«En lenguaje político, el término «izquierda» y «derecha» se utilizaban respectivamente para mostrar una posición más progresista o conservadora respecto a una ideología o postura concreta. Dentro del marxismo el binomio «izquierda» o «derecha» también se ha utilizado, pero ha de saberse el qué se está a la izquierda o derecha y respecto a qué, por ejemplo, la socialdemocracia estaría más a la izquierda que el liberalismo, pero más a la derecha que el anarquismo. Esto no son sino conceptos del lenguaje, herramientas que nos ayudan a comprender mejor ciertas realidades. Así, cuando desde el marxismo, por ejemplo, se habla de desviación de «izquierda» o de «derecha», normalmente se refiere a algo que se escora fuera del marxismo y su eje central. Generalmente, cuando se habla de «desviaciones derechistas» nos referimos a concesiones ideológicas hacia el enemigo, a su adaptación, a pecar de una relajación de la disciplina individual o de grupo. Por contra, cuando hablamos de «desviaciones izquierdistas» solemos referirnos a maximalismos de o todo o nada, a cuando se intenta encajar mecánicamente una situación del pasado con una actual que no tiene nada que ver, a no saber calibrar nuestras fuerzas y las del contrario, etc. Es cierto que la primera se suele identificar con el reformismo y el posibilismo político, mientras la segunda casa mejor con el anarquismo y el aventurerismo. Pero huelga decir que quien conozca al anarquismo sabrá lo poco disciplinado que es, así como cualquiera que sepa cómo se las gastan en las filas reformistas reconocerá que el exceso de optimismo bien puede ser una de sus señas perfectamente. Conclusión: ningún movimiento político es plenamente de «izquierda» o «derecha» en lo ideológico; ningún grupo pseudomarxista sufre solo de desviaciones «izquierdistas» o «derechistas», aunque, como en todo, se tiende más hacia uno u otro». (Equipo de Bitácora (M-L); Fundamentos y propósitos, 2021)
Una vez analizado lo que ha sido y es el peronismo, ¿significa que debemos pasar a apoyar y reivindicar automáticamente la línea conductora del Partido Comunista de Argentina (PCA) en cualquiera de sus etapas? En absoluto. Precisamente este es un partido que hay que examinar y «coger con pinzas» observando sus posicionamientos históricos, que en muchas cuestiones son más que cuestionables. Por mucho que profesase su adhesión a la Internacional Comunista (IC) y jurase fidelidad a los principios del marxismo-leninismo, la línea del PCA siempre fue de dudosa certeza, algo que, en ocasiones, porque no reconocerlo, también puede decirse de la IC. Esto es precisamente lo que nos diferencia a nosotros de los trotskistas, maoístas o peronistas. Nosotros no creemos que la autocrítica personal o la objeción hacia el líder predilecto sea como tirar piedras a nuestro propio tejado, un pecado que suponga la directa excomunión, sino que, muy por el contrario, es una obligación innegociable si de verdad deseamos hacer algo medianamente productivo para la causa.
En este documento no señalaremos los avances o retrocesos que supuso el PCA en relación con las viejas organizaciones obreras de Argentina, sino que nos centraremos en sus errores más manifiestos, sobre todo, en relación con el peronismo. Esto debe ser así, pues debemos ser implacables con un partido como este: uno que como podremos comprobar sin trampa ni cartón sufrió graves deficiencias y nunca logró bolchevizarse. De hecho, a diferencia de otras secciones de la IC, dudosamente se puede decir que haya un «periodo dorado» de este partido argentino, lo que ya predice qué nos vamos a encontrar de aquí en adelante. Asimismo, intentaremos no perder de vista el contexto internacional en el movimiento comunista para intentar explicar al lector que lo que le ocurrió al PCA lamentablemente fue más común de lo que se puede creer a priori.
El socialismo argentino y su eclecticismo ideológico
Uno puede hacerse una idea de la débil difusión de las ideas marxistas en Argentina, cuando en 1896 durante la fundación del Partido Socialista Argentino (PSA), su líder, Juan B. Justo, reconocía no tener un nivel ideológico apto, y además se confesaba como más seguidor de las ideas positivistas que del marxismo, al igual que su secretario, José Ingenieros, quien postuló no pocas teorías racistas. El fundador del socialismo argentino era, pues, a lo sumo, un progresista burgués:
«Hombre de vastas lecturas y que hablaba cuatro idiomas, declaró sin embargo «me hice socialista sin haber leído a Marx». (...) Sostiene que el trabajo humano no es una mercancía, al contrario de lo que se afirma reiteradamente en El Capital. Esto tiene que decir Justo: «en la doctrina de Marx sobre el salario hemos visto sólo una ingeniosa alegoría para patentizar la explotación del proletariado por el capital, valiéndose del arsenal doctrinario de los mismos economistas burgueses». Esta ficción se expresa en que el salario es un contrato libre, pero en la realidad no es así, es una «esclavitud atenuada», y por eso la fuerza de trabajo no es una mercancía. (...) Justo combina el marxismo con la «ciencia nueva» de la sociología de Comte y el evolucionismo de Spencer, autores muy influyentes entonces, y llega a un extremo empirismo positivista; confiesa que Spencer sobresalía entre sus lecturas antes de Marx. (...) Rechazó, igual que Bernstein, tanto la inevitabilidad de la concentración siempre creciente de la propiedad no agrícola –su contraejemplo eran las sociedades anónimas y los trabajadores accionistas– como el colapso violento del capitalismo y la revolución. (...) Para Justo, que propugnaba un partido socialista interclasista, la lucha de clases era «un principio político proclamado en todo el mundo civilizado» y también «un proceso histórico en gran parte inconsciente», que sólo convenía si no degeneraba en «una cruenta guerra social», y que en realidad apuntaba a una «armonía inteligente entre los hombres». (...) Sus peculiares lecturas de Marx y su notablemente acertado prejuicio antirrevolucionario llevaron a Justo a enfrentarse con los comunistas en la Internacional, donde abogó por el libre comercio y otras consignas liberales, como el antimilitarismo. (...) Fue un entusiasta de las cooperativas, el «colectivismo posible» bajo el capitalismo; así como admiró a los socialistas alemanes por su acción política, apreció aún más a los belgas por la difusión de las cooperativas en ese país». (Carlos Rodríguez Braun; Orígenes del socialismo liberal. El caso de Juan B. Justo, 2000)
Diríamos que fue el primer líder argentino que revisó abiertamente el marxismo, pero para ser honestos Justo nunca llegó a estar cerca de ser marxista, y siendo sinceros el marxismo como tal era una doctrina desconocida en la Argentina de principios del siglo XX, una donde por el contrario sí penetraría con fuerza el anarquismo, imperando en gran parte del movimiento obrero.
Como curiosidad que nos parece rescatable e interesante, Justo reconocía en Marx su talento, pero le reclamaba su excesiva complejidad con la que a veces elaboró sus mejores escritos, lo que dificultaba la comprensión de las masas:
«Todos los que han sufrido intentando desentrañar el capítulo primero de El Capital simpatizarán con sus críticas al «artificioso esfuerzo» del economista alemán en su abstruso análisis de la forma del valor. Justo asevera que el socialismo «no puede admitir en su seno una doctrina esotérica, oculta, accesible sólo a ciertos privilegiados». (Carlos Rodríguez Braun; Orígenes del socialismo liberal. El caso de Juan B. Justo, 2000)
Tengamos en cuenta que, en primer lugar, Marx no contaba con las facilidades existentes para realizar, editar y distribuir su obra, y en segundo lugar, en la época de Justo las traducciones de Marx y Engels no eran tan fieles a los manuscritos originales como hoy. También recordemos que en el siglo XX la mayoría de militantes de los partidos de la II Internacional se habían formado durante las últimas décadas en base a Kautsky, Bebel, Bernstein, Millerand, Jaurés, Guesde y compañía, pero en cuanto a conocimiento real de la obra de los padres del socialismo científico este era escaso, cuando no habían recibido adrede versiones adulteradas:
«En los años 90, cuando los círculos marxistas comenzaron a organizarse, la gente estudió principalmente el primer volumen del Capital, éste, aunque con gran dificultad, se pudo obtener. En cuanto a otras obras de Marx, las cosas estaban muy mal. La mayoría de los miembros del círculo ni siquiera habían leído el Manifiesto del Partido Comunista. Por ejemplo, yo lo leí por primera vez solo en 1898 en alemán, ya en el exilio». (Nadezhda Krúpskaya; Aprendamos a trabajar con Lenin, 1932)
El propio Engels denunció, antes de morir, la censura y manipulación de sus textos en los órganos escritos de estas organizaciones. Ejemplo infame de esta clase de tergiversación es el IV tomo de «El Capital» que publicó Karl Kautsky del 1905 al 1910, el cual manipuló ampliamente los borradores de Engels, y lo expresado por Marx en los manuscritos del 62-63 de los que tomaba las tesis sobre las que redactó. Otro escenario similar le sucedió a Engels poco antes de morir, esta vez la socialdemocracia alemana intentó suprimir la introducción de Engels a la obra de Marx «La lucha de clases en Francia» (1850), intentando hacerle pasar como un partidario del legalismo burgués y la vía pacífica al socialismo. Véase la obra de Friedrich Engels: «Carta a Paul Lafargue» (3 de abril de 1895).
A día de hoy tenemos bastantes medios de fácil acceso para comprobar que las ediciones que poseemos de los clásicos corresponden con los escritos originales de los autores, y así evitarnos un disgusto. Dista decir que el militante medio de principios del siglo XX no poseía esto, por lo que su formación se vio gravemente manipulada.
Sea como sea, si dejamos a un lado los escritos matemáticos de Marx, existen capítulos como «El proceso de acumulación del capital», «La jornada de trabajo» o «Desarrollo de las contradicciones internas de la ley» de su obra a priori más compleja «El Capital» (1867), que lejos de ser un mamotreto de párrafos ininteligibles son totalmente accesibles incluso para alguien sin nociones económicas, filosóficas o históricas. Uno también puede consultar obras como «La doctrina económica de Karl Marx» (1886) de Karl Kautsky de su etapa revolucionaria, la «Reseña del primer tomo de El Capital, de Karl Marx para el Hebdomadario Democrático» (1868) de Friedrich Engels, o los capítulos «El Valor» y «La Plusvalía» del «Karl Marx» (1914) de Lenin para bien, en el caso de las dos últimas aprender cuales son las teorías fundamentales de la obra de manera simple y resumida, o en el caso de la primera empezar a estudiar los contenidos más complejos de la obra en profundidad de manera simplificada y accesible. En todo caso, el valor de esa obra de Marx no solo se reduce al contenido mismo sino a la forma tan amena y sencilla que tuvo a la hora de condensar y explicar algo tan transcendente para comprender la historia reciente. Por tanto, podemos entender las reticencias de Justo: en efecto, la obra de Marx no siempre fue lo clara que pudo ser, sus «licencias hegelianas» en el lenguaje como él mismo reconoció, pueden jugar una mala pasada a cualquier lector, pero si Justo no llegó a especificar a qué partes de la obra de Marx se refiere y no tenemos en cuenta todo lo anterior, no podemos discutir abiertamente esta interesante cuestión que siempre sale a colación: la problemática entre una obra producida por la «vanguardia teórica» del movimiento revolucionario y el nivel de accesibilidad real para las masas.
La fundación del PCA y sus defectos izquierdistas (1918-34)
El Partido Comunista de Argentina (PCA) –creado en 1918 como escisión de los socialistas– partía de los defectos clásicos de toda organización embrionaria o inexperta:
«El PCA había hasta entonces realizado una penetración epidérmica entre la clase obrera y contaba, en cambio, con una fuerte presencia de afiliados que procedían de la clase media (59). A partir de 1925, se intentó, por medio de la bolchevización dispuesta por la IC y aprobada por el PCA en su VIIº Congreso del mes de diciembre, profundizar la inserción comunista en los lugares de trabajo y lograr así una mayor incorporación en sus filas de sectores de la clase obrera». (Víctor Augusto Piemonte; Lucha de facciones al interior del Partido Comunista de la Argentina hacia fines de los años veinte: la «cuestión Penelón» y el rol de la Tercera Internacional, 2015)
Si deberíamos quedarnos con un rasgo característico de esta época serían las continuas trifulcas entre fracciones. Véase la escisión del grupo chipista en 1925 o la escisión de Penelón en 1928. Pero en honor a la verdad, los rasgos, deficiencias y desviaciones del PCA fueron análogos a lo que mostraban otros partidos jóvenes de aquel entonces, razón por la que recibió no pocas reprimendas por parte de la IC:
«Codovilla proclamó irónicamente estar hablando «para la historia» y denunció que Williams se había presentado a sí mismo como el salvador del PCA y como el iniciador de la reorganización del trabajo partidario sobre la base de células que demandaba el proceso de bolchevización. No obstante, el dirigente del PCA afirmaba que esta reorganización había comenzado a tener lugar con anterioridad a la llegada de Williams a la Argentina. Stepanov se oponía al hecho de que Codovilla criticara el trabajo de Williams por enviar informes y telegramas a Moscú sin consultarlo previamente con el CC del PCA, pues entendía que Williams estaba en todo su derecho de hacerlo así, y afirmaba no poder otorgar visos de verosimilitud a los reproches de Codovilla sobre la fuerte influencia que aquel habría estado ejerciendo en el PCA: «No puedo entender que un partido esté compuesto por una masa tan pasiva que un camarada, que una persona pueda hacer que salga como mejor le parezca» (34). Stepanov proclamaba incluso la mayor justeza de la línea política de Williams en comparación con la línea propuesta por la dirección argentina». (Víctor Augusto Piemonte; Lucha de facciones al interior del Partido Comunista de la Argentina hacia fines de los años veinte: la «cuestión Penelón» y el rol de la Tercera Internacional, 2015)
Paulino González Alberdi diría:
«González Alberdi: Sobre el chipismo, pesa la doble influencia del artesanado anarco-sindicalista y del intelectualismo pequeño burgués. Izquierdismo en las frases, derechismo en las acciones. Los chipistas no quieren la lucha por las reivindicaciones inmediatas, porque para ellos, la revolución social argentina, no será la consecuencia de la acción revolucionaria en el país. (…) Sino un proceso que se producirá a consecuencia de la revolución europea, mecánicamente. Para ellos, por tanto, no hay posibilidades revolucionarias propias en la Argentina y todo ha de reducirse, en consecuencia, a una propaganda de secta, tendiente especialmente a hacer conocer lo que ocurre en Europa. Es, como decíamos, una pasividad pequeño burguesa escondida con un lenguaje de pseudoizquierda. Nada puede hacerse en el país, porque cualquier cosa que se haga es reformismo. (…) El penelonismo, se presenta más claramente como tendencia pequeño burguesa. No quiere la lucha contra la burguesía nacional, impidiendo el abastecimiento de los ejércitos que marchen contra Rusia [en la futura guerra]; es capitulacionista en materia sindical; sobrevalora la función parlamentaria del concejal, alrededor de la cual quiere volcar al partido. (…) El partido ha reaccionado contra estas desviaciones, venciéndolas. Evidentemente que ha fortalecido así su ideología. Mas no está exento de deficiencias importantes. Así su nivel ideológico es relativamente bajo, a pesar de los progresos realizados; es pobre de cuadros dirigentes; el trabajo colectivo tampoco se realiza en la medida deseable. (…) Tenemos muy poca influencia en la masa campesina y escasa en algunos centros industriales; nuestros afiliados trabajan generalmente no en grandes establecimientos, sino en pequeños talleres». (Internacional Comunista; El movimiento revolucionario latinoamericano, 1929)
A finales de los años 20 y principios de los años 30 hubo varias divergencias con los representantes de la IC, puesto que el partido argentino se caracterizó por un exceso de optimismo, una falta de preparación y unos análisis irreales que lo llevaron al aislacionismo y a sufrir fracasos muy sonados:
«Bajo esta política los comunistas impulsaron una serie de huelgas: la de albañiles en 1929, la de la localidad cordobesa de San Francisco en 1929, la de obreros madereros en 1930, la de petroleros en la ciudad de Comodoro Rivadavia en 1932, la de los obreros frigoríficos del mismo año, entre otras. Se pregonaba, en consonancia con lo señalado por la ISR, la idea que en cada conflicto huelguístico se encontraba el embrión del proceso revolucionario (Lozovsky, 1932). (...) El saldo de los conflictos lanzados durante el período fue negativo. El PC no logró que las organizaciones sindicales no comunistas se sumaran a las huelgas. La preparación de los conflictos se realizó en un corto tiempo y con una escasa medición real de la capacidad de respuesta represiva de las empresas en asociación con el Estado. (…) Debido a su propia estrategia de «clase contra clase», se encontraban aislados y parecieron encarar las luchas recalando más en el arrojo y compromiso de sus militantes que en la organización y preparación de los conflictos». (Hernán Camarero; Las estrategias en el lugar de trabajo del Partido Comunista en Argentina desde sus orígenes hasta 1943: células, comités de fábricas y comisiones internas, 2014)
Pese a la pluma trotskista de este autor, ningún revolucionario honrado negará estos hechos del PCA, reconocidos por ellos mismos poco tiempo después:
«Los izquierdistas se expresan especialmente como resistencia al trabajo de masas y falta de organización de las luchas. El confusionismo táctico conduce sobre todo a la espontaneidad, acariciada por derechistas e izquierdistas. Las concepciones de espontaneidad llevarán el Partido a las derrotas. Es el gran peligro táctico del partido. La huelga de Klokner, la «huelga de los tres» (Rosario), la idea de que el Partido ya tiene suficiente arraigo en la masa, son formas visibles de la concepción de la espontaneidad, que salta por sobre la organización y el Partido. La espontaneidad corre pareja con un menosprecio de la función del Partido. La reciente huelga contra las deportaciones, declarada por el Comité Obrero y estudiantil, prueba hasta qué punto el peligro de la espontaneidad es grave para el Partido. Sin preparación, sin organización, sin ligazones serias con la masa obrera, se decreta desde arriba una huelga de masas… sin masas, fiados simplemente en las declaraciones de protesta publicadas en los diarios y en la indignación que producen las deportaciones. (...) Esa es una forma aparentemente real de combatividad. Se habla mucho de grandes luchas, pero no se organizan las más modestas luchas cotidianas, y frecuentemente ni se participa en ellas. (...) Organizar las luchas del proletariado por sus reivindicaciones inmediatas, y con el proletariado realizar la lucha contra la reacción y contra la policía, esa debe ser nuestra orientación. Para ello, hay que vencer las corrientes de espontaneidad, hay que tomar contacto serio y orgánico con los obreros, hay que organizar las luchas, por pequeñas que sean. Sin la participación y organización de las luchas cotidianas del proletariado, la mera lucha antipolicial así aislada del movimiento de masa, puede degenerar en forma ruidosa en la pasividad. El trotskismo, que ignora absolutamente la función del partido, y el luxemburguismo, se basan en la espontaneidad: no el leninismo, no la IC, que enseñan que ni aun en las condiciones objetivas más favorables la situación se tornará en provecho del proletariado sin la existencia de un PC de masas que organiza las luchas de las masas y las dirige». (Partido Comunista de Argentina; Resolución sobre la situación y las tareas del Partido Comunista de Argentina, Registrado en Moscú, 25 de marzo 1932)
Solo a partir de mediados de los años 30 el PCA pudo subsanar esta falta de influencia en los sindicatos, aunque esta se diera a cuentagotas.
Pero estos no fueron los únicos problemas, por aquel entonces Víctor Codovilla adelantaba su desviación anarquista de jugar a calificar cualquier gobierno reaccionario de turno como «fascista». Un vicio que practicó con ahínco tanto a nivel regional:
«El imperialismo inglés va siendo desalojado de sus posiciones y el yanqui no sólo va dominando económicamente a estos países, sino que crea gobiernos reaccionarios nacional-fascistas». (Internacional Comunista; El movimiento revolucionario latinoamericano, 1929)
Como dentro del ámbito nacional:
«De este modo, comienzan a ser vistos como fascistas, actores políticos que no se reivindican como tales, e incluso niegan serlo. Uno de sus primeros usos fue hecho por el Partido Comunista para acusar al presidente Hipólito Yrigoyen de orientarse «hacia la dictadura nacional fascista», justamente una semana antes de caer por un golpe militar en 1930». (Pablo Pizzorro; En torno a los orígenes del antiperonismo: la Unión Democrática frente a la instauración del aguinaldo (1945-1946), 2018)
La caracterización de Argentina a ojos de la Internacional Comunista
Para el VIº Congreso de la IC de 1928, en el informe del suizo Jules Humbert-Droz sobre la cuestión de los países latinoamericanos, hablaba con felicidad del avance de los partidos a nivel general, salvo de uno:
«Las secciones en América Latina se han desarrollado considerablemente. Con la excepción del Partido Comunista de Argentina que ha estado inmerso en diversas crisis». (International Press Correspondence; Vol.8, Nº72, 17 de octubre de 1928)
Del VIº Congreso de la IC de 1928 y sus documentos hay uno que destaca para el tema que nos interesa, nos referimos al informe del suizo Jules Humbert-Droz –más tarde expulsado por sus posiciones bujarinistas– en torno a la cuestión de los países latinoamericanos, como también la posterior resolución emitida –tras las pertinentes intervenciones de cada delegación–. Esta información hoy disponible –y pocas veces consultada– es sumamente importante para entender el posicionamiento del organismo sobre América Latina.
Aquí se señalaba la creciente influencia del imperialismo estadounidense en esta región, que estaba expulsando poco a poco al imperialismo británico. Si en 1918 era el responsable del 40% de las importaciones latinoamericanas, en 1928 ya controlaba el 66% de las mismas. El capital invertido por el imperialismo estadounidense en América Latina constituía más que el de Europa, y ascendía en total a un 40% de todas las exportaciones de capital al mundo. Respecto a 1912, la inversión de capital había crecido un 1025% en Argentina, un 676% en Brasil, un 2906% en Chile, un 82% en Perú, un 5309% en Venezuela y un 6000% en Colombia. Humbert-Droz señalaba que era falsa la teoría de que «el imperialismo estadounidense apoyaba a las fuerzas liberales» mientras que «el imperialismo británico representaba una fuerza conservadora que apoyaba a las fuerzas más autoritarias». Lo cierto es que ambos países apoyaban una u otra tendencia dependiendo del contexto. Asimismo, se comentaba que el problema social indio seguía siendo un problema a tomar en cuenta en algunos países, mientras que el «americanismo» como ideología era una idea abstracta y romántica de la cual se aprovechaba el imperialismo estadounidense para mantener el statu quo.
En la cuestión agraria, estos países daban muestras de rasgos semifeudales, algo muy importante, ya que en la mayoría de estos países la agricultura y la ganadería seguían ostentando el papel principal en la economía. Esto es algo que también se examinaría en la Primera conferencia comunista latinoamericana de 1929, donde se expusieron las pruebas del feudalismo todavía existente –tanto por el nivel técnico de las explotaciones, la prohibición del comercio, el modo de retribución al trabajador y hasta la existencia del derecho de pernada–. Del mismo modo, en lo económico, se señalaba que las inversiones de capital de las potencias imperialistas y la balanza comercial demostraban que estos regímenes latinoamericanos no eran independientes ni en lo político ni en lo económico.
A la burguesía de dichos países que había nacido bien ligada a los imperialistas se la consideraba dentro del campo de la contrarrevolución. También se subrayaba la inexistencia de una aguda lucha entre los capitalistas y los propietarios de tierras, confundiéndose unos con otros, ya que ambos invertían en los negocios del otro. Esto era un proceso similar al que ocurrió en España con el sincretismo de la nobleza y la burguesía en el siglo XIX.
En el caso argentino, Paulino González Alberdi lo presentaba como un país de diez millones de habitantes, solo dos de ellos concentrados ya en la capital de Buenos Aires. Este nuevo país en expansión recibía una enorme emigración de América y Europa. Si la población urbana era del 43% en 1895, alcanzó el 58% en 1914. En lo económico, estaba dominado por la producción agropecuaria que suponía el 65% de la economía –bajo la forma predominante de la gran propiedad, en torno a un 68%–. Aunque la burguesía industrial estaba en auge y sus representantes ponían sobre la mesa la necesidad de un proteccionismo económico, su debilidad política no le había permitido implementar tales medidas. La poca industria estaba concentrada en una única zona y era poco diversificada. En general, la economía argentina todavía dependía enormemente de los vaivenes en los precios del mercado internacional. Sus principales socios, británicos y estadounidenses, controlaban ferrocarriles, créditos, comercio de cereal, extracción petrolífera y otros puntos clave. La deuda nacional pública ascendía a 216.661.000 pesos. Las inversiones británicas alcanzaban cuotas de 4.958 millones y las estadounidenses de 1.053 millones.
Pero, por encima de todo, la IC hacía énfasis en que la cuestión más importante para los comunistas en estos países –tuvieran mayor o menor desarrollo de las fuerzas productivas– era lograr poder consolidar la alianza del proletariado con el campesinado sin tierras, así como el resto de la pequeña burguesía. Un bloque donde el partido comunista debía guardarse el derecho a criticar la influencia negativa de los políticos pequeño burgueses que podían desviar al movimiento revolucionario.
Este, y no otro esquema, era el requisito para resolver rápidamente las tareas pendientes de la revolución democrático-burguesa y convertirla en una revolución socialista, matizándose que esta celeridad dependía de la correlación de las fuerzas internas y de la ayuda externa del proletariado mundial. Delegados de la IC, como el ecuatoriano Ricardo Paredes, subrayaron que era menester realizar incluso una distinción más clara entre países con cierto desarrollo industrial y concentración de capital, entre los que incluía Argentina, Uruguay, Brasil, México y Ecuador del resto de países, ya que podían tener como tarea inmediata la revolución socialista, aunque no parece que tal matización se tuviera demasiado en cuenta, algo que posteriormente pondría las cosas muy fáciles a las teorizaciones que seguían insistiendo en el «atraso de las fuerzas productivas». En todo caso, en la resolución final sobre los países coloniales y semicoloniales el foco se centró en dejar claro que, en base a todo lo anterior descrito, era muy posible que si los comunistas llegaban al poder en los países latinoamericanos no sería necesario pasar por una fase de desarrollo capitalista, sino que podrían transitar al socialismo, aunque fuese de una forma más lenta que en algunos países europeos más desarrollados. Incluso refiriéndose a países más atrasados, la IC ya había adelantado:
«En los países todavía más atrasados –como en algunas partes de África–, en los cuales no existen apenas o no existen en general obreros asariados, en que la mayoría de la población vive en las condiciones de existencia de las hordas y se han conservado todavía los vestigios de las formas primitivas –en que no existe casi una burguesía nacional y el imperialismo extranjero desempeña el papel de ocupante militar que ha arrebatado la tierra–, en esos países la lucha por la emancipación nacional tiene una importancia central. La insurrección nacional y su triunfo pueden en este caso desbrozar el camino que conduce al desarrollo socialista, sin pasar en general por el estadio capitalista si, en efecto, los países de la dictadura del proletariado conceden su poderosa ayuda». (Internacional Comunista; Programa y estatutos de la IC aprobados en el VIº Congreso celebrado en Moscú; 1928)
¿Se comprendieron las características de Argentina, las fuerzas motrices y la estrategia a seguir? Bueno mejor sigamos adelante y que el lector lo vaya descubriendo por sí mismo.
Las reticencias de la IC sobre la capacidad de la dirección argentina
Gerónimo Arnedo Álvarez, Rofoldo Ghioldi y Víctor Codovilla, estos últimos representantes activos de la IC por parte de la sección argentina, fueron los principales dirigentes a partir de mediados de los años 20, aunque no sin dificultades. Ellos también sufrieron durante estos años críticas de otros dirigentes de la IC sobre sus diversas actuaciones, lo que indica la complejidad ideológica de estas disputas. Véase la obra de Victor L. Jeifets y Andrey A. Schelchkov: «La internacional Comunista en América. En documentos del archivo de Moscú» (2018).
Este nuevo núcleo no supuso ni el cese del fraccionalismo ni los bandazos ideológicos en la máxima dirección. Pocos años después vendrían la crítica y destitución de Luis Víctor Sommi en 1938 y la crítica y expulsión de Juan José Real en 1952, por citar un par de casos destacados. En muchas ocasiones, las figuras defenestradas solo eran la «cabeza de turco» para justificar los errores colectivos del partido y, en especial, los malos cálculos y actuaciones desastrosas de las figuras de autoridad, como Codovilla-Ghioldi.
«Rodolfo Puiggros se separó del partido oficial después de 1946 creyendo que podrían asegurar mejor sus propios objetivos en cooperación más que en oposición a Perón. Al parecer, Perón está tratando de usar al grupo disidente como cebo para que los opositores de izquierda, especialmente en el movimiento obrero, se unan al peronismo. El grupo «disidente», a su vez, mantiene relaciones consultivas con Perón, aunque el alcance exacto de su influencia no se puede determinar con exactitud». (CIA; Desarrollos probables en Argentina, Washington, 13 de junio de 1952)
Como ya se ha dejado claro, el fraccionalismo del PCA en cualquiera de sus etapas era muy similar al de otras organizaciones de su tiempo, e indirectamente suponía un signo de inmadurez ideológica y de falta de liderazgo:
«Vosotros sabéis que ambos grupos del Partido Comunista de los Estados Unidos (PC de EE.UU.), compitiendo entre sí y persiguiéndose como caballos en una carrera, están especulando febrilmente sobre las diferencias existentes y no existentes dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). ¿Por qué hacen eso? ¿Lo exigen los intereses del PC de EE.UU.? No, claro que no. Lo hacen para obtener alguna ventaja para su propia facción particular y para causar daño a la otra facción. Foster y Bittleman no ven nada reprensible en declararse «stalinistas» y demostrar así su lealtad al PCUS. Pero, mis queridos camaradas, eso es una vergüenza. ¿No sabéis que no hay «stalinistas», que no debe haber «estalinistas»? ¿Por qué la minoría actúa de esta manera indecorosa? Para atrapar al grupo mayoritario, el grupo del camarada Lovestone, y demostrar que el grupo Lovestone se opone al PCUS y, por tanto, al núcleo básico de la Internacional Comunista (IC). Eso es, por supuesto, incorrecto. Es irresponsable. (...) ¿Y cómo actúa el grupo Lovestone a este respecto? ¿Se comporta de manera más correcta que el grupo minoritario? Lamentablemente no. Desafortunadamente, su comportamiento es aún más vergonzoso que el del grupo minoritario. (...) Pero, camaradas, la IC no es un mercado de valores. La IC es el lugar santísimo de la clase obrera. (...) No puede haber lugar en nuestras filas para las podridas intrigas diplomáticas. (...) Se debe poner fin a la situación actual en el PC de EE.UU., en la que las cuestiones sobre el trabajo positivo, las cuestiones de la lucha de la clase obrera contra los capitalistas, las cuestiones de los salarios, las horas de trabajo, el trabajo en los sindicatos, la lucha contra el reformismo, la lucha contra la desviación de derecha, cuando todas estas cuestiones se mantienen en la sombra y son reemplazadas por cuestiones insignificantes de la lucha de facciones entre el grupo Lovestone y el grupo Foster». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Sobre el Partido Comunista de los Estados Unidos, 1929)
Años después, la IC reflexionaría sobre los daños que este tipo de actitudes habían causado, instando a una profunda autocrítica para salvar el prestigio y el trabajo positivo de estos partidos:
«Debido a todos estos errores, no incurrimos en una debida autocrítica, y lo que es más peligroso, en muchos casos hemos persistido y aún seguimos persistiendo en estos errores, presentándolos como una línea que parecía ser correcta. (…) Confirmamos que la oficina sudamericana ha sido formada inicialmente a partir de los líderes sudamericanos más responsables, y en particular, de los líderes de Argentina. (…) El trabajo general de la oficina sudamericana merece un comentario estimativo: su línea principal estaba equivocada, pero esto no significa que su trabajo fuese nulo o totalmente perjudicial. (…) La presencia de delegados de la IC no disminuye, sino que incluso agrava la responsabilidad de los líderes latinoamericanos que han colaborado con ellos. (…) Los conceptos erróneos existentes en nuestros partidos, nuestra falta de preparación teórica, nuestra debilidad organizativa, nuestros errores del pasado, nuestra falta de autocrítica y falta de vigilancia. (…) Esta ausencia de autocrítica proporciona a los elementos oportunistas plena oportunidad para todo tipo de especulaciones, y desarma nuestras filas contra el trotskismo». (Internacional Comunista; Conclusiones de la discusión de la Internacional Comunista y los partidos sudamericanos, 1938)
Asimismo, en otro documento, se comentaba igualmente:
«Esto hace absolutamente indispensable plantear y esclarecer todas las actividades pasadas, las posiciones adoptadas en época anterior, la táctica y los métodos puestos en práctica entonces, fijando las responsabilidades respectivas. Y esto, no solamente ante nosotros mismos, sino ante nuestros Partidos y ante la masa de cada uno de nuestros países en general. Solo un análisis estricto de nuestras actividades pasadas, solo un balance autocrítico preciso de ellas y de las posiciones de los dirigentes que intervinieron en ellas, pueden ayudarnos y ayudar a nuestros partidos a liquidar concepciones erróneas, métodos falsos, procedimientos incorrectos; a reforzar nuestra vigilancia de clase, rudamente debilitada en la actualidad; a armar e inmunizar a nuestros partidos y a nuestros militantes contra el trotskismo». (Informe de «Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)
Este autor iba más allá, puesto que planteaba que:
«Esta autocrítica no puede ser en forma alguna considerada como una cuestión interna de nuestros partidos o simplemente de sus direcciones sino como una cuestión amplia y públicamente debatida ante las masas. De acuerdo con las decisiones del VIIº Congreso [de la IC de 1935]». (Informe de «Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)
«La línea a la que se acoplaron nuestros partidos estaba generalmente en desacuerdo con la línea trazada por la IC en el VIº Congreso [1928], lo que dio origen al sectarismo, que todavía no ha sido subsanado y dificulta el trabajo. (…) Impulsados a subestimar el peligro del fascismo, se interpretó el fin de la estabilidad relativa del capitalismo como el inicio del fin del propio capitalismo. (…) Se olvidó la importancia y el papel de los aliados. (…) Que buscar posibles aliados temporales es algo en vano, perder el tiempo. (…) El legado golpista invade toda Latinoamérica. Existe una tradición: cambiar los regímenes políticos mediante golpes de Estado. Este curso de acción ha penetrado en los conceptos y prácticas de nuestros partidos. (…) La transferencia mecánica de prácticas y técnicas de nuestros partidos hermanos de los países capitalistas avanzados y en algunos casos, la transferencia de etapas, formas y procesos de la revolución rusa de 1905 y 1917 no viendo las condiciones específicas de nuestros países. (…) Insuficiente formación teórica de nuestros líderes, debilidad de nuestros cuadros, defectos en la formación de nuestros partidos». (Internacional Comunista; Conclusiones de la discusión de la Internacional Comunista y los partidos sudamericanos, 1938)
La sección americana también se quejó a la IC por aquellos días debido a la falta de comunicación efectiva para recibir instrucciones o información:
«En general, recibimos de ustedes una o dos cartas por año, en las que desde una distancia muy grande se nos critican nuestros errores, a menudo muy serios. Considero que ello no basta para prestarnos una ayuda, tanto más que debemos reaccionar diariamente frente a todos los problemas. Los partidos y los sindicatos saben de sus discusiones cuatro o cinco meses antes que lleguen los documentos elaborados por ustedes, y aún antes que nosotros tengamos la menor información sobre esos asuntos –y es todavía más grave que estas informaciones extraoficiales y semioficiales llegan a menudo bastante desfiguradas y sirven perfectamente para que los descontentos, los que luchan contra la línea de la I.C., se aprovechen de ellas–». (Internacional Comunista; Conclusiones de la discusión de la Internacional Comunista y los partidos sudamericanos, 1938)
Debido a estas tardanzas en la transmisión de órdenes, la IC afirmaba que, tras su decisión –en el congreso 1935– de otorgar una mayor flexibilidad a las secciones para reducir el tiempo de actuación, si los partidos latinoamericanos no aumentaban el ritmo en su adquisición de nivel ideológico, esta medida tendría efectos más negativos que positivos:
«De acuerdo con las decisiones del VIIº Congreso [de la IC de 1935], el trabajo independiente y plenamente responsable de nuestro Partido y de sus direcciones se ha reforzado. No será posible que esta independencia redunde en beneficio del movimiento comunista y de la acción de masas, si no esclarecemos y asumimos plenamente la responsabilidad de nuestros errores y nuestras fallas. De otro lado, en las nuevas condiciones de trabajo que nos han sido planteadas, es preciso adquirir la convicción profunda de que tal forma significa, no un debilitamiento de nuestras relaciones con la IC, sino todo lo contrario, un reforzamiento mucho más estrecho y más activo de esas relaciones». (Informe de «Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)
Estos temores se confirmaron: los partidos comunistas no estaban preparados para tener mayor libertad en sus atribuciones, pues carecían de una base ideológica sólida. No podían hacerse milagros, las únicas alternativas eran o bien reforzar el nivel ideológico, o bien aumentar los recursos y el tiempo que la IC debía destinar para contribuir a superar estas deficiencias.
Sobre Argentina, se dijo más concretamente desde la IC que el liderazgo no había estado a la altura:
«Hemos llegado a la conclusión que ni Orestes, ni Ghioldi, ni Torres, ni Bernardo, ni Moretti pudieron unir al partido en los momentos de lucha contra algunos elementos corruptos y eliminar la situación actual. (…) En nuestra opinión el camarada Bernanard debe volver a trabajar inmediatamente en el liderazgo de su partido». (Internacional Comunista; Conclusiones de la discusión de la Internacional Comunista y los partidos sudamericanos, 1938)
En esos días Codovilla tampoco estuvo exento de recibir varias críticas de importancia de los delegados de la IC. Así ocurrió, por ejemplo, durante la Guerra Civil Española (1936-39), puesto que varios de ellos señalaron su característico exceso de optimismo:
«Para Díaz, Luis [Codovilla]. Tu información es insuficiente, no suficientemente concreta, y sentimental. Una vez más, nosotros te preguntamos para proporcionarnos información seria sobre la situación actual. Te recomendamos fuertemente. (…) Precaverse contra cualquier tendencia que exagere nuestras fuerzas y nuestras fuerzas en el frente popular, y la subestimación de las dificultades, así como los nuevos peligros». (Secretariado de la Internacional Comunista, 24 de julio de 1936)
Esto volvería a repetirse casi una década después cuando el propio Partido Comunista de España (PCE) reprodujo en su revista «Nuestra Bandera» –Nº12 de diciembre de 1944–, un documento recibido de Argentina que según los dirigentes de esta revista –comandada por Santiago Carrillo– era una «maravillosa pieza política». Esta era una carta abierta de Codovilla al pueblo argentino escrita el mes anterior, en ella aseguraba que con la derrota de Mussolini-Hitler el gobierno argentino favorable a las potencias fascistas estaba a punto de caer, que era el momento de que se produjera un levantamiento popular:
«Ya se puede plantear abiertamente la cuestión de la organización del levantamiento popular para derrocar, cuanto antes, la dictadura militar-fascista de Farrell-Perón-Peluffo». (Víctor Codovilla; ¡Hay que derrocar a la camarilla del GOU!, 1944)
Al mismo tiempo aseguraba que en España:
«El régimen sanguinario de Franco y Falange se tambalea bajo los golpes que le asesta el movimiento de resistencia interior y exterior. (…) Las acciones armadas y las preparatorias para el levantamiento general ya han empezado en España y nadie ni nada podrán impedir que se desarrollen y alcancen un éxito completo». (Víctor Codovilla; ¡Hay que derrocar a la camarilla del GOU!, 1944)
¡Este fue Codovilla! ¡Un ser ante todo optimista! ¿¡Pero cómo es posible que este vendehúmos siguiese al frente de cualquier puesto de poder!? Pues seguramente porque muchos como él propinaban las mismas patochadas, pero ya se sabe: «Mal de muchos, consuelo de tontos».
En otra ocasión, un compañero suyo de la IC le denunció por injerencia –en lugar de asesoramiento– en los asuntos del PCE, por pretender dirigir y sustituir el liderazgo del PCE, precisamente aquello de lo que había acusado a Williams años antes:
«A mi llegada a Madrid me sorprendió extraordinariamente la actividad del camarada Codo (126). No encuentro otra palabra que la de cacique. Lo hace todo él mismo. (...) Era él quien hasta su salida en setiembre escribía muchos de los artículos editoriales de «Mundo obrero». Tal actitud me parece absolutamente contraria a las consignas del VIIº Congreso de la IC y del camarada Dimitrov (128). Tiene como consecuencia transformar a los miembros del Politburó en simples ejecutores, disminuir considerablemente sus sentimientos de responsabilidad, y por último impedir la formación de cuadros. (…) El camarada Codo considera el Partido como su propiedad. A su regreso aquí, ha hecho un informe muy sucinto, y me doy cuenta ahora, muy incompleto. No ha dicho nada en particular de las críticas aquí formuladas. Mi opinión es que tal método es inadmisible. O bien se adscribe efectivamente al PCE, como militante de ese partido, y en ese caso puede llegar a ser su secretario general, y ese sería el cambio de método. O bien es siempre el representante de la IC, y en ese caso no puede desempeñar el cargo de secretario general y debe actuar mediante la persuasión, sin reemplazar nunca a la dirección del partido (129)». (Documento 9º. André Marty; Notas sobre el PCE, 11 de octubre de 1936)
Este tipo de críticas propiciaron que fuese relevado de sus servicios en España en 1937. El que Codovilla hubiese tenido un puesto tan importante en la sección americana de la IC durante los años 20, y que luego lo tuviese en los asuntos españoles durante los años 30, así como luego, una vez más en los asuntos americanos, interviniendo en Chile y México en los años 40, pese a las quejas mostradas por varios de sus compañeros, demostraba la relativa permisión del oportunismo de muchas figuras «veteranas» de la IC. Sus intentos de autocrítica y eliminación de los elementos dudosos no fueron muy eficaces, de otro modo, Codovilla habría pasado a ser un nombre más, no «el hombre», de la IC en América Latina.
Lo mismo se puede decir de otras cabezas visibles:
«El camarada Ghioldi tiene el gran defecto de su tendencia a capitular, a rehuir con gran cobardía política toda discusión seria, toda lucha ideológica, para buscar el compromiso y favorecer la política de defensa de su respectiva posición, practicada por algunos de los dirigentes argentinos. Ghioldi ha tenido grandes debilidades ante la provocación y no ha realizado ninguna lucha contra el espionaje. A esto se une su sectarismo y su incomprensión de la línea del VIIº Congreso [de la IC de 1935], de la gravedad del peligro trotskista». (Internacional Comunista; El informe sobre la situación del partido argentino. Confidencial, 7 de abril de 1938)
Esto debe instarnos a quitarnos el velo de devoción e idealización hacia lo que fue la IC, nos debe ayudar a ubicarla históricamente, sabiendo que no fue sino uno de los primeros experimentos del movimiento revolucionario en materia de organización internacional, con todos los fallos y equivocaciones típicas de primerizos que esto acarreaba en sus representantes.
El VIIº Congreso de la IC (1935) y el giro hacia la derecha
Aunque el VIIº Congreso de la IC de 1935 sirvió para limpiar varias de las políticas absurdamente izquierdistas, los comunistas de aquel entonces temían que empezase a proliferar lo contario, un cándido posibilismo:
«Los comunistas deben incrementar su vigilancia y guardarse del peligro del oportunismo de derecha, y deben continuar una determinada lucha contra todas estas concretas manifestaciones, teniendo en cuenta que el peligro del oportunismo de derecha crecerá donde las tácticas del frente único sean aplicadas. La lucha por el establecimiento del frente único, de la acción conjunta de la clase obrera, alza como necesario que los obreros socialdemócratas se convenzan a través de las lecciones objetivas de la correcta política de los comunistas y la incorrecta política reformista, y que cada partido comunista prosiga una lucha irreconciliable contra cualquier tendencia que rebaje las diferencias de principio entre el comunismo y el reformismo, contra rebajar la crítica de la socialdemocracia como ideología y práctica de colaboración de clases con la burguesía, contra la ilusión de que es posible transitar al socialismo pacíficamente, por métodos legales, contra cualquier realización basada en el automatismo y la espontaneidad, en la organización de la liquidación del fascismo o en la realización del frente único, contra cualquier menosprecio del rol del partido y contra la vacilación en los momentos de decisiva acción». (Internacional Comunista; Resolución final emitida por el VIIº Congreso de la IC respecto al informe de Georgi Dimitrov, 20 de agosto de agosto de 1935)
Y, efectivamente, se cayó en el extremo opuesto: del sectarismo se pasó al liberalismo en la mayoría de partidos comunistas. Esto no fue tanto culpa del congreso, sino que una vez más, y como ya había ocurrido con el VIº Congreso de 1928, las tesis del congreso de 1935 no eran, ni mucho menos, tan deficientes como la interpretación sesgada de los comunistas latinoamericanos, en este caso argentinos.
En verdad, hubo delegados que propusieron comparar la letra y resoluciones de los congresos con la actividad luego desarrollada para ver si realmente había un apego real:
«Al confrontar nuestras actividades en el período comprendido entre VIº y VIIº Congresos de la IC, encontramos que, en muchos aspectos fundamentales, esas actividades no solo no estuvieron de acuerdo con las tesis y resoluciones del VIº Congreso [de la IC de 1928], sino que estuvieron contra ellas. En unos partidos, esas contradicciones revisten mayor gravedad que en otros, y en los diversos partidos la oposición aparece en algunas cuestiones con mayor intensidad que en otras. Pero, el hecho irrefutable es que esa oposición existe. El análisis de los errores que hemos cometido nosotros, que han cometido las direcciones de nuestros Partidos y nuestros Partidos, tiene que partir, por consiguiente, de la confrontación del VIº Congreso de la IC, con nuestras actividades ulteriores». (Informe de «Pérez» [Juan César Vilar Aguilar] a la Internacional Comunista; Sobre la cuestión de la IC en los Partidos latinoamericanos, Confidencial, 1938)
Cabe anotar que si bien el VIIº Congreso de 1935 tuvo informes notorios y de elevado nivel –como las intervenciones de Dimitrov, Gottwald o Pieck–, el nivel teórico generalizado del evento fue menor que los anteriores. La cuestión de los países coloniales y semicoloniales se resolvió con un vago informe de Wang Ming donde apenas esbozó un par de directrices y frases manidas. Los países latinoamericanos fueron totalmente ignorados. En su informe Wang Ming celebraba que el PCA estuviese llevando esfuerzos para la acción conjunta con los socialistas y radicales contra los uriburistas. Además, como sabemos, hasta su disolución en 1943, ¡la IC no volvió a realizar ningún otro congreso mundial! Esto era simplemente inexplicable, ya que las protestas y quejas sobre la falta de comunicación o errores continuos dentro de las secciones eran el pan de cada día.
En todo caso, lo importante a señalar de este periodo es que el viraje acabó suponiendo que los comunistas cambiasen el discurso. Se pasó de la antigua consideración que calificaba de «socialfascistas» a casi todos los socialistas de forma indiscriminada durante 1928-34, de la negación a colaborar con sus bases y eludir abiertamente el trabajo en su sindicato mayoritario, a que ahora, de la noche a la mañana, se pasase a denominar a esta corriente de partido «obrero», a que para tratar de agradar a los jefes socialistas se disolviera su pequeño sindicato comunista sin ninguna garantía de mantener un programa revolucionario y se renunciase de facto a la crítica de la práctica reformista cotidiana de los jefes sindicales. Todo en aras de una «unidad revolucionaria» que nunca se concretaría, ya que la dirigencia del socialismo argentino no modificaría un ápice de su línea pese a las concesiones comunistas:
«El Comité Central ordenó abandonar el discurso que distinguía a la dirección socialista de sus bases: «Hoy mientras dure la situación determinada por este documento valioso sobre el «Frente Popular» hay que cesar las críticas a la dirección del PS y así laboraremos por el «Frente Popular». (La Internacional, Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935). (...) Sin embargo, este entusiasmo y disposición de la dirección comunista respondió más a su expectativa y a la necesidad de reafirmar el cambio de rumbo que a una correspondencia real con las intenciones del PS. La resolución del Comité Ejecutivo del PS no solo era moderada, sino que anticipaba el rechazo a la propuesta y ubicaba al PC como una fuerza menor, cuya única incidencia era sobre los sectores «de izquierda» dentro del socialismo. (...) En síntesis, el giro discursivo dado en 1935, denotó el carácter estratégico del cambio de orientación, en tanto el conjunto de las opciones tácticas, desde la acción común en el movimiento obrero, hasta el escenario electoral y el sistema de alianzas para insertarse en él, se subordinaron a un nuevo objetivo. Este implicaba luchar contra el fascismo en alianza con el resto de las «fuerzas democráticas», en este caso el PS, sin importar ya su política de clase, ni las rivalidades que los comunistas habían tenido y continuaban teniendo con esta fuerza. El cambio discursivo comenzó a tener una aplicación práctica durante 1935 cuya expresión más concreta en el periodo posterior seria la incorporación de los sindicatos comunistas en la CGT, tras la ruptura de esta a fines de 1935». (Gabriel Omar Piro Mittelman; El Partido Comunista de Argentina y el Frente Popular en 1935: el inicio de un cambio estratégico y la relación con socialistas y radicales, 2020)
En el caso de los comunistas argentinos, durante la Década infame (1930-43) sufrieron un acoso y persecución de sus locales y prensa. Por tanto, consideraron que la mejor estrategia era salvaguardar a cualquier coste a las libertades de las que disfrutaban en la provincia de Córdoba, donde gobernaba el socialista Sabattini, anhelando expandir este estatus al resto del país:
«En el debate legislativo, fue intensa la presión de la bancada demócrata para forzar al gobierno de Sabattini a reprimir al PC. Se citaban en su favor el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que le había quitado la ciudadanía a Ángel Rosenblat y el proyecto de represión al comunismo presentado en el Senado nacional por Sánchez Sorondo (34). El Partido Comunista cordobés no permaneció impasible. Presentó una nota que, pese a la oposición demócrata, fue leída parcialmente en el recinto legislativo:
«Las actividades del Partido Comunista constituyen, hoy y aquí, incuestionablemente, una de las garantías más eficientes, responsables y permanentes de la paz pública y de la estabilidad de las instituciones (…) [Su actividad] está inspirada en los ideales de la democracia liberal y republicana, según puede demostrarse hasta la saciedad en los documentos, actos y manifestaciones». (35)
Asimismo, el comité central del PC, en su declaración del 17 de julio de 1936, señaló que su principal objetivo era defender las libertades públicas para salvaguardar la ley Sáenz Peña y la constitución nacional». (36) (César Tcach; Córdoba: Izquierda obrera y conflicto social durante el gobierno de Amadeo Sabattini Sociohistórica, 2012)
En realidad, esta transformación doctrinal del PCA en una especie de «liberalismo constitucionalista» que buscaba la «defensa de las instituciones democráticas», no solo era una desviación derechista, socialdemócrata, sino que como estrategia a nivel nacional era ridícula. En realidad, casi todas las elecciones y gobiernos provinciales del país se sostenían a base del fraude electoral, el soborno y la intervención militar, empezando por las elecciones presidenciales.
La evaluación de la IC sobre la celebración del IXº Congreso del PCA en 1938 fue descrita como sigue:
«El PCA acaba de celebrar su IXº Congreso. No disponemos de las resoluciones del mismo, pero por los informes de Torres y Ghioldi, –cuyos textos están aquí– así como por el informe verbal de éste, llegamos a la conclusión de que el Congreso se ha desarrollado completamente fuera del espíritu del VIIº Congreso [de 1935] y de la Resolución de Julio. El congreso fue mal preparado. Los delegados protestaron por esto, pero sus protestas, así como sus desacuerdos sobre otras cuestiones han sido acallados poniéndoles sordina, para emplear el término del camarada Ghioldi. El congreso fue realizado por la dirección con el criterio predominante de que era necesario hacer una gran parada en el exterior, tratando de dar la sensación de que existe un partido grande, fuerte y unido. La autocrítica se desarrolla, en forma abstracta y débil sobre las cuestiones más antiguas y se silencia por completo al llegar al año 1932, sin poner el fuego en los hechos más recientes, en la consigna falsa «El radicalismo al poder, Alvear a la Presidencia», se la critica como una impericia de la dirección, como una actitud extemporánea, pero no como error político; en este asunto, como en otros, se ha ocultado al Partido las críticas de la IC. (...) Ambos informes, especialmente el de Torres, causaron en el Congreso una impresión de desagrado. Los delegados, en particular los obreros, expresaron que el Partido no quería marchar a la cola del imperialismo inglés ni hacer «orticismo» y que, del informe de Torres, se desprende esto con absoluta claridad. Según el informe de Torres, la lucha contra el fascismo no va a ejecutarla el pueblo argentino, sino el imperialismo inglés y el presidente Ortiz, si es que se inclina hacia la democracia. Y Torres, en su informe, en los momentos en que los jefes del Partido Socialista declaran que se debe luchar en defensa de la democracia en común y sin exclusiones –declaración hecha también por Alvear, jefe del radicalismo, al referirse a la necesidad de defender la Constitución– a pesar de que en los hechos tratan de impedir la inclusión de los comunistas en cualquier tentativa de acción común, en esos momentos Torres plantea la necesidad de que el Partido Comunista se elimine si es que existen resistencias para aceptar su participación. (...) Las intervenciones en este sentido, de los obreros Peters y Moretti no merecieron atención y fueron ahogadas. (...) En la dirección del PC de Argentina los problemas no se discuten; las divergencias no se esclarecen: se llega a compromisos sin principios entre unos u otros dirigentes, entre unos y otros grupos. (...) El Congreso no ha enfocado ni resuelto ningún problema y ha creado otros nuevos. La cuestión de la unidad popular, de la unidad sindical, de la unidad política del proletariado, de la orientación viva hacia el campo, de las dificultades internas del partido, del trotskismo y de la provocación, permanecen como cuestiones por resolver. (...) No hay ni siquiera la idea de la lucha contra el trotskismo. La disciplina sufre un serio relajamiento y, lo que es más grave, la policía conoce todo lo que sucede en el interior del partido, tanto técnica como políticamente. (...) La policía conoce cuestiones internas del Partido que la dirección más estrecha no ha podido comprender como las sabe». (Internacional Comunista; El informe sobre la situación del partido argentino. Confidencial, 7 de abril de 1938)
En este período, la IC criticó varios fenómenos derechistas que se podían observar en algunos partidos y que bien podría aplicarse a la línea argentina:
«Habiendo comprobado una serie de estos errores y defectos en la práctica de nuestros partidos, hemos llegado, en el Secretariado del Comité Ejecutivo de la IC, a la conclusión de que hay suficientes razones para discutir esta cuestión con los representantes de los partidos. (…) Hoy día vemos que la mayor parte de los Partidos Comunistas han seguido en este sentido la línea del menor esfuerzo. En lugar de una política concreta del frente único, en la mayoría de los casos no se hace sino una propaganda general del frente único. (...) Hay que partir de las necesidades vitales de las masas, y segundo, del nivel de su capacidad de lucha en la etapa actual del desarrollo. (...) Existen no pocos casos en que nuestros camaradas evitan deliberadamente la crítica de los pasos reaccionarios de los socialdemócratas de derecha, casos en que reaccionan débilmente o no reaccionan del todo ante los actos de esos derechistas, o casos en que se limitan a defenderse simplemente de los ataques más descarados de los socialdemócratas reaccionarios. Durante los años pasados, muchos comunistas substituían la crítica razonada de la socialdemocracia por una simple estigmatización. Pero ahora suele suceder que la crítica seria, razonada, se substituye por el silencio». (Otto Kuusinen; Informe sobre los defectos y errores en la aplicación de la política de frente único establecida por el VIIº Congreso Mundial de la Internacional Comunista; Presentado en la sesión celebrada por el Presídium del C. E. de la I. C, juntamente con los representantes de los Partidos Comunistas el, 20 de noviembre de 1935)
Pero esto no frenó el camino que llevaban muchos de ellos, ni era nada parecido a lo que se avecinaba.
¿Fue el «posibilismo» un fenómeno exclusivamente argentino?
Demos un ejemplo rápido para mostrar hasta donde estaban llegando las cosas en la IC. Lo cierto es que en el Partido Comunista de Perú (PCP) se daban manifestaciones de un pesimismo liquidacionista muy preocupante. Si la organización había tenido que luchar en sus inicios contra los prejuicios premarxistas de Mariátegui y compañía para conformar un partido comunista, ahora, la problemática versaba en torno a que dicho partido, pese a toda la palabrería de años anteriores, no había llegado a la adopción de una fisonomía y pensamiento bolchevique, un estilo de trabajo correcto con el que posibilitar operar, popularizar la línea y crecer debidamente. Así pues, debido a su incapacidad para penetrar en la población con un trabajo paciente y autónomo, más la deserción de su líder Ravines al campo del anticomunismo, las voces que reclamaban reintegrarse en el APRA iban in crescendo, un partido nacionalista-socialdemócrata que incluso anteriormente se había llegado a atacar como «socialfascista»:
«Sostener a un Partido endémico, desvinculado de las diferentes capas del país, sin mayores probabilidades de aumentar sus fuerzas con una capacidad de nuevos militantes, conduce simplemente a permanecer esperando y al fatal empirismo de las polémicas inservibles, conducentes a conservar cada día más, odios recalcitrantes, desvirtuando las realidades. (...) Como podemos ver se cometen infinidad de errores; sin lugar a conseguir una rápida enmienda y un sentido de táctica política; eso sí exigen forzosamente la propaganda extensiva a favor de Ravines, dejando a un lado los problemas vivos que localizan los apristas: esta consecuencia proviene de un puro fanatismo al no querer reconocer, en los hechos, lo aplicable del Aprismo, los elementos que integran determinadas sectas ravinistas, que en la realidad conducen ingenuamente a los militantes nuestros, por falta de preparación ideológica y de un elevado nivel de conceptos estalinistas, a presentarse abiertamente en una posición trotskista, con caracteres complicados, procedentes a crecer en perjuicio de la fuerzas populares del país, que en mayoría aplastante pertenece al Aprismo. (...) Las condiciones de exigir un frente popular o alianza con el Apra, ha perdido su efectividad prácticamente, por ser en estos momentos difíciles extemporáneas y también por haber sido rechazada en pleno por el Apra y fuera de toda voluntad popular. El viraje consiste en entrar en masa o individualmente al Apra». (Carlos Contreras; Carta al PC de Chile del Perú, Lima 30 de diciembre de 1937)
Una vez más, los errores izquierdistas empujaban a un partido a soluciones desesperadamente derechistas. Este espíritu aquí registrado por Carlos Contreras recordaba en exceso a lo que Lenin denunció treinta años antes:
«Es la lógica de los intelectuales exaltados e histéricos, incapaces de realizar una labor persistente y tenaz y que no saben aplicar los principios fundamentales de la teoría y la táctica a las circunstancias que han cambiado, no saben efectuar una labor de propaganda, agitación y organización en condiciones que se diferencian mucho de las que hemos vivido hace poco. En vez de centrar todos los esfuerzos en la lucha contra la desorganización filistea, que penetra tanto en las clases altas como en las bajas; en lugar de unir más estrechamente las fuerzas dispersas del partido para defender los principios revolucionarios probados; en lugar de eso, gente desequilibrada, que carece de todo sostén de clase en las masas, arroja por la borda todo lo que aprendió y proclama la «revisión», es decir, el retorno a los trastos viejos, a los métodos artesanales en la labor revolucionaria, a la actividad dispersa de pequeños cenáculos. (…) Tiene extraordinaria importancia comprender la verdad –confirmada por la experiencia de todos los países que han sufrido las derrotas de la revolución– de que tanto el abatimiento del oportunista como la desesperación del terrorista revelan la misma mentalidad, la misma particularidad de clase, por ejemplo, de la pequeña burguesía. (...) Por eso reniega con tanta facilidad, ante los primeros reveses de la revolución, de las consignas adoptadas sin reflexionar, a ciegas. Pero si esa gente apreciase el marxismo como la única teoría revolucionaria del siglo XX, si aprendiese de la historia del movimiento revolucionario ruso, percibiría la diferencia que existe entre la fraseología y el desarrollo de las consignas verdaderamente revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Algunos rasgos de la disgregación actual, 1908)
Pero hay un paradigma mucho mejor que ejemplifica todo esto, así que con el permiso del lector nos vamos a detener a analizar rápidamente el caso del Partido Comunista de Chile (PCCh), fundado en 1922, ya que es muy similar en algunos puntos al argentino. Este inciso no es mera divagación, sino que nos ayudará a entender posteriormente el contexto del PCA y del comunismo latinoamericano de estas décadas.
Esta organización, el PCCh, ya arrastraba muestras evidentes de oportunismo de derecha en sus primeros años:
«Los camaradas chilenos piensan que los errores y dificultades en su trabajo se deben únicamente a no haber comprendido, analizado y clasificado hasta el último detalle todo lo que pasa en el país. (...) Las fallas tácticas del Partido no son producto de fallas circunstanciales, sino que son debidas principalmente a la ausencia de perspectiva revolucionaria. (...) No se supera el colaboracionismo tan arraigado en nuestras filas». (Fritz Glaubauf; Discusión en el Buró Sudamericano de la IC, marzo de 1934)
¿Pero de donde provenían estos resquicios liberales? Algunos delegados señalaron, al igual que ocurría con Mariátegui en Perú, que los chilenos no realizaban una evaluación justa de su figura fundacional y fetiche: Recabarren, motivo por el cual arrastraban sus defectos por sentimentalismo:
«El camino de la superación de los conceptos de Recabarren –posibilidad de la conquista del poder por el sufragio, y como medio extremo, la huelga general; colaboración con la avanzada de la burguesía contra la reacción; concepto del papel progresivo del capital extranjero en el país; su idea del partido como especie de sección política de la Federación Obrera de Chile, etc.– consiste en demostrar a los obreros, que todavía crean en él, la inconsistencia de esas teorías y la imposibilidad de llevar adelante nuestra lucha por tal camino, los errores cometidos y característicos del Partido debido al predominio de tales conceptos, basándonos en los hechos del desarrollo mismo del país. (...) Recuerdo la resistencia que el año pasado, durante el aniversario de Recabarren, se opuso a la introducción de una crítica a las posiciones falsas de Recabarren. (...) En el folleto se cae en el extremo opuesto. Se critican las posiciones de Recabarren, como si fuera hoy uno de nuestros militantes, haciendo a un lado las condiciones históricas en las cuales él actuaba y sin tener en cuenta sus méritos. (...) Se olvida su posición frente a la revolución rusa y al socialpatriotismo. (...) Así se simplifica demasiado la tarea de superar el recabarrenismo y, al fin no se lo superará. (...) Partidos tan formados como el alemán o el polaco, han precisado años para superar la influencia luxemburgista en sus filas –con mucho menos motivos puede un partido tan escasamente desarrollado como el chileno superar de un plumazo la influencia que tiene Recabarren sobre el movimiento obrero del país–. Por eso es malo hacer demasiado a la ligera esa tarea». (Fritz Glaubauf; Discusión en el Buró Sudamericano de la IC, marzo de 1934)
Si en 1933 el Buró Político latinoamericano de la IC detectaba en la cuestión electoral que:
«En el PCCh están muy difundidas las ilusiones grovistas que aparecen bajo distintas máscaras. En la discusión sobre la candidatura presidencial, una buena parte de los miembros del Partido –sobre todo el Norte– propusieron retirar la candidatura de Lafertte y sostener la de Grove». (Carta del Buró Sudamericano al Secretariado Latinoamericano, 15 de noviembre, 1932)
Para 1938, con la excusa de formar un «frente popular contra la reacción», el PCCh no solo proponía retirar su candidato en favor de un candidato de otro partido, sino que además este era, nada más y nada menos, ¡que un antiguo dictador militar! Y cuando estos contactos no fructificaron el PCCh optó por expulsar a quienes siguieron empecinados con tal locura:
«Quizás el uso más controversial de esta estratagema se relacionaba con el ex Presidente Ibáñez, el viejo archienemigo del PCCh. En los primeros meses de 1937, el PC comenzó a realizar gestiones conciliatorias con Ibáñez y luego, ese mismo año, declaró públicamente que estaba preparado para apoyar a Ibáñez en una eventual candidatura a la Presidencia, siempre que demostrara haber aceptado el programa del Frente, rompiera sus vínculos con la reacción, y demostrara ser aceptable para el resto de los partidos frentistas. (...) Algunos comunistas se sintieron compelidos a protestar cuando la nueva estrategia fue puesta en práctica. Así, a mediados de 1936, algunos comunistas se opusieron cuando su Partido respaldó la candidatura parlamentaria por Cautín de Cristóbal Sáenz, un latifundista radical de derecha. (...) Del mismo modo, a principios de 1938, estudiantes universitarios comunistas y miembros de la FJC en Santiago protestaron contra los acercamientos que el Partido estaba teniendo con Ibáñez. Por el contrario, unos pocos comunistas fueron expulsados por continuar trabajando para la candidatura presidencial de Ibáñez luego de que se les ordenara que desistieran». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947, 2018)
El PCCh, pese a jurar que no renunciaba a la hegemonía, a dirigir el proceso revolucionario que presuntamente se estaba abriendo en el país, se negó a acaparar poder, dirigir y censurar a sus aliados del «frente popular» por temor a la reacción de la derecha más conservadora, confiando en que el proceso lo encauzasen los socialdemócratas y radicales. ¡Estrategia cuanto menos sorprendente!
«Aún antes de las elecciones de octubre del 38, los comunistas habían dejado claro que no jugarían un papel dominante en ningún gobierno proveniente de una victoria frentista, ni aceptaría cargos de gabinete y cuando Aguirre los invitó a ser parte de su gobierno en diciembre de 1938, el Partido se negó. Las razones que dio el PCCh en esa ocasión fueron que, debido a las circunstancias de que la derecha estaba haciendo uso de todos los medios disponibles para bloquear la implementación del programa de Frente, y que Aguirre Cerda necesitaba de todo el apoyo y simpatía internacionales que pudiera obtener, la participación comunista en su gobierno sería poco recomendable. El PCCh añadió que no tenía deseos de exacerbar los miedos y ansiedades de las fuerzas armadas que, en el pasado reciente, los había llevado a intervenir directamente en política». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947, 2018)
Pero ni siquiera este fue el problema… sino que las concesiones del PCCh hacia los partidos burgueses y pequeño burgueses del «frente popular» fueron inadmisibles. Es más, la inclinación derechista de estos partidos estaba dando munición propagandística al trotskismo:
«Frente a un hecho consumado –escriben en su periódico los trotskistas– no se trata de esperar que las masas... se desengañen por sí solas de lo absurdo de buscar la liberación de la burguesía colaborando con ella». Para ellos, pues, el Frente Popular es un resultado de las ilusiones y del engaño de las masas, y no la alianza de todo un pueblo que quiere salvarse del desastre económico y de la opresión que caracterizan la política de los reaccionarios en el Gobierno. Su tarea en el Frente Popular, no consiste, por lo tanto, en asegurar la alianza entre el proletariado, la pequeña burguesía y parte muy importante de la burguesía dispuesta a defender la independencia del país frente al imperialismo, sino que consiste en desengañar a los obreros de lo «absurdo» de tal alianza». (Luis Alberto Fierro; El trotskismo contrarrevolucionario contra el frente popular chileno, 1936)
Obviamente, la absurdez o no del «frente popular» dependía de quienes lo formaran y las metas que perseguía. Si el objetivo era adherirse a una ridícula patriotera exaltación de los criollos liberales del siglo XIX, pues sí, francamente era y es siempre un sin sentido. Qué decir de pedir la defensa de los industriales y su desarrollo, tarea con la cual los comunistas le estaban quitando el trabajo a la socialdemocracia:
«El Frente Popular debe pulverizar las calumnias de los traidores nacionales y proclamar a la faz del país, que él cuida la herencia de O’Higgins y los Carrera y quiere enriquecerla, impulsando el desarrollo progresivo de Chile, haciéndolo realmente libre y feliz. Debe establecer que no se propone expropiar a los industriales –como interesadamente lo propagan los reaccionarios– sino lejos de eso, quiere proteger las industrias y desarrollarlas contra los monopolios imperialistas, debe explicar como él toma en sus manos la defensa y el desarrollo próspero de la agricultura y la ganadería». (Luis Alberto Fierro; El trotskismo contrarrevolucionario contra el frente popular chileno, 1936)
¡Vaya! ¿A qué nos suena esto?
«El Partido Comunista es el continuador de Francia, el legítimo heredero de sus mejores tradiciones, el auténtico representante de su cultura, un partido en el linaje de espíritus poderosos que, desde Rabelais hasta Diderot y Romain Rolland, lucharon por la emancipación del hombre. Así, reivindicando del pasado cuyas conquistas ha asimilado, el Partido Comunista está conduciendo al país hacia destinos superiores. (...) Amamos nuestra Francia, tierra clásica de revoluciones, hogar del humanismo y las libertades». (Maurice Thorez; Hijo del pueblo, 1960)
¿Qué tenían que ver los filósofos del materialismo mecánico del siglo XVIII con un marxista del siglo XX? Pues poco o nada, porque ya existían filósofos instruidos en el materialismo dialéctico que podían resolver mucho mejor cada cuestión en comparación a los primeros –con sus evidentes limitaciones–. ¿Quién podría reivindicar a tales autores sin venir a cuento? ¡Pues un liberal burgués! ¿Quién iba a soltar la perorata de Francia como «cuna de los derechos humanos» burgueses? Un charlatán de primera. ¿Cuáles libertades, señor Thorez? ¿La de la burguesía para expulsar a los comunistas del gobierno siendo primera fuerza en las elecciones? ¿O quizás la de la Francia colonialista para someter a otros pueblos, como el argelino o el vietnamita? Obviamente, el PCCh recordaba en demasía al PCF, que tenía en Europa el espejo oportunista en el que mirarse:
«Para conseguir dichos fines, y siguiendo el ejemplo del Partido Comunista Francés (PCF), echó mano al recurso del patriotismo, intentando crear un abismo de división entre las masas –que por definición serían democráticas y progresistas–, y una oligarquía antinacional: las «cincuenta familias», que venían gobernado Chile desde un largo tiempo y que habrían vendido el patrimonio del país a los imperialistas. En agudo contraste con la década de 1920 y principios de la siguiente –cuando había tratado a las instituciones y a los padres fundadores de la Republica con indiferencia o desprecio–, se comenzaron a celebrar las fiestas patrias y a alabar a las fuerzas armadas. De un modo similar, la actitud del PCCh ante los héroes y efemérides celebrados por otros partidos políticos también cambió. Los diputados comunistas rindieron homenaje a las personalidades liberales del siglo XIX, como José Victorino Lastarria y, en el ámbito de la historia más reciente, incluso dedicó algunas palabras de alabanza respecto de la República Socialista y sus líderes, moderando sus críticas hacia ellos». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947, 2018)
André Marty notificaba el aislamiento del PCCh respecto al resto de secciones, la falta de información de la IC sobre sus actuaciones:
«El PCCh se encuentra en una situación anormal ante la I.C., desde el punto de vista de las relaciones. El P.C. no tiene representación asignada ante el Comité Ejecutivo. Hace más de un año, las direcciones postales fueron anuladas y desde entonces, no existen ninguna clase de ligazones con el partido. Aquí no se recibe ningún informe ni materiales del partido, ni desde aquí se envía nada al partido». (André Marty; Proposición de Chile, Confidencial, 2 de abril de 1937)
«Los errores sectarios del Frente Popular facilitaron la victoria electoral de la derecha. (...) El P.C. acepta la permanencia de la «Izquierda Comunista» –trotskistas– en el Frente Popular, y realiza frente a estos, una política de conciliación». (André Marty; Proposición de Chile, Confidencial, 2 de abril de 1937)
En el PCCh no faltaba una lucha contra el trotskismo, como demuestran los documentos públicos. En todo caso, era incapaz de refutarlo eficazmente, acostumbrándose más a una ristra de insultos que a una exposición cabal de sus defectos, traiciones y limitaciones. Un vicio que se volvería endémico. Es más, una conclusión que se hizo recurrente en la IC durante estos años fue el pensar que los errores e incapacidades de sus secciones se reducían en gran parte a un desconocimiento del trotskismo o su debida exposición, algo que, pese a ser verdad en cierto modo, era solo la punta del iceberg. Véase la obra: «El trotskismo y el falso antitrotskismo» (2017).
A pesar de reconocer estar desinformado, Marty consideraba que la sonada derrota electoral del «frente popular» en Chile era producto del «sectarismo» de izquierda del PCCh, pero, como iremos viendo, si de algo se pecó fue de excesivas ilusiones, de ser preso de un pensamiento liberal y cobarde. ¿No sería que más bien que Marty no quería ver y denunciar lo mismo que el PCF estaba haciendo con el «frente popular» en Francia? Nos referimos, por supuesto, a ir cediendo palmo a palmo el terreno a los socialistas de Blum y los radicales de Daladier, y con ello, ir llevando al descrédito a los comunistas. Es más, ya para entonces se estaban levantando las primeras críticas dentro de la IC:
«En el apéndice les mando un artículo del camarada Thorez: «Sobre el camino para un partido único». (...) Debemos afirmar que la lucha por la dictadura del proletariado, por la dominación de los soviets en Francia no sólo ha caído en la agitación del partido, sino que el partido ha abandonado la consigna de la dictadura del proletariado, por lo menos, durante la duración de sus acciones conjuntas. Esto se hace evidente en la siguiente sección de la proclamación: «Los comunistas, acusados de luchar por una dictadura, declaran que sus planes para derrocar el poder de los feudales modernos de la burguesía y la industria, sus planes para establecer un gobierno obrero y campesino en Francia tienen como objetivo conducir a las grandes masas de los trabajadores a una verdadera democracia, privar a los chupasangres capitalistas que se han enriquecido con el empobrecimiento de los trabajadores, la posibilidad de su explotación, y las 200 familias todopoderosas que poseen la mayor parte de la riqueza de Francia». (...) Una vez más, señalo el peligro de que el PCF está distorsionando tácticas de frente unido en una vulgar [coalición] política, y sugiero que esta distorsión de las tácticas del frente unido se refute urgentemente con detallada justificación». (Carta de Béla Kun a los miembros del Secretariado Político del Comité Ejecutivo de la IC con una propuesta para condenar las posiciones de Maurice Thorez. Moscú, 14 de noviembre de 1934)
¿Por qué decía esto el delegado húngaro? Kun, ciertamente pecaría una y otra vez de un «infantilismo izquierdista», como el propio Lenin mostró en más de una ocasión desde las tribunas de la IC. ¿Pero estaba exagerando en esta ocasión el jefe húngaro? Ni por asomo:
«Queremos a toda costa realizar la unidad de acción con los trabajadores socialistas contra el fascismo. (...) Hemos dicho y repetimos: nosotros, el Partido Comunista, estamos dispuestos a renunciar, durante la acción común, a la crítica del Partido Socialista. (...) En el conjunto de nuestra prensa, no habrá el menor ataque a las organizaciones y los líderes del Partido Socialista». (Maurice Thorez; El frente único para derrotar al fascismo, Discurso de clausura en la Conferencia Nacional del PCF, 26 de junio de 1934)
¿¡Cómo se va a lograr algo bajo tal política absurda!?
«Sería ingenuo pensar que la realización de la unidad de acción del proletariado se puede conseguir tratando de ganar a los líderes reaccionarios por el camino de la persuasión, las exhortaciones o los exorcismos. La unidad del proletariado internacional no se puede lograr sin una lucha tenaz de todos sus partidarios contra los enemigos declarados o encubiertos de dicha unidad.
A veces se escuchan en las filas de los socialdemócratas voces según las cuales los comunistas, con su crítica abierta y franca respecto de la conducta de los dirigentes de la II Internacional y de la Internacional de Ámsterdam, dificultan la creación de un frente único. ¿Pero acaso puede lograr la creación de un frente único si no se critica de la manera más decidida a quienes no escatiman sus esfuerzos por obstaculizarlo? ¿Qué clase de dirigentes del movimiento obrero seríamos, si no dijésemos abiertamente toda la verdad sobre una cuestión tan importante para toda la clase obrera?
Quién pasa por alto u oculta los actos nocivos de los dirigentes reaccionarios en las filas del movimiento obrero, no ayudan a la causa de la unidad de la clase obrera. Quién renuncia –so pretexto de que ello redundaría en favor del frente único proletario– a la lucha contra sus enemigos y a la crítica contra el reformismo que subordina el movimiento obrero a los intereses de la burguesía, presta un mal servicio a la clase obrera.
El VIIº Congreso de la Internacional Comunista de 1935 proclama la política del frente único del proletariado y del frente popular, en su resolución del 20 de agosto señala especialmente:
«Las acciones conjuntas con los partidos y las organizaciones socialdemócratas no sólo no excluyen, sino que, por el contrario, hacen aún más necesaria la crítica seria y razonada del reformismo, del socialdemocratismo, como ideología y como práctica de la colaboración de clase con la burguesía y la explicación paciente a los obreros socialdemócratas acerca de los principios del programa del comunismo». (Internacional Comunista; Resolución final emitida por el VIIº Congreso de la Internacional Comunista respecto al informe de Georgi Dimitrov, 20 de agosto de 1935)
No es un buen luchador por la unidad de la clase obrera y por el frente popular contra el fascismo quién no sigue esta directiva del VIIº Congreso de la Internacional Comunista. Se equivoca profundamente quien piensa que la lucha por el frente popular nos exime de la obligación de llevar a cabo una lucha por una base de principios y por los intereses esenciales del movimiento obrero, contra las teorías y conceptos hostiles a la clase obrera. Esta lucha no perjudicaría a la causa del frente popular; al contrario, solo podría favorecerla. Algo más. Esta lucha es la premisa necesaria para un despliegue y fortalecimiento reales del frente popular contra el fascismo y la guerra». (Georgi Dimitrov; La unidad del proletariado internacional, imperativo supremo del momento actual, 1 de mayo de 1937)
¿Por qué la línea del PCF era contraria al congreso de la IC y siguió ahondando su línea política oportunista? Lejos de ser remplazada su dirección, el PCF siempre fue oficialmente aplaudido por su política desde Moscú. Véase el VIIº Congreso de la IC de 1935, en el que Dimitrov pone como paradigma a seguir en la lucha contra el fascismo al PCF:
«Francia es, como se sabe, el país cuya clase obrera da a todo el proletariado internacional un ejemplo de cómo hay que luchar contra el fascismo. El Partido Comunista Francés puede servir de ejemplo a todas las secciones de la Internacional Comunista de cómo se debe llevar a cabo la táctica del frente único y los obreros socialistas pueden servir de ejemplo de lo que deben hacer hoy los obreros socialdemócratas de los demás países capitalistas en lucha contra el fascismo». (Georgi Dimitrov; La clase obrera contra el fascismo; Informe en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935)
Tómese como otra prueba el informe de Dmitri Manuilski sobre política internacional en el congreso del PCUS de 1939, donde, tras criticar los defectos de varios partidos como el italiano, alaba en cambio al PCF pese al fiasco que acaba de sufrir derivando de él la disolución del frente popular:
«En el desarrollo del movimiento antifascista el Partido Comunista Francés ha invocado las mejores tradiciones de la clase obrera y su pueblo». (Dmitri Manuilski; Informe de la delegación del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista en el XVIII Congreso del PC (b) de la URSS, 11 de marzo de 1939)
Volviendo al informe de André Marty sobre Chile, reportaba la transcendencia de que los comunistas tuviesen un sitio en el parlamento, ya que la mayoría de comunistas en América Latina actuaban en una condición de semiilegalidad que, de hecho, era el estatus del PCCh, puesto que no era legal, pero podía presentarse bajo otras siglas. El delegado francés se remitía una y otra vez a las resoluciones sobre el trabajo parlamentario de los primeros congresos para advertir de que la fracción parlamentaria estuviera sujeta a los intereses del partido y la clase obrera, y no al revés, los corchetes son nuestros:
«En las circunstancias actuales en que los Partidos Comunistas hermanos poseen muy pocos elegidos legales, el papel internacional de las fracciones, en la cámara y en el Senado, del P.C. chileno es excepcionalmente importante siendo indispensable que cada discurso o intervención sobre la política exterior o sobre la guerra actual esté bien preparado. (...) La fracción parlamentaria puede prestar al partido una ayuda extraordinariamente fuerte; pero, así mismo, puede convertirse en un foco de oportunismo e incluso de descomposición. (...) Pueden caer en un oportunismo, que frene el movimiento de masas y la acción del Partido. (...) El único medio de evitar estos peligros es la aplicación firme de los principios enunciados por el IIº Congreso de la I.C. [de 1920][Se citan a continuación]». (André Marty; Sobre la fracción parlamentaria y las minorías municipales de Chile, 1939)
En una reunión entre uno de los líderes chilenos y el líder de la IC, Dimitrov, se aconsejó prestar atención a la selección de cuadros, y entender que el parlamentarismo era una tribuna de propaganda, nada más:
«Es necesaria la educación militar y política en las filas del Partido y particularmente entre sus cuadros. Al fin y al cabo, lo decidirán las armas y no los discursos parlamentarios y las bonitas frases. (...) En los años 1937–1938, habéis tenido 10.000 o 15.000 miembros del partido y actualmente tenéis 51.000. El partido creció mucho. Pero hay que ver qué es lo que representa, no sólo numéricamente, sino también por su calidad». (Entrevista de Andrés Escobar con Georgi Dimitrov, abril, 1941)
Incluso si nos retrotraemos más en el tiempo, un todavía revolucionario Karl Kautsky advertía a todos los marxistas:
«Así pues, la conquista del poder del estado por parte del proletariado no implica únicamente la toma de los ministerios gubernamentales, los cuales, sin más, van a administrar los instrumentos de gobierno —una iglesia de estado establecida, la burocracia y los cuerpos de oficiales— a la manera «socialista». Más bien significa la disolución de estas instituciones. En la medida en que el proletariado no sea lo bastante fuerte como para abolir estas instituciones de poder, la toma de determinados ministerios o de gobiernos enteros será en vano. Un ministerio socialista puede, en el mejor de los casos, subsistir de manera temporal. La fútil lucha contra esas instituciones de poder lo va a erosionar sin que tenga la posibilidad de crear nada que perdure». (Karl Kautsky; República, 1905)
Si el «frente popular» en España (1936-39), más allá de las equivocaciones y concesiones de los comunistas en él, sirvió para catapultarles a su cenit de popularidad y les permitió sostener una guerra contra el fascismo nacional e internacional durante tres años. Sin embargo, el «frente popular» en Chile (1936-41) o el «frente popular» en Francia (1936-38), pese al aumento de militantes y los votos comunistas en las elecciones –tras aceptar concesión tras concesión para satisfacer a los aliados de la coalición–, resultaron ser procesos que finalmente culminaron en un fracaso estrepitoso, con más errores que aciertos para el recuerdo. Acabaron por desdibujar totalmente la línea revolucionaria hasta volverse un partido irreconocible para los más veteranos:
«A pesar de las evidencias de creciente fuerza y prosperidad que, en términos relativos, comenzó a mostrar el PCCh en 1938, bien podría argumentarse que el partido falló en lograr los objetivos más profundos que planteaba la estrategia del Frente Popular. Según lo previsto originalmente, el Frente Popular estaba destinado a ser un gran movimiento estructurado, el que atraería apoyos de todas las clases sociales y de todos los partidos políticos, excepto los elementos más intransigentes de la extrema derecha, y que avanzaría sin descanso hasta lograr el objetivo de la liberación nacional. Sin embargo, pese a que el PC fue capaz de crear una coalición electoral, un movimiento sindical unificado y una serie de organizaciones frentistas auxiliares, falló en crear un movimiento de Frente Popular, medido según las metas planteadas en sus concepciones originales, ya sea en alcance o impulso. Las rivalidades y sospechas entre los partidos retrasaron la estructuración formal del Frente Popular hasta septiembre de 1937 e impidieron que se convirtiera en algo más que una coalición electoral, como las que ya eran familiares en la política chilena y que se mantenían unidas por la fuerza de las circunstancias externas y las ambiciones políticas, antes que por algún compromiso común sobre reformas fundamentales». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947, 2018)
¿Y no reaccionó el PCCh? Sí, pero como acostumbra todo partido podrido por el oportunismo, solo de manera formal y sin resultados visibles:
«En la novena sesión plenaria del CC, llevada a cabo a finales de septiembre y principios de octubre de 1940, efectuó una autocrítica de su política de amplio apoyo al gobierno, y por su fracaso al no conseguir la unidad de acción con sus aliados, agregando a ello acusaciones de reformismo y oportunismo. El gobierno, afirmó el PCCh, estaba dominado por elementos pro reaccionarios y la única manera de avanzar era que los obreros y campesinos conquistaran la dirección del movimiento popular, presionando por las transformaciones fundamentales de la sociedad y la economía chilenas que el programa del Frente Popular había prometido. En el futuro, declaró, la colectividad continuaría apoyando al gobierno, pero solo en la medida en que siguiera persiguiendo políticas antiimperialistas y antioligárquicas». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947, 2018)
En uno de los informes más críticos con el PCCh, Víctor Codovilla resumía de esta forma las andanzas y equivocaciones del partido en la era del «frente popular»:
«Pasado ese primer periodo de entusiasmo, y al ver la clase obrera y el pueblo, que el cumplimiento del Programa del F.P. se iba postergando indefinidamente y que nuestro P. se pagaba también de promesas, se fue produciendo un fenómeno inverso: la clase obrera y las masas populares manifestaban, de más en más, su descontento con la política del Gobierno y se iban alejando del F.P (...) A pedido del Gobierno, y bajo el pretexto de no malograr la obtención de empréstitos americanos, el P. ha llegado hasta impedir o postergar huelgas por aumento de salario, de obreros que trabajan en empresas yanquis. (...) Bajo el pretexto de que la reforma agraria prometida por el Gobierno, resolvería los problemas del campo, el P. frenó la lucha de los campesinos por la tierra y la reforma agraria no fue realizada. (...) Durante la campaña electoral e inmediatamente después del triunfo del F. Popular, eran los elementos pequeño-burgueses frentistas quienes tenían la voz cantante en la dirección del P. y del Gobierno; pero luego éstos fueron desplazados a la dirección del P. por los elementos más reaccionarios que estaban en segundo plano. Nuestro P. no ha sabido esclarecer estos cambios y sus causas entre la masa de los elementos pequeño-burgueses y populares del P. Radical y ayudarles en la lucha contra los elementos reaccionarios, los cuales más dichos y contando con los resortes del Poder, los han quebrado, los han ido desmoralizando, haciéndoles perder la confianza en el F. Popular. La consecuencia de esta política no justa de nuestro P. con los aliados, ha sido que el F. Popular ha tenido una vida formal y por arriba, sobre la base de continuas reuniones, de discusiones sin fin sobre la actitud política de tal o cual partido, sobre cuestiones electorales, de empleo, etc., pero no de discusión y de realizaciones constructivas para resolver los problemas político-económicos del país, para desarrollar el movimiento popular y empujar al Gobierno a cumplir las promeses hechas al Pueblo. A causa de eso, el F. Popular se ha ida desvitalizado, las fuerzas políticas que están en ellos. (...) Esa política fue favorecida por las desviaciones oportunistas de nuestro P. en la aplicación de la línea política y táctica del F.P. Bajo el lema de «no crear dificultades al Gobierno», el P. llegó a aprobar todo lo que hacía o dejaba de hacer el Gobierno, y a prestarle a frenar las luchas económicas de los obreros y de los campesinos por la tierra, y las demás reivindicaciones de las masas. (...) En las elecciones internas del P. radical han triunfado preferentemente los elementos de derechas, que sin abandonar aun el F. Popular, buscan un compromiso con la oligarquía. Es en el cuadro de esta situación general, cuando comencé la discusión con la dirección del P. planteé, sobre todo, la necesidad de que los camaradas comprendiesen que por ese camino, no solo el P. iba perdiendo influencia en las masas, sino que el F. Popular iba hacia la ruptura, sin pena ni gloria, el Gobierno se iba deslizando a la derecha y se terminaría. Con que el P. sería puesto en la ilegalidad y perseguido por el propio gobierno, al cual venía apoyando. (...) En lugar de exigir medidas drásticas contra la reacción, contra los patrones, saboteadores de la producción, contra los hambreadores del pueblo, etc., llamando al pueblo a unirse y a organizar Milicias y Comités de F.P., y a fiarse en su organización y en su fuerza, pronunció un discurso flojo, vacío, sin contenido revolucionario, de «viejo estilo». (Víctor Codovilla; Sobre la actuación de los partidos comunistas latinoamericanos, 26 de octubre de 1940)
Pese a las promesas, el PCCh no cambió de rumbo. Era de esperar. Finalmente, el frente popular se disolvió en 1941 no a iniciativa de los comunistas, sino de sus antiguos aliados socialdemócratas. Normal, ¡tenían que pagar de alguna forma el crédito que acababan de pedir a Washington!
El saldo de esta experiencia fue bastante evidente:
«El Frente Popular se había pensado como un medio para continuar e, incluso, acelerar la lucha revolucionaria en Chile. Uno de sus objetivos principales era la disminución, si es que no la liquidación, de la influencia de la «burguesía nacional reformista» entre las masas. Tal como el CC lo expresó gráficamente en febrero de 1936, «si la burguesía reformista nacional está dispuesta a dar un paso con el proletariado, buscaremos la forma de que dé dos; si intenta detenerse, pasaremos por encima suyo y de la masa a la que influencia». Sin embargo, fue el PC el que terminó encontrándose en una posición muy similar a la que había esperado colocar a la «burguesía reformista nacional» o, al menos, a sectores de ella, representados por el PR. Fue el comunismo el que se vio obligado a hacer las concesiones más significativas para crear y mantener unida a la coalición. Finalmente, fue el «proletariado» –el PCCh y el PS– el que fue utilizado para los planes políticos y las ambiciones de la «burguesía reformista nacional», y no al revés». (Andrew Barnard; El Partido Comunista de Chile, 1922-1947, 2018)
Aunque parezca extraño el PCCh no aprendió nada de la experiencia del «Frente Popular» (1936-41) y volvió a cometer todos y cada uno de los errores en la era de Allende y la «Unidad Popular» (1970-73), solo que en aquella ocasión costó un baño de sangre. Pero esto es algo que se ha silenciado en el moderno «movimiento comunista» bajo la idealización más absoluta. No es casualidad que hoy existan multitud de partidos revisionistas, como los que por ejemplo se agrupan en la Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones Marxista-Leninistas (CIPOML), que centrados en el más puro folclore y dedicados en exclusividad a la charlatanería, reivindican con los ojos cerrados las peores teorías y actuaciones de las experiencias de los «frentes populares». Esto solo es el reflejo de su ignorancia histórica o su pragmatismo consciente. Esto nos debe hacer reflexionar en que, como diría Dimitrov:
«El mantenimiento del frente popular. (...) Este no significa que la clase obrera tenga que apoyar el frente popular del presente gobierno a cualquier precio. La composición del gobierno puede variar, pero el frente popular debe permanecer y crecer fortaleciéndose todo el tiempo. Si por alguna razón u otra el gobierno existente no llega a ser capaz de ejecutar el programa del frente popular, si toma la línea de claudicar ante el enemigo de casa y del exterior, si su política conduce al descrédito del frente popular y por lo tanto debilita la resistencia a la ofensiva fascista, entonces la clase obrera, mientras sigue fortalecimiento los lazos del frente popular, se deberá esforzar por llevar a cabo la sustitución del presente gobierno por otro, a un gobierno que lleve firmemente a cabo el programa del frente popular, que sea capaz de hacer frente al peligro fascista, salvaguardando las libertades democráticas del pueblo. (...) Y asegurando su defensa contra la agresión fascista». (Georgi Dimitrov; El frente popular, 1936)
¿Por qué no se tuvieron en cuenta estas palabras? ¿Por qué los comunistas de aquel entonces no se retiraron a tiempo de estas coaliciones del «frente popular» si estaban viendo que las demandas firmadas en el programa conjunto no se cumplían? Parece ser que se pensaba –y temía– que al retirarse de la alianza o proponer otra formación de gobierno más izquierdista donde entrasen los comunistas, quedarían aislados y sería la excusa perfecta para ser golpeados por la reacción sin ayuda posible. Pero era mucho peor para sus intereses a largo plazo seguir siendo cómplice de un fraude de gobierno que había estafado al pueblo y roto su confianza. Lo que tendrían que haber hecho era volver a las formulaciones humildes, mejorar su trabajo de propaganda, revisar su política de alianzas, buscar estas uniones por la base y no tanto por los acuerdos formales «desde arriba», dado que muchos de estos jefes socialdemócratas, anarquistas y liberales no estaban –ni se les esperaba– para la unidad popular, antifascista y menos aún anticapitalista. Finalmente, la IC tuvo que reaccionar. Oficialmente no se reconoció directamente el fracaso o la distorsión que los partidos comunistas sufrieron durante estos años en cuanto a la aplicación de la estrategia del «frente popular», y aunque se aludiese a «razones producidas por el cambio de la situación» con el estallido de la guerra, lo cierto es que la IC se vería obligada a rectificar la línea, recomendando, de nuevo, solo los acuerdos desde abajo y una denuncia sin piedad a los líderes socialistas, radicales y otros. Véase el artículo de Dimitrov: «La guerra y la clase obrera de los países capitalistas» de 1939.
Lamentablemente tampoco sirvió de nada este giro hacia la izquierda –en el sentido positivo y no peyorativo–. Ya que, para aquel entonces, en Argentina, Chile y otros países el papel de los comunistas se estaba convirtiendo, poco a poco, en el de ser auxiliares de la burguesía nacional como denunciaban cada vez más voces. Era una cuesta abajo sin frenos:
«Los comunistas han cometido graves errores de superestimación de la burguesía nacional antiimperialista, organizada sobre todo en la Unión Cívica Radical. Miembros de su CC han dedicado su tiempo y páginas enteras de la revista teórica del Partido para el estudio del rol «progresista» de la UCR en el país. En 1936-37, el Partido lanzó inclusive la consigna de «¡Alvear al poder!» con respecto a la candidatura de ese jefe máximo de la UCR. Pero, en su último pleno de enero de 1939, el PC ha corregido, en parte, ese error. El PC planteaba hasta antes de la guerra actual la consigna de Unidad Nacional contra las amenazas nazi-fascistas, por el desarrollo de la economía nacional, contra los monopolios, por el bienestar del pueblo. El 10 de agosto último, un miembro de su CC, el camarada Luis Sommi, declaraba en el órgano del Partido, «Orientación»: «Somos y constituimos un partido obrero, pero nuestra lucha, nuestro programa y nuestra vida están enteramente entregados a la gran tarea de liberar nuestra patria de todas las trabas que lo estancan y detienen su progreso económico». (Informe ¿de Fernando Lacerda?; Partidos comunistas latinoamericanos y la unidad, 1939)
Esto, tristemente, se daría de forma generalizada en América:
«En general, todos los partidos plantean la unidad a toda costa por la defensa de las reivindicaciones obreras, campesinas, de la democracia y la independencia nacional. A mi parecer, se hacen muchas confusiones con respecto al rol de la burguesía nacional en la etapa de liberación nacional de nuestra revolución. Habiendo tendencias grandes en dar a la burguesía un rol más grande que lo que ella pueda tener, de hecho, se capitula mucho ante los líderes obreros del nacional reformismo burgués. (…) En general, aquí se hace sentir con más evidencia las capitulaciones de la mayoría de los partidos comunistas ante el movimiento nacional reformista burgués, antiimperialista. Esas capitulaciones han llegado inclusive, en ciertos partidos, como el de Brasil, de Argentina, de Colombia, al punto de considerar a la burguesía nacional como una fuerza motriz de la revolución nacional, y aun como fuerza dirigente. Por eso, no es raro plantearse en algunos casos la necesidad de evitar e impedir huelgas contra patrones nacionales, que luchan contra el imperialismo. En el Partido de México hay un evidente seguidismo frente a Cárdenas. Y hay noticias de que el Partido de Cuba ha sustentado la candidatura del coronel Batista a la presidencia de la República, al lado de otros partidos liberales burgueses». (Informe ¿de Fernando Lacerda?; Partidos comunistas latinoamericano y la unidad, 1939)
El ascenso del peronismo (1946-52) y la confusa posición del PCA
Volvamos por fin al tema que nos ocupa: el PCA respecto al desafío peronista. Desde finales de los años 30 e inicios de los 40, el PCA fue perdiendo su independencia e iniciativa. Veía con buenos ojos el posibilismo reformista, por lo que estableció todo tipo de alianzas sin principios con los partidos tradicionales y, lejos de tratarse de pactos trabajados con la base, lo que primaron fueron los pactos entre las cúpulas partidistas:
«La línea política del PCA en este período era la de impulsar la «Unidad Nacional» antifascista sin exclusión de ninguna «fuerza democrática», en plena consonancia con la política de la U.R.S.S. de aliarse con las naciones democráticas capitalistas para derrotar al nazifascismo. Esta convivencia entre capitalismo y socialismo era promovida teóricamente por el PCA –lo que llevó a distintos sectores a acusar a la dirigencia del partido de «browderismo»– y, en última instancia, también servía para justificar la integración de la «Unión Democrática» al lado de partidos conservadores y sectores de la burguesía y de la oligarquía terrateniente». (Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los comunistas frente al peronismo: 1943-1955, 2016)
Poco después se reconocería, entre otras cosas, que:
«La desviación fundamental [del período 1941-1946] consistió en el debilitamiento de la lucha por las reivindicaciones económicas de los obreros y trabajadores en general, determinado por el temor de perder aliados en el campo de los sectores burgueses progresistas. (...) El debilitamiento de nuestras posiciones en el campo obrero no tiene, pues, su explicación única en la persecución tenaz de la reacción fascista, sino fundamentalmente en la aplicación de una política no siempre acertada que nos impidió influenciar y dirigir el movimiento obrero». (Gerónimo Arnedo Álvarez; Cinco años de lucha, 1946)
Pero ahí no acaba todo lo que fue esta línea política tan ruborizante. Ante el fenómeno creciente del fascismo, en 1940 se declaró una línea de conciliación con el mismo bajo la barata excusa de que si el pueblo era fascista, se debía estar con el pueblo, incluso confiar en que él mismo sabría darse cuenta del error:
«Debemos comprender que las aspiraciones de las masas muchas veces se encuentran por detrás de esa ideología fascista. Y, como ellas vienen del pueblo, poco importa si su ideología es fascista o no. La rectificación política necesaria puede ocurrir en el propio movimiento de masas». (Ernesto Giudicii; Imperialismo y liberación nacional, 1940)
Esto suponía reconocer indirectamente que los comunistas no estaban ni se les esperaba para combatir organizativa e ideológicamente al fascismo. Rebajar el desenmascaramiento ideológico del fascismo bajo el optimismo místico en las «masas» y el «pueblo», es algo que solo podía esgrimir un idiota o alguien en nómina por el propio fascismo infiltrado en las filas antifascistas.
Deformando el concepto de las alianzas revolucionarias, Codovilla se había acostumbrado durante estos años a hablar en términos abstractos de «libertad», «control estatal», «democracia» o «soberanía nacional» sin aclarar las diferencias que estos conceptos tenían para los comunistas y el resto de fuerzas políticas. Si comparamos sus declaraciones con cualquier jefe de los partidos revisionistas modernos, concretamente aquellos que viran hacia el reformismo y no tanto hacia el anarquismo, comprobaremos que Codovilla hoy podría pasar en estas organizaciones como un «comunista» o «marxista» del siglo XXI.
Sin miedo a exagerar, podemos asegurar que durante esta etapa el PCA se acostumbró a un lenguaje totalmente lacayo de la burguesía. Con la aparición del peronismo, el contraproyecto que preparó el PCA era, en palabras de Codovilla, asegurar un «régimen democrático y progresista» «apoyándose en todos los partidos y sectores sociales» y siempre, claro, «bajo el imperio de la Constitución» que tenía el parlamento como máxima representación. Se pedía una «reforma agraria profunda», se declaraban partidarios de la «intervención progresiva del Estado tendiente a orientar la inversión de capitales», lo que daría pie a una «reorganización de la estructura industrial», para «llevar la industria a las regiones donde se producen materias primas». También declaraba que «no nos oponemos a que venga capital extranjero a nuestro país». ¿Qué diferencia había con el peronismo, el liberalismo o el socialdemocratismo? ¡Prácticamente ninguna! Véase la obra de Víctor Codovilla: «Batir al nazi-peronismo para abrir una era de libertad y progreso» (1945).
Sabiéndose esto, es normal que se pronunciaran epítetos ridículos como el siguiente:
«Obreros y trabajadores laboristas, radicales, socialistas, comunistas, sin partido: ¡Unámonos! Es preciso que liquidemos las anteriores líneas divisorias y juzguemos a los hombres y a los partidos no por lo que dicen, sino por lo que hacen efectivamente para resolver los problemas políticos, económicos y sociales del país en beneficio del pueblo, a favor de la paz y en defensa de la soberanía nacional». (Víctor Codovilla; Discurso en el XIº Congreso del PCA, 1946)
Hasta se llegó a promover un apoyo a la teoría del «desarrollo de las fuerzas productivas», considerándose la vinculación estadounidense con los gobiernos latinoamericanos como un gran progreso para el destino e independencia de los pueblos de la zona (sic):
«Estados Unidos e Inglaterra concordaron en cuanto a una política economicista a ser seguida en América Latina que tiene como objetivo contribuir con el desarrollo económico, político y social de una manera progresiva. (…) Ese acuerdo debería basarse en la cooperación de esas dos grandes potencias con los gobiernos democráticos y progresistas de América Latina, para llevar a cabo un programa común, que al mismo tiempo que crea un mercado para su capital que es diez o veinte veces mayor que el presente, contribuirá para el desarrollo independiente de esos países y les permitirá, en algunos años, eliminar el atraso en el cual estuvieron sumergidos». (Víctor Codovilla; Marchando hacia un mundo mejor, 1944)
En realidad, Codovilla no hacía sino ir al unísono de las tesis más liquidacionistas del líder estadounidense Earl Browder. Estas, sin exagerar, promovían la sumisión absoluta al imperialismo, el abjurar definitivamente de los principios ideológicos del marxismo en favor de un liberalismo:
«Los comunistas prevén que sus objetivos políticos prácticos serán por un largo tiempo y en todas las cuestiones fundamentales, idénticos a los objetivos de una mayor masa de no comunistas, por tanto, nuestros actos políticos se fundirán en movimientos de mayor envergadura. Es por esto que la existencia de un partido político específico de los comunistas ya no sirve a un objetivo práctico, sino que por el contrario, podría convertirse en un obstáculo para conseguir una más amplia unidad. Por eso, los comunistas disolverán su propio partido político y encontrarán una forma organizativa diferente y nueva, y un nuevo nombre que se adapte mejor a las tareas del día y a la estructura política a través de la cual deben llevarse a cabo dichas tareas. (...) Nuestros objetivos políticos, que son idénticos a los de la mayoría de los estadounidenses, trataremos de presentarlos a través de la estructura existente de los partidos de nuestro país, que es, en su conjunto, el «sistema bipartito» específicamente estadounidense. (...) La asociación política comunista es una organización de los estadounidenses que no tiene carácter de partido y que, apoyándose en la clase obrera, lleva adelante las tradiciones de Washington, Jefferson, Payne, Jackson y Lincoln, en las condiciones diferentes de la sociedad industrial moderna»; que esta asociación «defiende la Declaración de Independencia, la Constitución de los Estados Unidos y la Carta de Derechos, así como las realizaciones de la democracia estadounidense contra todos los enemigos de las libertades populares. (...) Si es que podemos enfrentar la realidad sin vacilar y hacer renacer en el sentido moderno de la palabra las grandes tradiciones de Jefferson, Payne y Lincoln, entonces los Estados Unidos podrá presentarse unido ante el mundo, asumiendo un papel de guía para salvar a la humanidad. (...) Lo que claramente demanda la situación es que Estados Unidos tome la iniciativa en proponer un programa común de desarrollo económico de los países latinoamericanos. Esto debería planificarse ahora y ponerse en marcha inmediatamente después de la guerra en una escala enorme en cierto grado acorde con las grandes reservas de tierra, materias primas y mano de obra de América Latina, y con la capacidad angloamericana de proporcionar capital y crear mercados para grandes empresas y los productos de la industria». (Earl Browder; Teherán: nuestro camino en la guerra y la paz, 1944)
¿Por qué se decidió cargar todas las culpas a Browder y no pedir cuentas al veterano comunista argentino? ¿Favoritismos? ¿Quizás porque Covodilla tuvo el «mérito» de no llegar a pedir la propia disolución del partido como el estadounidense?
La teoría de las fuerzas productivas ha sido utilizada por todos los famosos oportunistas del siglo XX, es herencia de la II Internacional; de toda la socialdemocracia europea, incluyendo desde kautskistas, mencheviques hasta pasar por los trotskistas. Bajo esta formulación se ha inoculado la idea de que los países semifeudales con poco desarrollo del capitalismo y de un bajo nivel de desarrollo de fuerzas productivas y con escaso números de proletarios, los comunistas no pueden políticamente hegemonizar la revolución ni económicamente transitar al socialismo, con lo que necesitarían un desarrollo del capitalismo mayor para lograr ambos propósitos. Sobra decir que esta teoría era opuesta a Marx, Lenin, Stalin y Hoxha quienes defendían que los proletarios, aunque escasos, pueden atraerse en alianza al gran número de pequeño burgueses en estos países y resolver las tareas anticoloniales, antifeudales y pasar luego a la construcción el socialismo sin pasar por el capitalismo plenamente desarrollado. Lo acientífico de dicha idea oportunista, y la lógica del pensamiento marxista-leninista, fue corroborado con las revoluciones en Rusia, Albania y otros países.
Pero había cosas iguales o peores en otros partidos latinoamericanos durante esta luna de miel con el «browderismo» –que como observamos también se podría haber llamado «codovillismo»–. ¿Quieren ejemplos palpables? Bien. Los comunistas mexicanos habían acabado proclamando que no necesitaban nada más que su preciosa constitución para lograr el progreso nacional:
«Defendemos la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que es el resultado de todo el proceso de luchas que acaudillaron Hidalgo y Morelos, Juárez y Ocampo, Madero y Zapata; y pugnamos por la consumación de los derechos y libertades democráticas que nuestra Carta Magna consagra; afirmamos que la Constitución Política es la base para la acción del pueblo mexicano en aras del desarrollo general de México, que desde el punto de vista económico está en la actualidad planteado por la vía capitalista: pugnamos este desarrollo y luchamos porque vaya acompañado de la elevación del nivel de vida general del pueblo mexicano». (Blas Manrique; Informe en el IXº Congreso del Partido Comunista de México, 13 de mayo de 1944)
Y que los conflictos sociales y las huelgas eran negativas para el prosperar de la nación:
«La táctica de lucha del Partido Comunista Mexicano se halla aplicada a las condiciones de la unidad nacional; pugna por la solución de las diferencias internas evitando choques o acciones que debiliten la unidad nacional. El Partido Comunista Mexicano sostiene, como táctica para el movimiento sindical, la necesidad de hallar solución a los conflictos obrero-patronales mediante el avenimiento justo que reclama la actual situación, con el fin de no acudir a la huelga que lesiona la producción y es aprovechada por las fuerzas enemigas para debilitar la unidad nacional». (Partido Comunista de México; La nueva organización del Partido Comunista de México, 1944)
No nos vamos a dignar a comentar esta aberración. ¿Alguien podía culpar a los obreros mexicanos por desertar a las filas de alguna secta socializante antes que prestarse a ser el tonto útil de la patronal bajo el nombre del «comunismo»?
Como en tantas otras cuestiones, la idea central del PCA siempre fue la de presentar las diferencias entre comunistas y el resto de fuerzas como detalles secundarios, algo que también se reflejaría en la cuestión religiosa. En la sintonía de Thorez, Duclos, Togliatti, Longo, Ibárruri o Carrillo, en Argentina, Codovilla y Álvarez consideraban que la religión no influía prácticamente en la mentalidad de los obreros y sus posicionamientos políticos reaccionarios. Pensaban que, entre católicos y comunistas «no existen incompatibilidades que les impida marchar unidos», puesto que hay un «sentimiento humanitario en que se inspira la religión cristiana». Véase la obra de Codovilla: «Los comunistas, los católicos y la unión nacional» (1946).
Con este autoengaño, el PCA renunció a realizar una crítica científica y sosegada de la corriente política en cuestión, la democracia cristiana, creyendo que esto le garantizaba la unión con sus bases más progresistas e, incluso, su paso a las filas del comunismo, un error que cometería a menudo con otras tendencias, como la socialdemocracia o el peronismo. ¿Cómo lograrían convencer y hegemonizar a los obreros democratacristianos, peronistas o socialdemócratas de la inutilidad de sus doctrinas sin una crítica seria pero despiadada hacia su ideología y sus líderes?
Desde el campo de la cultura la estrategia contracultural de Codovilla fue copiar los pasos de Thorez:
«En el nuevo contexto desplegado con la llegada de Perón al gobierno, Giudici repetiría la fórmula, advirtiendo que la única manera de oponerse a los intentos corporativistas del general en la presidencia y al mismo tiempo desplegar una acción cultural atenta a la nueva realidad social que vivía el país, era desarrollar un «nuevo concepto» de cultura, al que definía «orgánico e integral», como producto del trabajo conjunto de las distintas ramas de la actividad intelectual en una organización nacional de nuevo tipo. (...) La aspiración de generar un organismo nacional de intelectuales que agrupara en una única organización las diversas «ramas» de la cultura y el trabajo intelectual, al estilo de la Unión Nacional de Intelectuales francesa, fue largamente acariciada por los comunistas durante todo el período aquí estudiado, siempre con escaso o nulo éxito». (Adriana Petra; Intelectuales y política en el comunismo argentino: estructura de participación y demandas partidarias (1945-50), 2012)
Este ambiente tan laxo y liberal infectó a los cuadros más importantes, el fracaso de esta estrategia solo profundizó las dudas y la desorientación generalizada de la militancia. No fueron pocos los que comenzaron, en el sentido opuesto, a albergar nociones posibilistas en relación al peronismo y la idea de una conjunción con él. ¡Si no puedes vencerle únete a él!
«Más allá de las disidencias a propósito del peronismo con la dirección del Partido Comunista Argentino (PCA) que llevaron a su expulsión en 1946, una interpretación articulada del fenómeno cristalizó en Puiggrós con el correr de la década del 50. Ya en el prólogo de la segunda edición de Rosas el pequeño (1954) caracterizaba el proceso en curso como una «revolución nacional antiimperialista» y «emancipadora», cuya trascendencia hacía irrelevantes las divergencias historiográficas con los «rosistas militantes» en la medida que éstos se solidarizaran con este «renacer del pueblo argentino». (Sergio Friedemann; El marxismo peronista de Rodolfo Puiggrós: una aproximación a la izquierda nacional, 2014)
Otras veces estas concesiones derechistas en materia de alianzas y religiosa se combinaban, tras una serie de fracasos políticos sonados, con un lenguaje exaltado de izquierda con el que calificaron al gobierno de Perón de «plenamente fascista». Aunque el justicialismo no había derribado todos los resquicios del sistema democrático-burgués, es cierto que el movimiento peronista había entrado en una fase de ofensiva con la proclamación de la Constitución de 1949 y la Nueva ley electoral de 1951, coartando las coaliciones electorales y dificultando la obtención de votos para los partidos minoritarios. Además, había censurado algunos periódicos de la prensa opositora mayoritaria, como «La Vanguardia» –de los socialistas, que pese a todo eran anecdóticos– y, sobre todo, el periódico «La Prensa» –de los radicales, verdaderos opositores en materia de influencia–. Sin contar, claro está, con el terrorismo de Estado que ya venía desatándose hacia los grupos más izquierdistas desde el minuto uno. Pero, aunque el peronismo no hubiera «Cruzado el Rubicón» volando el sistema democrático-burgués, para el PCA daba lo mismo porque no utilizaba las palabras según criterios científicos, sino por el potencial emocional que calculaba que podían suscitar entre los trabajadores:
«De hecho, Nueva Era sostiene en marzo de 1951 que el proceso de fascistización del Estado, que en 1946 sólo estaba en germen, se encuentra terminado». (Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los comunistas frente al peronismo: 1943-1955, 2016)
Esto no fue impedimento para que, tras el intento de Golpe de Estado de septiembre de 1951, el PCA y sus desvergonzados dirigentes pasasen en pocos meses de calificar al gobierno de Perón de «camarilla nazi-fascista» a ofrecerle, ahora, un posible apoyo:
«La política de nuestro partido debe tender a movilizar y a organizar la clase obrera, las masas campesinas y la población laboriosa en general para presionar sobre el Gobierno a fin de que se desprenda de las fuerzas reaccionarias y pro-fascistas y apoyarlo en la realización de todas aquellas medidas económicas y políticas beneficiosas a los intereses del pueblo y de la Nación». (Partido Comunista de Argentina; Proyecto de tesis para discusión del segundo punto del orden del día del XIº Congreso del Partido, 1952)
«La propuesta económica del gobierno era calificada de progresista, aunque para concretarla debía enfrentarse a los intereses concentrados nacionales y extranjeros. Sólo de esa forma –aconsejaba– se podría contra la desocupación, contra la inflación y contra el desabastecimiento de productos de primera necesidad». (Nuestra Palabra 9-12-1952). El Comité Ejecutivo saludaba al Plan, no como un «partido opositor» sino como partido que lucha por la unidad de las masas populares para impulsar el progreso del país. Defiende los objetivos de la grandeza nacional, la soberanía política, la independencia económica y la mejora de las condiciones de vida para trabajadores y demás sectores populares». (A Contracorriente, North Carolina University, Vol. 9 No. 3 (2012): Primavera de 2012)
Las declaraciones del PCA sobre el peronismo, la exoneración de su propia política reaccionaria y su ilusión sobre un posible cambio del peronismo hacia políticas más progresistas certificaban que la dirección del PCA era cándida y cobarde a partes iguales:
«Resumiendo hasta aquí, durante el período que va entre el XIº Congreso [1946] y finales del año 1948 constatamos –a nivel discursivo– que el PCA se mantuvo consecuente en una línea de oposición no sistemática al gobierno peronista, alternando entre algunas posturas críticas y otras más cercanas al peronismo; denuncia que existe una doble presión reaccionaria –interna y externa– para que la Argentina «capitule ante el imperialismo yanqui» y «reprima a las masas populares», pero no descarga la culpa contra el gobierno, sino que hasta se dispone a apoyarlo si Perón decide contrarrestar dicha embestida «reaccionaria». (Andrés Gurbanov y J. Sebastián Rodríguez; Los comunistas frente al peronismo: 1943-1955, 2016)
No olvidemos que estamos hablando de un gobierno como el peronista que realizaba una sistemática propaganda anticomunista en los medios de comunicación nacionales, así como en los foros internacionales, que perseguía a sangre y fuego a los comunistas bajo la famosa Sección Especial. Llamar a esto Síndrome de Estocolmo o, directamente, estupidez por parte de los comunistas argentinos sería quedarse cortos.
Desde Europa comenzaron a llegar las resoluciones de las primeras conferencias de la Kominform en 1947 y 1948 contra el legalismo burgués, las alianzas sin principios y el cretinismo parlamentario, que estaban dirigidas precisamente contra este tipo de actuaciones, lo que supuso poner algo de freno a la vorágine de revisionismo que estaba desatándose en Latinoamérica; vaivenes y descarrilamientos que, no nos engañemos, la propia dirección soviética había aplaudido e incluso promovido en múltiples ocasiones. En Buenos Aires este nuevo viraje del «oficialismo» soviético tuvo que ser acogido a regañadientes, dado que había sido gran parte del camino que había seguido la formación argentina con sumo placer, pero, una vez más, la cúpula dirigente si bien no creía demasiado en los nuevos planteamientos oficiales, aceptaba verse forzada a reformular su discurso para evitar ser acusada con la etiqueta con la que en ese momento se identificaba a la corriente desviacionista de moda, en este caso de «titoísta». Pero como era costumbre, raudo el PCA volvería a incurrir en los mismos vicios y manías, por lo que en lo relativo al peronismo su postura oportunista no cambiaría demasiado.
A la hora de la verdad existía una desconexión y autonomía muy grande. Aquí ya se detectaba que:
«La situación actual de los partidos comunistas tiene sus deficiencias. Algunos camaradas entendieron la disolución de la Internacional Comunista (IC) como la eliminación de todos los vínculos y contactos entre los partidos comunistas hermanos. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que el aislamiento entre los partidos comunistas es equivocado, nocivo y, de hecho, antinatural. El movimiento comunista se desarrolla dentro de marcos nacionales, pero los partidos de todos los países tienen tareas e intereses comunes. Tenemos ante nosotros un curioso cuadro: los socialistas, que no se detuvieron ante nada para demostrar que la IC dictaba directivas desde Moscú a los comunistas de todos los países, han restaurado su Internacional; mientras que los comunistas todavía se abstienen de reunirse unos con otros, y, menos aún, se consultan entre sí sobre cuestiones de interés mutuo, por temor a las calumnias de sus enemigos en relación con la «mano de Moscú». Los representantes de los más diversos campos de actividad –científicos, cooperativistas, sindicalistas, juventudes, estudiantes– consideran factible mantener contactos internacionales, intercambiar experiencias y celebrar consultas sobre cuestiones relativas a su trabajo, y organizar congresos y conferencias internacionales; mientras que los comunistas, aún los que están unidos como aliados, vacilan en establecer lazos de amistad entre ellos. No hay duda de que si esta situación persiste puede tener graves consecuencias para el desarrollo del trabajo de los partidos hermanos. La necesidad de consulta mutua y coordinación voluntaria de la acción entre los partidos individuales se ha hecho especialmente urgente en la actual coyuntura, en que la persistencia en el aislamiento puede conducir a un debilitamiento del entendimiento mutuo y, a veces, incluso a errores graves. La ausencia de enlaces, resulta en un mutuo aislamiento que debilitan nuestras fuerzas». (Andréi Zhdánov; Sobre la situación internacional; Informe en la Iº Conferencia de la Kominform, 22 de septiembre de 1947)
Y si eso había permitido en Europa un aislamiento y la generación de revisiones muy particulares del marxismo, como el thorezismo o el togliattismo, ¿¡qué no pasaría en la alejada América Latina!? ¿Por qué no se criticaron de arriba abajo las increíbles declaraciones que estuvieron circulando en los partidos comunistas latinoamericanos y que, por entonces, todavía seguían reproduciendo? A causa de falta de conocimientos o de mirar hacia otro lado. Para empezar, la sección argentina no dejaba de ser anecdótica a nivel mundial, pero, en segundo lugar, téngase que cuenta que la IC había sido disuelta en 1943 y el PCA no formaba parte de la Kominform, organización fundada en 1947 e integrada solo por unos cuantos partidos europeos.
En el ámbito cultural, el PCA se contagió totalmente del espíritu del peronismo y de los sectores de la «izquierda nacionalista»:
«Aunque apoyado en una estructura internacional de notable proporciones, el Movimiento por la Paz se dotó de un discurso de un marcado tono nacional que vinculó la lucha por la paz con la defensa de las «mejores tradiciones nacionales» y dio lugar a una compleja tarea de revalorización de las expresiones culturales locales y una reconsideración de la herencia liberal que, en el caso del comunismo argentino, constituía un elemento central de su cultura política desde la década del 30. (...) En el marco de la condena al «formalismo» artístico y de la exaltación de las tradiciones nacionales que caracterizaron el periodo, términos como «nación» y «patria» adquirieron nuevas significaciones y desplazaron los sentidos del internacionalismo». (Adriana Petra; Intelectuales y política en el comunismo argentino: estructura de participación y demandas partidarias (1945-50), 2012)
En 1952 los comunistas argentinos se atrevían a afirmar sin sonrojo que:
«El proceso de unidad que se desarrolla en nuestro país entre comunistas y peronistas». (V. Marischi; La lucha por la unidad de la clase obrera en América Latina, las tareas del movimiento sindical en argentina, 1952)
La cuestión que se alza aquí es: ¿cómo debían estar las fuerzas del comunismo internacional como para que estas palabras del PCA pasasen como normales durante tanto tiempo o, incluso, fuesen alabadas? En un estado de confusión y abatimiento evidente, eso sin duda. Los propios partidos europeos no tuvieron problemas en publicar algunas de las declaraciones de Browder y Codovilla durante estos años, como ya hemos visto con las ediciones del Partido Comunista de España (PCE). Encontramos otro ejemplo en su revista, «Nuestra Bandera», que publicó en ediciones como el Nº7 y Nº10 de 1944 el discurso liberal del browderismo sobre «el fin del fascismo» y la «nueva etapa de la humanidad», que incluiría una estrecha colaboración entre comunistas y capitalistas para «reconstruir el mundo en paz». No nos olvidemos tampoco que la propia línea de la Kominform estuvo supeditada a la conservación de la paz, no a la difusión y ayuda de la lucha de clases como tal a nivel mundial:
«A partir de su tercera reunión celebrada en Matra, Hungría, en noviembre de 1949, la Cominform estableció que la «lucha por la paz» sería la estrategia política dominante del movimiento comunista internacional. Con este objetivo, prácticamente se transformó en el órgano directivo del Movimiento por la Paz, ampliando su esfera de influencia hacia grandes sectores de la opinión pública, en un doble esfuerzo por recuperar la influencia en las organizaciones de masas y salir de su aislamiento». (Adriana Petra; Intelectuales y política en el comunismo argentino: estructura de participación y demandas partidarias (1945-50), 2012)
Desde las tribunas del XIXº Congreso del PCUS (1952), Malenkov parecía conforme con declarar que este «movimiento interclasista» por la «paz» no estaba dirigido ni siquiera por los comunistas, de que «no busque abolir el capitalismo». Por su parte, la URSS ya no era «la cuna y apoyo de la revolución mundial», sino que ahora tenía asignado como propósito principal «autoprotegerse» y «asegurar la paz entre naciones»:
«La línea principal del Partido en el ámbito de la política exterior ha sido, y sigue siendo, una política de paz entre las naciones y de garantizar la seguridad de nuestra Patria socialista. (…) Ante el creciente peligro de guerra se está desarrollando un movimiento popular en defensa de la paz; se están formando coaliciones contra la guerra de diferentes clases y estratos sociales interesados en aliviar la tensión internacional y evitar otra guerra mundial. Todos los esfuerzos de los belicistas por pintar este movimiento democrático, pacífico y no partidista como un movimiento de partido, como un movimiento comunista, son en vano. (…) Este movimiento por la paz no se propone abolir el capitalismo, porque no es un movimiento socialista, sino democrático de cientos de millones de personas. Los partidarios de la paz presentan demandas y propuestas diseñadas para facilitar el mantenimiento de la paz, la prevención de otra guerra. (…) La actual relación de fuerzas entre el campo del imperialismo y la guerra y el campo de la democracia y la paz hace que esta perspectiva sea bastante real». (Gueorgui Malenkov; Informe principal en el XIXº Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, 1952)
No sabemos si el señor Malenkov leía los periódicos, ya que no parecía estar informado de los conflictos en Grecia, Malasia, Corea, Vietnam y tantos otros choques sociales y enfrentamientos nacionales que se venían dando alrededor del mundo. Debido a la falta de investigación y a una idealización del pasado, hoy muchos no saben que en aquellos días los partidos comunistas cometieron actos y declaraciones muy vergonzosas que nada tendrían que envidiar a lo que luego acostumbraría el jruschovismo. Nos referimos a cuestiones como la fe en la permanente «coexistencia pacífica entre sistemas», la «utilización del parlamento en un instrumento del pueblo» y el «tránsito relativamente pacífico» para transitar al socialismo, entre otros.
El «oportunismo de derecha» no terminó en el movimiento marxista-leninista con la condena o rectificación de algunas formulaciones emitidas previamente en torno a la nueva situación mundial de la posguerra –como ocurrió con el «browderismo en 1945»–, o sobre las leyes generales de la construcción del socialismo – como ocurrió con el «titoísmo en 1948»–. Es cierto que hubo críticas y presiones que pudieron hacer de catalizador para evitar la degeneración –como las expresadas sobre el «thorezismo», el «maoísmo» o el «togliattismo»– impulsando las tendencias más sanas que pudieron contener la hemorragia, pero el revisionismo ya había plantado sus semillas en los aparatos de todos estos partidos, por lo que solo evitaron retrasar temporalmente lo que luego se mostraría como un revisionismo salvaje y desacomplejado.
El que gran parte de estas disputas mencionadas tuvieran que ser corregidas a tiempo por intervención de Moscú o por una rectificación soviética respecto a su antiguo parecer, evidenciaba el carácter pasivo y dependiente de los partidos comunistas. Tampoco hay que olvidar que en la propia URSS se dieron verdaderas luchas ideológicas en este sentido; así, por ejemplo, hubo una exposición –aunque muy tardía– de las teorizaciones económicas heterodoxas de Varga y Voznesenski, o en el campo de la historia se criticaron algunas ideas extremadamente chovinistas como las mantenidas por Tarle y Yakovlev. Sin ir más lejos, todas estas tardanzas en condenar lo que antes hubiera sido obvio, no se pueden entender sin comprender en profundidad la evolución y en ocasiones la posterior generación que hubo respecto a estos temas en suelo soviético. Véase el capítulo: «El giro nacionalista en la evaluación histórica de las figuras históricas» de 2021.
Es por ello que no debe sorprendernos que posteriormente a 1948 volvieran a alzarse en el movimiento comunista propuestas mencheviques que incluso eran promocionadas bajo el sello de aprobación soviético y apoyadas por el propio Stalin, como ocurrió con el famoso «Camino británico al socialismo» (1951), un programa que sería emulado por varios partidos escandinavos como modelo a seguir y que fue publicitado en el periódico de la Kominform «¡Por una paz duradera! ¡Por una democracia popular!». Lo mismo cabe decir con el maoísmo y algunas de las ideas del «modelo chino» que estaba infectando toda Asia y tenían publicidad gratuita en estos medios, aunque pronto empezaron a verse las reticencias soviéticas de no hacer de la receta china algo «universal», ni convertir sus defectos en virtud. Véase la obra: «Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo» de 2016.
Para aquel entonces, encontramos un campo socialista que, aunque se había extendido enormemente, en su interior seguía careciendo de una formación ideológica sólida en las direcciones de cada sección. Lo que primaba, en cambio, eran los arribistas que bien podían comulgar con las tesis oficiales –aunque fueran erróneas– o con las contrarias si así se terciaba, puesto que lo único que les interesaba era mantener y ampliar las cuotas de poder y prestigio alcanzado, su vida acomodada como funcionarios del movimiento comunista que ahora dominaba medio mundo.
No podemos decir que fuese un periodo en que el revisionismo lo dominase todo –o casi todo– como dijeron muchos revisionistas trotskistas, maoístas y thälmannianos, porque los hechos demuestran lo contrario. Pero sí es verdad que tampoco coincidimos con aquellos folclóricos que tratan de glorificar este periodo y ocultan los fallos inadmisibles de esta etapa, incluso tratando de emularlos. Tanto unos como otros aprecian las contradicciones, aciertos y errores de esta época de forma unilateral, rescatando solamente lo que les interesa, y desechando las evidencias que desmontan su discurso interesado.
La «desestalinización» del PCA y su apoyo al golpe militar de 1976
Aunque en 1953 el Partido Comunista de Argentina (PCA) promulgaba su congoja por la muerte de Stalin, dedicándole todo tipo de dedicatorias, a partir de 1956 –por no decir antes– se hicieron de notar por ser uno de los partidos más fanáticamente jruschovistas del planeta tierra, llevando a cabo una «desestalinización» en tiempo récord –seguramente porque no había nada muy revolucionario y «stalinista» que purgar–:
«La sesión plenaria del CC del PCA del 16 y 17 de junio fue el momento para que los delegados del PCA enviados al XX Congreso del PCUS, Rodolfo Ghioldi y Víctor Larralde, hablaran de la necesidad de extraer conclusiones prácticas para el trabajo cotidiano del PCA, pero no por ello desperdiciaron la ocasión de manifestar su total acuerdo con el informe presentado por Codovilla.38 La posición de este último se convirtió en la posición oficial de la dirección del PCA tras ser dado a conocer en la sesión plenaria del CC y obtener allí su aprobación por unanimidad. En esta recuperación de los principales tópicos a los que se aludió en el XX Congreso del PCUS –entre los cuales la introducción de la cuestión del culto a la personalidad fue deliberadamente demorada en su exposición por Codovilla–, la urgencia de la coexistencia pacífica entre el bloque socialista y el bloque capitalista aparecía como central. Un conflicto bélico entre las dos mayores potencias mundiales no sólo era indeseable, sino que resultaba totalmente evitable (39). La gran atracción ejercida por la Unión Soviética en los países y regiones coloniales y dependientes cuyos movimientos de liberación nacional y social buscaban derrotar la opresión imperialista, constituía la garantía apropiada para la conformación de una zona de paz encarnada por un mundo socialista en expansión (40). Este nuevo panorama internacional suponía, según lo destacaba Codovilla, la posibilidad de que la revolución socialista fuera la consecuencia –bajo determinadas condiciones sociopolíticas en las cuales se registra una importante tradición democrática y donde las masas trabajadoras toman parte activa en el juego electoral– de la acción pacífica impulsada a través de medios parlamentarios (41)». (Víctor Augusto Piemonte; El Informe Secreto al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en la perspectiva oficial del Partido Comunista Argentino, 2013)
Frente al coloso peronista, el PCA nunca supo realizar un trabajo de masas para desmontar su demagogia. El movimiento peronista siempre mantuvo una influencia mucho mayor entre la clase obrera que los comunistas argentinos o cualquier otra fuerza autodenominada revolucionaria, antiimperialista o de izquierda. Ante este fenómeno, surgieron varias dudas sobre si plegarse al peronismo, aliarse con él o combatirlo –de ahí las luchas internas y expulsiones de los años 40 y 50– que evitaremos comentar por la ya de por sí larga extensión de este documento.
Esta vacilación hacia el peronismo fue similar a la que ocurrió después con el trotsko-guevarismo del PRT-ERP en los años 60-70. Desesperado, al PCA solo le quedó utilizar un lenguaje radical contra el peronismo cuando este traicionaba sus cándidas ilusiones, pero jamás movilizó a sus militantes para realizar un trabajo concienzudo entre los trabajadores para desengañarse del justicialismo, ni siquiera cuando en los años 60 la llamada «izquierda peronista» estaba empezando a ser traicionada por su líder y existían conatos de un ímpetu revolucionario e insubordinación entre sus bases.
Esto demuestra que el proletariado, hasta que no adquiera conciencia de la necesidad de la independencia en lo ideológico y organizativo, será preso de desilusiones, irá a la deriva en un mar de populismos y líderes farsantes que, de tanto en tanto, aparecen en el devenir de la historia. Es tan necesario combatir a estos cabecillas populistas de la «tercera vía» como a los jefes de las pretendidas organizaciones «comunistas» que pretenden arrastrar a los trabajadores a ser el furgón de cola de estos procesos timoratos en aras de la «unidad nacional», los cuales, como bien sabemos por la historia, siempre acaban en fracaso, no logran ni la emancipación social ni nacional. Ni que comentar de aquellos que solo aspiran como jefes a tener un puesto que le garantice vivir bien viviendo del cuento, como meros parásitos.
Si seguimos la estela del año 1976, llegamos a un momento donde un PCA desesperado y absolutamente miope llegó a apoyar el golpe de Estado de Videla y compañía:
«Ayer 24 de marzo, las FF.AA. depusieron a la presidenta María E. Martínez, reemplazándola por una Junta Militar integrada por los comandantes de las tres armas. No fue un suceso inesperado. La situación había llegado a un límite extremo «que agravia a la Nación y compromete su futuro», como dice en uno de los comunicados de las FF.AA. (...) El PC está convencido de que no ha sido el golpe de estado del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad. Estamos ante el caso de juzgar los hechos como ellos son. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos; su confrontación con las palabras y promesas. Los actores de los sucesos del 24 expusieron en sus primeros documentos sus objetivos, que podríamos resumir de la siguiente manera: «Fidelidad a la democracia representativa con justicia social; revitalización de las instituciones constitucionales; reafirmación del papel del control del Estado sobre aquellas ramas de la economía que hacen al desarrollo y a la defensa nacional, defensa de la capacidad de decisión nacional». El P.C., aunque no comparte todos los puntos de vista expresados en los documentos oficiales, no podría estar en desacuerdo con tales enunciados, pues coinciden con puntos de su programa, que se propone el desarrollo con independencia económica; la seguridad con capacidad nacional de decisión, soberanía y justicia social». (Partido Comunista de Argentina; Comunicado, 25 de marzo de 1976)
Esta traición es algo que ahora niegan o relativizan estos sinvergüenzas revisionistas que, en la actualidad, son los perros falderos del kirchnerismo a la par que ensucian la imagen de Lenin sacando retratos de él a todas partes como si de un santo se tratara. Pero la documentación está ahí y la verdad histórica es la que es:
«A los comunistas nos corresponde ayudar a esclarecer el camino de la verdadera solución a la crisis argentina actual, como también hacer conocer a las masas nuestro programa de la revolución democrática, agraria y antiimperialista, en la perspectiva del socialismo. Hoy ese camino pasa por asegurar un período de transición cívico-militar, en base a un Convenio Nacional Democrático, acordado entre el conjunto de las fuerzas políticas y civiles y los sectores patrióticos y progresistas de las Fuerzas Armadas». (Patricio Echegaray; El aporte juvenil al Convenio Nacional Democrático, 1981)
La razón del apoyo del PCA a la junta militar de 1976, entre otras cosas, vino porque tanto el brezhnevismo de la URSS, que era el amo real de la política del PCA de entonces – y al cual no osaron nunca desafiar fuera por seguidismo o por miedo–, como el castrismo de Cuba –país de enormes simpatías e influencias para él–, apoyaron al señor Videla, bien directa o indirectamente. Centrémonos en las actuaciones de este último, siempre muy alabado por el PCA por su presunta «solidaridad internacional».
Los cables desclasificados muestran como ya el 20 de abril de 1977 Buenos Aires respondió a la Habana para «solicitar un intercambio de votos» en vistas a la reelección de Argentina en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (ECOSOC), todo, «en consideración al pedido de apoyo solicitado por Cuba para su elección en el Consejo Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud, autorízase [sic] a V.E. a solicitar en cancillería local un intercambio de votos en favor de la postulación de nuestro país a la reelección en el ECOSOC y se servirá informar resultados por esta misma vía». El 12 de septiembre de 1977 Argentina «Oficializose [sic] apoyo cubano [para el] ECOSOC».
En el año 1979 el centro elegido para la VIº Conferencia del Movimiento de los Países no Alineados (MPNA) fue la Cuba de Castro. Que justamente el país americano más prosoviético de la zona fuese elegido como organizador oficial de un movimiento que se jactaba de su «neutralidad ante las potencias», era cuanto menos una prueba palpable de su hipocresía. ¿Y qué concepto de «solidaridad internacional» tenía La Habana? Comprar las simpatías de terceros con dinero o establecer tratos sin principios para intentar neutralizar a sus potenciales enemigos. Así lo relataba el ex diplomático cubano Juan Antonio Blanco:
«Cuba intentaba insertarse en todos los países y establecer una hegemonía ideológica, política. En ese sentido, no se dedicaba exclusivamente a los grupos de extrema izquierda; trataba de influir en el grupo socialdemócrata, en los social-cristianos, incluso en sectores de la derecha tradicional y empresarial. Cada uno recibía de Cuba algún tipo de oferta o de colaboración. Por ejemplo, en la época de la dictadura de Pinochet (1973-90), en Chile había partidos contrarios a usar la violencia contra el régimen. A esa gente no se la llevaba a un campo de entrenamiento de guerrilleros, pero se le ofrecía dinero, posibilidades logísticas, pasajes y viáticos para ir a Naciones Unidas y hacer lobby. Así, La Habana lograba gratitud de fuerzas muy diversas por su generosidad». (Infobae; «En 1976 La Habana me dijo que había llegado a un acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH», 3 de junio de 2017)
La propia Argentina de Videla, uno de los países más proestadounidenses del contiene, también era un miembro partícipe de este presunto movimiento «antiimperialista» del MPNA. El 21 de marzo de 1979 La Habana envió un cable a Buenos Aires donde dejaba patente su deseo para que «el excelentísimo señor presidente de la República [Videla]» supiese de «la invitación de Castro para asistir a la sexta conferencia de No Alineados». Cuba incluso dijo estar dispuesta «recibir opiniones y criterios [de Argentina] sobre los temas a incluirse en la declaración final y las resoluciones que adopte la conferencia».
Dentro de ese pacto de no agresión se incluyó un crédito de Argentina hacia Cuba:
«Yo en esa etapa, y hasta el 84, estaba en Nueva York como director del Departamento Político No Alineado, por lo tanto, tuve mucho que ver también con esta cuestión. Estando en Nueva York llegó una instrucción del gobierno cubano de que se había llegado a un acuerdo de caballeros con la junta militar argentina para que no nos denunciáramos recíprocamente en la Comisión de Naciones Unidas que trata los problemas humanitarios y de derechos humanos. (…) Se produce esta entente entre Cuba, Moscú y la junta militar argentina y le dan alrededor de 4 mil millones de dólares en créditos a La Habana que los aprovecha para comprar de la industria argentina y de las corporaciones norteamericanas todos esos automóviles y demás. (…) Hay cosas que eran públicas, los créditos eran públicos, la no condena (en la ONU) era evidente. Por ejemplo, en la Comisión de Derechos Humanos, yo me presentaba cuando se trataba de Pinochet, de la situación en El Salvador, pero me abstenía cuando era de la Argentina porque realmente me resultaba repugnante eso de tener que quedarse callado». (Infobae; «En 1976 La Habana me dijo que había llegado a un acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH», 3 de junio de 2017)
Durante la Guerra de las Malvinas (1982) Cuba no solo dio un gran soporte diplomático a Argentina pintando su maniobra como una «valiente lucha antimperialista», sino que, en algunas entrevistas, como la del 10 de abril de 1982, el embajador cubano Emilio Aragonés Navarro dijo que «este gesto» de Cuba se podía «convertir en hechos», pues «está la voluntad de hacer lo que haya que hacer…enviarle un submarino y hundirle un barco…cualquier cosa». No hay que olvidar que durante el tiempo que duró este conflicto varios países como la URSS, Libia, Nicaragua y Brasil también aprovecharon la coyuntura para querer vender armas al régimen argentino, entonces dirigido por Galtieri. ¿Se imaginan a un «país antimperialista» vendiendo armas a la España de Franco solo porque Madrid hubiera intentado distraer la atención de la miseria, el desempleo y las protestas tratando de invadir Gibraltar? ¿Acaso eso eliminaría, por ejemplo, las vinculaciones económicas, militares y diplomáticas del régimen franquista con los EE.UU., y anteriormente con Alemania e Italia? Como se puede comprobar, este «antiimperialismo» hace aguas por todos los lados, y en la arena internacional supone no tener una línea coherente e identificable, salvo el sálvese quien pueda.
En los años 80, como vimos anteriormente en el capítulo referido al socialimperialismo soviético, el PCA llegó a apoyar la línea política de la Perestroika de Gorbachov y toda su demagogia sobre «un mundo sin armas» y la «coexistencia pacífica internacional». Véanse los Materiales del XIº Congreso de la FJC de 1988. El PCA nunca supo dónde estaba ni a dónde iba. Esa es la realidad. Vivía del folclore de la Unión Soviética y de los hitos de las luchas obreras de inicios del siglo XX. Pero hemos de rastrear ese problema, ¿qué ocurrió tras el giro del partido bajo batuta de Codovilla? ¿Qué consecuencias tuvo desde el primer momento que el partido quedase bajo su mando?
«Ha sido la desviación de derecha de hacer de la burguesía nacional la fuerza motriz de la revolución nacional que ha dado las mejores armas al bando trotskista para sus éxitos primeros. De la misma forma, el lenguaje actual, poco clasista, muy influenciado del nacionalismo burgués reformista, del populismo tan común en nuestros países; lenguaje que es en general el de todos los diarios populares de masas e inclusive de algunos materiales internos de nuestros Partidos, puede dar armas a las provocaciones trotskistas. Debilidad teórica marxista leninista stalinista de nuestros cuadros. Este es el motivo principal y la causa de todos los anteriores motivos que presenté». (Internacional Comunista; Datos sobre el trotskismo en América Latina, 1940)
¡¿Y no se ha demostrado esto como algo cierto para la Argentina de hoy?! ¿Hay acaso alguien que lo dude? Estas mismas políticas que vienen a aplaudir el liberalismo ideológico han sido las responsables de que los presuntos «partidos marxista-leninistas» hayan posibilitado el florecimiento del trotskismo hasta convertir a Argentina en su bastión de confianza en América Latina. ¿No ha acabado el propio PCA tomado completamente por las ideas y formas organizativas trotskistas?». (Equipo de Bitácora (M-L); Perón, ¿el fascismo a la argentina?, 2021)
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