«En la parte consagrada a la solución proudhoniana del problema de la vivienda hemos mostrado cuán directamente interesada está la pequeña burguesía en esta cuestión. Pero la gran burguesía también está muy interesada en ella, aunque de una manera indirecta. Las ciencias naturales modernas han demostrado que los llamados «barrios insalubres», donde están hacinados los obreros, constituyen los focos de origen de las epidemias que invaden nuestras ciudades de cuando en cuando. El cólera, el tifus, la fiebre tifoidea, la viruela y otras enfermedades devastadoras esparcen sus gérmenes en el aire pestilente y en las aguas contaminadas de estos barrios obreros. Aquí no desaparecen casi nunca y se desarrollan en forma de grandes epidemias cada vez que las circunstancias les son propicias. Estas epidemias se extienden entonces a los otros barrios más aireados y más sanos en que habitan los señores capitalistas. La clase capitalista dominante no puede permitirse impunemente el placer de favorecer las enfermedades epidémicas en el seno de la clase obrera, pues sufriría ella misma las consecuencias, ya que el ángel exterminador es tan implacable con los capitalistas como con los obreros.
Desde el momento en que eso quedó científicamente establecido, los burgueses humanitarios se encendieron en noble emulación por ver quién se preocupaba más por la salud de sus obreros. Para acabar con los focos de epidemias, que no cesan de reanudarse, fundaron sociedades, publicaron libros, proyectaron planes, discutieron y promulgaron leyes. Se investigaron las condiciones de habitación de los obreros y se hicieron intentos para remediar los males más escandalosos. Principalmente en Inglaterra, donde había mayor número de ciudades importantes y donde, por tanto, los grandes burgueses corrían el mayor peligro, se desarrolló una poderosa actividad; fueron designadas comisiones gubernamentales para estudiar las condiciones sanitarias de las clases trabajadoras; sus informes, que, por su exactitud, amplitud e imparcialidad, superaban a todos los del continente, sirvieron de base a nuevas leyes más o menos radicales. Por imperfectas que estas leyes hayan sido, sobrepasaron infinitamente cuanto hasta ahora se hizo en el continente en este sentido. Y a pesar de esto, el régimen social capitalista sigue reproduciendo [345] las plagas que se trata de curar, con tal inevitabilidad que, incluso en Inglalerra, la curación apenas ha podido avanzar un solo paso.
Alemania necesitó, como de costumbre, un tiempo mucho mayor para que los focos de epidemias que existían en estado crónico adquirieran la agudeza necesaria para despertar a la gran burguesía somnolienta. Pero, quien anda despacio, llega lejos, y, por fin, se creó también entre nosotros toda una literatura burguesa sobre la sanidad pública y sobre la cuestión de la vivienda: un extracto insípido de los precursores extranjeros, sobre todo ingleses, al cual se dio la apariencia engañosa de una concepción más elevada con ayuda de frases sonoras y solemnes. A esta literatura pertenece el libro del Dr. Emil Sax: «Las condiciones de vivienda de las clases trabajadoras y su reforma», Viena, 1869 [19].
He escogido este libro para exponer la concepción burguesa de la cuestión de la vivienda, únicamente porque en él se intenta resumir en lo posib]e toda la literatura burguesa sobre este tema. Pero, ¡bonita literatura la que utiliza nuestro autor como «fuente»! De los informes parlamentarios ingleses, verdaderas fuentes principales, se limita a citar los títulos de tres de los más viejos; todo el libro demuestra que el autor jamás a hojeado uno solo de estos informes. Cita, en cambio, toda una serie de escritos llenos de banalidades burguesas, de buenas intenciones pequeñoburguesas y de hipocresías filantrópicas: Ducpétiaux, Roberts, Hole, Huber, las actas del Congreso inglés de ciencias sociales (de absurdos sociales, mejor dicho), la revista de la Asociación Protectora de las Clases Trabajadoras de Prusia, el informe oficial austriaco sobre la Exposición Universal de París, los informes oficiales bonapartistas sobre esta misma exposición, el «Ilustrated London News» [20], «Ueber Land und Meer» [21] y, finalmente, una «autoridad reconocida», un hombre de «agudo sentido práctico» y de «palabra penetrante y convincente»: ¡Julius Faucher! En esta lista de fuentes informativas no faltan más que el «Gartenlaube» [22], el «Kladderadatsch» [23] y el fusilero Kutschke [24].
A fin de que no pueda caber ninguna incomprensión acerca de sus puntos de vista, el Sr. Sax declara en la pág. 22:
«Entendemos por economía social la doctrina de la economía nacional aplicada a las cuestiones sociales; más exactamente, el conjunto de los caminos y medios, que nos ofrece esta ciencia para, sobre la base de sus «férreas» leyes y en el marco del orden social que hoy predomina, elevar a las pretendidas (!) clases desposeídas al nivel de las clases poseyentes». (Sr. Sax; Las condiciones de vivienda de las clases trabajadoras y su reforma, 1869)
No insistiremos sobre esta concepción confusa de que la «doctrina de la economía nacional» o Economía política puede, en general, ocuparse de cuestiones que no sean «sociales». [346] Examinaremos inmediatamente el punto principal. El Dr. Sax exige que las «férreas leyes» de la economía burguesa, «el marco del orden social que hoy predomina», o, en otras palabras, que el modo de producción capitalista permanezca invariable y que, sin embargo, «las pretendidas clases desposeídas» sean elevadas «al nivel de las clases poseyentes». De hecho, una premisa absolutamente indispensable del modo de producción capitalista es la existencia de una verdadera y no pretendida clase desposeída, una clase que no tenga otra cosa que vender sino su fuerza de trabajo y que, por consecuencia, esté obligada a vender esta fuerza de trabajo a los capitalistas industriales. La tarea asignada a la «economía social», esa nueva ciencia inventada por el Sr. Sax, consiste, pues, en hallar los caminos y medios, en un estado social fundado sobre la oposición entre los capitalistas, propietarios de todas las materias primas, de todos los medios de producción y de existencia, de una parte, y, de la otra, los obreros asalariados, sin propiedad, que no poseen nada más que su fuerza de trabajo; hallar, pues, los caminos y medios, en el marco de este estado social, para que todos los trabajadores asalariados puedan ser transformados en capitalistas sin dejar de ser asalariados. El Sr. Sax cree haber resuelto la cuestión. Pero, ¿tendría la bondad de indicarnos cómo se podría transformar en mariscales de campo a todos los soldados del ejército francés —cada uno de los cuales, desde Napoleón el viejo, lleva el bastón de mariscal en su mochila— sin que dejasen por esto de ser simples soldados? O bien, ¿cómo se podría hacer un emperador alemán de cada uno de los cuarenta millones de súbditos del Imperio germánico?
La característica esencial del socialismo burgués es que pretende conservar la base de todos los males de la sociedad presente, queriendo al mismo tiempo poner fin a estos males. Los socialistas burgueses quieren, como ya dice el «Manifiesto Comunista» de 1848:
«Remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad burguesa», quieren la «burguesía sin el proletariado». (Karl Marx y Friedrich Engels; Manifiesto Comunista, 1848)
Hemos visto que es así exactamente como el señor Sax plantea el problema. Y ve la solución en la solución del problema de la vivienda. Opina que:
«Mediante el mejoramiento de las viviendas de las clases laboriosas se podría remediar con éxito la miseria física y espiritual que hemos descrito y así —mediante el considerable mejoramiento de las solas condiciones de vivienda— podría sacarse a la mayor parte de estas clases del marasmo de su existencia, a menudo apenas humana, y elevarla a las límpidas alturas del bienestar material y espiritual». (pág. 14)
Hagamos notar, de pasada, que interesa a la burguesía ocultar la existencia del proletariado, fruto de las relaciones burguesas [347] de producción y condición de su ulterior existencia. Por esto el Sr. Sax nos dice en la pág. 21 que por clases laboriosas hay que entender todas las «clases de la sociedad desprovistas de medios», la «gente modesta en general, tales como los artesanos, las viudas, los pensionistas (!), los funcionarios subalternos, etc.», al lado de los obreros propiamente dichos. El socialismo burgués tiende la mano al socialismo pequeñoburgués.
Pero, ¿de dónde procede la penuria de la vivienda? ¿Cómo ha nacido? Como buen burgués, el Sr. Sax debe ignorar que es un producto necesario del régimen social burgués; que no podría existir sin penuria de la vivienda una sociedad en la cual la gran masa trabajadora no puede contar más que con un salario y, por tanto, exclusivamente con la suma de medios indispensables para su existencia y para la reproducción de su especie; una sociedad donde los perfeccionamientos de la maquinaria, etc., privan continuamente de trabajo a masas de obreros; donde el retorno regular de violentas fluctuaciones industriales condiciona, por un lado, la existencia de un gran ejército de reserva de obreros desocupados y, por otro lado, echa a la calle periódicamente a grandes masas de obreros sin trabajo; donde los trabajadores se amontonan en las grandes ciudades y de hecho mucho más de prisa de lo que, en las circunstancias presentes, se edifica para ellos, de suerte que pueden siempre encontrarse arrendatarios para la más infecta de las pocilgas; en fin, una sociedad en la cual el propietario de una casa tiene, en su calidad de capitalista, no solamente el derecho, sino también, en cierta medida y a causa de la concurrencia, hasta el deber de exigir sin consideración los alquileres más elevados. En semejante sociedad, la penuria de la vivienda no es en modo alguno producto del azar; es una institución necesaria que no podrá desaparecer, con sus repercusiones sobre la salud, etc., más que cuando todo el orden social que la ha hecho nacer sea transformado de raíz. Pero esto no tiene por qué saberlo el socialismo burgués. No se atreve en modo alguno a explicar la penuria de la vivienda por razón de las condiciones actuales. No le queda, pues, otra manera de explicarla que por medio de sermones sobre la maldad de los hombres, o por decirlo así, por medio del pecado original.
«Y aquí tenemos que reconocer —y, por tanto, no podemos negar» [¡audaz deducción! - Nota de Engels]— «que una parte de la culpa... recae sobre los obreros mismos, los cuales piden viviendas, y la otra, mucho más grande, sobre los que asumen la obligación de satisfacer esa necesidad, o sobre los que, aún teniendo los medios precisos, ni siquiera asumen esa obligación: sobre las clases poseedoras o superiores de la sociedad. La culpa de esos últimos... consiste en que no hacen nada por procurar una oferta suficiente de buenas viviendas». [348]
Del mismo modo como Proudhon nos remite de la Economía al Derecho, así nuestro socialista burgués nos remite aquí de la Economía a la moral. Nada más lógico. Quien pretende que el modo de producción capitalista, las «férreas leyes» de la sociedad burguesa de hoy sean intangibles, y, sin embargo, quiere abolir sus consecuencias desagradables pero necesarias, no puede hacer otra cosa más que predicar moral a los capitalistas. El efecto sentimental de estas prédicas se evapora inmediatamente bajo la acción del interés privado y, si es necesario, de la concurrencia. Se parecen a los sermones que la gallina lanza desde la orilla del estanque a los patitos que acaba de empollar y que nadan alegremente. Se lanzan al agua aunque no haya terreno firme, y los capitalistas se precipitan sobre el beneficio aunque no tenga entrañas. «En cuestiones de dinero sobran los sentimientos», como ya decía el viejo Hansemann, que de estas cosas entendía más que el Sr. Sax.
«Las buenas viviendas son tan caras que la mayor parte de los obreros está absolutamente imposibilitada de utilizarlas. El gran capital... evita cauteloso construir viviendas para las clases trabajadoras. Y así éstas, llevadas por la necesidad de encontrar vivienda, acaban en su mayor parte cayendo en manos de la especulación».
¡Abominable especulación! ¡El gran capital, naturalmente, no especula nunca! Pero no es la mala voluntad, sino solamente la ignorancia, lo que impide al gran capital especular con las viviendas obreras.
«Los propietarios ignoran totalmente el enorme e importante papel... que juega la satisfacción normal de la necesidad de habitación; no saben lo que hacen a la gente cuando con tanta irresponsabilidad le ofrecen, por regla general, viviendas malas e insalubres; no saben, en fin, cuánto daño se hacen con esto a sí mismos» (pág. 27).
Pero, para que pueda darse la penuria de la vivienda, la ignorancia de los capitalistas necesita el complemento de la ignorancia de los obreros. Después de haber convenido en que las «capas inferiores» de los obreros, «para no quedarse sin refugio, se ven obligadas (!) a buscar constantemente, de un modo o de otro y dondequiera que sea, un asilo para la noche, y que en este aspecto se encuentran absolutamente sin ayuda ni defensa», el Sr. Sax nos cuenta que:
«Es un hecho reconocido por todos que muchos de ellos» (los obreros) «por despreocupación, pero sobre todo por ignorancia, privan a sus organismos —podríamos decir que con virtuosismo— de las condiciones de un desarrollo físico normal y de una existencia sana, por el hecho de que no tienen la menor idea de una higiene racional y principalmente de la enorme importancia que en este aspecto tiene la vivienda» (pág. 27). [349]
Aquí aparecen las orejas de burro del burgués. Mientras que la «culpa» de los capitalistas se reducía a la ignorancia, la ignorancia de los obreros es la propia causa de su culpa. Escuchad:
«De aquí resulta» [de la ignorancia] «que, con tal de economizar algo en el alquiler, habitan viviendas sombrías, húmedas, insuficientes, que constituyen, en una palabra, un verdadero escarnio a todas las exigencias de la higiene..., que con frecuencia varias familias alquilan conjuntamente una misma vivienda o incluso una misma habitación, todo esto para gastar lo menos posible en alquiler, mientras que derrochan sus ingresos de una manera verdaderamente pecaminosa en beber y en toda suerte de placeres frívolos».
El dinero que el obrero «malgasta en vino y en tabaco» (pág. 28), «vida de taberna con todas sus lamentables consecuencias, y que como una plomada, hunde más y más en el fango a la clase obrera», todo esto hace que el Sr. Sax sienta como si él tuviese la plomada en el estómago. El Sr. Sax debe ignorar naturalmente, que entre los obreros la afición a la bebida es, en las circunstancias actuales, un producto necesario de sus condiciones de vida, tan necesario como el tifus, el crimen, los parásitos, el alguacil y las otras enfermedades sociales; tan necesario que se puede calcular por anticipado el término medio de borrachos. Por lo demás, mi viejo maestro, en la escuela pública, nos enseñaba ya que «la gente vulgar va a la taberna y la gente de bien, al club». Y como yo he ido a los dos sitios, puedo confirmar que esto es verdad.
Toda esta palabrería sobre la «ignorancia» de las dos partes se reduce a las viejas peroraciones sobre la armonía entre los intereses del capital y del trabajo. Si los capitalistas conocieran su verdadero interés, ofrecerían a los obreros buenas viviendas y mejorarían en general su situación. Y si los obreros comprendieran su verdadero interés, no harían huelgas, no se sentirían empujados hacia la socialdemocracia, no se mezclarían en política, sino que seguirían obedientemente a sus superiores, los capitalistas. Por desgracia, ambas partes encuentran su interés en cualquier lugar menos en las prédicas del Sr. Sax y de sus innumerables precursores. El evangelio de la armonía entre el capital y el trabajo lleva ya predicándose cerca de cincuenta años; la filantropía burguesa ha realizado enormes dispendios para demostrar esta armonía mediante instituciones modelo. Pero, como veremos a continuación, no hemos adelantado nada en estos cincuenta años.
Nuestro autor aborda ahora la solución práctica del problema. El carácter poco revolucionario de la solución preconizada por Proudhon, quien quería hacer de los obreros propietarios de su vivienda, se manifiesta ya en el hecho de que el [350] socialismo burgués, aún antes que él, había intentado, e intenta todavía, realizar prácticamente esta proposición. El Sr. Sax también declara que la cuestión de la vivienda sólo puede ser enteramente resuelta mediante la transferencia de la propiedad de la vivienda a los obreros (págs. 58-59). Más aún, se sume en un éxtasis poético ante esta idea y da libre curso a sus sentimientos en esta parrafada llena de inspiración:
«Hay algo peculiar en esa nostalgia de la propiedad de la tierra que es inherente al hombre, en ese afán que ni siquiera ha conseguido debilitar la moderna vida de negocios de pulso febril. Es el centimiento inconsciente de la importancia de la conquista económica que representa la propiedad de la tierra. Gracias a ella, el hombre alcanza una posición segura, echa raíces sólidas en la tierra, por decirlo así, y toda economía (!) encuentra en ella su base más firme. Pero la fuerza bendita de la propiedad de la tierra se extiende mucho más allá de estas ventajas materiales. Quien tiene la felicidad de poder designar como suya una parcela de tierra, ha alcanzado el más alto grado de independencia económica que pueda imaginarse; posee un territorio sobre el cual puede gobernar con poder soberano, es su propio dueño, goza de un cierto poder y dispone de un refugio seguro para los días adversos; su conciencia de sí mismo se eleva, y con ella su fuerza moral. De ahí, la profunda significación de la propiedad en la cuestión presente... El obrero expuesto sin defensa a las variaciones de la coyuntura, en continua dependencia del patrono, estaría de este modo, y en cierta medida, asegurado contra esta situación precaria; se transformaría en capitalista y estaría asegurado contra los peligros del paro o de la incapacidad de trabajo, gracias al crédito hipotecario que tendría siempre abierto. Sería elevado de este modo de la clase de los no poseyentes a la de los poseedores». (pág. 63)
El Sr. Sax parece suponer que el hombre es esencialmente campesino; de lo contrario, no atribuiría al obrero de nuestras grandes ciudades una nostalgia de la tierra propia que nadie había descubierto en ellos. Para nuestros obreros de las grandes ciudades la libertad de movimiento es la primera condición vital, y la propiedad de la tierra no puede resultarles más que una cadena. Proporcionadles casas que les pertenezcan en propiedad, encadenadlos de nuevo a la tierra, y romperéis su fuerza de resistencia a la baja de los salarios por los fabricantes. Un obrero aislado puede, llegado el caso, vender su casita; pero en una huelga seria o una crisis industrial general, todas las casas pertenecientes a los obreros afectados habrían de presentarse en el mercado para ser vendidas, y, por consiguiente, no encontrarían comprador, o, en todo caso, tendrían que venderse a un precio muy inferior a su precio de coste. E incluso si todas ellas encontraran comprador, toda la gran reforma del Sr. Sax se reduciría a la nada y tendría que volver a empezar desde el principio. Por lo demás, los poetas viven en un mundo imaginario lo mismo que el Sr. Sax, el cual imagina que el propietario rural «ha alcanzado el más alto grado de independencia económica», que posee «un refugio seguro», que «se transformaría en capitalista y estaría [351] garantizado contra los peligros del paro o de la incapacidad de trabajo, gracias al crédito hipotecario que tendría siempre abierto», etc. Pero observe el Sr. Sax a los pequeños campesinos franceses y a nuestros propios pequeños campesinos renanos: sus casas y sus campos están gravados con hipotecas a más no poder; sus cosechas pertenecen a sus acreedores aún antes de la siega, y sobre su «territorio» no son ellos quienes gobiernan con poder soberano, sino el usurero, el abogado y el alguacil. Es este, en efecto, el más alto grado de independencia económica que puede imaginarse, para el usurero. Y para que los obreros coloquen lo antes posible sus casitas bajo esa misma soberanía del usurero, el bien intencionado Sr. Sax les indica, previsor, el crédito hipotecario que tendría siempre asegurado en época de paro o cuando fuesen incapaces para el trabajo, en vez de vivir a costa de la Asistencia Pública.
De todos modos, el Sr. Sax ha resuelto, pues, la cuestión planteada al principio: el obrero «se transformaría en capitalista» mediante la adquisición de una casita en propiedad.
El capital es el dominio sobre el trabajo ajeno no pagado. La casita del obrero no será capital más que cuando la haya alquilado a un tercero y se apropie, en forma de alquiler, una parte del producto del trabajo de este tercero. Por el hecho de habitarla él mismo, impide precisamente que la casa se convierta en capital, por lo mismo que el traje deja de ser capital desde el instante en que lo he comprado en casa del sastre y me lo he puesto. El obrero que posee una casita de un valor de mil táleros no es ya, ciertamente, un proletario, pero hay que ser el Sr. Sax para llamarle capitalista.
El carácter capitalista de nuestro obrero tiene, además, otro aspecto. Supongamos que en una región industrial determinada sea normal que cada obrero posea su propia casita. En este caso la clase obrera de esta región está alojada gratuitamente; los gastos de vivienda ya no entran en el valor de su fuerza de trabajo. Pero toda disminución de los gastos de producción de la fuerza de trabajo, es decir, toda reducción por largo tiempo de los precios de los medios de subsistencia del obrero equivale, «en virtud de las férreas leyes de la doctrina de la economía nacional», a una baja del valor de la fuerza de trabajo y lleva, en fin de cuentas, a una baja correspondiente del salario. El salario descendería así, por término medio, en una cantidad igual a la economía realizada sobre el alquiler corriente, es decir, que el obrero pagaría el alquiler de su propia casa, no como antes en dinero al propietario, sino bajo la forma de trabajo no pagado que iría al fabricante para el cual trabaja. De esta manera, las economías invertidas por el obrero en la casita se convertirían, [352] efectivamente y en cierta medida, en capital, pero no para él, sino para el capitalista de quien es asalariado.
El Sr. Sax no ha conseguido, pues, ni siquiera sobre el papel, transformar a su obrero en capitalista.
Anotemos de pasada que lo que acaba de decirse vale para todas las reformas llamadas sociales que pueden reducirse a una economía o a un abaratamiento de los medios de subsistencia del obrero. O bien estas reformas se generalizan y van seguidas de la correspondiente disminución de salarios, o bien no son más que experimentos aislados, y entonces su existencia a título de excepción demuestra simplemente que su realización en gran escala es incompatible con el actual modo de producción capitalista. Supongamos que se ha conseguido en cierta zona, gracias a la implantación general de cooperativas de consumo, hacer más baratos en un 20 por 100 los medios de subsistencia del obrero. El salario habría de descender a la larga alrededor de un 20 por 100, es decir, en la misma medida en que esos medios de subsistencia entran en el presupuesto del obrero. Si los obreros emplean, por ejemplo, las tres cuartas partes de su salario semanal en la compra de estos medios de subsistencia, el salario descenderá finalmente en tres cuartas partes del 20 por 100, o sea en un 15 por 100. En una palabra, desde el momento en que una reforma ahorrativa se generaliza, el obrero recibe un salario mermado en la misma proporción en que este ahorro le permite vivir más barato. Dad a cada obrero un ahorro de cincuenta y dos táleros y su salario semanal acabará finalmente por descender en un tálero. Así, cuanto más economiza, menos salario recibe. No economiza, pues, en su propio interés, sino en interés del capitalista. ¿Qué más hace falta para:
«Despertar poderosamente en él... la primera virtud económica, el sentido del ahorro?». (pág. 64).
Por lo demás, el Sr. Sax nos dice a continuación que los obreros deben hacerse propietarios de casas, no tanto por su propio interés como por el de los capitalistas:
«No solamente el estamento obrero, sino el conjunto de la sociedad tiene el mayor interés en que el número más elevado de sus miembros quede atado» (!) «a la tierra» (quisiera ver por una vez al Sr. Sax en esta postura)... «La propiedad de la tierra... reduce el número de los que luchan contra el dominio de la clase poseedora. Todas las fuerzas secretas que inflaman el volcán que arde bajo nuestros pies y que se llama cuestión social: la exasperación del proletariado, el odio..., las peligrosas confusiones de ideas..., todas deben disiparse, como la niebla al salir el sol, cuando... los propios obreros entren de esta manera en la clase de los poseedores». (pág. 65)
En otros términos: el Sr. Sax espera que, mediante un cambio de su posición proletaria, como el que produciría la adquisición de una casa, los obreros perderán igualmente su carácter proletario [353] y volverán a ser los siervos sumisos que eran sus antepasados, asimismo propietarios de sus casas. ¡Convendría que los proudhonianos lo tuviesen presente!
El Sr. Sax cree haber resuelto de este modo la cuestión social:
«Un reparto más equitativo de los bienes, el enigma de la esfinge, que tanto se ha intentado solucionar en vano, ¿no se halla ahora ante nosotros, como un hecho tangible, no ha sido así arrancado a las esferas del ideal y no ha entrado en los dominios de la realidad? Y cuando se haya realizado ¿no habremos logrado una de las finalidades supremas que incluso los socialistas más extremistas presentan como punto culminante de sus teorías?». (pág. 66)
Es verdaderamente una felicidad el que hayamos llegado a este punto. Este grito de triunfo representa, efectivamente, el «punto culminante» del libro del Sr. Sax, y a partir de este pasaje volvemos a descender suavemente de las «esferas del ideal» a la lisa y llana realidad. Y cuando lleguemos abajo advertiremos que durante nuestra ausencia no ha cambiado nada, absolutamente nada.
Nuestro guía nos hace dar el primer paso hacia el descenso informándonos de que hay dos clases de viviendas obreras: el sistema del cottage, en que cada familia obrera posee su casita, si es posible con un jardincillo, como en Inglaterra; y el sistema cuartelero, que comprende enormes edificios, en los cuales hay numerosas viviendas obreras, como en París, Viena, etc. Entre ambos existe el sistema practicado en el Norte de Alemania. Cierto que el sistema del cottage sería el único indicado y el único en que cada obrero podría adquirir la propiedad de su casa; el sistema cuartelero presentaría, además, grandes desventajas en cuanto a la salud, a la moralidad y a la paz doméstica, pero, desgraciadamente, el sistema del cottage sería irrealizable en los centros de penuria de la vivienda, en las grandes ciudades, a consecuencia del encarecimiento de los terrenos. Y aún podríamos darnos por satisfechos si se construyen, en vez de grandes cuarteles, casas de cuatro a seis viviendas, o bien si se remedian los principales defectos del sistema de los cuarteles mediante toda clase de artificios de construcción (págs. 71 a 92)
El descenso es sensible, ¿no es cierto? La transformación del obrero en capitalista, la solución de la cuestión social, la casa propia para cada obrero, todo esto se ha quedado allá arriba, en la «esfera del ideal». De lo único que tenemos que preocuparnos es de introducir el sistema del cottage en el campo y organizar en las ciudades los cuarteles obreros de la manera que sea más soportable.
Es evidente que la solución burguesa de la cuestión de la vivienda se ha ido a pique al chocar con la oposición entre la ciudad y el campo. Y llegamos aquí al nervio mismo del problema. La cuestión [354] de la vivienda no podrá resolverse hasta que la sociedad esté lo suficientemente transformada para emprender la supresión de la oposición que existe entre la ciudad y el campo, oposición que ha llegado al extremo en la sociedad capitalista de hoy. Lejos de poder remediar esta oposición la sociedad capitalista tiene que aumentarla cada día más. Los primeros socialistas utópicos modernos, Owen y Fourier, ya lo habían comprendido muy bien. En sus organizaciones modelo, la oposición entre la ciudad y el campo ya no existe. Es, pues, lo contrario de lo que afirma el Sr. Sax: no es la solución de la cuestión de la vivienda lo que resuelve al mismo tiempo la cuestión social, sino que es la solución de la cuestión social, es decir, la abolición del modo de producción capitalista, lo que hace posible la solución del problema de la vivienda. Querer resolver la cuestión de la vivienda manteniendo las grandes ciudades modernas, es un contrasentido. Estas grandes ciudades modernas podrán ser suprimidas sólo con la abolición del modo de producción capitalista, y cuando esta abolición esté en marcha, ya no se tratará de procurar a cada obrero una casita que le pertenezca en propiedad, sino de cosas bien diferentes.
Sin embargo, toda revolución social deberá comenzar tomando las cosas tal como son y tratando de remediar los males más destacados con los medios existentes. Hemos visto ya a este propósito que se puede remediar inmediatamente la penuria de la vivienda mediante la expropiación de una parte de las casas de lujo que pertenecen a las clases poseedoras, y obligando a poblar la otra parte.
Pero el Sr. Sax tampoco consigue cambiar nada cuando, después, deja de nuevo las grandes ciudades y perora por todo lo alto sobre las colonias obreras que han de ser construidas cerca de las ciudades, cuando nos describe todas las hermosuras de estas colonias con sus instalaciones de uso común: «canalizaciones de agua, alumbrado de gas, calefacción central con agua o vapor, lavaderos, secaderos, baños, etc.», con «casas-cuna, escuelas, oratorios (!), salas de lectura, bibliotecas..., cantinas y cervecerías, salones de baile y de música muy respetables», con la fuerza de vapor conducida a todas las casas «de manera que, en cierta medida, la producción podrá ser transferida otra vez de las fábricas al taller familiar». Esta colonia, tal como aparece descrita aquí, el Sr. Huber la tomó directamente de los socialistas Owen y Fourier, aburguesándola por completo al quitarle todo carácter socialista. Y es precisamente esto lo que la convierte en algo totalmente utópico. Ningún capitalista tiene el menor interés en construir tales colonias que, por lo demás, no existen en ningún lugar del mundo, fuera de Guise, en Francia. Y la colonia de [355] Guise fue construida... por un fourierista, no con vista a un negocio de especulación, sino como experimento socialista [*] [25] El Sr. Sax hubiera podido citar lo mismo en favor de su arbitrismo burgués la colonia comunista «Harmony Hall» [26], fundada por Owen a principios de la década del cuarenta en Hampshire y que desapareció hace ya mucho tiempo.
Así pues, toda esta palabrería sobre la colonización no es más que un pobre intento de ascender otra vez a «las esferas del ideal», pero que tiene que ser rápida y nuevamente abandonado. Volvemos a emprender, pues, nuestro descenso a toda velocidad. La solución más simple es ahora que
«los patronos, los dueños de las fábricas, ayuden a los obreros a obtener viviendas adecuadas, ya sea construyéndolas ellos mismos, ya estimulando y ayudando a los obreros a dedicarse a la construcción, proporcionándoles terrenos, anticipándoles capitales para construir, etc». (pág. 106)
Estamos una vez más fuera de las grandes ciudades, donde no cabe ni hablar de un intento semejante, y nos trasladamos de nuevo al campo. El Sr. Sax demuestra ahora que los propios fabricantes están interesados en ayudar a sus obreros a tener habitaciones soportables, pues esto, por una parte, es una buena manera de colocar su capital, y, por otra, originará infaliblemente
«Un mejoramiento de la situación de los obreros... un aumento de su fuerza física e intelectual de trabajo... lo que, naturalmente... no es menos... ventajoso para los patronos. De este modo, tenemos un punto de vista acertado sobre la participación de estos últimos en la solución del problema de la vivienda. Esta participación dimana de la asociación latente, de la preocupación de los patronos por el bienestar físico y económico, espiritual y moral de sus obreros, preocupación disimulada en la mayoría de los casos bajo la apariencia de esfuerzos humanitarios y que encuentra por sí misma su compensación pecuniaria en el resultado obtenido, en la recluta y conservación de trabajadores capaces, hábiles, diligentes, contentos y fieles». (pág. 108)
Esta frase sobre la «asociación latente» [27], con la cual Huber intenta dar un «sentido elevado» a su palabrería de burgués-filántropo, no modifica en nada las cosas. Incluso sin esta frase, los grandes fabricantes rurales, especialmente en Inglaterra, han comprendido, desde hace mucho tiempo, que la construcción de viviendas obreras no solamente es una necesidad y una parte de la fábrica, sino que es, además, muy rentable. En Inglaterra, pueblos enteros surgieron de esta manera y algunos de ellos, más tarde, se convirtieron en ciudades. En cuanto a los obreros, en vez de estar agradecidos a los capitalistas filántropos, no dejaron, en todos los tiempos, de hacer importantes objeciones a este «sistema del cottage», pues no sólo han de pagar un precio de [356] monopolio por estas casas, puesto que el fabricante no tiene competidores, sino que en cada huelga se encuentran sin casa, ya que el fabricante los expulsa sin más ni más y hace de este modo mucho más difícil toda resistencia. Se encontrarán más detalles en mi libro «La situación de la clase obrera en Inglaterra» de 1845 (págs. 224 y 228).
El Sr. Sax piensa, sin embargo, que tales argumentos:
«Apenas merecen una refutación». (pág. 111)
Pero, ¿no quiere asegurar a cada obrero la propiedad de su casita? Sin duda, mas como:
«El patrono ha de poder disponer siempre de esta habitación, en el caso de licenciar a un obrero, para tener una vivienda libre para su sustituto». (pág. 111)
Sería, pues necesario:
«Para estos casos, convenir, mediante contrato, que la propiedad es revocable» [*] [28] (pág. 113).
Esta vez, el descenso se ha efectuado mucho más de prisa de lo que esperábamos. Se había dicho primero: el obrero ha de ser dueño de su casita; luego nos hemos enterado de que esto no era posible en las ciudades, sino sólo en el campo. Ahora se nos explica que esta propiedad, incluso en el campo, tiene que ser «¡revocable! por contrato». Con esta nueva especie de propiedad descubierta por el Sr. Sax para los obreros, con su transformación en capitalistas «revocables por contrato», llegamos felizmente otra vez a tierra firme. Tendremos, pues, que buscar ahora lo que los capitalistas y otros filántropos han hecho verdaderamente para resolver la cuestión de la vivienda». (Friedrich Engels; Contribución al problema de la vivienda, 1873)
Anotaciones de la edición:
[*] Véase la presente edición, t. 1, pág. 135. (N. de la Edit.)
[**] Y también ésta se ha convertido finalmente en un simple lugar de explotación de los obreros. Véase el «Socialiste» de París, año 1886 {260}. (Nota de Engels a la edición de 1887.)
[***] También en esto los capitalistas ingleses, no solamente han satisfecho desde hace tiempo los más profundos anhelos del Sr. Sax, sino que han ido mucho más allá. El lunes, 14 de octubre de 1872, en Morpeth, el Tribunal que había de pronunciarse sobre el establecimiento de las listas de electores del parlamento, hubo de resolver sobre la demanda de dos mil mineros que pedían su inscripción en el censo electoral. Resultó que la mayor parte de ellos, según el reglamento de la mina en que trabajaban, debían ser considerados no como arrendatarios de las casitas en que habitaban, sino únicamente como habitantes tolerados que podían ser expulsados en cualquier momento sin previo aviso. (El propietario de las minas y el de las casas era, naturalmente, una sola y misma persona.) El juez decidió que tales gentes no eran arrendatarios, sino domésticos y que, dada esta condición, no tenían ningún derecho a ser incluidos en las listas electorales. («Daily News», 15 de octubre de 1872)
[19] E. Sax. «Die Wohnungszustände der arbeitenden Classen un ihre Reform» («Las condiciones de vivienda de las clases trabajadoras y su reforma»). Wien, 1869.
[20] «Illustrated London News» («Novedades ilustradas de Londres»), revista semanal inglesa, se publica desde 1842.
[21] «Ueber Land und Meer» («Por tierra y mar»), revista ilustrada semanal alemana, se publicó en Stuttgart de 1858 a 1923.
[22] «Gartenlaube» («Cenador»), revista semanal literaria alemana de orientación pequeñoburguesa, se publicó de 1853 a 1903 en Leipzig y de 1903 a 1943 en Berlín.
[23] «Kladderadatsch», revista satírica ilustrada semanal, se publicó en Berlín desde 1848.
[24] El fusilero August Kutschke, seudónimo del poeta alemán Gotthelf Hoffmann, autor de una canción nacionalista de soldados en la época de la guerra franco-prusiana de los años 1870-1871.
[25] «Le Socialiste» («El Socialista»), hebdomadario francés, órgano del Partido Obrero de 1885 a 1902, del Partido Socialista de Francia, de 1902 a 1905 y, desde 1905, del Partido Socialista Francés; en el periódico colaboró Engels. Véanse los artículos sobre la colonia de Guise en el periódico del 3 y del 24 de julio de 1886.
[26] 261. «Harmony Hall», colonia comunista fundada por los socialistas utópicos ingleses encabezados por Robert Owen a fines de 1839; existió hasta 1845.
[27] 262. Véase V. A. Huber. «Sociale Fragen. IV. Die Latente Association» («Problemas sociales. IV. La asociación latente»). Nordhausen, 1866.
[28] 198. "The Daily News» («Noticias diarias»), diario liberal inglés, órgano de la burguesía industrial, se publicó con este título en Londres de 1846 a 1930.
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