La ideología del fascismo
«El fascismo reprime al proletariado bajo la bandera de la inclusión de éste en una «nación única» y en el llamado Estado corporativo. Desde el punto de vista ideológico, los hitlerianos se jactan de que el Estado no es como con Hegel, un fin en sí mismo sino sólo un medio, un instrumento para conservar la nación o el núcleo de la raza.
«El nacional socialismo ve por principio en el Estado sólo un medio para lograr un fin y entiende este fin como la conservación de la existencia racial de los hombres. Por consiguiente, no cree en ningún caso en la igualdad de las razas, sino que reconoce junto con sus diferencias, su valor superior o inferior y, por esta causa, se siente obligado, conforme a la voluntad eterna que dirige el universo, a contribuir a la victoria de los mejores, de los más fuertes y al sometimiento de los peores y más débiles». (Adolf Hitler; Mi lucha, 1925)
Creemos firmemente que para los fascistas el Estado no es un fin en sí mismo, sino un instrumento de la dictadura terrorista de la clase, de la que son parte. Todas las charlas sobre el idealismo, el racismo y el nacionalismo no son más que fraseología que encubre los intereses económicos y políticos de la gran burguesía.
Como panacea para todos los males de la lucha de clases, además del terror directo, del asesinato y de otras medidas de violencia contra las masas trabajadoras, los fascistas han promovido la idea de un Estado fuerte, «autoritario», «total», sobre la base del principio corporativo. En torno al problema de las corporaciones, que deben «sustituir» a las clases, los fascistas han creado toda una literatura. Basta leer los libros de los fascistas Spann [1], Heinrich [2], Hitler y otros, para hacerse una idea de los métodos de esclavización de la clase obrera que los fascistas han inventado «para superar» la lucha de clases del proletariado contra la burguesía.
Procurando desarmar a la clase obrera, los fascistas promueven la tesis acerca de la necesidad de restablecer la unidad de la nación sobre la base del régimen profesional, corporativo. Lleno de furia, el fascista Schultz pretende demostrar los «perjuicios» de la idea de la lucha de clases que debilita y destruye la unidad y la integridad de la nación [3]. Es característico que, al fundamentar la necesidad del régimen corporativo, los fascistas acusan a la Revolución Francesa de haber destruido el «orden natural» del medioevo y creado en lugar de corporaciones y talleres orgánicos, colectividades mecánicas —las clases— y despertado así a la vida «a la masa intranquila», que, además utiliza irracionalmente su «libertad».
La libertad, escribe, por ejemplo, Weippert, es inconcebible sin la autoridad. El rango denota siempre un límite y una dependencia. Para el concepto jerárquico de libertad es característica la autolimitación, mientras que en la concepción marxista libertad significa «arbitrariedad» y «desorden» [4]. En el régimen jerárquico, dicen los fascistas, la política no es asunto de todos los ciudadanos, sino sólo de una capa o estamento especial. «Sin una delimitación rigurosa entre jefes y dirigidos, entre los conductores y los conducidos, entre los dirigentes y los dirigidos no se puede realizar el Estado corporativo. Pero, por otro lado, sin un régimen corporativo no es posible detener el proceso de autodestrucción que vive la sociedad de Europa occidental» [5]. Para salvar al capitalismo, es preciso, por tanto, encerrar a la clase obrera en un corsé de hierro, privarla de todos los derechos y colocarla en dependencia servil del «estamento» superior, los capitalistas. Por este camino van los fascistas y en su lengua mentirosa esto significa «la abolición de las clases y del capitalismo».
Pero antes de desenmascarar esta idea charlatanesca de la abolición de las clases sin abolir la propiedad privada burguesa, analicemos, aunque sea superficialmente, la «argumentación» de los fascistas.
«Los sindicatos nacional socialistas no un órgano de la lucha de clases, sino un órgano de representación de las profesiones. El Estado nacional socialista no conoce ninguna «clase», sino sólo −en el aspecto político− ciudadanos con iguales derechos y en consonancia con esto, con iguales deberes; pero junto a los ciudadanos el Estado nacional socialista reconoce a súbditos que en el aspecto político-estatal están enteramente privados de derechos». (Adolf Hitler; Mi lucha, 1925)
Los súbditos sin derechos, en el Estado fascista son, desde luego, los obreros. Pero ¿qué es el estamento a diferencia de la clase? Para obtener respuesta a esta pregunta dirijámonos a Scheler, que es completamente franco a este respecto.
En un trabajo especial titulado «El amor cristiano y el mundo actual» (1917), Max Scheler escribía sobre este problema lo siguiente:
«El espíritu de clase es el espíritu de Mammón. La idea de estamento lleva a primer plano el contenido del trabajo; en cambio, en la clase, el motivo de la actividad es el afán de lucro. Por esta causa, en la sociedad clasista florecen la envidia y el odio de clase, lo que explica la lucha entre las clases. La clase se caracteriza por el concepto del interés común −de clase−, mientras que el estamento tiene por principios constitutivos el honor y la conciencia». (Max Scheler; El amor cristiano y el mundo actual, 1917)
Para los fascistas, con el concepto de régimen corporativo se vincula el concepto de orden jerárquico. El principio de los rangos superior e inferior debe estar no sólo con la base de las relaciones entre los individuos dentro de las corporaciones. Una masa no subordinada a las corporaciones fascistas según el rango, es incompatible con el régimen corporativo «superior» y con las exigencias del Estado fascista. La corporación es un miembro del Estado en cuanto un todo o, según se expresan otros ideólogos del fascismo, del organismo al cual sirve. El lugar de primera corporación en el Estado deben ocuparlo el ejército, los funcionarios y la nobleza, dice Sombart, mientras los representantes oficiales del fascismo dicen: una corporación de soldados.
La negación por los ideólogos del fascismo del principio del desarrollo expresa la situación de la burguesía como clase, condenada a muerte por la historia. El fascismo procura por todos los medios detener la marcha del proceso histórico. El régimen corporativo, en calidad de orden social estático [6], opuesto al dinamismo de la época del capitalismo ascendente, debe servir como instrumento del estancamiento o la inmovilidad, como obstáculo al desarrollo de la sociedad. El régimen corporativo, según la fraseología de los fascistas, lleva a «liquidar» las contradicciones de clase de la sociedad burguesa contemporánea.
El régimen corporativo tiene por fin, según las ideas de los fascistas, fijar en determinadas normas jurídicas y relaciones prácticas de propiedad, la desigualdad de clases, el régimen de castas y la esclavitud de la clase obrera bajo la forma de una «corporación orgánica» más allá de la «clase» −o «corporación»− de los capitalistas. Este régimen corporativo excluye por su misma esencia la ideología del progreso, de la igualdad y del trabajo.
A este respecto se debe subrayar, además, que el fascismo se dedica a difundir la falsa y calumniosa fábula de que «el pueblo» en rigor es a tal punto «idealista» que no aspira a ningún derecho, sino que día y noche sueña en cumplir sus deberes y «obligaciones» ante los superiores, ante los jefes, etc. Esta ideología esclavista es impuesta a las masas trabajadoras por sus explotadores y opresores quienes, naturalmente, son los únicos que gozan de «derechos». Los fascistas utilizan constantemente el argumento de la idea de deber, decretando para las masas trabajadoras que el único sentido de su existencia radica en testimoniar su devoción y su obediencia a «la idea del todo».
El Estado fascista construido sobre los principios corporativo-profesionales y también sobre la falta de derechos del individuo, es un tipo especial de absolutismo ilimitado. Werner Sombart escribe a este respecto lo siguiente: el «socialismo» alemán exige un Estado fuerte; lo exige porque en oposición al liberalismo pone el bien del todo por encima del bienestar individual.
«El Estado debe tener fuerza suficiente para cumplir y realizar las tareas de la nación pese a todos los intereses particulares de los individuos». (Werner Sombart; El socialismo alemán, 1934)
El capitalismo monopolista exige naturalmente la concentración y centralización del poder político para defender los intereses del «todo», de la «nación», por los cuales se sobrentiende los intereses de la gran burguesía a los que deben ser sacrificados «el bien del individuo», la libertad, el liberalismo, el democratismo, el parlamentarismo, etc.
La monarquía absoluta es la forma natural del poder estatal autoritario −escribe Sombart−. En «la época democrática tal forma es la dictadura militar o el sistema unipartidista de tipo fascista». La voluntad suprema del Estado no debe encarnarse necesariamente en una persona... El conocimiento de los objetivos verdaderos es inherente al pequeño número de los mejores, al consejo de jefes. Y el principio verdadero de selección para formar esta organización de jefes y encontrar una verdadera «élite» constituye, en estas condiciones, el problema central del gobierno... «La Iglesia Católica con su colegio de cardenales al frente continúa siendo» el prototipo de toda «constitución autoritaria» [7].
Para justificar su dominación, los fascistas reviven el principio de autoridad, que tiene como tarea el fortalecimiento del poder del estado −es decir, la clase que está al frente del estado− para lograr los objetivos perseguidos en este momento por el capital monopolista.
La subordinación de toda la sociedad civil, toda la cultura, la escuela, la literatura, la economía, la religión a los objetivos imperialistas constituye el significado de clase de la idea de un estado total, la idea del estatismo. El significado de la fraseología fascista sobre el llamado socialismo alemán y prusiano también se reduce a otorgar al estado fascista, es decir, la gran burguesía, los derechos especiales para suprimir al proletariado y proporcionar a la gran burguesía la posibilidad de explotación ilimitada de las masas.
La defensa de la gran propiedad de los magnates del capital supone, en las actuales condiciones, la posibilidad de saquear el país y el tesoro del Estado bajo la apariencia de defender los intereses de la nación y de la «comunidad» popular. La demagogia de los fascistas respecto al derecho de propiedad radica en que, por un lado, la propiedad es declarada sagrada e inviolable y, por otro, se declara la lucha contra el «derecho individual» romano, al que se opone el «derecho social» germano según el cual el derecho de propiedad es santificado por motivos «sociales» y se halla vinculado a determinadas obligaciones del propietario para con la sociedad.
Los fascistas alemanes, como se sabe, llaman «propiedad feudal» a la forma alemana de propiedad; el derecho romano de propiedad parte del derecho ilimitado del individuo sobre la propiedad que le pertenece, mientras que la «propiedad social» germana limita el derecho de los individuos en beneficio de la «nación». Spann escribe al respecto que, desde el punto de vista del derecho germano, «la propiedad es formalmente privada, pero en realidad existe sólo una propiedad común». Al punto de vista de Spann se adhiere Sombart. Sin embargo, esta demagogia tiene sus peligros, y por ello otros representantes del fascismo dan una formulación opuesta, afirmando que el Estado fascista es formalmente el propietario de todos los bienes que se encuentran en manos de personas privadas, pero en esencia el derecho de posesión y administración de la propiedad pertenece a las personas privadas, a los propietarios. No por esto cambia la esencia del problema. Los capitalistas siguen siendo propietarios del capital, y a los proletarios les quedan sólo frases sobre la propiedad.
El fascista Reimer, comentando el programa del partido nacional «socialista» afirma que el derecho en general fue creado por el hombre nórdico, es decir, por los germanos, a quienes es innato en virtud de las particularidades de su «sangre». Todas las relaciones de dominio en los alemanes tienen un carácter ético y están vinculadas directamente con la idea de deber. Esto se refiere, en particular, al derecho de propiedad. Pero por más interpretaciones que hagan los fascistas del derecho de propiedad privada, hay algo que no ofrece dudas: que bajo la apariencia de reconocer el derecho supremo de propiedad para el estado, estamos hablando de fortalecer la propiedad privada de los magnates del capital. La dictadura fascista subordina en proporciones nunca vistas, el Estado al capital monopolista; los razonamientos de los ideólogos del fascismo sobre el derecho se reducen a la fundamentación de esta subordinación.
Pero el fascismo encubre estos objetivos con variadas frases idealistas y con la demagogia. Entre obreros y empresarios debe existir una asociación basada en la «confianza mutua», escribe el filósofo fascista Schwarz; ambas partes deben estar penetradas por la conciencia de la «reciprocidad» y de la responsabilidad solidaria por los destinos del todo económico. «Los obreros saben que están obligados a seguir y obedecer en todo al patrono como a su jefe» [8]. Hasta ahora esto no ha ocurrido porque no existía un «verdadero Estado», que aún debe ser creado. Por «socialismo» los fascistas entienden el «complejo de deberes» de los obreros respecto a la «nación», a los capitalistas, la «disposición al autosacrificio» y el «servicio» de todos los ciudadanos al Estado del capital financiero.
El «socialismo» autoritario y el Estado autoritario se basan en el mismo principio: el poder pertenece al «todo», el individuo está a su servicio. Él se somete a las órdenes, se distingue por la obediencia incondicional, está privado de todo derecho y cargado sólo de obligaciones. Procurando preparar ideológicamente a las masas para una nueva guerra, movilizarlas en un espíritu de devoción, de sumisión a los intereses del Estado de los capitalistas, los fascistas declaran que el «socialismo» es una «virtud» especial, una virtud de camaradería que se manifiesta con particular evidencia en la guerra. El socialismo alemán, dicen los fascistas, nació o renació en la primera guerra imperialista. En consonancia con ello se le caracteriza como «socialismo del frente gris». La prédica del «socialismo» del cuartel prusiano se difunde tanto más cuanto mayores son las dificultades internas de la dictadura fascista. La demagogia fascista respecto al «socialismo» tiene por objeto mantener bajo su influencia a las masas que se van desilusionando del fascismo. Ley, Goebbels, Hitler, hacen tanto más ruido en torno al «socialismo», cuanto más se agudiza la crisis de abastecimientos en el país.
Al abordar la cuestión de la comprensión de la esencia del Estado, planteada por Hitler, Carl Schmitt e históricamente por románticos reaccionarios como Adam Mueller, Novalis y otros, Sombart insiste en que el Estado es una unión ideal que se origina en el mundo trascendental. Desde un punto de vista empírico, científico y racional, el Estado no puede explicarse. El Estado como «unión ideal» es, por su origen y esencia, algo irracional. No surge, en absoluto, sino que existe eternamente. La misión del Estado consiste en sostener y mantener su propia existencia en su unidad, en la lucha con otros Estados, en desarrollar las aptitudes y virtudes que constituyen la esencia del «hombre político»: el heroísmo, el patriotismo y el espíritu de comunidad.
El Estado se diferencia de todas las demás formas sociales porque aquí no cabe ningún derecho o pretensión del individuo o de un grupo de hombres respecto al todo. En el Estado, en esta «unión ideal», la conducta de los hombres se caracteriza por el sacrificio, por la disposición permanente del individuo a sacrificarse por completo al todo. Esta «idea» de sacrificio debe servir de nueva arma demagógica en manos de los fascistas en la esclavización de los trabajadores a quienes se priva de todo derecho a plantear determinadas reivindicaciones al poder estatal. Sólo la masa sin derechos debe sufrir los sacrificios en nombre de los intangibles intereses de los capitalistas. Pero el origen «empírico» de la «idea de sacrificio» es una garantía y una defensa demasiado débiles de la burguesía ante las reivindicaciones del proletariado. Para prohibir el derecho de huelga es necesario justificar esta prohibición con la voluntad de Dios. Por ello, los fascistas indican que la «idea de sacrificio» presupone la existencia de una idea que traspasa los límites del mundo terrenal. Dicho de otro modo, no sólo el Estado, sino también la idea de sacrificio son, por su origen y esencia, transcendentes, divinos [9]. Sombart ha descubierto la causa «verdaderamente germana» de todas las actuales calamidades «en la nostalgia del hombre por la unión con Dios». Para que quede claro al lector qué es, a fin de cuentas el Estado, consideramos necesario recordar que en las concepciones de los fascistas el propio Estado es interpretado, «teóricamente», como una corporación. «El Estado —escribe por ejemplo Heinrich, discípulo de Spann— es una corporación independiente; se basa en una determinada capa de hombres que constituye la corporación de los portadores de la estatalidad» [10].
«Surge la pregunta —continúa Heinrich— de si también las amplias «masas» pertenecen de algún modo a la corporación «Estado». A esta pregunta el autor responde en el espíritu de Hitler y Spann: directa y pasivamente ellas tienen relación, por supuesto, en cierto modo con el Estado, pero en ningún caso pertenecen ni pueden pertenecer a la capa de hombres que constituyen propiamente el Estado. Esta capa de hombres es la capa de los líderes, o nueva «nobleza». Así, pues, la aristocracia del capital se identifica con el Estado mismo. Las masas, el pueblo, son excluidos del Estado. Su deber es obedecer incondicionalmente a los jefes, es decir, a la aristocracia del capital que concentra en sus manos no sólo todos los valores materiales, sino además todo el poder estatal. Tal es el carácter de la «estatalidad germana» del fascismo que hipertrofia monstruosamente el aparato cuartelero-burocrático prusiano-junker para reprimir a las masas.
¡Cuántas lágrimas de cocodrilo han derramado la burguesía y sus lacayos respecto a que en nuestra Unión, el régimen soviético «aplasta» y «elimina» la personalidad! Leibholz [11], remitiéndose a la «autoridad» del fascista Schramm [12], repite una vez más esta fábula sobre la «destrucción» de la personalidad en la Unión Soviética. Es característico que quienes lloran por el destino de la personalidad en la Unión Soviética son los propios contrarrevolucionarios, los fascistas y los reaccionarios de todos los pelajes que fundamentan teóricamente la tesis de la carencia total y absoluta de derechos del individuo ante el Estado fascista y ante los «líderes» en todos los campos de la vida.
Sin embargo, los fascistas frecuentemente dicen «por descuido», censurando al régimen soviético, que éste no se ha alejado mucho del «liberalismo» y que protege a la personalidad, que para el marxismo no hay nada superior al bien del individuo. Sombart, como viejo «conocedor» y «crítico» del marxismo, en su última obra donde fundamenta los «principios» del «socialismo» alemán, auténticamente germano, indica de nuevo como argumento demoledor contra el marxismo, que éste parte de la tesis del desarrollo multilateral de la personalidad en la sociedad socialista. Para el señor Sombart, este «ideal del socialismo proletario» le desagrada tanto que lo trata como un ideal burgués.
«Ya conocemos los valores fundamentales cuyo incremento el socialismo proletario considera un progreso. Estos valores son la vida desahogada, la riqueza, el saber, la técnica, la libertad, la igualdad, la masa». (Werner Sombart; El socialismo alemán, 1934)
De suerte que el «crimen» del socialismo proletario consiste en que procura elevar el bienestar material del individuo y crear las condiciones para el desarrollo universal, de todas sus aptitudes e inclinaciones, y desarrollar el conocimiento, la técnica, la libertad, etc. ¿No es esto, acaso, el fin del mundo? Terrible sacrilegio ve el señor Sombart −y todos los escritores fascistas incluidos Hitler, Rosenberg, Goebbels, etc.− en la aspiración del marxismo a hacer felices a todos los hombres, o como dice cínicamente, para que las masas estén bien alimentadas [13]. No se puede negar que los fascistas cuidan de las personalidades, pero de las personalidades de los «jefes de la industria», los magnates del capital, mientras que el marxismo y el bolchevismo ponen en el centro de sus afanes y cuidados los intereses de las masas trabajadoras. Pero la sola mención de la masa indigna a los fascistas, y despierta en ellos un odio verdaderamente feroz.
La personalidad del trabajador, del hombre vivo, desempeña en nuestro país un papel verdaderamente fundamental.
La consigna lanzada por el camarada Stalin, «los cuadros lo deciden todo», exige que nuestros dirigentes muestren la actitud más solidaria hacia nuestros obreros cuando necesiten apoyo, los alienten cuando muestren sus primeros éxitos, los impulsen hacia adelante, etc.
«Es necesario, por fin, comprender que de todos los valiosos capitales que existen en el mundo, el capital más precioso y decisivo lo constituyen los hombres, los cuadros». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Discurso pronunciado en el palacio del Kremlin, ante la promoción de mandos salidos de las academias del Ejército Rojo, 1935)
Tal postura es completamente ajena a la burguesía, especialmente a la moderna. El ser humano es el bien más preciado en una sociedad donde decenas de millones de personas son arrojadas a la calle y condenadas al hambre. En nuestro país socialista, es natural que todos los esfuerzos del partido y del gobierno se dirijan a satisfacer todas las necesidades materiales y espirituales de las masas, y que en el centro de todas nuestras aspiraciones esté la tarea de crear condiciones en las que todas las personas no solo estén bien alimentadas y cultas, sino también felices.
En oposición a la actual política de la burguesía, orientada a liquidar los restos de su mezquina democracia, nuestro país sigue, por el contrario, un camino directamente opuesto, el de la ampliación y fortalecimiento de la democracia socialista soviética. Los Guardias Blancas y los líderes reaccionarios de la socialdemocracia se opusieron al poder soviético bajo la bandera de la defensa de la democracia. Lenin y Stalin, al desenmascararlos, demostraron a las masas que la dictadura del proletariado se asienta sobre la amplia base de la democracia soviética, que nuestro sistema es cien veces más democrático que el de cualquiera de los países burgueses más democráticos. Y esto es natural, ya que los «portadores» del sistema soviético son las masas trabajadoras y campesinas.
El poder soviético es totalmente justo y priva abiertamente de derechos políticos a los explotadores, a los contrarrevolucionarios, a todos aquellos que tienen interés en restablecer el régimen terrateniente-burgués.
La dictadura del proletariado ha suprimido las clases y los grupos explotadores en nuestro país; aún hay elementos que nos son furiosamente hostiles, pero extremadamente ínfimos en el aspecto cuantitativo. Tras la entrada masiva del campesinado en la senda socialista gracias al brillante liderazgo del camarada Stalin, tras el triunfo definitivo del socialismo en nuestro país, el gobierno soviético, por iniciativa del camarada Stalin, planteó de inmediato la cuestión de la expansión de la democracia. La sociedad socialista del país soviético avanza hacia la implementación del sufragio universal, igualitario, directo y secreto.
El desarrollo de la Unión Soviética y el de los países burgueses siguen pues, direcciones directamente contrarias. Nuestro país se desarrolla según una línea ascendente en todos los aspectos. Los países burgueses siguen una línea descendente. Debido a que la base de su poder se va estrechando cada vez más, se ven obligados a tomar la vía de liquidar o reducir al extremo los derechos del parlamentarismo, de la democracia, etc. Nuestro país, por el contrario, marcha por el camino del florecimiento y desenvolvimiento de la democracia soviética, que se diferencia por principio de la falsa y limitada democracia burguesa.
Si el Estado en los países fascistas es una herramienta de una capa estrecha de magnates del capital, dirigida contra el resto de la población como políticamente marginados, entonces el Estado soviético atrae a todos los ciudadanos adultos trabajadores del país para participar en la gestión del Estado.
A la época de la libre competencia correspondían más o menos la democracia burguesa y el parlamentarismo. En la época del imperialismo la democracia burguesa se convierte cada vez más en una hoja de parra que encubre la dictadura de un puñado de magnates del capital. Después de la guerra de 1914-18, en el período de la primera etapa de la revolución, los trabajadores reconquistaron en una serie de países, mediante la lucha revolucionaria bajo la dirección de los comunistas, algunos derechos democráticos. En el período de la crisis general del capitalismo, han sido suprimidos en una serie de países también estos derechos democráticos, restos de la democracia burguesa, y sustituidos por la dictadura terrorista del capital financiero, por el régimen sanguinario del fascismo.
Las ideas de soberanía popular, que antes postulaba la democracia burguesa, son abiertamente repudiadas por la burguesía fascistizante. La revelación divina con la que también se fundamenta la autoridad del Estado fascista, es declarada la fuente del poder supremo. El segundo rasgo distintivo que caracteriza el proceso de degeneración de la democracia burguesa cuando se la sustituye por la dictadura abierta de la oligarquía financiera es que en lugar de la libertad y los derechos del individuo se proclaman abiertamente la jerarquía servil y el sometimiento de todos los trabajadores a los dictadores fascistas, a los «líderes» del pueblo, que cumplen la voluntad de los magnates del capital financiero.
A todo lo dicho va unido, naturalmente, el viraje del racionalismo hacia el irracionalismo, hacia la fe religiosa y luego hacia la idea de la estructura jerárquica, piramidal, de la sociedad y del Estado.
En muchos países, la burguesía no puede gobernar con los viejos métodos de la democracia burguesa. Es totalmente natural que la burguesía y sus políticos e ideólogos más militantes, los fascistas, traten con odio y desprecio a las masas populares e intenten convertirlas en esclavos carentes de derechos.
Pero precisamente en este aspecto se manifiesta una vez más el gran papel revolucionario internacional de la Unión Soviética donde dominan las masas trabajadoras, donde, sobre la base de la dictadura del proletariado, ha florecido la gran democracia proletaria». (Abraham Deborin;
La ideología del fascismo, 1936)
Anotaciones de la edición:
[1] Othmar Spann: «El verdadero estado» (1921) y otros de sus trabajos.
[2] Walter Heinrich: «El sistema del Estado» (1934).
[3] Fritz Otto Hermann Schulz: «La caída del marxismo» (1933).
[4] Georg Weippert: «El principio de la jerarquía» (1932).
[5] Werner Sombart: «El socialismo alemán» (1934).
[6] La palabra misma «estado» –en alemán «stand», y en latín «status»– expresa el concepto de estancamiento.
[7] Werner Sombart: «El socialismo alemán» (1934). A pesar de todos sus esfuerzos por presentarse como un nacionalsocialista puro, Sombart aparentemente no lo consigue. Sombart no reconoce la demagogia racial del nacionalsocialismo y hace comparaciones «criminales» entre el estado fascista y la Iglesia católica. Por estos pecados fue atacado en la prensa fascista. («Веrlіnег Börsenzeitung», 1935)
[8] Hermann Schwarz: «La visión del mundo nacionalsocialista» (1933).
[9] Werner Sombart: «El socialismo alemán» (1934).
[10] Walter Heinrich: «El sistema del Estado» (1934).
[11] Gerhard Leibholz: «La disolución de la democracia liberal» (1933).
[12] Wilbur Schramm: «Política radical» (1932).
[13] Werner Sombart: «El socialismo alemán» (1934).
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