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«¿Es el Imperio español el mayor imperio que hubo jamás en cuanto a qué señor Bueno? ¿Más trascendente en la historia que el Imperio romano? ¿Más extenso que el británico o el mongol? Ni en lo uno ni en lo otro acertaría. ¿Qué nos ofrecen aquí los libros y comentarios de Bueno? Paparruchas de un simio extremadamente territorial que se golpea el pecho sin que nadie sepa por qué. (...) ¡Claro! ¡Todo el mundo quiere ser español! ¿Empezando por los catalanes, vascos y gallegos, verdad? Los ciudadanos de Cuba, Venezuela, Filipinas, y las Islas Marianas ruegan reincorporarse al Imperio hispánico todos los días, mientras los ciudadanos de Laponia se lamentan de no haber disfrutado del privilegio de haber formado parte del «imperio generador» de Felipe II. ¿En qué mundo paralelo vive este ser? Para más ridículo habla de que ser español vendría a proporcionar al sujeto una especie de superpoder que le hace sentirse seguro, pues… le decimos que ciertamente no creemos que esa españolidad haya salvado a nadie cuando los reyes, nobles, obispos, burgueses y todo tipo de parásitos han arrastrado a los trabajadores de la península a guerras, hambre, paro, represión y desolación. Las conclusiones a las que llegan estas personas jamás podrían ser calificadas como productos de una visión pertrechada en el materialismo histórico –naturalmente que ultraderechistas como Jesús G. Maestro están exentos de esta riña–, pues como vamos exponiendo en el presente documento, no se trata de un discurso patriota e internacionalista, sino de la clásica prédica antimarxista que bebe del nacionalismo más subjetivista y distorsionador de la verdad histórica, la cual intenta estirar hasta el máximo un relato engrandecido de lo propio y denigrante de lo ajeno. Por eso se torna tan patético y casposo. (...) Atribuir en el caso del Imperio hispánico o de cualquier otro imperialismo de cualquier época unas intenciones que no fueran el pillaje, la acumulación de tierras y la fama, es una completa tomadura de pelo, solo posible para un ultranacionalista sin escrúpulos y el blanqueamiento del imperio que defiende». (Equipo de Bitácora (M-L); El viejo chovinismo: la Escuela de Gustavo Bueno, 2021)
¿Qué nos vamos a encontrar en este extenso documento? Principalmente nos centraremos en su visión sobre la cuestión nacional, ya que es verdaderamente la idea que nuclea todo el pensamiento del «materialismo filosófico» de Gustavo Bueno, pero durante la exposición se observará también las bases filosóficas, las recetas económicas, las nociones políticas o las propuestas culturales de esta escuela de sofistas. Consideramos que el combate sin piedad hacia todos los nacionalismos habidos y por haber no es algo opcional sino imprescindible. ¿El motivo? Unos y otros se complementan y retroalimentan para desviar a los trabajadores de su camino de emancipación social: la abolición de las clases sociales. En concreto, en lo tocante al nacionalismo español, la Escuela de Gustavo Bueno ha sido sin ningún género de duda la cuna de muchos de los personajes, libros y argumentarios que han salido de esta bancada, por lo que viene siendo hora de desnudar sus más que evidentes contradicciones. Esta última es una labor ideológica que lamentablemente no hemos visto registrada en ninguno de sus supuestos enemigos ideológicos, al menos no en una profundidad argumentativa y pedagógica que sirva como referencia, y esto es justamente lo que nosotros –sin ninguna falsa modestia– reconocemos que buscamos con el contenido de la presente obra. Al igual que en cualquiera de las otras ocasiones queremos advertir a los sujetos que serán objeto de crítica que a aquí priori no hay ninguna inquina personal: la crítica frontal y demoledora realizada hacia los distintos personajes de turno que irán apareciendo en el texto –Gustavo Bueno, Santiago Armesilla, Pedro Ínsua o Jesús G. Maestro– es solo la excusa, el pretexto idóneo o el marco de referencia para abordar una problemática mucho mayor que transciende a estos personajes, pues solo son unos de tantos representantes de una postura equivocada, de una visión distorsionada del mundo, de un vicio a eliminar.
Aunque en todos y cada uno de los planteamientos de Gustavo Bueno se subyace un vitalismo avasallador e irracional –típico del fascismo del siglo XX–, él intentó conjugar dicho instinto –a todas luces ramplón y reaccionario– con una bonita carcasa filosófica, cuyo fin no era otro que disimular las barbaridades que deseaba implantar. Así, pues, mediante un lenguaje «técnico» y una explicación aparentemente «racional» estuvo mucho mejor pertrechado para relativizar o disimular las opiniones tan polémicas que acostumbraba a lanzar. Pero ahí no acababa este ejercicio maquiavélico: trató de justificar sus complicadas y enmarañadas teorías como algo solo apto para «entendidos», no para el vulgo, según él, incapaz de entender y aceptar su «trascendental filosofía». En el «materialismo filosófico» hay una clara inspiración en autores mundialmente conocidos, pero se nota especialmente la influencia de Ortega y Gasset y Unamuno, quienes no parece casualidad que en su momento hayan sido las fuentes castizas que estimularon el pensamiento falangista en España. Gustavo Bueno creyó preciso que para coronar su empresa debía aspirar a algo más cercano a Hegel que a Unamuno: no bastaba con intentar elaborar reflexiones fragmentarias, chocantes o elocuentes, sino que debía construirse un gran bloque compacto con un argumentario definido, en definitiva, un gran sistema filosófico que causase asombro por la infinidad de temas a abordar y que crease un nuevo lenguaje que le hiciera reconocible ante sus adeptos. No obstante, si por fortuna nuestro amado lector no es una persona fácilmente impresionable, podrá detectar a las primeras de cambio que los representantes de esta escuela no tienen nada de eruditos, a lo sumo son charlatanes profesionales, y la mayor prueba está en que intentan defender lo indefendible con una retórica de secta endogámica, la cual comienza y acaba por un constante ritual de culto a la personalidad hacia su «maestro» que acaba resultando enfermizo. Paradójicamente hablamos de una de las debilidades que también ha adolecido el marxismo y otras doctrinas político-filosóficas en el siglo anterior, pero que ellos, lejos de superar, parecen perpetuar sin complejo alguno. A la vista está también que si tuviesen algún tipo de pretensión popular no utilizarían teorías y conceptos tan sumamente complejos como estúpidos, los cuales no se molestan en adaptar o disimular frente a los trabajadores de a pie.
¿Cuál es el perfil de los adeptos a la Escuela de Gustavo Bueno? Muchos de ellos son orgullosos seguidores de las tesis del asturiano y se reconocen como fervorosos nacionalistas españoles, pero algunos otros, como ocurría con el propio Sr. Bueno, tienen la desvergüenza de autodenominarse «marxistas» o al menos prometen estar muy influenciados por dicha corriente… en la práctica no hay nada más lejos de la realidad. Esta escuela filosófica se declara «ni de izquierdas ni de derechas», otras, se presenta como valedora y superadora de los «límites del marxismo», sea como sea, sus planteamientos son tan sumamente reaccionarios y excéntricos que se refutan a sí mismos, pero sin una ordenación y exposición correcta, no todos tendrán esto tan claro. He aquí una de las razones por las que era hora que refutar este mito de Gustavo Bueno como «gran filósofo», uno que, como era de esperar, también ha calado muy hondo entre el revisionismo patrio, y entiéndase que podemos englobar en este bloque a todos aquellos que se hacen pasar por marxistas para introducir luego mejor su mercancía antimarxista, aunque en honor a la verdad existen algunas excepciones donde este es un actuar inconsciente fruto de la ignorancia.
Si bien su influencia es ínfima entre los verdaderos revolucionarios, los argumentos de la Escuela de Gustavo Bueno sí han permeado entre parte de la población, quizás no tanto por su propio esfuerzo ni su alcance, sino porque recuperan y continúan el legado del nacionalismo español decimonónico y los viejos dogmas del falangismo, asimilados por la población durante siglos. En consecuencia, mientras continúe el sistema actual, siempre hay posibilidad de que este discurso tenga repercusión entre las capas de trabajadores más atrasados, en el joven romántico, y por supuesto, entre la intelectualidad conservadora. Por ello debe realizarse un esfuerzo en desenmascarar su demagogia y su hipocresía, sus intentos de establecerse como quinta columna bajo cualquier excusa aparentemente inocente, como en este caso pudiera ser «combatir el supremacismo del nacionalismo catalán» o «cultivar un sano amor a la tierra, su cultura y sus gentes».
La burguesía española siempre ha estado muy complacida con las actuaciones de estos mercenarios académicos, y tiene toda lógica puesto que la Escuela de Gustavo Bueno le sirve –en el sentido de vasallaje y en el sentido de utilidad– para confundir y seducir a propios y extraños, es por esta razón y no otra que financia sus asociaciones con dinero público y privado para mantener ese nicho seguro. Pero, seamos francos, el poder necesita algo menos frívolo y más cercano a las masas como para hacer que el trabajador asalariado consuma el narcótico nacionalista. Recordemos que un buen propagandista no es aquel que convence a quienes ya están convencidos, sino aquel que persuade a quienes todavía dudan o son abiertamente hostiles. Por ello, una corriente ideológica más centrada en propagar y emular las epopeyas de un imperio colonial pasado que en plantear planes eficaces para solucionar los atolladeros de la política burguesa presente, nunca puede resultar útil del todo. Cumplirá un gran papel en las universidades y será un gran pasatiempo para distraer a los exaltados, nostálgicos y similares, pero nunca será la plataforma idónea para embaucar en masa a todos esos millones de trabajadores anónimos.
En conclusión, la Escuela de Gustavo Bueno tiene un techo de crecimiento muy evidente. Entiéndase que personas cuya mayor emoción es disfrazarse de un soldado de los tercios y que tiene como insignias de referencia a figuras de la realeza de siglos pasados, no solo es anacrónico y reaccionario, sino completamente freak para cualquier persona con dos dedos de frente, sepa de política o no. Dicho lo cual, el capitalismo nacional, aunque les agradece sus esfuerzos, prefiere apostar mayores cuotas de dinero en otras corrientes políticas de mayores garantías. Puestos a elegir, opta más por los clásicos políticos que salen a escena vestidos de corbata, que manejan discursos fáciles y emocionales; no a gente extraña que habla de «Imperios Generadores», «Dialécticas de Estados», «Izquierdas Indefinidas» y patochadas de ese estilo, algo que para el trabajador medio de Amazon, Repsol o Zara ni capta ni tiende tiempo de detenerse en tratar de comprender de qué demonios le está hablando. En su conjunto los capitalistas se fían más de los políticos modernos que en sus redes sociales sonríen, cocinan, toman café, juegan con el perro o hacen alpinismo para aparentar cotidianidad, eso tiene gancho, crea afinidad con la masa social; todo lo contrario de lo que ocurre con las redes sociales de los gustavobuenistas quienes respiran más folclore que una zarzuela, engalanándose con imágenes y simbología de reyes, conquistadores y exploradores castellanos muertos que hoy el ciudadano medio ni conoce. La pregunta es, ¿en serio no se dan cuenta de su bufonada teórica y estética que portan? ¿Serán así de imbéciles o es porque les pagan? Misterios sin resolver.
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