Mátyás Rákosi durante un discurso en 1952 |
«Examinemos ante todo el rol de la Unión Soviética en el establecimiento de la democracia popular húngara, así como la afirmación de los imperialistas de que habría sido la «intervención violenta» de la Unión Soviética liberadora la que habría establecido el rol dirigente de los Partidos Comunistas y habría hecho posible la creación de la dictadura del proletariado.
Fue el señor Churchill el primero en lanzar esta acusación, a comienzos de 1946. En una respuesta tajante, el camarada Stalin explicó de una manera profunda en aquel entonces que el crecimiento de los partidos comunistas era la consecuencia natural de la lucha heroica sostenida por estos partidos contra los bárbaros fascistas en los países ocupados; lucha que ha tenido como resultado un serio acrecentamiento de su influencia, aún ahí donde –como en Francia, Italia y otras partes– no fue la Unión Soviética la que expulsó a los fascistas. La calumnia referida desapareció por cierto tiempo, pero fue retomada vigorosamente más tarde y constituye hoy, por así decir, el caballo de batalla, el eje mismo de la propaganda enemiga.
¿Cuál es el rol de la Unión Soviética en la formación de la democracia popular? El ejército de la Unión Soviética nos liberó también a nosotros del cruel yugo de los fascistas alemanes y sus servidores del Partido de la Cruz Flechada [partido de inspiración fascista y pro hitleriano - Anotación de Bitácora (M-L)]. De esta manera abrió la vía del desarrollo democrático. Está claro que la lucha heroica y la victoria de la Unión Soviética constituyeron la condición previa decisiva, el punto de partida de la creación de nuestra democracia popular: sin esta lucha, sin esa victoria, la democracia popular no habría podido ser realizada. La conciencia de este hecho es hoy día común a todo el pueblo trabajador húngaro y constituye la fuente de su eterna gratitud. Las fuerzas armadas de la Unión Soviética cortaron de cuajo toda esperanza de éxito a las tentativas armadas de la reacción húngara, tentativas del tipo de las de Koltchak, Denikin y otros generales guardias blancos durante la revolución rusa. Es en primer lugar gracias a las fuerzas armadas de la Unión Soviética que la contrarrevolución no osó recurrir a esos medios sangrientos para restablecer su poder. Fue el Ejército Soviético el que igualmente nos ha protegido de la intervención imperialista. Fue la Unión Soviética la que nos defendió contra la injerencia diplomática de las grandes potencias occidentales, la que nos apoyó cuando la conclusión del tratado de paz; ella nos ayudó a establecer y consolidar nuestras relaciones en política exterior. Naturalmente estos hechos contribuyeron a reforzar la influencia comunista, acrecentando la simpatía de nuestro pueblo trabajador con respecto a la Unión Soviética y facilitando por eso nuestro propio trabajo. En el período de la reconstrucción y también después, el apoyo y la ayuda de la Unión Soviética se manifestaron de mil formas; es evidente que la gratitud con la que nuestro pueblo trabajador ha respondido a ese apoyo significó también una importante ayuda para nosotros. Lo que constituyó la ayuda más importante han sido las enseñanzas y los consejos que hemos recibido, en situaciones difíciles y complicadas, de nuestro educador esclarecido y gran guía, el gran Stalin; consejos que siempre se probaron buenos y justos, concebidos en interés de nuestro sufrido pueblo trabajador húngaro.
Sin esos factores nuestra democracia popular no hubiera visto la luz, su desarrollo no hubiera podido ser tan rápido ni tan vigoroso, exento de sacudidas violentas.
Las «intervenciones» soviéticas en los asuntos de nuestra patria fueron muy frecuentes y resultaron grandemente útiles al reforzamiento de nuestro partido, pero en un sentido muy diferente al que los imperialistas le quieren atribuir. La Unión Soviética intervino renunciando a la mitad de las reparaciones; permitiendo a nuestros prisioneros de guerra volver a la patria antes del término fijado por el tratado de paz; poniendo en marcha nuestra industria y dotándola de materias primas en una época en la que nos hubiera sido imposible procurarlas en otra parte; enviándonos víveres cuando nos faltaban. Y puesto que estos pasos generosos y previsores fueron realizados, en la mayor parte de las veces a raíz de iniciativas públicas de nuestro partido, claro que contribuyeron a aumentar nuestra popularidad.
Naturalmente no es en una intervención de este género en la que piensan los imperialistas, sino en acciones armadas sangrientas, como por ejemplo la emprendida por el gobierno «laborista» inglés o el gobierno de Truman contra los combatientes griegos por la libertad, con miras a reimponer sobre las espaldas del pueblo al rey monarco-fascista que éste había expulsado. «Intervenciones» de este tipo son practicadas todos los días por los imperialistas, constituyen elementos constantes del arsenal del «mundo libre», son inseparables de la aplicación de la «democracia verdadera». Es justamente por eso que hechos así jamás se produjeron de parte de la Unión Soviética en Hungría ni en las otras democracias populares; el enemigo no puede citar un solo ejemplo, lo cual no le impide, sin embargo, continuar propagando la calumnia de la «injerencia soviética».
Lo repetimos: sin la heroica lucha liberadora de la Unión Soviética, sin su apoyo incesante y pleno de buena voluntad, la democracia popular húngara –y podríamos agregar lo mismo para las otras democracias populares– no hubiera podido ser establecida. Pero tampoco hubiera podido ser establecida si el Partido Comunista Húngaro, gracias a su trabajo pleno de abnegación, gracias a su ejemplo, gracias a la defensa tenaz y exitosa de los intereses de los trabajadores, gracias a la lucha librada victoriosamente contra la reacción, no hubiera ganado a la gran mayoría de la clase obrera, al grueso del campesinado, a la parte más importante del pueblo trabajador. El que no comprenda esto no comprende el rol de nuestro partido, ni en general el rol de los partidos comunistas; niega en esencia ese rol decisivo y por eso, quiéralo o no, se reúne finalmente con aquellos que atribuyen la creación de las democracias populares exclusivamente a la «injerencia soviética». (Mátyás Rákosi; El camino de nuestra democracia popular, 1952)
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