lunes, 6 de enero de 2014

Crítica burguesa del proyecto de Constitución (de la URSS); Stalin, 1936

«Varios partidos y, por consecuencia, la libertad de partidos, sólo pueden existir en una sociedad en la que existen clases antagónicas, cuyos intereses son hostiles e irreconciliables; en una sociedad donde, por ejemplo, hay capitalistas y obreros, terratenientes y campesinos, kulaks y campesinos pobres, etc. Pero en la URSS ya no hay clases como los capitalistas, los terratenientes, los kulaks, etc. En la Unión Soviética no hay más que dos clases: los obreros y los campesinos, cuyos intereses, lejos de ser hostiles, son, por el contrario, afines. Por lo tanto, en la URSS no hay base para la existencia de varios partidos y, por consiguiente, para la libertad de esos partidos. En la URSS sólo hay base para un solo partido: el Partido Comunista. En la URSS sólo puede existir un partido, el Partido Comunista, que defiende valientemente y con toda consecuencia los intereses de los obreros y los campesinos. Y que no defiende mal los intereses de estas clases es un hecho que no puede ponerse en duda». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; «Sobre el proyecto de constitución de la URSS»; 1936)



Unas cuantas palabras sobre la crítica burguesa del proyecto de Constitución.

La actitud observada por la prensa burguesa del extranjero ante el proyecto de Constitución, ofrece, indudablemente, cierto interés. Por cuanto la prensa extranjera refleja la opinión de distintos sectores de la población en los países burgueses, no podemos pasar por alto la crítica que esta prensa ha desplegado contra el proyecto de Constitución.

La reacción de la prensa extranjera ante el proyecto de Constitución se manifestó al principio como una tendencia a silenciar el proyecto de Constitución. Me refiero, en este caso, a la prensa más reaccionaria, a la prensa fascista. Este grupo de críticos consideró que lo mejor sería silenciar el proyecto de Constitución, presentar las cosas como si tal proyecto no existiera en absoluto. Alguien puede decir que la táctica del silencio no es crítica. Pero no es cierto. El método del silencio, como método especial de pasar por alto los hechos, es también, aunque, cierto, tonta y ridícula, una forma de crítica. (Hilaridad general. Aplausos.) Pero el método del silencio no les dio resultado. Al fin se han visto obligados a abrir la válvula y a informar al mundo de que, por muy triste que sea, el proyecto de Constitución de la URSS existe, y no solamente existe, sino que está empezando a ejercer una influencia perniciosa en las mentes. Y no podía ser de otra manera, porque, al fin y al cabo, en el mundo hay una opinión pública, lectores, gentes que quieren saber la verdad de los hechos, y es completamente imposible mantenerlos mucho tiempo en las garras del engaño. Con el engaño no se puede ir muy lejos...

El segundo grupo de críticos reconoce que el proyecto de Constitución existe en realidad; pero considera que no encierra gran interés, ya que no es, en esencia, un proyecto de Constitución, sino un pedazo de papel, una promesa vana, dada para hacer cierta maniobra y engañar a la gente. Y a esto añaden que la URSS no podía dar un proyecto mejor, ya que la URSS misma no es un Estado, sino solamente un concepto geográfico (hilaridad general), y puesto que no es un Estado, su Constitución no puede ser una verdadera Constitución. Un representante típico de este grupo de críticos es, aunque parezca extraño, la Deutsche Diplomatisch-Politische Korrespondenz, órgano oficioso alemán. Esta revista dice claramente que el proyecto de Constitución de la URSS es una promesa vana, un engaño, una «aldea Potemkin». Declara sin vacilar que la URSS no es un Estado; que la URSS «no es más que un concepto geográfico exactamente definido» (hilaridad general); que la Constitución de la URSS no puede, en vista de ello, reconocerse como una verdadera Constitución.

¿Qué puede opinarse de tales, con perdón sea dicho, críticos?

En uno de sus cuentos, el gran escritor ruso Schedrín pinta un tipo de burócrata tirano, muy limitado y obtuso, pero en extremo creído de su persona y celoso. Después de que este burócrata hubo establecido «orden y tranquilidad» en la región que se le había «confiado», exterminando a millares de habitantes y quemando decenas de ciudades, lanzó una mirada alrededor y divisó a América en el horizonte, un país, naturalmente, poco conocido, en el que existían ciertas libertades que perturbaban al pueblo y donde el Estado era gobernado por otros métodos. El burócrata vio América y se indignó: ¿Qué país era aquél? ¿De dónde había salido? ¿Con qué derecho existía? (Hilaridad general. Aplausos.) Claro que había sido descubierto casualmente, hacía algunos siglos; pero ¿no era posible cubrirlo de nuevo para que no se volviese a oír nada de él? (Hilaridad general.) Y una vez dicho esto, decretó: «Que se vuelva a cubrir América». (Hilaridad general.)

Yo creo que esos señores de la Deutsche Diplomatisch-Politische Korrespondenz y el burócrata de Schedrín se parecen como dos gotas de agua. (Hilaridad general. Aplausos.) Hace ya tiempo que la URSS es para estos señores una raspa en el ojo. Hace diecinueve años que la Unión Soviética se yergue como un faro, contagiando a la clase obrera del mundo entero del espíritu de la emancipación y provocando el furor de los enemigos de la clase obrera. Y he aquí que la Unión Soviética no solamente existe, sino que crece, y no solamente crece, sino que prospera, y no solamente prospera, sino que redacta un proyecto de nueva Constitución, un proyecto que exalta las mentes e inspira nuevas esperanzas a las clases oprimidas. (Aplausos.) Después de esto, ¿cómo es posible que los señores del órgano oficioso alemán no se indignen? ¿Qué país es éste?, gritan. ¿Con qué derecho existe? (Hilaridad general.) Y si fue descubierto en octubre de 1917, ¿por qué no se le puede cubrir de nuevo para que no se vuelva a oír nada de él? Una vez dicho esto, han decretado: volver a cubrir la Unión Soviética; proclamar alto y claro que la URSS, como Estado, no existe; que la URSS no es más que un simple concepto geográfico. (Hilaridad general.)

Una vez dictada la decisión de cubrir América de nuevo, el burócrata de Schedrín, a pesar de su estulticia, manifestó, sin embargo, ciertos elementos de comprensión de la realidad, pues se dijo a sí mismo: «Pero yo creo que eso no depende de mí» (Carcajada general, clamorosos aplausos.) No sé si esos señores del órgano oficioso alemán tendrán el suficiente meollo para comprender que, desde luego, pueden «cubrir» a cualquier Estado sobre el papel; pero, hablando en serio, «eso no depende de ellos»... (Carcajada general, clamorosos aplausos.)

En cuanto a eso de que la Constitución de la URSS no es más que una promesa vana, una «aldea Potemkin», etc., quisiera referirme a una serie de hechos establecidos, de por sí elocuentes.

En 1917, los pueblos de la URSS derribaron a la burguesía y establecieron la dictadura del proletariado, establecieron el poder soviético. Eso es un hecho, y no una promesa.

Después, el poder soviético suprimió la clase de los terratenientes y entregó a los campesinos más de 150 millones de hectáreas de tierras señoriales, del Estado y de los monasterios; y ello, aparte de las tierras que ya se hallaban en manos de los campesinos. Eso es un hecho, y no una promesa.

Después, el poder soviético expropió a la clase de los capitalistas, le quitó los Bancos, las fábricas, los ferrocarriles y demás instrumentos y medios de producción, los declaró propiedad socialista y puso al frente de estas empresas a los mejores hombres de la clase obrera. Eso es un hecho, y no una promesa. (Prolongados aplausos.)

Después, una vez organizada la industria y la agricultura sobre principios nuevos, sobre principios socialistas, dándoles una nueva base técnica, el poder soviético ha logrado que la agricultura rinda hoy en la URSS vez y media más que antes de la guerra, que la industria produzca siete veces más y que la renta nacional se haya cuadruplicado en comparación con el período de anteguerra. Todo eso son hechos, y no promesas. (Prolongados aplausos.)

Después, el poder soviético ha suprimido el paro forzoso, ha hecho realidad el derecho al trabajo, el derecho al descanso, el derecho a la instrucción; ha garantizado mejores condiciones materiales y culturales para los obreros, los campesinos y los intelectuales; ha garantizado a los ciudadanos el sufragio universal, directo, igual y secreto. Todo eso son hechos, y no promesas. (Prolongados aplausos.)

Por último, la URSS, ha trazado un proyecto de nueva Constitución que no es una promesa, sino un documento que fija y consolida legislativamente esos hechos generalmente conocidos, que fija y consolida legislativamente lo que ya se ha alcanzado y conquistado.

Cabe preguntar: ¿a qué se reduce, pues, toda esta charlatanería de los señores del órgano oficioso alemán sobre «las aldeas Potemkin», si no es a que se han propuesto ocultar al pueblo la verdad sobre la URSS, confundir al pueblo, engañarlo?

Esos son los hechos. Y los hechos, como suele decirse, son tercos. Los señores del órgano oficioso alemán pueden decir: Tanto peor para los hechos. (Hilaridad general.) Pero se les puede contestar con el conocido proverbio ruso; «Las leyes no se han escrito para los tontos». (Grandes carcajadas, prolongados aplausos.)

El tercer grupo de críticos está dispuesto a reconocer que el proyecto de Constitución tiene cosas buenas; lo considera como un fenómeno positivo, pero ¿saben ustedes?, duda mucho de que varias de sus tesis puedan llevarse a efecto, pues está convencido de que, en general, son imposibles de realizar y quedarán en el papel. Esos críticos son, hablando suavemente, escépticos. Escépticos como ésos los hay en todos los países.

Debo decir que no es la primera vez que nos los encontramos. Cuando los bolcheviques tomaron el poder en 1917, los escépticos decían: Los bolcheviques quizá no sean malas personas, pero no sabrán administrar el poder; fracasarán. Resultó, sin embargo, que no fueron los bolcheviques, sino los escépticos, quienes fracasaron.

Durante la guerra civil y la intervención extranjera, este grupo de escépticos decía: El poder soviético, claro está, no es malo; pero Denikin y Kolchak, ayudados por los extranjeros, lo aplastarán indudablemente. Resultó, sin embargo, que los escépticos se equivocaron también en este caso.

Cuando el poder soviético publicó el primer plan quinquenal, los escépticos salieron de nuevo a escena, diciendo: El plan quinquenal es, desde luego, bueno, pero no creemos que pueda realizarse; es de suponer que los bolcheviques fracasarán con su plan quinquenal. Los hechos demostraron, sin embargo, que los escépticos volvieron a tener mala suerte: el plan quinquenal se realizó en cuatro años.

Lo mismo puede decirse del proyecto de la nueva Constitución y de la crítica que de él han hecho los escépticos. Bastó que se publicara el proyecto para que este grupo de críticos saliera de nuevo a escena con su sombrío escepticismo, con sus dudas respecto a la viabilidad de ciertas tesis de la Constitución. No hay ningún fundamento para dudar de que los escépticos fracasarán también en esta ocasión, de que fracasarán ahora lo mismo que fracasaron una y otra vez en el pasado.

El cuarto grupo de críticos, al atacar el proyecto de la nueva Constitución, lo caracteriza de «evolución a la derecha», de «abandono de la dictadura del proletariado», de «liquidación del régimen bolchevique». «Los bolchevique se han desviado hacia la derecha; esto es un hecho», dicen en diferentes tonos. Esto lo repiten con especial fervor algunos periódicos polacos y, en parte, los norteamericanos.

¿Qué puede opinarse de tales, con perdón sea dicho, críticos?

Si no consideran la extensión de la base de la dictadura de la clase obrera y la conversión de la dictadura en un sistema más flexible y, por lo tanto, más poderoso de dirección estatal de la sociedad, como un fortalecimiento de la dictadura de la clase obrera, sino como su debilitamiento o incluso su abandono, cabe preguntar: ¿saben en general esos señores lo que es la dictadura de la clase obrera?

Si la consolidación legislativa de la victoria del socialismo, la consolidación legislativa de los éxitos de la industrialización, de la colectivización y de la democratización, las llaman «evolución a la derecha», cabe preguntar: ¿saben en general esos señores en qué se diferencia la izquierda de la derecha? (Hilaridad general, aplausos.)

No cabe la menor duda de que estos señores se han hecho un lío en su crítica del proyecto de Constitución, y, hechos un lío, han confundido la derecha con la izquierda.

No puede uno por menos de recordar con este motivo a la pequeña sirvienta Pelagueya, de Almas muertas, de Gógol. Pelagueya, según nos cuenta Gógol, quiso una vez mostrar el camino a Selifán, el cochero de Chíchikov; pero como no sabía distinguir el lado derecho del camino del lado izquierdo, se hizo un lío, colocándose en una situación embarazosa. Hay que reconocer que nuestros críticos de los periódicos polacos, a pesar de sus grandes pretensiones, no han sobrepasado en mucho el nivel de comprensión de Pelagueya, la sirvienta de Almas muertas. (Aplausos.) Como recordaréis, el cochero Selifán creyó necesario leer la cartilla a Pelagueya porque confundía la derecha con la izquierda, y le dijo: «¡Ay, pies negros..., no sabes dónde tienes la derecha ni dónde la izquierda!» Yo creo que a nuestros infortunados críticos también se le debería leer la cartilla, diciéndoseles: «¡Ay, críticos de mala muerte..., no sabéis donde tenéis la derecha ni donde la izquierda!» (Prolongados aplausos.)

Finalmente, hay otro grupo de críticos. Mientras el grupo anterior acusa al proyecto de Constitución de renunciar a la dictadura de la clase obrera, este grupo, por el contrario, lo acusa de no cambiar nada en la situación existente en la URSS, de dejar intacta la dictadura de la clase obrera, de no admitir la libertad de partidos políticos y de mantener en vigor la presente situación dirigente del Partido Comunista en la URSS. Este grupo de críticos cree que la ausencia de libertad de partidos en la URSS es indicio de violación de los principios de la democracia.

Debo reconocer que el proyecto de la nueva Constitución deja efectivamente en vigor el régimen de la dictadura de la clase obrera y no cambia en nada la actual posición dirigente del Partido Comunista de la URSS (Clamorosos aplausos.) Si los honorables críticos consideran esto un defecto del proyecto de Constitución, no podemos hacer más que lamentarlo. Los bolcheviques lo consideramos una virtud del proyecto de Constitución. (Clamorosos aplausos.)

En cuanto a la libertad para los diferentes partidos políticos, nosotros mantenemos una opinión un tanto diferente. Un partido es una parte de una clase, su parte de vanguardia.

Varios partidos y, por consecuencia, la libertad de partidos, sólo pueden existir en una sociedad en la que existen clases antagónicas, cuyos intereses son hostiles e irreconciliables; en una sociedad donde, por ejemplo, hay capitalistas y obreros, terratenientes y campesinos, kulaks y campesinos pobres, etc. Pero en la URSS ya no hay clases como los capitalistas, los terratenientes, los kulaks, etc. En la Unión Soviética no hay más que dos clases: los obreros y los campesinos, cuyos intereses, lejos de ser hostiles, son, por el contrario, afines. Por lo tanto, en la URSS no hay base para la existencia de varios partidos y, por consiguiente, para la libertad de esos partidos. En la URSS sólo hay base para un solo partido: el Partido Comunista. En la URSS sólo puede existir un partido, el Partido Comunista, que defiende valientemente y con toda consecuencia los intereses de los obreros y los campesinos. Y que no defiende mal los intereses de estas clases es un hecho que no puede ponerse en duda. (Clamorosos aplausos.)

Se habla de democracia. Pero ¿qué es la democracia? La democracia en los países capitalistas, en los que existen clases antagónicas, no es, en última instancia, más que democracia para los fuertes, para la minoría poseedora. La democracia en la URSS es, por el contrario, democracia para los trabajadores, es decir, democracia para todos. Pero de aquí se deduce que los principios de la democracia no los viola el proyecto de la nueva Constitución de la URSS, sino que los violan las constituciones burguesas. Por eso creo que la Constitución de la URSS es la única Constitución del mundo consecuentemente democrática.

Eso es lo que puede decirse de la crítica burguesa en torno al proyecto de la nueva Constitución de la URSS.


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