«Supongamos, en efecto, que el fenómeno «A» tiene que producirse necesariamente si existe una determinada suma de condiciones. Ustedes me han demostrado que esta suma, en parte, existe ya y la otra parte será asegurada en un determinado momento «T». Convencido de eso, yo, hombre que simpatiza con el fenómeno «A», exclamo: «¡Muy bien!», y me echo a dormir hasta el día feliz en que se produzca el acontecimiento predicho por ustedes. ¿Qué resultará de ello? Lo siguiente: según los cálculos de ustedes, la suma necesaria para que se produzca el fenómeno «A» comprendía también mi actividad, igual por ejemplo, a «a». Pero como yo me eché a dormir, en el momento «T» la suma de condiciones favorables para el advenimiento de dicho fenómeno ya no será «S», sino «S-a», lo que altera la situación. Mi lugar será probablemente ocupado por otro hombre, que también se hallaba próximo a la inactividad, pero sobre quien ha ejercido una influencia saludable el ejemplo de mi apatía, que le pareció muy repulsiva. En este caso, la fuerza «a» será sustituida por la fuerza «b», y si «a» es igual a «b (a=b)», la suma de condiciones que favorecen el advenimiento de «A» quedará igual a «S» y el fenómeno «A» se producirá en el mismo momento «T». Pero si la fuerza mía no es igual a cero, si soy un militante hábil y capaz y nadie me puede sustituir, entonces la suma «S» no será completa y el fenómeno «A» o se producirá más tarde de lo que habíamos calculado o no se producirá tal como lo esperábamos, o no se producirá de ningún modo. (...)
Además, es necesario hacer notar lo siguiente; discurriendo sobre el papel de las grandes personalidades en la Historia, somos víctimas casi siempre de cierta ilusión óptica, que convendrá indicar al lector.
Al ejecutar su papel de «buena espada» destinada a salvar el orden social,
Napoleón apartó de dicho papel a todos los otros generales, algunos de los cuales quizá
lo habrían desempeñado tan bien o casi tan bien como él. Una vez satisfecha la
necesidad social de un gobernante militar enérgico, la organización social cerró el
camino hacia el puesto de gobernante militar a todos los demás talentos militares. Su
fuerza se convirtió en una fuerza desfavorable para la revelación de otros talentos de
este género. Gracias a ello se tiene la ilusión óptica a que antes nos referíamos. La
fuerza personal de Napoleón se nos presenta bajo una forma en extremo exagerada,
puesto que le atribuimos toda la fuerza social que la elevó a un primer plano y la
apoyaba. Esa fuerza se nos presenta como algo absolutamente excepcional, porque las
demás fuerzas idénticas a ella no se transformaron de potenciales en reales. Y cuando
se nos pregunta qué habría ocurrido si no hubiese existido Napoleón, nuestra imaginación se embrolla y nos parece que sin él no hubiera podido producirse todo el
movimiento social sobre el que se apoyaba su fuerza y su influencia.
En la historia del desarrollo intelectual de la humanidad es muy raro el caso en
que el éxito de un individuo impide el éxito de otro. Pero incluso en este caso, no
estamos libres de la citada ilusión óptica. Cuando una situación determinada de la
sociedad plantea ante sus representantes espirituales ciertas tareas, éstas atraen hacia sí
la atención de los espíritus eminentes hasta tanto que consigan resolverlas. Una vez
logrado esto, su atención se orienta hacia otros objetos. Después de resolver un
problema, el hombre de talento «A», con lo mismo, dirige la atención del hombre de
talento «B» de este problema ya resuelto hacia otro problema. Y cuando se nos pregunta
qué habría sucedido si «A» hubiese muerto antes de lograr resolver el problema «X», nos
imaginamos que el hilo del desarrollo intelectual de la sociedad se habría roto.
Olvidamos que, en caso de morir «A», de la solución del problema se habrían encargado «B» o «C» o «D» y que, de este modo, el hilo del desarrollo intelectual no se habría cortado a
pesar de la muerte prematura de «A».
Dos condiciones son necesarias para que el hombre dotado de cierto talento
ejerza gracias a él una gran influencia sobre el curso de los acontecimientos. Es preciso,
en primer término, que su talento corresponda mejor que los demás a las necesidades
sociales de una época determinada; si Napoleón en vez de su genio militar, hubiese
poseído el genio musical de Beethoven, no habría llegado, naturalmente, a ser
emperador. En segundo término, el régimen social vigente no debe cerrar el camino al
individuo dotado de un determinado talento, necesario y útil justamente en el momento
de que se trate. El mismo Napoleón habría muerto como un general poco conocido o
con el nombre de coronel Bonaparte si el viejo régimen hubiese durado en Francia
setenta y cinco años más [42]. En 1789 Davout, Desaix, Marmont y Mac Donald eran
subtenientes; Bernadotte, sargento-mayor; Hoche, Marceau, Lefevre, Pichegru, Ney,
Masséna, Murat, Soult, sargentos; Angereau, maestro de esgrima; Lannes, tintorero;
Gouvion-Saint-Cyr, actor; Jourdan, repartidor; Bessiéres, peluquero; Brune, tipógrafo;
Joubert y Junot eran estudiantes de la Facultad de Derecho; Kléber era arquitecto;
Mortier no ingresó en el ejército hasta la revolución [43].
Si el viejo régimen hubiese continuado existiendo hasta hoy, a nadie de nosotros
se nos habría ocurrido pensar que, a fines del siglo pasado, en Francia, algunos actores,
tipógrafos, peluqueros, tintoreros, abogados, repartidores y maestros de esgrima eran
genios militares en potencia [44].
Stendhal hace notar que un hombre nacido el mismo año que Ticiano, es decir,
en 1477, habría podido ser contemporáneo de Rafael –muerto en 1520– y de Leonardo
de Vinci –muerto en 1519– durante cuarenta años; habría podido pasar largos años con Gorregio, muerto en 1534, y con Miguel Ángel, que llegó a vivir hasta 1563; no habría
tenido más que treinta y cuatro años cuando murió Giorgione; habría podido conocer a
Tintoreto, Bassano, al Veronés, a Julio Romano y Andrea del Sarto; en una palabra
habría sido contemporáneo de todos los famosos pintores, a excepción de los que pertenecían a la escuela de Bolonia, que apareció un siglo después [45]. Del mismo modo
puede decirse que el hombre nacido el mismo año que Wouverman, habría podido
conocer personalmente a casi todos los grandes pintores de Holanda [46], y que un hombre
de la misma edad que Shakespeare habría sido contemporáneo de toda una pléyade de
notables dramaturgos [47].
Hace tiempo que se ha hecho la observación de que los talentos aparecen
siempre y en todas partes, allá donde existen condiciones favorables para su desarrollo.
Esto significa que todo talento que se ha manifestado efectivamente, es decir, todo
talento convertido en fuerza social es fruto de las relaciones sociales. Pero si esto es así,
se comprende por qué los hombres de talento, como hemos dicho, sólo pueden hacer
variar el aspecto individual y no la orientación general de los acontecimientos; ellos
mismos existen gracias únicamente a esta orientación; si no fuera por eso nunca
habrían podido cruzar el umbral que separa lo potencial de lo real.
De suyo se comprende que hay talentos y talentos. «Cuando una nueva etapa en
el desarrollo de la civilización da vida a un nuevo género de arte –dice con razón Taine–,
aparecen decenas de talentos que expresan solo a medias el pensamiento social, en torno
a uno o dos genios que lo expresan a la perfección» [48]. Si causas mecánicas o fisiológicas
desvinculadas del curso general del desarrollo social, político e intelectual de Italia
hubieran causado la muerte de Rafael, Miguel Ángel y Leonardo de Vinci en su
infancia, el arte pictórico italiano sería menos perfecto, pero la orientación general de su
desarrollo en la época del Renacimiento seguiría siendo la misma. No fueron Rafael,
Leonardo de Vinci ni Miguel Ángel los que crearon esa orientación: ellos sólo fueron
sus mejores representantes. Es verdad que en torno de un hombre genial se forma
generalmente toda una escuela, cuyos discípulos tratan de imitar hasta los menores
procedimientos; por eso, la laguna que habrían dejado en el arte italiano de la época del
Renacimiento con su muerte prematura Rafael, Miguel Ángel y Leonardo de Vinci
habría ejercido una gran influencia sobre muchas particularidades secundarias de su
historia futura. Pero tampoco esta historia habría cambiado en cuanto al fondo, si debido
a ciertas causas generales, no se hubiera producido un cambio fundamental en el curso
general del desarrollo intelectual de Italia.
Es sabido, sin embargo, que las diferencias cuantitativas se transforman, en fin
de cuentas, en cualitativas. Esto es cierto siempre, y por lo tanto, también lo es aplicado
a la Historia. Una determinada corriente artística puede no haber alcanzado ninguna
manifestación notable si una combinación de circunstancias desfavorables hace que
desaparezcan uno tras otro los hombres de talento que habrían podido convertirse en sus
representantes. Pero la muerte prematura de estos hombres no impide la manifestación
artística de dicha corriente, sino cuando no es lo suficientemente profunda para destacar
nuevos talentos. Y como la profundidad de cualquier corriente dada, tanto en la
literatura como en el arte, está determinada por la importancia que tiene para la clase o
capa social cuyos gustos expresa y por el papel social de esta clase o capa, aquí también todo depende, en última instancia, del curso de desarrollo social y de la correlación de las fuerzas sociales». (Gueorgui Plejánov; El papel del individuo en la historia, 1898)
Anotaciones de Gueorgui Plejánov:
[42] Es posible que entonces Napoleón hubiera venido a Rusia, adonde unos años antes de la Revolución
tenía la intención de dirigirse. Aquí hubiera hecho mérito, seguramente, combatiendo contra los turcos o
los montañeses del Cáucaso, pero a nadie se le hubiera ocurrido que este oficial pobre, pero de talento,
podría, en circunstancias favorables, llegar a ser dueño del mundo.
[43] Ver Historia de Francia, por V. Duruy, Tomo II, páginas 524-525.
[44] Durante el reinado de Luis XV sólo uno de los representantes del Tercer Estado, Chevert, pudo llegar hasta el grado de teniente general. Bajo el reinado de Luis XVI, la carrera militar era más inaccesible aun para dicho Estado. Ver Rambeaud, Histoire de la civilisation française, sexta edición, Tomo II, página 225.
[45] Histoire de la Peinture en Italie, páginas 24-25, París, 1892.
[46] En 1608 nacieron Terborch, Brouwer y Rembradt; en 1610, Adrián Van Ostade, Both y Ferdinand Bol; en 1613, Van-der-helst y Gerard Dou, en 1615, metsu; en 1620, Wouwerman; en 1621, Weenix, Everdingen y Pynacker; en 1624, Berghen; en 1629, Paul Potter; en 1626, juan Steen; en 1630, Tuisdael; en 1637, Van-der-Heyde; en 1638 Hobberma; en 1639, Adrián Van-der-Velde.
[47] «Shakespeare, Beanmont, Flechter, Jonson, Webster, Massinger, Ford, middleton y Haywood, aparecidos al mismo tiempo o uno tras otro, representan la nueva generación que, gracias a su situación favorable, floreció magníficamente sobre el terreno preparado por los esfuerzos de la generación anterior». Taine, Histoire de la littérature anglaise, tomo I, página 468, París, 1863.
[47] «Shakespeare, Beanmont, Flechter, Jonson, Webster, Massinger, Ford, middleton y Haywood, aparecidos al mismo tiempo o uno tras otro, representan la nueva generación que, gracias a su situación favorable, floreció magníficamente sobre el terreno preparado por los esfuerzos de la generación anterior». Taine, Histoire de la littérature anglaise, tomo I, página 468, París, 1863.
[48] Taine, Histoire de la littératur anglaise, tomo II, página 5, París, 1863.
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