miércoles, 11 de noviembre de 2020

Algunas cuestiones relativas a la crítica del anarquismo


«Es muy posible que algunos camaradas evitan hacer la crítica de principio al anarquismo y el socialfascismo [1], temiendo no establecer la diferenciación entre los jefes y las masas. Es este un profundo error atacar el anarquismo en tanto que corriente social determinada, no equivale de ningún modo a atacar a los obreros anarquistas; al contradecirles prestarles, una ayuda necesaria para permitirles libertarse de la cautividad burguesa. Justamente así es como hay que plantear la cuestión Es necesario denunciar la traición de los jefes anarquistas. Y es sobre la base de los principios, para mostrar que esta traición es debilitar el carácter mismo de la ideología y de la política del anarquismo. Y entonces ya no habrá duda sobre si se debe hablar de todos los jefes o solamente de algunos de ellos. 

La tarea más importante planteada ante el Partido Comunista de España (PCE) por los acontecimientos del 8 y 9 de enero de 1933, la tarea que consiste en desenmascarar resueltamente, desde el punto de vista de principio, el método anarquista de «hacer la revolución» se halla así irrealizada. Importa, pues, concentrar atención y las fuerzas suficientes para realizarla. 

Ante todo, es necesario vencer algunos puntos de vista erróneos en apreciación del anarquismo y del anarco-sindicalismo español. Hay tendencia a establecer una distinción de principio entre la fracción Pestaña-Peiró, como anarco-sindicalista, anarco-reformista, y la F.A.I. corriente del anarquismo puro [2]. Y si es lícito, conforme a esta tendencia, llamar a os primeros enemigos, es necesario calificar a los segundos de «amigos que se equivocan»

Es esta una discriminación inexacta. Es cierto que los obreros anarquistas son para nosotros amigos equivocados, hermanos de clase equivocados. Pero esto es, también cierto para los obreros que siguen a Pestaña-Peiró, así como para los obreros socialistas. En cuanto al anarquista más puro, al más «izquierdista», para nosotros es una corriente hostil así como el anarco-reformismo y el social-fascismo. 

Tenemos tanta menos razón de oponer el «anarquismo puro» al anarco-sindicalismo, cuanto que la Federación Anarquista Ibérica (F.A.I.) se atiene prácticamente a las posiciones sindicalistas, operando en el seno de la Confederación Nacional del Trabajo (C.N.T.) y como su fuera directriz. La base ideológica de principio de la F.Á.I. y de Pestaña-Peiró es una y la misma. El sitio esencial es reservado en ella a la consigna comunismo libertario. Tanto la F.A.I. como Pestaña, ponen los dos el comunismo libertario a título de panacea universal contra los males sociales. 

Para criticar la consigna de comunismo libertario, para denunciar su verdadera esencia, se ha hecho muy poco hasta ahora. Es esta un omisión intolerable. Algunos comunistas participan todavía de la opinión de que el comunismo libertario de los anarco-sindicalistas, es precisamente la fase superior del comunismo al que nosotros aspiramos. Por tanto, los anarquistas tienen el mismo ideal que nosotros y se diferencian solamente en la elección del camino a recorrer. Insuficientemente realistas, se muestra impacientes y quieren alcanzar la futura sociedad sin clases de una vez «en aeroplano», sin darse cuenta de la necesidad de pasar por la fase de la dictadura del proletariado. 

Es esta una manera extraordinariamente peligrosa, no bolchevique, doctrinaria, no política, de plantear la cuestión. Es una gran concesión al anarquismo; es reconocer que el anarquismo se da una idea razonable de la sociedad futura. No es una casualidad que justamente este punto de vista haya sido emitido y propagado por el jefe del partido social revolucionario pequeñoburgués cercano al anarquismo. No basta que los anarquistas hablen de una sociedad armoniosa, organizada. En la discusión con los obreros anarquistas, importa tomar su tendencia instintiva a la sociedad organizada sin clases, como punto de partida para probar lo bien fundado del bolchevismo. Pero no hay que embellecer al anarquismo con el reconocimiento de que su «ideal» es una verdadera sociedad organizada pin clases. 

El «ideal» anarquista de hecho está bastante alejado de las concepciones bolcheviques del comunismo. Nosotros vemos la fase superior del comunismo, cuando no haya ni clases ni Estado, de una manera muy diferente de como la ven los anarquistas. Nosotros concebimos para el porvenir una sociedad organizada de trabajadores libres, basada en la más alta técnica y en un plan económico único. En cuanto a los anarquistas, entrevén una federación de comunidades pequeñoburguesas con el mantenimiento de la pequeña producción y el cambio entre pequeños productores. 

En el folleto recientemente aparecido de Isaac Puente, conocido teórico del anarquismo, «El comunismo libertario», esta sociedad pequeñoburguesa es descrita con más o menos detalles:

«Donde cada, centro habitado ofrecerá el excedente de su producción a cambio de lo que le falte». (Isaac Puente; El comunismo libertario, página 37)

Esto está muy lejos de la consigna comunista «De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades». El «ideal» de Isaac Puente mantiene los cambios y conserva de hecho las clases, o al menos el terreno que engendra las diferencias de clase. 

De una manera general, los anarquistas no se dan una idea clara de la sociedad futura. No van más allá de las confusas fantasías pequeñoburguesas. Es más, incluso erigen en virtud su falta de perspectivas. En el mismo folleto hace Isaac Puente esta declaración «original»

«[Los hombres] comienzan por la decisión de obrar y, al obrar, aprenden. El médico comienza a cuidar antes de poseer su arte; se hace dueño de él equivocándose y fracasando innumerables veces. Antes de haber aprendido la economía doméstica, la mujer alimenta a su familia manejando su salario insuficiente». (Isaac Puente; El comunismo libertario, pág. 19) 

Hay que explicar a los obreros todo lo nocivo de los intentos hechos por los fanfarrones pequeño-burgueses para transformar al proletariado en víctima de las experiencias de los médicos no iniciados en su arte. La revolución impone el conocimiento de las leyes que rigen la lucha de clases, impone claras perspectivas. El argumento relativo a la mujer de casa que «antes de haber aprendido maneja su salario insuficiente», es especialmente característico de la estrechez pequeño-burguesa de la «teoría» anarquista. ¿No es la economía pública algo más compleja que la economía doméstica de una sola familia? Sobre este punto no puede prescindirse de un estudio previo de la lucha de clases. Es precisa mostrar a los obreros anarquistas que el «estudio previo» de la lucha de clases hecho por Marx y Lenin, es absolutamente indispensable para organizar bien la lucha del proletariado contra la burguesía. 

Cuanto más se profundizan los renacimientos «teóricos» de los anarquistas, más claramente se ve su contenido proudhoniano oportunista pequeñoburgués. Proudhon es justamente el representante más notorio de la idea utópica sobre el cambio sin dinero entre pequeños productores. Son los proudhonianos los que defendieron contra Marx la intangibilidad de la «economía doméstica», familiar, por la que Isaac Puente continúa guiándose. 

El PCE ha hecho muy poco hasta ahora para denunciar debidamente, ante los obreros anarquistas revolucionarios, este contenido derechista, conservador, no revolucionario, de la idea anarquista. Nuestros camaradas han insistido más en el hecho de que es inadmisible saltar por encima de la dictadura del proletariado, sin darse cuenta de que este salto no es lo que hay demás esencial, puesto que los anarquistas no tienen siquiera adonde saltar. Los anarquistas simulan tomar impulsos de importancia, pero esto no es más que un gesto. Es preciso, pues, mostrar a los obreros lo que se oculta detrás de este gesto de los anarquistas. 

Hay algunos ejemplos que se salen de lo ordinario. Un señor llamad Schmidt, fabricante de Barcelona, entregó por algún tiempo su fábrica un comité obrero dirigido por anarquistas. Al regreso de Schmidt, comité obrero le restituyó la fábrica en toda su integridad. «Solidaridad Obrera» publica la carta del fabricante en la que este último da las gracias a los obreros y expresa el deseo de que «esta armonía recíproca continué durante largos años». El órgano central de los anarquistas añade por su parte: «Los comentarios son superfinos. Publicamos estas líneas para dar satisfacción a los obreros de la fábrica Schmidt y a título de lección para los burgueses interesados y desconfiados». ¿Qué tiene de común esta complacencia servil ante los «buenos» burgueses, con la política proletaria revolucionaria, por inconsecuente y más comprendida que sea? Los anarquistas españoles, los más «puros», los más «extremos», confirman cada día más la indicación de Lenin, señalando que hay todo un abismo entre el anarquismo y el comunismo; que la concepción de lo anarquistas es una concepción burguesa al revés, que son partícipes d una u otra política burguesa. Del mismo modo se confirma cada día la justeza de la afirmación de Stalin diciendo que el anarquismo y el anarco-sindicalismo son «en el fondo, una variedad socialdemócrata»

Evidentemente, hay que saber observar lo que distingue el socialfascismo del anarco-sindicalismo, la fracción de Pestaña de la F.A.I. Pero es necesario destacar la base común que engendra las distinciones para atacar sobre este punto con tanta mayor seguridad. 

El defecto extraordinariamente importante de la crítica aportada a anarquismo por el PCE, es que esta crítica se diría que parte de la derecha, incluso a veces parece deslizar hacia la posición de lo «realistas» que no saben más que contener a los revolucionarios impacientes. Este estado de cosas hace perfectamente el juego a los demagogos anarquistas que difunden la calumnia de la unidad del socialfascismo, del bolchevismo. Frente a esta calumnia es importante descubrir la realidad de las cosas. Hay que mostrar que el anarquismo y el socialfascismo dos variedades de la influencia oportunista ejercida por la burguesía y la pequeña burguesía sobre el proletariado, dos métodos empleados por la burguesía para esclavizar al proletariado. 

No hay duda de que hay que denunciar los gestos de «izquierda» del anarquismo, su putchismo provocador. Pero es preciso proceder de manera que se vea cómo estos gestos de «izquierda» abrigan un contenido de derecha y, al atacar este último, descubrir la verdadera faz del bolchevismo, el único partido revolucionario del proletariado. Es preciso mostrar que no es la impaciencia revolucionaria lo que constituye el principal crimen del anarquismo, sino su sabotaje de la lucha política del proletariado, de la organización de la revolución.

¿En qué consiste el sentido objetivo del odio que tienen los anarquistas al partido político de la clase obrera, a la dictadura del proletariado? En el apoyo de la política burguesa y en el desarme del proletariado frente a todo el que quiera arrebatarle su partido y el poder político, dejándole de este modo las manos inermes.

Desarme del proletariado, este es el crimen principal del anarquismo, el contenido esencial de su actividad diaria. En cuanto a las acciones revolucionarias –como las del 8 y 9 de enero de 1933– no son más que gestos aislados de pequeño burgués rabioso. 

Esta «lucha» contra el gobierno burgués de coalición, no puede ser llamada revolucionaria. De hecho, los anarquistas tienden, en este caso, no a desarmar al Estado. burgués, sino a sustituir el gobierno Azaña-Prieto por otro gobierno burgués sin socialistas. 

Importa también examinar otra circunstancia que tiene una importancia de primer orden: es la ligazón del anarco-sindicalismo con el fascismo [4], la aparición de «un singular fascismo ibérico» en la vecindad, inmediata del anarquismo, en parte en su propio medio y en todo caso en un terreno ideológico común. En Portugal ha crecido un movimiento «nacional-sindicalista» fascista, cuyo sentido e importancia resaltan claramente de su misma denominación. En España también se ha organizado un grupo «nacional-sindicalista». No tiene todavía ninguna fuerza política, pero es significativo como síntoma, como iniciación. 

Más significativo, no ya como síntoma, sino como una fuerza política real, son el grupo «La Tierra» y el Partido Social Revolucionario de Iberia –así se llama ahora la minoría del Partido Social Revolucionario después del paso de la mayoría, con Balbontín a la cabeza, al comunismo– Estos dos grupos están muy próximos al anarquismo, hacen bloque con él y le sostienen. El Partido Social Revolucionario de Iberia motivó su negativa a seguir a Balbontín, precisamente en el deseo, de no romper con el anarquismo. Cosa característica: aunque «La Tierra» ataque frecuentemente al fascismo, este grupo representa una de las vías que sigue el desenvolvimiento del fascismo en España. El director de «La Tierra», Cánovas Cervantes, propaga enérgicamente su teoría nacionalista de raza de la revolución española y realiza una campaña desenfrenada contra el marxismo. 

No es una casualidad que se hayan dejado ver notas simpáticas a Hitler en las columnas de «La Tierra». Hitler representa la revolución de «raza», mejor que los «valientes comunistas de Thaelman y Kemmele», declara Francisco Mateos, hoy uno de los jefes del Partido Social Revolucionario de Iberia. (La Tierra, 17 de septiembre de 1932) 

«La Tierra» explica sus simpatías hacia el anarquismo, por el hecho preciso de que:

«El anarco-sindicalismo es un fenómeno fundamentalmente español. Lo que tiene de sintomático es que no obedece a ninguna doctrina extranjera. No es el marxismo». (La Tierra; Edición, 6 de septiembre de 1932)

No es necesario explicar lo que quieren decir estas afirmaciones. 

Es de gran importancia observar que los anarco-sindicalistas aceptan con satisfacción estos elogios. Además, ellos mismos se vanaglorian de su «originalidad de raza». La F.A.I. es justamente la federación de anarquistas de Iberia. En su campaña antimarxista, los anarquistas se quieren dejar ganar por «La Tierra». Tampoco se quedan atrás en calumnias antisoviéticas absolutamente disparatadas. La prensa, anarquista y «La Tierra» ocupan sin lugar a ninguna duda las primeras filas del frente antisoviético contrarrevolucionario. Para probarlo, basta citar algunos pasajes de la tesis del anarquista Comejas Vicente, publicadas:

«Rusia ha hecho una revolución de tipo capitalista. Hay un abismo entre esta revolución y la anarquista. Parece que la única solución que le queda a las naciones organizadas, según el antiguo modelo, es el aniquilamiento del bolchevismo. La revolución rusa podría servir de embrión voluntario e indirecto para una nueva era, si consiguiésemos hacer suerte que estallase la guerra contra ella». (La Tierra; Edición, 14 de febrero de 1933)

Los anarquistas se colocan como los instigadores directos de guerra contra la Unión Soviética. Es este un hecho que no necesita comentarios. Si a esto se añade que los anarquistas son de un tesón excepcional en su lucha contra el Partido Comunista, que practican el terror contra los militantes comunistas y declaran que para ellos «el comunismo es peor que el fascismo», no hay duda que puede hablarse con pleno derecho del nacimiento de los elementos anarco-fascistas en España. 

En el fondo no tiene nada de extraño. El pequeño-burgués rabioso desvía fácilmente contra el proletariado los golpes que destinaba a la burguesía. Es preciso sustraer al obrero anarquista a la influencia ideológica de los pequeño-burgueses. A este efecto conviene desplegar una crítica de principio, seria y profunda, del anarquismo, sin detenerse en los hombres «equilibrados» que tratan de vencer a los «impacientes», sino ateniéndose a la posición de los únicos revolucionarios, de los revolucionarios proletarios, bolcheviques, que tratan de arrancar la envoltura izquierdista y demostrar todo lo que el anarquismo encierra de oportunista, traidor, de desorganizador y de provocador. 

El frente único de combate con los obreros anarquistas y socialistas

Basta separarse, un solo paso de la verdad incontestable para que «esa verdad se torne error», decía Lenin. Por eso debemos ponernos en guardia contra la falsa interpretación de la necesidad, subrayada por nosotros, de desplegar una crítica de principio contra el anarquismo. 

Esta, crítica necesaria no debe ser interpretada como una crítica doctrinaria, académica, desprovista del contenido político y del tacto indispensables. No hay que perder de vista un solo instante la tarea esencial consiste en ganar las masas a nuestro lado, en formar el frente único con los obreros anarquistas.

La cuestión relativa a una seria crítica de principio de las propias bases del anarquismo, se plantea justamente por estos motivos de actualidad política, en vista de la necesidad de convencer a los obreros anarquistas. No se puede convencer a las gentes conservando la fe en los principios antiproletarios erróneos, más que con una crítica seriamente fundada de estos principios, y no. de ningún modo con ataques desorientado: invectivas y vulgares acusaciones personales.

Pero conviene tener en cuenta, además, otra circunstancia importante. De una manera general, no podría convencerse a los obreros anarquistas y desenmascarar a la dirección anarquista sólo por medio de la polémica literaria, por muy acertada que fuese. Para esto es preciso ante todo demostrar claramente en la práctica de la lucha, que el Partido Comunista sabe guiar a las masas en las batallas de clase, que organiza, cimenta las fuerzas de la revolución, al contrario que los anarquistas que desorganizan, debilitan las fuerzas en cuestión. No se puede convencer a las masas hasta el fin más que por la acción, demostrando con el ejemplo práctico la justeza de los métodos bolcheviques de lucha. 

Ninguna proclamación de frente único, ninguna argumentación lógica en su favor puede ayudar al desenvolvimiento de la revolución, si esta proclamación no va asociada a la iniciativa del Partido Comunista en el desencadenamiento y la dirección de las batallas económicas y políticas parciales sobre los puntos decisivos del frente de clase». (J. Dornier; El desenvolvimiento de la revolución en España y la lucha contra el anarco-sindicalismo, 1933)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

[1] Socialfascismo:

«El término socialfascismo sufrió una severa distorsión, especialmente durante 1929-34, en donde hubo ocasiones en que los comunistas llamaban de forma indiscriminada socialfascista, liberalfascista o anarcofascista a cualquier movimiento no comunista, incluso a sus miembros de base. Podemos calificar y utilizar este término como el de socialchovinista, socialimperialista, siempre que se use con precisión. Socialfascista vendría a ser alguien, un movimiento u organización que se presenta como marxista o cercano a un socialismo utópico, pero sus teorías y sobre todo sus acciones distan de serlo, adoptando formas de pensar y métodos más propios del fascismo, o en su defecto colaborando y haciéndole el juego al mismo, no tanto por omisión como por conciencia, pese a toda la simbología y apariencia revolucionaria que puedan tener. 

Esto no supone que este grupo o individuo mantenga en todos los campos una posición análoga. En España, un ejemplo sería el carrillismo, el cual utilizó sin piedad la calumnia y persecución contra sus competidores y disidentes, optando por llegar hasta al asesinato, y entre tanto, pactaba una salida política con el régimen franquista a la par que su programa político perseguía sin pudor la idea de establecer un régimen democrático-burgués. El carrillismo preparó al partido comunista para ser una máquina electoralista, pero sin abandonar estos métodos gangsteriles, los cuales, ha de decirse, que no eran raros en el campo antifascista como forma de dirimir las divergencias. 

Esto indica la complejidad y evolución de los partidos, y la precisión con la que se tiene que hablar de fascismo; no es lo mismo una acción puntual o una coincidencia puntual con el fascismo que el mantener de forma permanente y fundamental una política fascista, en resumen, no es lo mismo tener ramalazos que ser en esencia fascista o socialfascista. Por eso los comunistas deben evitar el catalogar con una simple palabra a un partido, persona o régimen, deben evitar la reiteración de los mismos términos incluso aunque sean justos, dado que es mucho más pertinente una explicación detallada de su fisonomía que la simple síntesis aunque ésta sea justo en su completud.

A esto hay que añadir una cuestión que normalmente se suele olvidar dentro del movimiento marxista-leninista: el régimen socialfascista –en este caso liderado por dirigentes oportunistas que dicen luchar por el socialismo, pero revisan los axiomas marxista-leninistas y establecen un régimen capitalista de tipo fascista–. 

En las experiencias en que el socialfascismo se ha hecho con el poder tanto en organizaciones revolucionarias como en gobiernos socialistas, encontramos como causa principal la infiltración de estos elementos y su ideario contrarrevolucionario en períodos de largo tiempo, a la par de otra de las clásicas causas de la desviación de las organizaciones revolucionarias: la relajación de principios y el decrecimiento de la vigilancia revolucionaria, en este caso contra las desviaciones nacionalistas y derechistas, lo que garantiza el afianzamiento de los socialfascista hasta dar un golpe de gracia a la dirigencia y a las masas adormecidas. 

La burguesía revisionista, cuando accede al poder, generalmente se ha valido de métodos democrático-burgueses de dominación política, pero también fascistas, sobre todo cuando necesitaba usurpar y purgar a los dirigentes revolucionarios de un partido marxista-leninista en el poder, o, cuando a su llegada al poder no podía mantener una forma de dominación más liberal y laxa. 

La variante revisionista socialfascista se ha valido tanto del uso del unipartidismo como del multipartidismo, siendo este último un multipartidismo que se diferencia del democrático-burgués en que los partidos de oposición son tolerados siempre que no pongan en duda al partido revisionista en el poder, no hay por tanto cambios de partido gobernante, solo leves cambios de gabinete donde el resto de partidos puede tocar poder en base a las simpatías que haya logrado ganar entre los mandamases. El socialfascismo puede verse en la encrucijada de que, pese a toda la parafernalia que monta sobre el multipartidismo y el lema burgués del pluralismo político, en realidad los poderes están concentrados en manos de una junta o de un caudillo. El socialfascismo suele valerse del ejército y favorecer la consolidación de una casta militar para asegurarse su fidelidad, es más, las fracciones burguesas en pugna recurren a él tanto para resolver luchas de clanes como para reprimir a la clase obrera.

El socialfascismo no puede dejar de tener su reflejo en el resto de campos. Puede observarse una fijación por contraer fuertes reivindicaciones territoriales a nivel internacional, por otro lado dependiendo del grado de desarrollo de fuerzas productivas observamos unas políticas económicas que tienden al belicismo y al socialimperialismo o que, pese a su verborrea, pregona una política entreguista neocolonialista. En el ámbito interno, se santifica la economía mixta y se lanza la clásica consigna reformista de que es necesario promover el entendimiento entre la burguesía y los obreros por el bien del pretendido «bienestar colectivo de la nación», eje de su pensamiento nacionalista. Esta burguesía no solo viene de la reactivación y rehabilitación de los restos de las viejas clases explotadoras y sus negocios, sino también de las prebendas que han obtenido los revisionistas en el sistema, y por encima de todo, del modo de producción capitalista que han establecido con sus medidas económicas heterodoxas al marxismo clásico. En la cultura se da la promoción de una filosofía abiertamente chovinista e incluso racista, con una literatura y arte de carácter burgués totalmente nacionalista enfocados en crear un relato ficticio sobre la historia nacional, alterándola sustancialmente, presentándola bajo un carácter mítico y fantasioso. El socialfascismo cumple con la paradoja de que suele permitir asociaciones e ideas políticas altamente reaccionarias, hasta religiosas, pero niega la conformación de asociaciones políticas marxista-leninistas y su consecuente publicidad y agitación, dado que esto supondría poner la primera piedra para el fin de su farsa». (Equipo de Bitácora (M-L); Terminológico, 2017)

Por tanto, el término se puede utilizar. Si es cierto que durante la Internacional Comunista en algunas ocasiones se utilizó en exceso y sin distinguir entre la dirigencia y la base.

[2] Anarquismo y sus variantes:

«La pequeña burguesía encuadrada en el marco histórico del capitalismo y de los primeros procesos de monopolización, acabaría experimentando diversas crisis cíclicas que ponen en peligro su existencia. De ahí nacen las ideas anarquistas en el siglo XIX como respuesta de la desesperación de la pequeña burguesía en ruinas. Así mismo el anarquismo contará con parte de la intelectualidad disidente de la época que no está de acuerdo con la modernidad política, económica y cultural. El anarquismo se valdrá de estos pensadores, los cuales cuentan con recetas ciertamente utópicas y románticas como alternativas al sistema.

Importante destacar que en lo político el anarquismo no se ocupa de resolver la contradicciones capital-trabajo, entre trabajo intelectual y físico, entre ciudad y campo, etc. Dependiendo de según qué anarquistas, unos no niegan la necesidad de la revolución violenta para derribar el sistema, otros consideran el terrorismo individual como medio para lograr una hipotética situación de colapso del sistema, para otros la extenuación del sistema llegará con una huelga general de trabajadores, la mayoría de anarquistas niegan todo trabajo en los parlamentos burgueses; todo ello denota las grandes dosis de subjetivismo, voluntarismo, aventurerismo y sectarismo en sus métodos políticos.

En cuanto a la organización, o mejor dicho falta de ella, es sinónimo de fracasos anunciados. Precisamente toda la falta de marcos teóricos definidos, toda la inconsistencia doctrinal de la que hacen gala se expresa en una extrema indisciplina y falta de cohesión entre sus filas que resulta hasta ridícula, primando el fraccionalismo, espontaneidad y antiteoricismo. A tenor de lo aquí expresado, ¿quién puede ser anarquista? Pues todo el que se proponga y diga como tal, de hecho no existe por lo general una selección de militantes en una organización anarquista ni hace falta tener conocimientos teóricos de la supuesta doctrina que dicen defender, comportándose en definitiva como una organización burguesa de masas, y no como una de militantes que trabaja por la emancipación de las clases trabajadoras. Con seguir unas cuantas proclamas anarquistas –en boga según la época– como el «odio a los uniformes», «odio a la patria», «odio a las banderas», «odio a los líderes», «odio hacia toda forma de poder», etc. y exponer una concepción ridícula y reaccionaria de los fenómenos de tu alrededor bajo los filtros del antiestatismo, el apoliticismo, la descentralización y sobre todo la «libertad personal» por encima de todo, son «esfuerzos» suficientes para que te estrechen la mano como «camarada».

Todas estas disposiciones políticas son debido a que los anarquistas tienen una comprensión idealista y metafísica de las relaciones de producción del sistema capitalista, en contradicción con la comprensión materialista y dialéctica del marxismo-leninismo, por lo mismo, el anarquismo resulta estéril a la hora de dar respuestas a las contradicciones del capitalismo, y solo puede aspirar a dar soluciones dentro de la dinámica capitalista.

De hecho, el anarquismo pese a lo que digan sus defensores no puede ser una doctrina que pretende superar el capitalismo porque él mismo es una comprensión pequeño burguesa de la relaciones de producción, es una queja de la centralización y el proceso de monopolización del capitalismo que hace que el pequeño burgués –o pequeño propietario– sea absorbido, arruinado o asfixiado por la competencia de los monopolios –de los grandes propietarios–, llegando, en caso de perder su propiedad, a ver su conversión de pequeño burgués a proletario o semiproletario. Por ello el anarquismo pretende una vuelta a la época premonopolista más descentralizada y sin monopolios, por lo que en realidad defiende la pequeña propiedad privada individual o cooperativa de las unidades de producción. En ese sentido, los «anarquistas individuales» –lo veremos más adelante– defienden la completa libertad de la pequeña unidad productiva, lo que por defecto lleva a una economía de corte caótica regida por la ley del valor, el mercantilismo y el máximo beneficio; lo mismo sucede en el caso de los «anarquismos colectivos», con la diferencia que aquí se habla de unidades productivas en forma de cooperativas, incluso con algún régimen de igualdad formal entre sus miembros, pero cuya actividad económica estará determinada por la ley del valor, oferta y demanda, la rentabilidad, y la competencia por cuotas de mercado con otras unidades productivas, dicho de otro modo, es un cooperativismo capitalista como el que se puede ver en cualquier país capitalista actual.

El anarquismo es una corriente que en lo cultural defiende una pretendida «libertad individual por encima de toda autoridad en tanto que manifestación «colectiva», es decir, prima el «interés individual» sobre el «interés colectivo» a toda costa. Se adhiere a un rechazo a ciertos valores de la cultura burguesa como el consumismo, el racismo, el militarismo o el machismo, pero al ser unos nihilistas del axioma de que las relaciones sociales entre las personas –como las relaciones económicas– rigen la cultura y psicología de los hombres no comprenden ni saben como acabar con dichos fenómenos culturales, de ahí la negación de la cuestión nacional, o una oposición entre guerras de liberación y guerras imperialistas, o guerras revolucionarias de las contrarrevolucionarias. Se ha solido dar la bienvenida a varias de las peores teorías y costumbres de la sociedad burguesa como el consumo de drogas –como forma de ocio o de evasión de los problemas de la sociedad– o la aceptación de las teorías sexuales que fomentan el concepto burgués «de amor libre» –en el sentido de libertad de despreocuparse de los hijos nacidos de esas relaciones, del adulterio y sus consecuencias psicológicas, etc.–. El hippismo nacido en los 60 se puede considerar la corriente cultural evolución del anarquismo, su versión pacifista.

No obstante, debido a que una de su tesis fundamental es la oposición a toda «autoridad», esto ha dado lugar a múltiples formas de comprensión de este dogma, desde «anarquismos individualistas» hasta formas colectivas del mismo, este es el caso del «anarco-sindicalismo» que se diferencia de los «individualistas» en que hay un colectivo convergiendo en una serie de reivindicaciones de tipo económico por lo que esta combinación resulta atractiva para sectores de trabajadores que carecen de formación ideológico-política. Ambas expresiones, adolecen un fuerte espontaneísmo. Vale decir que los «anarquistas individualistas», más «románticos y «nieztschianos» si se quiere decir así, están posicionados directamente en un espectro que va desde la derecha a la ultraderecha, siendo el anarcocapitalismo actual su conclusión lógica. Mientras que los «anarquismos grupales» tienden a ser más progresistas, más reivindicativos, más racionales, más «izquierdistas», pero siempre en un sentido pequeño burgués. Estas variadas comprensiones del anarquismo son un efecto secundario de la pugna que siempre han mantenido contra todo «teoricismo», el cual consideran un lastre, un «juego de intelectuales» que no debe opacar la movilización y la «acción directa», que son la savia, la energía vitalista de verdadero «espíritu libre». En realidad esta alergia a toda base teórica definida nace del hecho de que el anarquismo jamás ha logrado establecer un marco ideológico definido para su doctrina, ya que sus ideas, su endeble músculo teórico, se contradice entre sí constantemente, al tiempo que los pocos conceptos vagos que han sostenido históricamente han chocado con lo que han llevado a la práctica. Así, debido a su falta de eje ideológico, ninguna de sus variantes es una garantía para las clases trabajadoras para defender sus derechos de forma eficiente, mucho menos para su emancipación social.

El anarquismo es pues, una doctrina reaccionaria de la pequeña burguesía, que confunde a la clase obrera desviándola de sus objetivos de clases, y por tanto objetivamente trabaja de manera consciente o inconsciente en favor de la hegemonía de la burguesía, por tanto del capitalismo». (Equipo de Bitácora (M-L); Terminológico, 2016)

[3] Así se relatan los contactos entre los fascistas de Falange y los sindicatos anarquistas de la CNT:


«La falange de Barcelona, en cumplimiento de orden dictadas por José Antonio Primo de Rivera, había conectado a través de Luys Santa Marina y de José Mª Poblador, con auténticos sindicalistas de la CNT, preocupados esto por la politización de su movimiento en exclusiva -entonces- base sindical. (...) Los contactos fracasaron al final porque la FAI ejercía un «marcaje» muy intenso». (Felio A. Villarrubias; El Ejército del 19 de julio en Cataluña, 1990)

Años después los fascistas recocerían estos contactos:

«El compromiso que Luys tenía con la Falange le lleva también a tener contactos con los camaradas falangistas que se ocupaban especialmente de cuestiones políticas, como era el caso de José Mª Fontana con quien realiza algunas gestiones acerca de miembros de la CNT por orden de José Antonio Primo de Rivera y que, con tanto entusiasmo y esfuerzo, llevan a cabo, que, incluso suelen reunirse a cenar en varias ocasiones con un grupo de directivos anarco-sindicalistas». (José Mª García de Tuñón; José Antonio y Luys Santa Marina (Fundación Ramiro Ledesma, 1999)

El propio José Fontana diría:

«José Antonio se interesaba muchísimo por nuestros contactos con la CNT. En uno de sus viajes mantuvimos una charla y celebramos una cena con un grupo de directivos». (José Fontana; Los catalanes en la guerra de España, Acervo, 1977)

Esta afiliación entre el anarquismo y el fascismo tuvo su máxima expresión en figuras anarquistas de la CNT como Abad de Santillán, que en su libro de memorias sobre las causas de la derrota de la Guerra Civil, defendió nada más y nada menos que al fundador de Falange José Antonio Primo de Rivera, lamentando no entenderse con él, e incluso considerando un error su fusilamiento durante la guerra!:

«A pesar de la diferencia que nos separaba, veíamos algo de ese parentesco espiritual con José Antonio Primo de Rivera, hombre combativo, patriota, en busca de soluciones para el porvenir del país. Hizo antes de julio de 1936 diversas tentativas para entrevistarse con nosotros. Mientras toda la policía de la República no había, descubierto cuál era nuestra función en la F. A. I., lo supo Primo de Rivera, jefe de otra organización clandestina, la Falange española. No hemos querido entonces, por razones de táctica consagrada entre nosotros, ninguna clase de relaciones. Ni siquiera tuvimos la cortesía de acusar recibo a la documentación que nos hizo llegar para que conociésemos una parte de su pensamiento, asegurándonos que podía constituir base para una acción conjunta en favor de España. Estallada la guerra, cayó prisionero y fue condenado a muerte y ejecutado. Anarquistas argentinos nos pidieron que intercediésemos para que ese hombre no fuese fusilado. No estaba en manos nuestras impedirlo, a causa de las relaciones tirantes que manteníamos con el gobierno central, pero hemos pensado entonces y seguimos pensando que fue un error de parte de la República el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera; españoles de esa talla, patriotas como él no son peligrosos, ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reinvindican a España y sostienen lo español aun desde campos opuestos, elegidos equivocadamente como los más adecuados a sus aspiraciones generosas. ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiera sido tácticamente posible, según los deseos de Primo de Rivera». (Diego Abad de Santillán; ¿Por qué perdimos la guerra?, 1940)

En sus memorias posteriores, reconoce que desde el anarquismo no hubo una hostilidad hacia el fascismo:

«Ya entrado el año 1935 nos llegaron diversas incitaciones a un encuentro con José Antonio Primo de Rivera para dialogar en torno a un posible entendimiento o acercamiento. Sus adeptos de Barcelona me hacían llegar cartas, declaraciones, material impreso para que me formase una idea de la doctrina del movimiento inicial. Pero opté por rechazar ese diálogo, que por muchas razones no habría ido tal vez muy lejos, y porque era ya tarde para influir de algún modo por ese medio en los acontecimientos que veíamos aproximarse. Pero la verdad es que hasta allí no había habido de parte de los gestores de ese movimiento ninguna expresión de hostilidad contra nosotros, ni de nuestras filas había surgido ninguna manifestación que impidiese el diálogo». (Diego Abad de Santillán; Memorias, 1977)

Incluso gran parte de los anarquistas se integraron en los sindicatos fascistas, y otros eran descritos por los franquistas como susceptibles de ser integrados:

«Tras la victoria de Franco se continuaron produciendo contactos entre anarcosindicalistas y Falange. Hay muchísimas referencias al tema en el libro de Ángel Herrerín, La CNT durante el franquismo (Siglo XXI, 2004, sobre todo de la página 25 en adelante). Allí habla de cómo tanto los falangistas frustrados por la «revolución traicionada» como los dirigentes del sindicato vertical franquista intentaron un acercamiento con los cenetistas, tanto del exterior como del interior. A veces la jugada les salió bien, como la que protagonizaron personajes como Eliso Melis, que consiguió incluso tener controlada la organización interna de la CNT en Cataluña, de la que Melis fue llamado secretario general en 1942, hasta que el mismo sindicato lo ejecutó al descubrirse su doble juego. Ricard Fornells y algunos extrentistas más consiguieron liberar los campos de concentración franceses a un buen número de anarquistas, justo para que se incorporaran al sindicato fascista. Juan M. Molina, secretario general de la CNT en sus memorias habla de 300 militantes que aceptaron la propuesta (El movimiento clandestino en España, desde 1939 hasta 1977, Editores Mexicanos Unidos, 1977, p. 270). Otros se resistieron y pagaron con la vida su opción. Es el caso de José Villaverde o el más conocido de Joan Peiró, a los que fusilaron al negarse a aceptar los cargos que les ofrecían en la CNS franquista. Pero es significativo que se les considerara susceptibles de integrarse en el sindicalismo falangista, como dice Herrerín, por «sus afinidades» (p. 26)». (Manuel Delgado; Sobre los contactos entre la Falange y CNT, 2016)

1 comentario:

  1. Felicidades al blog por la lectura y éste tipo de publicaciones, son relevantes para poder aprender cada día más en Internet.

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