«Si se quieren fijar lemas para la literatura alemana contemporánea conviene tener en cuenta que lo que pretende reivindicar, el derecho de llamarse literatura, sólo puede imprimirse exclusivamente en extranjero y leerse casi exclusivamente en el extranjero. El lema carácter popular para la literatura adquiere de esta forma una nota singular. El escritor debe escribir para un pueblo con el cual no vive sin embargo considerándolo más de cerca, la distancia del escritor con respecto al pueblo no es tan grande como se pudiera creer. La estética dominante, el precio de los libros y la policía han puesto siempre una distancia considerable entre escritor y pueblo. A pesar de ello, sería injusto, esto es, no realista, considerar el aumento de la distancia sólo «externamente». Se requieren sin duda alguna esfuerzos especiales para escribir hoy de forma popular. Por otro lado, se ha hecho más fácil, más fácil y más imperioso. El pueblo se ha separado más claramente de sus clases directoras, sus opresores y explotadores se han salido de él y se han embarcado en una lucha con él ya de alcance inapreciable, sangrienta. Se ha hecho más fácil tomar partido. Entre él «público» ha estallado una batalla, por decirlo así.
Tampoco se puede pasar por alto la exigencia de una forma de escribir realista. Se ha convertido ya en algo que se da por sobreentendido. Las clases dominantes se sirven más que antes de la mentira y de una mentira más abultada. Decir la verdad aparece como una tarea cada vez más imperiosa. Los males han aumentado y el número de los afligidos es mayor. A la vista de los grandes males de las masas, el tratamiento de pequeñas dificultades de grupos pequeños produce una sensación de ridículo, de desprecio.
Contra la barbarie creciente sólo hay un aliado: el pueblo, que tanto sufre bajo ella. Sólo de él puede esperarse algo. Por tanto, es lógico dirigirse al pueblo y, más necesario que nunca, hablar su lenguaje.
Así coinciden, de forma natural, los lemas carácter popular y realismo. Es de interés para el pueblo, para las amplias masas obreras, obtener de la literatura imágenes de la vida fieles a la realidad, y las imágenes de la vida fieles a la realidad sirven, en realidad, únicamente al pueblo, a las amplias masas obreras, y deben ser, por tanto, absolutamente comprensibles y provechosas para ellas, populares, por tanto. No obstante, estos conceptos deben ser depurados a fondo antes de confeccionar frases, en las cuales se utilizan y mezclan.
Sería un error considerar estos conceptos totalmente depurados, carentes de historia, no comprometidos, unívocos −«todos sabemos muy bien lo que se quiere decir con ellos, no sutilicemos»−.
El concento de popular mismo no es demasiado popular. No es realista creer que sí. Hay toda una serie de conceptos abstractos que deben ser tratados con precaución. Piénsese tan sólo en «Brauchtum» −«folklore»−, «Konigstum» −«realeza»−, «Heiligium» −«santidad»−, y es sabido que también «Volkstunt» −lo «nacional-popular»− tiene un sonido muy especial, sacro, solemne y sospechoso, que de ninguna manera podernos pasar por alto. No podemos pasar por alto ese sonido sospechoso, porque lo necesitamos imprescindiblemente para el concepto de «Volkstümlich» −«popular»−. Son precisamente las llamadas «expresiones poéticas» en donde «el pueblo» es presentado de forma singularmente supersticiosa, o mejor, que mueve a superstición. Ahí tiene el pueblo sus propiedades inalterables, sus tradiciones consagradas, formas artísticas, usos y costumbres, su religiosidad, sus enemigos hereditarios, su fuerza inagotable, etc., etc. Ahí aparece una curiosa unidad de atormentador y atormentado, de explotador y explotado, de engañador y engañado, y no se trata en absoluto simplemente de las «pequeñas» y numerosas gentes obreras en oposición a los de arriba.
La historia de las muchas falsificaciones que se han hecho con este concepto de «Volkstum» es una historia larga y embrollada y una historia de las luchas de clases. No queremos ahora abordar esta cuestión, queremos solamente no perder de vista el hecho de la falsificación, cuando hablamos de que necesitamos arte popular y queremos decir con ello un arte para las amplias masas populares, para los muchos que son oprimidos por los pocos, «los pueblos mismos», la masa de los productores, que durante tanto tiempo fue el objeto de la política y tiene que ser el sujeto de la política. Recordemos que este pueblo fue mantenido durante mucho tiempo alejado del desarrollo completo mediante poderosas instituciones, agarrotado artificial y brutalmente por convencionalismos, y que el concepto de popular fue tildado de concepto sin historia, estático, no evolucionado. Y nada tenemos que ver con el concepto tomado en esta acepción, o mejor dicho, tenemos que impugnarlo.
Nuestro concento de popular se refiere al pueblo, que no solamente toma parte plenamente en el desarrollo, sino que rotundamente lo usurpa, lo fuerza, lo determina. Nos imaginamos a un pueblo que hace historia, que cambia el mundo y a sí mismo. Concebimos un pueblo combativo y también un concepto combativo de popular.
Popular significa aquello que, de un modo inteligible para las masas, toma sus formas de expresión y las enriquece, toma su punto de vista, lo afianza y lo corrige, sostiene a la parte más progresiva del pueblo a fin de que ésta pueda tomar la dirección, de forma también comprensible para las otras partes del pueblo, enlazando con la tradición, la continua, transmite a la parte, del pueblo que aspira a la dirección las conquistas de la parte ahora dirigente.
Y ahora pasamos al concepto de realismo. También antes de utilizarlo, convendría primero depurar este concepto por viejo, por ser muy utilizado y utilizado por muchos, y para muchos propósitos. Es necesario porque la aceptación de la herencia por el pueblo debe realizarse en un acto de expropiación. Las obras literarias no pueden transmitirse igual que las fábricas, ni las formas de expresión literarias como recetas de fabricación. También el estilo realista, del cual la literatura presenta multitud de ejemplos muy diversos, está impregnado de la manera cómo, cuándo y para qué clase fue dispuesto, impregnado hasta los mínimos detalles. Nosotros, el pueblo que combate, que cambia la realidad, no podemos apegarnos a reglas de narración «probadas», venerables modelos literarios, leyes estéticas eternas. No podemos deducir al realismo de determinadas obras existentes, sino que emplearemos todos los medios, viejos y nuevos, probados y sin probar, procedentes del arte o de cualquier parte, a fin de poner la realidad en manos de los hombres de forma que puedan senorearla. Nos guardaremos bien de calificar de realista, aunque sólo sea una forma de novela determinada histórica, de una época determinada, pongamos por ejemplo la de Balzac o la de Tolstoi, que para el realismo tan sólo establecen criterios literarios puramente formales. Entonces no hablaremos de estilo realista únicamente cuando, por ejemplo, se puede oler, saborear, palpar «todo», cuando hay atmósfera y cuando las fabulas son tratadas de suerte que se efectúen exposiciones psíquicas de las personas. Nuestro concepto de realismo tiene que ser amplio y político, soberano frente a los convencionalismos.
Realista significa: aquello que descubre el complejo causal social, desenmascara los puntos de vista dominantes como puntos de vista de los que dominan, escribe desde el punto de vista de la clase que dispone de las más amplias soluciones para las dificultades más apremiantes en que se halla la sociedad humana, acentúa el momento del desarrollo, posibilita lo concreto y la abstracción.
Son directrices fabulosas y todavía pueden completarse. Y permitiremos al artista que emplee ahí su fantasía, su originalidad, su humor, su sensibilidad. No nos apegaremos a modelos literarios demasiado detallados, no obligaremos al artista a técnicas narrativas demasiado definidas.
Haremos constar que el llamado estilo sensualista −en el cual se puede oler, saborear, palpar todo− no es identificable sin más ni más con el estilo realista, antes bien reconoceremos que existen obras de estilo sensualista que no son realistas y obras realistas que no están escritas de forma sensualista. Habremos de estudiar con todo esmero si realmente la mejor maneja de llevar el argumento es aspirar como efecto final a la exposición psíquica de los personajes. A nuestros lectores no les va a parecer tal vez que se les entrega la clave de los acontecimientos si, seducidos por muchas artes, toman parte solamente en las emociones psíquicas de los héroes de nuestros libros. Adoptando sin un examen a fondo las formas de Balzac o Tolstoi, cansaríamos tal vez a nuestros lectores, al pueblo, tanto como estos escritores suelen hacerlo. El realismo no es una pura cuestión de forma. Copiando el estilo de estos realistas, no seríamos más realistas.
Porque los tiempos corren, y si no corrieran, las cosas andarían mal para aquellos que no se sientan a las mesas de oro. Los métodos se gastan, los encantos se desvanecen. Surgen nuevos problemas y requieren nuevos métodos. La realidad se modifica; para representarla, debe cambiar el modo de descripción. De la nada no sale nada, lo nuevo procede de lo viejo, pero por esto es nuevo.
Los opresores no obran de la misma manera en todas las épocas. No en todas las épocas pueden ser arrestados de la misma manera. Hay tantos métodos de eludir el interrogatorio. Bautizan sus rutas militares con el nombre de autovías. Sus tanques están pintados de suene que parezcan matorrales de Macduff. Sus agentes exhiben callos en las manos, como si fueran obreros. No, para convertir el cazador en venado se requiere invención. Lo que ayer era popular, hoy no lo es, pues el pueblo no es hoy como era ayer.
Todo aquel que no tiene prejuicios formales, sabe que la verdad puede encubrirse de muchas maneras y debe ser dicha de muchas maneras. Que se puede provocar indignación por situaciones inhumanas de muy diversas maneras, mediante la descripción directa en forma patética y en forma objetiva mediante la narración de fábulas y alegorías, en chistes, con hipérboles. En el teatro se puede representar la verdad en forma objetiva y en forma fantástica. Los actores pueden no pintarse −o poco− y comportarse de forma «natural», y todo ser una patraña, y pueden llevar máscaras grotescas y representar la verdad. Poco hay que discutir sobre el caso: hay que buscar los medios según el fin. El pueblo comprende esto de buscar los medios según el fin. Los grandes experimentos escénicos de Piscator −y los míos propios−, en los cuales se trituraban de continuo formas convencionales, encontraron apoyo en los cuadros más adelantados de las clases obreras. Los obreros lo juzgaban todo según la verdad que contenía, aplaudían toda innovación provechosa para la representación de la verdad, del verdadero engranaje social, rechazaban todo cuanto pareciera juego, tramoya que trabajara por amor a sí misma, es decir, que ya no correspondiera, o aún no, a su finalidad. Los argumentos de los obreros nunca fueron literarios o dramático-estéticos.
No se puede mezclar el teatro con el film, esto no oímos decirlo nunca aquí. Si el film no estaba bien insertado, se decía a lo sumó: «El film aquí es superfluo, distrae». Coros de trabajadores declamaban pasajes en verso de ritmo complicado −«Si fueran rimas, descenderían como agua, y nada quedaría colgado»− y cantaban difíciles −insólitas− composiciones de Eisler −«Da ist Kraft darin»−. Pero tuvimos que modificar determinados versos cuyo sentido no era claro o era falso. Cuando en las canciones de marcha, que estaban rimadas a fin de poderlas aprender más fácilmente, y a las cuales se daba un ritmo sencillo para que «pasaran» mejor, aparecían ciertas sutilezas −anomalías, complicaciones, decían: «Ahí hay maña, es divertido»−. Lo gastado y trivial, lo tan usual que va no hace pensar en nada, no les gustó. −«Eso no conduce a nada»−. Se necesita una estética, ahí la había. Nunca olvidaré cómo me miró un obrero a quien, a su sugerencia de añadir algo más a un coro sobre la Unión Soviética −«Hay que poner esto también, si no, ¿para qué?»−, contesté que esto haría saltar la forma artística: sonriendo, con la cabeza ladeada. Toda una parte de la estética se venía abajo con esta sonrisa cortés. Los obreros no tenían miedo de aleccionamos, y no tenían miedo de aprender.
Es por experiencia que digo: no hay que tener miedo de comparecer ante el proletariado con cosas osadas/insólitas, cuando sólo tienen que ver con su realidad. Siempre habrá gente ilustrada, expertos en arte que se entrometan con un «Esto el pueblo no lo comprende». Pero el pueblo, impacientado, empuja a un lado a esta gente y se entiende directamente con los artistas. Existe material de alta calidad, hecho para camarillas, para crear camarillas, la dosmilésima transformación del viejo sombrero de fieltro, la pigmentación del viejo pedazo de carne, putrefacto: el proletariado lo rechaza −«tiene inquietudes»− meneando la cabeza con un ademán escéptico, en realidad indulgente. No es el pimiento lo que se rechaza, sino la carne corrompida; no la dosmilésima forma, sino el viejo fieltro. Cuando ellos mismos componían y hacían teatro, eran admirablemente originales. Él llamado «Arte Agit-prop» −de agitación y propaganda−, ante el cual los mejores no arrugaban la nariz, fue una fuente de medios y modos de expresión artísticos nuevos. En él surgieron magníficos elementos, largo tiempo olvidados, de épocas artísticas auténticamente populares, adaptados, con audacia a los nuevos fines sociales. Abreviaciones y resúmenes atrevidos, bellas simplificaciones; a menudo con una elegancia y una concisión sorprendentes y con una visión intrépida de lo complejo. Podía haber muchas cosas primitivas, pero su primitivismo no era de la especie de la que adolecían los retratos psíquicos, aparentemente tan diferenciados, del arte burgués. No está bien rechazar un estilo literario, a causa de algunas estilizaciones malogradas, que se esfuerza −y a menudo con éxito− por destacar lo esencial y hacer posible la abstracción. El ojo perspicaz de los obreros penetró la superficie de las ilustraciones naturalistas de la realidad. Cuándo los obreros, en «Fuhrmann Henschel» decían acerca del análisis psíquico: «No queremos saberlo con tanto detalle», se escondía detrás el deseo de que les expusieran con más precisión las verdaderas fuerzas motrices sociales que actúan bajo la superficie de lo simplemente aparente. Para citar experiencias propias: no repararon en la fantástica indumentaria, el ambiente aparentemente irreal de «La ópera de tres centavos». No fueron estrechos, odiaban la estrechez −sus viviendas eran estrechas−. Fueron generosos, los empresarios eran mezquinos. Encontraron alguna cosa superficial, de la cual los artistas decían que era necesaria para ellos, pero, con todo, fueron generosos, no estaban en contra del exceso, al contrario, estaban en contra de lo superfluo. No pusieron bozal al buey mientras estaba trillando, aunque fueron a ver si trillaba. «El método»: en esto no creían. Sabían que les hacían falta muchos métodos para alcanzar la meta».
Los criterios para carácter popular y realismo deben ser escogidos, por tanto, con tanta liberalidad como cuidado, y no debe ser sacados únicamente de obras realistas existentes y obras populares existentes, como ocurre con frecuencia. Procediendo así, se obtendrían criterios formalistas, y un carácter popular y un realismo de pura forma.
Si una obra es o no realista no se puede comprobar examinando únicamente si se parece o no a obras existentes, llamadas realistas, clasificadas de realistas para su época. En cada caso particular hay que comparar la descripción que hace de la vida −en vez de sólo con otras descripciones− con la misma vida descrita. Y también por lo que hace al carácter popular existe un proceder enteramente formalista del cual hay que guardarse. La inteligibilidad de una obra literaria no viene únicamente dada por el hecho de que está exactamente igual escrita que otras, obras que fueron comprendidas. Tampoco estas otras obras que fueron comprendidas fueron siempre escritas exactamente igual que las obras antes de ellas. Se había hecho algo para que fueran inteligibles. Por tanto, también nosotros hemos de hacer algo para que las nuevas obras lo sean. No existe únicamente el ser popular, sino también el hacerse popular.
Si queremos hacer una literatura viva, combativa abarcada plenamente por la realidad y que abarque la realidad, verdaderamente popular, debemos seguir el paso del desarrollo impetuoso de la realidad. Las grandes masas obreras del pueblo están ya a punto de marcha. La actividad y la brutalidad de sus enemigos lo demuestran». (Bertolt Brecht; Carácter popular y realismo, 1938)
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