En el punto quinto hace un repaso, sobre por qué a los comunistas, a diferencia de los anarquistas, no nos es igual una democracia burguesa, que una dictadura fascista:
Las teorías promovidas por Ernst Thälmann de que no existe diferencia cualitativa entre un gobierno de democracia burguesa y un gobierno de una abierta dictadura terrorista fascista:
«Se ha revelado en nuestras filas la tendencia a dibujar un contraste ente fascismo y democracia burguesa. (...) Este es el mayor peligro para el partido comunista». (Ernst Thälmann; Algunos errores en el trabajo teórico y práctico del Partido Comunista de Alemania, y como superarlos, 10 de diciembre de 1931)
Dimitrov replicaría, basándose en Lenin, que esto no era verdad, era una postura premarxista.
El documento:
Manifestaciones en Inglaterra contra el encarcelamiento de Georgi Dimitrov por el Incendio del Reichstag de 1933 |
«En su discurso el camarada Lensky indicaba que en el Partido Comunista de Polonia, que moviliza a las masas contra los ataques del fascismo a los derechos de los trabajadores, existía, sin embargo, miedo a formular de un modo positivo reivindicaciones democráticas para «no despertar ilusiones democráticas entre las masas». Este miedo a formular de un modo positivo reivindicaciones democráticas existe, de una u otra forma, no sólo en el partido polaco.
¿De dónde proviene el temor, camaradas? De la concepción falsa, antidialéctica, de cómo se plantea el problema de nuestra actitud hacia la democracia burguesa. Los comunistas somos partidarios resueltos de la democracia soviética, cuya experiencia más grandiosa nos la ha dado la dictadura del proletariado en la Unión Soviética, donde en estos momentos, cuando en los países capitalistas se están liquidando los últimos restos de democracia burguesa, por resolución del VIIº Congreso de Soviets, celebrado el 6 de febrero de 1935, se introdujo el sufragio universal, igual, directo y secreto. Esta democracia soviética presupone el triunfo de la revolución proletaria, la transformación de la propiedad privada sobre los medios de producción en propiedad colectiva, el paso de la mayoría aplastante del pueblo en la senda del socialismo. Esta democracia no presenta una forma acabada, sino que progresa y seguirá progresando, en la medida en que se desarrolle con éxito la construcción socialista, con la creación de la sociedad sin clases y la superación de las supervivencias del capitalismo en la economía, y en la conciencia de los hombres.
Pero hoy millones de trabajadores, que viven bajo las condiciones del capitalismo, tienen necesariamente que determinar su actitud ante las formas que adquiere en los diversos países la dominación de la burguesía. Nosotros no somos anarquistas, y no puede en modo alguno sernos indiferente qué régimen político impera en un país dado: si la dictadura burguesa, aunque sea con los derechos y las libertades más restringidos, o la dictadura burguesa, en su forma descarada, fascista. Sin dejar de ser partidarios de la democracia soviética, defenderemos palmo a palmo las condiciones democráticas arrancadas por la clase obrera en años de lucha tenaz, y nos batiremos decididamente por ampliarlas.
¡Cuántas víctimas costó a la clase obrera de Inglaterra conseguir el derecho de huelga, la existencia legal de sus tradeuniones, la libertad de reunión y de prensa, la ampliación al derecho al sufragio, etc.! ¡Cuántas decenas de miles de obreros dieron su vida en los combates revolucionarios de Francia, a lo largo del siglo XIX, hasta conseguir arrancar los derechos elementales y la posibilidad legal de organizar sus fuerzas para lucha contra sus explotadores! El proletariado de todos los países derramó mucha sangre para conquistar las libertades democrático-burguesas, y se comprende que luche con todas sus fuerzas para conservarlas.
Nuestra actitud ante la democracia burguesa no es la misma en todas las circunstancias. Así por ejemplo, durante la Revolución de Octubre los bolcheviques rusos libraron una lucha, a vida o muerte, contra todos los partidos políticos que se alzaban contra la instauración de la dictadura del proletariado, bajo la bandera de la defensa de la democracia burguesa. Los bolcheviques luchaban contra estos partidos, porque la bandera de la democracia burguesa era entonces el banderín de enganche de todas las fuerzas contrarrevolucionarias para luchar contra el triunfo del proletariado. Otra es hoy la situación en los países capitalistas. Hoy, la contrarrevolución fascista ataca a la democracia burguesa, esforzándose por someter a los trabajadores al régimen más bárbaro de explotación y de aplastamiento. Hoy las masas trabajadoras de una serie de países capitalistas se ven obligados a escoger, concretamente para el día de hoy, no entre la dictadura del proletariado y la democracia burguesa, sino entre la democracia burguesa y el fascismo.
Además, hoy la situación no es la que existía por ejemplo, en la época de estabilización del capitalismo. En ese momento no había un peligro tan inminente de fascismo como en los tiempos presentes. En aquella época, los obreros revolucionarios tenían entre sí, en una serie de países, la dictadura burguesa en forma de democracia burguesa, contra la cual concentraban su fuego principal. En Alemania luchaban contra la República de Weimar, no porque fuese una república, sino porque era una república burguesa que aplastaba el movimiento revolucionario del proletariado, particularmente en los años 1918-1920, 1923.
¿Pero podían los comunistas seguir manteniéndose en esa posición cuando el movimiento fascista empezaba a levantar su cabeza; cuando, por ejemplo, en 1932, en Alemania, los fascistas organizaban y armaban a cientos de miles de individuos de las secciones de asalto contra la clase obrera? Claro que no. El error de los comunistas, en una serie de países y en particular en Alemania, consistió en que no tuvieron en cuenta los cambios que se operaban, sino que continuaban repitiendo consignas y se aferraban a posiciones tácticas que habían sido justas unos años antes, sobre todo en momentos en que la lucha por la dictadura proletaria adquiría un carácter de actualidad y en que, bajo la bandera de la República de Weimar, se agrupaba, como ocurrió en 1918-1920, toda la contrarrevolución alemana.
Y el hecho de que todavía hoy se manifieste en nuestras filas el miedo que existe ante el planteamiento positivo de reivindicaciones democráticas, sólo confirma una cosa: hasta qué punto nuestras camaradas no han asimilado todavía el método marxista-leninista en el modo de abordar un problema tan importante de nuestra táctica. Hay quien dice que la lucha por los derechos democráticos podría desviar a los obreros de la lucha por la dictadura del proletariado. No estará de más recordar a este propósito a Lenin:
«Sería por completo erróneo pensar que la lucha por la democracia pueda distraer al proletariado de la revolución socialista, o relegarla, posponerla, etc. Por el contrario, del mismo modo que no puede haber socialismo triunfante si éste no realiza la plena democracia, el proletariado no puede prepararse para la victoria sobre la burguesía, sin librar una lucha en todos los aspectos, una lucha y revolucionaria por la democracia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La revolución socialista y el derecho de las nacionalidades a la autodeterminación, 1916)
Estas palabras deben asimilarlas con fuerza, con mucha fuerza, todos nuestras camaradas, teniendo presente que de pequeños movimientos para la defensa de los derechos elementales de la clase obrera han brotado, en la historia, grandes revoluciones. Mas para saber enlazar la lucha por los derechos democráticos con la lucha de clase obrera por el socialismo, hay que renunciar, ante todo, a abordar de un modo esquemático el problema de la defensa de la democracia burguesa». (Georgi Dimitrov; Por la unidad de la clase obrera contra el fascismo; Discurso de resumen en el VIIº Congreso de la Komintern, 13 de agosto de 1935)
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