viernes, 31 de enero de 2014

Los enemigos del marxismo; Pavel Yudin, 1949

A partir del rechazo generalizado en el movimiento marxista-leninista del revisionismo titoista, los teóricos de esta rama del revisionismo moderno se sintieron con menos presión para expresar sus concepciones sobre el ejército, la cultura, el Estado, el partido, el frente, etc.

Precisamente una de las curiosidades de este artículo, es que el teórico soviético Pavel Yudin polemiza frente al teórico yugoslavo Edvard Kardelj sobre la democracia popular y su carácter, y más concretamente, sobre el concepto marxista-leninista de la dictadura del proletariado y el papel hegemónico de la clase obrera. Recomendamos especial atención en ese punto.

Pavel Yudin regaña no sin razón, las teorizaciones desviacionistas yugoslavas sobre que la dictadura del proletariado y la violencia revolucionaria no era parte intrínseca de la democracia popular; o sea de los regímenes de los países surgidos después de la Segunda Guerra Mundial que tenían deberes iguales –leyes en el establecimiento de la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo inalterables– pero que se aplicaron de diferentes formas a la hora de desenvolverse; hablamos que existían ciertas características específicas como el camino en la toma de poder o la aplicación de las medidas que todos tarde o temprano tenían que implantar que se diferenciaban –inclusive entre ellos– respecto a la experiencia soviética en cuanto al ritmo, ya que no existía la misma resistencia por parte de las clases explotadoras, la misma influencia del partido comunista en las masas –incluso en la clase obrera, o las condiciones socio-económicas en cada país. Esto ya lo señalamos al comentar por ejemplo, el desarrollo de la democracia popular en Polonia, comparándola con la experiencia soviética o albanesa, analizando la toma de poder proletario del partido comunista en Polonia:

«Por ejemplo al implantarse la hegemonía política ya vemos una diferencia palpable si lo comparamos con la revolución albanesa, ya que en Polonia existían varios partidos burgueses y pequeño burgueses con mayor influencia en algunos aspectos que el Partido obrero Polaco al término de la guerra, a diferencia del Partido Comunista de Albania que gracias en parte a su gran labor de unión con las masas, tuvo un sendero más directo y fácil al haber eliminado a los pocos y traicioneros partidos burgueses que quisieron emergen, contando en la posguerra con una reacción mucho más desorganizada». (Intro de Bitácora de un Nicaragüense del post: Los «demonios» fuera de control; el ascenso de Gomulka al poder, 2013)

Para que se entienda mejor, los marxista-leninistas de entonces entendían de esta forma esto que decimos; la evaluación de las características nacionales específicas sin caer en el oportunismo nacionalista y desviacionista en cuanto a aplicar el marxismo-leninismo y sus leyes sobre la construcción del socialismo:

«Como se ha señalado, dicha tendencia a pasar por alto o a aminorar el camino polaco hacia el socialismo pretende trafican con la verdad, que es la siguiente; a pesar de ciertas características específicas, nuestro proceso no es algo cualitativamente diferente de la trayectoria general de desarrollo hacia el socialismo, el cual sólo difiere en la forma de la trayectoria general de desarrollo, una diferencia que de por sí surge precisamente por la victoria previa del socialismo en la Unión Soviética, una diferencia que se puede basar en la experiencia previa de la construcción socialista en la Unión Soviética, teniendo en cuenta las posibilidades que ofrece el nuevo período histórico y de las condiciones específicas de la evolución histórica de Polonia». (Bolesław Bierut, Para lograr la completa eliminación de las desviaciones derechistas y nacionalistas: discurso en el Pleno del Comité Central del Partido Obrero Polaco de septiembre, 1948)

Otro ejemplo lo tenemos en las aclaraciones de Georgi Dimitrov a estas concepciones titoistas en su partido:

«Algunos camaradas que en la discusión mencionaron el problema de la democracia popular, pusieron o estaban inclinados a poner el acento ante todo sobre las diferencias entre el régimen de democracia popular y el régimen soviético, cosa que puede llevar a conclusiones injustas y nocivas. De acuerdo con el planteamiento marxista-leninista el régimen soviético y el de democracia popular son dos formas de un mismo poder: el de la clase obrera en alianza y al frente de los trabajadores de la cuidad y campo. Se trata de dos formas de la dictadura del proletariado. La forma específica de la transición del capitalismo al socialismo en nuestro país no deroga ni puede derogar las leyes naturales, fundamentales, del período de transición del capitalismo al socialismo, comunes para todos los países. El paso al socialismo no puede efectuarse sin la dictadura del proletariado contra los elementos capitalistas y sin la organización de la economía socialista». (Georgi Dimitrov, Informe al Vº Congreso del Partido Obrero (comunista) Búlgaro, 1948)

Aprovechando estas diferencias históricas más que normales, ya que no hay dos experiencias calcadas, los revisionistas yugoslavos revisaron la teoría del marxismo-leninismo; tomaban al campesinado pequeñoburgués por su elevado número –como hacían los socialrevolucionarios en Rusia– como clase hegemónica del proceso, diluían al partido, su papel y funciones en el frente para no asustar a las clases explotadoras –como pretendieron en más de una ocasión los mencheviques–, sus relaciones con los países imperialistas se ponían bajo el mismo nivel que sus relaciones con la Unión Soviética y los países de democracia popular bajo la excusa de «conservar la vieja alianza antifascista» y las «nuevas condiciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial» –tomando prestadas teorías de Mao y Browder–, lo que acabaría por poner la economía yugoslava a merced de los monopolios de los países capitalistas. Se intentaba crear la noción que el hecho de dirigir un ejército –sobre todo en lucha contra el imperialismo extranjero te convierte automaticamente en dominador de la teoría marxista, y en un acto que te daba crédito para el futuro. Y sobre todo, se aminoraba la lucha de clases queriendo presentar un «tránsito pacífico» al socialismo sin tocar las bases económicas e ideológicas del capitalismo  –algo ya visto en Kautsky, Bernstein o Bujarin–. 

Todo esto y mucho más, era algo ya comentado hacía tiempo por la Kominform, como mostraba su resolución del 28 de junio de 1948 donde se condenaron los puntos de vista desviacionistas de la dirección del Partido Comunista de Yugoslavia.

El documento:



Pavel Yudin, Los enemigos del marxismo –artículo publicado en el nº 12 del órgano de la Kominform; «Por una paz duradera, por una democracia popular»–, 1949

Dentro de la camarilla titoista de nacionalistas burgueses, Edvard Kardelj es reputado como un teórico patentado. 

El 28 de mayo del presente año, Edvard Kardelj pronunció en la Asamblea nacional yugoslava un discurso sobre los comités populares en Yugoslavia. 

Lo primero que salta a la vista es la fanfarronería pequeñoburguesa con la que declaró que ellos, es decir, Kardelj, Tito y sus adláteres, no se han equivocado jamás en su apreciación sobre el carácter de la democracia popular, que han sido los primeros en hacer un análisis marxista de los nuevos fenómenos del desarrollo del régimen de democracia popular, etc., etc. Acusando falsamente, al modo trotskista, al Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética y a los otros partidos comunistas, de confusión política e ideológica, Edvard Kardelj dijo: 

«En nuestro país, en la literatura y en la política de nuestro partido, no encontraréis en ninguna parte semejantes teorías y fenómenos». (1) (Edvard Kardelj, Discurso pronunciado en la Asamblea Nacional durante el 28 de mayo de 1949)

Nadie ha pensado nunca en considerar a Tito, Kardelj, Rankovitch, Djilas como marxistas. Ningún mérito suyo en marxismo aparece en la historia del movimiento comunista internacional  ni en la historia del movimiento comunista de Yugoslavia.

La banda titiosta que pretende tan ardientemente que su papel internacional ha consistido en: «desarrollar el marxismo», exclama; corrientemente, adjudicándose con desvergüenza los méritos del pueblo yugoslavo: ¡hemos organizado el movimiento guerrillero en Yugoslavia, hemos librado una guerra de liberación nacional y somos, por consiguiente marxistas! Pero nadie se atrevería a afirmar seriamente que un jefe de destacamento guerrillero es marxista por el mero hecho de que es comandante de guerrilleros. La camarilla titoista en su conjunto, no tiene muchas más razones que el aludido jefe de destacamento guerrillero para invocar el título de teóricos del marxismo. 

¿Quién puede considerar seriamente como marxista a Tito que decía que el programa del frente popular es también el programa del Partido Comunista de Yugoslavia? De esta afirmación se deduce que el frente popular, cuya composición social es tan diversa y comprende incluso kulaks y especuladores, dicta el programa al Partido Comunista de Yugoslavia. Edvard Kardelj se vanagloria de que los titoistas no han caído nunca en la confusión teórica en la apreciación de la democracia popular. Pues bien, he aquí lo que decía Tito en Zagreb en 1946 a propósito de la naturaleza de la democracia popular: 

«Decimos a los campesinos que son la base más sólida de nuestro Estado, no porque queramos ganar sus votos, sino porque lo son de hecho». (2) (Tito, Discurso pronunciado en Zagreb, 1946)

Todo eso es pura charlatanería socialista-revolucionaria, kulak, que excluye al proletariado en general como fuerza principal, dirigente, del régimen de democracia popular. En 1947, Milovan Đilas pretendía demostrar que:

«Es absolutamente erróneo e insensato convocar reuniones sindicales a parte de las reuniones del frente popular. Es preciso reunirlos de una sola vez porque el sindicato se encuentra también en el frente popular». (3) (Milovan Đilas discurso pronunciado en 1947)

Milovan Đilas rebaja de tal modo el papel de la clase obrera que encuentra inaceptables las reuniones separadas de obreros sindicados y que envía a éstos a las reuniones del frente popular donde se encuentran diseminados en la masa general de la población inscrita en el frente popular, masa que comprende incluso a kulaks y especuladores. En 1948, Moša Pijade, teórico en quiebra, afirmaba en el periódico «Borba» que en Yugoslavia los sindicatos, es decir la clase obrera, no habían desempeñado ningún papel en la lucha liberadora y que era esa la razón por la cual no constituían la fuerza principal en el sistema del régimen estatal de Yugoslavia. 

Edvard Kardelj, en su discurso de la Asamblea nacional, generaliza la negación del papel dirigente de la clase obrera en los Estados de democracia popular y dice que:

«Para la dictadura de la clase obrera no es la violencia lo esencial como lo creen los pequeños burgueses». (4) (Edvard  Kardelj, Discurso pronunciado en la Asamblea nacional durante el 28 de mayo de 1949)

Por consiguiente, según Kardelj, solamente los pequeños burgueses piensan que la violencia es la característica esencial de la dictadura, del proletariado; según Kardelj la violencia no es obligada para la dictadura del proletariado. Así pues, ¡dictadura del proletariado sin violencia contra la burguesía! nuestro Edvard Kardelj, el nacionalista burgués, se desenmascara. Y todo eso lo presentan los oscurantistas de la camarilla de Tito como el «desarrollo del marxismo en las condiciones yugoslavas». 

Lenin hablaba de un señor del tipo de Kardelj cuando escribía: 

«En su definición de la dictadura, Kautsky se  ha esforzado por ocultar al lector la principal característica de ésta noción, a saber, la violencia revolucionaria». (5) (Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)

Al mismo tiempo que refuta las afirmaciones antimarxistas según las cuales la dictadura del proletariado no consistiría en nada más que en la violencia contra la burguesía, el camarada Stalin indica: 

«Pero es evidente que la dictadura del proletariado no se reduce a la mera violencia, aunque sin la violencia no hay dictadura». (6) (Stalin, Cuestiones del leninismo, 1926)

Lenin escribía también: 

«La dictadura, del proletariado es «una lucha tenaz, sangrienta y no sangrienta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad». (7) (Lenin, La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1921)

Después de esto puede juzgarse lo «marxista» que es el señor Kardelj cuando se pone a enseñar marxismo al Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética y a los otros partidos comunistas. Será sin duda porque no es esencial para Kardelj la enseñanza marxista-leninista de la dictadura del proletariado, que comprende la violencia de la clase obrera contra la minoría explotadora, por lo que no interesa a los nacionalistas burgueses yugoslavos. 

Edvard Kardelj se ha visto obligado a falsificar, la enseñanza marxista de la dictadura del proletariado para que la burguesía de la ciudad y del campo no tenga ningún temor, para que comprenda que las medidas draconianas del régimen policiaco anticomunista de Aleksandar Ranković son dirigidas contra los comunistas, contra los amigos de la Unión Soviética y solamente contra ellos. 

La furia antisoviética de Kardelj no tiene límites. Como enemigo que es de la Unión Soviética niega que en la Unión Soviética sea consecuentemente realizada una democracia socialista. No dice ni más ni menos que lo siguiente: 

«Los principios de la democracia socialista no son realizados hasta el fin ni siquiera por el poder de los soviets en la Unión Soviética».  (8) (Edvard  Kardelj, Discurso pronunciado en la Asamblea nacional durante el 28 de mayo de 1949)

El falsificador Kardelj hace todo eso para «probar» que el régimen anticomunista y antidemocrático instituido por la camarilla de Tito en Yugoslavia es «casi» el tipo superior de la democracia socialista. 

Sabido es que en política interior la camarilla de Tito se ha metido a fondo por la ruta de la restauración del capitalismo; se advierte particularmente este proceso en el campo donde, detrás del redoble de la propaganda titoista en torno a las «cooperativas de producción» y a que  «el capitalismo no se desarrolla ya en el campo», los kulaks conquistan posiciones cada vez más sólidas en la vida económica y política del campo.

Sabido es que los gobernantes yugoslavos arrastran literalmente, y cada día más, a Yugoslavia a la órbita de la economía anglo-estadounidense, sometiendo la economía de Yugoslavia al imperialismo inglés y al imperialismo estadounidense. 

Sabido es que los provocadores yugoslavos llevan a cabo, tanto en el interior como en el exterior, una política irreductiblemente antisoviética. En toda su propaganda la tesis principal –Kardelj vuelve a ella en su discurso es la gastada tesis de los hitlerianos y de los imperialistas anglo-estadounidense sobre el «imperialismo soviético» que según ellos, reside en la «ausencia de igualdad de derechos» entre la Unión Soviética y los pueblos pequeños, en la sumisión económica y política de éstos últimos a los intereses de la Unión Soviética.

Después de todo eso, Edvard Kardelj declara que su régimen titoista antidemocrático, es pese a todo el que más se aproxima por su forma al régimen soviético. ¿No es ésta la mayor de las infamias, cometida para rebajar a la democracia socialista soviética y encañar una vez más al pueblo yugoslavo especulando sobre su amistad sincera con respecto a la Unión Soviética? 

La idea de que el paso del capitalismo al socialismo, es decir la dictadura del proletariado, puede efectuarse con formas políticas diferentes, está fuera del alcance de Kardelj, antimarxista metafísico, hombre qué no comprende la esencia de la dialéctica. Niega el hecho de que las democracias populares cumplen las funciones de la dictadura del proletariado. 

Ignora la noción de que la obra revolucionaria del proletariado es inagotable. Las condiciones históricas concretas pueden engendrar y engendran nuevas formas de organización política del poder de la clase obrera. Es lo que ha ocurrido y ocurre en los países de Europa central y del sureste, donde el poder de la clase obrera, la dictadura del proletariado, ha llegado a ser realizable, no en la forma soviética, sino en la forma del régimen de democracia popular. Este hecho histórico es hoy reconocido por todo el movimiento comunista internacional. 

Ni Lenin ni Stalin han formulado en ningún momento juicio absoluto sobre tal o cual forma de organización de la dictadura del proletariado. Lenin ha subrayado más de una vez que se trata del tipo de poder, del tipo de Estado, que la dictadura del proletariado ha existido históricamente con la forma de la comuna de París y que existe hoy con la forma de los soviets. Pero es el mismo tipo de Estado: la dictadura del proletariado. 

Lenin y Stalin razonan como grandes dialécticos que son. No atan las manos a los partidos proletarios en la realización de la dictadura del proletariado, señalan que los soviets son el tipo de la dictadura del proletariado ya realizada en la Unión Soviética en las condiciones actuales y por eso los soviets son un ejemplo para los proletarios de todos los países. Los soviets son el tipo de poder de Estado hacia el que deben tender los proletarios del mundo entero para derribar a la burguesía y edificar el socialismo. 

La generalización de la experiencia de la edificación del socialismo en los países de democracia popular y la definición teórica, científica, del ejercicio de la dictadura del proletariado en esos países en forma de repúblicas de democracia popular donde la clase obrera es la fuerza dominante, donde el poder político se encuentra en sus manos, constituyen una nueva contribución a la teoría marxista-leninista y un nuevo triunfo del genio de la doctrina stalinista sobre la dictadura del proletariado. 

Pero, ¿qué le importa a Kardelj la enseñanza marxista-leninista sobre la dictadura del proletariado? ¿Qué le importa esa experiencia histórica que es el ejercicio de la dictadura del proletariado en una serie de países con formas nuevas de organización del poder de la clase obrera? Edvard Kardelj declara, lo mismo que un personaje presuntuoso del gran satírico ruso Tchedrin que eso no puede existir. Esa es toda su «ciencia». «Es falso, es anticientífico e imbécil decir que la dictadura del proletariado se manifiesta, ya sea bajo la forma  del poder de los soviets, ya sea bajo la forma de la democracia popular» grita histéricamente Kardelj. 

Sólo un hombre que ignora el abcé del marxismo y que se enfurece contra él, puede, como lo ha hecho el señor Kardel emitir un absurdo tan contrario a la realidad. Todo ello demuestra una vez más que la camarilla burguesa-nacionalista de Tito no tiene nada de común con el marxismo. ¿De qué marxismo puede tratarse cuando la banda de Tito y Ranković ha exterminado una parte considerable de los cuadros comunistas de Yugoslavia, encarcelando a decenas de millares de comunistas en las prisiones y en los campos de concentración y fusilando a millares y millares de ellas? Al mismo tiempo ha reclutado para su partido una masa de aristocráticos «chetniks» y «ustachis», kulaks, especuladores y filisteos que lo ha transformado en aparato auxiliar, del sanguinario verdugo Ranković y ha liquidado completamente todos los principios del partido comunista marxista-leninista. 

Pavel Yudin,
Los enemigos del marxismo –artículo publicado en el nº 12 del órgano de la Kominform; «Por una paz duradera, por una democracia popular»–, 1949

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