«Podemos extraer de todo lo dicho conclusiones psicológicas sumamente
importantes con relación al carácter y la esencia del proceso educativo. Hemos
visto que el comportamiento del hombre se va conformando a partir de las
peculiaridades y condiciones biológicas y sociales de su desarrollo. El factor
biológico determina la base, el fundamento, el cimiento de las reacciones heredadas de cuyos límites el organismo no puede salir y sobre las cuales se
va construyendo el sistema de reacciones aprendidas.
A la vez, resulta evidente el hecho de que este nuevo sistema de
reacciones está enteramente determinado por la estructura del ambiente en el
que crece y se desarrolla el organismo. Por esa razón toda educación tiene
inevitablemente un carácter social.
Ya vimos que el único educador capaz de formar nuevas reacciones en
el organismo es la experiencia propia. Para el organismo es real sólo el vínculo
que le ha sido dado en su experiencia personal. Por eso la experiencia
personal del educando se convierte en la base principal de la labor pedagógica.
En rigor, desde el punto de vista científico, no se puede educar −directamente− a otro. No es posible ejercer una influencia directa y producir cambios en un
organismo ajeno, sólo es posible educarse a uno mismo, es decir, modificar las
reacciones innatas a través de la propia experiencia.
«Nuestros movimientos son nuestros maestros». En última instancia, el
niño se educa a sí mismo. En su organismo, y no en cualquier otro lugar,
transcurre la lucha decisiva de las diferentes influencias que definen su
conducta por muchos años. En este sentido, la educación en todos los países y
en todas las épocas, siempre fue social, por antisocial que haya sido −el
contenido de− su ideología. Tanto en el seminario conciliar como en el antiguo
gimnasio, en el cuerpo de cadetes como en el instituto para doncellas de la
nobleza, lo mismo que en las escuelas de Grecia, del medioevo y de Oriente,
los que educaban no eran los maestros y preceptores, sino el medio social
escolar que se fue estableciendo en cada caso.
Es por eso que la pasividad del alumno, tanto como el menosprecio de
su experiencia personal es, desde el punto de vista científico del más craso
error, al igual que tomar como base la falsa regla de que el maestro lo es todo y
el alumno nada. Por el contrario, el criterio psicológico exige reconocer que en
el proceso educativo la experiencia personal del alumno lo es todo. La
educación debe estar organizada de tal modo que no se eduque al alumno,
sino que éste se eduque a sí mismo.
Por eso, el tradicional sistema escolar europeo, que siempre redujo el
proceso de educación y el aprendizaje a la percepción pasiva por el alumno de
lecciones y prescripciones del maestro, es el colmo de la torpeza psicológica.
Se debe colocar, en la base del proceso educativo, la actividad personal del
alumno y todo el arte del educador debe reducirse nada más que a orientar y
regular esa actividad. En el proceso de la educación, el maestro debe ser como
los rieles por los cuales avanzan libre e independientemente los vagones,
recibiendo de éstos únicamente la dirección del propio movimiento. La escuela
científica es ineludiblemente una «escuela de acción», según la expresión de
Lay.
A la vez, debe ponerse como fundamento de la acción educativa de los
propios alumnos el proceso íntegro de reacción con sus tres componentes:
percepción de la excitación −estímulo−, elaboración −procesamiento− de la
misma y acción de respuesta. La pedagogía anterior reforzaba y exageraba
desmedidamente el primer momento de la percepción, y transformaba al
alumno en una esponja que cumplía más fielmente su misión cuanto más ávida
y plenamente se impregnaba de conocimientos ajenos. Pero el saber que no
ha pasado a través de la experiencia personal no es en modo alguno un saber.
La psicología exige que los alumnos aprendan no sólo a percibir, sino también
a reaccionar. Educar significa ante todo ir estableciendo nuevas reacciones,
elaborando nuevas formas de conducta.
Al otorgar tan excepcional importancia a la experiencia personal del
alumno, ¿podemos acaso anular el papel del maestro? ¿Podemos reemplazar
la fórmula anterior «el maestro lo es todo, el alumno nada» por la inversa: «el
alumno lo es todo, el maestro nada»? De ninguna manera. Si, desde el punto
de vista científico, negamos que el maestro tenga la capacidad de ejercer una
influencia educativa directa; que tenga la capacidad mística de «modelar el
alma ajena», es precisamente porque reconocemos que el maestro posee una
importancia inconmensurablemente mayor.
De lo dicho se desprende que la experiencia del alumno, la formación de
reflejos condicionados, está determinada por el medio social. Basta con que se
modifique este medio para que de inmediato cambie también la conducta del
hombre. Ya hemos dicho que el ambiente desempeña con respecto
a cada uno de nosotros, el mismo papel que el laboratorio de Pávlov con
relación a los perros de los experimentos. Allí, las contradicciones del
laboratorio determinan el reflejo condicionado del perro; aquí, el ambiente
social determina la elaboración de la conducta. Desde el punto de vista
psicológico, el maestro es el organizador del medio social educativo, el
regulador y controlador de sus interacciones con el educando.
Y si bien el maestro resulta ser impotente en cuanto a la influencia
directa sobre el alumno, es omnipotente en cuanto a la influencia indirecta
sobre él, a través del medio social. El ambiente social es la auténtica palanca
del proceso educativo, y todo el papel del maestro consiste en manejar esa palanca. Así como sería insensato si el hortelano quisiera influir en el
crecimiento de una plana tironeándola directamente de la tierra con las manos,
el maestro estaría en contradicción con la naturaleza de la educación si se
esforzara por influir en el niño de manera directa. Pero el hortelano influye en la
germinación de las plantas elevando la temperatura, regulando la humedad,
cambiando la distribución en las plantas contiguas, eligiendo y mezclando el
abono, es decir, en forma indirecta, a través de los cambios correspondientes
en el medio. Así también, el maestro, modificando el medio, va educando al
niño.
A la vez, debemos tener en cuenta que el maestro actúa en el proceso
educativo con un doble rol, y en este aspecto la labor del maestro no constituye
ninguna excepción comparada con cualquier otro tipo de trabajo humano.
Cualquier trabajo humano es de doble naturaleza. En las formas más primitivas
y en las más complejas del trabajo humano, el obrero asume un doble rol: por
un lado, como organizador y director de la producción y, por el otro, como una
parte de su propia máquina. Tomemos como ejemplo el trabajo de un ricksha
japonés que transporta por sí solo a los pasajeros por la ciudad, y
comparémoslo con el trabajo de un conductor de tranvía. Veremos que el
ricksha es una simple fuente de fuerza física, de tracción, que con su energía
muscular y nerviosa reemplaza la fuerza de un caballo, del vapor o de la
electricidad. Pero simultáneamente el ricksha asume también un papel en el
cual no podría sustituirlo el caballo, el vapor ni la electricidad: no sólo es una
parte de su máquina, sino también el comandante de la misma, el director,
regulador y organizador de su simple producción. Levanta las varas, en el instante necesario pone en marcha y detiene el carro, elude los obstáculos, se desvía en los recodos, elige la dirección adecuada.
Esos mismos dos momentos los encontramos también en el trabajo del
tranviario. También ese desplaza con su fuerza muscular de una posición a
otra la manivela de freno del motor, y da la señal con la fuerza mecánica de un golpe de pie. De ese modo es una simple parte de su máquina,
una parte que modifica la disposición de las otras partes. Pero mucho más
notoria es la segunda función del conductor de tranvía, aquella en la que actúa
como organizador y director de todo ese complicado sistema de motores,
frenos y señales». (Lev Vygotsky; Psicología pedagógica, 1926)
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