De izquierda a derecha: Georges Marchais, Santiago Carrillo y Enrico Berlinguer en 1977 |
«El revisionismo moderno, como acabamos de señalar anteriormente, surgió en el período de la agudización de la crisis general del capitalismo. Se alió a la burguesía y al imperialismo y se sumó a los esfuerzos desplegados por éstos para contener y evitar la gran marejada de las revoluciones proletarias, de las luchas de liberación nacional y de los movimientos democráticos populares y antiimperialistas. Como tal, el nuevo revisionismo no podía dejar de tomar diferentes formas y aspectos, de utilizar métodos y tácticas que se ajustaran a las necesidades del capital de cada país. Su mayor desarrollo y difusión en el movimiento comunista y obrero se registró después que el revisionismo jruschovista apareció en escena.
Para la burguesía y el imperialismo, la traición que se produjo en la Unión Soviética constituía una ayuda incalculable en los momentos tan difíciles por los que estaban atravesando. Esta ayuda le dio al gran capital la posibilidad de golpear la teoría marxista-leninista y la práctica de la edificación socialista, de infundir sospechas hacia la estrategia revolucionaria del proletariado y hacer degenerar ideológica y políticamente a los partidos comunistas. Un gran revés ideológico sufrieron en primer lugar los partidos comunistas y obreros de Europa Occidental que siguieron la línea traidora de Tito y Jruschov.
Hacía tiempo que en esos partidos se había preparado el terreno para acoger y llevar aún más adelante las ideas y las prácticas revisionistas que ahora traían los jruschovistas. Las degeneraciones ideológicas y organizativas ya habían surgido en diversos niveles y en diferentes formas, como decimos, teorías y prácticas pseudorevolucionarias venían siendo aplicadas en sus filas desde hacía tiempo sin mucha preocupación.
Los comienzos del revisionismo moderno en los partidos comunistas de Europa Occidental
En el curso de la Segunda Guerra Mundial, numerosos factores positivos creados en Europa habían hecho posible e indispensable la transformación de la guerra antifascista en una profunda revolución popular. El fascismo había suprimido no sólo la independencia nacional de los países ocupados, sino también todas las libertades democráticas y había enterrado incluso la propia democracia burguesa. Por eso la guerra contra el fascismo debía ser una lucha no sólo por la liberación nacional, sino también por la defensa y el desarrollo de la democracia. Las miras que hacia estos dos objetivos tenían puestas los partidos comunistas no debían por ello separarlas de la lucha por el socialismo.
En los países de la Europa Oriental, los partidos comunistas supieron ligar las tareas de la lucha por la independencia y la democracia a la lucha por el socialismo. Elaboraron y aplicaron una política que condujo a la instauración de los regímenes de democracia popular. En cambio, los partidos comunistas de Europa Occidental no se mostraron capaces de aprovechar las situaciones favorables que habían creado la Segunda Guerra Mundial y la victoria sobre el fascismo. Esto demostraba que no habían comprendido ni aplicado debidamente las orientaciones del VIIº Congreso de la Komintern –Internacional Comunista–, el congreso fue sostenido del 25 de julio al 21 de agosto de 1935. Este congreso sustentaba que, al oponerse y combatir al fascismo, se irían creando en condiciones determinadas también las posibilidades de formar gobiernos de frente único, totalmente diferentes de los gobiernos socialdemócratas.
Aquéllos debían servir para pasar de la etapa de la guerra contra el fascismo a la etapa de la lucha por la democracia y el socialismo. Pero en Francia y en Italia la guerra contra el fascismo no condujo a la creación de gobiernos del tipo que propugnaba la Komintern. Acabada la guerra, en esos países asumieron el poder gobiernos de tipo burgués. La participación de los comunistas en los mismos no cambió su carácter. Tampoco el Partido Comunista Francés –que en general hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial siguió una línea correcta–, logró corregir y superar los errores, deficiencias y desviaciones que se habían manifestado acerca de determinados problemas, y que entre otros motivos surgían por falta de análisis realistas de las situaciones internas y externas.
El Partido Comunista Francés desempeñó un papel de primer orden en la creación del frente popular en Francia. Fue él quien, durante 1935 en Nantes lanzó la consigna de frente popular, consigna que tuvo rápidamente resonancia entre las amplias masas del pueblo francés. La Komintern apreció en sumo grado el trabajo y los esfuerzos del Partido Comunista Francés para la creación del frente popular. Pese a ello, es preciso señalar que no supo o no pudo aprovechar las situaciones y explotarlas en favor de la clase obrera.
El partido comunista hablaba abiertamente del peligro que acosaba a Francia proveniente del fascismo interior y exterior, denunciaba ese peligro, salía a la calle, pero las medidas para frenar el fascismo, y cualquier otra decisión, las esperaba de los gobiernos «legales», de los gobiernos burgueses formados y combinados por un parlamento burgués. Esto se vio en el momento de la creación del frente popular, que fue un éxito para el Partido Comunista Francés ya que, en las complejas situaciones de aquel entonces, cortó el camino a la formación de un gobierno fascista en Francia. El gobierno de Léon Blum, no obstante de haber tomado algunas medidas a favor de la clase obrera, violó y traicionó el programa del frente popular en el campo de la política interna y externa. El partido comunista, que no participaba en el gobierno del frente popular, sino que lo apoyaba desde el parlamento, no estuvo en condiciones de detener todo este proceso. La lucha de las masas, las huelgas, manifestaciones y demás acciones, fueron reemplazadas por los encuentros semanales que Léon Blum realizaba en su casa con Thorez y Duclos.
Aunque el presidente del gobierno del frente popular era un socialista, y los socialistas ocupaban un gran lugar en el gobierno, el aparato gubernamental en el centro y en la base quedó intacto. El ejército siguió siendo la «grande muette» –en francés: el gran silencio, aquí el significado es que el ejército no iba a involucrarse en la política–. Estaba bajo el mando, al igual que en los gobiernos anteriores de la casta reaccionaria de oficiales salidos de las escuelas militares burguesas, que preparaban cuadros para reprimir al pueblo francés e invadir colonias, y no eran garantía precisamente para la labor de combatir al fascismo y la reacción.
El Partido Comunista Francés no concluía sus acciones, no se organizaba para una verdadera lucha contra el fascismo y la reacción. La propaganda y la agitación, las manifestaciones y las huelgas que dirigía, no estaban en la línea de arrebatar el poder a la burguesía.
Independientemente de que no negara los principios básicos del marxismo-leninismo, la actividad y la lucha de este partido asumían inconscientemente, sin comprender por qué, las formas de una lucha por reformas, por reivindicaciones económicas en el plano sindical. Naturalmente, los sindicatos juegan un papel revolucionario cuando son correctamente dirigidos y cuando en ellos se crea una situación revolucionaria, de lo contrario el movimiento sindical se convierte en una rutina montada por los cabecillas sindicales, que unas veces mantienen actitudes justas, y otras desviacionistas, unas veces liberales, y otras simplemente oportunistas, pero que, a fin de cuentas, acaban en discusiones estériles y en compromisos con la patronal.
Cuando estalló la Guerra de España, el Partido Comunista Francés ayudó activamente con agitación y propaganda, y con medios materiales, al Partido Comunista de España y al pueblo español en su lucha contra el rebelde Franco. Hizo llamamientos para el envío de voluntarios a España, llamamientos a los que respondieron miles de sus militantes y otros antifascistas franceses, tres mil de los cuales inmolaron sus vidas en tierras de España. Dirigentes principales del partido participaron directamente en la lucha o fueron a España en varias ocasiones. La mayor parte de los voluntarios que salían de muchos países para integrarse en las Brigadas Internacionales en España, pasaban por Francia. El Partido Comunista Francés organizaba su tránsito.
Durante la Guerra de España, los comunistas y la clase obrera franceses ganaron una nueva experiencia en las batallas, que se vino a sumar a la antigua tradición de las luchas revolucionarias del proletariado francés. Esto constituía un capital preciado, una experiencia revolucionaria adquirida en luchas de clase frontales y organizadas contra la feroz reacción franquista, contra los fascistas italianos y los nazis alemanes, así como el ya adquirido contra la propia reacción francesa y mundial. Este capital revolucionario debía servir al partido en los momentos críticos de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación de Francia, pero en realidad no fue aprovechado, cayendo toda esta experiencia en saco roto.
El Partido Comunista Francés desenmascaró la política de München de 1938, con la que los miembros del Partido Radical como Édouard Daladier y George Bonnet, traficando con los intereses del pueblo checoslovaco, hicieron concesiones a Hitler para que éste volviera su máquina de guerra contra la Unión Soviética. El partido defendió sin vacilar el pacto germano-soviético de no agresión y se contrapuso a las calumnias y persecuciones de la burguesía francesa que por entonces los reprimió duramente. Hizo llamamientos a la resistencia y se levantó con audacia contra los ocupantes alemanes y sus colaboradores de Vichy. Esta lucha, que comenzó con acciones, huelgas, manifestaciones actos de sabotaje, fue cobrando mayores dimensiones. Los FTP –«Francs Tireurs et Partisans», las fuerzas partisanas partidarias del Partido Comunista Francés– creados por el partido comunista, eran las únicas formaciones que combatían a los ocupantes, en tanto que «les reseaux gaullistas» no eran, como dice la misma palabra, más que redes de los servicios secretos destinadas a recoger informaciones militares útiles a los aliados. Mientras que los gaullistas hacían llamamientos a esperar el desembarco, y después lanzarse a la acción, el partido comunista luchaba valerosamente por la liberación del país.
En el curso de la lucha de liberación el Partido Comunista Francés organizó y desarrolló la resistencia contra los ocupantes y trabajó, con algunos éxitos, en dirección al frente antifascista. Sin embargo, tal como vinieron a demostrar los acontecimientos, aquél no había pensado ni planificado la toma del poder, y si lo había hecho, en la práctica abandonó sus proyectos.
Testimonio de ello es que a lo largo de la lucha el partido creó muchos comités de liberación nacional, pero no se preocupó ni adoptó ninguna medida para que estos comités se afirmasen como embriones del nuevo poder. Desde el principio hasta el final las formaciones guerrilleras siguieron siendo pequeñas y sin lazos orgánicos entre sí. En ningún momento el partido planteó el problema de la creación de grandes formaciones, de un verdadero ejército de liberación nacional.
El Partido Comunista Francés llevó adelante la lucha antifascista que él mismo dirigía, pero no la convirtió en lucha revolucionaria de todo el pueblo. Y no sólo esto, sino que consideró más viable y más «revolucionario» rogarle a Charles De Gaulle que aceptara en su comité «Francia Libre» a un representante suyo. En otras palabras venía a decir: «Por favor, señor De Gaulle, acépteme también a mí en su comité»; «Señor De Gaulle, el Partido Comunista Francés y las fuerzas guerrilleras se ponen bajo su mando y el del comité «Francia Libre»; «Señor De Gaulle, los comunistas no tenemos intención de hacer ninguna revolución, ni de tomar el poder, sólo queremos que en la Francia del mañana se dé el viejo juego de los partidos, el juego «democrático», que también nosotros pasemos a formar parte, de acuerdo al número de votos, del futuro gobierno».
Mientras los comunistas franceses actuaban de este modo, la burguesía francesa preparaba y organizaba sus fuerzas para lanzarse a la toma del poder, cosa que llevaría a efecto tras el desembarco de los aliados estadounidenses. El Comité Nacional, creado y dirigido por el grupo de De Gaulle en Londres y que en Argel pasó a convertirse en gobierno, constituiría la fuerza más adecuada para la toma de este poder. Esto efectivamente lo realizaría en combinación con las fuerzas internas, que la burguesía había preparado y movilizado, en combinación con el viejo ejército mandado por generales que, después de haber servido a Pétain, y viendo que el barco alemán se hundía, se habían puesto al servicio de De Gaulle.
Esta era una situación peligrosa que el Partido Comunista Francés no juzgó ni valoró correctamente, o bien no profundizó en la cuestión. Temió las complicaciones con las fuerzas aliadas que acababan de desembarcar, temió a De Gaulle y las fuerzas agrupadas en torno a éste, es decir, temió la guerra civil y en particular la guerra con los anglo-estadounidenses.
El partido comunista se olvidó del ejemplo de los heroicos comuneros, que, estando cercados por el ejército alemán de Bismarck, se alzaron contra los versalleses, «asaltando los cielos», como diría Marx, y crearon la Comuna de París. «Era preciso sopesar las fuerzas» pueden decir los teóricos de la justificación de este error fatal que el Partido Comunista Francés cometió en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Naturalmente que debían sopesarse las fuerzas. Pero si los comuneros, sin ningún partido, sin organización, sin vínculos con el campesinado ni con el resto de Francia, cercados por tropas invasoras extranjeras, se lanzaron al ataque y tomaron el poder, la clase obrera francesa, con su partido al frente, templada en las batallas, iluminada por el marxismo-leninismo y teniendo en su lucha a un aliado grande y poderoso como era la Unión Soviética, estando a la cabeza de las masas trabajadoras y de los auténticos patriotas, podía realizar mil veces mejor la obra inmortal que realizaron los comuneros.
La dirección del partido comunista en general, se mostró torpe y débil para cumplir con audacia y madurez los deseos y aspiraciones de los militantes comunistas y el proletariado francés, que habían combatido heroica y resueltamente a los ocupantes hitlerianos. No avanzó en la vía marxista-leninista, en la vía de la lucha revolucionaria, No siguió la senda de los comuneros.
La lucha antifascista en Italia tenía sus características y rasgos particulares, pero los objetivos que se había propuesto la dirección del Partido Comunista Italiano, sus vacilaciones y concesiones eran similares a los del Partido Comunista Francés.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial tomo a la mayor parte de los cuadros del Partido Comunista Italiano en Francia. Casi todos cayeron en manos de la policía. Entre ellos figuraba el secretario general del partido, Palmiro Togliatti, que una vez liberado de la cárcel, en marzo de 1941, se dirigió a la Unión Soviética.
No obstante mantener una actitud correcta hacia la guerra de agresión desencadenada por las potencias fascistas y haberla denunciado como una guerra imperialista y de rapiña, la actividad del Partido Comunista Italiano siguió siendo limitada. Todos sus esfuerzos se redujeron a crear una coalición de los partidos antifascistas en el exilio, a hacer algunos llamamientos y publicar resoluciones y material propagandístico.
Este partido, que había comenzado a desarrollar su actividad en el interior a mediados del año 1942, en marzo de 1943 logró organizar en diversas zonas una serie de poderosas huelgas que testimoniaban el crecimiento del movimiento popular antifascista. Estas huelgas aceleraron el desarrollo de los acontecimientos que condujeron al derrocamiento de Mussolini.
El temor a la revolución había inducido a la burguesía italiana y al rey, símbolo de su dominación, a llevar a Mussolini al poder en 1922. Ese mismo temor les obligaría a retirarlo en julio de 1943.
Mussolini fue derrocado mediante un golpe de Estado de la casta dirigente, obra del rey, de Badoglio y de los otros jerarcas del fascismo. Estos, viendo la inevitable derrota de Italia, quisieron prevenir el peligro que suponía el levantamiento de la clase obrera y el pueblo italiano en lucha y revolución, los cuales no sólo derrocarían al fascismo y a la monarquía, sino que harían peligrar también la propia dominación de la burguesía italiana como clase.
El movimiento de resistencia del pueblo italiano contra el fascismo adquirió un gran desarrollo particularmente después de la capitulación de Italia. En el norte del país, ocupado todavía por los alemanes, se organizó a iniciativa del partido la lucha de liberación que aglutinó a amplias masas de obreros, campesinos, intelectuales antifascistas, etc. Se crearon grandes formaciones guerrilleras regulares, en su mayoría dirigidas por el partido. Además de las unidades y destacamentos guerrilleros, en la Italia del norte se constituyeron, también por iniciativa del partido comunista, los comités de liberación nacional. El partido dedicó sus esfuerzos para que estos comités se convirtiesen en órganos del poder democrático, pero en realidad continuaron siendo coaliciones de los diversos partidos. Esa losa, finalmente entre otros factores, les impidió transformarse en verdaderos órganos del poder popular.
Mientras que en el norte, la lucha del partido evolucionaba en general en una vía correcta, que no sólo podía conducir a la liberación del país sino también a la instauración del poder popular, en el sur y a nivel nacional general, el partido no planteaba en absoluto la cuestión de la toma del poder. Sólo postulaba la formación de un gobierno fuerte y con autoridad antifascista tras la caída de Mussolini, pero no luchaba por el derrocamiento de la monarquía de Badoglio. El programa del partido comunista, en unos momentos en que en el país existían condiciones favorables para llevar adelante la revolución, era un programa mínimo. El partido estaba por una solución parlamentaria en el marco de la legalidad del orden burgués. Su máxima pretensión era participar en el gobierno con dos o tres ministros.
De esta forma, el Partido Comunista Italiano se fue introduciendo en las combinaciones políticas burguesas y comenzó a hacer sucesivas concesiones sin principio. En vísperas de la liberación del país, poseía una gran fuerza política y militar, que no supo o no quiso aprovechar, quedando, por propia voluntad, desarmado ante la burguesía. Renunció a la vía revolucionaria y se introdujo en el camino parlamentario, que lo fue transformando gradualmente de un partido de la revolución en partido burgués de la clase obrera por reformas sociales.
En lo que concierne a España, es preciso señalar que las directrices del VIIº Congreso de la Komintern tuvieron mayores y mejores resultados que en Francia y en Italia. Su efecto se hizo sentir especialmente en el curso de la guerra civil. En un comienzo los comunistas no participaron en el gobierno del frente popular, sino que le concedieron su apoyo. No obstante, el partido comunista criticaba al gobierno por su falta de determinación y exigía que tomase medidas frente al peligro fascista, contra la actividad que desarrollaban los fascistas, particularmente la casta de los oficiales, que en aquel entonces constituían el peligro inmediato.
El 17 de julio de 1936 estalló el «pronunciamiento» de los generales fascistas. El complot de los fascistas estaba bien coordinado. Habían actuado bajo las narices del gobierno de la izquierda y de las autoridades designadas por un gobierno surgido de la coalición del frente popular. Contra este peligro se alinearon todas las fuerzas antifascistas. En noviembre se creó el gobierno encabezado por Largo Caballero, del que pasaron a formar parte dos ministros comunistas. Así se constituyó un frente común para defender la república, incluso con las armas. El gobierno concedió la autonomía a los vascos, confiscó a favor de los campesinos pobres las tierras de los fascistas y nacionalizó todas las riquezas de éstos.
El partido comunista llamó desde un primer momento a la clase obrera y al pueblo a oponer resistencia. Pero el partido comunista no se contentó con llamamientos, se lanzó a la acción. Los miembros del partido se introdujeron en los cuarteles, lugar donde permanecían los soldados, para aclarar a éstos la situación señalándoles lo que eran los fascistas y la amenaza que constituían para los obreros, los campesinos y el pueblo. De esto, no hubo mejor ejemplo que el de la capital de España, en Madrid, donde el golpe fascista fracasó.
En otras ciudades, el pueblo y en primer lugar la clase obrera atacaron las unidades militares que se habían sublevado contra la república, paralizándolas en su acción. En Asturias, la lucha de los mineros contra las tropas fascistas prosiguió por un mes y esta región permaneció en manos del pueblo. Los fascistas no pasaron. Lo mismo ocurrió en Vascongadas y en muchas otras zonas de España.
En los primeros días de agosto se vio que los generales fascistas caminaban hacia el abismo y su derrota hubiera sido total de no haber acudido de inmediato en su ayuda las tropas de la Italia fascista y de la Alemania nazi y junto a éstas las fuerzas reclutadas en el Marruecos español, así como las enviadas por el Portugal fascista.
En un país donde el ejército estaba bajo el mando de una vieja casta de oficiales reaccionarios, realistas y fascistas, los destinos del país no podían confiarse en aquél, una parte del cual siguió a los generares fascistas y el resto avanzaba hacia su disgregación. Por eso, el partido comunista hizo un llamamiento para la creación de un ejército nuevo, un ejército del pueblo. Los comunistas volcaron sus esfuerzos en la creación de este ejército y en breve lapso de tiempo lograron levantar el conocido como «Vº Regimiento». Sobre la base de este regimiento, que cobró una gran fama en el curso de la Guerra de España, se creó el ejército popular de la república española.
La resuelta actitud del partido comunista frente al ataque fascista, el audaz ejemplo que dio colocándose al frente de las masas para impedir que el fascismo pasara, el ejemplo de sus militantes, el 60 por ciento de los cuales fueron enviados a los diversos frentes de lucha, aumentaron en gran medida la autoridad y el prestigio del partido entre las masas del pueblo.
Un partido crece, gana autoridad y se convierte en dirigente de las masas cuando cuenta con una línea clara y se lanza audazmente a la lucha por llevarla a la práctica. El Partido Comunista de España se convirtió en un partido tal en el curso de la guerra civil. Desde la insurrección fascista en julio de 1936 hasta finales de ese mismo año, el partido comunista triplicó el número de sus miembros. Y, aunque en aquellos días la gente se integraba en el partido para ofrendar su vida, y no para dar su voto en las elecciones, jamás ni nadie, ni el llamado partido comunista de Santiago Carrillo, ni los otros partidos revisionistas, que han abierto sus puertas a todo aquel que quiera ingresar en ellos, laico o religioso, obrero o burgués, podrá hablar de un crecimiento de la autoridad e influencia como las que adquirió el digno Partido Comunista de España durante el período de la guerra civil.
La Guerra de España tocó a su fin a comienzos del año 1939, cuando la dominación de Franco se extendió a todo el territorio nacional En aquella guerra el Partido Comunista de España no escatimó esfuerzos ni energías para derrotar al fascismo. Y si el fascismo venció, fue debido, aparte de los diversos factores internos, en primer lugar a la intervención del fascismo italiano y alemán y a la política capitulacionista de «no intervención» de las potencias occidentales con respecto a los agresores fascistas.
Muchos militantes del Partido Comunista de España inmolaron sus vidas durante la guerra civil. Otros fueron víctimas del terror franquista. Otros miles y miles fueron arrojados a las cárceles donde permanecieron por largos años o murieron en ellas. Después del triunfo de los fascistas, en España reinó el más feroz terror.
Los demócratas españoles, que lograron escapar de los campos de concentración y de los arrestos, tomaron parte en la resistencia francesa donde combatieron heroicamente, mientras que los demócratas españoles que se fueron a la Unión Soviética se integraron en las filas del ejército rojo y muchos de ellos dieron su vida combatiendo al fascismo.
Pese a las condiciones sumamente graves, los comunistas continuaron su lucha guerrillera y la organización de la resistencia también en España. La mayor parte cayeron en manos de la policía franquista y fueron condenados a muerte.
Franco golpeó duramente la vanguardia revolucionaria de la clase obrera y de las masas populares de España y esto tuvo consecuencias negativas para el partido comunista. Al haber desaparecido en la lucha armada y bajo los golpes del terror fascista los elementos más sanos, más preparados ideológicamente, más resueltos y valientes, del Partido Comunista de España, cobró supremacía y ejerció su influencia negativa y destructora el elemento cobarde pequeñoburgués e intelectual como son Santiago Carrillo y compañía. Estos fueron transformando gradualmente al Partido Comunista de España en un partido oportunista y revisionista.
La unión con los revisionistas jruschovistas en la lucha contra el marxismo-leninismo y la revolución
Las condiciones económicas y políticas que se crearon en Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial favorecieron en mayor medida el reforzamiento y la difusión de los puntos de vista erróneos y oportunistas que habían existido ya anteriormente en las direcciones de los partidos comunistas de Francia, Italia y España, estimulando aún más el espíritu de concesiones y compromisos con la burguesía.
Entre estos factores estaba la abrogación de las leyes fascistas y de las otras medidas coercitivas y restrictivas que la burguesía europea había adoptado ya desde los primeros días del triunfo de la Revolución de Octubre hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, medidas que se implantaron como medio para contener el creciente ímpetu revolucionario de la clase obrera e impedir su organización política, para cortar el camino a la difusión de la ideología marxista.
El restablecimiento de la democracia burguesa en una escala más o menos amplia, como era la completa legalización de todos los partidos políticos, excepto los fascistas; el permitir su participación sin impedimento alguno en la vida política e ideológica del país; el crearles la posibilidad de una participación activa en las campañas electorales, que ya se desarrollaban sobre la base de algunas leyes menos restrictivas para cuya aprobación los comunistas y las otras fuerzas progresistas habían desarrollado una larga lucha, fomentaron muchas ilusiones reformistas en las direcciones de los partidos comunistas. En éstos, comenzó a arraigar el punto de vista de que el fascismo había desaparecido de una vez y para siempre; que la burguesía no sólo ya no estaba en condiciones de limitar los derechos democráticos de los trabajadores, sino que se vería obligada a ampliarlos aún más. Comenzaron a pensar que los comunistas, al haber salido de la guerra como la fuerza política, organizadora y movilizadora más influyente y poderosa de la nación, obligarían a la burguesía a extender cada vez más la democracia y permitir una participación cada vez más amplia de los trabajadores en la dirección del país; que a través de las elecciones y del parlamento tendrían la posibilidad de tomar el poder pacíficamente y pasar posteriormente a la transformación socialista de la sociedad. El que en Francia e Italia de posguerra participaran en el gobierno dos o tres ministros comunistas fue visto por dichas direcciones no como el máximo de las concesiones formales que hacía la burguesía, sino como el comienzo de un proceso que iría tomando cada vez un mayor auge, hasta llegar a la creación de un gabinete gubernamental compuesto exclusivamente por comunistas.
En la propagación de las ideas oportunistas y revisionistas en los partidos comunistas, un gran influjo ejerció asimismo el desarrollo económico de posguerra en occidente. Cierto que la Europa Occidental había quedado destruida por la guerra, mas su reconstrucción fue relativamente breve. El flujo de capitales estadounidenses hacia Europa, de acuerdo al «Plan Marshall» que se puso en marcha en 1947, permitió la reconstrucción de fábricas, subsanar el transporte y la agricultura, así como que la producción se desarrollara de una forma intensiva. Este desarrollo abrió numerosos frentes de trabajo y por un largo período de tiempo no sólo atrajo la mano de obra disponible, sino que además creó una cierta carestía de la misma.
Esta situación, que proporcionaba a la burguesía superganancias colosales le permitió aflojar la bolsa y suavizar de algún modo los conflictos laborales. En el terreno social, fue el caso de los seguros sociales, la sanidad, la enseñanza, la legislación laboral, etc., adaptó algunas medidas, por las cuales tanto había luchado la clase obrera. La considerable elevación del nivel de vida de los trabajadores con respecto a los tiempos de la guerra e incluso, a los de anteguerra, el rápido ascenso de la producción como resultado de la reestructuración de la industria y la agricultura y del inicio de la revolución técnica y científica, así como la total ocupación de la mano de obra, abrieron el camino a la proliferación en algunos individuos no formados y oportunistas de las concepciones sobre el desarrollo del capitalismo sin conflictos de clase, sobre la evitabilidad de las crisis por parte de éste, sobre la desaparición del fenómeno del desempleo, etc. Una vez más se confirmó la gran enseñanza del marxismo-leninismo de que los períodos de desarrollo pacífico del capitalismo son el origen de la difusión del oportunismo. La nueva capa de la aristocracia obrera, que creció considerablemente en aquel tiempo, comenzó a ejercer una influencia cada vez más negativa en las filas de los partidos y de sus direcciones, introduciendo ideas y puntos de vista oportunistas y reformistas.
Bajo la presión de estas circunstancias, los programas de los partidos comunistas se fueron reduciendo hasta convertirse en programas mínimos de carácter democrático y reformista, a la vez que la idea de la revolución y del socialismo se iba alejando cada vez más. La gran estrategia de la transformación revolucionaria de la sociedad cedió su puesto a la pequeña estrategia de los problemas corrientes de cada día, que fue absolutizada y se convirtió en línea política e ideológica general.
De este modo, los partidos comunistas italiano, francés, británico, y, después de éstos, también el español, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial comenzaron a alejarse gradualmente del marxismo-leninismo, a adoptar tesis y puntos de vista revisionistas, a introducirse en la vía del reformismo. Cuando el revisionismo jruschovista apareció en escena, el terreno era propicio para adaptar esta corriente y unirse a ella en la lucha contra el marxismo-leninismo. Las decisiones del XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética celebrado en febrero de 1956, a la par de la presión de la burguesía y de la socialdemocracia del interior del país, influyeron poderosamente sobre dichos partidos en su paso definitivo, a las posiciones antimarxistas socialdemócratas.
Los revisionistas italianos fueron los primeros en abrazar la línea soviética de 1956 fijada en el XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética e inmediatamente después del mismo proclamaron a bombo y platillos la llamada «vía italiana al socialismo». El Partido Comunista Italiano, una vez derrocado el fascismo, se presentó con una plataforma política y organizativa oportunista. Desde que llegó a Nápoles, a su regreso de la Unión Soviética en marzo de 1944, Palmiro Togliatti impuso al partido la línea de la colaboración de clases con la burguesía y sus partidos. Palmiro Togliatti declaraba lo siguiente en el Pleno del Consejo Nacional del Partido Comunista Italiano que se celebró en 1944:
«Nosotros no planteamos el objetivo de la lucha por la conquista del poder, dadas las condiciones internacionales y nacionales, queremos destruir completamente el fascismo y crear una verdadera democracia antifascista y progresista. El Partido Comunista Italiano debe examinar cada problema desde el ángulo de la nación, del Estado italiano». (Paolo Spriano; Historia del Partido Comunista Italiano, 1975)
En Nápoles, Palmiro Togliatti planteó por primera vez la idea, incluso la plataforma del que llamó «nuevo partido de las masas», diferente por su composición de clase, por su ideología y su forma organizativa del partido comunista del tipo leninista. Era natural que para una política de alianzas sin principio y una política de reformas como la que buscaba Togliatti, se precisara también un partido reformista, un partido amplio e ilimitado en el que pudiera entrar y salir cualquiera y cuando quisiera:
«Su noción del partido de masas que tiene sus raíces en el pueblo, –escribía muchos años más tarde un colaborador de Togliatti–, asume todo su debido valor si se le vincula estrechamente con el componente nacional de la lucha de los comunistas. Su objetivo es en efecto lograr profundos cambios en la sociedad gracias a las reformas». (Giulio Cerretti; A la sombra de las dos T: 40 años con Togliatti y Thorez, 1973)
Con la liberación del país, la clase obrera italiana confiaba en una profunda justicia social, esperaba que las cosas fueran a cambiar, y que, por fin, se hiciera oír su voz. Más esto no sucedió y la causa de ello fue debido a la organización y la dirección de la vida del país por parte de los diversos partidos burgueses, incluyendo el comunista. Para embaucar a las masas y hacerles creer que su voz era escuchada en el gobierno del país, reglamentaron la vida política con los partidos de la mayoría y de la minoría, con los partidos en el poder y con los partidos de la oposición, con todos sus trucos y subterfugios parlamentarios, con todas sus mentiras y su demagogia.
En un comienzo el Partido Comunista Italiano pasó a ocupar dos carteras sin importancia, que la gran burguesía le concedió en el marco del juego «democrático», en espera de reforzar sus posiciones, levantar su ejército, su policía y toda la serie de instrumentos represivos, liquidar y paralizar, mediante la presencia de los comunistas en el gobierno, cualquier propensión de la clase obrera y el pueblo italiano a saldar las cuentas con los que les habían explotado, reprimido y enviado a arrebatar la libertad a otros pueblos, comenzando por Abisinia, España, Albania hasta la Unión Soviética, donde quedaron los huesos de sus hijos muertos por la «gloria» del imperio fascista italiano. Posteriormente, en mayo de 1947, cuando ya le fueron inservibles, la burguesía echó a los ministros comunistas del gobierno. El peligro de un eventual ataque obrero fue conjurado. La clase obrera se puso en «fila», se encuadró en los diversos sindicatos según los matices de los partidos, iniciándose así la lucha por el voto, la lucha parlamentaria.
Después del XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética de 1956, Togliatti y el Partido Comunista Italiano proclamaron públicamente sus viejas posiciones revisionistas. No sólo aprobaron todo síntoma de liberalismo procedente de Moscú, sino que incluso quemaban las etapas, colocando en una difícil posición a los propios revisionistas jruschovistas, para los que el Partido Comunista Italiano comenzó a ser una preocupación de cara a las masas más avispadas.
Los togliattistas encontraban de su gusto la línea revisionista de «desestalinización», aplaudieron que los jruschovistas cubriesen de barro a Stalin y al bolchevismo, aplaudieron la línea jruschovista de la destrucción de las bases socialistas del Estado soviético, estaban por las reformas revisionistas y la apertura hacia los Estados capitalistas, y en particular hacia los Estados Unidos. Como buenos revisionistas, los togliattistas admitían sin reservas la coexistencia pacífica jruschovista y el acercamiento al imperialismo. Este era su viejo sueño de colaboración con la burguesía, tanto en el plano nacional como en el internacional.
En el camino que emprendió en la Unión Soviética, el partido revisionista jruschovista necesitaba la unidad y la amistad con el Partido Comunista Italiano, necesitaba el respaldo, particularmente de dos partidos revisionistas de occidente, el francés y el italiano, que eran dos grandes partidos y gozaban de una cierta autoridad internacional. Por esta razón, los «honores» que los jruschovistas brindaban a ambos partidos, se dejaban notar y detrás de estos «honores» también corrían las jugosas subvenciones bajo mano.
Al igual que los jruschovistas se apresuraban por convertir la Unión Soviética en país capitalista, los togliattistas se apresuraban a su vez por integrarse en el orden capitalista italiano. En junio de 1956, en el informe ante la reunión del Comité Central del Partido Comunista Italiano, que llevaba el rimbombante título de «La vía italiana al socialismo», Palmiro Togliatti lanzaba una serie de tesis, con tal dosis de anticomunismo, que el propio Nikita Jruschov se vio obligado a señalarle que fuese más mesurado y no traspasara los límites con esa rapidez.
En aquel tiempo, Palmiro Togliatti planteó la cuestión de la integración del socialismo en el capitalismo, así como la tesis de la negación del papel del partido comunista como dirigente único e indispensable en la lucha del proletariado por el socialismo. Afirmó que el arranque hacia el socialismo, también puede darse allí donde no exista partido comunista. Estas tesis coincidían por completo con las que un poco más al Este, ya habían adelantado recientemente los revisionistas yugoslavos.
No es casual que los revisionistas italianos se mostraran ardientes defensores de la rehabilitación de los revisionistas yugoslavos. El propio Palmiro Togliatti tomó rumbo a Yugoslavia para postrarse ante Tito y contribuir a que éste se hiciera «aceptable» en el movimiento comunista internacional.
El Partido Comunista Italiano y Togliatti se opusieron a que Moscú fuera el «único centro del comunismo internacional». Preconizaron el llamado «policentrismo», con el objetivo de crear un nuevo bloque revisionista con el Partido Comunista Italiano a la cabeza, el cual, al contraponerse al bloque revisionista soviético, acrecentaría su autoridad a los ojos de la burguesía italiana y mundial. De esta manera, Palmiro Togliatti imaginaba que iba a granjearse la confianza del capital monopolista italiano e iba a entrar en su danza. Nikita Jruschov presintió el peligro de que los partidos revisionistas se escurrieran de la tutela de Moscú, tanto los de los países miembros del Pacto de Varsovia como los que se encontraban fuera de éste, y por eso se esforzó por conservar la unidad. Ahora bien el «policentrismo» togliattista y la «unidad» jruschovista eran cosas opuestas e irreales. Tampoco está de más recordar que igualmente, el revisionismo escinde y no une.
El actual partido revisionista de Palmiro Togliatti, de Luigi Longo y de Enrico Berlinguer ha recorrido caminos tenebrosos y nunca claros. Su línea y sus actitudes siempre han estado profundamente impregnadas de los puntos de vista intelectualistas y socialdemócratas. El dirigente del Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliatti, manifestó todo esto «in crescendo» hasta llegar al famoso «testamento» que redactó poco antes de su muerte en Yalta en 1964, el cual es conocido como el «memorial de Yalta». Este «testamento político» constituye el código del revisionismo italiano, donde en general tienen también su base los actuales puntos de vista del eurocomunismo, y fue presentado al público por el entonces sucesor en el puesto del secretario general del partido: Luigi Longo.
Un ambiente propicio para su difusión, a partir del XXº Congreso de Partido Comunista de la Unión Soviética de 1956, encontró el revisionismo moderno también en el Partido Comunista Francés. En la dirección de este partido se había arraigado desde hacía tiempo la idea del parlamentarismo, de las «alianzas» con la socialdemocracia y la burguesía, de la lucha por reformas. Esto no se proclamaba abiertamente como ahora, es decir, no se elevaba a teoría. La oposición y la lucha contra el fascismo, la lucha por la defensa y el desarrollo de la democracia, por mejorar la situación de los obreros, todos estos actos justos en principio y también desde el punto de vista táctico, el Partido Comunista Francés no los enlazaba con el objetivo final, con la perspectiva socialista. Para la dirección del Partido Comunista Francés esta perspectiva estaba oscura, o algo que admitía en teoría, pero que pensaba que era irrealizable en las condiciones de Francia.
Como acabamos de señalar, el Partido Comunista Francés ha evitado que la lucha de liberación nacional se transformase en revolución popular, ha evitado la lucha armada por la toma del poder. La clase obrera y su partido derramaron sangre, pero ¿para quién? En realidad, para la burguesía francesa y los imperialistas anglo-estadounidenses. ¿Cómo se debe llamar esta vía del Partido Comunista Francés? Sin tapujos, traición a la revolución, y si queremos recurrir al eufemismo: línea oportunista, liberal.
Cierto que el Partido Comunista Francés no fue liquidado ni por los ocupantes alemanes ni por la reacción, pero se produjo el fenómeno negativo de que tras la liberación del país, las fuerzas guerrilleras que eran dirigidas por el partido, fueron desarmadas por la burguesía o, mejor dicho, fue la propia dirección del partido que tomo la decisión de «desarmarlas» puesto que «la patria había sido liberada». Una vez liberado el país, la burguesía asumió de nuevo el poder, mientras que los comunistas quedaron excluidos del festín. Se le preparó el terreno a De Gaulle, que fue proclamado como el salvador del pueblo francés. Para evitar la resistencia y las huelgas de los obreros desilusionados e indignados, De Gaulle invitó a formar parte del gobierno a Maurice Thorez y a uno o dos comunistas más. Este lugar, a la cola de la mesa que le fijó la burguesía, el partido comunista lo pagó manteniendo posiciones que iban en contra de los intereses y de la voluntad de la clase obrera francesa.
Un error abre el camino a otro error. Embriagados por el éxito electoral que alcanzaron en las elecciones del 10 de noviembre de 1946, cuando los comunistas y los socialistas ganaron la mayoría absoluta de los escaños en la Asamblea Nacional, los dirigentes del Partido Comunista Francés se introdujeron más profundamente en la vía del reformismo. Precisamente en aquellos momentos, Maurice Thorez concedió una entrevista al corresponsal del periódico inglés «The Times», en la que decía que el desarrollo de las fuerzas democráticas en el mundo, y el debilitamiento de la burguesía capitalista después de la Segunda Guerra Mundial:
«Nos permiten prever para Francia otros caminos al socialismo, diferentes del camino que siguieron hace 30 años los comunistas rusos. De todos modos, el camino es necesariamente distinto para cada país». (Maurice Thorez; Entrevista en The Times, 18 de noviembre de 1946)
Esta vía al socialismo, que Maurice Thorez propugnaba en aquel entonces, tal vez no fuese exactamente la vía jruschovista, cuya estructura se configuró posteriormente. Pero como quiera que sea, las «otras vías» que Maurice Thorez buscaba no eran las de la revolución.
La burguesía francesa y el imperialismo estadounidense no permitieron que Maurice Thorez y la dirección del Partido Comunista Francés vivieran mucho con los sueños de la vía parlamentaria al socialismo. No pasó mucho tiempo, solo un año después de esa entrevista, para que con un simple decreto del primer ministro socialista Paul Ramadier, los comunistas fuesen eliminados del gobierno.
En la reunión de octubre de 1947, el Comité Central del Partido Comunista Francés se vio obligado a autocriticarse por sus posiciones y actos erróneos de aquel período, por no haber valorado correctamente las situaciones, la correlación de fuerzas, la política del partido socialista, etc.
De esta forma el Partido Comunista Francés, desde finales de 1947 comenzó a ver algunas cuestiones de manera más justa, movilizó a la clase obrera en importantes batallas de clase y en huelgas de envergadura, que tuvieron asimismo un acentuado carácter político, como lo fueron en particular las de los años 1947 y 1948 que suscitaron pánico en la burguesía francesa. En ese período, el Partido Comunista Francés luchó contra la «marshalización» de Francia y contra la política belicista del imperialismo estadounidense. Se opuso a la instalación de bases estadounidenses en Francia y se alzó contra las nuevas guerras coloniales del imperialismo francés. El partido llamó a la clase obrera a oponerse a la guerra colonialista en Vietnam, no sólo mediante la propaganda, sino también con acciones concretas.
En esta lucha, la clase obrera francesa sacó de su seno a héroes y heroínas como Raymonde Dien, que se tendió sobre las vías del ferrocarril para impedir que partiera un tren cargado de armas destinadas a Vietnam.
El Partido Comunista Francés participó activamente en la reunión de la Kominform –Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros– de 1948 que analizó la situación en el Partido Comunista de Yugoslavia. Denunció y condenó severamente la traición de Tito y de su grupo obrando en consecuencia con el marxismo-leninismo.
Pero, después de la muerte de Stalin y la llegada de Jruschov al poder, comenzaron de nuevo a notarse vacilaciones y desviaciones en la línea del Partido Comunista Francés y en las actitudes de sus dirigentes. Dichas vacilaciones se observaron ya en el año 1954 en las posturas que adoptaron hacía la lucha de liberación del pueblo argelino.
¿Qué hizo el Partido Comunista Francés para ayudar a esta lucha? Desarrolló una campaña propagandística y nada más. Le incumbía el deber de demostrar con hechos el internacionalismo hacia la lucha de liberación del pueblo argelino, porque de esta manera lucharía también por la propia libertad del pueblo francés. Pero no hizo esto porque se inclinaba a actitudes oportunistas y nacionalistas. El Partido Comunista Francés fue incluso más lejos, impidió que el Partido Comunista de Argelia se empeñase en la lucha. Los hechos demuestran que, cuando Argelia ardía bajo el fuego de la lucha de liberación nacional, los comunistas argelinos se cruzaron de brazos, mientras que el secretario general del partido, Larbi Buhali, practicaba el esquí y se rompía una pierna en los montes Tatras de Checoslovaquia.
Cuando Jruschov y los jruschovistas comenzaron su actividad encaminada a la toma del poder y a la degeneración capitalista de la Unión Soviética, cuando en su XXº Congreso de 1956 lanzaron su ofensiva contra Stalin, pareció que, en general, el Partido Comunista Francés estaba en oposición con el revisionismo jruschovista y el Partido Comunista Italiano. Por lo visto, Thorez y la dirección de este partido miraban con recelo los cambios que se operaban en la Unión Soviética.
Esto se observó en las posiciones que asumieron en relación al problema de Stalin, cuando no se adhirieron a las calumnias de Jruschov, y también durante los acontecimientos en Polonia y Hungría en 1956, cuando en general mantuvieron actitudes correctas.
Pero, una vez que Nikita Jruschov y su grupo liquidaron a Mólotov, Malenkov, Kaganóvich y otros, consolidando sus posiciones en el partido y en el Estado, pudendo dar rienda suelta a sus acciones, se vio que la dirección del Partido Comunista Francés, con Maurice Thorez a la cabeza, vacilaba. De sus posiciones antijruschovistas fue pasando, poco a poco y de concesión en concesión, a las posiciones del propio Jruschov. ¿Sería éste un caso fortuito y un desvarío de Maurice Thorez? ¿Se trataba acaso de una retirada de éste, Jacques Duclos y otros dirigentes frente a las presiones y los elogios y adulaciones de Jruschov y frente a otros métodos putschistas del mismo? Ciertamente, estos métodos han sido utilizados y han influido en el tránsito y posteriormente en la incontenible marcha del Partido Comunista Francés hacia el revisionismo. Pero esto no es todo. Las verdaderas causas hay que buscarlas en el propio Partido Comunista Francés, en sus actitudes anteriores, en su estructuración y organización interna, en su composición y en la presión que el ambiente externo ha ejercido sobre este partido.
La evolución del Partido Comunista Francés hacia el revisionismo no se hizo en un solo día. La cantidad se convirtió en calidad en un periodo relativamente largo. El Partido Comunista Francés fue llevado a las posiciones revisionistas por la vía reformista y parlamentaria, la vía de la «mano tendida» de Thorez, su adoración y sus concesiones hacia una serie de intelectuales una parte de los cuales después de haber traicionado, fueron expulsados, mientras que el resto continuó en el partido y fomentó el derrotismo en sus filas difundiendo todo tipo de teorías que deformaban el marxismo-leninismo.
El Partido Comunista Francés vivió cercado de un ambiente político ideológico burgués, revisionista, trotskista y anarquista que golpeaba incesantemente sus muros abriendo brechas y causándole graves daños.
Los grandes acontecimientos internacionales hicieron igualmente estremecer al Partido Comunista Francés. La publicación del «informe secreto» de Jruschov contra Stalin, que fue explotada por toda la burguesía de Europa y del mundo, ocasionó trastornos en el Partido Comunista Francés. Por otro lado, la correcta actitud que este partido adoptó frente a los acontecimientos de Hungría y Polonia de 1956, chocó con la severa oposición de la gran burguesía francesa, de la burguesía media, de los intelectuales liberales y de los oportunistas fuera del partido y también de los de sus filas.
Los acontecimientos que se produjeron en Francia con respecto a la guerra de Argelia hicieron que en el Partido Comunista Francés emergiese de nuevo a la superficie y dominasen los viejos puntos de vista y actitudes oportunistas.
Todos esos factores, tomados en su conjunto, hicieron del Partido Comunista Francés, que en el pasado era conocido como uno de los partidos con mayor autoridad, un partido revisionista, reformista y socialdemócrata. En una palabra, el Partido Comunista Francés retornó a las antiguas posiciones del viejo partido socialista, del cual se había desprendido en el Congreso de Tours, en 1920.
Entre los partidos revisionistas que han enarbolado la bandera del eurocomunismo, el más ardiente es el de Santiago Carrillo. ¿Qué sucedió para que el Partido Comunista de España, un partido que se destacó por su resuelta actitud en los tiempos del frente popular y de la guerra civil, se uniese con los jruschovistas y acabase en una situación de descomposición, degeneración y traición en la que se encuentra hoy? Los cambios no se operaron ni se podían operar de un solo golpe, sin un largo proceso de decadencia y degeneración en el interior del partido español y en particular en su dirección.
En los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la dirección del Partido Comunista de España y la mayoría de sus miembros residían en Francia, donde hacían una vida más o menos legal. En el exilio se encontraba también el gobierno republicano español. Era la época en que los comunistas se encontraban todavía en los gobiernos, en países como Francia e Italia. Los comunistas españoles empezaban a actuar de la misma manera que sus compañeros franceses e italianos. En 1946 volvió a formarse en París el gobierno republicano español en el exilio. El Partido Comunista de España envió a Santiago Carrillo como su representante en ese gobierno.
Cuando en mayo de 1947 los ministros comunistas fueron excluidos del gobierno en Francia y en Italia, también para el Partido Comunista de España, para sus cuadros y militantes, la situación comenzó a hacerse difícil. En agosto de este año los comunistas españoles fueron expulsados del gobierno en el exilio. Una vez más cayeron sobre ellos las medidas represivas, los controles policiales, los arrestos. Las infiltraciones de la policía francesa y la franquista en las filas de los comunistas y de los demócratas españoles se hicieron más intensas.
Para los dirigentes y los cuadros del partido resultaba cada vez más difícil permanecer y trabajar en Francia, por eso se trasladaron a Praga, a Berlín Este y a los demás países de democracia popular. Su éxodo hacia estos países coincidió poco más o menos con la época en que en la Unión Soviética y en los países de Europa Oriental comenzó a salir a la superficie la mugre revisionista jruschovista.
Las reuniones del Comité Ejecutivo y del Comité Central del Partido se realizaban ahora muy lejos de España. Los comunistas que habían conocido los rigores de la guerra civil y la vida clandestina en España, las dificultades y las penurias de la vida en el exilio en Francia, empezaron a tomar el gusto al lujo y a la comodidad de los castillos de Bohemia y de Alemania, a conocer las lisonjas, las alabanzas, pero también las presiones de todo tipo de los revisionistas jruschovistas, los apparátchik y los agentes de los servicios secretos. Tal como los acontecimientos vinieron a demostrar, la dirección del Partido Comunista de España resultó ser uno de los más dóciles y ciegos instrumentos de Nikita Jruschov y de la gente de su grupo.
En 1954 se llevó a cabo el Vº Congreso del Partido Comunista de España. En este congreso afloraron los primeros elementos del espíritu pacifista y de reconciliación de clases de lo que constituiría poco más tarde la plataforma del revisionismo español y que encontraría su perfecta expresión en la obra ultrarevisionista y traidora de Carrillo.
Adoptando la vía jruschovista de transición pacífica al socialismo, el Comité Central del Partido Comunista de España, en junio de 1956, con motivo del vigésimo aniversario de la guerra civil hizo público un documento, en el cual estaba formulada la política de «reconciliación nacional». El Partido Comunista de España se pronunciaba por un acuerdo entre las fuerzas que 20 años atrás habían combatido en formaciones opuestas. Así hablaban los revisionistas italianos de este acontecimiento:
«Una política de venganza no serviría al país para salir de la situación, en la que se encuentra España necesita de paz y de reconciliación entre sus hijos». (Cesare Colombo; Historia del Partido Comunista de España, 1972)
Los tiempos de las posturas resueltas de los comunistas españoles frente a la dictadura de Primo de Rivera –su régimen dictatorial fascista gobernó en España de 1923-1930– y también en los del «pronunciamiento» de los generales de julio de 1936, las posturas que habían aumentado la influencia del partido comunista entre las masas, lo habían fortalecido y templado, pertenecían ya al pasado. Sonaba ya la hora de la línea del oportunismo más vulgar, de las lisonjas y las humillaciones ante la burguesía y sus partidos, ante la iglesia católica y el ejército español, una línea que colocaría al partido de Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo al nivel de los partidos típicamente socialdemócratas.
Nosotros desconocíamos los procesos regresivos internos que se habían operado en el Partido Comunista de España, pero en la Conferencia de los partidos comunistas y obreros de Moscú, en noviembre de 1960, cuando el Partido del Trabajo de Albania desenmascaró abiertamente al revisionismo moderno y en particular al revisionismo soviético, encabezado por el traidor y renegado del marxismo-leninismo, Nikita Jruschov, el Partido Comunista de España y personalmente Dolores Ibárruri nos atacaron de la forma más rastrera.
Cuando era el momento de defender el marxismo-leninismo, los dirigentes del Partido Comunista de España atacaron ferozmente al Partido del Trabajo de Albania y salieron en defensa de Jruschov y su grupo traidor al marxismo-leninismo. El tiempo confirmó que nuestro Partido del Trabajo estaba en el justo camino, en el camino, marxista-leninista, mientras que el Partido Comunista de España, con Ibárruri al frente, se había alineado enteramente en el campo de los renegados y los enemigos del comunismo.
A partir de 1960, en el Partido Comunista de España comenzaron a surgir grandes disputas y divergencias que conducirían a la escisión del partido. Fue así como se crearon dos fracciones revisionistas, antimarxistas: una, prosoviética, encabezada por Enrique Líster; y otra, que buscaba independizarse de Moscú, para poder aplicar su propia línea, que posteriormente tomaría el nombre de eurocomunismo. A la cabeza de esta segunda fracción estaban Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo.
La línea de Carrillo coincidía cada vez más con la línea del Partido Comunista Italiano y con la del Partido Comunista Francés. Coincidía asimismo con la línea de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia. De esta forma, comenzó a cristalizar una unidad todavía no estructurada entre el titoismo, el partido revisionista italiano, el francés y el español de Ibárruri-Carrillo.
En unos momentos en que esta agrupación de los revisionistas de Europa Occidental, incluyendo en ella a Tito, iba tomando cuerpo y trataba de separarse de Moscú, el Partido Comunista de China de Mao Zedong recibía a Carrillo en Pekín y mantenía con él íntimas conversaciones. El contenido de estas conversaciones no se hizo público, pero el tiempo está demostrando que entre los revisionistas chinos y españoles existen muchas cosas en común. Por eso, no tardarán en establecerse las relaciones oficiales, abiertas, entre el partido revisionista chino y el español.
Las orientaciones políticas de los partidos revisionistas italiano y francés, sus objetivos, estrategias y tácticas con vistas a establecer una estrecha colaboración con la burguesía reaccionaria y el Estado burgués capitalista, también fueron adoptados por Santiago Carrillo. Pero a diferencia de sus homólogos, el Partido Comunista de España no tenía todavía un status legal, razón por la cual desplegaría grandes esfuerzos, ya en vida de Franco, para lograr su legalización. Ni el franquismo ni Franco permitieron tal cosa. Tras la muerte de Franco, con el acceso al poder del rey Juan Carlos, Carrillo consiguió algunos resultados de cara a la legalización del partido. Pero, para obtener ésta, tuvo que hacer declaraciones y concesiones de principio de tal magnitud que ni siquiera el Partido Comunista Francés y el Partido Comunista Italiano se habían permitido hacer ante la burguesía capitalista de sus propios países. Para entrar en España y legalizar su partido, Santiago Carrillo aceptó reconocer al régimen del rey Juan Carlos, incluso llegó a elogiarlo, a calificarlo de régimen «democrático», admitió la monarquía y su bandera. Después de esta sumisión, los monárquicos le dieron carta blanca. El Partido Comunista de España fue legalizado, Carrillo e Ibárruri regresaron a España junto a todo su redil de traidores españoles.
Tan pronto llegaron a Madrid, los cabecillas revisionistas renegaron abiertamente de la república y declararon que la guerra civil había ya pasado a la historia. La coalición con los otros partidos burgueses y la lucha por entrar en el gobierno fueron proclamadas como el fundamento de su línea. En las diversas elecciones que se han celebrado en España, el partido de Carrillo no ha conseguido más que un 9 por ciento de votos, y apenas unos pocos escaños en el parlamento. Esto para el señor Carrillo ha sido una «gran victoria democrática que cambiará la imagen de España». Pero en realidad, los revisionistas españoles jamás serán capaces de blanquear esa imagen, porque Ibárruri, Carrillo y sus socios tienen en sus manos un jabón bituminoso, un jabón de azabache. Han tenido el «honor» de haber arrojado por la borda la bandera roja de la revolución y han pisoteado sin la menor vergüenza la sangre derramada por decenas y cientos de miles de héroes en la guerra civil española.
En la transformación reformista y oportunista de los partidos comunistas de los países occidentales, un importante papel jugó asimismo la línea establecida por la dirección revisionista soviética en sus relaciones con ellos. El objetivo de los revisionistas jruschovistas de la Unión Soviética era obligar a los partidos revisionistas de los diversos países a seguirles en su política de establecer la hegemonía socialimperialista en todo el mundo. Querían que estos partidos les prestasen su apoyo en esta acción diabólica que habían emprendido.
Naturalmente, los fines hegemonistas y expansionistas de los socialimperialistas soviéticos no podían ser del agrado de los imperialistas estadounidenses y sus aliados. Pero tampoco los partidos revisionistas de los diversos países podían estar de acuerdo con la política soviética. Instigados también por la burguesía de sus países, estos partidos comenzaron a desarrollar cada vez de forma más abierta una actividad discordante e independiente del partido revisionista de la Unión Soviética.
Los partidos revisionistas de Europa Occidental, Latinoamérica y Asia, unos más y otros menos, empezaron a rebelarse en cadena contra la hegemonía soviética jruschovista, saliendo al mismo tiempo con toda una serie de nuevas teorizaciones antimarxistas. Entre estas teorizaciones, las más completas y de mayor publicidad lograron ser muy pronto las «teorías» de los grandes partidos revisionistas de Europa Occidental que fueron bautizadas con el nombre de eurocomunismo. Al igual que el revisionismo titoista y jruschovista, también el eurocomunismo, desde que apareció en escena, emprendió una lucha frontal contra el marxismo-leninismo, con el fin de revisar sus principios fundamentales y desacreditarlos ante los ojos de los trabajadores.
Del oportunismo revisionista al anticomunismo burgués
El eurocomunismo es una variante del revisionismo moderno, un conglomerado de pseudoteorías que se oponen al marxismo-leninismo. Su objetivo es impedir que la teoría científica de Marx, Engels, Lenin y Stalin siga siendo una poderosa e infalible arma en manos de la clase obrera y de los auténticos marxistas-leninistas para destruir desde sus cimientos el capitalismo, su estructura y superestructura, para instaurar la dictadura del proletariado y construir la nueva sociedad socialista.
Los revisionistas italianos han definido el eurocomunismo como «una tercera vía, que difiere de las experiencias de las socialdemocracias y de las que se han desarrollado después de la Revolución de Octubre en la Unión Soviética y en otros países socialistas». Esta «tercera vía», como se indica en las tesis del XVº Congreso del Partido Comunista Italiano de 1979, es presentada como:
«Una solución que se adapta a las características nacionales y a las condiciones de la época actual, a los rasgos y a las exigencias esenciales que son comunes a las sociedades industriales desarrolladas regidas por instituciones democrático-parlamentarias, como son hoy los países de Europa Occidental». (Partido Comunista Italiano; La política y organización de los comunistas italianos; Tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Así pues, esta «tercera vía», este llamado eurocomunismo, como lo reconocen los propios eurocomunistas, no tiene nada que ver con el verdadero comunismo científico elaborado por Marx y Lenin, encarnado en la Revolución de Octubre y en otras revoluciones socialistas que vinieron después, y corroborado por la lucha de clase del proletariado internacional. Con exactitud y certeza al eurocomunismo bien podemos llamarlo revisionismo europeo de tres cabezas.
En la actualidad, los partidos comunistas francés, italiano y español, de comunistas sólo conservan el nombre, ya que los tres nadan en las hediondas aguas de la burguesía a la que sirven. Los programas de los partidos revisionistas de los países occidentales son programas típicamente reformistas, no se diferencian en nada de los programas de los partidos burgueses, socialdemócratas, los cuales nadan en las mismas aguas. Precisamente son estos últimos los que inspiran también a los revisionistas. Su objetivo no es la revolución proletaria y la transformación socialista de la sociedad, sino inculcar en las amplias masas la idea de que hay que renunciar a la revolución que, según ellos, es innecesaria e inoportuna. Entonces, ¿qué se debe hacer según ellos? «cambiar la vida», «modificar el modo de vida», «pensar en los problemas del día», «no atacar la actual sociedad capitalista», «realizar una revolución cultural en vez de una revolución proletaria», esto es lo que repiten todos los días y a todas horas estos partidos antimarxistas. «Vivir mejor, defender el salario para que no lo rebajen, obtener vacaciones pagadas, tener asegurado el puesto de trabajo», «qué más vamos a pedir», les dicen a los obreros. El partido revisionista italiano y el francés plantean estas cuestiones en cada reunión, en cada congreso y con ellas adormecen al proletariado y a los trabajadores para acaparar sus votos.
El revisionismo clásico de tipo socialdemócrata se integró en el revisionismo moderno. En diversas formas, ora abiertas ora modificadas, las teorías de Bernstein y de Kautsky se encuentran en el revisionista Browder, se encuentran en el revisionismo jruschovista, en el revisionismo titoista, en el revisionismo francés thorezniano y en el revisionismo italiano togliattista, en el llamado pensamiento Mao Zedong y en todas las demás corrientes, las cuales se autoabastecen. Este aluvión de corrientes antimarxistas que se desarrollan en el mundo capitalista-revisionista actual constituyen una quinta columna en el seno de la revolución mundial para prolongar la vida al capitalismo internacional combatiendo la revolución desde dentro.
La negación del marxismo-leninismo es el objetivo que han deseado y desean alcanzar el capitalismo y el imperialismo. En este camino, hoy les está ayudando con todos los medios y maneras, abiertas unas, disimuladas otras, con toda clase de teorías y de slogans filosóficos pseudocientíficos, con el revisionismo moderno.
En el XXIIº Congreso del Partido Comunista Francés de 1976, Georges Marchais declaró que la transición al socialismo se haría sin lucha de clases y que en su edificación ya no se precisaría la dictadura del proletariado. Marchais afirma que en su «socialismo» tendrán cabida diversos partidos, incluidos los partidos de la reacción. Así, tanto para Brézhnev y Tito como para Marchais, en muchos países dominados por el capital, el socialismo habría comenzado a edificarse desde ahora, sólo quedaría colocar a la puerta el cartel: «país socialista».
En otras palabras, dado que al socialismo aluden todos de manera espontánea –como predican los revisionistas–, el marxismo-leninismo, como ciencia de la revolución y del socialismo, ya no le sirve a nadie, ahora pertenece al pasado, por lo tanto debe ser abandonado.
Los diversos revisionistas dicen que el marxismo-leninismo «está anticuado», que no está en condiciones de resolver los problemas que plantea la sociedad desarrollada de hoy, que no puede acomodarse a la civilización actual. Según ellos, la sociedad actual ha absorbido del marxismo-leninismo todo lo que podía absorber y éste ha entrado en la fila de las viejas filosofías como el kantismo, el positivismo, el racionalismo bergsoniano y demás filosofías idealistas. El ultrarevisionista yugoslavo Milovan Đilas declara sin ambages que el marxismo-leninismo, una filosofía elaborada en el siglo XIX, ya no puede tener ningún valor desde el momento en que la ciencia actual está mucho más avanzada que la ciencia y la filosofía del siglo pasado.
Discurriendo en esta vía, los revisionistas italianos, franceses y españoles han venido desplegando grandes esfuerzos a lo largo de los dos o tres últimos años para formular teóricamente sus puntos de vista y sus actitudes oportunistas; el eurocomunismo, como ellos lo denominan, e imprimirles el carácter de una doctrina política e ideológica propia, que representaría un «nuevo desarrollo del marxismo». En los últimos congresos de estos partidos y en los programas que adoptaron, el eurocomunismo adquirió una forma completa y definida. Estos tres partidos renunciaron oficialmente al marxismo-leninismo. Para los franceses de Georges Marchais, consideran la teoría de Marx como una teoría de conceptos áridos y dogmáticos, como un sistema cerrado de preceptos inmutables, la nueva «teoría» que han creado tiene:
«Sus fuentes, en las corrientes filosóficas y políticas de nuestra nación». (Cahiers du communisme –órgano teórico del Partido Comunista Francés–; junio-julio, 1979)
Se comprende que los revisionistas franceses no se refieren a las aportaciones filosóficas progresistas y revolucionarias, que Marx introdujo de manera crítica en su obra, sino precisamente a las ideas que desenmascaró y rechazó y que ahora los revisionistas están haciendo suyas.
Si los revisionistas renuncian en sus estatutos, programas y demás documentos a toda referencia al marxismo-leninismo, esto no tiene sólo un carácter formal, que sanciona lo que desde hace tiempo han consumado en la práctica. Tampoco significa únicamente ejecutar la voluntad de la burguesía, responder a su solicitud dirigida a los partidos revisionistas para que eviten mencionar el «fantasma del comunismo». Ni simplemente es una acción que expresa, incluso de manera oficial, el abierto paso del revisionismo moderno a las posiciones ideológicas de la socialdemocracia europea. La renuncia por parte de los partidos revisionistas a toda referencia al marxismo-leninismo, que hasta hoy lo utilizaban como máscara para engañar a los trabajadores, demuestra que han comenzado a declararle una guerra abierta desde las posiciones del anticomunismo burgués. El hecho es que son precisamente los eurocomunistas que, en el plano ideológico, mantienen la bandera de la lucha contra el marxismo-leninismo, el socialismo y la revolución. La publicidad que la gran prensa burguesa, los trusts de publicaciones, la radio y la televisión han desplegado en torno a los escritos, los libros, los discursos y los congresos de los revisionistas, es realmente sorprendente. Tipos como Berlinguer, Marchais, incluso Carrillo, han sido transformados por la gran máquina propagandística en personajes que aventajan no sólo a las «estrellas» de cine, sino también a los papas y a los jefes de Estado de los más grandes países. Periodistas y escritores les siguen a cada paso, pescando sus palabras antes que caigan de sus labios para publicarlas en letras de molde en la primera plana de los diarios.
Toda esta publicidad, todo este ruido testimonia el gran júbilo de la burguesía, que ha encontrado celosos servidores dispuestos a combatir, desde la izquierda, como ellos dicen, al comunismo, en unos momentos en que sus armas del anticomunismo declarado estaban oxidadas y eran inservibles. Nada mejor y más eficaz podía encontrar el capital en las situaciones que atraviesa que el servicio que le ofrecen los revisionistas. Por eso son totalmente comprensibles y justificables los elogios que la burguesía reserva a la demagogia, los engaños, las especulaciones teóricas y la actividad práctica con que los revisionistas maniobran para embaucar y desorientar a los trabajadores.
Concepción burguesa de la sociedad burguesa
Los eurocomunistas tratan de crear una falsa imagen de la sociedad capitalista actual y de sus contradicciones, presentarla como una sociedad que ha cobrado tal grado de desarrollo, desde la época de Marx, Engels, Lenin y Stalin, que los análisis y las enseñanzas fundamentales de éstos sobre aquélla «han sido superados e invalidados».
Esta sociedad es para ellos como un todo único y ya no distinguen su polarización en proletarios y burgueses, no consideran como su contradicción fundamental la que existe entre estas dos clases, y por consiguiente no ven en la lucha de clases la principal fuerza motriz de esta sociedad. Para los eurocomunistas, naturalmente, existen algunas contradicciones que califican de contradicciones propias «del desarrollo», «del progreso», «del bienestar», «de la democracia», etc., las cuales habrían venido a reemplazar a las viejas contradicciones, sobre todo la existente entre el trabajo y el capital en la que descansa toda la teoría marxista-leninista acerca del papel y la misión histórica del proletariado, acerca de la revolución, de la dictadura del proletariado y del socialismo.
Hoy, dicen ellos, ha dejado de existir el proletariado de los tiempos de Marx y Lenin, las clases han cambiado y ya no son las que éstos han conocido y de las cuales han hablado. Actualmente, dicen los eurocomunistas, también la clase burguesa como clase, se ha diluido, sus componentes se han transformado en «trabajadores» y toda la riqueza se ha concentrado en manos de una pequeña camarilla capitalista, que conserva y defiende esta propiedad. Georges Marchais, por ejemplo, ha «descubierto» que hoy en Francia la burguesía «como tal» ha quedado reducida a 25 grupos financieros e industriales, el resto son «trabajadores». Por consiguiente, recalcan los renegados revisionistas, el Estado burgués capitalista actual ha cambiado, ya que ha cambiado la propia sociedad, han cambiado las clases. Por lo tanto, arguyen ellos, Marx y Lenin, que no han conocido el Estado capitalista actual, totalmente diferente del de su época, preveían pues, otro papel distinto al actual para el proletariado, otro método para la toma del poder, otro sistema de lucha para pasar al socialismo.
Los revisionistas eurocomunistas consideran que hoy todas las clases y capas de la sociedad capitalista y en particular la intelectualidad se han igualado con el proletariado. A excepción de un puñado de capitalistas, para ellos todos los demás indistintamente, exigen cambiar la sociedad, de una sociedad burguesa en una sociedad socialista y para llegar a ello, según los eurocomunistas, es preciso reformar la vieja sociedad y no derrocarla.
Así pues, dejan correr su fantasía para decir que debe tomarse el poder de modo gradual a través de reformas, desarrollando la cultura y con una estrecha colaboración entre todas las clases sin excepción alguna, tanto de las que tienen el poder como de las que no lo tienen.
Todos los revisionistas coinciden con Herbert Marcuse, quien, al referirse al proletariado estadounidense, pretende «demostrar» que en la «avanzada sociedad industrial» estadounidense no existe un proletariado tal como Marx lo concebía, que este proletariado habría pasado a la historia.
Esto para Herbert Marcuse, Roger Garaudy, Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo, Georges Marchais y todos sus compañeros significa que la «sociedad de consumo», la «sociedad industrial desarrollada» no sólo ha modificado la forma de la vieja sociedad capitalista, sino que también ha nivelado las clases y, como ha declarado el propio Georges Marchais, ahora «no podemos hablar de proletariado francés sino de clase obrera francesa».
Marx señalaba que por:
«Proletariado, en la acepción económica de la palabra debe entenderse únicamente el obrero asalariado, que produce y aumenta «el capital» y que es arrojado a la calle apenas resulta superfluo para las exigencias del crecimiento del valor del «señor capital». (Karl Marx; El Capital, 1867)
¿Qué ha ocurrido en Francia para que Marchais ya no vea proletarios? ¿Acaso han dejado de existir los obreros asalariados, que producen la plusvalía y aumentan el capital? ¿Es que ya no existen parados que el «señor capital» echa a la calle como excedentes?
En Albania socialista, eso sí, ya no existe el proletariado en el sentido que tiene esta noción en los países capitalistas, porque la clase obrera en nuestro país tiene el poder estatal en sus manos, es dueña de los principales medios de producción, no es oprimida ni explotada, trabaja en libertad para sí y para la sociedad socialista.
Totalmente diferente es la cuestión en los países capitalistas, donde la clase obrera es despojada de los medios de producción y para vivir se ve obligada a vender su fuerza de trabajo y someterse a la explotación capitalista que no cesa de intensificarse. En estos países el proletariado, además de ser oprimido ferozmente y explotado hasta la médula, sufre la represión del ejército y de la policía burguesa. En los Estados capitalistas el proletariado, no obstante de vestir ropas de nailon, producidas por la sociedad de consumo, de hecho sigue siendo proletariado.
No sin objetivo los revisionistas modernos cambian el nombre del proletariado. Si se habla del proletariado, que en el capitalismo posee tan sólo su fuerza de trabajo, se entiende que éste debe luchar contra sus explotadores y opresores. Precisamente esta lucha, que tiene por objeto destruir desde sus cimientos el viejo poder del capital, aterroriza a la burguesía, y aquí, en este terreno es donde los revisionistas la ayudan con todos los medios que tienen a su alcance.
La negación de la existencia del proletariado como clase en sí, como la clase más avanzada de la sociedad, y que la historia le ha reservado la gloriosa misión de acabar con la explotación del hombre por el hombre y de edificar la nueva sociedad, verdaderamente libre, fundada en la igualdad, una sociedad justa y humana, no es algo nuevo. Esto lo han preconizado diversos oportunistas también en la época cuando estaba naciendo el marxismo como doctrina filosófica y movimiento político. Marx y Engels barrieron estos puntos de vista y proporcionaron al proletariado armas y argumentos para combatir no sólo a estos oportunistas, sino también a los otros lacayos de la burguesía, los futuros apologistas del capitalismo; como lo son hoy los revisionistas modernos.
Uno de los méritos más grandes del marxismo es el haber visto en el proletariado no sólo una clase oprimida y explotada, sino también la clase más progresista y más revolucionaria de la época, la clase a la que la historia le había reservado la misión de sepulturero del capitalismo. Marx y Engels explicaron que esta misión emanaba de las propias condiciones económicas y sociales, del lugar que ocupa y del papel que desempeña el proletariado en el proceso de la producción y en la vida política y social, del hecho de ser el portador de las nuevas relaciones de la sociedad socialista del porvenir, de que cuenta con su propia ideología científica que le ilumina el camino y con su estado mayor dirigente, el partido comunista.
No obstante los cambios que se han producido en el desarrollo económico y en la composición social de la sociedad capitalista, las condiciones generales de existencia, trabajo y vida del proletariado también hoy continúan siendo las que había analizado Marx. Ninguna otra clase o capa social puede suplantar al proletariado como fuerza principal y dirigente de los procesos revolucionarios para la transformación progresiva de la sociedad.
Las enseñanzas de Marx acerca de esta cuestión conservan todo su valor. En la teoría marxista, el proletariado encuentra su arma espiritual, del mismo modo que esta teoría encuentra en el proletariado su arma material. Marx ha dicho que el proletariado es el corazón de la revolución, mientras la filosofía es su cabeza. Para el proletariado mundial, la obra de Marx: «El Capital» de 1867 es el faro que le muestra científicamente de qué modo y en qué forma le explota la burguesía. El capitalista encadena al proletariado a las fábricas, a las máquinas, pero precisamente la obra de Marx le enseña a romper las cadenas.
Las tesis revisionistas sobre el cambio de naturaleza del proletariado y de su misión histórica han existido desde hace tiempo en los partidos comunistas de los países de Occidente. Pero el primero que las presentó pública y oficialmente fue Roger Garaudy. Este fue uno de los primeros «teóricos» revisionistas que desarrolló la teoría según la cual ya no se puede hablar de pauperización del proletariado francés y ahora las diversas clases y capas de la población marchan hacia su fusión y unificación.
La tesis de Garaudy, reiterada y aplicada ahora por los demás revisionistas, sostiene que «en la situación actual ya no es necesaria la revolución violenta, porque los obreros de un modo gradual están participando activamente en las ganancias de las grandes empresas capitalistas las cuales ahora no son dirigidas por los propietarios burgueses, sino por los técnicos que han ocupado su lugar». Este es un gran bluff, pues estos técnicos y especialistas están bajo la zarpa de una sola dirección, son servidores de los grandes trusts y monopolios capitalistas, verdaderos dueños de los medios de producción.
En el mundo capitalista, a pesar de los cambios que se han realizado en la estructura social de clase, nada ha cambiado en lo que a las posiciones de las clases y de las relaciones de clase se refiere. La teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre las clases y la lucha de clases en la sociedad burguesa es siempre joven y actual.
Como la «teoría» de Garaudy, aparecieron en Occidente una serie de otras «teorías» similares, fabricadas tanto por los «nuevos» pseudofilósofos franceses, como por sus colegas alemanes, estadounidenses, italianos, etc. Todas estas teorías llevan el sello del revisionismo, del trotskismo, del anarquismo y de la socialdemocracia. Llegó el momento en que todas estas teorías se convirtieron por entero en propiedad privada de los partidos revisionistas francés, italiano, español, inglés, etc., los cuales reunieron y codificaron de manera trivial todas estas basuras del revisionismo y del oportunismo.
La vida diaria, la lucha de la clase obrera ha desenmascarado y desenmascara estas teorías, revelando su objetivo reaccionario y contrarrevolucionario. La experiencia confirma que la clase obrera se empobrece a medida que se enriquecen los capitalistas, demuestra que aquella comprende debidamente lo dicho por Marx, de que, el obrero se empobrece en la medida en que más riquezas produce, que el obrero se convierte en una mercancía de menor valor a medida que más mercancías crea, que el proletariado no puede salvarse de la explotación sin apoderarse de los medios de producción, sin destruir el poder de la burguesía.
Hoy los revisionistas modernos, como Georges Marchais, Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo y compañía, rechazan estas concepciones científicas de Marx. Actualmente, dicen ellos, ha dejado de existir el proceso de la pauperización relativa y absoluta del proletariado, debido al desarrollo de la revolución técnico-científica y a las conquistas que los obreros han logrado a través de las reformas. Quieren decir a los proletarios que con las limosnas que les da el capitalismo pueden cubrir todas sus exigencias y necesidades, y por lo tanto no tienen por qué lanzarse a la revolución.
Otros teóricos revisionistas, al verse ante los indiscutibles hechos de la vida, declaran que si bien es cierto que Marx se ha referido a la explotación de la clase obrera, esto es válido tanto para los países capitalistas, como para los países socialistas. Como consecuencia, la clase obrera no tiene por qué alzarse contra la explotación capitalista, ya que de ésta jamás podría liberarse. Esta es una tergiversación de la realidad y una calumnia. La posición de la clase obrera en el capitalismo y en el socialismo es diametralmente opuesta.
En los países capitalistas y revisionistas, el obrero no es libre ni en el trabajo ni en la vida. Es esclavo de la máquina, del capitalista, del tecnócrata, que exprimen su fuerza de trabajo creando la plusvalía para el capital. Solamente en el verdadero régimen socialista donde en el poder está la clase obrera, las enseñanzas de Marx, debidamente aplicadas, permiten al proletariado tomar conciencia y hacerse plenamente dueño de los medios de producción y conquistar, a través de su dictadura, todas las libertades y todos los derechos democráticos, políticos y económicos.
En la sociedad burguesa, lo determinante es mantener atada a la clase obrera con las cadenas económicas que le ha echado el capital. Sobre esta esclavitud descansa todo el sistema capitalista. Pero los teóricos burgueses y revisionistas, en su incapacidad de refutar esta gran verdad, es decir la cuestión de la explotación económica, cuestión que ha tratado Marx y que es algo primordial, tratan de eclipsarla e interpretarla echando mano a una serie de tesis y concepciones alambicadas y falsas. Estos «teóricos», al verse en la imposibilidad de negar la sujeción del obrero al capital, predican que en la época actual no sería necesario resaltar en qué medida estruja y esclaviza el propietario al hombre en el régimen capitalista, sino que su ligazón con el capital va en beneficio del obrero, y que esto le permite subsistir. Su objetivo es alejar al proletariado de la lucha de clase contra el capitalismo, tratando de centrar su atención en las «ventajas» de la «sociedad de consumo».
Para desviar la atención de la opresión y la explotación económica, los revisionistas modernos han inventado toda una serie de falsas tesis. Una gran publicidad dan a su tesis de que en la «sociedad de consumo» el obrero disfruta de tantas cosas que los problemas económicos los ve en último plano. Su preocupación casi exclusiva serían las cuestiones de la religión, la familia, la mujer, el televisor, el coche, etc., que, según ellos, han hecho que el problema de la explotación económica haya dejado de ser el problema básico de la lucha de clases y de la revolución. Todo esto se hace para echar agua al vino, para alejar a las masas trabajadoras de su lucha por el derrocamiento del orden burgués.
Abandonando el marxismo-leninismo y deseosos de crear una nueva «teoría» que se distinga en todas las cuestiones fundamentales de la doctrina de Marx y Lenin, los eurocomunistas se ven envueltos en una gran confusión y perplejidad, en una incoherencia y contradicción profundas. Prácticamente ya no están en condiciones de explicar ninguna de las contradicciones actuales del mundo capitalista, ni de dar respuesta a los problemas que emanan de ellas. Es cierto que hablan de fenómenos tales como «crisis», «desempleo», «degradación y degeneración» de la sociedad burguesa, pero no pasan de las constataciones generales que nadie niega, ni siquiera la propia burguesía. De manera consciente, tratan de velar la causa de estos fenómenos, la feroz explotación capitalista, y no mostrar que ésta puede desaparecer sólo por medio de la revolución, derrumbando las viejas relaciones que mantienen en pie el sistema de opresión capitalista.
Con sus tesis de la «extinción de la lucha de clases» como consecuencia de los «cambios esenciales» que supuestamente habría sufrido la sociedad capitalista gracias al desarrollo de las fuerzas productivas, de la revolución técnico-científica, de la «reestructuración del capitalismo», etc.; con sus prédicas acerca de la necesidad de establecer una amplia colaboración de clases, dado que ahora, en el socialismo están supuestamente interesadas no sólo la clase obrera y las masas trabajadoras, sino también casi todas las capas de la burguesía a excepción de un pequeño grupo de monopolistas; con su pretensión de que se puede pasar al socialismo a través de reformas, dado que la sociedad capitalista de hoy se desarrollaría por la vía de la integración pacífica en el socialismo, etc., los eurocomunistas convergieron no sólo en la teoría, sino también en la actividad práctica con la vieja socialdemocracia europea, se fundieron en una sola corriente contrarrevolucionaria al servicio de la burguesía.
La actitud hacia la clase obrera y su papel dirigente ha sido piedra de toque para todos los revolucionarios en todos los tiempos. La renuncia a la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario, ponía de relieve Lenin, es el aspecto más vulgar del reformismo. Pero esta calificación de Lenin no intranquiliza a los revisionistas italianos, incluso éstos ensalzan su reformismo con tanto aparato y vanagloria que realmente se vuelven ridículos:
«El mismo papel dirigente de la clase obrera en el proceso de superación del capitalismo y de construcción del socialismo puede y debe desempeñarse a través de una colaboración y entendimiento entre los diferentes partidos y corrientes que aspiran al socialismo y en el marco de un sistema democrático en el que gozan de plenos derechos todos los partidos constitucionales, incluso los que no quieren la transformación de la sociedad en el sentido socialista y se oponen a ella, naturalmente siempre en el respeto de las reglas democráticas constitucionales». (Partido Comunista Italiano; La política y organización de los comunistas italianos; Tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Esta visión «marxista original», agregan los berlingueristas, no es un nuevo descubrimiento, sino un desarrollo del pensamiento de Antonio Labriola y de Palmiro Togliatti. En este caso, ellos mismos indican el origen de sus ideas. Pero cabe añadir que Labriola, al que intentan presentar como un clásico, no ha sido un marxista consecuente. Se ha mantenido muy alejado de la actividad revolucionaria y de los problemas de la revolución. En cuanto a Togliatti, ya su obra demuestra que ha sido un desviacionista y un oportunista.
Tomando como referencia a Antonio Labriola o Palmiro Togliatti, los revisionistas italianos y sus compañeros de Francia o de España quieren echar al olvido la teoría de Lenin sobre la necesidad de la hegemonía del proletariado en la revolución y en la edificación del socialismo.
En toda su genial obra, Lenin ha defendido y desarrollado la teoría de Marx sobre la hegemonía del proletariado en la revolución, abandonada por los socialdemócratas europeos. Los puntos de vista socialdemócratas al respecto han sido resucitados ahora por los revisionistas. Lenin ha demostrado que en las nuevas condiciones, las del imperialismo, la hegemonía del proletariado es indispensable no sólo en la revolución socialista, sino también en la revolución democrática. Ha explicado que la instauración de esta hegemonía es indispensable, porque el proletariado más que cualquier otra clase social está interesado por la completa victoria de la revolución, en llevarla hasta el fin. Pertrechado con la teoría de Lenin, el proletariado se ha lanzado a la revolución y ha triunfado, mientras las teorías que preconizan los revisionistas lo dejan bajo la opresión de la burguesía.
La teoría leninista sobre la indivisible hegemonía de la clase obrera ha encontrado una brillante confirmación y aplicación en la realización de la revolución y en el triunfo del socialismo también en Albania. Para los comunistas albaneses estaba claro desde un comienzo que sólo un partido, el partido comunista, podía conducir la lucha de liberación nacional a la completa victoria. Que sólo una clase, la clase obrera podía ser hegemónica en esta lucha, que su principal aliado sería el campesinado pobre y medio, que la juventud y los estudiantes serian el principal sostén del partido y junto con la mujer albanesa constituirían las capas combativas de la revolución popular.
Su reducido número no impidió a la clase obrera en Albania jugar su papel hegemónico, ya que tenía a su cabeza su Partido Comunista de Albania, que se guiaba por las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin. La correcta línea de nuestro partido, que respondía a las situaciones del momento y a los intereses de las amplias masas trabajadoras, se materializó en la gran unión del pueblo en torno a la clase obrera en un sólo frente bajo la dirección exclusiva e incompartible del partido comunista. La justa línea y dirección de nuestro partido condujeron a la extensión de la lucha, que fue creciendo gradualmente, hasta adquirir la forma de una insurrección general, de una vasta guerra popular, hasta la liberación de Albania y la instauración del poder popular.
Negando el papel hegemónico y dirigente de la clase obrera en la revolución y en la edificación del socialismo, los eurocomunistas tampoco podían dejar de abandonar el papel y la misión del partido comunista, tal como han sido definidos por el marxismo-leninismo y confirmados por la larga historia del movimiento revolucionario y comunista mundial.
En las tesis del XVº Congreso del Partido Comunista Italiano de marzo-abril de 1979 se apunta que ahora se habría construido el «partido nuevo». ¿En qué consiste este «partido nuevo»?:
«El Partido Comunista Italiano –se señala en sus estatutos– organiza a los obreros, los trabajadores, los intelectuales, los ciudadanos que luchan, en el marco de la constitución republicana, por el reforzamiento y desarrollo del régimen democrático antifascista, por la renovación socialista de la sociedad, por la independencia de los pueblos, por la distensión y la paz, por la cooperación de todas las naciones. En el Partido Comunista Italiano, –se dice más adelante– pueden ingresar los ciudadanos que han cumplido la edad de 18 años y que independientemente de la raza, de las convicciones filosóficas y del credo religioso, acepten su programa político y se entreguen a la acción para realizarlo militando en una organización del partidos». (Partido Comunista Italiano; La política y organización de los comunistas italianos; Tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Hemos citado este extenso artículo de los estatutos del partido revisionista italiano, que son casi idénticos a los de los partidos revisionistas francés y español para que se vea hasta qué punto los revisionistas eurocomunistas se han alejado de los conceptos del partido leninista y se han aproximado a los modelos de los partidos socialistas y socialdemócratas. Al hablar de «partido nuevo», los revisionistas eurocomunistas tratan de diferenciarse del partido de tipo leninista, pero de hecho su partido, al que califican de nuevo, no es sino un «partido viejo» del tipo de los de la II Internacional, a los que Lenin combatió y sobre cuyos escombros edificó el partido bolchevique, el cual se convirtió en ejemplo y modelo para todos los demás partidos auténticamente comunistas.
La disposición que encabeza esos estatutos, de que en el partido podrá ingresar quien lo desee, independientemente de sus concepciones filosóficas y credos religiosos, no necesita comentarios para demostrar que la filosofía de Marx es extraña a este partido, que su eclecticismo es bien patente, que la línea de los compromisos de todo tipo orienta su estrategia, por no hablar ya de sus tácticas, que el Partido Comunista Italiano es un partido liberal, socialdemócrata, con una línea, una política y unas actitudes coyunturales. Su política liberal algunas veces le proporciona votos pero no le da el poder, le depara elogios por parte de la burguesía y simpatía de los curas y los monjes. La idea fundamental de Lenin sobre el partido consiste en que éste debe ser un destacamento de vanguardia consciente de la clase obrera, su destacamento marxista:
«Por el momento, no queremos más que indicar que sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
Esta teoría de vanguardia, revolucionaria y guía segura para conquistar la victoria, es el marxismo. Los revisionistas no sólo han abandonado el requisito fundamental, la aceptación del marxismo para ser un partido comunista, sino que permiten en sus partidos la coexistencia –y esto lo han sancionado también en sus estatutos– de todas las concepciones filosóficas, burguesas, oportunistas, reaccionarias o fascistas. Lo que caracteriza a los partidos comunistas, lo que los distingue, es el marxismo-leninismo, su única ideología, por la que se rigen y a la que se atienen con fidelidad en toda su actividad. Fuera del marxismo-leninismo no puede haber partido comunista.
Los auténticos partidos comunistas son partidos de la revolución y la edificación del socialismo, mientras que los llamados partidos comunistas italiano, francés, español y otros de la misma especie son partidos de las reformas burguesas. Los primeros son partidos que tienen la misión de destruir el régimen burgués y construir el socialismo, los segundos son partidos de la defensa del régimen capitalista y de la conservación del viejo mundo.
Lenin, en la época en que combatía a los oportunistas para construir el partido bolchevique, decía:
«¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos!». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
Lenin edificó un partido de este tipo y condujo la clase obrera rusa a la gloriosa victoria de la revolución de octubre.
Ahora bien; ¿a dónde pretenden llevar a la clase obrera italiana los revisionistas de Enrico Berlinguer? Ellos dicen: «luchemos, afirman, en el marco de la constitución republicana». Y la burguesía les replica: «dentro de los barrotes de mi constitución, luchen cuanto quieran, esto poco me importa». Para defender su constitución, sus leyes y sus instituciones, la burguesía mantiene en pie al ejército, la policía, los tribunales, etc. Ahora, junto a ella cierra filas también el partido revisionista, que lucha para mantener a la clase obrera oprimida y sojuzgada, para corromperla en lo ideológico y desorientarla en lo político. Este partido se ha transformado en una institución del poder burgués para apagar el espíritu revolucionario de la clase obrera, eclipsarle la perspectiva socialista, impedir que se haga consciente de la situación lamentable en que se encuentra y se alce en una resuelta lucha para derrocar a la burguesía.
El «socialismo» de los eurocomunistas es el actual sistema capitalista
¿Cómo conciben los eurocomunistas el socialismo? Pese a que por demagogia se ven obligados a hablar del socialismo, el «socialismo» que quieren construir es un bluff y pura mistificación.
Es sabido que con la idea del socialismo han especulado, no ya ahora, sino también en tiempos pasados, muchos filósofos y corrientes ideológicas burguesas y pequeñoburguesas. En torno al socialismo se han levantado muchos esquemas utópicos y se han hecho infinitas especulaciones.
Marx rechazó todas las viejas formas de socialismo y enseñó al proletariado mundial a organizarse y luchar para instaurar el nuevo orden social basado en el auténtico socialismo científico.
Ya en el primer documento programático del marxismo, en el «Manifiesto comunista» de 1948, escrito por Marx y Engels, sometieron a una crítica multilateral las diversas teorías pseudosocialistas; el «socialismo feudal», el «socialismo pequeñoburgués», el «socialismo verdadero» alemán, el «socialismo conservador o burgués». Revelaron su esencia de clase como teorías anticientíficas al servicio de los intereses de la burguesía. En la lucha contra las teorías burguesas y pequeñoburguesas, oportunistas y anarquistas, que obstaculizaban la emancipación del proletariado y su lucha, el «manifiesto» indicaba a la clase obrera que sólo podía salvarse de la opresión y la explotación burguesa a través de la revolución y la dictadura del proletariado, que no se podía emancipar sin emancipar al mismo tiempo a toda la sociedad.
La historia ha confirmado que después del nacimiento del marxismo, cualquier otra corriente ideológica que se ha presentado con consignas socialistas, se ha transformado en el proceso de la lucha de clases en una corriente reaccionaria. Solamente el marxismo da la idea exacta de la auténtica sociedad socialista. Ningún socialismo puede ser emprendido ni edificado sin apoyarse en esta teoría.
La primera gran confirmación de la teoría marxista formulada en el Manifiesto Comunista fueron los acontecimientos revolucionarios de los años 1848-1849 que estremecieron a toda Europa.
Las revoluciones no sólo abren el camino del progreso social, sino que también se convierten en todo momento en la tumba de las doctrinas falsas, utópicas, revisionistas, etc. Así ocurrió también con las doctrinas del «socialismo burgués», del «socialismo pequeñoburgués», etc., las cuales fueron sepultadas por las revoluciones de los años 1848-1849.
El mal principal de estas doctrinas, llamadas socialistas, fue el de ignorar enteramente la lucha de clase revolucionaria del proletariado y de imaginar el socialismo como la realización de tal o cual sistema inventado por uno u otro «teórico». De aquí venían todas las ilusiones de que la creación de asociaciones respaldadas por el Estado, la limitación del derecho a la herencia, la aplicación de los impuestos progresivos; conducirían de manera gradual y pacífica al socialismo. Este «socialismo doctrinario» era el que había preconizado y preconizaban Pierre-Joseph Proudhon y Luis Blanc, los socialistas «verdaderos» alemanes y los comunistas utópicos como Wilhelm Weitling, Étienne Cabet , Théodore Dézamy y otros.
Este socialismo doctrinario, dice Marx, la clase obrera se lo regala a la pequeña burguesía, mientras:
«El proletariado va agrupándose más en torno al socialismo revolucionario, en torno al comunismo. (...) Este socialismo, –prosigue Marx–, es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a estas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales». (Karl Marx, La lucha de clases en Francia, 1850)
Actualmente, los nuevos proudhonistas, como Georges Marchais, Enrico Berlinguer, Santiago Carrillo y otros se esfuerzan por imponer al proletariado europeo occidental las viejas filosofías aunque disfrazadas con diversos ropajes, que Marx había rechazado. Todos los revisionistas pretenden con sus «teorías embaucar a las masas, despojando al marxismo precisamente de sus bases científicas. No se trata sino de una falacia cuando dicen que «son objetivos en el conocimiento de las leyes que impulsan hacia adelante la sociedad. En realidad los revisionistas se han convertido en lacayos de la «sociedad de consumo», creada por la burguesía capitalista e imperialista para obtener el máximo de ganancias a través de la explotación de la clase obrera y de todas las demás masas trabajadoras. A su vez estos revisionistas desean recibir algo de la plusvalía que se le arranca al proletariado de sus países.
El saber qué es el socialismo, cuál es la sociedad socialista, qué representa ésta y qué realiza, ya no es una cuestión que concierne al futuro, sino una realidad concreta, toda una práctica histórica, un sistema social palpable. El auténtico socialismo científico, preconizado por los grandes genios de la revolución, Marx, Engels, Lenin y Stalin, se realizó y existió durante un largo tiempo en la Unión Soviética y en muchos otros países que fueron socialistas, existe y progresa en Albania socialista. Los actuales esfuerzos de los eurocomunistas para «probar» que el socialismo verdadero no habría existido nunca y en ninguna parte, que la sociedad socialista edificada en la Unión Soviética por Lenin y Stalin habría sido una «deformación del socialismo», incluso un «fracaso» de los conceptos y las concepciones que Marx y Lenin tenían sobre el socialismo, no son sino expresión de su hostilidad al comunismo, expresión de su deseo de conservar intacta la saciedad burguesa existente.
Para llegar a la negación del socialismo, los revisionistas italianos, franceses, españoles han tenido que recorrer un largo camino. En un comienzo pretendían que el socialismo en la Unión Soviética se dividía en dos partes, en un «socialismo leninista», que era bueno, justo, pero estaba sujeto a las condiciones históricas particulares de la Rusia zarista, por lo tanto era inadecuado para los países capitalistas desarrollados, y en un «socialismo stalinista», malo, porque supuestamente era una adulteración del primero, un socialismo deformado, burocratizado, etc. Esta evolución en los juicios no es casual. Si se aceptara la «experiencia leninista», aunque sólo fuera con reservas, si se aceptara, por ejemplo, la justeza de la utilización de la violencia revolucionaria para la toma del poder, entonces para el «modelo» eurocomunista del socialismo no quedaría espacio. La teoría de Lenin sobre la revolución y la construcción del socialismo, que es un desarrollo ulterior de las enseñanzas de Marx, es tan completa, tan coherente, tan científica y lógica que, o bien se la acepta tal como es, o bien no se la acepta en absoluto. Esta teoría no puede fragmentarse sin correr el riesgo de caer en contradicciones irreconciliables y en puros absurdos.
Así los eurocomunistas ahora no sólo están contra Stalin, sino que han abandonado el leninismo creyendo haber encontrado la salvación y el camino para divulgar el «socialismo eurocomunista». Mas si ellos han renunciado al leninismo, el proletariado no hará otro tanto. El leninismo es una ciencia viva, es la ideología combativa del proletariado, es la bandera de la revolución y de la edificación del socialismo. El leninismo es la poderosa arma con que los auténticos revolucionarios, todos los que aman el comunismo y se baten por el socialismo, luchan contra todos los enemigos, contra la burguesía y sus colaboradores. El leninismo es el espejo que descubre la verdadera catadura de los eurocomunistas y todos los demás revisionistas, que revela la falsedad de sus teorías oportunistas, demuestra su actividad reaccionaria contra el proletariado, el socialismo, la causa de los pueblos.
Para eludir el descontento de la base de sus partidos, las sospechas que despiertan sus «teorías» sobre el «socialismo», y en general sus tesis confusas y contradictorias, los eurocomunistas declaran que su socialismo no representa todavía un «modelo», todavía no es algo claro y definido, sino simplemente «la necesidad de hallar una vía» hacia esta sociedad, la cual debe ser discutida. En una palabra, batir agua en un mortero, pues nada de eso se cumple.
El «socialismo» que conciben los eurocomunistas es una sociedad en la que se entrelazan y coexisten elementos socialistas y capitalistas en la economía y la política, en la base y la superestructura. En su «socialismo» habrá cabida para la «propiedad socialista» y para la propiedad capitalista, existirán pues clases explotadoras y explotadas, a la par del partido de la clase obrera existirán también partidos burgueses, la ideología proletaria convivirá con las otras ideologías, el Estado en dicho «socialismo» será un Estado donde todas las clases y todos los partidos tendrán poder.
Los eurocomunistas pueden soñar todo lo que quieran en tal sociedad híbrida capitalista-socialista, mas esta sociedad que ellos proyectan es irrealizable. El socialismo y el capitalismo son dos sistemas sociales diferentes que se excluyen mutuamente. El capitalismo existirá mientras mantenga oprimidos y explotados al proletariado y las masas trabajadoras, en tanto que el socialismo se erige y marcha adelante únicamente sobre las ruinas del capitalismo y tras el completo derrocamiento de éste.
Para justificar sus puntos de vista profundamente oportunistas, los eurocomunistas sobrestiman el papel de la técnica, de los medios de producción en el desarrollo de la sociedad, cayendo así en la llamada teoría de las fuerzas productivas, que ha sido la base ideológica de todo el oportunismo de la II Internacional.
Según ellos, el empuje hacia el socialismo viene por sí solo, de manera espontánea, por el desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso, dicen, la transición al socialismo no precisa ni de lucha de clases ni de revolución proletaria. Incluso en los países donde se ha llevado a cabo la revolución y se han instaurado las relaciones socialistas de producción, si existe un nivel relativamente bajo de las fuerzas productivas, según los eurocomunistas, no se puede hablar de socialismo auténtico, real.
Para saber hasta qué punto los eurocomunistas se han alejado de la idea del socialismo y qué tipo de sociedad socialista pretenden construir, basta ver algunas de sus principales tesis, las cuales son pregonadas a bombo y platillos como el «sumo desarrollo del pensamiento progresista de la sociedad humana actual».
«Para realizar una sociedad socialista –declaran los revisionistas italianos– no es necesaria una estatización integral de los medios de producción. Junto a un sector público actuará la iniciativa privada. Particular función desempeñarán la propiedad campesina libremente asociada; la artesanía; la pequeña y media industria; la iniciativa privada en el campo de las actividades terciarias. En esta concepción del proceso de transformación de la sociedad en sentido socialista, debe existir una articulación del sistema económico que asegure una integración entre la programación y el mercado, entre la iniciativa pública y privada». (Partido Comunista Italiano; La política y organización de los comunistas italianos; Tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Un «socialismo» tal postulan también los revisionistas franceses. Esta sociedad, enfatizan ellos:
«Precisa un conjunto suficiente de nacionalizaciones democráticas, junto a otras formas de propiedad social y de un sector económico basado en la propiedad privada». (L’Humanité; El camino democrático al socialismo de Francia, 13 de enero de 1979)
El revisionista español Santiago Carrillo dice por otro lado:
«Este sistema todavía mixto en lo económico va a traducirse en un régimen político en el que los propietarios podrán organizarse no sólo económicamente, sino en partido o partidos políticos representativos de sus intereses. Ese va a ser uno de los componentes del pluralismo político e ideológico». (Santiago Carrillo; Eurocomunismo y Estado, 1977)
No se requiere ningún conocimiento particular de las leyes sociales para comprender que el cuadro de la sociedad llamada «socialista» que presentan los eurocomunistas, no es sino el cuadro exacto y más típico de la sociedad burguesa actual. El elemento básico que caracteriza un sistema social es la propiedad de los medios de producción. Si la propiedad de los medios de producción es privada, entonces tenemos que ver con un sistema donde el hombre explota al hombre, donde en un polo, una minoría amasa riquezas, mientras que en el otro polo la mayoría abrumadora del pueblo vive en la pobreza y en la miseria. Ya se ha confirmado que el socialismo no puede existir si no se suprime la propiedad capitalista, si no se destruye el Estado burgués. No puede haber socialismo allí donde la propiedad social sobre los medios de producción no se implanta, sin excepción, en todos los sectores, y no se instaura la dictadura del proletariado.
El proletariado, para destruir las relaciones capitalistas de propiedad sobre los medios de producción, ha luchado y lucha con denuedo y abnegación, haciendo enormes sacrificios. Con este objetivo elaboró su propia ideología, el marxismo-leninismo, a fin de que lo guiara en la revolución y en la instauración de la propiedad social sobre los medios de producción, en la supresión de la explotación que emana de la propiedad privada sobre estos medios y en la eliminación de la pobreza. El proletariado realizó este objetivo en los países donde triunfó la revolución y se instauró el socialismo. Esta experiencia, confirmada cada día más también por la práctica de la edificación del socialismo en Albania, demuestra que una condición fundamental para edificar la sociedad socialista es precisamente la expropiación de la burguesía y la transformación de toda la economía del país sobre bases socialistas, la instauración de la propiedad social sobre los medios de producción.
Albania, el día de su liberación era un país atrasado desde el punto de vista económico, social y cultural, un país esencialmente agrícola, casi sin industria, con un ínfimo grado de desarrollo de las fuerzas productivas. ¿Constituía esto un obstáculo a la edificación de las relaciones socialistas de producción? Por supuesto, incluso un gran obstáculo, pero no insuperable. Nuestro partido no podía sin embargo esperar a que se alcanzase un elevado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, para dar inicio a la instauración de las relaciones socialistas.
Una de las primerísimas y más importantes medidas que adoptó el poder popular fue la liquidación del capital extranjero y la conversión de sus empresas en propiedad estatal socialista, la realización de una reforma agraria vasta y radical, que no sólo liquidó la gran propiedad de los feudales y los terratenientes, sino que también limitó considerablemente la propiedad de los campesinos ricos. Estas medidas de profundo carácter revolucionario crearon importantes premisas para la gradual transformación socialista del campo, para impulsar en él el movimiento cooperativista.
El Partido del Trabajo de Albania, guiándose por la brújula infalible del marxismo-leninismo, y contando igualmente con la experiencia de la edificación socialista en la Unión Soviética, planteó como objetivo principal liquidar la base económica del capitalismo y construir la base económica del socialismo en la ciudad y en el campo.
La socialización de los principales medios de producción se llevó a cabo en un período relativamente corto y se cumplió a través de las nacionalizaciones sin indemnización. Dos años después de la liberación del país, ya en 1946, los bancos, la industria las minas, las centrales eléctricas, los transportes, las comunicaciones, el comercio exterior, el comercio interior al por mayor, una parte del comercio al por menor, las estaciones de máquinas y tractores, los bosques, las aguas, el subsuelo, eran propiedad socialista. Así pues, el sector socialista de la economía tenía posiciones de mando.
Un gran problema para toda revolución socialista es el problema agrario. De su justa solución depende el desarrollo de toda la economía y la estabilidad del poder popular. En Albania, donde el campesinado constituía la aplastante mayoría de la población y la agricultura la principal base de la economía, el problema agrario era de los más agudos y decisivos. El camino seguido por nuestro partido para resolver esta cuestión cardinal fue el camino leninista de la cooperación socialista.
Ateniéndose rigurosamente al principio de la libre voluntariedad del campesinado para unirse en cooperativas, el proceso de la colectivización de la agricultura, que empezó casi inmediatamente después de la liberación del país y se prolongó de 15 a 20 años, se llevó a cabo sin haber previamente estatizado la tierra. Esto fue decretado sólo después de haber finalizado por completo la colectivización, al ser sancionado en la nueva constitución albanesa de 1976.
Con la edificación de la base económica del socialismo en la ciudad y en el campo fueron liquidadas las clases explotadoras como clases, desapareció la explotación del hombre por el hombre. Quedaron sólo dos clases amigas, la clase obrera y el campesinado cooperativista, ligadas entre sí por ideales, objetivos e intereses comunes, así como la capa de la intelectualidad socialista, surgida del seno del pueblo trabajador y formada durante los años del poder popular.
La edificación del socialismo no puede realizarse a fuerza de decretos ni de manera espontánea. El socialismo se edifica redoblando las fuerzas, con la participación de todo el pueblo trabajador y siguiendo un plan general, coordinado y centralizado.
Aplicando una correcta política de industrialización del país, Albania logró transformarse rápidamente de país agrícola atrasado en país dotado de una industria y agricultura desarrolladas, de una enseñanza y cultura avanzadas, en país donde el pueblo vive verdaderamente libre y feliz.
Nuestra experiencia, así como la de la Unión Soviética y de otros países, cuando fueron socialistas, los eurocomunistas no la aceptan. Quieren inventar un «nuevo» socialismo. Pero hay que tener una lógica disparatada para aceptar la existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción en la sociedad y al mismo tiempo ir con la idea de poder evitar la explotación del hombre por el hombre, hablar de «transformaciones socialistas», de «igualdad», de «justicia», etc. como pretenden los eurocomunistas. Mantener la propiedad privada sobre los medios de producción, la «iniciativa privada», es decir, mantener la posibilidad de la acumulación capitalista en la sociedad que proponen los eurocomunistas, significa de hecho conservar intacto el sistema capitalista, sin afectarlo ni tocarlo en lo más mínimo.
En todas las elucubraciones filosóficas, así como en los programas que han proclamado sus partidos, los revisionistas eurocomunistas no abordan en absoluto la cuestión de saber qué se hará con las multinacionales y los capitales extranjeros. Si no mencionan esto, quiere decir que continuarán siendo parte integrante de la sociedad «socialista» que preconizan, significa que el gran capital estadounidense, germano occidental, inglés, francés, etc., dejarán de pensar en sus superganancias y pasarán a servir al socialismo. A esto se le llama soñar despierto. En esta cuestión Santiago Carrillo, Enrico Berlinguer y Georges Marchais están incluso lejos de aquellos círculos de la burguesía en varios países en desarrollo, quienes, aunque no están por el socialismo, buscan expulsar al capital monopolista extranjero y liberarse de las sociedades multinacionales.
En cuanto al llamado «sector público», cuya existencia la prevé el «socialismo eurocomunista», nos encontramos ante una simple especulación en materia de terminología, ante un trivial intento de hacer pasar por sector socialista de la economía, el sector del capitalismo de Estado, que actualmente en una u otra medida existe en todos los países burgueses.
El sector del capitalismo de Estado, o el «sector público», como lo llama la burguesía, es sabido cómo y por qué ha sido creado.
El capitalismo de Estado en los países industrializados de Europa ha existido ya con anterioridad, pero fue a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando empezó a tomar un notable desarrollo. Su creación fue resultado de algunos factores. En Italia por ejemplo, fue instaurado por la burguesía como resultado de la agudización de la lucha de clases y de la gran presión de las masas trabajadoras que exigían la expropiación del gran capital, en especial del capital ligado con el fascismo y que era el responsable de la catástrofe que sufrió el país. Para evitar una radicalización ulterior de la lucha de las masas trabajadoras y los estallidos revolucionarios, la debilitada burguesía italiana procedió a estatizar algunas grandes industrias, estatización que satisfacía las exigencias mínimas de los partidos comunistas y socialistas, que salían fortalecidos de la guerra. En Inglaterra, la creación del «sector público», como el ferroviario o el del carbón, fue resultado del abandono por parte del gran capital de algunas ramas atrasadas y no rentables. Estas se las traspasó al Estado para que las subvencionara con los ingresos de su presupuesto, con las sumas aportadas por los contribuyentes, mientras que sus propios capitales los destinó a los sectores de las nuevas industrias dotadas de alta tecnología, donde se obtenían superganancias más jugosas y con mayor rapidez.
Estatizaciones de este tipo se han hecho y siguen realizándose por una u otra razón en otros países, pero no han modificado ni jamás podrán modificar la naturaleza capitalista del sistema vigente, no podrán eliminar la explotación capitalista, el desempleo, la pobreza, la falta de libertades y de derechos democráticos.
El capitalismo de Estado, tal como ya lo ha probado una larguísima experiencia, es mantenido e impulsado por la burguesía, no para crear las bases de la sociedad socialista, contrariamente a lo que sostienen los revisionistas, sino para reforzar las bases de la sociedad capitalista, de su Estado burgués, para explotar y oprimir aún más a los trabajadores. Quienes dirigen el «sector público» no son los representantes de los obreros, sino gente del gran capital, son los que manejan los hilos de toda la economía y del Estado. La posición social del obrero en las empresas del «sector público» no se diferencia en nada de la que tiene en el sector privado; su posición respecto a los medios de producción, a la gestión económica de la empresa, a la política inversionista, salarial, etc., es la misma. En estas empresas es el Estado burgués, es decir, la burguesía, quien se apropia de las ganancias. Únicamente los revisionistas pueden encontrar diferencias entre el carácter «socialista» de las empresas del IRI y el carácter «burgués» de la FIAT, entre los obreros «libres de la Renault y los «oprimidos» de la Citroën.
La sociedad del «socialismo democrático», que predican ahora los eurocomunistas, es la sociedad burguesa actual que existe en sus países. A esta sociedad buscan darle sólo algunos retoques de modo que la vieja burguesía europea al borde de la tumba, torne el aspecto de una moza lozana y llena de vitalidad. Según los eurocomunistas, bastan algunos retoques, basta conservar el sector capitalista del Estado al lado del privado, crear algún consejo obrero consultivo anejo a las direcciones empresariales, permitir que los bonzos sindicalistas reclamen justicia e igualdad en las plazas, dejar que los revisionistas ocupen algún sillón en el gobierno y el socialismo viene por sí solo.
Los revisionistas eurocomunistas en su irreprimible celo de combatir y renegar el marxismo-leninismo embellecen por todos los medios la actual realidad de la sociedad capitalista. Para ellos el sistema social vigente en Italia, Francia, España, etc., el Estado que domina en estos países es un tipo de democracia supraclasista, una democracia para todos. En esta sociedad y en este Estado sólo ven algunas dificultades, algunos errores, cuanto más algunas deformaciones, y eso es todo. Sobre esta concepción y premisa fundamentales trazan también los esquemas de su «socialismo democrático», que en el fondo será la misma sociedad burguesa actual, pero sin las «deficiencias», «limitaciones», «dificultades que tiene hoy.
Los revisionistas declaran que en su «socialismo» existirá y funcionará más de un partido, y se dará la posibilidad de que se alternen en el gobierno. Hay que reconocer que en esta cuestión los eurocomunistas son verdaderamente coherentes. Es natural que en una sociedad donde existan clases antagónicas, diferentes capas de la burguesía, grupos de capitalistas con intereses particulares, existirán también diversos partidos, existirá necesariamente la práctica corriente de la sociedad capitalista de que, según el caso y las necesidades, los diversos partidos se alternen en el poder. Pero en lo que los eurocomunistas especulan es en presentar este «pluralismo», es decir la práctica del cambio de caballos en la carroza del poder burgués, como el sumo de la democracia, como una situación que permite solucionar todos los problemas sociales. Con esto pretenden deformar el propio concepto existente sobre la sociedad socialista y presentar la democracia burguesa y sus instituciones como idóneas para realizar los objetivos socialistas, sin necesidad de recurrir a la revolución ni de destruir el aparato del viejo Estado burgués. Su Estado ideal es en efecto el actual sistema político estadounidense y sobre todo el alemán, donde imperan dos grandes partidos burgueses, que se relevan a la cabeza del gobierno. Quieren que también en Italia y Francia o en España existan dos grandes partidos: uno abiertamente burgués, democrático o liberal y otro obrero, digamos socialista, «comunista», laborista o de otra manera, así como unos cuantos partidos pequeños y sin importancia, justo para enriquecer el surtido. De esta forma se nos vendría a crear el «socialismo italiano», el «socialismo francés», el «socialismo español», tal como anteriormente se había creado el «socialismo sueco», el «socialismo noruego», etc.
En el «socialismo democrático» el Estado no debe ser el Estado de los obreros y campesinos, es decir, el Estado que preconizaban Marx y Lenin, donde en su dirección estén los obreros fabriles y los campesinos que trabajan la tierra. Los eurocomunistas buscan un Estado que sea «de todos» y su gobierno sea también «de todos». Pero este Estado «de todos» ni ha existido ni existirá jamás.
Los conceptos de los eurocomunistas sobre el Estado son muy afines a los de Pierre-Joseph Proudhon y Ferdinand Lassalle, rebatidos por Marx hace más de un siglo. Lassalle, por ejemplo, predicaba que el Estado reaccionario prusiano podía transformarse en un Estado libre, popular, a través de las reformas, por la vía pacífica, con elecciones generales y la ayuda del mismo Estado burgués y de las asociaciones de productores que debían ser creadas. Este tipo de «Estado» lo presentaba como modelo del nuevo Estado socialista, por el cual debían combatir los obreros.
El concepto lassalleano sobre el «Estado popular» negaba el carácter de clase del Estado como dictadura de una determinada clase.
Al concepto lassalleano sobre el «Estado libre popular», Marx en su célebre obra: «Crítica del programa de Gotha» de 1875, opuso, especialmente su noción del Estado como un órgano de clase, opuso la concepción marxista de la dictadura del proletariado:
«Y por más que acoplemos de mil maneras la palabra «pueblo» y la palabra «Estado» –dice Marx–, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema. Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado». (Karl Marx, Crítica del programa de Gotha, 1875)
Las tesis teóricas y la doctrina marxista sobre el Estado, enunciadas en la monumental obra de Marx y Engels, encontraron una brillante confirmación en los acontecimientos de la Comuna de París.
La comuna de París demuestra que para derrocar el régimen capitalista, el proletariado no puede conservar intacta la vieja máquina del Estado burgués y utilizarla para sus propios fines. La comuna destruyó esta máquina y en su lugar creó organismos e instituciones estatales totalmente nuevos por su forma y contenido. La comuna fue la primera forma de organización política del poder proletario. La comuna de París mostró, como ha señalado Lenin, el condicionamiento histórico:
«Y el valor limitado del parlamentarismo burgués y de la democracia burguesa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, 1919)
Se comprobó en la práctica que el Estado erigido por la comuna de París representaba el tipo superior de la democracia, la de la aplastante mayoría del pueblo. Las libertades y los grandes derechos democráticos que la burguesía proclama, pero nunca realiza, fueron materializados por la comuna.
Más tarde Lenin combatiendo las tergiversaciones oportunistas de los cabecillas de la II Internacional, defendió de manera brillante la teoría de Marx sobre el Estado. Rechazó las concepciones de estos cabecillas, según las cuales el Estado no es el órgano de dominación de una clase sobre otra, sino el órgano de reconciliación de clases, el aparato del Estado burgués no debe ser destruido, sino utilizado en interés de los trabajadores. En su famoso libro: «El Estado y la Revolución» de 1917, Lenin argumentó que el Estado es producto de las contradicciones entre las clases y expresión de lo irreconciliable de estas contradicciones. Demostró que el aparato del Estado burgués, como un aparato fundado para mantener oprimidas y explotadas a la clase obrera y demás masas trabajadoras, no puede servirles para suprimir la opresión y la explotación. El proletariado tiene que construir su propio Estado, nuevo por su forma y contenido, por su estructura y organización, por los hombres que lo dirigen y por sus métodos de trabajo, un Estado que garantice la libertad a las masas trabajadoras y aplaste a los enemigos del socialismo en sus tentativas de restaurar el sistema capitalista.
En el libro de Lenin «El Estado y la Revolución» de 1917, las tesis leninistas sobre la dictadura del proletariado desempeñaron un importante papel en la preparación de la revolución de octubre y en la instauración del poder de los soviets en Rusia.
Estas tesis continúan siendo poderosas armas en manos de los auténticos revolucionarios para combatir las teorizaciones de los revisionistas modernos, los cuales tratan de resucitar los puntos de vista de Kautsky y compañía acerca del Estado, desenmascarados y desbaratados por Lenin.
Las teorizaciones de los eurocomunistas sobre el Estado son consecuencia de la línea antimarxista de estos renegados, los cuales pretenden que en el capitalismo no existe la lucha de clases, sino la paz de clases, que el ejército y la policía han dejado de ser fuerzas regresivas de la burguesía, y que por tanto la dictadura del proletariado y la verdadera democracia que instaura el proletariado son innecesarias. Ellos quieren sólo un Estado, una democracia, el Estado de democracia burgués-revisionista.
La vía «democrática al socialismo», máscara para la defensa del Estado burgués
La cuestión fundamental de la ideología y de la política de cada partido, independientemente de los intereses de clase que represente, es siempre la cuestión del poder estatal. Tampoco el eurocomunismo podía eludir esta cuestión. Precisamente en este terreno comenzó la lucha, convirtiéndose en una nueva arma en manos de la burguesía para preservar su poder de opresión y explotación e impedir que el proletariado haga la revolución, destruya este poder e implante el socialismo.
En su propaganda contra el marxismo-leninismo, los eurocomunistas recalcan que en las condiciones de la sociedad moderna, como denominan la sociedad capitalista actual, la teoría de Marx sobre el derrocamiento del capitalismo a través de la revolución violenta requiere nuevas «interpretaciones». Entre los primeros que empezaron el ataque frontal, que pisotearon y consideraron sin valor la tesis de Marx y de Lenin sobre la necesidad de la revolución violenta y la deformaron radicalmente como señalamos más arriba, se encuentran los revisionistas soviéticos. Para hacer «convincente» su teoría de la transición pacífica al socialismo, llegaron al extremo de pretender que la revolución de octubre de 1917 ha sido una revolución pacífica, a despecho de la historia que la conoce como la primera revolución que derrocó de manera violenta a la burguesía rusa e instauró la dictadura del proletariado. Al mismo tiempo comenzaron a teorizar qué la dictadura del proletariado era un fenómeno pasajero que cedería el lugar al llamado Estado de todo el pueblo. Con estas teorías pretendían rebajar el contenido de clase revolucionario de la dictadura del proletariado, negar la dictadura del proletariado.
Esta deformación consciente del marxismo-leninismo por parte de los revisionistas soviéticos fue la base sobre la que fueron erigidas las teorías eurocomunistas acerca de esta cuestión. Las tesis jruschovistas, de que la edificación del socialismo en la Unión Soviética ponía fin a la lucha de clases, que la victoria del socialismo estaba garantizada y que no había ningún peligro de retroceso, que la dictadura del proletariado y el partido de la clase obrera ya no eran necesarias, se convirtieron en un alimento para los demás revisionistas y les estimularon a ir más lejos. Especulando con los cambios que se han operado en el mundo y con una correcta frase de Lenin acerca de las particularidades de la transición al socialismo, remarcan que en la época actual se puede llegar al socialismo también a través del parlamentarismo y las reformas.
El camino de la transformación de la sociedad capitalista en socialista, los eurocomunistas lo presentan como el súmmum del desarrollo de la democracia política burguesa, como, según dicen ellos, una vía pacífica que no conduce a un cambio cualitativo, sino cuantitativo:
«La democracia política –dicen los revisionistas italianos–, se presenta, por eso, como la más alta forma institucional de organización de un Estado, incluso de un Estado socialista». (Partido Comunista Italiano; La política y organización de los comunistas italianos; Tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Si analizamos esta supuesta tesis, resulta que ya en el capitalismo existiría la «democracia política» para los trabajadores, que al socialismo se llegaría ampliando esta democracia y que finalmente, el rasgo fundamental de la sociedad socialista sería la democracia burguesa, la que se identifica con la democracia socialista.
Mientras que los revisionistas españoles pretenden a su vez que:
«La democracia política y social no es una tercera vía, ni capitalista ni socialista; es la etapa de transición entre el capitalismo y el socialismo». (Partido Comunista de España; Resolución de IXº Congreso del PCE, 1978)
Si miramos sin embargo, a los revisionistas franceses, Georges Marchais nos dice:
«La democracia es al mismo tiempo el objetivo y el medio de las transformaciones». (Georges Marchais; L'Humanité, 13 de febrero de 1979)
Como se ve, para «razonar» sus puntos de vista revisionistas, Berlinguer, Carrillo, Marchais y otros presentan ideas bastante confusas sobre la democracia y el Estado. Tales razonamientos que no se apoyan en las relaciones de clase existentes en la sociedad burguesa, están al margen de las relaciones entre la base económica y la superestructura capitalista, al margen de la realidad y de toda lógica, tienen por objeto demostrar que la verdadera democracia no sería la que instaura la dictadura del proletariado, la democracia de la gran mayoría de las masas explotadas sobre la minoría capitalista explotadora o sobre sus remanentes, sino que sería la democracia a lo Marchais a lo Carrillo, es decir; «la democracia para todos, donde todos convivan en paz y en armonía de clase». Pero la historia ha comprobado que no hay ni puede haber democracia burguesa fuera de la dictadura burguesa, al igual que no puede haber democracia socialista fuera de la dictadura del proletariado. Los derechos y los deberes de los ciudadanos están en relación directa con la dominación de la clase que está en el poder. Allí donde domina la clase capitalista existen derechos para la burguesía y limitación de los derechos, opresión y denigración de las masas, en cambio allí donde domina la clase obrera hay derechos y libertades para los trabajadores y limitación de los derechos y coerción para la minoría que dominaba y explotaba, así como para los enemigos del socialismo.
Los eurocomunistas no son los primeros oportunistas en negar la necesidad de la revolución como medio único y fundamental para derrocar el capitalismo y edificar el socialismo. Antes de ellos ha hecho lo mismo Pierre-Joseph Proudhon, que fue desenmascarado por Marx, lo han hecho Eduard Bernstein y sus compañeros, que acabaron siendo los abiertos defensores del sistema capitalista.
Bernstein, por ejemplo, preconizaba que mejorando la legislación laboral, acrecentando el papel y la actividad de los sindicatos y las cooperativas, aumentando la representación de la clase obrera en el parlamento, se podía resolver de manera pacífica y por vía evolucionista todos los problemas económicos, políticos y sociales del proletariado. Decía expresamente que basta que la clase obrera gane la mayoría absoluta en el parlamento, el 51 por ciento de los votos, para poder realizar todos sus objetivos. Sostiene que en la democracia, puesto que reina la «voluntad de la mayoría» el Estado pierde su carácter de clase, se transforma de órgano de dominación de clase, en órgano por encima de las clases, que representa los intereses de toda la sociedad. En semejante Estado, decía, la clase obrera y su partido pueden y deben colaborar con todas las demás clases y partidos. Y todos, conjuntamente, deben defender y consolidar este Estado contra los «reaccionarios».
Bernstein sostenía que el camino de la transformación de la sociedad pasa por las reformas parciales y paulatinas, por la vía de la evolución, de la integración gradual del capitalismo en el socialismo. Por eso, según él, también el partido de la clase obrera debería ser no un partido de la revolución social, sino de las reformas sociales. Estos puntos de vista de Eduard Bernstein, adaptados más tarde por Karl Kautsky y compañía, Lenin los ha criticado enérgicamente y ha mostrado toda su falsedad. El veredicto histórico en el gran debate entre los marxistas con Lenin a la cabeza; que defendían la idea de la revolución y de la dictadura del proletariado, y los oportunistas, revisionistas; que eran partidarios de la vía pacífica, reformista, de la democracia «pura», etc., lo dio la gran revolución de octubre de 1917.
Esta revolución mostró al proletariado y a los pueblos del mundo que el camino de la victoria sobre el imperialismo y el capitalismo pasa no por las reformas y los acuerdos con la burguesía, sino por la revolución violenta.
Para «argumentar» su oposición a la teoría marxista-leninista sobre la revolución y la dictadura del proletariado, los eurocomunistas pretenden que también el propio Marx «sólo una vez ha mencionado este término». Pero es sabido que la idea de la dictadura del proletariado constituye la cuestión fundamental en toda la doctrina de Marx sobre el socialismo:
«Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases». (Karl Marx, Carta a Joseph Weydemeyer, 1852)
Marx no veía la dictadura del proletariado como un simple cambio de algunas personas en el gobierno, sino como un poder cualitativamente nuevo, que se eleva sobre los escombros del viejo poder burgués. La destrucción violenta de la vieja máquina estatal burguesa la consideraba como una condición imprescindible para el triunfo no sólo de la revolución proletaria, sino de toda auténtica revolución popular dirigida por la clase obrera. Esta conclusión planteada por Marx en su célebre obra: «El dieciocho brumario de Luis Bonaparte» de 1852, obra que Lenin la ha calificado de «un gigantesco paso adelante». Precisamente esta piedra angular de la doctrina marxista-leninista que ha sido atacada y negada por todos los viejos revisionistas, es atacada también por los nuevos revisionistas eurocomunistas.
La actitud de los eurocomunistas hacia la cuestión de la revolución, del Estado y la democracia coincide en el fondo con la de los revisionistas soviéticos, los cuales han declarado que actualmente en la Unión Soviética el partido «comunista» se habría transformado en «partido de todo el pueblo» y que la dictadura del proletariado ha sido reemplazada por el «Estado de todo el pueblo». Basándose en estas declaraciones de los revisionistas soviéticos, Georges Marchais y Santiago Carrillo tienen motivos para objetar: «¿por qué ustedes transforman el partido y el Estado del proletariado en partido y Estado de todo el pueblo, y nosotros en Occidente no tendríamos derecho a hacer lo mismo sin recurrir a la revolución violenta y a la dictadura del proletariado? Nosotros marcharemos en «pluralismo» y en buena comprensión con la burguesía, movilizando a la opinión pública en pro de una «verdadera democracia», la cual en su país no se ha realizado. Ustedes pretenden en vano que tienen democracia si al mismo tiempo refuerzan la opresión».
En lo que a los revisionistas titoistas se refiere, éstos también se encuentran en difíciles posiciones respecto a los eurocomunistas en lo relativo a la «democracia» y al pluralismo». Los revisionistas yugoslavos hablan de la unidad del «mundo no alineado» y con esta fórmula «eliminan» la lucha de clases y la dictadura del proletariado. Lo único que ellos piden al imperialismo y al capitalismo mundial es que los países «no alineados» por favor «mantengan el actual status quo y sean ayudados económicamente». En este sentido los titoistas comparten la opinión de los eurocomunistas, con la única diferencia de que mientras los yugoslavos hablan de una supuesta «independencia respecto a las superpotencias y los bloques», los eurocomunistas no lo hacen ni siquiera formalmente.
Con las ideas que expresan, los eurocomunistas dicen a los revisionistas yugoslavos, aunque sin atacarles directamente, que la existencia de un solo partido en Yugoslavia está lejos del camino de la verdadera democracia y que por tanto también el sistema político de Yugoslavia debe modificarse.
Enrico Berlinguer, Georges Marchais, Santiago Carrillo y sus colegas, atacando directamente a Lenin y toda la teoría marxista-leninista del Estado y la revolución, invitan a los jruschovistas a llevar hasta el fin su traición, diciéndoles que en su sucia empresa no se ocupen solamente de los «errores» de Stalin, sino del propio sistema socialista, el cual, si bien era un sistema apropiado después de octubre, hoy ya no lo es porque supuestamente niega la democracia.
Cierto es que esta tesis no les conviene a los jruschovistas quienes, para encubrir su traición y hacerse pasar por marxista-leninistas, se atienen todavía a algunas formas supuestamente leninistas.
Para conservar esta máscara el grupo de Leonid Brézhnev dirige de vez en cuando a los partidos desobedientes alguna suave crítica y supuestamente les aconseja que preserven los principios de clase de Lenin sobre las vías y las formas de transición al socialismo. Pero los partidos revisionistas de los países occidentales no se muerden la lengua y le dicen a Brézhnev que ellos no hacen nada que no hubieran hecho antes los revisionistas soviéticos, que actúan a tenor de sus propias condiciones que supuestamente dictan el camino pacífico, el camino de las reformas democráticas, del pluralismo político e ideológico, etc.
Enrico Berlinguer, Georges Marchais, Santiago Carrillo, que han ido todavía más lejos que Palmiro Togliatti, les dicen a los soviéticos: «¿no son ustedes los que han hablado de la coexistencia pacífica? Entonces, pongamos manos a la obra en esta coexistencia y llevémosla hasta el fin». ¿Y con quién se coexistirá de manera pacífica? Con los adversarios del comunismo, es decir, con la burguesía capitalista, con el imperialismo estadounidense, etc. Pero para que lleguemos a la coexistencia pacífica, dicen ellos, primero debemos revisar los «dogmas» en materia de política, ideología, economía, arte, ya que los «dogmas» son incompatibles con la sociedad actual, y dado que también las ideas de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la dictadura del proletariado, sobre la lucha de clases, sobre la toma violenta del poder serían, según ellos, unos «dogmas», tampoco estas ideas serían adecuadas. Por consiguiente el poder debe ser tomado no por medio de la violencia, sino por la vía parlamentaria, a través de elecciones generales, es decir accediendo la clase obrera al poder y retirándose la burguesía de manera democrática.
Con fines demagógicos y para crear una cierta ilusión en las masas, los eurocomunistas dicen entre dientes que la «tercera vía», o el «socialismo democrático», no es la socialdemocracia, porque ésta:
«No ha llevado a la sociedad fuera de la lógica del capitalismo». (Partido Comunista Italiano; La política y organización de los comunistas italianos; Tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Sin embargo, agregan inmediatamente, debemos unirnos con la socialdemocracia y las otras fuerzas políticas, y, con esta unión, no debemos destruir el aparato estatal de la burguesía capitalista, como sostienen los clásicos del marxismo-leninismo, sino influir sobre aquél a través de la propaganda, las reformas, la iglesia, la cultura, etc., para que paulatinamente este poder adquiera la verdadera forma democrática, para que sirva a toda la sociedad y vaya creando las condiciones para edificar por vía pacífica el «socialismo». En una palabra preconizan la creación de un régimen social adulterado que no tenga nada en común con el socialismo científico.
El ideal de todos los revisionistas eurocomunistas son las tesis togliattistas, la línea del Partido Comunista Italiano, hasta tal punto que han suscitado la envidia de Santiago Carrillo y de Georges Marchais, éste último confiesa lleno de envidia:
«Nos hemos demorado desde 1956 en sacar lecciones de lo ocurrido en la Unión Soviética, y en elaborar una vía francesa al socialismo». (Georges Marchais; L'Humanité, 13 de febrero de 1979)
Es decir en hacer lo que hizo Palmiro Togliatti. Cuando Georges Marchais o Santiago Carrillo dicen que la policía está con el Partido Comunista Italiano y que en Roma vota por ese partido, ellos aprecian los esfuerzos y los logros de Enrico Berlinguer en orden a la colaboración con la socialdemocracia, con los democristianos, en las cuestiones públicas, y también en la administración de los asuntos de la burguesía.
Los «éxitos» de Enrico Berlinguer en estos aspectos, es decir en su sumisión al capitalismo italiano y al capitalismo mundial, sirven a los demás revisionistas de apoyo concreto a sus tesis políticas oportunistas. Berlinguer trabaja con gran celo, no ataca la constitución burguesa, no ataca el poder de la burguesía, y no dice una sala palabra de la necesidad de derrocar este poder y sus aparatos, ni de destruir el ejército represivo italiano, sino por el contrario firma declaraciones con los partidos de la reacción para que se refuerce al ejército, para que se mantengan las bases estadounidenses, para que aumenten las competencias y los fondos de la policía, para que ésta tenga el derecho, al margen de la ley, de controlar todo lo que sea sospechoso, incluso las conversaciones telefónicas y la correspondencia privada.
El programa y la forma de actuar de los revisionistas italianos son ya todo un modelo experimentado al alcance de los otros revisionistas. En Italia, España, Francia está desarrollándose y adquiriendo forma concreta la integración del revisionismo en el capitalismo y no la del capitalismo en el socialismo, como pretenden los eurocomunistas en sus programas y discursos.
Los partidos comunistas italiano, francés y español no mencionan para nada a los revisionistas chinos, todo el rigor de su lucha lo dirigen contra Marx, Engels, Lenin y Stalin y cuando sus objetivos lo requieren lanzan algún que otro ataque a los revisionistas soviéticos. Con los revisionistas chinos convergen en todos los frentes. Estos últimos luchan por una alianza con los Estados Unidos, con los países capitalistas desarrollados, con las camarillas dominantes de los países neocoloniales. Tal alianza es propugnada también por los renegados eurocomunistas. El hecho es que la política exterior china coincide enteramente con la política que preconizan los eurocomunistas de cara a la unidad de los partidos revisionistas con los regímenes burgués-capitalistas en el poder. Igualmente los revisionistas chinos y el Partido Comunista de China están por el pluralismo en el socialismo. Los partidos de la burguesía en China no sólo tienen existencia legal, sino que comparten el poder y la dirección con el partido comunista, el cual no puede vivir ni dirigir sin contar con su colaboración. En estas cuestiones fundamentales los revisionistas chinos están de acuerdo con los revisionistas europeos.
Por otro lado, en China, a la par con el sector capitalista de Estado, existen empresas privadas chinas, empresas privadas mixtas con capitales chinos y extranjeros, empresas privadas extranjeras, sectores cooperativistas, etc. Esto coincide enteramente con la «tercera vía», con el «socialismo» preconizado por los eurocomunistas.
Mao Zedong había enunciado su teoría de «las cien flores y las cien escuelas». ¿Qué significa esto? Esto significa que en China se permiten y se desarrollan todas las ideas, idealistas, socialdemócratas, republicanas, religiosas, etc. «Que compitan todas las escuelas», esto es dialéctico, dice Mao Zedong, y dado que el pluralismo sería dialéctico, cosa que sostienen también los eurocomunistas, entonces la marcha al socialismo se emprendería también con la burguesía y en unidad con ella y sus partidos, en paz y en emulación pacífica.
Si en China existen partidos burgueses que comparten la dirección con el partido comunista esto significa que el Estado no puede ser un Estado de dictadura del proletariado, sino un organismo híbrido que, si de palabra es un Estado de dictadura del proletariado, de hecho es una democracia burguesa.
La práctica china responde a la línea de los eurocomunistas y sirve para «confirmar» que es posible marchar al «socialismo» sin recurrir a la revolución ni a la dictadura del proletariado. Alguien podrá decir: «pero China ha ido al socialismo mediante la revolución», «en China existe la dictadura del proletariado», etc. Esto no corresponde en absoluto a la realidad. Si bien es cierto que China, luchó contra los ocupantes japoneses combatió al Kuomintang, en este país jamás se instauró la dictadura del proletariado ni se edificó el socialismo. El poder en China era denominado dictadura del proletariado, pero su contenido era diferente y hoy vemos cómo las máscaras que utilizaba el Partido Comunista de China y el Estado chino están rodando por los suelos. Después de la muerte de Mao Zedong, que era un ecléctico, y de Chou En-lai, que era un demócrata burgués, vemos que China revela sus verdaderos rasgos, y aparece como una república burguesa y un Estado imperialista.
En cuanto a las divergencias que los eurocomunistas tienen con los revisionistas soviéticos acerca del carácter del Estado en el socialismo, hay que decir que no tienen en absoluto un carácter de principios. Atacan al Estado soviético revisionista, presentándolo como una deformación, y pretenden que ni Marx, ni Engels aprobarían semejante Estado y que ni el propio Lenin encontraría justas muchas cosas. Mas esto no deja de ser una trivial especulación. El actual Estado soviético no es un Estado socialista. Se ha transformado en una dictadura de la burguesía revisionista, que oprime y explota a las masas trabajadoras. Con esta especulación los eurocomunistas tratan de demostrar que su línea pluralista es la única línea «científica marxista», la única línea adecuada para la edificación del socialismo auténtico. Según ellos, esta línea es una consecuencia dialéctica del desarrollo materialista de la historia, que Marx y Engels «no habían previsto», y «tampoco Lenin». Son pues Berlinguer, Marchais, Carrillo y otros revisionistas de Europa Occidental, los que habrían descubierto este desarrollo y que vanagloriándose dicen que: «somos los que vemos la verdadera transformación de la sociedad y analizamos a fondo los fenómenos del mundo actual». En realidad, se oponen a toda transformación revolucionaria. Quieren conservar la actual sociedad burguesa de «consumo», preservar la dominación del capitalismo y la explotación de los trabajadores. Este es su ideal y su objetivo, y por él trabajan y luchan. Lo demás es sólo propaganda, demagogia, mistificación, son medios que la burguesía emplea en su lucha contra el socialismo y la revolución.
La «independencia» de los eurocomunistas es dependencia del capital y de la burguesía
La lucha contra el imperialismo en general y sus instrumentos dentro de cada país es una de las cuestiones fundamentales de la estrategia de cada partido comunista y una de las condiciones decisivas para la victoria de toda revolución, tanto si es democrático-popular, antiimperialista o socialista. Al mismo tiempo la actitud hacia el imperialismo sirve también como piedra de toque para apreciar política e ideológicamente toda fuerza política que actúa tanto en el marco nacional de cada país, como a escala internacional. En una palabra, la actitud hacia el imperialismo ha sido y sigue siendo una línea de demarcación que separa a las auténticas fuerzas revolucionarias, patrióticas y democráticas, por un lado, y las fuerzas de la reacción, la contrarrevolución y la traición nacional, por el otro.
¿Cuál es la actitud de los eurocomunistas en esta cuestión vital y con una importancia de principios tan grande?
A partir del XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética de 1956, cuando Nikita Jruschov planteó la línea de la reconciliación y acercamiento con el imperialismo estadounidense y tomó esto como una línea general para todo el movimiento comunista, los partidos revisionistas de los países de Occidente abandonaron toda posición antiimperialista, tanto en el plano teórico, como en el práctico. Fue como si hubieran esperado liberarse de las cadenas para correr hacia la reconciliación con la gran burguesía imperialista, colonialista y neocolonialista. La nueva estrategia que Jruschov presentaba para el movimiento comunista era lo que deseaban desde hacía tiempo los dirigentes de los partidos comunistas occidentales, era lo que había empezado a llevarse a la práctica, pero que todavía no había obtenido, digamos, un certificado oficial.
Ya antes del XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, a causa de las diversas vacilaciones y concesiones, en Francia, en Italia, había comenzado a descender la lucha contra la OTAN, contra el rearme y la reanimación del imperialismo alemán, contra la injerencia del capital estadounidense y contra sus bases militares en Europa, etc. Y si algo se hacía en esta época, ese algo quedaba reducido al terreno de la propaganda, mientras que las acciones no se veían por ninguna parte. El Partido Comunista Francés se encontraba, respecto a la cuestión argelina, casi en las mismas posiciones que los partidos burgueses del país. Pero su chovinismo y nacionalismo en esta cuestión ablandaba cada vez más su actitud hacia el gran aliado de la burguesía francesa, el imperialismo estadounidense, hacia su expansión política y económica. Puesto que se defendía la «Argelia francesa», también sería defendida la «África francesa», se haría la vista gorda y oídos sordos ante la «Asia inglesa» y la «América estadounidense».
Los revisionistas italianos, que trataban por todos los medios de convencer a la burguesía de su sinceridad y lealtad, se esforzaban en probárselo precisamente no oponiéndose a la política exterior del gobierno democristiano, que consistía en la alianza incondicional con el imperialismo estadounidense, en la total sumisión a la OTAN, en abrir las puertas al gran capital estadounidense y transformar el país en una gran base militar de los Estados Unidos.
En cuanto a los revisionistas españoles, toda su preocupación en aquella época era legalizar su partido y regresar a España. Pensando que la «democratización» de su país sólo podría lograrse bajo la presión de los Estados Unidos, que, según ellos, estaban interesados en suprimir el «obstáculo» del fascista de Franco, no querían ver en absoluto pues, ni mucho menos combatir, la política expansionista y hegemonista estadounidense.
Las «vías nacionales hacia el socialismo» que los partidos revisionistas de los países de Europa Occidental adoptaron inspirados por el XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, les conducían no sólo a la sumisión a la burguesía nacional, sino también a la internacional, y en primer lugar al imperialismo estadounidense. Además, era natural que la renuncia al marxismo-leninismo, a la revolución y al socialismo fuese acompañada del abandono de los principios del internacionalismo proletario, de toda ayuda y respaldo a los movimientos revolucionarios y de liberación.
Si los partidos comunistas francés, italiano y español comenzaron un gradual distanciamiento respecto a la Unión Soviética, a criticar a Moscú en algunos aspectos de su política interior y exterior, a desaprobar algunas de sus acciones en las relaciones internacionales, jamás llegaron a caracterizar y a denunciar la Unión Soviética de hoy como un país imperialista. Cierto que condenaron, por ejemplo, su agresión a Checoslovaquia, pero aprobaron, en cambio, sus intervenciones en África; exigieron la retirada de su flota del Mediterráneo, pero guardan silencio ante el envío de armas soviéticas a todos los confines del mundo. La política soviética, según los eurocomunistas, es antidemocrática en el interior del país, pero en el exterior es en su conjunto socialista, antiimperialista. Una postura de este tipo ha hecho y hace que los partidos eurocomunistas, no obstante alguna oposición, vengan respaldando por lo común la política expansionista y hegemonista de la Unión Soviética.
De este modo, los partidos revisionistas de Europa Occidental, a la vez que defensores del régimen burgués de sus respectivos países, se han hecho combatientes no menos ardientes de la defensa del sistema imperialista a escala internacional. Los eurocomunistas se convirtieron en defensores del status quo burgués-imperialista en todos los frentes.
Si en lo que concierne a los problemas internos los eurocomunistas conservan todavía algún disfraz, tratan de hacerse pasar por adversarios, aunque indecisos, de la burguesía y del régimen capitalista, en la correlación a nivel mundial entre la revolución y el capitalismo internacional, entre los pueblos oprimidos y el imperialismo, entre el socialismo y el capitalismo, declaran ser contrarios a todo cambio.
Los partidos revisionistas de Italia, Francia, España y los otros partidos de la corriente eurocomunista se han transformado actualmente en fuerzas políticas proimperialistas, que por su línea y sus acciones no se diferencian en nada de los partidos burgueses de estos países. Tomemos su actitud hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte y el Mercado Común Europeo que representan dos de las bases políticas, económicas y militares en las que se apoya y a través de las cuales se realiza la dominación de la gran burguesía europea y la hegemonía del imperialismo estadounidense en Europa.
Desde su creación hasta hoy, la OTAN no ha cambiado ni de naturaleza, ni de planes, ni de objetivos. Los acuerdos firmados en 1949 continúan en vigor. Todos saben por qué fue creado el Pacto del Atlántico y por qué lo mantienen en pie. Pero aun si no se supiese, lo recuerdan a diario tanto el Pentágono como los estados mayores de Bruselas. La OTAN ha sido y sigue siendo una alianza política y militar del gran capital estadounidense y europeo para defender ante todo el sistema y las instituciones capitalistas de Europa, para impedir que la revolución estalle y ahogarla en sangre en caso de que avance. Esta organización contrarrevolucionaria es por otra parte un guardián armado del neocolonialismo y de las zonas de influencia de las potencias imperialistas y un arma al servicio de su expansión política y económica. Tener esperanzas de transformar la sociedad capitalista europeo occidental y edificar el socialismo aceptando la OTAN y las bases estadounidenses, significa soñar despierto. Los esfuerzos de los eurocomunistas por destacar tan sólo la función antisoviética de la OTAN, silenciando su misión de oprimir la revolución en Europa Occidental, tienen por objeto engañar a los trabajadores, impedir que vean la realidad.
Los eurocomunistas no quieren ver la existencia de un gran problema nacional, la cuestión de la dominación estadounidense en Europa Occidental y la necesidad de rechazarla. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, el imperialismo estadounidense mantiene amarrada esta parte de Europa con todo tipo de cadenas, políticas, económicas, militares, culturales, etc. Sin romper estas cadenas es imposible instaurar no sólo el socialismo, sino tampoco la democracia burguesa que los eurocomunistas ponen por las nubes. El capital estadounidense ha penetrado tanto en Europa, se ha entrelazado tanto con el capital local que ya no se distingue dónde comienza uno y termina el otro. Los ejércitos europeos se han integrado de tal modo en la OTAN, dominada por los estadounidenses, que prácticamente han dejado de existir como fuerzas nacionales independientes. Un proceso de integración cada vez mayor se está dando asimismo en el campo financiero y monetario, tecnológico, cultural, etc.
Es verdad que entre los países europeos miembros de la OTAN y los Estados Unidos existen contradicciones de diversa índole, contradicciones normales e inevitables entre los grandes grupos y agrupaciones capitalistas, pero de hecho, en todas las grandes cuestiones políticas y económicas a escala mundial los países de la OTAN siempre se han sometido a Washington. La gran burguesía europea, al igual que todas las demás burguesías, cuando se trata de optar entre sus intereses de clase y los intereses nacionales siempre tiende a sacrificar estos últimos. Por esta razón los comunistas han luchado en todo momento en defensa de los intereses nacionales, viéndolos estrechamente ligados a la causa de la revolución y del socialismo.
El que los eurocomunistas nieguen la existencia en sus países de un problema nacional, concretamente la necesidad de luchar contra la dominación y el dictado estadounidense y de consolidar la independencia y la soberanía nacionales, es otra prueba de su degeneración política e ideológica, de su traición a la causa de la revolución. Ahora los revisionistas italianos no sólo insisten en que Italia siga en la OTAN, sino que se han hecho más atlantistas que los democristianos y los otros partidos burgueses pro-estadounidenses:
«La permanencia de Italia en la Alianza Atlántica, se debe a la necesidad de conservar el equilibrio de potencia del cual depende la salvaguardia de la paz en Europa y en el mundo». (Partido Comunista Italiano; La política y organización de los comunistas italianos; Tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Con esta tesis los berlingueristas dicen a los trabajadores: no se opongan a la OTAN, no exijan que los estadounidenses se marchen de Nápoles, Caserta, no denuncien la instalación de cohetes con ojivas nucleares cerca de sus viviendas, no protesten contra el estacionamiento de los aviones estadounidenses en los aeropuertos italianos, prestos a despegar hacia donde los intereses de los imperialistas estadounidenses se vean afectados. No importa, dicen los revisionistas italianos, que se sacrifiquen los intereses nacionales de Italia en nombre de la política hegemonista estadounidense, que Washington dicte quién y cómo debe gobernar Italia, y en un extremo, que el fuego atómico arrase toda Italia, basta que se conserve el equilibrio entre las superpotencias.
La tesis del equilibrio entre las grandes potencias, como factor y medio para salvaguardar la paz, es una vieja consigna imperialista que el mundo y sobre todo Europa conoce de sobra. Con esta tesis siempre se ha pretendido justificar la política hegemonista de las grandes potencias imperialistas, el derecho que se arrogan de inmiscuirse en los asuntos internos de los demás y de mantenerlos dominados.
Admitir la necesidad de la existencia y del fortalecimiento de los bloques imperialistas como medio para salvaguardar la paz, tal como dicen los revisionistas, significa aprobar también su política. Si los bloques militares imperialistas existen, no es para salvaguardar la paz y defender la libertad, la independencia o la soberanía de los países miembros, como pretenden hacer creer los revisionistas eurocomunistas, sino para arrebatárselas, para preservar la dominación y la hegemonía de las superpotencias en estos países. Es sabido que uno de los principales objetivos del imperialismo estadounidense al crear la OTAN fue el de defender con su política, pero también recurriendo a las armas, los intereses del capital y de los Estados Unidos en Europa y reprimir a sangre y fuego toda revolución que pudiera estallar en ella. Estos objetivos de la OTAN son los que precisamente apoyan los revisionistas eurocomunistas.
La política de los bloques es la política agresiva de las superpotencias, que emana de su estrategia expansionista y hegemonista, de sus objetivos de establecer la dominación global y exclusiva en todo el mundo. Los eurocomunistas no ven o no quieren ver esta naturaleza rapaz del imperialismo, porque según sus «teorías», el gran capital, que es la base del mismo, está «democratizándose», haciéndose «popular», porque la gran burguesía se está «integrando en el socialismo»
Tampoco los revisionistas franceses se diferencian de sus hermanos italianos en lo que respecta a su fidelidad a la OTAN, pero para ir al unísono con los giscardianos o los gaullistas defienden también la posición preferencial que debe tener Francia en estas organizaciones. A su vez, el partido de Santiago Carrillo no ceja en sus intentos de convertirse en el abanderado del ingreso de España en la OTAN. Así, el frustrado sueño de Franco podría realizarse al fin.
El Mercado Común Europeo y la «Europa unida», esta gran unión de los monopolios capitalistas y de las sociedades multinacionales para explotar a los pueblos y a las masas trabajadoras de Europa y del mundo, son para los eurocomunistas una «realidad» que debe ser admitida. Pero admitir esta «realidad» significa admitir la supresión de la soberanía y de las tradiciones culturales y espirituales de los diversos países europeos en favor de los intereses de los grandes monopolios, la liquidación de la personalidad de los pueblos europeos y su transformación en una masa de oprimidos por las multinacionales, dominadas por el gran capital estadounidense.
Las consignas de los eurocomunistas de que su participación en «el parlamento y en los otros organismos de la comunidad europea conducirá a la transformación democrática» y a la creación de una «Europa de los trabajadores», son puro engaño y demagogia. Tal como la sociedad capitalista de cada país no puede transformarse en una sociedad socialista a través del «camino democrático», Europa tampoco puede llegar a ser socialista a través de los discursos que los eurocomunistas pronuncian en las reuniones propagandísticas del parlamento de la «Europa unida». Por eso la actitud de los eurocomunistas hacia el Mercado Común Europeo y la «Europa unida» es una actitud propia de oportunistas y esquiroles, que emana de su línea de reconciliación de clase y de sumisión a la burguesía, y tiende a desorientar a las masas trabajadoras, contener su ímpetu combativo en defensa de sus propios intereses de clase y los de la nación entera.
La ideología reformista, la sumisión a la burguesía y la capitulación ante la presión imperialista han transformado a los partidos eurocomunistas no sólo en partidos antirrevolucionarios, sino también en partidos antinacionales. Rara vez se puede encontrar, incluso en las filas de la burguesía, personas que se autodenominen políticos, y que acepten el concepto de «soberanía limitada», tal como hace Santiago Carrillo:
«Somos conscientes de que esa independencia será siempre relativa». (Santiago Carrillo; Eurocomunismo y Estado, 1977)
En la España «democrática y socialista», programada por él:
«La inversión de capitales extranjeros y el funcionamiento de las multinacionales no serán obstaculizados». (Santiago Carrillo; Eurocomunismo y Estado, 1977)
Y añade:
«Tendremos que pagar un tributo en plusvalía al capital extranjero durante bastante tiempo. (...) Pero esto facilitará el desarrollo de aquellos sectores que conviene al interés nacional». (Santiago Carrillo; Eurocomunismo y Estado, 1977)
Con sus actitudes en defensa de los monopolios y de los intereses de las potencias imperialistas, los eurocomunistas se han opuesto a las tradiciones antiimperialistas y democráticas de los obreros franceses, españoles e italianos. Se han opuesto también a las tradiciones patrióticas y a la lucha que los trabajadores y los hombres progresistas de estos países han librado en contra de la OTAN, las bases estadounidenses en Europa, las injerencias y las presiones del imperialismo estadounidense. Los eurocomunistas abandonaron estas posiciones y pasaron al campo de la reacción.
La idea de la reconciliación de clases y del sometimiento a la dominación extranjera que penetra toda la línea política e ideológica de los eurocomunistas queda patente también en la actitud que adoptan hacia los movimientos revolucionarios, de liberación nacional y antiimperialistas. Al no estar por la revolución en su propio país, tampoco están por la revolución en los otros países. No buscan debilitar a la burguesía imperialista y neocolonialista de sus países, por lo tanto jamás pueden considerar la revolución en los países oprimidos como una ayuda directa al desmoronamiento del sistema capitalista. Para ellos no existen el proceso único de la revolución, los vínculos naturales de sus diversas corrientes, la necesidad de la ayuda mutua.
Alguna vez para salir del paso, con fines propagandísticos, hacen alguna que otra alusión a favor de los movimientos antiimperialistas. Pero esto se queda en frases vacías, sin un contenido concreto y sobre todo no va acompañado de acciones políticas. Su «respaldo» es fundamentalmente una pose en cierto modo «izquierdista», una manera de estar a la moda y hacerse pasar por progresistas, demócratas.
En su actitud hacia el movimiento revolucionario y de liberación, los eurocomunistas, en su conjunto, han hecho suya la ideología del no alineamiento, la cual les viene al pelo para justificar la sumisión de los pueblos a la dominación de las potencias imperialistas y presentar el neocolonialismo como la vía que permite a los países excolonias salir de la pobreza y asegurar su desarrollo. Los revisionistas italianos escribieron en su último congreso que el:
«Momento fundamental de la lucha por la paz, por la cooperación internacional y por una política de coexistencia pacífica es cada vez más el esfuerzo por la construcción de un nuevo sistema y orden internacional, también en el campo económico». (Partido Comunista Italiano; La política y organización de los comunistas italianos; Tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)
Estos revisionistas son consecuentes en su línea oportunista. Al igual que buscan reformar el régimen capitalista en el interior del país, piensan que con algunas reformas se puede modificar el carácter explotador de las relaciones económicas internacionales del sistema capitalista. Acerca del nuevo orden económico mundial, o de lo que imaginan los eurocomunistas, también habla Santiago Carrillo. Incluso lo hace de modo más explícito:
«De todos modos, hay que partir de una realidad objetiva: que pese a que el imperialismo ya no es el sistema único mundial, sigue existiendo un mercado mundial, que se rige por las leyes objetivas del intercambio de mercancías, leyes, en definitiva, capitalistas». (Santiago Carrillo; Eurocomunismo y Estado, 1977)
Según Carrillo estas «leyes» objetivas capitalistas no pueden cambiar ni sustituirse tampoco en las condiciones del socialismo. Para «argumentar» esta tesis toma como ejemplo el carácter capitalista de las relaciones económicas entre los países revisionistas. En otras palabras, según Carrillo, resulta inútil que los pueblos se alcen en lucha contra la opresión nacional y neocolonialista, contra los intercambios desiguales entre los países capitalistas desarrollados y los poco desarrollados, que se traducen sobre todo en el feroz saqueo de las materias primas de estos últimos. Este es el régimen internacional que Santiago Carrillo busca preservar y que Enrico Berlinguer trata de darle algún retoque para que parezca joven y bien parecido.
Una línea que está en oposición con los verdaderos intereses nacionales del país, una línea que defiende la hegemonía y la expansión imperialista, que elogia el neocolonialismo y canoniza la explotación capitalista extranjera está condenada al fracaso. Las leyes objetivas de desarrollo de la historia son inmutables. El nuevo orden mundial por el que combaten el proletariado y los pueblos, no es el orden imperialista que pregonan los eurocomunistas, sino el orden socialista al que pertenece el futuro.
La actitud de los partidos revisionistas italiano, francés y español hacia la Unión Soviética y sus relaciones con este país, se han convertido en los últimos años en un importante objeto de discusión e interpretación por parte de toda la burguesía internacional. Los esfuerzos de los eurocomunistas por mostrarse «independientes» de Moscú, «originales», e incluso adversarios de la Unión Soviética en apariencia para engañar a la burguesía de sus países, tienen de hecho como objetivo embaucar al proletariado de sus países y al proletariado internacional. No se excluye en absoluto la posibilidad de que sea una maniobra de los revisionistas soviéticos para hacer creer que tienen diferencias y contradicciones profundas y de «principio» con los partidos comunistas de Europa Occidental, en particular con los partidos italiano y francés, con el fin de propiciar la participación de estos partidos en los gobiernos burgueses de sus países. Si esto se lograra, redundaría en interés del socialimperialismo soviético, en interés de su dominación mundial, porque debilitaría a sus rivales, acrecentando la influencia y la hegemonía de la Unión Soviética en los diversos países. Los revisionistas jruschovistas necesitan esto también para apoyar su tesis antimarxista de la «toma del poder por la vía pacífica», y «probar» así lo que no pudo probarse en Chile. En el XXVº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Leonid Brézhnev señaló que la experiencia chilena no invalida la teoría de la toma del poder por la vía parlamentaria.
Por otro lado, el eurocomunismo es una especie de idea que encaja perfectamente en la gran burguesía capitalista europea, la cual incita e inflama por todos los medios las contradicciones entre los eurocomunistas y los socialimperialistas soviéticos en su interés por debilitar la potencia ideológica revisionista y la influencia de la Unión Soviética. Trata de presentar el revisionismo italiano, español, francés, etc., como un bloque ideológico que se está creando en Europa contra el bloque revisionista soviético. Y puesto que se trata de una agrupación ideológica antisoviética, se comprende que este eurocomunismo está bajo la influencia de la burguesía reaccionaria de los países industrializados de Europa.
Como quiera que sea, al Kremlin no le agradaría que el eurocomunismo se saliera completamente de su influencia. Por eso la propaganda que se ha montado en Occidente en torno al eurocomunismo, presentándolo como corriente ideológica «independiente» enciende las iras de Moscú. y esto se debe también a que así se hace pública la escisión que de hecho existe, ya desde hace tiempo, entre los partidos revisionistas de Europa Occidental y el partido revisionista de la Unión Soviética y sus satélites de Europa Oriental.
Entre estos partidos no ha habido, no hay ni habrá unidad. Pero al Partido Comunista de la Unión Soviética, le interesa que externamente se note una cierta unidad entre los partidos revisionistas, no sólo de Europa, sino también de todo el mundo. El Partido Comunista de la Unión Soviética, disimulando sus verdaderas intenciones, trata de conservar su hegemonía ideológica sobre todos los demás partidos revisionistas del mundo. Está ansioso de firmar declaraciones y comunicados conjuntos con los otros partidos revisionistas para aparentar que existe la unidad con ellos y el respeto hacia la dirección soviética.
Fisuras y desacuerdos entre el Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Francés por un lado y los revisionistas jruschovistas por el otro, han existido ya en la época de Palmiro Togliatti y de Maurice Thorez, y los desacuerdos y divergencias han venido aumentando y agrandándose continuamente. Sin embargo, jamás habían llegado a tal grado de exacerbación como en el presente. Ahora la agravación de sus relaciones ha salido a la luz. «Pravda» atacó a Santiago Carrillo y condenó el eurocomunismo. Santiago Carrillo a su vez respondió a Moscú en términos igualmente duros. Puso los puntos sobre las «íes» a la orientación ideológica y política revisionista de su partido y rompió los lazos de dependencia con el Partido Comunista de la Unión Soviética.
Después de la crítica de «Pravda» y de la respuesta de Santiago Carrillo, los revisionistas yugoslavos y su partido; o sea la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, asumió una apasionada defensa del Partido Comunista de España. Los revisionistas yugoslavos tomaron abiertamente la defensa de Carrillo, porque siempre han sido favorables a esta separación, a la ruptura de los partidos revisionistas con Moscú. Este ha sido su objetivo de siempre.
Los partidos revisionistas francés e italiano, por su parte, son algo más comedidos en esta polémica unas veces la endurecen, otras veces bajan el tono o la extinguen por completo. Esto no lo explica el que posean una «cordura» especial, sino, por lo que parece, es debido a la existencia de algunos vínculos materiales o de otra índole, que quieren conservar porque les aportan beneficios. Precisamente para mantener estos hilos anudados a fuerza de rublos, que existen desde hace tiempo entre ellos y los soviéticos, desean calmar un poco los ánimos e impedir que la polémica con los jruschovistas adquiera proporciones incontrolables. Las visitas de Enrico Berlinguer, Giancarlo Pajetta y otros a Moscú persiguieron este mismo objetivo. Los líderes revisionistas italianos declararon que iban a Moscú para explicar a los dirigentes soviéticos que entre ellos no debe existir una dura polémica y que Moscú no tiene derecho a inmiscuirse e intervenir en la línea de un partido comunista de otro país, ya que cada uno de estos partidos tiene derecho a definir su propia estrategia y su línea conforme a la situación del país y teniendo en cuenta, según dicen, también la experiencia del movimiento comunista internacional. Moscú está dispuesto a suscribir estas tesis, pero como contrapartida exige el reconocimiento de su «socialismo» y sobre todo la aprobación de su política exterior en sus principales direcciones. Cuando Georges Marchais aplaude la invasión soviética de Afganistán y presenta la política expansionista del Kremlin como la más alta expresión de la «solidaridad internacional», Leonid Brézhnev no puede por menos de recompensárselo aprobando la «vía democrática» tan querida por los revisionistas franceses y que por lo demás coincide enteramente con las tesis jruschovianas del XXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética.
Los partidos revisionistas italiano, francés y español, aunque actualmente tienen una estrategia idéntica, en sus tácticas presentan ciertas diferencias, debido a las peculiaridades de la burguesía en estos tres países. La burguesía francesa es una burguesía fuerte, una burguesía con una larga experiencia. Además tiene una gran potencia político-ideológica, sin hablar ya de su fuerza económica y de su potencial militar y policíaco. En cambio la burguesía italiana es menos poderosa que la francesa. No obstante detentar el poder, tiene bastantes puntos débiles. Esta situación ha permitido al partido revisionista italiano entablar negociaciones, establecer muchas formas de colaboración, incluso las parlamentarias, con los otros partidos, por no hablar de la colaboración a través de los sindicatos con la burguesía capitalista italiana y en primer lugar con su partido democristiano. Es por esta razón que el partido de Berlinguer trata de avanzar junto con la burguesía, haciendo al mismo tiempo una política que bascule entre Moscú y la burguesía de su país, a sabiendas de que también la burguesía italiana tiene sus intereses respecto a la Unión Soviética. No olvidemos las grandes inversiones que ha hecho en este país.
También la burguesía francesa, que conoce a la Unión Soviética revisionista, no marcha a ciegas en su política, como quisieran y como predican los revisionistas chinos, los cuales buscan que Francia agudice sus relaciones con la Unión Soviética. Naturalmente las relaciones entre estos dos países no son dulces que se diga, pero tampoco tensas como desearían los chinos. Mientras tanto también el Partido Comunista Francés, en su política de entendimiento con los socialistas, tiene cuidado de no oponerse a Moscú de manera abierta y categórica, sino de mantener con éste un cierto statu quo, en unos momentos en que trata de alinearse y unirse con la burguesía francesa.
Las cosas son diferentes con la burguesía española. Después del general Franco, el partido de Adolfo Suárez en el poder, la Unión de Centro Democrático, en colaboración con otros partidos, es el representante de una burguesía que tiene sus propias tradiciones, pero que más bien son tradiciones de dictadura fascista. Es una burguesía que ha pasado por muchas perturbaciones, que no le han permitido crear la estabilidad que ha creado la burguesía francesa y tras ella la burguesía italiana. Ahora está levantándose. Santiago Carrillo con su ideología revisionista se ha integrado en este proceso, en el proceso de la consolidación y del fortalecimiento de un régimen capitalista que mantiene estrechos vínculos con el imperialismo estadounidense y que está esforzándose por entrar en la OTAN, en la «Europa unida», etc. Todo esto limita el campo de maniobra tanto de la burguesía como del partido revisionista español, a cuyo juego con Moscú no le queda mucho espacio.
El eurocomunismo es también del agrado del Partido Comunista de China, como ideología y como actividad práctica. El Partido Comunista de China está de acuerdo tanto con la denominación como con el contenido de la línea de estos tres partidos. China en tanto que Estado y el partido que determina la línea y la estrategia de este Estado, marchan según las coyunturas mundiales, que varían sin cesar. El Partido Comunista de China ve en la agrupación llamada eurocomunismo un adversario ideológico de la Unión Soviética que considera el enemigo número uno.
Por eso China, al igual que apoya sin la menor vacilación, que sostiene sin la menor reserva a toda fuerza que se oponga a la Unión Soviética –con excepción de los marxista-leninistas y de los revolucionarios auténticos–, respalda y aprueba también el eurocomunismo. Hace tiempo que el Partido Comunista de China ha establecido lazos con Carrillo, como los está estableciendo también hoy con Berlinguer. Dio un paso en este sentido delegando al embajador chino en Roma como representante oficial del Partido Comunista de China al último congreso del Partido Comunista Italiano. Recientemente Enrico Berlinguer fue recibido en Beijing. No cabe duda de que establecerá vínculos también con el partido revisionista francés. Estos vínculos irán gradualmente aumentando y reforzándose. Esto es enteramente realizable cuando existen identidad de estrategia y tácticas similares. Si hay retrasos en establecer estrechas relaciones, la causa de ello es China, la cual teme avanzar muy de prisa en dirección a los partidos eurocomunistas para no enojar a los altos círculos de la burguesía dominante de estos países, y principalmente a los partidos de la derecha, a los que da la prioridad y considera como sus más estrechos aliados.
Los auténticos partidos marxista-leninistas de Europa y de todos los continentes no se dejan engañar por las tácticas y las maniobras de los revisionistas soviéticos, los cuales pretenden hacer ver que están en polémica y en oposición con el llamado eurocomunismo. No creen que entre ellos puedan encontrar alguna brecha. En sus principios los revisionistas no presentan brechas, pero sí en sus tácticas con el fin de realizar mejor su estrategia que tiende a la dominación global del revisionismo moderno sobre el proletariado mundial. Por eso, los partidos marxista-leninistas desenmascaran y combaten por igual tanto el revisionismo moderno soviético, como el yugoslavo, chino y eurocomunista. En esta cuestión no existe ni debe existir ninguna ilusión». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)
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