«A medida que la historia avanza, y con ella empieza a destacarse, con trazos cada vez más claros, la lucha del proletariado, aquellos no tienen ya necesidad de buscar la ciencia en sus cabezas: les basta con darse cuenta de lo que se desarrolla ante sus ojos y convertirse en portavoces de esa realidad. Mientras se limitan a buscar la ciencia y a construir sistemas, mientras se encuentran en los umbrales de la lucha, no ven en la miseria más que la miseria, sin advertir su aspecto revolucionario, destructor, que terminará por derrocar a la vieja sociedad. Una vez advertido este aspecto, la ciencia, producto del movimiento histórico, en el que participa ya con pleno conocimiento de causa, deja de ser doctrinaria para convertirse en revolucionaria. (...) ¿Qué es la sociedad,
cualquiera que sea su forma? El producto de la acción recíproca de los hombres.
¿Pueden los hombres elegir libremente esta o aquella forma social? Nada de eso.
(…) Los hombres no son libres árbitros de sus fuerzas productivas −base de toda su
historia−, pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto
de una actividad anterior. Por tanto, las fuerzas productivas son el resultado
de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se halla
determinada por las condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por
las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellos,
que ellos no crean y que es producto de la generación anterior. (...) Los
hombres, al establecer las relaciones sociales con arreglo al desarrollo de su
producción material, crean también los principios, las ideas y las categorías
conforme a sus relaciones sociales. Por tanto, estas ideas, estas categorías,
son tan poco eternas como las relaciones a las que sirven de expresión. Son
productos históricos y transitorios. Existe un movimiento continuo de
crecimiento de las fuerzas productivas, de destrucción de las relaciones
sociales, de formación de las ideas; lo único inmutable es la abstracción del
movimiento. (…) ¿Acaso
no significa esto que el modo de producción, las relaciones en las que las
fuerzas productivas se desarrollan, no son en modo alguno leyes eternas, sino
que corresponden a un nivel determinado de desarrollo de los hombres y de sus
fuerzas productivas, y que todo cambio operado en las fuerzas productivas de
los hombres lleva necesariamente consigo un cambio en sus relaciones de
producción? (…) [Este tipo de cuestiones]
sólo significa demostrar que, al menos en este terreno, se adolece del habitual
menosprecio de los utopistas por las leyes». (Karl Marx; Miseria de la filosofía, 1847)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
«Las categorías económicas que hemos estudiado dejan también su huella histórica. En la existencia del producto como mercancía van implícitas condiciones históricas determinadas. Para convertirse en mercancía, es necesario que el producto no se cree como medio directo de subsistencia para el propio productor. Sí hubiéramos seguido investigando hasta averiguar bajo qué condiciones los productos todos o la mayoría de ellos revisten la forma de mercancía, habríamos descubierto que esto sólo acontece a base de un régimen de producción específico y concreto, el régimen de producción capitalista. Pero esta investigación no tenía nada que ver con el análisis de la mercancía. En efecto, puede haber producción y circulación de mercancías aunque la inmensa mayoría de los artículos producidos se destinen a cubrir las propias necesidades de sus productores, sin convertirse por tanto en mercancías, es decir, aunque el proceso social de la producción no esté presidido todavía en todas sus partes por el valor de cambio. La transformación del producto en mercancía lleva consigo una división del trabajo dentro de la sociedad tan desarrollada, que en ella se consuma el divorcio entre el valor de uso y el valor de cambio, que en la fase del trueque directo no hace más que iniciarse. Pero esta fase de progreso se presenta ya en las más diversas formaciones económicas sociales de que nos habla la historia. Si analizamos el dinero, vemos que éste presupone un cierto nivel de progreso en el cambio de mercancías. Las diversas formas especiales del dinero: simple equivalente de mercancías, medio de circulación, medio de pago, atesoramiento y dinero mundial, apuntan, según el alcance y la primacía relativa de una u otra función, a fases muy diversas del proceso de producción social. Sin embargo, la experiencia enseña que, para que todas estas formas existan, basta con una circulación de mercancías relativamente poco desarrollada. No acontece así con el capital. Las condiciones históricas de existencia de éste no se dan, ni mucho menos, con la circulación de mercancías y de dinero. El capital s6lo surge allí donde el poseedor de medios de producción y de vida encuentra en el mercado al obrero libre como vendedor de su fuerza de trabajo, y esta condición histórica envuelve toda una historia universal. Por eso el capital marca, desde su aparición, una época en el proceso de la producción social. (...) Estas formas son precisamente las que constituyen las categorías de la economía burguesa. Son formas mentales aceptadas por la sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las condiciones de producción de este régimen social de producción históricamente dado que es la producción de mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a otras formas de producción». (Karl Marx; El Capital, Tomo I, 1867)
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