[Post publicado originalmente en 2013. Reeditado en 2023]
««Indudablemente, la situación de Palestina es una de las más catastróficas del planeta, y la más paradigmática en materia de colonización y limpieza étnica-religiosa proyectada por el capitalismo. La variada y extensa participación de diversos actores hace de tal situación un problema de gran complejidad que requiere de un estudio pormenorizado para llegar a comprender la actual situación. Todo el mundo conoce la ignominiosa acción de la potencia ocupante Israel, y el respaldo criminal que las potencias mundiales, Estados Unidos, los países de la Unión Europea, China, Rusia, etc., le han dado por acción u omisión. Las tibias condenas se quedan en el campo de lo meramente declarativo, dejando en realidad vía libre a Israel en materia económica, militar y política, aun cuando dicho Estado no ha cumplido con las sucesivas resoluciones de la ONU o los sucesivos acuerdos alcanzados en los procesos de paz, cuya función fundamental ha sido la de legitimar la ocupación por la vía político-mediática.
Observemos el lado palestino, el caso de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que a menudo queda fuera de la ecuación Palestina. En las acciones de esta organización se observa el cortoplacismo, la vacilación y el oportunismo, características que han resultado en acuerdos profundamente perjudiciales para los palestinos. Los acuerdos de Oslo de 1993 son la muestra de lo que hablamos. Podemos afirmar lo siguiente:
1. Existe un bloque que conforma la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), actualmente integrado por: Al Fatah, Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), Frente Democrático por la Liberación de Palestina (FDLP), Frente por la Liberación de Palestina (FLP), Unión Palestina Democrática (Fida), Partido Popular Palestino (PPP), As Saiqa −pro-sirio−, Frente por la Liberación Árabe (FLA), Frente por la Lucha Popular Palestina (FLPP) y Frente Árabe Palestino (FAP). Otros miembros se retiraron de la coalición tras el evidente fracaso de las conversaciones de paz. Esta organización se ha comportado históricamente como un frente de liberación, guiada por un profundo eclecticismo teórico-práctico resultante de la influencia de eso que se dio en llamar «socialismo árabe panarabista», encuadrado en la teoría del revisionismo soviético de la «vía específica al socialismo» y del «no alineamiento».
2. La OLP, al tratarse de un frente, ha estado compuesto desde su nacimiento por sujetos provenientes de todas las clases sociales, cuyo interés común se sitúa en la oposición a los intereses israelíes. Por lo tanto, esta organización se ha nutrido y está nutriéndose de personas tanto de la clase obrera como de la pequeña burguesía, pero también de burgueses, los cuáles ocupan especialmente la dirigencia de la organización. Esto hace que en dicho frente no haya una línea diferenciadora entre los objetivos de unas clases y otras, ya que no opera ningún partido revolucionario que sepa lidiar con la complicada circunstancia del conflicto, menos todavía entre todas las clases y objetivos diferentes que convergen en el bando palestino. La ausencia de esa línea revolucionaria, capaz de diferenciar las clases e intereses en pugna, da lugar a que este frente haya sido tomado por la burguesía nacional y trafique con la cuestión nacional palestina en pactos deshonrosos para el pueblo palestino.
3. Debido a la composición social variada en este frente y a la inexistencia de un partido comunista, no encontramos una teoría de emancipación social ligada a la clase proletaria. Esa característica resultó en que ese frente ni siquiera tuviese un programa de mínimos, de cumplimiento inmediato en las conversaciones de paz, ni un plan de movilización popular para obligar a la otra parte a cumplirlo. La debilidad ideológica y la predominancia burguesa de la OLP, derivó en el reconocimiento del Estado israelí por parte de los representantes de Palestina, pero sin que estos obtuviesen como contrapartida el mismo reconocimiento por parte tanto de Israel como de las potencias involucradas en la mediación. Eso, de hecho, hubiese demostrado que Israel era y se reconocía a sí mismo como potencia ocupante. Pero como resultado de ese reconocimiento unilateral, Israel logró que mejoraran sus relaciones internacionales y se multiplicara el reconocimiento internacional de dicho Estado sionista; es decir, la «política de paz» llevada a cabo por la OLP, ha jugado a favor de la consolidación del Estado israelí y en contra de la liberación de Palestina.
4. Debido a lo anteriormente mencionado, las organizaciones nacionalistas-laicas palestinas han perdido la batalla frente a las organizaciones de carácter nacionalista-religioso como Hamás. Cabe destacar que Hamás contó con el decidido apoyo de Israel en su etapa inicial por motivos pragmáticos, buscando generarle competencia a su principal opositor de aquel momento, Al-Fatah. Hamás comenzó como una expresión de los Hermanos Musulmanes y, aunque alcanzaría cierta independencia de estos, en la actualidad ha vuelto a su órbita por intermediación de Qatar, país que sirve de aliado del imperialismo estadounidense e israelí en la región.
5. Podemos afirmar que el conflicto palestino-israelí y su desenredo solo se dará ligado a un planteamiento de clase. Es decir, si es el proletariado, tanto palestino como israelí, en alianza con el resto de las capas trabajadoras, los que se involucran políticamente y no delegan sus funciones en los demagogos de siempre. Solo entonces y no antes se sentarán las bases para una resolución definitiva del conflicto que se viene arrastrando. Hay que explicar que, si bien no es descartable que en las condiciones actuales el pueblo palestino pueda forzar al imperialismo israelí mediante una lucha a reconocer sus derechos como pueblo, a reconocerle como Estado sin cortapisas, mucho menos posibilitado está de alcanzar el fin real y del conflicto; el entendimiento y convivencia entre israelíes y palestinos. Este, como decíamos, no puede llegar sin una revolución en ambas zonas, solo esta y el cambio de paradigma que apareja conducirá a una paz duradera entre ambos pueblos, bien como Estados socialistas separados pero fraternales e internacionalistas, o bien unidos, como debería ser si se dejan de lado los egoísmos, prejuicios y recelos para construir un nuevo Estado palestino unificado y socialista en igualdad para unos y otros. Con este nuevo escenario se deberían barrer no solo los obstáculos del racismo y el nacionalismo, sino también con el idealismo religioso que en parte es causante de la situación. Entiéndase por eso que la labor principal de una organización revolucionaria en esta región, como en cualquier otra, es mantener una postura internacionalista y de clase, poner la primera piedra en este sentido antes de la toma de poder.
Por eso, advertimos que sólo un genuino partido marxista-leninista que opere en ambos lados y haga comprender este difícil, pero no imposible propósito, puede dar solución a las contradicciones de nuestra época. Cabe decir que, por parte de los marxistas del resto del mundo, nuestra responsabilidad hacia la cuestión palestino-israelí consiste en el esclarecimiento y promoción de esta vía como única salida realista, siendo necesaria la denuncia tanto de la ocupación imperialista en la región, como de la pésima influencia del interclasismo y la ideología nacionalista-religiosa en los propósitos de emancipación del pueblo. Todo ensayo de «socialismo israelí», «panarabismo» o «socialismo del siglo XXI» será, como ha sido históricamente, una máscara más de los clérigos, terratenientes y capitalistas para proteger sus mezquinos intereses particulares, defender su propiedad privada y acrecentar sus riquezas. La burguesía, bajo un marco político de este tipo, no dudará en volver a atizar las diferencias religiosas, culturales y étnicas en la región, incluso no dudará en aliarse con el imperialismo extranjero que mejores prebendas ofrezca, traicionando una vez más la causa nacional.
Como ya ha quedado claro, si se quiere ser consecuente no se puede pasar por el interclasismo. En Palestina, como en cualquier lugar, el explotador mira por sus intereses económicos, y aunque se presente como garante de los intereses de la nación, lo cierto es que lo más seguro es que entre bastidores ya esté pactando con el enemigo con tal de poder seguir viviendo de forma privilegiada, lejos de los sufrimientos reales del pueblo. Es un tablero político capitalista, unos quieren seguir mandando y otros quieren abrir una cuota de mercado en esas tierras, entre tanto, otros harán negocio del conflicto regional y otros seguirán viviendo de las limosnas. He aquí la importancia de distinguir entre amigos y enemigos.
El proletariado no puede dirigir los destinos de su nación hasta que no se eleve a clase dirigente del Estado, puesto que, si no controla la dirección de la producción de bienes y servicios −y ello implica también retener la hegemonía política y cultural−, no podrá darle a su labor social una esencia progresista que, entre otros principios, incluye el internacionalismo. Si se quiere decir de forma romántica: el marxismo es el verdadero humanismo, el cual no tolera la explotación del hombre por el hombre ni los prejuicios nacionales, por tanto, tampoco privilegios producto de mitos absurdos de otra índole. Pero esto no significa que, hasta lograr tales objetivos, no tenga su propia concepción de lo «nacional» y que no lo manifieste a través de su organización política o su propia producción artística, dado que, en nuestra época, como ya adelantó Lenin, existen dos culturas fundamentales que nuclean toda nación contemporánea, la cultura proletaria y la cultura burguesa. Pensar lo contrario, es reproducir el canon trotskista, aquel que postulaba que la cultura proletaria solo asoma la cabeza una vez que dicha clase toma el poder y transforma económicamente la vieja sociedad y sus mitos culturales… pero no puede existir una majadería más burda para alguien que se considera «materialista» y «dialéctico».
En la esfera nacional, el mayor peligro para el proletariado revolucionario es creerse la zafia propaganda que justifica la política interna y externa de su gobierno burgués. ¿A qué nos referimos? A brindar con la burguesía nacional respecto a los mitos históricos que esta ha ido creando en la cultura de su país, es decir, el tendiente a mantener como referentes a personajes reaccionarios y a ocultar en cambio los episodios y figuras revolucionarias que todo progresista reivindicaría. En realidad, esto solo acerca al trabajador a una «unidad nacional» ficticia, pero nunca hacia la verdadera emancipación social y nacional de los suyos. En el momento en que el de abajo acepta −conscientemente o no− el discurso del de arriba expresado en la prensa, las instituciones, la legislación y su modo de vida, está tirando piedras contra su propio tejado: contribuye a seguir apretando las cadenas que le sujetan a este mundo, el mismo al cual maldice porque no está conforme con su aspecto. Huelga decir que con la queja esporádica no hallará nunca la forma de escapar a esta situación, por el contrario, es muy posible que caiga en una penumbra espiritual mientras se entretiene combatiendo a los hombres de paja que los capitalistas le irán presentando en el camino… que «si no ha triunfado en la vida» es porque no tiene una «cultura del esfuerzo» y un «espíritu emprendedor»; que la culpa de sus males reside en el «malévolo inmigrante» que le «roba el trabajo»; que al no «estar bien con Dios espiritualmente» no le pueden ir bien los asuntos terrenales, etcétera». (Equipo de Bitácora (M-L); ¿De qué han servido los Acuerdos de Oslo? Reflexiones sobre el conflicto palestino-israelí, 2013)
Anexo:
A 20 años de los acuerdos de Oslo
Diana Buttu
2013
Dos décadas después que el encuentro entre Arafat y Rabin diera inicio al proceso de paz, Israel continúa oprimiendo al pueblo palestino y usurpando su territorio bajo la fachada de las negociaciones.
Hace 20 años, los difuntos Yasser Arafat, presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) e Isaac Rabin, primer ministro israelí, estrechaban sus manos en el jardín de la Casa Blanca, inaugurando el ‘proceso de paz’ y supuestamente abriendo una nueva era en las relaciones palestino-israelíes.
Muchas y muchos palestinos creyeron que ese apretón de manos nos llevaría al fin del dominio israelí; que los derechos palestinos serían reconocidos y respetados (incluyendo el derecho de las refugiadas y refugiados a regresar a su patria) y que el pueblo palestino sería por fin libre.
Teníamos buenas razones para ser optimistas: el apretón de manos marcó el comienzo de una serie de promesas israelíes e internacionales de que en cinco años Israel pondría fin a la ocupación militar, evacuaría sus colonias ilegales y finalmente dejaría a las y los palestinos vivir en libertad.
Para los israelíes, el “proceso de paz” produjo resultados positivos: entre 1993 y 1999, 45 países establecieron relaciones diplomáticas con Israel; más que en las cuatro décadas anteriores juntas.
La economía israelí floreció, en parte gracias al apoyo financiero otorgado por la comunidad internacional al pueblo palestino (fondos que de otro modo hubiera tenido que gastar Israel). Los israelíes se beneficiaron de los nuevos acuerdos de seguridad (que condujeron a los años más seguros en la historia de Israel hasta el momento), dado que ahora los palestinos eran absurdamente los responsables de brindar seguridad a su opresor y ocupante.
Finalmente, la OLP reconoció el ‘derecho a existir’ de Israel sin obtener ningún reconocimiento por parte de Israel del ‘derecho a existir’ de Palestina. Y lo más importante, para la población de las colonias israelíes significó “business as usual”: de 190.000 personas en 1993, pasó a 370.000 en 2000; fue el crecimiento de colonias más rápido en la historia de Israel.
Pero para el pueblo palestino, el proceso de paz fue un desastre. Se le aseguró una y otra vez que los checkpoints israelíes que impiden su libertad de movimiento, los plazos reiteradamente incumplidos para el retiro israelí de Cisjordania y Gaza, y la fallida liberación de los presos políticos de las cárceles israelíes eran “dolores” necesarios en el camino para alcanzar su independencia del dominio israelí.
Simplemente tenían que ser pacientes. Sin embargo, 20 años después, no están más cerca de la libertad: debido al régimen militar israelí, sus hijas e hijos sólo pueden soñar con visitar Jerusalén ocupada o con ir al mar; viven bloqueados y rodeados por checkpoints, muros y colonias que los privan de sus derechos básicos. La economía palestina está peor que hace 20 años.
Pero para el pueblo palestino, el proceso de paz fue un desastre. Se le aseguró una y otra vez que los checkpoints israelíes que impiden su libertad de movimiento, los plazos reiteradamente incumplidos para el retiro israelí de Cisjordania y Gaza, y la fallida liberación de los presos políticos de las cárceles israelíes eran “dolores” necesarios en el camino para alcanzar su independencia del dominio israelí.
Hoy, incluso mientras exige el retorno a las conversaciones de paz, el gobierno israelí continúa –como todos los gobiernos que lo precedieron, incluyendo el de Rabin- construyendo nuevas colonias y expandiendo las actuales. La población colona se ha triplicado desde 1993; incluso con la reanudación de las negociaciones, el gobierno de Netanyahu anunció la construcción de más de 1.500 nuevas viviendas en las colonias.
Trece años atrás, me uní escépticamente al equipo legal del grupo negociador palestino. Era escéptica porque veía lo que nos habían deparado los primeros siete años de Oslo, pero también creía ingenuamente que era posible un acuerdo. Creía que los numerosos relatos sobre los “cambios” en los dirigentes y en las encuestas de opinión pública indicaban que los israelíes “querían la paz”.
Muy pronto aprendí, después de participar en esas negociaciones, que aunque los israelíes “querían la paz”, la querían a su manera: deshaciéndose de la población palestina, ya sea encerrándola en bantustanes o manteniéndola como refugiada para continuar robándole su tierra, mientras al mismo tiempo eran recompensados por la comunidad internacional por dialogar con los palestinos.
Estas lecciones las aprendí muy temprano durante las negociaciones. Los líderes israelíes se negaban a abordar cualquier discusión sobre el destino de las y los refugiados palestinos; consideraban que Jerusalén ocupada estaba “fuera de la mesa” (dando a entender que los palestinos jamás podrían volver a tener control sobre sus lugares sagrados); se les decía que tenían que “dar cabida” a las colonias israelíes ilegales en su territorio; y en la cuestión más básica: la frontera internacional, Israel se negaba a reconocer las fronteras de 1967, afirmando en cambio que los palestinos tenían que ser “prácticos” y no reclamar sus derechos.
La comunidad internacional permitía que todo esto continuara mientras se limitaba simplemente a observar. No hubo ninguna sanción a Israel por su comportamiento ilegal y ninguna forma de ostracismo por hacer caso omiso al derecho internacional. Aun cuando la Corte Internacional de Justicia afirmó que el Muro israelí era ilegal, la comunidad internacional se quedó de brazos cruzados.
Mucho se podría decir sobre los ‘fracasos’ y los ‘fallos’ del proceso de paz. En efecto, muchos han concluido que “si X hubiera pasado, habría habido paz”. Pero luego de dos décadas y amplias oportunidades de corregir esos defectos y fallas, yo sólo puedo concluir que aquel gesto de 1993 pretendía ser no el apretón de manos de la paz, sino las esposas de la sumisión. La comunidad internacional, Israel y la población israelí que según las encuestas de opinión “quieren la paz” podrían haber actuado para garantizar la libertad del pueblo palestino.
Dada su experiencia pasada con el proceso de paz, no es de extrañar que las y los palestinos sean profundamente escépticos de que esta nueva ronda de “conversaciones” les vaya a deparar resultados positivos. Israel ahora exige ser reconocido como “Estado judío” (un eufemismo para que los palestinos consientan el racismo), que se le permita mantener sus colonias en Cisjordania, que los refugiados palestinos no retornen a sus hogares (simplemente porque no son judíos) y que Jerusalén ocupada permanezca para siempre bajo exclusivo control israelí.
En lugar de empujar para la reanudación de las negociaciones –como han hecho EEUU y la Unión Europea-, la comunidad internacional debe empezar a exigir que Israel rinda cuentas. En lugar de premiarlo por querer “conversar” con los palestinos, la comunidad internacional debería sancionar a Israel por no evacuar sus colonias, por continuar su bloqueo a la Franja de Gaza, por negar los derechos palestinos (incluyendo los derechos de la población palestina de Israel) y por continuar manteniendo su dominación militar.
Cualquier cosa menos, significará simplemente seguir premiando el comportamiento ilegal de Israel y enviando a las y los palestinos el mensaje de que el proceso de paz nunca fue pensado para lograr la paz, sino para destruirlos.
Diana Buttu es una abogada palestino-canadiense y ex asesora legal de la OLP.
Original en inglés: From handshake of peace to handcuffs of subjugation.
Diana Buttu
15 de septiembre del 2013
Traducción: María Landi
Palestina en el Corazón
Lo triste es que en esos países del Oriente Medio: Palestina, Israel, Irán, siria, etc., es ultra-difícil que exista un partido m-l vanguardia de esos respectivos pueblos, porque en dichos países existe una brutal alienación (a parte de la económica, por supuesto) ideológica de tipo religiosa, etc.
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