Los Soviets son la forma rusa de la dictadura del proletariado. Si el teórico marxista que escribe un trabajo sobre la dictadura del proletariado hubiera estudiado de veras este fenómeno —en lugar de repetir las lamentaciones pequeñoburguesas contra la dictadura, como hace Kautsky, cantando las melodías mencheviques—, habría comenzado por dar una definición general de la dictadura, y después habría examinado su forma particular, nacional, los Soviets, criticándolos como una de las formas de la dictadura del proletariado.
Claro que nada serio puede esperarse de Kautsky después de su «interpretación» liberal de la doctrina de Marx sobre la dictadura. Pero es curioso en el más alto grado ver cómo aborda el problema de los Soviets y cómo lo resuelve.
Los Soviets, escribe, recordando su aparición en 1905, crearon «una forma de organización proletaria que era la más universal —umfassendste— de todas, porque comprendía a todos los obreros asalariados» (pág.31). En 1905 los Soviets no eran más que corporaciones locales; en 1917, se han convertido en una organización que se extiende a toda Rusia.
«Ya ahora —prosigue Kautsky— tiene la organización soviética una historia grande y gloriosa. La que le está reservada es aún más grande, y no sólo en Rusia. En todas partes se observa que, contra las gigantescas fuerzas de que dispone el capital financiero en sentido económico y político, son insuficientes —versagen: esta palabra alemana dice algo más que «insuficientes» y algo menos que «impotentes»— «los antiguos métodos del proletariado en su lucha política y económica. No puede prescindirse de ellos; siguen siendo indispensables para tiempos normales, pero de cuando en cuando se les plantean problemas para cuya solución son impotentes, problemas en que el éxito se cifra tan sólo en la unión de todos los instrumentos de fuerza políticos y económicos de la clase obrera» (32).
Sigue una disquisición en torno a la huelga de masas, después de lo cual afirma que «la burocracia de los sindicatos», tan necesaria como los sindicatos mismos, «no es apta para dirigir las gigantescas batallas de las masas que son cada vez más características de nuestros tiempos»...
... «Así, pues —concluye Kautsky— la organización soviética es uno de los fenómenos más importantes de nuestra época. Promete adquirir una importancia decisiva en los grandes combates decisivos que se avecinan entre el capital y el trabajo.
Pero ¿podemos exigir más a los Soviets? Los bolcheviques, que después de la revolución de noviembre —según el nuevo calendario, es decir, de octubre, según nuestro calendario— de 1917, juntamente con los socialistas revolucionarios de izquierda, conquistaron la mayoría en los Soviets de Diputados Obreros rusos, después de la disolución de la Asamblea Constituyente han convertido el Soviet, que hasta entonces había sido organización de combate de una clase en una organización estatal. Han suprimido la democracia, que el pueblo ruso había conquistado en la revolución de marzo —según el nuevo calendario, de febrero, según nuestro calendario—. Consecuentemente, los bolcheviques han dejado de llamarse socialdemócratas. Se llaman comunistas» (pág.33; la cursiva es de Kautsky).
Quien conozca la literatura menchevique rusa habrá observado en seguida que Kautsky copia servilmente a Mártov, Axelrod, Stein y compañía. «Servilmente» es la palabra, porque ha desnaturalizado los hechos hasta un punto grotesco en provecho de los prejuicios mencheviques. Por ejemplo, no se ha tomado la molestia de preguntar a sus informadores, al Stein de Berlín o al Axelrod de Estocolmo, acerca del momento en que se planteó el cambio de nombre de los bolcheviques en comunistas y lo relativo al papel de los Soviets como organizaciones estatales. Sencillamente con haber solicitado estos datos, no habría escrito Kautsky unas líneas que mueven a risa, porque ambos asuntos los plantearon los bolcheviques en abril de 1917, por ejemplo, en mis «tesis» del 4 de abril de 1917, es decir, mucho tiempo antes de la Revolución de Octubre de 1917 —por no hablar ya de la disolución de la Constituyente el 5 de enero de 1918—.
Pero el razonamiento de Kautsky, que he reproducido por entero, es el quid de todo el problema de los Soviets. El quid está en saber si los Soviets deben tender a convertirse en organizaciones de Estado —los bolcheviques lanzaron en abril de 1917 la consigna de «¡Todo el Poder a los Soviets!» y en la Conferencia del Partido Bolchevique del mismo mes de abril de 1917 declararon que no les satisfacía una república parlamentaria burguesa, sino que reivindicaban una república de obreros y campesinos del tipo de la Comuna o del tipo de los Soviets—; o bien los Soviets no han de seguir esa tendencia, no han de tomar el poder, no han de convertirse en organizaciones de Estado, sino que deben seguir siendo «organizaciones de combate» de una «clase» —según dijo Mártov, adecentando con estos inocentes deseos el hecho de que, bajo la dirección menchevique, los Soviets eran un instrumento de subordinación de los obreros a la burguesía—.
Kautsky repite servilmente las palabras de Mártov, tomando fragmentos de la controversia teórica de los bolcheviques con los mencheviques y proyectando estos fragmentos, sin crítica ni razón, sobre el terreno teórico general, sobre el terreno europeo. El resultado es un embrollo capaz de provocar una risa homérica en todo obrero ruso consciente que llegase a conocer el citado razonamiento de Kautsky.
Con la misma risa acogerán a Kautsky todos los obreros europeos —a excepción de un puñado de empedernidos socialimperialistas— cuando les expliquemos de qué se trata.
Llevando al absurdo, con extraordinaria evidencia, el error de Mártov, Kautsky le ha prestado el servicio del oso de la fábula. En efecto, veamos lo que le resulta a Kautsky.
Los Soviets comprenden a todos los obreros asalariados. Contra el capital financiero son insuficientes los antiguos métodos del proletariado en su lucha política y económica. Los Soviets están llamados a cumplir un papel importantísimo y no sólo en Rusia. Cumplirán un papel decisivo en las grandes batallas decisivas entre el capital y el trabajo en Europa. Esto es lo que dice Kautsky.
Muy bien. ¿No deciden «las batallas decisivas entre el capital y el trabajo» cuál de esas dos clases se adueñará del poder del Estado?
Nada de eso. Guárdenos Dios.
En las batallas «decisivas», los Soviets, que comprenden a todos los obreros asalariados, ¡no deben convertirse en una organización de Estado! Pero ¿qué es el Estado?
El Estado no es sino una máquina para la opresión de una clase por otra.
Por tanto, la clase oprimida, la vanguardia de todos los trabajadores y de todos los explotados en la sociedad actual, debe lanzarse a «las batallas decisivas entre el capital y el trabajo», ¡pero no debe tocar la máquina de la que se sirve el capital para oprimir al trabajo! ¡No debe romper esa máquina! ¡No debe emplear su organización universal para reprimir a los explotadores!
¡Magnífico, admirable, señor Kautsky! «Nosotros» reconocemos la lucha de clases, como la reconocen todos los liberales, o sea, sin derribar a la burguesía…
Aquí es donde se hace patente la total ruptura de Kautsky, tanto con el marxismo como con el socialismo. Esto es, de hecho, pasarse al lado de la burguesía, que se halla dispuesta a admitir todo lo que se quiera, menos la transformación de las organizaciones de la clase que ella oprime en organizaciones de Estado. No hay ya medio de que Kautsky salve su posición, que todo lo concilia y que no tiene más que frases para salvar todas las profundas contradicciones.
Sea que Kautsky renuncia en absoluto a que el poder del Estado pase a manos de la clase obrera, sea que admite que la clase obrera se adueñe de la vieja máquina estatal, de la máquina burguesa, pero de ningún modo consiente que la rompa y la destruya, sustituyéndola por una nueva, por la máquina proletaria. Que se «interprete» o se «explique» de uno u otro modo el razonamiento de Kautsky, en ambos casos resulta evidente su ruptura con el marxismo y su paso al lado de la burguesía.
Ya en el «Manifiesto Comunista», al hablar del Estado que necesita la clase obrera triunfante, escribía Marx: «El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante» [17]. Y ahora un hombre que pretende seguir siendo marxista, declara que el proletariado totalmente organizado y que sostiene «una lucha decisiva» contra el capital, no debe hacer de su organización de clase una organización de Estado. La «fe supersticiosa en el Estado», que según escribía Engels en 1891 «en Alemania se ha trasplantado a la consciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros» [18], es lo que en este caso ha puesto de manifiesto Kautsky. Luchad, obreros, «autoriza» nuestro filisteo —también lo «autoriza» el burgués porque de todos modos los obreros luchan, y lo único que hace falta es buscar el modo de embotar el filo de su espada—. ¡Luchad, pero no tratéis de vencer! ¡No destruyáis la máquina del Estado burgués, no sustituyáis la «organización estatal» burguesa por la «organización estatal» proletaria!
Una persona que compartiera en serio la idea de Marx de que el Estado no es más que una máquina para el aplastamiento de una clase por otra, que se hubiera parado a meditar sobre esta verdad, no habría podido llegar nunca al absurdo de decir que las organizaciones proletarias, capaces de vencer al capital financiero, no deben transformarse en organizaciones de Estado. Eso es lo que revela al pequeñoburgués, para el que el Estado es, «a pesar de todo», una entidad al margen de las clases, o situada por encima de las clases. En efecto, ¿por qué puede el proletariado, «una sola clase», hacer una guerra decisiva al capital, que no sólo domina sobre el proletariado, sino sobre el pueblo entero, sobre toda la pequeña burguesía, sobre todos los campesinos, y no puede, siendo «una sola clase», transformar su organización en organización de Estado? Porque el pequeñoburgués teme la lucha de clases y no la lleva a término, lo más importante.
Kautsky se ha metido en un embrollo completo y deja traslucir su verdadera fisonomía. Fijaos: él mismo ha reconocido que Europa se acerca a batallas decisivas entre el capital y el trabajo y que los antiguos métodos del proletariado en la lucha política y económica son insuficientes. Pero estos métodos consistían precisamente en utilizar la democracia burguesa. ¿Por tanto?... Kautsky ha tenido miedo de terminar el razonamiento y ver lo que de ello se deduce.
… Por tanto, sólo un reaccionario, enemigo de la clase obrera, lacayo de la burguesía, puede dedicarse ahora a pintar los encantos de la democracia burguesa y a cotorrear acerca de la democracia pura, vuelto hacia un pasado ya caduco. La democracia burguesa fue progresiva en comparación con la Edad Media, y había que utilizarla. Pero ahora es insuficiente para la clase obrera. Ahora hay que mirar no hacia atrás, sino hacia adelante, hay que ir a la sustitución de la democracia burguesa por la proletaria. Ha sido posible —y necesario— realizar en el marco del Estado democrático burgués el trabajo preparatorio de la revolución proletaria, la instrucción y formación del ejército proletario, pero encerrar al proletariado dentro de ese marco cuando se ha llegado a las «batallas decisivas», es traicionar la causa proletaria, ser un renegado.
Kautsky ha caído en una situación particularmente ridícula, porque repite el argumento de Mártov ¡sin ver que Mártov apoya este argumento en otro que Kautsky no emplea! Mártov dice —y Kautsky lo repite— que Rusia no está todavía madura para el socialismo, de lo cual se deduce naturalmente que es aún temprano para convertir los Soviets, de órganos de lucha, en organizaciones de Estado —léase: lo oportuno es transformar los Soviets, con ayuda de los jefes mencheviques, en órganos de subordinación de los obreros a la burguesía imperialista—. Ahora bien, Kautsky no puede decir abiertamente que Europa no está madura para el socialismo. En 1909, cuando aún no era un renegado, escribió que no había que tener miedo de una revolución prematura, que sería traidor quien renunciara a la revolución por miedo a la derrota. Kautsky no se atreve a retractarse francamente. Y resulta un absurdo que descubre por entero toda la necedad y la cobardía del pequeñoburgués: por una parte, Europa está madura para el socialismo y va a las batallas decisivas entre el trabajo y el capital; pero, por otra parte, la organización de combate —es decir, la organización que se está formando, desarrollando y afianzando en la lucha—, la organización del proletariado, vanguardia, organizador y jefe de los oprimidos, ¡no se debe convertir en organización de Estado!
Desde el punto de vista práctico de la política, la idea de que los Soviets son necesarios como organización de combate, pero no deben convertirse en organizaciones de Estado, es todavía infinitamente más absurda que desde el punto de vista teórico. Incluso en tiempos de paz, sin situación revolucionaria, la lucha entre las masas obreras y los capitalistas, por ejemplo, la huelga de masas, origina en ambas partes formidable irritación, extremo ardor en el combate, constantes manifestaciones de la burguesía en el sentido de que ella es y quiere seguir siendo «el ama de su casa», etc. Y en tiempos de revolución, cuando la vida política está en efervescencia, una organización como los Soviets, que comprende a todos los obreros de todas las ramas de industria, y también a todos los soldados y a todos los campesinos pobres y trabajadores, es una organización que por sí misma, por la marcha del combate, por la simple «lógica» de la ofensiva y de la defensiva, llega necesariamente a plantear el problema en forma tajante. Querer tomar una posición neutra, «conciliar» al proletariado con la burguesía, es una necedad condenada a un fracaso lastimoso: esto fue lo que sucedió en Rusia con las prédicas de Mártov y otros mencheviques; esto es lo que inevitablemente sucederá en Alemania y en otros países si los Soviets se desarrollan bastante y ampliamente, si llegan a unirse y a afianzarse. Decir a los Soviets que luchen, pero que no tomen todo el poder del Estado en sus manos, que no se transformen en organizaciones de Estado, equivale a predicar la colaboración de clases y la «paz social» entre el proletariado y la burguesía. Es ridículo pensar siquiera que, en una lucha encarnizada, semejante posición pueda conducir a algo que no sea una vergonzosa derrota. El eterno destino de Kautsky es nadar entre dos aguas. Hace como si en teoría no estuviera de acuerdo en nada con los oportunistas, pero de hecho está de acuerdo con ellos, en todo lo esencial —o sea, en todo lo que concierne a la revolución—, en la práctica.
Notas
[17] Véase C. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista, ed. en español, Pekín, 1968.
[18] Lenin se refiere a la Introducción de F. Engels a la obra de C. Marx La guerra civil en Francia (véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XXII)
Vladimir Ilich Uliánov, Lenin
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