jueves, 19 de noviembre de 2020

Los catastrofistas que creen que los desastres naturales «aceleran la revolución»; Equipo de Bitácora (M-L), 2020


[Publicado originalmente en 2020. Reeditado en 2021]

«En los años 30 entre los círculos del Partido Comunista de Alemania (PCA) se abanderó la idea de que cuanto más paupérrima fuese la situación de las masas trabajadoras, más fácil sería para ellas darse cuenta de los males del capitalismo, por lo que teorizaba que más pronto que tarde virarían hacia el partido anticapitalista, los comunistas, para solucionar sus problemas. En su mentalidad, la llegada de los nazis solo podía acelerar la revolución comunista, de ahí el terrible eslogan: «Después de Hitler, nuestro turno». Esto fue motivo de preocupación en la Internacional Comunista (IC), que denunció tal teoría catastrofista:

«Dentro del partido, hemos detectado fenómenos malsanos que comenzaron a aumentar a través de tendencias abiertamente correctas, distorsionando de forma oportunista las tácticas de frente único y compadeciéndose ante los socialdemócratas, así como tendencias sectarias expresadas durante las elecciones en discursos de comunistas en la prensa durante la segunda vuelta, donde pedían votar por la candidatura de Hitler porque el ascenso de Hitler al poder agudizaría la situación política del país y conduciría a la aceleración del resultado revolucionario». (Carta de Pyatnitsky a Stalin con un resumen informativo adjunto sobre la actividad del Partido Comunista de Alemania, 10 de mayo de 1932)

En la práctica la llegada del fascismo en 1933 restringió aún más la libertad para los comunistas, por lo que lejos de poder cumplir con su papel de educación y dirección de las masas, prácticamente desaparecieron del mapa. Tiempo después cuando estas empezaron a dar muestras de cierta resistencia durante el régimen nazi, el partido comunista estaba bajo mínimos y no tenía un ambiente político en el cual poder desempeñar su rol sin exponerse a dificultades extremas. Varias de estas tesis fueron criticadas por la IC, aunque en honor a la verdad ella también fue partícipe de otros errores similares en cuanto a la subestimación del fascismo, tema que hemos ahondado en otros documentos. Se vuelve cómico pues, que algunos hoy traten de reivindicar la teoría y de Thälmann como modelo antifascista a seguir. El revisionismo vive del mito, pero el marxista trata de que separar la paja del grano. Véase el capítulo: «Quien adopta el mito de Thälmann acepta el destino al que conducen sus errores» de 2017.

Hoy muchos charlatanes parlotean que esta crisis causada por el COVID-19 pondrá o podría poner fin al sistema capitalista, abriendo enormes posibilidades para una nueva «sociedad alternativa». En cualquiera de sus versiones esto es una majadería y recuerda demasiado a otras teorías del colapso que ya hemos analizado otras veces. Así pues, no son teorías nuevas, sino nociones adaptadas a un escenario de pandemia, estos confusos planteamientos deben aclararse una vez más, especialmente para aquellos elementos honestos que son afines a estas tesis por motivos de inmadurez. Véase el capítulo: «La tendencia en ver en cualquier crisis la tumba del capitalismo» de 2017.

En el primer supuesto, existen individuos de razonamiento utópico −es decir, que como Pablo Hasél, ignoran las leyes sociales y son «comunistas de corazón» pero «anarquistas de cerebro−, mientras hay otros imbuidos por corrientes afines a un «primitivismo socio-económico» −es decir, que consideran que deberíamos abandonar el capitalismo, pero no para transitar a algo cualitativamente superior, sino más bien para retroceder a las sociedades del Neolítico−. Ambos grupos esbozan que, «gracias» a los desastres naturales que veremos agudizarse dentro de poco a razón del cambio climático −desbordamiento de ríos, subida del nivel del mar, deforestaciones, incendios masivos, inundaciones, seísmos y demás− y/o a fenómenos similares de la actual pandemia mundial −pero a una escala de gravedad mucho mayor que la que vivimos− que esto hará colapsar tarde o temprano las infraestructuras básicas creadas por el ser humano y sus comunicaciones −puentes, carreteras, vehículos, internet, telefonía, etcétera−.

Pero este «afortunado» supuesto del que hablamos −feliz perspectiva, desde luego, para los misántropos y las cucarachas, no para nosotros−, la sociedad no caería por arte de magia en algo parecido al «comunismo» ni nada que, en la mente de estos idiotas, se le pueda parecer. Pensar que en esta situación apocalíptica la gente abrazaría el comunismo es erróneo: la mayoría de la población antes, durante o después de tal catástrofe desconocería los fundamentos del mismo, siendo, por tanto, que sería incapaz de implantarlo, salvo que pensemos, cual socialista utópico, que «cada hombre lleva implantado el germen del comunismo en lo profundo de su corazón» y demás pamplinas. Esta simplificación sobre la revolucionarización de las masas solo cabe en la cabeza de un soñador demente. En todo caso, a lo que se llegará es a experimentos asociativos y ensayos caritativos como los que vemos hoy en la sociedad capitalista. Más allá del grado de destrucción de las fuerzas productivas y el nivel de retroceso que pudiera haber por este tipo de desastres naturales, lo más probable es que el capitalismo, aunque sin estar tan «globalizado», continuase o, en el peor de los casos, se retrocediera a una sociedad mercantil primitiva −donde nos gustaría ver cómo se las arreglan los apologistas de la teoría catastrofista−. Ha de quedar claro que apegarse a esta perspectiva con el fin de «crear una sociedad mejor» es intentar matar una mosca a cañonazos.

Todo esto y no otra cosa sería la consecuencia lógica de este «anhelado desastre», ya que la sociedad que sufriese tales reveses vendría de una anterior sociedad capitalista y su mentalidad estaría mayoritariamente encajada en los mismos esquemas. De hecho, el instinto de supervivencia agudizaría el individualismo; ya no se trataría de un consumismo para satisfacer el ego, sino de uno para satisfacer el estómago. «¡Pero esa necesidad material y espiritual de algo nuevo y diferente crearía la necesidad del comunismo!» dirán algunos. Esto es teorizar, pues, que para que haya una sociedad comunista necesitamos volver a la época de las cavernas o, peor aún, comparar el comunismo primitivo con el comunismo contemporáneo, que, por si no se habían dado cuenta estos zotes, nada tienen que ver.

Alguien que afirma que la humanidad necesita de un desastre natural −o provocado− para cambiar de sistema donde paguen justos por pecadores es algo sospechosamente reminiscente de los propósitos de los ecofascistas, sin embargo, el marxismo promulga que el ser humano jamás debe ser sometido a la ciencia y la técnica de forma pasiva, no debe dominar la naturaleza sin hacerse ninguna pregunta; sino que la voluntad humana debe dominar la técnica siendo consciente de que su uso no debe hacer mayor acopio que el de satisfacer sus necesidades, razón por la que es necesario un cambio de sistema político, económico y cultural. Véase el capítulo: «Sobre el llamado ecologismo y ecosocialismo» de 2017.

El segundo supuesto, el de la teoría «catastrofista», piensa que «cuanto peor mejor», ve en la actual crisis el mejor impulso posible para una futura revolución. Esto es algo de lo que algunos maoístas y anarquistas se hacen eco estos días, pero que es absurdo del todo. Pensar seriamente que el caos sanitario va a propiciar una «agudización de las contradicciones de clase» y que, a su vez, esto llevará a una «revolución», es un planteamiento quijotesco. Ante todo, es ignorar los mecanismos del sistema para defenderse y salir airoso que ya explicamos más arriba. Véase el capítulo: «La tendencia en ver en cualquier crisis la tumba del capitalismo» de 2017.

Esto recuerda a los anarquistas, quienes desataban el terrorismo con fines excitativos. ¿Por qué? Pues, según los ácratas, porque esto agudizaría la represión sistémica que, a su vez, causaría un levantamiento popular o, en su defecto, porque el terror podría hacer colapsar el sistema por el caos de las bombas y la inseguridad, resultándoles así la toma de poder una empresa más asequible. ¿Qué podía salir mal de un plan tan lógico?

«Svoboda [los eseristas] hace propaganda del terror como medio para «excitar» al movimiento obrero e imprimirle un «fuerte impulso». ¡Es difícil imaginarse una argumentación que se refute a sí misma con mayor evidencia! Cabe preguntar si es que existen en la vida rusa tan pocos abusos, que aún falta inventar medios «excitantes» especiales. Y, por otra parte, si hay quien no se excita ni es excitable ni siquiera por la arbitrariedad rusa. (...) Además, unos [los anarquistas] se precipitan en busca de «excitantes» artificiales, otros [los reformistas] hablan de «reivindicaciones concretas». Ni los unos ni los otros prestan suficiente atención al desarrollo de su propia actividad en lo que atañe a la agitación política y a la organización de las denuncias políticas. Y ni ahora ni en ningún otro momento se puede sustituir esto por nada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

Pero en caso de que la crisis actual propiciase unas condiciones más aptas para la agitación social, el factor subjetivo seguiría siendo casi nulo en la mayoría de los países, con lo que seguirían sin darse los factores necesarios para una revolución con mayúsculas. Dicho de otro modo: todo grupo o individuo que propaga que hay que celebrar, incluso que hay promover el descontrol de una pandemia mundial cuando se carece de una verdadera estructura política contrahegemónica en activo que pueda capitalizar dicha crisis, es el equivalente a desear en vano el sufrimiento de los asalariados, y normalmente esconde la vaga y egoísta esperanza de que gracias a esto se resolverán mágicamente los problemas relacionados con su falta de influencia sobre la población. Pero han de saber que en el hipotético caso de esta situación extrema esta no será la panacea para resolver sus tareas pendientes que llevan arrastrando toda una vida: bien sea en lo ideológico −falta conocimientos y coherencia− o en lo organizativo −falta de disciplina o eficacia−. Y si esta forma de discurrir es muy necia, más iluso aún es imaginar que sin tener un «marco de referencia» templado en una y mil pruebas −el partido−, algún buen día las masas decidirán −sin más− levantarse contra el gobierno y, una vez lograda la proeza de derrocar al sistema imperante espontáneamente, pasarán a construir la nueva sociedad socialista sin mayor problema, a base de «amor», «solidaridad» y «culto a la justicia». Algo surrealista, voluntarista y sin sustento histórico, pues en el milagroso caso de que eso ocurriese, al día siguiente todos los integrantes de este proyecto estarían discutiendo sobre cómo interpreta cada uno eso del «socialismo» y no se pondrían de acuerdo ni en lo más básico. Se nota, pues, que estos tipos, más que inspirados por Marx, están inspirados por el anarquismo de Bakunin más nauseabundo e infantil:

«Un revolucionario desprecia cualquier teoría: renuncia a la ciencia actual y la deja para las generaciones futuras». (Mijail Bakunin &; Sergei Nechayev; Catecismo revolucionario, 1866)

El proletariado, hasta que no pueda tomar el poder y edificar su propio sistema, debe defenderse dentro del capitalismo con toda la agresividad posible; debe exigir y presionar para obtener todas las prebendas que pueda sobre materia de vivienda, sanidad, educación, salarios, etcétera que mejoren su situación y que permitan su organización, concienciación y actuación, y esto jamás podrá hacerlo de forma efectiva sin un «marco de referencia» reglamentado y disciplinado. Lo uno va con lo otro. Dicho esto, recordemos, el objetivo del partido no son las reformas; centrarse unívocamente en ellas es muestra de una desviación economicista sin perspectivas revolucionarias y un síntoma de su caída en el posibilismo y el reformismo.

A su vez, tenemos asignado otra tarea, la de evidenciar ante los trabajadores que las crisis no son casuales y que la incapacidad de los diversos gobiernos y sus séquitos para resolverlas tampoco. Es decir, hay que explicar con paciencia y de forma sencilla las causas de este tipo de situaciones recurrentes, pero sin caer en el fatalismo y el derrotismo, sino tratando de abrir la perspectiva de que la sociedad socialista −por supuesto, en su concepción científica, es decir, marxista-leninista−, no solo es un modelo alternativo real, sino que es la única conclusión lógica, la cual debe coronarse con la abolición de las clases sociales, el comunismo.

Retomando la idea anterior, aquella que dice que «gracias a X desastre natural el sistema económico capitalista volará por los aires», desconoce de todo concepto de economía política. Quienes la propagan no parecen entender todavía que mientras los trabajadores sigan en la inopia la burguesía tiene todo de cara para maniobrar y hacer todo lo posible para que ese «hundimiento global de la economía capitalista» nunca suceda». (Equipo de Bitácora (M-L)Algunas consideraciones sobre el COVID-19 [Coronavirus], 2020)

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