«Antes de continuar, habría que remarcar la historia de fantasía que en su día se montó la «Línea de Reconstitución» (LR) para explicar el nacimiento, desarrollo y éxito de los bolcheviques, y de porqué ellos no han tenido un camino ni remotamente similar.
En primer lugar, lo pintaron todo como si los bolcheviques hubieran contado con un contexto mucho más favorable al hoy existente −¡vaya mala suerte la nuestra!−: «Los marxistas hubieron de resolver tareas políticas muy similares a las que nosotros ahora tenemos planteadas, aunque relativamente más difíciles en nuestro caso, dada la actual crisis del marxismo». (La Forja, Nº33, 2005)
En segundo lugar, describieron que en la Rusia de aquellos días hubo durante diez años seguidos una progresión del estado de ánimo de las masas y el movimiento revolucionario (sic), un: «Estado de ánimo de las masas, en pleno movimiento ascendente desde 1895 −movimiento que culminaría con la revolución de 1905−». (La Forja, Nº33, 2005)
En tercer lugar, dieron a entender que tras la aparición de la ruptura entre mencheviques y bolcheviques en 1903, estos últimos vencieron automáticamente a los primeros −lo cual implica dejar a un lado los intentos de reconciliación y luchas entre ambos que habrían de venir, así como también ignorar muchas otras fracciones y escisiones que surgieron en lo sucesivo−: «Hacia 1903 los marxistas revolucionarios rusos debían cubrir el último tramo de su lucha de desenmascaramiento de las corrientes políticas oportunistas de la época». (La Forja, Nº33, 2005)
En cuarto lugar, por si esto no fuera poco, también se quejaron amargamente de que: «[Algunos] no ven que, en 1903, cuando se crea el primer partido marxista revolucionario ruso, la cuestión de la ideología y de la madurez política estaba relativamente garantizada por 10 años de experiencia política de los marxistas rusos y por el profundo conocimiento de la doctrina de los fundadores del Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia (POSDR)». (La Forja, Nº10, 1996)
Echemos un ojo a estos puntos, ya que ninguno es cierto al cien por cien.
En realidad, los «reconstitucionalistas» siempre han exagerado las dificultades de su época particular −a fin, claro está, de maquillar sus pobres resultados hasta ahora y no hacerse cargo de ellos−, olvidando mencionar las ventajas con las que ellos cuentan que los revolucionarios rusos y otros nunca tuvieron. ¿Cuáles? Empezando con que hoy, en plena era digital, con un par de clics cualquiera puede tener a su disposición las obras completas de casi cualquier autor; con que en el presente todo hijo de vecino puede ir a la biblioteca de la esquina a estudiar tranquilamente a sus referentes; o con que uno puede en su casa o en la copistería de en frente de su barrio imprimir cualquier cosa sin mayor problema. ¿Se imaginan lo que pensarían las figuras del siglo XIX y XX de nuestras enormes facilidades en este sentido? En cambio, ¿a qué tipo de obstáculos se enfrentaron nuestros predecesores cuando deseaban formarse ideológicamente? No era extraño que el material formativo se redujese a unos cuantos libros que iban pasando por las manos de todos los compañeros, siendo estos, no pocas veces, una pobre traducción casera o una traducción profesional que, al ser de las primeras ediciones, también dejaba mucho que desear. ¿Y qué decir cuando surgían dudas sobre temas donde no había referencia a mano? Allí la máxima referencia era consultar a alguien que hubiera tenido el privilegio de leer algo del tema en algún momento remoto de su vida, momento en el que dicho sujeto debía ejercer un arduo trabajo de memorística para rescatar cuales eran los argumentos de ese texto sin incurrir en invenciones o distorsiones, y después de todo razonar si estaba en lo cierto o no. ¡Casi nada!
Huelga decir que estos militantes y simpatizantes se exponían a largas penas de prisión por ser descubiertos con propaganda subversiva. Como recordó Madeleine Worontzoff en su obra «La concepción de la prensa de Lenin» (1979): «En 1885 cayó el primer órgano socialdemócrata, «Rabotchi», en 1897, el órgano de la Unión de lucha por la liberación de la clase obrera, es obligado a refugiarse en el extranjero ya a partir del segundo número; mientras en 1898, la «Rabotchaia Gasieta» es prohibida por la policía». Mismamente, en lo referente a otros competidores o rivales, los bolcheviques tuvieron que desarrollar todos sus combates ideológicos bajo la lupa de la represión zarista, con sus registros, arrestos, exilios y ejecuciones. ¿Y qué decir de la financiación, en aquel entonces obligatoria para difundir la palabra? En su «Carta a A. A. Bodganóv» (10 de enero de 1905) un Lenin de «excelente estado de ánimo» notificaba que para la puesta en marcha de «Vperyod»: «Necesitamos 400 francos −150 rublos− por número, y sólo tenemos 1.200 francos en total», pidiendo expresamente la colaboración de hombres de «posibles» como Gorki, pues: «durante los primeros meses necesitamos ayuda angustiosamente».
¿Y la distribución? Pues por si lo anterior fuera «peccata minuta», no hemos de olvidar que «Iskra» y otros que vinieron después, ese «periódico para todo el país», no solo era producido en Moscú, Kiev, Riga, Bakú o Tiflis, sino también gracias a las reuniones e imprentas ilegales que los bolcheviques tenían en zonas tan recónditas como Múnich, París, Londres, Bruselas o Ginebra. Luego todo este material era transportado e introducido subrepticiamente en las ciudades y pueblos a través de una red muy compleja de colaboradores, quienes forjaban, en palabras de Lenin, el necesario «intercambio de experiencias, de documentación, de fuerzas y recursos», es decir, la propia estructura del partido. Como relató O. Piatnitsky en su «Memorias de un bolchevique (1896-1917)» (1926), N. Krúpskaya en «Lenin, su vida, su doctrina» (1933) o N. Popov en «Resumen de la historia del Partido Comunista de la Unión Soviética» (1935), estos centros dirigentes solo pudieron realizar tal gesta gracias a los enlaces permanentes e intermediarios que habían tejido con el paso de los años, los cuales mantenían a los exiliados informados de lo que ocurría en el Imperio ruso, es decir, de la vida real en sus fábricas, sus campos, sus escuelas, etcétera. Si esto no hubiera sido así, gran parte de la agitación y propaganda hubiera perdido su efecto, no cabe duda. Se suele decir que las comparaciones son odiosas; ¿se imaginan cuantos falsos «bolcheviques» de hoy podrían mantener algo ligeramente parecido? Pocos o ninguno, dado que han demostrado no ser capaces de ponerse de acuerdo para llevar a cabo una publicación mensual online u offline con todas las facilidades de la legalidad y la tecnología actuales. Por no ser, algunos no son capaces ni de mantenerse informados de la actividad que mantiene su compañero que vive a dos cuadras o en la ciudad más próxima.
¿Acaso estos señores han estudiado realmente las dificultades con las que se toparon los bolcheviques, sus avances y retrocesos? No lo parece, ya que parecen ignorar adrede que el «¿Por dónde empezar?» (1901) de Lenin estuvo motivado porque: «Nuestro movimiento, tanto en el sentido ideológico como en el sentido práctico, en materia de organización, se resiente, sobre todo, de dispersión, de que la inmensa mayoría de los [marxistas] están casi totalmente absorbidos por un trabajo puramente local, que limita su horizonte, el alcance de su actividad y su aptitud y preparación». De hecho, el «¿Qué hacer?» (1902) fue elaborado tanto para corregir: «Los intentos de hacernos retroceder en el terreno de la organización», como para esclarecer «las opiniones acerca del carácter y el contenido de la agitación política», que diferenciaba a los economistas de los revolucionarios. Un mes después del IIº Congreso del POSDR (1903), los mencheviques no aceptaron la nueva troika de redactores y boicotearon la edición de «Iskra», además para «restablecer la paz» exigieron una redistribución de puestos en la misma para volver a los seis miembros anteriores. ¿Qué argumentos presentó Lenin para no aceptar tal petición? En primer lugar, que «los seis» no se reunieron ni una sola vez entre 1900-03; en segundo lugar, que entre él y Mártov escribieron más del 84% de artículos en ese periodo. Además de todo esto, Lenin dejó claro en su «Carta a M. N. Ljadov» (10 de noviembre de 1903), que no iba a permitir una revocación de las resoluciones del congreso: «¡Nosotros tenemos que legalizar esa lucha por los puestos!» o «¿¿para qué sirven entonces los congresos del partido si las cosas se resuelven con el nepotismo en el extranjero, la histeria y los escándalos??».
Como indica Francisco Diez del Corral en su obra «Lenin, una biografía» (1999), tras el hecho decisivo de que Pléjanov decidiera ceder ante el chantaje de Mártov y aceptase la reincorporación de Potrésov, Zasúlich y Axelrod en la redacción, nos encontramos a un Lenin, totalmente derrotado por las circunstancias, que decidió abandonar «Iskra». Es en ese entonces cuando algunos de sus colaboradores como Noskov, Krassin, Gussarov y otros, «cansados de las fricciones», también se pasaron al bando de Mártov. Tan solo unos pocos fieles como Lengnik, Semliachka o Essen le siguieron apoyando en su empresa y crearían luego «Vperiod» en 1905 junto a Vorovski, Lunacharski y Olminski. Cuando se lleva a cabo la famosa redacción de «Un paso adelante, dos hacia atrás» (1904), esta surge tras «una lucha de seis meses» contra los mencheviques, que «en los momentos actuales, como nos han arrastrado hacia atrás en muy mucho, también en este punto hay que «repetir lo ya mascado». Lo visto hasta aquí desmonta suficientemente el relato «reconstitucionalista» de que había una enorme madurez política «relativamente garantizada por 10 años de experiencia política de los marxistas» que «desencadenaría en la revolución de 1905».
Por si esto fuera poco, desde la socialdemocracia alemana Rosa Luxemburgo se sumó a los ataques de Trotski, Axelrod, Pléjanov y Mártov sobre el jefe bolchevique, mientras los austriacos se negaron a dar a Lenin publicidad a sus contundentes respuestas. En medio de este panorama internacional, Lenin registró en emisiva «Al secretariado del Buró Socialista Internacional en Bruselas» (24 de julio de 1905) cómo su grupo tuvo que lidiar con la incomprensión de figuras de la talla de Kautsky, otro de los máximos referentes de Lenin, quien, por ejemplo: «También se dice imparcial y, sin embargo, en realidad llegó hasta a negarse a publicar en Neue Zeit la refutación de un artículo de Rosa Luxemburgo en el que ella defendía la desorganización en el partido» −se quiere al libro «Un paso hacia adelante, dos hacia atrás» (1904)−; inclusive Kautsky «¡¡¡aconsejó que no se difundiera el folleto alemán con la traducción de las resoluciones del IIIº Congreso (1903)!!». Estos líderes alemanes, como dejó constancia en su «Carta a A. V. Lunacharski» (11 de noviembre de 1907), no solo no eran conscientes de la transcendencia de esta lucha ideológica en ciernes, sino que también cometían equivocaciones sensibles en su país, por lo que Lenin señaló a sus allegados: «Usted está en lo justo al señalar que Bebel no tenía razón en Essen ni en cuanto al militarismo ni en cuanto a la política colonial −más exactamente, en cuanto al carácter de la lucha de los radicales en Stuttgart en torno a este punto−. Pero es preciso advertir que se trata de errores de un hombre con el que seguimos el mismo camino y que son corregibles». Esto le llevó a declarar en su «Carta a M. S. Kedrov» (11 de noviembre de 1907) que «El bolchevismo [está] aprendiendo no sólo de los alemanes sino en las faltas de los alemanes».
Esta reinterpretación de la historia en clave «reconstitucionalista» es un ejemplo muy útil de cómo se incurre en una correlación mecanicista y forzada de los episodios del pasado, y resulta curioso, puesto que ellos, que tanto critican los estragos analíticos de positivistas y althusserianos por su ridículo «concepto lineal de la historia», aquí parece que se olvidaron de los vaivenes en el estado de ánimo de las masas, las caídas de los militantes, el auge o ruina de la economía, la degeneración de los dirigentes bolcheviques, etcétera. Los cuales, ¡¡no se puede mantener igual o en completa ascendencia progresiva de 1883 a 1905 en todas partes!!! Si revisamos una vez más el «¿Qué hacer?» (1902) Lenin describe el año 1898 como un «período de dispersión, de disgregación, de vacilación», donde hubo una disonancia, ya que «la conciencia de los dirigentes cedió ante la magnitud y el vigor del crecimiento espontáneo», y en el cual el movimiento «era rebajado al nivel del sindicalismo». ¿Nota el lector cómo la «historia de los bolcheviques» de la LR no tiene nada que ver con la realidad? Además, los «reconstitucionalistas» no solo olvidan mencionar factores clave como la Guerra ruso-japonesa (1904-05) que contribuyó al hartazgo general, sino también el pequeñísimo «detalle» de que cuando finalmente se desata la «Revolución Rusa» (1905), resultó que en muchos lugares y momentos los acontecimientos pillaron por sorpresa a los bolcheviques, no pudiendo siempre hegemonizar el movimiento, que quedaría en manos de mencheviques y otros −quienes, por supuesto, lo harían fracasar−. Por no hablar ya del duro periodo que atravesaron nuestros protagonistas tras esta derrota −con las brutales dosis de desmoralización y desorganización que repercutió no solo entre las masas en general, sino también entre los dirigentes−.
Aun con todo, en la «Carta a Gorki» (7 de febrero de 1908), Lenin volvía a insistir en lo mismo: «Estoy persuadido de que el partido necesita ahora un órgano político que salga regularmente, que sea firme y aplique con energía la línea de lucha contra la disgregación y el abatimiento». En «A propósito de dos cartas» (13 de noviembre de 1908) advertía contra el desánimo y las falsas ilusiones: «Es precisamente en ese período, de 1905 a 1907, cuando se difundió en Rusia una masa de literatura [marxista] teórica seria −principalmente traducida− en una escala que todavía dará frutos»; por ende, «no debemos ser escépticos, no debemos imponer nuestra propia impaciencia a las masas». ¿Qué quería decir? Que, aunque se hubieran hecho grandes avances en la agitación y propaganda, aún quedaba muchísimo por hacer porque se partía desde muy abajo: «Tales cantidades de literatura teórica vertida en tan poco tiempo entre las masas vírgenes que hasta ahora apenas habían sido tocadas por un panfleto socialista, no se digieren de una vez, ha sido sembrado. Está creciendo. Y dará sus frutos, quizás no mañana ni pasado, sino un poco más tarde».
Esto no significa que las cosas mejorasen mucho en los siguientes años, en su «Carta A. M. Gorki» (9 de abril de 1910) volvía a describir las duras adversidades a las que se enfrentaban: «En el terreno práctico, la situación tremendamente difícil del partido y de toda la labor [revolucionaria], así como también la maduración de un nuevo tipo». Le resultaba «repugnante estar atascado en medio de toda esta situación «anecdótica», estas peleas y bochinches, angustias y «escoria»; observar todo esto es también repugnante». Pero «no podemos permitir que nos aplaste el desaliento». Por último, destacaba en qué forma seguían existiendo «factores serios y profundos» que «llevan a la unidad» pero que no se habían logrado del todo: «En el terreno ideológico, la necesidad de que la socialdemocracia [rusa] se depure de liquidacionismo y de otzovismo». Por si esto fuera poco, los socialdemócratas alemanes se negaron en 1912 a devolver a los bolcheviques el depósito financiero que dejaron en el exilio para financiar sus impresiones. En las elecciones a la IV Duma (1912), los bolcheviques apenas conseguirían seis escaños versus los siete de los mencheviques −muy lejos ambos de los 65 conjuntos que obtuvieron en 1907−.
Las consecuencias de este relato ficticio de la LR de los 90 sobre el nacimiento y desarrollo del bolchevismo son bien palpables entre sus seguidores actuales, quienes insisten en que: «@ZheIeznyakov: Para 1908 el bolchevismo ya contaba con una teoría de vanguardia terminada». (Zheleznyakov; Twitter, 7 de mayo de 2022)
Esta declaración es ya de por sí contraria al marxismo-leninismo. Ya Engels declaró en el «Anti-Dühring» (1878) que: «Un sistema que lo abarca todo, un sistema definitivamente concluso del conocimiento de la naturaleza y de la historia, está en contradicción con las leyes fundamentales del pensamiento dialéctico». Aunque parezca increíble, los llamados «reconstitucionalistas», si bien están día y noche advirtiendo del daño que ha hecho la «metafísica del positivismo» y sus «simplificaciones», tanto a nivel histórico como en la teoría del conocimiento, luego nos vienen con estas payasadas. Seamos generosos y pensemos que, por cuestión de la limitación de caracteres de Twitter, lo que este usuario quiso decir es que en los aspectos teóricos fundamentales los bolcheviques ya lo tenían claro. Esto tampoco sería cierto. Daremos solo unas notas finales que terminarán de derribar este castillo de naipes: a) en la exposición sobre la cuestión nacional, aunque hubiera atisbos clave en el programa bolchevique, la visión general no sería desarrollada tal y como lo conocemos hasta 1913-14 −sin olvidar otros temas, como la rectificación en torno al federalismo, de 1917−; b) la cuestión del imperialismo no se empieza a abordar concienzudamente hasta mucho después −véase en Lenin los «Cuadernos del imperialismo» (1916)−; c) la táctica y el programa militar para la revolución se vuelve a reformular de 1915 en adelante; d) la relación entre el partido de vanguardia y el arte también va evolucionando de igual manera −véase por ejemplo, los debates y posturas sobre Rapp y Prolekult de 1920-21−; e) en cuanto a la filosofía y su relación con los organismos de expresión revolucionarios, el jefe de los bolcheviques, Lenin, cambió su percepción a partir de 1908 −que ahora repasaremos−. Aunque esto es más que suficiente para echar abajo este discurso reduccionista de la LR, centrémonos en estos dos últimos puntos, ya que quizás sean los menos conocidos para el lector y son de notable interés para comprobar cómo evoluciona un pensamiento.
En el Lenin más joven, si bien repudiaba a los neokantianos y otros, la filosofía fue vista por él durante bastante tiempo como un «terreno neutral», y eso que, en 1904 había posibilitado el formar un bloque con Bogdánov −pese a sus discrepancias filosóficas y de otra índole−, le volvería a costar más de un disgusto a futuro por no entender del todo su conexión con el resto de fenómenos sociales. En aquel tiempo Lenin comentó a su amigo escritor en su «Carta a M. Gorki» (25 de febrero de 1908): «Considero que un artista de la pluma puede hallar muchas cosas útiles en cualquier filosofía», y añadió: «a mi parecer, sería una tontería imperdonable impedir la aplicación en el partido obrero de la táctica revolucionaria»… «a causa de las disputas en torno a materialismo o el empiriocriticismo». En efecto, un artista, un economista o un político puede encontrar cosas de «utilidad» en otra filosofía antigua o contemporánea −por los motivos que sean−, pero, ¿qué tiene que ver esto con el espíritu partidista en el campo de la filosofía que tanto caracterizó a Lenin y que todos conocemos? Poco o nada.
Esta postura inicial fue tan cándida y liberal que él mismo terminó corrigiéndola debido a la tozudez de los hechos. Ergo, fue solo entonces −febrero de 1908− cuando empezó −que no terminó− a rectificar su antigua visión: «Ahora considero absolutamente inevitable cierta pelea entre los bolcheviques sobre el problema de la filosofía». Los litigios en los periódicos y el surgimiento de nuevas fracciones le obligaron a ponerse al día de las disputas filosóficas en boga, leyendo con mayor detenimiento tanto a los empiriocriticistas −Mach− como a sus críticos −Plejánov−; considerando que la primera tendencia era muy peligrosa, y que la segunda no ajustaba las cuentas debidamente a ese intento de revisión del marxismo. En otra «Carta a M. Gorki» (16 de marzo de 1908) confesó: «Estoy descuidando el periódico a causa de mi pasión filosófica; hoy leo a un empiriocriticista y despotrico como una vendedora de mercado; mañana leo a otro y blasfemo como un carretero». En aquella época Lenin reportó a varios de sus allegados que no podía dejar de lado el estudio filosófico y que, aun no considerándose «lo bastante competente», se consideraba obligado a enfrentarse a esta moda del «empiriocriticismo», a la cual describió como una «variedad del agnosticismo».
De nuevo, ¿significa eso que hubo una ruptura total, de la noche a mañana se pasó de un extremo a otro, de la candidez e inexperiencia a la consciencia y coherencia absoluta? No. Incluso en esa carta a Gorki de febrero de 1908, Lenin todavía manifestó su esperanza de que: «Tanto de su experiencia artística como de la filosofía, aunque sea idealista, puede usted llegar a conclusiones que reporten un inmenso provecho al partido proletario». Llegó a recomendar que por el momento el periódico «Proletari» siguiera siendo «neutral ante todas nuestras divergencias en filosofía». Una prueba de que la filosofía sí penetraba en el arte y la política se refleja en «Acerca de la fracción de los adeptos a «Vperiod» (1910): «De todos los grupos y fracciones de nuestro partido, el grupo «Vperiod» es el primero que presenta una filosofía, por cierto, encubierta con un seudónimo. En esa plataforma figuran «la cultura proletaria» y «la filosofía proletaria». Y tras ese seudónimo se oculta el machismo, es decir, la defensa del idealismo filosófico aderezado con salsas diversas −empiriocriticismo, empiriomonismo, etcétera−, en «el campo de la política, el grupo ha calificado el otzovismo de «matiz legítimo». De hecho, Lenin se vería forzado a criticar a Gorki duramente durante estos años, e incluso, por el desarrollo natural de los acontecimientos y la dureza que alcanzó las luchas fraccionales, la amistad entre ambos estuvo a punto de truncarse, especialmente a causa de los coqueteos místicos y religiosos del escritor, quien solo en 1912 abandonó y comunicó el abandono de sus simpatías por los «empiriocriticistas» y «la construcción de Dios» −y más tarde, como todos sabemos, aun arrastrando varias dubitaciones más en el campo político, acabó convirtiéndose, al igual que Mayakovski, en uno de los artistas más prestigiosos del realismo socialista−.
Ya en «Materialismo y empiriocriticismo» (1909) advirtió a Lunacharski −futuro Comisario del Pueblo de Educación− lo peligroso que era tomarse con trivialidad estos temas: «No sois vosotros los que abordáis, desde vuestro punto de vista marxista −puesto que queréis ser marxistas−, cada viraje de la moda en la filosofía burguesa; es esta moda la que os aborda, la que os impone sus nuevas mixtificaciones al gusto del idealismo»; y por fortuna, el propio Lunacharski también se fue alejando de esa admiración progresiva de ciertas filosofías irracionales, místicas y vitalistas. Su mujer Krúpskaya, otra militante bolchevique, anotó en sus memorias «Lenin, su vida, su doctrina» (1933) sobre este periodo crucial de 1909: «Ilich e Innokenty tomaron muy en serio la lucha en el frente filosófico, pues los dos consideraban a la filosofía como un arma en la polémica»; cada vez más, ambos se acercaban a la idea de que «la filosofía se hallaba orgánicamente vinculada con el problema de evaluar todos los fenómenos, desde el punto de vista del materialismo dialéctico, y el problema de la lucha práctica en todos los campos».
Esta ambivalencia de Lenin en 1908 sobre el arte o la filosofía −como si fueran campos que no influyen ni condicionan las posiciones y simpatías políticas− era ciertamente extraño, ya que no tenía nada que ver con la postura que había expresado en otras ocasiones, como en «La organización del partido y la literatura del partido» (1905): «En oposición a las costumbres burguesas, en oposición a la prensa burguesa patronal y mercantil, en oposición al arribismo literario y al individualismo burgués, en oposición al «anarquismo aristocrático» y a la persecución de beneficios, el proletariado socialista debe preconizar el principio de una literatura del partido, desarrollarlo y aplicarlo bajo una forma tan plena y completa como sea posible»; «los periódicos tienen necesariamente que estar dentro de las organizaciones del partido», las «casas editoriales, los almacenes, las librerías y las salas de lectura, las bibliotecas y demás establecimientos han de ser empresas del partido, sometidas a su control». Más tarde, por ejemplo, en su «Carta a M. N. Pokrovski» (6 de mayo de 1921), manifestó a este famoso historiador su preocupación por el hecho de que el pintor realista Kiselis hubiera sido suprimido en favor de un autor futurista: «Le ruego que ayude en la lucha contra el futurismo» −corriente que por entonces profesaba el poeta Mayakovski−, «que quede acordado que a estos futuristas no se publique más de dos veces al año y no más de 1.500 ejs». También en su conocida obra «Sobre el materialismo militante» (1922) fue muy tajante. Allí señaló que si bien: «A cada paso las escuelas y escuelillas filosóficas, las tendencias y subtendencias filosóficas reaccionarias», no recomendaba ya las prebendas hacia ellas −por el bien de la «unidad del partido»−, sino que muy por el contrario pregonó la búsqueda de una «alianza con los representantes de las ciencias naturales modernas que tiendan al materialismo y no teman defenderlo ni predicarlo contra las vacilaciones filosóficas en boga». Es decir, se trataba de influenciar y atraer a los materialistas más o menos consecuentes, no en un pacto de no agresión con los idealistas, algo que también se recomendó en el campo del arte combatiendo las nocivas influencias de las nuevas vanguardias artísticas «el expresionismo, el futurismo, el cubismo, y todos esos ismos» −que tanto agradan a los «reconstitucionalistas»−. Véase la obra de Clara Zetkin «Recuerdos sobre Lenin» (1925).
Esto destroza el discurso manipulador construido posteriormente por los «praxiólogos» como Adolfo Sánchez Vázquez, seguidor e invitado de honor de la «Escuela de la praxis» de Petrović, Kangrga y Marković alojada en Yugoslavia. Este en sus «Notas sobre Lenin y el arte» (1970) llegó a decir que este autor no tendría un patrón claro a seguir en estos lares, pues, según él: «No se ha propuesto fundar teóricamente la estética marxista; no hay en él una fundamentación filosófica explícita de ella». E incluso añadió, en contra de lo que toda la evidencia que acabamos de ver, que para Lenin: «El partidismo cobra un nuevo sentido: ya no se trata de la vinculación orgánica a la causa general del proletariado a través de su subordinación al partido, sino de la toma de conciencia de la ideología socialista y de su encarnación en la actividad literaria». Sea como sea, este señor es de aquellos conformistas que se contenta con manifestar que un autor idealista lo suficientemente comprometido «no puede dejar de captar algún aspecto esencial de la realidad», pero no explica al lector porque solo es capaz de captar algún que otro «aspecto esencia» de la realidad. Para acabar, insiste en retrotraernos a cosas ya superadas: «Una línea táctica −de acción política práctica− no debe ser identificada con una línea filosófica. Se trata de dos niveles distintos, y no se puede pasar directamente de uno a otro». Este es un ejemplo de cómo por norma los revisionistas solo tratan de rescatar de la obra de Lenin lo que es contingente, equivocado y anecdótico. Y esto demuestra a su vez el gran error histórico de tratar con suma complacencia los intelectuales mediocres y veletas como él −o Sacristán− que tanto anidaron en las filas del Partido Comunista de España (PCE); aquellos que un día era los más feroces «stalinistas» −y justificaban todo lo que viniera de arriba− y al día siguiente declaraba que en la lucha contra el «titoísmo» los argumentos «no eran convincentes» −pero como buen lukacsiano, ¡se fingia estar de acuerdo!−. Aunque parezca una broma, entre los «reconstitucionalistas» son este tipo de filósofos abiertamente antiengelsianos y antileninistas −y antimarxistas de facto− los que son gratamente aplaudidos y recomendados. En el caso de Adolfo Sánchez Vázquez muchos le consideran: «@SergeiStepniak: Un intelectual orgánico, sin duda uno de los nuestros». (Deux Lignes; Twitter, 26 de abril de 2021).
Podríamos seguir y seguir hasta llegar a octubre de 1917, pero estaríamos comprobando igualmente cómo las dudas y concepciones necias a veces también se reflejaron entre estos dirigentes hasta cristalizar lo que hoy se conoce como los principios del bolchevismo. Cuestiones como la posición ante el «gobierno provisional», los «soviets», el «tránsito pacífico» o el qué hacer durante las «jornadas de julio» no siempre estuvieron tan claras, lo que deja claro que los cauces que desembocaron en la «Revolución Bolchevique» (1917) no fueron tan idílicos y sencillos como algunos piensan. Huelga decir que no existen ni existirán nunca figuras inmaculadas, sin borrones y sombras en su desempeño. Es más, el mérito de Lenin es que, dentro de todos sus patinazos y volantazos a lo largo de su vida, supo leer los acontecimientos adecuadamente, y por lo general, supo darse cuenta de los desajustes entre lo que pensaba y lo que sucedía objetivamente en ese momento; supo entender la diferencia y conexión entre posibilidad y realidad; supo rectificar sus conceptos, consignas o programa y persuadiendo a los que antes había convencido de lo contrario de las imprecisiones o equivocaciones que se habían tomado.
Esto no es un juicio inmisericorde o desagradecido, sino que se refleja en su propia obra escrita cuando, en su «El congreso de los socialistas italianos» (1912), reflexionando sobre el estallido de lucha interna entre la organización latina comentó lo siguiente: «Los dirigentes obreros no son ángeles, no son santos, no son héroes, sino hombres como todos»; lo que implica que «cometen errores, y el partido los corrige». Para demostrarlo puso un ejemplo de un dirigente germano que él mismo admiraba con fervor: «El partido obrero alemán ha tenido 0casión de corregir los errores oportunistas, hasta de tan destacados dirigentes, como Bebel; pero, como es normal si el implicado: «insiste en el error, si para defender el error se constituye un grupo que pisotea todos los acuerdos del partido, toda la disciplina del ejército proletario, la escisión resulta indispensable». Por tanto, como el jefe bolchevique dejó bien claro: «La escisión es una cosa grave y dolorosa, pero a veces resulta necesaria, y entonces toda debilidad, todo sentimentalismo es un crimen».
Para finalizar, hemos de decir que los juicios y análisis tan superficiales y mediocres que los «reconstitucionalistas» acostumbran a soltar con toda tranquilidad recuerdan demasiado a la clásica mentalidad que alberga el historiador burgués o politicastro de turno, esto es, aquel que arropado por su mínima preparación y conocimiento lanza todo tipo de afirmaciones categóricas sin miedo al ridículo. Abren y cierras periodos con una facilidad pasmosa amparándose en este o aquel error, sea verídico o especulativo, lo cual no solo puede llevar a confusión, sino que no explicaría ningún desarrollo positivo o negativo, ya que cualquier camino al éxito está repleto de equivocaciones y aprendizajes. En una ocasión, Lenin en su artículo «La victoria de los demócratas-constitucionalistas» (1906) replicó al publicista R. M. Blank de los «kadetes» −liberales− por pretender dar cátedra al público ruso sobre la historia del movimiento obrero internacional con comentarios igual de estúpidos, ante lo que el jefe bolchevique le preguntaba lo siguiente: «¿Acaso hubo algún período en el desarrollo del movimiento obrero, en la trayectoria de la socialdemocracia, en el que no se cometieran unos u otros errores, en el que no se advirtieran unas u otras desviaciones, fueran de derecha o de izquierda? La historia del período parlamentario de la lucha socialdemócrata alemana no abunda acaso en tales errores? Si el señor Blank no fuera un supino ignorante en los temas del socialismo, fácilmente se hubiera acordado de Mülberger, de Dühring, del asunto de la «Dampfersubvention», de los «jóvenes», del bemsteinianismo y de muchas, muchísimas cosas. Pero al señor Blank no le interesa estudiar el desarrollo real de la socialdemocracia». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
(*) Véase el subcapítulo: «La tendencia «igualatoria» y la tendencia «particularista» a la hora de abordar la historia» (2022).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
«¡Pedimos que se evite el insulto y el subjetivismo!»