miércoles, 21 de septiembre de 2022

Javier Santaolalla como representante del idealismo en la física contemporánea; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«Los naturalistas creen liberarse de la filosofía simplemente por ignorarla o hablar mal de ella. Pero, como no pueden lograr nada sin pensar y para pensar hace falta recurrir a las determinaciones del pensamiento y toman estas categorías, sin darse cuenta de ello, de la conciencia usual de las llamadas gentes cultas, dominada por los residuos de filosofías desde hace largo tiempo olvidadas, del poquito de filosofía obligatoriamente aprendido en la universidad −y que, además de ser puramente fragmentario, constituye un revoltijo de ideas de gentes de las más diversas escuelas y, además, en la mayoría de los casos, de las más malas−, o de la lectura, ayuna de todo crítica y de todo plan sistemático, de obra filosófica de todas clases, resulta que no por ello dejan de hallarse bajo el vasallaje de la filosofía, pero, desgraciadamente, en la mayor parte de los casos, de la peor de todas, y quienes más insultan a la filosofía son esclavos precisamente de los peores residuos vulgarizados de la peor de las filosofías». (Friedrich Engels; Dialéctica de la naturaleza, 1883)

Si nos permite el lector un inciso, nos gustaría hacer una pausa y repasar rápidamente cómo gran parte de las teorías de los físicos actuales no tienen nada que envidiar a las peores especulaciones y afirmaciones rocambolescas de las de sus predecesores. 

Ligándolo con este último punto, el de las desventuras y especulaciones de los científicos naturalistas, hay que aclarar que estas no han sido ni son tan extrañas pese al manto de «rigurosidad» con el que se cubren. Sin ir más lejos, en la comunidad científica muchas veces se ha coqueteado con algunas teorías idealistas y metafísicas en un desesperado intento de encontrarle explicación a un fenómeno aún desconocido. Frecuentemente los descubrimientos científicos más trascendentales no consisten en encontrarle explicación a «X» o «Y» fenómeno, sino en descubrirlo en primer lugar, quedando el carácter de este y todas las preguntas que le rodean como una incógnita −que más tarde serán resueltas por el protagonista o sus discípulos−. Ante esta situación, algunas personalidades, con tal de llamar rápido la atención y atribuirse el mérito de falsos descubrimientos científicos que requerirían de una investigación más seria y objetiva, han sacado del cajón de los trastos viejos de la filosofía diversas tonterías sin base científica real alguna, las cuales suelen provenir de figuras de renombre con tal de, supuestamente, zanjar precipitadamente esas incógnitas formadas. 

Cómo los físicos contemporáneos plantean la posibilidad de los multiversos

El lector cuenta hoy de varios ejemplos contemporáneos respecto a esta falta del sentido del ridículo entre los profesionales de las ciencias naturales. Para ello puede seguir las publicaciones de dos físicos muy conocidos, Javier Santaolalla y José Luis Crespo −este último más conocido por su apodo, «QuantumFracture»−. Los dos se presentan abiertamente ante el mundo como «divulgadores científicos», y gracias a su estilo «millennial» −es decir, un reduccionismo extremo del conocimiento combinado con una infantilización en las formas de la comunicación− han logrado captar el interés de la prensa, televisión, radio y otros medios alternativos. Prueba de su éxito reciente son también sus canales personales de YouTube, en donde ya alcanzan cifras de 2,38 y 2,93 millones de subscriptores respectivamente. Y bien, ¿a qué se dedican exactamente? Estos caballeros no tienen problemas en refutar a los canales de ufología, reptilianos, homeopatía y conspiranoicos varios, como «Mundo desconocido» −y otros fraudes tan comunes hoy día en la era digital−, que ponen en tela de juicio la ciencia y su utilidad. Pero… ¿qué nos ofrecen ellos como material científico «riguroso» y de «calidad»? Cualquiera que se haya revisado sus vídeos entrevistas a medios oficiales −RTVE− o extraoficiales −«The Wild Project»− será consciente de la cantidad de especulaciones por minuto que rescatan −bien sea por inocencia o para arañar seguidores, quien sabe−.

Javier Santaolalla en su vídeo «Hoy sí que vas a entender el multiverso» (2021) asegura que la existencia de siete multiversos «no es ninguna locura» y que «de hecho, según los datos actuales apuntan» que vivimos en «un multiverso». Nos habla de una realidad física «más amplia» fuera de nuestro universo, de «nuestro espacio y tiempo donde vivimos». Sin embargo, a continuación, se desdice aclarando que «sigue sin entenderse bien qué es el multiverso»; pero «podría ser real» y plantea la existencia de «otros yo en el universo» (sic), donde, atentos, podríamos ser «cantantes» o «sí habríamos conocido por fin el amor de nuestra vida» (!). ¿Sabe el lector por qué no se puede verificar esta teoría tan propia de un cómic de ciencia ficción? Porque su propio seguidor sostiene que dichos multiversos «no interactúan entre sí», por lo que nunca tendríamos constancia de si nuestro otro «yo» alcanzó el estrellato en su carrera musical o encontró a su Julieta −¡qué pena!−.

Entiéndase que estos desatinos no son tan novedosos como pudiera parecer y responden a una tradición en la forma de pensar y expresarse. Véase, por ejemplo cómo en el siglo XIX el señor Draper, conocido por su amplia gama de conocimiento como físico, químico, fotógrafo e historiador, planteó lo siguiente:

«La pluralidad de los mundos dentro del espacio infinito lleva a la concepción de una sucesión de mundos en el espacio infinito. Este universo existente, con todos sus esplendores, tuvo un principio, y tendrá un fin; tuvo sus predecesores y tendrá sus sucesores; pero su marcha a través de todas sus transformaciones está bajo el control de leyes tan inmutables como el destino». (John William Draper; Historia del desarrollo intelectual de Europa, 1861)

Todo esto, si bien no era reconocer la existencia de los famosos «multiversos» tal y como se conciben hoy, si parecía describir el discurrir de todo bajo un corte teológico donde se esconde algún «fin» o «destino» oculto para el entendimiento humano, justo la misma carta que utilizan hoy los físicos actuales para que se acepten sus arriesgadas proposiciones. 

De hecho, en su «Dialéctica de la naturaleza» (1883), Engels anotaría dos aspectos muy importantes: a) el primero, era cómo: «Los naturalistas consideran siempre el movimiento como algo evidentemente igual al movimiento mecánico»; b) el segundo: «La forma de la universalidad en la naturaleza es la ley, y nadie habla tanto como los naturalistas del carácter eterno de las leyes naturales», sin embargo, «las leves naturales eternas van convirtiéndose cada vez más en leyes históricas» debido a que «toda nuestra física, nuestra química y nuestra biología oficiales son exclusivamente geocéntricas, sólo están calculadas para la tierra» y sus condiciones específicas −de oxígeno, nitrógeno, inclinación del eje terráqueo respecto al Sol, etcétera−.

En resumidas cuentas, este caballero, J. W. Draper, autor de grandes hitos en la ciencia −como la primera fotografía detallada de la luna en 1840−, no cesó nunca de sazonar a la ciencia de un contenido claramente místico, especulativo y religioso. Ahora verá el lector a qué nos referimos. En cualquier caso, ha de aceptarse que muchos de sus comentarios y formas de expresarse puedan parecer altamente discordantes con el pensamiento científico actual, algo que responde a que esta y otras obras se escribieron en un contexto de creencias muy determinadas. Esto se refleja mismamente en su pensamiento sobre el recorrido histórico de las naciones, el cual, según él, no podían degenerar, puesto que «su curso absoluto nunca puede ser retrógrado; siempre está hacia adelante». Incluso arengaba a sus lectores a que se replanteasen su ética en base a religiones foráneas, ya que, según él, en: «El Corán abundan excelentes sugerencias y preceptos morales». Y así podríamos seguir con citas que desconcertarían al lector contemporáneo.

Las matemáticas como herramienta para la especulación y la negación de la realidad espacio-tiempo

En otro vídeo de Javier Santaolalla llamado «Hay un 50% de que vivamos en una simulación» (2020), arrastrando por el fango toda la poca credibilidad que aún le quedaba, nos aseguraba que según los cálculos de David Kipping, astrónomo de la Universidad de Columbia, este habría llegado a la conclusión de que las posibilidades de que vivamos en una simulación están cerca del 50%. ¡Fastuosa noticia! −si fuera verdad−. Sin embargo, el señor Santaolalla, como buen físico nacido y criado en el más puro idealismo filosófico, no pudo resistirse a esa manía de secundar este tipo de especulaciones. ¿Cuál es el gran argumento aquí? Ya en 2003 el filósofo sueco Nick Bostrom planteó para la respetadísima Universidad de Oxford que:

«Debido a que sus computadoras serían tan poderosas, podrían ejecutar muchas de estas simulaciones. Supongamos que estas personas simuladas son conscientes −como lo serían si las simulaciones fueran lo suficientemente finas y si cierta posición ampliamente aceptada en la filosofía de la mente fuera correcta−. Entonces podría darse el caso de que la gran mayoría de mentes como la nuestra no pertenezcan a la raza original sino a personas simuladas por los descendientes avanzados de una raza original». (Nick Bostrom; ¿Estamos viviendo en una simulación de computadora?, 2003)

¿Cuál es el argumentario continuo de todas estas teorías, más allá de «complejos cálculos» que nadie entiende? «¡Es una hipótesis!» ¡Ah, bueno! Entonces, adelante.

En una entrevista dada en el canal de un famoso youtuber «The Wild Project #11 feat. Javier Santaolalla» (2020), este físico desgranó su particular visión del mundo: «No existe el ahora», pues «cada uno tiene su ahora», hay «muchas formas de interpretar el ahora», por tanto, para encajar esto solo queda concluir que el «tiempo es una ilusión» y una «creación de la mente» −¡curiosa y novedosa interpretación!−. En sus palabras, «todo ya existe, todo lo que ha pasado» es porque «estamos viviendo una película». En uno de los momentos más graciosos que se recuerdan en mucho tiempo, su pobre entrevistador, el cual intentaba constantemente racionalizar, reformular y matizar las palabras del físico para intentar entenderle, cansado de tanta confusión le acabó preguntando: «Si todo ha pasado… ¿entonces estoy muerto?», a lo que este titulado en ciencias físicas por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) confirmó: «Sí, estás muerto». Y como colofón final concluyó de nuevo: «No se sabe qué es el tiempo, pero la mejor aproximación es que es una ilusión». ¡Y hasta ahí puede hablar el sabio!

Todo este enfoque del mundo tiene un origen y se puede rastrear fácilmente y es más viejo de lo que uno podría sospechar. Ya Lenin en su obra «Materialismo y Empiriocritiscismo» (1909) explicaba cómo el obispo Berkeley −un antiguo filósofo idealista del siglo XVIII− «trata de ligar la noción de lo real a la percepción de sensaciones idénticas por numerosas personas a la vez». Para nuestro caso, estos caballeros piensan que si el tiempo no se percibe de manera idéntica debe ser porque es una ilusión, una creación de nuestro pensamiento. 

Mismos comentarios encontramos en el ya mencionado J. W. Draper. Este físico estadounidense del siglo XIX también se caracterizó por un lenguaje académico y/o que inducen a la confusión del lector de a pie. Atentos:

«El tiempo tanto para la nación como para el individuo, no es nada absoluto; su duración depende del ritmo del pensamiento y del sentimiento». (John William Draper; Historia del desarrollo intelectual de Europa, 1861) 

Entiéndase que, más allá del objeto o unidad de medición que cada civilización haya utilizado a lo largo de la historia, es obvio que el tiempo transcurre objetivamente de igual forma para todos. También huelga aclarar que ha sido gracias a la inmensa acumulación de conocimientos que la ciencia pudo saber −de forma aproximada− cuanto tiempo puede llegar a sobrevivir sin comer ni beber un individuo de un peso y altura determinada. Por tanto, aquí los «sentimientos» o las «creencias religiosas» de cada tribu o nación importan más bien poco. Lenin lo explicaba de la siguiente manera:

«Si las sensaciones de tiempo y espacio pueden dar al hombre una orientación biológicamente adecuada, es exclusivamente a condición de que estas sensaciones reflejen la realidad objetiva exterior al hombre: el hombre no podría adaptarse biológicamente al medio, si sus sensaciones no le diesen una idea de él objetivamente exacta». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)

Podríamos poner otro ejemplo más afín a las inclinaciones y preocupaciones del hombre moderno. ¿Acaso la ciencia no ha demostrado la importancia de una disminución o aumento de un ingrediente o mineral, la exactitud y variabilidad del resultado? P. T. Belov en su artículo «Sobre la primacía de la materia y la naturaleza secundaria de la conciencia» (1953) comentaba:

«Tomemos, por ejemplo, la tecnología de aviación moderna. Cada gramo de metal en un avión es a la vez una ventaja, que aumenta la resistencia de la estructura, y una desventaja, que agrava la carga del dispositivo y reduce su maniobrabilidad. ¡Con qué grado de precisión es necesario conocer las propiedades aerodinámicas de los materiales, los motores utilizados en la construcción de aeronaves, las propiedades del aire para calcular correctamente la maniobrabilidad de los vehículos con sus velocidades del orden de la velocidad del sonido! Y si la tecnología de la aviación avanza con pasos tan rápidos, entonces nuestro conocimiento de las cosas es confiable. Esto significa que las sensaciones no aíslan la conciencia del mundo exterior, sino que la conectan con él». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Sobre el materialismo dialéctico, 1953)

El filósofo soviético M. E. Omelyanovsky escribió un artículo, «La lucha del materialismo contra el idealismo en la física moderna» (1951), en donde resumió que estas nociones eran la consecuencia lógica de la no superación del idealismo filosófico entre los científicos de las ciencias naturales, lo que termina redundando en no reconocer aún que: «El espacio y el tiempo existen objetivamente, fuera e independientemente de la conciencia humana». 

Por desgracia, este tipo de comentarios descabellados también han sido muy comunes entre los orgullosos «prácticos» −los empiristas−, aquellos hombres de las ciencias que de vez en cuando se prestan a teorizar este tipo de estupideces: 

«Primero, se reducen las cosas sensibles a abstracciones, y luego se las quiere conocer por medio de los sentidos, ver el tiempo y oler el espacio. El empírico se entrega tan de lleno al hábito de la experiencia empírica, que hasta cuando maneja abstracciones cree moverse en el campo de la experiencia sensible. ¡Sabemos lo que es una hora o un metro, pero no lo que es el tiempo o el espacio! ¡Como si el tiempo fuese otra cosa que una serie de horas, o el espacio otra cosa que una serie de metros cúbicos! Las dos formas de existencia de la materia no son, naturalmente, nada sin la materia, solamente ideas vacuas, abstracciones que sólo existen en nuestra cabeza. ¡Y se dice que no sabemos tampoco qué son la materia y el movimiento! ¡Naturalmente que no, pues hasta ahora nadie ha visto o percibido de cualquier otro modo la materia en cuanto tal o el movimiento en cuanto tal, sino solamente las diferentes materias y formas de movimiento que realmente existen! (…) Sólo podemos conocer la materia y el movimiento investigando las diferentes materias y formas de movimiento que existen, y a medida que las conocemos vamos conociendo también, por tanto [en la misma medida], la materia y el movimiento en cuanto tales». (Friedrich Engels; Dialéctica de la naturaleza, 1883)

La paradoja del cerebro de Boltzmann

En otra entrevista en el mismo canal, «The Wild Project #50 ft Javi Santaolalla & QuantumFracture» (2021), este último físico aseguraba que Boltzmann ya adelantó que existe la posibilidad de que «Hace un segundo esto era espacio vacío lleno de partículas vacías» y «nos ha formado a todos nosotros, nos ha colocado el cerebro de modo de que tenemos recuerdo, tenemos familia, tenemos pasado», pero «no es real», es una «ilusión» −¡wow!−. Otra variante sería que hubo un cerebro primigenio que se creó en el universo y está «engarzado de tal forma correcta tal que cree que vive una realidad física», una curiosa simulación creada por una feliz o desgraciada «coincidencia» −¡vaya!−. Venga caballeros, ¿alguien da más? ¿Reencarnaciones, viajes astrales, horóscopo, psicoanálisis, alquimia? ¿Quizás nos van a hablar del poder de cristales mágicos… o qué tontería será la próxima?

Es decir, con todas las posibilidades que tienen estos dos físicos españoles de popularizar ante el público no versado los descubrimientos de la física moderna, resulta que estos dos «divulgadores científicos», que recordemos son invitados a programas y canales de máxima audiencia −como la televisión pública y canales de YouTube que adoran los más jóvenes−, prefieren dedicarse a rescatar una gran bobada de un físico del siglo XIX: la paradoja del cerebro de Boltzmann. Esta «hipótesis» del físico austriaco Ludwig Boltzmann reducía toda la realidad a una «simulación». ¿Cuántas teorías no habremos visto ya de que, en verdad, aquello que llamamos «realidad» es, según los idealistas, algo segregado o formulado mágicamente por nuestra mente, y todo para hacernos el favor de no volvernos locos, para no corroborar que solo existimos nosotros… y otras tonterías del estilo? No pocos físicos han intentado rescatar esta hipótesis; ¿comprobándola? ¡No! Sobrescribiendo sobre la hipótesis inicial de que esta quizás hipotéticamente sea cierta. ¡Gracias por el aporte, chicos!

Por si el lector no lo sabe, Ludwig Boltzmann fue descrito por Lenin en su «Materialismo y empiriocriticismo» (1909) como un científico naturalista que profesaba un materialismo «vergonzante», es decir, alguien que temía reconocerse como tal dentro del materialismo filosófico, y que, si bien había combatido las nociones físicas y pretensiones filosóficas idealistas, tampoco declaraba estar en contra de la existencia de Dios, entre otras contradicciones. En concreto, es especialmente resaltable la importancia que tuvo Boltzmann en la física estadística al defender la existencia de los átomos frente a los negacionistas como Mach, Ostwald y otros; así como en su interpretación de la entropía. Sin embargo, Wilhelm Ostwald, tiempo después del suicidio del físico austríaco, reconoció el trabajo de Boltzmann: 

«A todos nosotros nos ha sobrepasado con su ciencia en perspicacia y claridad». (Wilhelm Ostwald; Grosse Manner, 1909)

Aun con todo, algunas de sus hipótesis de 1896, como la de la famosa paradoja del cerebro de Boltzmann, no se distanciaban demasiado de la de sus adversarios idealistas, quienes negaban la realidad o la importancia de cómo verificar esta. En primer lugar, para el «empiriocriticista» Ernst Mach:

«No tiene sentido alguno desde el punto de vista científico la cuestión frecuentemente discutida de si existe realmente el mundo o no es más que un sueño nuestro». (Ernst Mach; Análisis de las sensaciones, 1886)

Ante lo cual Lenin anotó que: «Este autor, como el último de los sofistas, confunde el estudio histórico-científico y psicológico de los errores humanos, de toda clase de «sueños absurdos» de la humanidad, tales como la creencia en duendes, fantasmas, etc., con la distinción gnoseológica de lo verdadero y de lo «absurdo». ¿Por qué estas teorías hacen aguas por todos lados? Porque, como ya se ha dicho, las más de las veces sus progenitores no tienen pretensión de probar nada, sino de vivir del cuento y presumir de «revisiones» y «descubrimientos» −y arrastrando a una legión de crédulos a su paso−: «Para Mach la práctica es una cosa y la teoría del conocimiento es otra completamente distinta; se las puede colocar una al lado de la otra sin que la primera condicione a la segunda».

Por otro lado, el físico alemán Hermann von Helmholtz, descrito por Lenin como un «kantiano inconsecuente», habló todavía en un sentido aún más pragmático en torno a la teoría del conocimiento:

«Yo creo, pues, que no tiene ningún sentido hablar de la veracidad de nuestras representaciones de otra forma que no sea en el sentido de una verdad práctica. ¡Las representaciones que nos formamos de las cosas no pueden ser más que símbolos, signos naturales dados a los objetos, signos de los que aprendemos a servirnos para regular nuestros movimientos y nuestras acciones!». (Víctor Heyfelder; La noción de la experiencia según Helmholtz, 1897)

Ante esto, el revolucionario ruso concluyó, como no podía ser de otra forma: «Helmholtz resbala aquí hacia el subjetivismo, hacia la negación de la realidad objetiva y de la verdad objetiva. Y llega a un flagrante error cuando termina el párrafo con estas palabras: «La idea y el objeto representado por ella son dos cosas que pertenecen, evidentemente, a dos mundos diferentes por completo». Tan sólo los kantianos separan así la idea y la realidad, la conciencia y la naturaleza». 

Tampoco hay que olvidar que, desde este enfoque fanáticamente pragmático, algunos físicos idealistas, como el austriaco Erwin Schrödinger, llegaron al punto de sostener −como hizo él en sus conferencias en la Universidad de Cambridge de 1952−, que la arqueología o la historia de la música eran para él «inútiles para la práctica». ¿Cuál es la posición del marxismo aquí? El soviético E. Kolman protestó en su obra «Hacia dónde lleva el subjetivismo a los físicos» (1953), considerando tales comentarios de Schrödinger como profundamente ignorantes, y resaltando que todo hombre progresista debe de considerar, que si bien «estamos en contra del empirismo vulgar, que quiere convertir la ciencia en un almacén de hechos desnudos, sin generalizar teorías», tampoco podemos aceptar el «pragmatismo, que reemplaza la proposición correcta «el conocimiento de la verdad es útil» por el principio reaccionario y subjetivista de «sólo lo que es útil es verdadero». Por tanto, este autor se esforzaba por subrayar que: «Una teoría verdaderamente científica que no encuentra aplicación práctica hoy puede resultar extremadamente importante para la práctica en el futuro, como ha sucedido repetidamente en la historia de la ciencia».

En resumidas cuentas, todo esto que hoy Javi Santaolalla y Cía. rescatan viene a confirmar que, como adelantó Engels, los científicos naturalistas gustan de recoger debates y concepciones que hace largo tiempo vienen presentándose en el campo de la filosofía, en este caso, de la peor estirpe: 

«No pocas veces, vemos a los naturalistas teoretizantes sostener como flamantes teorías, que incluso llegan a imponerse como teorías de moda durante algún tiempo, doctrinas que la filosofía viene profesando desde hace siglos y que, en no pocos casos, han sido ya filosóficamente desechadas». (Friedrich Engels; Dialéctica de la naturaleza, 1883)

¿De dónde proceden estas ideas tan descabelladas entre los científicos naturalistas?

En la URSS de los años 40 el político Andréi Zhdánov realizó una crítica muy contundente y directa en este sentido, advirtiendo a los profesionales de las ciencias en torno a los desvaríos y especulaciones, fruto de una formación filosófica profundamente idealista: 

«Pero la experiencia de nuestra victoria sobre el fascismo ha mostrado ya a qué callejones sin salida pueden conducir a los pueblos las filosofías idealistas. Hoy, esas filosofías se presentan bajo una forma nueva, particularmente repugnante, reflejando toda la profundidad, toda la bajeza, toda la villanía de la decadencia burguesa. (…) La ciencia burguesa contemporánea suministra al clericalismo, al fideísmo, una nueva argumentación que es preciso desenmascarar despiadadamente. Ved, aunque sólo sea, la teoría del astrónomo inglés Eddington sobre las constantes físicas del mundo que conduce directamente a la mística pitagórica de los números y que, de fórmulas matemáticas, deduce «constantes esenciales» del mundo, tales como el número apocalíptico 666, etc. (…) El astrónomo Milne ha «calculado» ya que el mundo ha sido creado hace dos mil millones de años. A estos sabios ingleses se les podría aplicar la frase de su gran compatriota el filósofo Bacon, diciendo que emplean la impotencia de su ciencia a calumniar la naturaleza. Del mismo modo, los subterfugios kantianos de los físicos atómicos contemporáneos los llevan a deducciones sobre la «libre voluntad» del electrón, a ensayos para no representar la materia más que como un conjunto de ondas y a otras brujerías». (Andréi Zhdánov; Sobre la historia de la Filosofía, 1947) 

Con esto Zhdánov no estaba realizando una crítica a los ensayos con partículas que se realizaran desde finales del siglo XIX hasta ya entrados los años 40, sino que está atacando todas aquellas teorías donde, en base a no conocer un sujeto ni sus relaciones, los científicos especulan con mundos enteros paralelos con tal de explicar dicho sujeto o suceso. Dicha crítica es por tanto aplicable a todas aquellas teorías que causaron cierta agitación y discusión en su momento, pero que cada día quedan más limitadas al campo de la pura fantasía, como la teoría de cuerdas −con sus correspondientes 10 dimensiones−, la teoría de cuerdas bosónicas −con unas 26 dimensiones− o los famosos agujeros de gusano −con sus avances y retrocesos en el tiempo−; todos ellos sin evidencia empírica alguna. En este mismo bloque estarían también las teorías más recientes como las del físico italiano Carlo Rovelli, teoría en donde, según postuló él, la realidad verdaderamente correspondería a ser un juego de espejos cuánticos:

«En particular, es posible que los objetos, como ese libro favorito, solo tengan sus propiedades en relación con otros objetos, incluido el que lo hojea. Afortunadamente, eso también incluye todos los demás objetos, como el sillón. Entonces, cuando va a trabajar, su libro favorito sigue apareciendo como cuando lo tenía en la mano. Aun así, este es un replanteamiento dramático de la naturaleza de la realidad. Desde este punto de vista, el mundo es una intrincada red de interrelaciones, de modo que los objetos no tienen su propia existencia individual independiente de otros objetos, como un juego sin fin de espejos cuánticos. (…) Como dice Rovelli: No somos más que imágenes de imágenes. La realidad, incluyéndonos a nosotros mismos, no es más que un velo fino y frágil, más allá del cual no hay nada». (Cambio 16; La realidad, ¿un juego de espejos cuánticos?, 7 de julio de 2021)

Aquí el asunto es que se parte de un hecho bien conocido −que las propiedades que exhiben los objetos de la teoría cuántica, como los fotones, dependen de su relación con otros objetos− para concluir que estas propiedades son todo lo que hay en el objeto que no hay una sustancia individual subyacente que «tenga» propiedades; dicho de otra forma, cómo la forma de organización de la materia determina sus propiedades sensibles y, en el caso de los objetos cuánticos, dicha materia al tener muy poca masa se ve todavía más condicionada por su entorno −hasta el punto de determinar sus propiedades−. Partiendo de esto, el señor Rovelli acaba concluyendo que sólo existen las propiedades sensibles que observamos, que la realidad está formada por «elementos» que son «complejos de sensaciones» que se le presentan al «YO-dado» en una «coordinación de principio» cómo dirían los empiriocriticistas de principios del siglo XX.

¿
Acaso alguien puede sorprenderse de que el señor Santaolalla se haya instruido en estas demencias de la mano de la universidad pública, o por defecto, que haya caído progresivamente en ellas por la ausencia de una formación y prevención contra ellas? En absoluto, ¿qué esperar del sistema educativo? Mismamente, desde la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), se promociona estafas como el método ASIRI −una mezcla de masoterapia y reiki−, donde gracias al «aura azul» de los niños estos charlatanes aseguran poder detectar y potenciar sus capacidades telépatas, e incluso hablan de seres especiales que provienen de otros planetas. ¿Quizás el señor Santaolalla asistió a algún seminario de este estilo, o simplemente se enamoró de las enajenaciones de algún físico que le marcó en su juventud? ¡No lo sabemos! Pero, ¿qué más da, si vivimos en una simulación, cual videojuego? ¿Qué importa quién tenga razón? Nótese la ironía. 

Curiosamente, en una charla con el filósofo Eric H. Gel, el señor Santaolalla nos confesó cómo ha llegado a mantener tales creencias pseudocientíficas, aunque en ese mismo video aseguró que la ciencia no es conjugable con el perspectivismo, porque la primera implica parámetros «demostrables». Parámetros que por otra parte no resultan de utilidad para concluir la no existencia de Dios, ya que «estamos hablando de un elemento que tiene un peso suficiente en la realidad como para que nos preocupe» y, por tanto, «la posición atea es muy arrogante y no científica, porque no estas dudando» (sic) «The Wild Project #135 ft Javi Santaolalla» (2022). En dicha charla con el filósofo Eric H. Gel, Javier se quejó amargamente de que en la facultad no le enseñaron nada sobre filosofía, ni siquiera sobre filosofía de la ciencia, considerándolo esto como un grave problema para los estudiantes, algo en lo que estamos plenamente de acuerdo. Su desgracia fue que, en palabras suyas, pasó de proclamar que la «ciencia es perfecta» y que «solo lo perceptible es real», a valorar y adoptar gran parte de los patrones relativistas de Thomas Kuhn «La estructura de las revoluciones científica» (1962) y Paul Feyerabend «Contra el método» (1975). Es decir, el problema es que ha dado un paso del neopositivismo al posmodernismo, del «cientificismo» −como él dice− al «anarquismo epistemológico». No deja claro si habría que impartir en las escuelas la brujería, la magia y la astrología, como propusieron Feyerabend y sus seguidores. El bueno de Javier reconoce que empezó a tener una «mentalidad más abierta» −para con las pseudociencias− cuando observó que sus principales referentes, Einstein y Schrödinger, tenían tramos teóricos muchos más místicos que los que él mismo se permitía hasta entonces. Es decir, este físico empezó a dar cancha a las especulaciones, simple y llanamente por argumentos de autoridad de sus figuras fetiche. Y, en efecto, existen tales párrafos entre los físicos. Véase un ejemplo con Albert Einstein dándole una mano al físico y filósofo subjetivista Ernst Mach: 

«La física consiste en un sistema lógico de pensamiento que está en estado de evolución y cuyos fundamentos no pueden obtenerse por destilación, por método inductivo a partir de experiencias, sino que sólo pueden obtenerse por libre invención. La justificación −la verdad del contenido− del sistema consiste en probar la utilidad de los teoremas resultantes sobre la base de experiencias sensoriales, mientras que la relación de estos últimos con los primeros sólo puede entenderse intuitivamente. La evolución tiene lugar en la dirección de una creciente simplicidad de la base lógica». (Albert Einstein; Física y Realidad, 1950)

Pero, ¿por qué surgen estas ideuchas en el campo de la física y se repiten tan continuamente, como si de una maldición se tratase? E. Kolman trató de dar respuesta a esto explicando la diferencia y condicionamiento del «físico eco-experimental» y el «físico teórico», una reflexión que vale la pena rescatar. En el caso del primero: 

«Trata con instrumentos, a menudo con aparatos extremadamente complejos. Cuando establece sus experimentos, debe concentrarse en una suma de detalles. Jamás se le pasa por la cabeza dudar de que todos esos motores, condensadores, tubos de vacío, etc., así como las descargas que observa, las lecturas de contadores, etcétera, que anota en tablas o que se presentan en forma de curvas propias o los dispositivos de grabación que registran, que todo esto existe en la realidad objetiva. Así, el físico experimental, mientras trabaja en el laboratorio, no puede sino ser un materialista elemental. Pero cuando se compromete a extraer conclusiones generalizadoras, e incluso más epistemológicas, de los resultados experimentales obtenidos por él, aquí viene la formación ideológica que recibió en la escuela, que bajo el capitalismo es casi siempre ecléctica e idealista. No es menos evidente la presión de toda la ideología social de la burguesía como ideología de la clase dominante, con la que los científicos burgueses están conectados por innumerables hilos». (E. Kolman; Hacia dónde lleva el subjetivismo a los físicos, 1953)

En cambio, la situación es diferente con el físico teórico. Este: 

«Recibe datos experimentales preparados de un físico experimental y su tarea es generalizarlos en nuevos conceptos. El único objeto material con el que maneja directamente es una pluma estilográfica; con su ayuda, dibuja fórmulas en papel. Su trabajo no es muy diferente del trabajo de un matemático. La física teórica moderna está extremadamente matematizada. Pero las matemáticas son, como saben, la ciencia más abstracta, sus conceptos reflejan la realidad de una manera extremadamente unilateral, solo desde el lado de las relaciones cuantitativas y las formas espaciales, mientras que están conectados con la realidad no directamente, sino por una larga cadena de eslabones intermedios. Por eso un matemático −así como un físico teórico− separa tan fácilmente sus abstracciones de la realidad, olvidando que se derivan de ella, y que sólo aplicados a la realidad pueden justificarse. Comienza a imaginar que estas abstracciones son «creaciones libres» de su mente o que, de hecho, solo hay fórmulas que están escritas ante él en papel». (E. Kolman; Hacia dónde lleva el subjetivismo a los físicos, 1953)

Ahora en el próximo episodio indagaremos sobre algunos puntos clave de la ciencia en la etapa contemporánea del capitalismo». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)

2 comentarios:

  1. Estaba esperando una critica así, en muchas ocasiones, este personaje se ah deslizado (y no es el único) hacia posiciones reaccionarias. Se justifican con su lenguaje academicista y sus interpretaciones desclasdas

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  2. Es un lujo de artículo. Lo he enlazado en mi página.

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«¡Pedimos que se evite el insulto y el subjetivismo!»