«No es más que una interesada falsa representación por parte de los burgueses de Manchester el describir como «socialismo» toda interferencia del Estado con la libre competencia: aranceles protectores, gremios, monopolio del tabaco, nacionalización de las ramas de la industria, compañías comerciales de ultramar, Fábrica Real de Porcelana. Eso es algo que debemos criticar, pero no creer. Si hacemos esto último y basamos un argumento teórico sobre ello, éste se colapsará junto con sus premisas; simplemente cuando se pruebe que este supuesto socialismo no es más que reacción feudal por un lado y, por otro, un pretexto para la extorsionar, su objetivo secundario siendo convertir al mayor número posible de proletarios en funcionarios y pensionistas dependientes del Estado, y organizar, junto al disciplinado ejército de oficiales y militares, un ejército similar de trabajadores. Sufragio obligatorio impuesto por altos funcionarios en vez de que éste sea impuesto por supervisores de fábrica, ¡un buen socialismo aquél! Aquí es donde se llega si se cree lo que el propio burgués no cree, pero sólo pretende hacerlo, a saber, que Estado=socialismo. (Friedrich Engels; Carta a Eduard Bernstein, 12 de marzo de 1881)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
«Bismarck declaró que la represión por sí sola no era suficiente para aplastar al socialismo; lo que se necesitaba, además, eran medidas para remediar los innegables males sociales, para asegurar la regularidad del trabajo, para prevenir las crisis industriales y lo que sea. Prometió introducir estas medidas «positivas» de bienestar social. (...) En 1873 llegó la crisis. Nuestros dos bancos se vieron cargados con sus montones de acciones ferroviarias que ya no podían hacer que tosieran los millones que se habían tragado. El plan de subyugar a las compañías ferroviarias había fracasado. Así que cambiaron su rumbo e intentaron venderlas al Estado. El plan de concentrar todos los ferrocarriles en manos del Gobierno Imperial no tiene su origen en el bienestar social del país, sino en el bienestar individual de dos bancos insolventes. La implementación del plan no fue demasiado difícil. Habían «interesado» a un buen número de parlamentarios en las nuevas empresas, dominando así a los partidos liberales nacionales y conservadores moderados, es decir, a la mayoría. Algunos altos funcionarios del Imperio, algunos ministros prusianos, habían participado en los turbios acuerdos por los que se fundaron estas empresas. En última instancia, Bleichroeder era el banquero y factótum financiero del Sr. Bismarck. Así que no les faltaron los medios. Mientras tanto, para que valiera la pena vender las acciones del ferrocarril al Imperio, era necesario subir el precio de las acciones. Entonces, en 1873, crearon una «oficina de ferrocarriles imperiales»; su jefe, un conocido especulador turbio, elevó de inmediato las tarifas de todos los ferrocarriles alemanes en un 20%, lo que supuestamente aumentaría los ingresos netos y, por tanto, también el valor de las acciones en aproximadamente un 35%. Este fue el único paso que dio este caballero; era la única razón por la que había aceptado sus deberes; por eso renunció poco después». (Friedrich Engels; El socialismo del señor Bismark, 1880)
«Si la nacionalización de la industria del tabaco fuese socialismo, habría que incluir entre los fundadores del socialismo a Napoleón y a Metternich. Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas. De otro modo, habría que clasificar también entre las instituciones socialistas a la Real Compañía de Comercio Marítimo, la Real Manufactura de Porcelanas, y hasta los sastres de compañía del ejército, sin olvidar la nacionalización de los prostíbulos propuesta muy en serio, allá por el año treinta y tantos, bajo Federico Guillermo III, por un hombre muy listo». (Friedrich Engels; Del socialismo utópico al socialismo científico, 1880)
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