«El llamarse «antifascista» hoy es tan ambiguo y confuso como llamarse «anticapitalista». Ambos abarcan tal cantidad de posicionamientos que sería imposible citarlos todos. En todo caso, el prefijo «anti» significa según la RAE: «opuesto, de propiedades contrarias», y lo curioso aquí es que movimientos y sujetos que se dicen «antifascistas» y el «anticapitalistas» a veces muchas veces sin ser conscientes reproducen patrones y categorías que les acercan contra lo que dicen combatir. Un ejemplo de ello serían los «antifascistas» que se oponen al fascismo sobre el papel, pero en la praxis se nutren de las mismas filosofías de la intuición, el misticismo y el vitalismo, aquellos que priorizan su vena sentimental en detrimento de la reflexión y actuar metódico. Otro paradigma digno de mencionar sería aquel «anticapitalista» que en realidad su «alternativa» se reduce a proponer un énfasis pedagógico «educando en valores», pero sin pretensiones reales de socializar los medios de producción. Por último, estaría aquel «antifascista» y «anticapitalista» que se deja seducir por los «ismos» unilaterales que desunen a los trabajadores en sus objetivos revolucionarios, como el nacionalismo o el feminismo, los cuales conducen a que la lucha de clases se sustituya o se supedite a la «nación» X o al «sexo» Y. Aunque sea ridículo, para ellos formar parte de este o aquel país, ser mujer o parte del LGTB constituye una seña de identidad mucho más importante que el albergar pensamientos revolucionarios.
De cualquier modo, ¿qué podemos decir de los famosos «movimientos antifascistas» de hoy día? Pues que pese a tener grandes inclinaciones progresistas e incluso revolucionarias entre sus miembros, no son fiables para enfrentar al fascismo. Esto no es una opinión nuestra, sino que se constata al ver crecer al fascismo en varios países de tanto en tanto. ¿Cómo es posible que el antifascismo no frene al fascismo si es su principal cometido? Esto ocurre debido al carácter ecléctico que estos grupos arrastran en lo ideológico y organizativo. La cuestión antifascista, como la ecológica, la nacional, de género y otras que se dan en el capitalismo, deben ser enfocada de forma científica para que el «colectivo trasformador» que pretenda revertirlo lo intente con un mínimo de probabilidades del éxito, y es obvio que esta posibilidad no se erige en la «diversidad» y la «transversalidad», dado que la confusión de identidades y objetivos precisos solo produce parálisis y tendencias centrífugas. Véase la obra: «Fundamentos y propósitos» de 2021.
¿Queremos decir con todo esto que por ejemplo un anarquista no sea antifascista? No, en muchos casos su valentía e intenciones son dignas de alabar, pero lo que afirmamos es que, por su metodología y enfoque teórico, sus formas de lucha son deficientes, porque en la mayoría de temas no comprende el origen de los problemas sociales ni las formas de solucionarlos. Entonces para un revolucionario es lógico que, en su trabajo con otras organizaciones no marxistas como podrían ser los frentes antifascistas, lejos de primar la piedad y hacer la vista gorda en lo referente a las prácticas de tipo antimarxista, deberá desplegar una labor para que prevalezca la crítica a los cabecillas de estas organizaciones, enseñando a su base que los conceptos políticos derrotistas, reformistas, utópicos, terroristas, idealistas, pacifistas o skinheads no tienen nada que ver con un antifascismo consecuente, que no son garantía para vencer a un fascismo –sea este uno que aún está en la cuna o uno que se encuentra ya maduro y dispuesto a arrasar con todo–. Aquí la labor será la de enseñar que históricamente lo único que ha logrado ese «antifascismo laxo», ecléctico y transversal es bañar a la clase obrera en un charco de sangre. Si esto no se logra a tiempo, los acuerdos y la coordinación que logre el movimiento antifascista será siempre parcial y limitada, sus métodos no pasarán de ese arcaísmo tosco que hoy lo echa a perder todo. El extraer lecciones del pasado no es una opción a elegir, es una necesidad viva para todo movimiento que quiera operar dentro de su época. Para nosotros está claro que, si algunos «antifascistas» hoy no quieren indagar en la importancia de comprender todas estas cuestiones, mañana por necesidad o convencimiento lo harán, y si no, serán barridos por el propio fascismo o vegetarán en la intranscendencia. En cualquier caso, ocurra lo que ocurra nada podrá borrar la razón sobre lo aquí afirmado, ya que, insistimos, no son conclusiones exclusivas de nuestro «ingenio» o «delirio», sino dictados que ya ha enseñado la historia.
Si precisamente el actual movimiento antifascista es una pantomima –y ni de broma estaría en capacidad de frenar un avance del fascismo en caso de que la burguesía requiriese de una forma más autoritaria para gobernar–, no es porque falten ganas o convicción entre los antifascistas de todo signo político, sino porque sus líderes –como ocurre en toda formación ideológicamente difusa y burocrática en lo organizativo–, prefieren más la cantidad a la calidad, el amiguismo a la disciplina. Por consiguiente, han decretado que la dichosa «unidad antifascista» debe consistir en la paz ideológica entre ellos; con ello se restringe el debate honesto y la elevación ideológica en aras de que esto, presuntamente, nos permite unirnos mejor contra el enemigo común, ¿pero es bajo una base racional y planificada? ¿Bajo una unidad real o aparente? La romántica llamada a la «unidad» –sea «antifascista», «obrera» o bajo la etiqueta y causa que sea– sin condicionantes, es algo que suena precioso y que a priori algunos creerán que es la fórmula perfecta y sencilla para el triunfo, pero en verdad es la forma más rápida para el fracaso: sin condiciones serias toda unidad es formal, ficticia e inútil, tanto dentro de un partido marxista como en un frente antifascista. Solo hace falta echar una ojeada al interior de las asambleas y organizaciones vecinales que hoy se llaman «antifascistas». En cada uno de ellos, prima una interpretación particular sobre qué es fascismo, a qué responde y cómo enfrentarlo. Por lo que, en definitiva, nunca hay claridad, coordinación, métodos ni perspectivas para enfrentarlo eficazmente, vendiéndose muy barata la derrota ante el fascismo. Parecería que a más de uno su alergia por el estudio y la historia le ha hecho no estar al tanto que al fascismo no se le derrotó en Stalingrado emulando al ejército de Pancho Villa». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE(r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)
¿Y qué se debe de hacer mientras tanto? (Aparte de construir el partido y avanzar con él)
ResponderEliminar¿Cómo contener al fascismo sin esa militancia que es más amplia en su composición? Sin esa militancia antifascista, el charco de sangre de clase obrera... ¿no sería todavía más grande?
¿No es este artículo un error bordiguista (que critica al antifascismo por supuestamente ser una alianza interclasista o tener una variedad de ideologías) a costa de dejar avanzar el fascismo?
https://theintercept.com/2018/03/17/richard-spencer-college-tour-antifa-alt-right/
https://www.theguardian.com/world/2018/mar/19/the-alt-right-is-in-decline-has-antifa-activism-worked
Estos artículos indican que sí funcionan estos grupos antifascistas, por lo menos, aunque no sea para llegar al comunismo en esos grupos, sí para arremeter contra el fascismo. Pero estos grupos de EE.UU. (de los artículos) no son lo mismo que los GRAPO, sus acciones no son las mismas... por lo que no entiendo la asociación. Los GRAPO son directamente un grupo armado en todos los casos, mientras que el trabajo antifascista de estos grupos antifas no es solo violento.
¿Cuál es la alternativa pragmática que proponéis?