«Cuando la sociedad nueva haya educado a los jóvenes hasta la mayoría de edad, cada cual se encargará luego de seguir su propia formación. Cada uno hará lo que su inclinación y sus disposiciones le dicten. Unos se dedicaran a una rama de las cada vez más brillantes ciencias naturales: antropología, zoología, botánica, mineralogía, geología, física, química, prehistoria, etc.; otros a las ciencias del espíritu, a la linguística, al arte, etc. Unos se harán, por pasión, músicos, otros pintores, escultores, actores. En el futuro no habrá ni gremios de artistas, ni de sabios ni de obreros manuales. Millares de talentos magníficos, hasta entonces reprimidos, se desarrollarán y darán a conocer su sabiduría y sus facultades cuando se presente la oportunidad. Ya no habrá ningunos músicos, actores, artistas ni sabios de profesión, sino por entusiasmo, por talento y por genio. Y lo que ellos rindan excederá a lo que actualmente se produce en estos campos, lo mismo que los productos técnicos, industriales y agrícolas de la sociedad futura superarán a los de ahora. Surgirá para las ciencias y las artes una era como jamás ha conocido el mundo, y sus creaciones estarán en concordancia con ella.
Nada menos que Richard Wagner imaginó ya en 1850, en su obra Kunst und Revolution [Arte y revolución], el renacimiento que experimentaría el arte una vez que existiesen condiciones dignas del hombre. Es una obra curiosa porque apareció inmediatamente después de una revolución fracasada en la que Wagner había participado. Wagner predice lo que traerá el futuro; se dirige directamente a la clase obrera, que tendrá que ayudar a los artistas a fundar el verdadero arte. Entre otras cosas, decía lo siguiente: «Cuando para los hombres libres del porvenir, el ganar el sustento ya no sea el de la vida, sino cuando, por el contrario, con el advenimiento de una nueva fe, o, mejor aún, ciencia, la obtención del sustento esté asegurada mediante una actividad natural correspondiente, en suma, cuando la industria no sea ya nuestra dueña sino nuestra sierva, entonces el objeto de la vida será la alegría de vivir, y aspirar a que, mediante la educación, nuestros hijos sean capaces y hábiles para gozar realmente de esta dicha. La educación, basada en el ejercicio de la fuerza y el cuidado de la belleza corporal, será puramente artística por afecto tranquilo al hijo y por amor a la prosperidad de su belleza, y cada persona será de algún modo un verdadero artista. La diversidad de las inclinaciones naturales hará que las más variadas direcciones alcancen una riqueza insospechada». He aquí un pensamiento socialista que coincide absolutamente con nuestra exposición.
En el futuro, la vida social será cada vez más pública. Esta tendencia la vemos del modo más claro en la posición de la mujer, enteramente cambiada en comparación con épocas anteriores. La vida doméstica se limitará a lo estrictamente preciso, mientras que la necesidad de sociabilidad tendrá el mas vasto campo ante sí. Grandes locales de reunión para conferencias y debates y para discutir todos los asuntos públicos, sobre los que en el futuro decidirá soberanamente la colectividad, comedores, salas de juegos y de lectura, bibliotecas, salas de conciertos y teatros, museos, gimnasios y campos de deportes, parques, paseos, baños públicos, establecimientos de educación e instrucción de toda especie, laboratorios, etc., todo ello equipado de la mejor manera posible, ofrecerán al arte y a la ciencia, y a toda clase de esparcimiento las mejores oportunidades para producir lo máximo. También responderán a las máximas exigencias los establecimientos para el cuidado de los enfermos y ancianos.
¡Qué mezquina nos parecerá nuestra época, antes tan alabada! Esta adulación por el favor y el sol de los de arriba, estos sentimientos serviles, de perro, esta lucha celosa de unos contra otros por el puesto preferido, llevada a cabo con los medios más odiosos y más bajos; y al mismo tiempo, opresión de las verdaderas convicciones, ocultación de las buenas cualidades, que podrían disgustar a los poderosos, castración del carácter, doblez de ideas y sentimientos –estas cualidades, que podrían calificarse en pocas palabras de cobardía e hipocresía, resultan cada día más repugnantes. Lo que enaltece y ennoblece al hombre, la dignidad personal, la independencia e incorruptibilidad de las convicciones, suelen ser en las condiciones actuales errores y debilidades. A menudo, estas cualidades arruinan a su portador, si es que no puede reprimirlas. Muchos no sienten su propio envilecimiento porque están acostumbrados a él. El perro encuentra muy natural tener un amo que le dé a probar el látigo cuando está de mal humor.
En medio de todos estos cambios de la vida social también experimentará una modificación radical toda la producción literaria. La literatura teológica, que actualmente figura con el mayor número de publicaciones en los catálogos anuales, desaparecerá junto con los libros jurídicos. Ya no habrá interés por unos, ni necesidad de los otros; también desaparecerán los productos relativos a las instituciones estatales porque estas habrán dejado de existir. Los estudios correspondientes tendrán un carácter histórico–cultural. La cantidad de productos literarios frívolos, debidos a la depravación del gusto, a menudo sólo posibles gracias a los sacrificios que hace la vanidad del autor, desaparecerán igualmente. Desde el punto de vista de las condiciones actuales, puede decirse incluso, sin temor a exagerar, que desaparecerán del mercado cuatro quintas partes de los productos literarios, sin que sufra por ello ni un sólo interés cultural. Tan grande es la masa de productos superficiales o nocivos y sin valor en el campo de la producción literaria. La beletrística y el periodismo se verán afectados en la misma medida . No hay nada más insulso y superficial que la mayor parte de nuestra literatura periodística. Si el nivel de nuestros logros culturales y de nuestros puntos de vista científicos se midiera por el contenido de nuestros periódicos, resultaría bastante bajo. La actividad de las personas y el estado de las cosas se juzga desde un punto de vista propio de los siglos pasados y que nuestra ciencia hace tiempo demostró que eran insostenibles. Una porción considerable de nuestros periodistas son gente que, como dijo una vez Bismarck, «se equivocaron de profesión», pero cuyo estado de educación y demandas salariales responden al interés de la burguesía por el negocio. Además, como la mayoría de las hojas literarias, estos periódicos tienen la tarea de favorecer los más repugnantes anuncios; su sección bursátil responde al mismo interés, aunque en otra esfera. El interés material de los patronos determina el contenido. Las bellas letras no son, por término medio, mejores que la literatura de periódico. Tratan señaladamente motivos de orden sexual con todas sus aberraciones, elogiando unas veces la aclaración enfermiza y otras los prejuicios más irracionales y la superstición. El objetivo es presentar el mundo burgués, a pesar de todos sus defectos, que tímidamente se reconocen, como el mejor de los mundos.
En este campo vasto e importante, la sociedad del futuro tendrá que hacer una limpieza radical. La ciencia, la verdad, la belleza, la emulación por lo mejor, lo dominarán todo. Todo el que produzca algo de valor tendrá la oportunidad de participar. Ya no dependerá del favor del librero, del interés monetario, del prejuicio, sino del juicio de expertos imparciales, acuerdo en el que también él participa y contra el que, si no le satisface, siempre puede apelar a la colectividad, cosa que hoy le hacen imposible la redacción del periódico o el librero, que sólo atienden a sus intereses privados. La concepción ingenua de que en la comunidad socialista se reprimirá la diversidad de opinión sólo pueden defenderla quienes consideran el mundo burgués como la sociedad más perfecta y, por hostilidad, procuran calumniar y menoscabar el socialismo. Una sociedad basada en la igualdad perfecta, democrática, no conoce ni permite ninguna opresión. Tan sólo la más completa libertad de opinión hace posible el progreso ininterrumpido, que constituye el principio vital de la sociedad. También es un burdo engaño presentar a la sociedad burguesa como defensora de una verdadera libertad de opinión. Los partidos que representan los intereses de las clases dominantes publicarán en la prensa solamente lo que no perjudique a estos intereses de clase, ¡y desgraciado del que se oponga! Sellará su ruina social, como sabe todo el que conoce esta situación. Y los escritores podrían contarnos cómo los libreros se quitan de encima los trabajos literarios que no les convienen. Finalmente, nuestra legislación de prensa y penal revela también el espíritu que domina a las clases gobernantes y rectoras. La verdadera libertad de opinión les parece el peor de los males». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)
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