miércoles, 11 de marzo de 2015

La cuestión del género y la clase social; Gazeta de Antropología Marxista-Leninista, 2015

Aprovechamos el pasado 8 de marzo, el «día internacional de la mujer trabajadora» para publicar el siguiente artículo de uno de nuestros colaboradores de este medio, quién recientemente también ha creado su propio medio de difusión llamado: «Gazeta de Antropología Marxista-Leninista», el cual como su propio nombre indica tendrá una relación con la antropología pero por supuesto siempre desde la óptica marxista-leninista. En este caso nos regala unas reflexiones sobre la cuestión de la mujer y la lucha de clases; enseñándonos que en nuestras sociedades de estructura y superestructuras burguesas y capitalistas lo que prima, existe y hay que profundizar para su evolución progresiva no es la lucha de sexos sino la lucha de clases y dentro de esta unas costumbres, unos clichés y unas desorientaciones de parte de las clases reaccionarias para azuzar lo primero: la lucha de sexos en detrimento de la lucha de clases.

Del mismo modo se explica que como se ha demostrado en otras ocasiones históricas, sin dar respuesta a la lucha de clases la mujer no puede lograr la igualación en derechos y libertades con el hombre que tan justamente anhelan:

«¿Cuál era el camino que establecían los comunistas para las mujeres?  Dijeron que existían dos condiciones básicas para la emancipación de la mujer. La primera es que ellas debían ser liberadas de la esclavitud asalariada. Como se pide a todos los trabajadores, sin esto, las mujeres todavía se enfrentan a la opresión de clase y a todos los males del capitalismo: la inseguridad, el desempleo, la inflación, las guerras imperialistas, la servidumbre doméstica, la falta de atención pública para sus hijos, etc. (...) La segunda condición previa es que las mujeres se involucraran en el trabajo social productivo». (Partido del Trabajo de Albania; La nueva Albania; Un país pequeño, una gran contribución, 1984)

El documento:


Con motivo del día de la mujer ayer día 8 de marzo, el análisis de la cuestión del género se nos vino de nuevo a las cabezas. La correcta definición de ésta cuestión a la hora de actuar realmente de manera revolucionaria ante ello es fundamental hoy día en la época del imeprialismo; del capitalismo en putrefacción. Ésto no se reduce a una mera cuestión antropológica: la cuestión antropológica no es nada si no es guiada por la ciencia máxima del único fenómeno absoluto; el cambio. Ésta herramienta no es otra más que el marxismo-leninismo.

Numerosos son los discursos “progresistas” que se las dan como tales debido al influjo del feminismo. Pero, ¿qué es el feminismo? Es una corriente de pensamiento originada por las condiciones materiales de la aplicación del régimen de patriarcado heredado de la Edad Media (y heredado del esclavismo por ésta, y de las jefaturas -donde surge éste patriarcado- por éste, etc…) a la producción capitalista. Se fundamenta en la meta de conseguir igualdad entre hombres y mujeres, abstractos de su carácter de clase. Por ende, la defensa de las consignas feministas corresponde al paquete de medidas típicos de una revolución democrático-burguesa. Nada tiene que ver con la revolución socialista el simplemente atrancarse en éste paquete: hay que ir más allá.

Verdaderamente, existe una desorientación general en la cuestión del género, ya que siempre, los filósofos y la intelectualidad defensora del interés de clase de la burguesía, han querido suplantar la dicotomía fundamental de la sociedad (la lucha de clases) por una “lucha de los sexos” que en los casos en que se da, es un simple complemento a la explotación del trabajo por el capital en la producción capitalista diaria, aumentando la tasa de plusvalía bruta que se extrae a los trabajadores y trabajadoras en el caso de éstas segundas. Es por tanto, en la división imperialista del trabajo, totalmente normal ver que éste patriarcado resulte una realidad aplastante en los países puramente productores y algo que simplemente se puede intuir con esfuerzo en los países metrópoli (sobre todo en los que tienden a ser paraísos fiscales), y que aparece “a medio gas” en países dedicados fundamentalmente a servicios que no son directamente financieros o de gestión de los circuitos mundiales del capital (siendo lo primero el rasgo característico de los “países capitalistas medios” y ésto último algo que corresponde a la metrópoli según el “esquema” científico del imperialismo desarrollado por Lenin a raíz de las ideas de Marx y Engels y que enriquecieron Stalin y Hoxha).

Para los primeros casos mencionados de países (los puramente productores), hay que dejar bien claro que:

“Disgregando la vieja familia, liberando a la mujer y al niño de la autoridad del padre y del marido, la gran industria [moderna, capitalista - Anotación de A. S.] trabaja por la aparición de una nueva familia, en la que la mujer dejará de ser una esclava [en el núcleo familiar - Anotación de A. S.] […]. Puesto que Marx aporta a las mujeres el anuncio de su liberación ineluctable, acarreada por la del proletariado. Marx parte del mundo real y del movimiento dialéctico de la historia. La contradicción del trabajo colectivo en las fábricas y de la apropiación individual entraña la rebelión de las fuerzas productivas [de su actor protagonista del desarrollo potencial futuro; el proletariado - Anotación de A. S.] contra la propiedad capitalista. El régimen de la libre empresa y del beneficio engendra al proletariado, hoy enemigo suyo y mañana su enterrador: el proletariado, compuesto por hombres y mujeres que no pueden emanciparse sin emancipar al mismo tiempo a todas las capas de la sociedad [y de su clase - Anotación de A. S.] […] Participación en la producción; liberación de la explotación capitalista, tales son las dos fases de la emancipación femenina. Con la abolición de la dictadura del capital, la suerte de la mujer se encontrará reglada. La victoria de la obrera emancipará a todas las mujeres de sus obstáculos, pondrá fin a la inferioridad jurídica, política, económica: puesto que las tutelas, las sujeciones, las servidumbres domésticas impuestas al sexo femenino por la sociedad burguesa no desaparecerán más que con ella. (Freville, J; Introducción a “La mujer y el comunismo”, 1951)

Pero nos surge una duda “antropológica”: ¿por qué es más exclusivo el patriarcado para los primeros casos de países?

La respuesta es más bien simple: porque aglutinan la producción mundial en su mayoría. Habría, sin embargo, que introducir en éste grupo de países donde el patriarcado es una realidad abismal, como herramienta preferida utilizada por la producción capitalista [1] para amplificar su efecto sobre la clase obrera, a los países metrópoli que acarrean una base industrial poderosa, como EEUU, China y Rusia, donde casualmente esas diferencias de género están más acusadas (se demuestra además que las diferencias de salario según el género se acusan en aquéllos países que caen en la competencia internacional [2])  . No hace falta probar más que con datos obvios que la mujer trabajadora es la única que sufre este tipo de desigualdades salariales que llevan a ésta situación, ya que es la única sometida a las leyes del salario. El capital, la ganancia, sin embargo, no entiende de género pues no tiene conciencia (a diferencia del burgués, que fija el salario según las fluctuaciones de la oferta y demanda de fuerza de trabajo, determinada por el desarrollo de la competencia capitalista) y le da igual quién lo extraiga del trabajo ajeno y lo acumule; además no puede determinarse por estándares más que por la competencia y en ésta triunfan los burgueses más hábiles con la vara para con sus obreros y obreras, y con el talonario para con las instituciones del Estado, sean del género que sean éstos burgueses [3].

No es de extrañar que la burguesía pretenda hacer pasar por “liberador de la mujer” un discurso no de clase sino de género: ¿acaso la mujer burguesa sigue explotada o ha sido explotada? ¿Se conseguirá algo que no sea maximizar la opresión de la mujer y el hombre trabajadores si se le otorgan más derechos a la mujer burguesa -o al hombre burgués, aunque no sea el caso del estado de la cuestión-? ¿Acabará acaso la explotación de proletarios y proletarias por burgueses y burguesas -y así la esclavización de la mujer y del hombre como proletarios- sin acabar con el capitalismo; si sólo se le equiparan los salarios? El trabajo seguirá siendo trabajo asalariado; compra-venta de la fuerza de trabajo, ergo la mujer, aunque con las mismas normas que los hombres en esa república democrática que equipare salarios, vería por el propio desarrollo de la competencia capitalista en todos sus niveles (que van de la mano entre sí) su salario, junto al de su camarada varón proletario, descender paulatinamente. Más aún: en las clases pequeño burguesas, donde la depauperación es muy acusada, la proletarizacióna afectará y atizará a ambos sexos sin miramientos y con el equidistante palo verde del derecho burgués. ¿No se prueba acaso que la única liberación posible para la mujer -y para el hombre- es su liberación de clase, la destrucción del capitalismo; ejercer hasta las últimas consecuencias el interés de clase del proletariado?

Se suele decir que la única forma de aproximarse a grupos silenciados es pertenecer a esos mismos grupos. Se dice en consecuencia desde el feminismo (teoría burguesa de la emancipación femenina, como decíamos al principio, en contraposición a la única ciencia válida para ésta: el leninismo) más radical y pequeñoburgués que sólo la mujer puede emancipar a la mujer. Pero sin embargo, no es la mujer como tal, abstracta de su carácter de clase, mecánicamente homogeneizada, la que se transmuta como colectivo silenciado: es la mujer trabajadora como fundamento composicional básico del proletariado: es el proletariado el que se libera a sí mismo, conociendo la realidad, organizando sus elementos conscientes y provocando el movimiento de la masa mediante la concienciación de ésta misma (con su consecuente abandono de su carácter como “masa”), y atrayéndose a las “masas” explotadas de clases no proletarias (semiproletarias) para poder garantizar su triunfo, el triunfo de los intereses del proletariado que por la depauperación se convierten en intereses “de la sociedad” (v. Marx, Karl; “Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1843 capítulo VI; “El proletariado”). Tal es el ridiculismo al que caen las teorías burguesas cuando quieren penetrar en el movimiento obrero y desorganizarlo. Lo mismo va dirigido hacia el revisionismo cual misil hacia su testa. Igual para el nacionalismo y el chovinismo (formas de revisionismo, como por ejemplo ocurre con el maoísmo): todos ellos quieren desviar la atención de la clase obrera de la fuente de su sufrimiento; la explotación, tanto a nivel nacional como internacional (véase “teoría de los tres mundos” del revisionismo maoísta).

Además, es bien absurdo que para analizar bien un grupo se ha de pertenecer a éste sí o sí: no son pocos los grandes teóricos y prácticos, héroes podríamos decir (que no son nada sin el pueblo, que de verdad es el único capaz del movimiento de la historia relegando a los héroes a un segundo plano), clásicos del marxismo, que no encuentran su origen de clase en el proletariado. Más aún: difícil es para un proletario permitirse un gasto en materiales de lectura de tales proporciones (aunque es también común que grandísimos cuadros comunistas han emanado directamente de esta clase).

Esos “héroes” normalmente son miembros de la intelectualidad, de su fracción que se pone al servicio completo y bajo la subordinación total y absoluta de ella a los intereses de la clase obrera. La intelectualidad no es una clase, como recuerdan Lenin y Hoxha, sino más bien un grupo de pensadores sometidos a los intereses de según qué clase (como no puede ser de otro modo al existir bajo unas condiciones materiales de división social en clases), y sirven a ésta. Con el desarrollo de la construcción socialista, como prueban Stalin y sobre todo Jozsef Revai (leninista húngaro dedicado al análisis de la cultura), la intelectualidad se funde con la clase obrera: es la clase obrera propietaria de los medios de producción cultural e intelectual, debido y en consecuencia a que se convierte en poseedora de los medios de producción material (parafraseando a Marx).

Volviendo al tema que nos ocupa, sería tan absurdo pensar que la mujer burguesa fuese a liberar a la mujer proletaria tanto como no comprender la posición de ambas en las relaciones de producción actuales.

Engels nos recuerda el estado de la cuestión de la liberación de la mujer haciendo un paralelismo con la cuestión de las consignas democráticoburguesas:

“La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; al contrario, no hace más que suministrar el terreno en que llega a su máxima expresión la lucha por resolver dicho antagonismo. De igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer la igualdad social efectiva de ambos, sólo se manifestarán con toda nitidez cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la liberación de la mujer exige [como el paso previo mencionado en la cita de Freville - Anotación de A. S.], como primera condición, la reincorporación de todo el sexo femenino a la producción social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad. (Engels, Friedrich; “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, 1884, en “La mujer y el comunismo”, 1951, p. 53)

Otro tanto ocurre con la cuestión de la etnia de pertenencia. Cuando la clase obrera centra sus esfuerzos en algo que nada tenga que ver con su emancipación de clase, como la emancipación de una etnia o género sin más, se estará condenando a mantener las condiciones de la propiedad privada sobre los medios de producción y, por ende, su esclavismo, su miseria, su explotación. Todos los intentos de reformismo están condenados ya que:

“En general, la forma del cambio de los productos corresponde a la forma de la producción. Modificad esta última, y como consecuencia se modificará la primera. Por eso, en la historia de la sociedad vemos que el modo de cambiar los productos es regulado por el modo de producirlos. El intercambio individual corresponde también a un modo de producción determinado, que, a su vez, responde al antagonismo de clases. No puede existir, pues, intercambio individual sin antagonismos de clases. Pero la conciencia del buen burgués se niega a reconocer este hecho evidente. Como burgués, no puede por menos de ver en estas relaciones antagónicas unas relaciones basadas en la armonía y en la justicia eterna, que no permite a nadie velar por sus intereses a costa del prójimo. A juicio del burgués, el intercambio individual puede subsistir sin antagonismo de clases: para el estos dos fenómenos no guardan la menor relación entre sí. El intercambio individual, tal como se lo figura el burgués, tiene muy poca afinidad con el intercambio individual tal como se practica. El señor Bray convierte la ilusión del buen burgués en el ideal que él quisiera ver realizado. Depurando el intercambio individual, eliminando todos los elementos antagónicos que en él se encierran, cree encontrar una relación “igualitaria”, que quisiera instaurar en la sociedad. El señor Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo, que él quisiera aplicar en el mundo, no es sino el reflejo del mundo actual, y que, por tanto, es totalmente imposible reconstituir la sociedad sobre una base que no es más que una sombra embellecida de esta misma sociedad. A medida que la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la transfiguración soñada, es el cuerpo actual de la sociedad”. (Marx, Karl; “Miseria de la filosofía”, 1847, capítulo I, epígrade II, ed. marxists.org)

Conclusión:

“La República de los Soviets de Rusia, por contra, ha barrido de un solo golpe, sin excepción, todos los restos jurídicos de la inferioridad de la mujer y asegurado de golpe la igualdad más completa por ley para la mujer. (Lenin, Vladimir; “Para el día internacional de las mujeres”, 1920, en “La mujer y el comunismo”, 1951,  p. 88)

“Ningún gran movimiento de oprimidos, en la historia de la humanidad, se ha desarrollado sin la participación de las mujeres trabajadoras. Las mujeres trabajadoras, las más oprimidas de entre todos los oprimidos, nunca se han quedado ni han podido quedarse aparte del gran camino del movimiento liberador. El movimiento liberador de los esclavos empujó, como se sabe, hacia adelante a cientos y miles de grandes mártires y heroínas. En las filas de los luchadores por la liberación de siervos, había decenas de miles de mujeres trabajadoras. No es sorprendente que el movimiento revolucionario de la clase obrera, el más potente de todos los movimientos liberadores de las masas oprimidas, haya atraído hacia sí a millones de mujeres trabajadoras. El Día Internacional de las Mujeres es el testimonio de la invencibilidad y el presagio de un gran futuro del movimiento liberador de la clase obrera.” (Stalin, Iósif; “Por el día internacional de las mujeres”, 1925, en “La mujer y el comunismo”, 1951, p. 64)

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