«Vosotros, explotadores e hipócritas, habláis de democracia y, al mismo tiempo, levantáis a cada paso millares de obstáculos para impedir que las masas oprimidas participen en la vida política. Os tomamos la palabra y exigimos, en beneficio de estas masas, que ampliéis vuestra democracia burguesa, a fin de preparar a las masas para la revolución que os derribará a vosotros, los explotadores. Y si vosotros, los explotadores, intentáis hacer frente a nuestra revolución proletaria, os aplastaremos implacablemente». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)
Como ya he señalado, la privación del derecho de sufragio a la burguesía no constituye un rasgo obligatorio e indispensable de la dictadura del proletariado. Los bolcheviques de Rusia, que habían proclamado la consigna de tal dictadura mucho antes de Octubre, tampoco hablaban de privar de derechos electorales a los explotadores. Este rasgo de la dictadura no procede «del plan» de ningún partido, sino que ha surgido por sí mismo en el curso de la lucha. El historiador Kautsky, claro, no lo ha notado. No comprende que la burguesía, cuando en los Soviets dominaban aún los mencheviques —partidarios de la conciliación con la burguesía—, se había apartado por propia iniciativa de los Soviets, los boicoteaba, se oponía a ellos he intrigaba contra ellos. Los Soviets surgieron sin Constitución alguna y subsistieron más de un año —desde la primavera de 1917 hasta el verano de 1918— sin Constitución alguna. El enfurecimiento de la burguesía contra la organización de los oprimidos, organización independiente y omnipotente —pues abarca a todos—, la lucha más desvergonzada, más egoísta y más vil de la burguesía contra los Soviets y, en fin, la complicidad manifiesta de la burguesía —desde los demócratas constitucionalistas hasta los eseristas de derecha, desde Miliukov hasta Kerenski— en la korniloviada [37] fue lo que preparó la exclusión formal de la burguesía del seno de los Soviets.
Kautsky ha oído hablar del complot de Kornílov, pero tiene un desprecio olímpico por los hechos históricos y el curso y las formas de la lucha, que determinan las formas de la dictadura: ¿qué tienen que ver, en efecto, los hechos si se trata de la democracia «pura»? Debido a esto, la «crítica» de Kautsky, dirigida contra la privación de derechos electorales a la burguesía, se distingue por una... melosa ingenuidad que sería enternecedora en un niño, pero que produce náuseas, tratándose de un hombre a quien todavía no se ha declarado oficialmente cretino.
«... Si, con el sufragio universal, los capitalistas hubieran quedado reducidos a una minoría insignificante, les habría costado menos resignarse con su suerte» (pág.33)... ¿Verdad que es encantador? El inteligente Kautsky ha visto muchas veces en la historia, y por experiencia de la vida cotidiana los conoce muy bien, a terratenientes y capitalistas que conceden beligerancia a la voluntad de la mayoría de los oprimidos. El inteligente Kautsky se mantiene firme en el punto de vista de la «oposición», es decir, en el punto de vista de la lucha parlamentaria. Así lo dice textualmente, «oposición» (pág.34 y otras muchas).
¡Oh, sabio historiador y político! Sepa usted que «oposición» es un concepto de lucha pacífica y exclusivamente parlamentaria, es decir, una noción que responde a una situación no revolucionaria, a la ausencia de revolución. En la revolución nos encontramos con un enemigo que es implacable en la guerra civil; ninguna jeremiada reaccionaria de pequeño burgués, temeroso de esa guerra, como lo es también Kautsky, hará cambiar en nada este hecho. Es ridículo enfocar desde el punto de vista de la «oposición» los problemas de una guerra civil implacable cuando la burguesía está dispuesta a cometer todos los crímenes —el ejemplo de los versalleses [38] y sus tratos con Bismarck dicen bastante a todo el que no vea la historia como el Petrushka de Gógol [39]—, cuando la burguesía llama en su auxilio a Estados extranjeros e intriga con ellos contra la revolución. Lo mismo que Kautsky, «consejero del embrollo», el proletariado revolucionario debe encasquetarse el gorro de dormir y conceptuar de simple «oposición» legal a esta burguesía que organiza revueltas contrarrevolucionarias como las de Dútov, Krasnov y los checoslovacos [40] y prodiga millones a los saboteadores. ¡Qué profundidad de pensamiento!
Lo único que a Kautsky le interesa es el aspecto formal y jurídico del asunto, de modo que al leer sus razonamientos sobre la Constitución soviética no podemos menos de recordar las palabras de Bebel de que los jurisconsultos son gente reaccionaria hasta la médula. «En realidad -escribe Kautsky- no se puede privar de derechos únicamente a los capitalistas. ¿Qué es el capitalista en sentido jurídico? ¿Un hombre que posee bienes? Incluso en un país tan adelantado en el terreno económico, como Alemania, cuyo proletariado es tan numeroso, la instauración de una república soviética privaría de derechos políticos a grandes masas. En 1907, el número de personas —comprendidas sus familias— ocupadas en los tres grandes grupos —agricultura, industria y comercio— ascendía en el Imperio alemán a unos 35 millones de empleados y obreros asalariados y 17 millones de productores independientes. Por tanto, el partido puede muy bien ser mayoría entre los obreros asalariados, pero minoría en la población» (pág.33).
Típico modo de razonar de Kautsky. ¿No es esto una lamentación contrarrevolucionaria de burgués? ¿Por qué ha incluido usted, señor Kautsky, a todos los «productores independientes» en la categoría de personas desprovistas de derechos, cuando sabe muy bien que la inmensa mayoría de los campesinos rusos no emplean obreros asalariados y, por tanto, no se les priva de derechos? ¿No es ésta una falsificación?
¿Por qué usted, sabio economista, no ha reproducido datos que conoce perfectamente y que figuran en la misma estadística alemana de 1907 sobre el trabajo asalariado en los diversos grupos de explotaciones agrícolas? ¿Por qué no ha citado usted esos datos a los obreros alemanes, lectores de su folleto, y así verían cuántos explotadores hay, y los pocos que son en el total de los «propietarios rurales» de la estadística alemana?
Porque su apostasía lo ha convertido en un simple sicofante al servicio de la burguesía.
El capitalista, vean ustedes, es un concepto jurídico impreciso, y Kautsky dedica unas cuantas páginas a fulminar la «arbitrariedad» de la Constitución soviética. El «concienzudo erudito» concede a la burguesía inglesa el derecho de componer y perfeccionar durante siglos una Constitución burguesa nueva —nueva para la Edad Media—; pero a nosotros, los obreros y campesinos de Rusia, este representante de una ciencia servil no nos otorga plazo alguno. A nosotros nos exige una Constitución ultimada hasta el más pequeño detalle en unos cuantos meses...
... ¡«Arbitrariedad»! Juzguen qué abismo del más vil servilismo ante la burguesía y de la más estúpida pedantería descubre semejante reproche. Los jurisconsultos de los países capitalistas, burgueses hasta la médula y reaccionarios en su mayoría, han dedicado siglos o decenios a redactar las más minuciosas reglas, a escribir decenas y centenares de volúmenes de leyes y comentarios para oprimir al obrero, para atar de pies y manos al pobre, para oponer mil argucias y trabas al simple trabajador del pueblo, ¡ah, pero los liberales burgueses y el señor Kautsky no ven en ello ninguna «arbitrariedad»! ¡No ven más que «orden» y «legislación»! Allí todo está meditado y prescrito para «exprimir» lo más posible al pobre. Allí hay millares de abogados y funcionarios burgueses —de los que Kautsky no habla en absoluto, seguramente porque Marx concedía muchísima importancia precisamente a la destrucción de la máquina burocrática...—; millares de abogados y funcionarios que saben interpretar las leyes de manera que el obrero y el campesino medio no consigan atravesar nunca las alambradas que sus preceptos levantan. Eso no es «arbitrariedad» de la burguesía, eso no es una dictadura de viles y ávidos explotadores que han chupado hasta la saciedad la sangre del pueblo, nada de eso. Es la «democracia pura», que cada día va haciéndose más y más pura.
Pero cuando las clases trabajadoras y explotadas, aisladas por la guerra imperialista de sus hermanos extranjeros, crean por primera vez en la historia sus Soviets, incorporan a la vida política a las masas que la burguesía oprimía, embrutecía y embotaba; cuando comienzan a construir ellas mismas un Estado nuevo, proletario; cuando, en el ardor de una lucha encarnizada, en el fuego de la guerra civil, comienzan a esbozar los principios fundamentales de un Estado sin explotadores, ¡todos los canallas de la burguesía, toda la banda de vampiros con su acólito Kautsky, claman contra la «arbitrariedad»! En efecto, ¿cómo pueden esos ignorantes, esos obreros y campesinos, esa «chusma», interpretar sus leyes? ¿Dónde van a adquirir el sentido de la justicia esos simples trabajadores, sin los consejos de abogados cultos, de escritores burgueses, de los Kautsky y de los sabios funcionarios de antaño?
El señor Kautsky cita las siguientes palabras de mi discurso del 28 de abril de 1918 [41]: «... Las masas determinan ellas mismas la forma y la fecha de las elecciones...» Y el «demócrata puro» Kautsky concluye:
«... De modo que, por lo visto, cada asamblea de electores puede determinar cómo guste el procedimiento de las elecciones. La arbitrariedad y la posibilidad de deshacerse de los elementos de oposición molestos, en el seno del mismo proletariado, se multiplicarían de esa manera en sumo grado» (pág.37).
¿En qué se distingue eso de los discursos de un coolí de la pluma vendido a los capitalistas, que clama porque en una huelga la masa sojuzga a los obreros aplicados que «desean trabajar»? ¿Por qué no es una arbitrariedad que los funcionarios burgueses determinen el procedimiento de las elecciones en la democracia burguesa «pura»? ¿Por qué el sentido de justicia de las masas que se han levantado para luchar contra sus explotadores seculares, de las masas a las que instruye y templa esta lucha desesperada, ha de ser inferior al de un puñado de funcionarios, intelectuales y abogados nutridos de prejuicios burgueses?
Kautsky es un verdadero socialista, no se ponga en duda la sinceridad de este venerable padre de familia, de este honradísimo ciudadano. Es partidario ardiente y convencido de la victoria de los obreros, de la revolución proletaria. Su único deseo sería que primero, antes del movimiento de las masas, antes de su furiosa lucha contra los explotadores y obligatoriamente sin guerra civil, los melifluos intelectuales pequeñoburgueses y filisteos, encasquetado el gorro de dormir, compusieran unos moderados y precisos estatutos del desarrollo de la revolución...
Con profunda indignación moral refiere nuestro doctísimo Judas Golovliov [42] a los obreros alemanes que el 14 de junio de 1918, el Comité Ejecutivo Central de los Soviets de toda Rusia acordó expulsar de los Soviets a los representantes del partido eserista de derecha y de los mencheviques. «Esta medida -escribe el Judas Kautsky, enardecido por noble indignación- no va dirigida contra personas determinadas que hayan cometido determinados actos punibles... La Constitución de la República Soviética no dice ni una palabra de la inmunidad de los diputados a los Soviets. No son determinadas personas, sino determinados partidos a los que, en este caso, se expulsa de los Soviets» (pág.37).
Sí, eso es, en efecto, horrible, es apartarse de un modo intolerable de la democracia pura, conforme a cuyas normas hará la revolución nuestro revolucionario Judas Kautsky. Nosotros, los bolcheviques rusos, debimos haber empezado por prometer la inmunidad a los Sávinkov y compañía, a los Liberdán [43], Potrésov —los «activistas» [44]— y compañía y después redactar un código penal por el que se declarará «punible» la participación en la campaña contrarrevolucionaria de los checoslovacos, o la alianza con los imperialistas alemanes en Ucrania o en Georgia contra los obreros de su país; sólo después, en virtud de este código penal, hubiéramos estado facultados, según la «democracia pura», para expulsar de los Soviets a «determinadas personas». Se sobrentiende que los checoslovacos, que recibían dinero de los capitalistas anglo-franceses por mediación de los Sávinkov, Potrésov y Liberdán —o gracias a su propaganda—, lo mismo que los Krasnov, que han recibido proyectiles de los alemanes por mediación de los mencheviques de Ucrania y de Tiflis, se habrían estado quietos hasta que nosotros hubiésemos redactado nuestro código penal en la forma debida y, como los más puros demócratas, se habrían limitado a un papel de «oposición»...
La misma indignación moral siente Kautsky ante el hecho de que la Constitución soviética priva de los derechos electorales a los que «emplean obreros asalariados con fines de lucro». «Un obrero de la industria doméstica o un pequeño patrono con un oficial —escribe Kautsky— puede vivir y sentir como verdadero proletario y no tiene derecho a votar» (pág.36).
¡Qué desviación de la ,«democracia pura»! ¡Qué injusticia! Bien es verdad que, hasta ahora, todos los marxistas suponían, y lo confirmaban con miles de hechos, que los pequeños patronos son los más crueles y mezquinos explotadores de los obreros asalariados; pero el Judas Kautsky no habla, naturalmente, de la clase de los pequeños patronos —¿quién habrá ideado la funesta teoría de la lucha de las clases?—, sino de individuos, de explotadores que «viven y sienten como verdaderos proletarios». La famosa «Inés la ahorrativa», a la que se creía muerta hace tiempo, ha resucitado de la pluma de Kautsky. Inventó a esta Inés la ahorrativa y la puso en boga en las publicaciones alemanas hace algunos decenios un demócrata «puro», el burgués Eugenio Richter, quien predijo infinitos males como consecuencia de la dictadura del proletariado, de la confiscación del capital de los explotadores, y preguntó con aire inocente qué significaba un capitalista en el sentido jurídico. Ponía el ejemplo de una costurera pobre y ahorrativa —«Inés la ahorrativa»—, a la que los malos «dictadores del proletariado» arrebataban los últimos céntimos. Hubo un tiempo en que toda la socialdemocracia alemana se reía de esta «Inés la ahorrativa» del demócrata puro Eugenio Richter. Pero de eso hace ya mucho, tanto que data de los tiempos en que aún vivía Bebel y decía francamente esta verdad: en nuestro partido hay muchos nacional-liberales [45]. De eso hace ya tanto tiempo que fue cuando Kautsky aún no era renegado.
Y ahora, «Inés la ahorrativa» ha resucitado en la persona del «pequeño patrono con un solo oficial, que vive y siente como un verdadero proletario». Los malvados bolcheviques se portan mal con él, le privan del derecho a votar. Verdad es que «cada asamblea de electores», según dice el mismo Kautsky, puede en la República Soviética admitir a un pobre artesano relacionado, por ejemplo, con una fábrica, si por excepción no es un explotador, si en realidad «vive y siente como un verdadero proletario». Pero ¿puede uno fiarse del conocimiento de la vida, del sentido de justicia de una asamblea de simples obreros de una fábrica mal organizada y que procede —¡horror!— sin estatutos? ¿No está claro, acaso, que vale más conceder derechos electorales a todos los explotadores, a todos los que emplean obreros asalariados, que correr el riesgo de que los trabajadores traten mal a «Inés la ahorrativa» y al «pequeño artesano que vive y siente como un proletario»?
Dejemos a los despreciables canallas de la apostasía, alentados por los aplausos de los burgueses y de los socialchovinistas*, que vilipendien nuestra Constitución soviética porque priva a los explotadores del derecho de sufragio. Tanto mejor, porque así se hará más rápida y profunda la escisión entre los obreros revolucionarios de Europa, de un lado, y los Scheidemann y Kautsky, Renaudel y Longuet, Henderson y Ramsay MacDonald, los viejos jefes y viejos traidores del socialismo.
[*Acabo de leer en el editorial de la Gaceta de Fráncfort [46] del 22 de octubre de 1918 (núm.293) un resumen entusiasta del folleto de Kautsky. El periódico de los bolsistas está encantado. ¡Cómo no! Y un camarada de Berlín me escribe que Vorwärts [47], el periódico de los Scheidemann, ha declarado en un artículo especial que suscribe casi todas las líneas de Kautsky. ¡Lo felicitamos, lo felicitamos!]
Las masas de las clases oprimidas, los jefes conscientes y honrados del proletariado revolucionario estarán con nosotros. Bastará dar a conocer a estos proletarios y a estas masas nuestra Constitución soviética para que digan en seguida: Esos son de verdad gente nuestra, ése es un verdadero partido obrero, un verdadero gobierno obrero. Porque no engaña a los obreros con palabrería acerca de reformas, como nos han engañado todos los jefes mencionados, sino que lucha en serio contra los explotadores, lleva a cabo en serio la revolución, combate en realidad por la plena emancipación de los obreros.
Si los Soviets, después de un año de «práctica», privan a los explotadores del derecho al sufragio, esto quiere decir que los Soviets son de veras organizaciones de las masas oprimidas, y no de los socialimperialistas ni de los socialpacifistas vendidos a la burguesía. Si estos Soviets han privado a los explotadores del derecho de sufragio, eso quiere decir que los Soviets no son órganos de conciliación pequeñoburguesa con los capitalistas, no son órganos de charlatanería parlamentaria —de los Kautsky, Longuet y MacDonald—, sino órganos del proletariado verdaderamente revolucionario que sostiene una lucha a muerte contra los explotadores.
«Aquí casi no se conoce el opúsculo de Kautsky», me ha escrito desde Berlín uno de estos días —hoy estamos a 30 de octubre— un camarada bien informado. Yo aconsejaría a nuestros embajadores en Alemania y Suiza que no escatimaran recursos para comprar ese libro y distribuirlo gratis entre los obreros conscientes, para enterrar en el fango, a la socialdemocracia «europea» —léase imperialista y reformista—, esa socialdemocracia que desde hace tiempo es un «cadáver hediondo».
Al final de su libro, en las páginas 61 y 63, el señor Kautsky deplora amargamente que «la nueva teoría» —que es como llama al bolchevismo, temiendo abordar el análisis que Marx y Engels hicieron de la Comuna de París— «encuentre partidarios incluso en viejas democracias como Suiza». «Es incomprensible«, para Kautsky, «que acepten esta teoría los socialdemócratas alemanes».
Al revés, es muy comprensible, porque después de las serias lecciones de la guerra, tanto los Scheidemann como los Kautsky repugnan a las masas revolucionarias.
¡«Nosotros», que hemos propugnado siempre la democracia —escribe Kautsky—, vamos de pronto a renunciar a ella!
«Nosotros», los oportunistas de la socialdemocracia, hemos estado siempre contra la dictadura del proletariado, y los Kolb y Cía. lo dijeron francamente hace mucho tiempo. Kautsky lo sabe, y en, vano cree que conseguirá ocultar a los lectores un hecho tan evidente como su «vuelta al seno» de los Bernstein y los Kolb.
«Nosotros», los marxistas revolucionarios, no hemos hecho nunca un fetiche de la democracia «pura» —burguesa—. Se sabe que Plejánov era en 1903 un marxista revolucionario —antes de su lamentable viraje, que hizo de él un Scheidemann ruso—. Y Plejánov dijo entonces, en el congreso del partido en que se adoptó el programa, que, si era necesario, el proletariado privaría de derechos electorales a los capitalistas en la revolución, disolvería cualquier parlamento si éste resultaba ser contrarrevolucionario. Tal es el único punto de vista que corresponde al marxismo; así puede verlo cualquiera, siquiera sea por las manifestaciones de Marx y Engels que he citado antes. Es un corolario evidente de todos los fundamentos del marxismo.
«Nosotros», los marxistas revolucionarios, no hemos dirigido al pueblo los discursos que gustaban de pronunciar los kautskianos de todas las naciones en sus funciones de lacayos de la burguesía, adaptándose al parlamentarismo burgués, disimulando el carácter burgués de la democracia contemporánea y reclamando tan sólo su ampliación, su aplicación completa.
«Nosotros» hemos dicho a la burguesía: Vosotros, explotadores e hipócritas, habláis de democracia y, al mismo tiempo, levantáis a cada paso millares de obstáculos para impedir que las masas oprimidas participen en la vida política. Os tomamos la palabra y exigimos, en beneficio de estas masas, que ampliéis vuestra democracia burguesa, a fin de preparar a las masas para la revolución que os derribará a vosotros, los explotadores. Y si vosotros, los explotadores, intentáis hacer frente a nuestra revolución proletaria, os aplastaremos implacablemente, os privaremos de derechos, es más: no os daremos pan, porque en nuestra república proletaria los explotadores carecerán de derechos, se verán privados del fuego y del agua, porque somos socialistas de verdad, y no como los Scheidemann y los Kautsky.
Así es como «nosotros» hemos hablado y hablaremos, los marxistas revolucionarios, y por ello las masas oprimidas estarán a favor nuestro y con nosotros, mientras que los Scheidemann y los Kautsky irán a parar al basurero de los renegados.
Notas
[37] Se alude al complot contrarrevolucionario del general Kornílov en agosto de 1917.
[38] Versalleses: partidarios del gobierno contrarrevolucionario burgués de Francia, encabezado por Thiers e instalado en Versalles después de haber triunfado la Comuna de París. Concertaron una alianza militar con las tropas prusianas para aplastar la insurrección de los obreros parisienses.
[39] Petrushka: siervo doméstico, personaje de la novela de Nicolás Gógol «Almas muertas»; leía los libros deletreando, pero sin calar en el contenido, interesándose únicamente por el proceso mecánico de la lectura.
[40] Se trata de la sublevación contrarrevolucionaria del cuerpo de ejército checoslovaco, que había sido formado en Rusia, antes aún de triunfar la Revolución Socialista de Octubre, con prisioneros de guerra checos y eslovacos. La sublevación estuvo organizada por los imperialistas de la Entente y estalló en mayo de 1918. Actuando en estrecho contacto con los guardias blancos y los kulaks, el cuerpo de ejército checoslovaco ocupó gran parte de la región del Volga, de los Urales y Siberia, restableciendo en todas partes el poder de la burguesía. La región del Volga fue liberada por el Ejército Rojo en el otoño de 1918, y la contrarrevolución de Siberia derrotada definitivamente a fines de 1919.
[41] Lenin se refiere a su artículo «Las tareas inmediatas del Poder soviético», publicado el 28 de abril de 1918 en los periódicos Pravda e Izvestia del CEC de toda Rusia; apareció también en separata.
[42] Judas Golovliov: tipo de terrateniente feudal, hipócrita y santurrón, descrito en la obra de M. Saltykov-Schedrín «Los señores Golovliov».
[43] Los Liberdán: apodo irónico que se dio a los líderes mencheviques Líber y Dan y a sus adeptos después de haber aparecido en el número 141 del periódico bolchevique de Moscú Sotsial-Demokrat, correspondiente al 25 de agosto —7 de septiembre— de 1917, un folletín de D. Bodni con el título de «Liberdán».
[44] Mencheviques «activistas»: corriente, la más derechista, del partido de los mencheviques, que admitía y aplicaba en la práctica los métodos de la lucha armada contra el Poder soviético. Los mencheviques «activistas» participaron en acciones contrarrevolucionarias y en el terror blanco; contaban con la ayuda militar y pecuniaria de los intervencionistas.
[45] Lenin alude al discurso de A. Bebel, pronunciado el 20 de septiembre de 1910 en el Congreso de Magdeburgo del Partido Socialdemócrata de Alemania.
[46] «Frankfurter Zeitung» —«Gaceta de Fráncfort»—: órgano diario de los grandes bolsistas alemanes; se editó en Fráncfort del Meno a partir de 1856.
[47] Se alude al artículo de fondo «¿Dictadura o democracia?», publicado el 21 de octubre de 1918 en el número 290 del periódico Vorwärts.
«Vorwärts» —«Adelante»—: diario, órgano central del Partido Social oportunistas. Durante la guerra imperialista mundial, Vorwärts mantuvo posiciones socialchovinistas; después de la Gran Revolución Socialista de Octubre desplegó propaganda antisoviética.
Vladimir Ilich Uliánov; Lenin
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