidores:

«La lucha de clases se refleja también en el seno del Partido, ya que, por un lado, en éste ingresan personas provenientes de diferentes capas de la población, que traen consigo toda clase de residuos y manifestaciones extrañas, y, por otro lado, los comunistas, al igual que todos los trabajadores, se encuentran bajo la presión del enemigo de clase, sobre todo de su ideología, dentro y fuera del país. Por consiguiente, tanto de entre las filas de los trabajadores como de entre las del Partido, pueden surgir y surgen personas que degeneran y que se pasan a posiciones extrañas antipartido y antisocialistas. En efecto, nuestros enemigos dan una especial importancia en su actividad a la degeneración de los miembros del Partido con el fin de lograr la degeneración del partido en general, ya que sólo así se le puede abrir el camino a la restauración del capitalismo. Hay que tener presente que, sin contradicciones de distinto carácter y sin lucha para superarlas, no sería posible la vida del Partido y su desarrollo. No se debe encubrir esta lucha so pretexto de salvaguardar la unidad, sino que se la debe desarrollar y llevar hasta el fin, fortaleciendo así la verdadera unidad del Partido, su espíritu revolucionario, su combatividad, la dictadura del proletariado». (Enver Hoxha; Informe en el VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1976)

En cuanto a la construcción del socialismo, se señalaba que este sistema aún no había alcanzado el alto grado cualitativo que se alcanzaría en la sociedad comunista, por tanto, había −por decirlo así− un mayor grado de imperfección y, por ende, mayores riesgos para el proyecto. Estas condiciones que surgen en la transición del capitalismo al comunismo, lejos de ser armónicas, son una base material más que suficiente para que proliferen todo tipo de problemas como los ya mencionados, los cuales pueden dar al traste con el viaje de transición. Las fuerzas revolucionarias, lo quieran o no, aún se encuentran pivotando sobre una base que a veces es inestable, lo que en el caso particular de Albania suponía que en ocasiones este proceso adquiriese aspectos muy crudos:

«En la sociedad socialista existe el peligro de la degeneración de determinadas personas, del surgimiento de nuevos elementos burgueses, de su transformación en contrarrevolucionarios. El marxismo-leninismo nos enseña que esto se debe, no sólo a que en la nueva sociedad socialista se conservan aún tradiciones, costumbres, comportamientos y concepciones del modo de vida de la sociedad burguesa de la cual ha surgido, sino también a ciertas condiciones económicas y sociales, que en la fase transitoria existen en esta sociedad. Las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la forma de distribución que se basa en ellas, están aún muy lejos de ser enteramente comunistas. En este sentido, influyen asimismo las diferencias que existen en diversos terrenos, como entre el campo y la ciudad, entre el trabajo manual y el intelectual, entre el trabajo cualificado y el no cualificado, etc., que no pueden desaparecer de golpe. A todo esto, se le debe sumar la fuerte y múltiple presión que el mundo capitalista y revisionista ejerce desde el exterior. El socialismo puede limitar en gran medida el surgimiento de los fenómenos negativos, que no son inherentes a su naturaleza, pero no está en condiciones de evitarlos enteramente». (Enver Hoxha; Informe en el VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1976)

Por último, y no menos importante, se intentó combatir la cándida noción de que esta esfera de la sociedad estaba exenta de esos peligros, de esa lucha a vida o muerte… cuando en realidad, la historia y la experiencia reciente mostraban que la penetración de la ideología burguesa en un campo animaba y condicionaba al resto a seguir sus pasos:

«La lucha de clases se libra en todos los frentes, no solo porque los enemigos externos aplican su lucha en todas las direcciones, sino porque, en primer lugar, estamos desarrollando la revolución en todos los campos y direcciones. Lo que hace que el ejecutar la lucha de clases en esas tres direcciones fundamentales −ideológica, política y económica− sean puntos muy importantes. Si la lucha se debilita en una dirección, toda la lucha de clases se debilitará y se condenará a un mayor castigo inmediato en el futuro». (Nexhmije Hoxha; Algunas cuestiones fundamentales de la política revolucionaria el Partido del Trabajo de Albania sobre el desarrollo de la lucha de clases, 1977)

Si repasamos la obra de Vahid Lama y Gramos Hysi «La lucha de clases en el campo político en el período del socialismo» (1978), se confirmará una vez más que el problema de los albaneses no fue el desconocer las causas de la resurrección del capitalismo en la antigua URSS, el saber dónde estaba el foco de las equivocaciones de dicha experiencia. 

Por ejemplo, en lo relativo a la cuestión del burocratismo, el cual es un fenómeno que no se puede reducir, como hacen muchos, a los empleados públicos, sino que es un enfoque de trabajo y a veces hasta un estilo de vida, ambos autores apuntaban muy acertadamente:

«La burocracia ataca la dictadura del proletariado en sus centros nerviosos. Esto conduce a la esclerosis del partido y la clase obrera y debilita su rol de liderazgo, interrumpe los enlaces del poder del Estado con el pueblo y dificulta la participación de las masas trabajadoras en el gobierno del país, se paraliza la democracia socialista y cultiva la presunción en los cuadros, con todos los males que ello conlleva, como la vanidad y el desprecio por las masas». (Vahid Lama y Gramos Hysi; La lucha de clases en el campo político en el período del socialismo, 1978)

Al mismo tiempo, el liberalismo, entendido como relajación de los principios y concesiones ideológicas al enemigo, también fue subrayado como un punto importante que suele darse en estos procesos regresivos:

«El liberalismo es un gran peligro. A través del liberalismo, se manifiestan las tendencias de laxitud hacia la política y la ideología del enemigo, a la renuncia a las normas de la moral proletaria, al espíritu de conciliación con la forma de vida revisionista-burgués y la permisión de deficiencias y debilidades, etc., penetran en el partido de la clase obrera, el Estado socialista, y las masas trabajadoras. El liberalismo se presenta a menudo con consignas engañosas acerca de la «libertad» y la «democracia», y se plantea como «un rival de la burocracia», con el objetivo de sembrar su semilla venenosa más fácilmente. La burocracia y el liberalismo, como dos peligros letales para el socialismo, se entrelazan, complementan y fomentan entre sí». (Vahid Lama y Gramos Hysi; La lucha de clases en el campo político en el período del socialismo, 1978)

Otro de los problemas es el tecnocratismo, el cual suele surgir con más fuerza en periodos donde se da la expansión de las fuerzas productivas, también estaba presente en las reflexiones de estos dos pensadores: 

«Lo mismo vale también para otras formas de manifestación como el tecnocratismo y el intelectualismo, que plantean los mismos peligros potenciales y que encuentran su expresión en la absolutización de la función de los equipos, la ciencia y la inteligencia técnica, en la sobrevalorización del trabajo mental y la subestimación del papel de las masas, en el desplazamiento de la clase obrera de la dirección del Estado y la sociedad socialista». (Vahid Lama y Gramos Hysi; La lucha de clases en el campo político en el período del socialismo, 1978)

Y, por supuesto, combatiendo al fatalismo histórico, se tomaba en cuenta que estas manifestaciones eran posibilidades, no certezas de la sociedad socialista:

«El socialismo, debido a su naturaleza, no constituye una fuente de liberalismo ni de burocracia. Estas manifestaciones no son características del socialismo. Sin embargo, siempre y cuando la lucha de clases continúe, siempre y cuando la presión hostil interna y externa esté activa y siempre y cuando las reminiscencias del pasado, junto con las diferencias esenciales del trabajo mental y físico, etc. se conserven, estas manifestaciones no pueden evitarse por completo en el socialismo». (Vahid Lama y Gramos Hysi; La lucha de clases en el campo político en el período del socialismo, 1978)

A priori, el PTA había resumido muy bien los riesgos a los cuales se habían enfrentado otros antes y a los cuáles se enfrentaba ahora él mismo. En cuanto a las contradicciones que surgían en la sociedad socialista, vale la pena repasar los tratados filosóficos para desmentir otra montaña de tópicos:

«Las contradicciones antagónicas son típicas, son características de las sociedades divididas en clases antagónicas. En la sociedad socialista, donde esas clases han dejado de existir, las contradicciones antagónicas no surgen de la naturaleza misma del orden socialista. Ellas surgen y existen como un producto de los residuos de la vieja sociedad burguesa en el interior del país y de la presión del cerco capitalista-revisionista del exterior, y estos factores existen objetivamente, pero son ajenos al mismo orden socialista y a su ideología. Por lo que, de una evaluación profunda de las contradicciones antagónicas, resulta que las contradicciones no antagónicas son características de la sociedad socialista sin clases antagónicas. Por otro lado, no debemos olvidar que las contradicciones no antagónicas pueden volverse antagónicas. Esto es precisamente lo que nuestros enemigos están tratando de lograr mediante la difusión de su ideología, cultura y forma de vida decadente, la fomentación del liberalismo y la burocracia, la discordia y el descontento, el robo y la malversación de fondos, etc. Y esto sucede siempre que la posición frente al enemigo de clase, su ideología y actividad, es oportunista y liberal, cuando la vigilancia y la lucha severa contra él se debilitan o se descuidan totalmente, cuando se sigue una política incorrecta respecto a las relaciones entre varias clases y estratos en la sociedad, entre los cuadros y las masas, etc». (Foto Çami; Contradicciones, clases y lucha de clases en el socialismo, 1980) 

De forma equilibrada, se explicaba con todo acierto los factores objetivos y subjetivos que podían desestabilizar y precipitar al abismo al sistema socialista:

«Hay que tener en cuenta tanto los factores objetivos como pueden ser los remanentes de la ideología burguesa en los viejos elementos explotadores, en las clases socialistas e incluso entre ciertas capas del proletariado, o la evidente proyección del cerco imperialista-revisionista. (…) Factores subjetivos que pueden surgir debido a una permisión de la ampliación de las diferencias salariales entre rangos, ampliación en la diferenciación entre el campo y la ciudad, o por apatía en la lucha contra las corrientes ideológicas extrañas, fenómenos precisamente subjetivos que los revolucionarios deben buscar evitar que ocurran». (Jorgji Sota; Sobre la dictadura del proletariado y la lucha de clases en Albania; Informe presentado en la Conferencia científica sobre el pensamiento teórico del Partido del Trabajo de Albania y el Camarada Enver Hoxha, 1983)

En diversas ocasiones, el mismísimo Enver Hoxha había advertido seriamente sobre los riesgos que se cernían en el frente externo e interno, sobre las problemáticas que acechaban al gobierno albanés en cada esquina, subrayando que todo paso en falso aquí desencadenaría una brecha que los enemigos no dudarían en aprovechar para entrar por ella. En 1983, una de sus últimas intervenciones públicas espetó lo siguiente:

«Sólo realizando y rebasando los planes, sólo ahorrando y economizando, sólo con una organización y dirección científicas, afrontaremos la presión política y económica del mundo capitalista y revisionista. (...) Nuestra obligación es no bajar la guardia. (...) El alejamiento de cualquier comunista o cuadro de las normas del partido del control social no sólo perjudica la reputación del partido sino también representa un peligro para quien viola dichas normas. El enemigo empieza a comprometer partiendo de las cosas más pequeñas, de las infracciones financieras, de la moral comunista y de otras formas. Aquí deben ser activas la vigilancia personal y la social, sea del partido o de las masas. La vigilancia no debe ser concebida como monopolio o tarea sólo de un organismo del partido del Estado, sino como un problema de todos, de cada comunista, de cada ciudadano de la república. (...) La negligencia y el indiferentismo a este respecto son muy peligrosos para nuestra sociedad». (Enver Hoxha; El partido siempre fue la fuerza que salvó el país y el socialismo; Extraído del discurso de clausura en el VIIº Pleno del Comité Central del Partido del Trabajo de Albania, 1983)

Hay muchísimas obras concretas donde se estudia este tema profundamente: «El control de la clase obrera» (1968); «Acerca de la aplicación de las decisiones del VIº Pleno del CC del PTA sobre la lucha contra las manifestaciones de intelectualismo y tecnocratismo» (1970); o «Profundicemos la lucha ideológica contra las manifestaciones extrañas al socialismo y contra las actitudes liberales ante ellas» (1973). Especialmente, recomendamos una recopilación sobre los diversos comentarios que Hoxha lanzó en el último congreso del PTA al que asistió. Véase la obra: «Las advertencias de Enver Hoxha en su último congreso al frente del Partido del Trabajo de Albania» (2018).

¿Pero todo el PTA se reduce al señor Hoxha? En absoluto. Existe así mismo muchísima documentación sobre la sociedad socialista de otros autores albaneses, véase, por ejemplo, la obra de Agim Popa «Las relaciones entre los cuadros y las masas y la lucha contra la burocracia» (1976); la obra de Hysni Kapo «Importante paso para perfeccionar el estado de la dictadura del proletariado» (1976); la obra de Nexhmije Hoxha «Algunas cuestiones fundamentales de la política revolucionaria el Partido del Trabajo de Albania sobre el desarrollo de la lucha de clases» (1977); la obra de Alfred Uçi «Sobre las contradicciones en la sociedad socialista» (1977); la obra de Vahid Lama y Gramos Hysi «La lucha de clases en el campo político en el período del socialismo» (1978); la obra de Foto Çami «Contradicciones, clases y lucha de clases en el socialismo» (1980); la obra de Foto Çami y Gramos Hysi «La constitución del socialismo triunfante» (1980); la obra de Jorgji Sot «Sobre la dictadura del proletariado y la lucha de clases en Albania» (1983); o la obra de Ismail Lleshi, «El Partido del Trabajo de Albania sobre el tratamiento y la correcta solución de las contradicciones en la sociedad socialista» (1984).

Pero no vale la pena ahora seguir repasando, hasta el día del juicio final, estos comentarios y análisis tan acertados. Simplemente, nos interesa resaltar que con el tiempo nada de esto fue tenido en cuenta debidamente, siendo olvidado o relativizado, o simplemente lanzado al aire de cara a la galería para aparentar que todo iba correctamente. Los documentos oficiales del PTA a partir del año 1990, vistos en el capítulo anterior, ratificaban que ya para entonces se había abandonado por completo las enseñanzas sobre las experiencias de restauración del capitalismo. Conocimientos de los que años antes los albaneses parecían haber extraído todo el jugo mejor que nadie. En 1997, la propia Nexhmije reconocería que todas estas lecciones se habían tirado por la borda y, de hecho, si a alguien debemos de pasarle la factura es a ella con su actitud pusilánime en los momentos más críticos:

«Por desgracia, su partido no se adhirió estrictamente a las enseñanzas leninistas sobre el indiscutible papel dirigente del partido como vanguardia de la clase obrera. No valoró la importancia de sus advertencias sobre los peligros del revisionismo moderno resucitado que amenazaba al socialismo en los países donde se estaba construyendo y a todos los partidos comunistas y obreros del mundo». (Nexhmije Hoxha; De cómo el Partido del Trabajo de Albania se alejó de sus posiciones marxista-leninistas; Discurso pronunciado en la ciudad italiana de Teramo, 1997) (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)

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