«Esta actitud resulta del oscurantismo de nuestro pequeño burgués, de su negativa de toda teoría en general: procurando enmascarar su pasión por la ignorancia por la pasión de la organización, hace de ésta la primera condición de la unidad ideológica, la fuente de toda teoría. Ve en la organización no la fuerza que permite a la teoría revolucionaria materializarse y adquirir su potencial efectivo, sino el instrumento que llena el vacío teórico, consuela la ausencia de estrategia y hace olvidar la ligereza de algunas de las tácticas. Es la organización-muleta, que les permite a nuestros lisiados sin piernas avanzar. Es por eso que, a los ojos de nuestros maoístas, la organización tiene algo misterioso y es valorado como algo milagroso. Así como el crisol donde el alquimista transforma el vil plomo en oro brillante, cambiando por sus mismas virtudes, a nuestro ignorante pequeño burgués en un dirigente revolucionario. Diez no marxistas aislados, juntos forman una organización marxista, tal es el invariable precepto de base del movimiento maoísta. (...)
Está claro que el partido leninista se construye primero por arriba, es decir primero se aborda el nivel ideológico y teórico antes de edificarse organizacionalmente. El núcleo dirigente se constituye antes que la organización del partido propiamente, lo que no significa que el partido se forme espontáneamente y separado de toda forma de organización, de colaboración, etc., ni que [esta dirección] sea inamovible. Sobre el primer punto los maoístas invierten la cronología y el proceso de edificación teórica. La cronología según ellos es: que hay que organizar primero, y luego definir una teoría, una línea, un programa. Del terreno de la organización, van a brotar, como setas después de la lluvia, los futuros dirigentes que serán aptos, que realizarán el famoso programa que todos sienten hoy, pero que hará que todos se sientan inútiles durante toda la eternidad. Como el ignorante y oscurantista pequeño burgués transforma sus propias taras en absolutas, el maoísta decreta que lo que no puede hacer es imposible en general, que al menos sobre esto no puede tener una mala conciencia y transforma su incapacidad subjetiva en un obstáculo objetivo: la ausencia o debilidad de la organización. Los maoístas también invierten el proceso de construcción teórica, porque según ellos, la teoría se desarrolla desde abajo utilizando la «línea de masas» en la aplicación de la cual va a emerger la línea política. La «práctica», es la aplicación de la «línea de masas», segrega la línea general. Se realiza una primera «experiencia», que, si es satisfactoria, entonces será aplicado por todos, de lo contrario servirá como «lección negativa». ¡Cualquier otro diseño diferente es sólo sueño ambicioso de intelectuales arribistas según nuestros maoístas! De igual modo está claro que el partido leninista está organizado desde abajo, desde la base hacia arriba de acuerdo con el principio de elección y, entre otras cosas, de la autonomía de las organizaciones locales que pretenden, a nivel local, aplicar la línea del partido en toda el conjunto de la sociedad y en todos dominios de la vida. Pero aquí una vez más los maoístas invierten el proceso, sus organizaciones se construyen de hecho por arriba: no de acuerdo al principio de elección desde abajo, sino que bajo pretextos diversos, hay una intervención constante del centro en las organizaciones inferiores en violación de toda democracia, etc. De ahí esta mezcla de ultracentralismo y de ultrademocracia, de burocratismo y anarquismo, que nuestros maoístas llaman «centralismo democrático». Esta mezcla confusa y esta reversión del proceso de construcción del partido, tanto organizativamente como ideológicamente, se revelan cuando uno critica el supuesto centralismo democrático de sus organizaciones. Siempre precoz a mostrar su ignorancia política y teórica cuando él se ve arrinconado –revelando el sello de su pertenencia de clase–, el maoísta nunca va a admitir que su organización no se basa en el centralismo democrático. Para él, cualquier crítica en este punto es el signo de un desacuerdo oculto sobre la línea política, porque no puede entender que los problemas de organización contienen su parte específica de filosofía y de política. Al afirmar que «todo es político» cree justificar la confusión extrema en su cabeza, sobre todo en estas cuestiones de organización. ¡La obra de Lenin «Un paso adelante, dos pasos atrás» parece que sigue siendo ilegible para estos hombres!
El ultracentralismo es invocado en nombre de la clandestinidad. Si bien el movimiento marxista-leninista nació y se desarrolló en un periodo de cierta paz político-social, siempre [el maoísmo] ha recurrido al pretexto de la necesidad de mantenerlo todo en el más absoluto secreto. Siendo en efecto esta la vía privilegiada para edificar una organización sin teoría revolucionaria. Así, el aislamiento es la regla general de nuestras organizaciones autodenominadas marxistas-leninistas, lo que permite a algunos dirigentes maniobrar con toda libertad, tener respuesta a todo, para justificar su irresponsabilidad, su ignorancia, sus errores, sus mentiras y sus innumerables chanchullos. Lenin ya observaba lamentándose, que la clandestinidad hacía «tanto más difícil, casi imposible, separar a los activistas de los charlatanes». Todo el mundo entiende que lo que necesario bajo el zarismo es superfluo en la Francia de hoy en día. También hubieron de crear la necesidad de la fascistización como excusa que algunos todavía no vacilan en vender de nuevo.
Quienquiera que haya estado aunque sea un breve periodo de tiempo en estas organizaciones pudo encontrarse a este tipo de charlatanes irresponsables que, gracias al secreto, se hacen pasar por un militante revolucionario. El secreto le permite a esta gente helar completamente toda discusión, todo estudio, toda educación. El charlatán declara en general que es perfectamente incompetente para tratar el problema que se le pone sobre la mesa. El organismo competente está siempre en otro lugar, inaccesible, escondido en virtud del secreto.
El charlatán secretamente es investido de un mandato secreto, que se descubre poco a poco negativamente cuando desgrana su rosario de «no estoy autorizado ni para esto, ni para aquello otro». Se declara perfectamente irresponsable. En efecto: ¿delante de quién puede pues rendir cuentas? Ni delante de la base que no tiene ningún medio de controlar una actividad por definición secreta, ni delante de la cúpula que en virtud de la clandestinidad existe en secreto. Esta es la razón por la que las organizaciones marxista-leninistas están recortadas en wilayas, donde cada dirigente tiene su dominio, su aparato, sus militantes, su imprenta, su boletín o su periódico, su región, su librería, su comisión de esto o de esta otra cosa, aluden que todos lo que se hizo en estas áreas fue «en nombre de la organización», «en nombre del centro».
La ultrademocracia, es el aspecto complementario, se traduce por un tipo de regreso a la «democracia primitiva» que actuaba con rigor a principios del movimiento obrero y que es inducida por la pequeña burguesía en general hoy en día. Esta corriente floreció en su fracción socializante notablemente gracias a la «Revolución Cultural» de China: culto de lo «vivido» opuesto a lo «pensado», etc. Toda especialización es desterrada, cada uno debe hacer todo. Esta negativa de toda división de trabajo, de toda profesionalización del trabajo revolucionario, presentada como exigencia de democracia, es destinada de hecho a servir el ultracentralismo, a impedir que cualquiera se empape del marxismo. Así, el rechazo de la teoría conduce a los maoístas afirman que la línea política es secretada por los mecanismos de la organización. Este culto de la organización ha sido históricamente justificado, como ya hemos señalado, al afirmar la demarcación ideológica contra el revisionismo ya había terminado; sólo faltaba para crear la «demarcación concreta», y que con esta organización por sí sola ya es suficiente». (L’emancipation; La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo, 1979)
Anotación de Bitácora (M-L):
Está claro que el partido leninista se construye primero por arriba, es decir primero se aborda el nivel ideológico y teórico antes de edificarse organizacionalmente. El núcleo dirigente se constituye antes que la organización del partido propiamente, lo que no significa que el partido se forme espontáneamente y separado de toda forma de organización, de colaboración, etc., ni que [esta dirección] sea inamovible. Sobre el primer punto los maoístas invierten la cronología y el proceso de edificación teórica. La cronología según ellos es: que hay que organizar primero, y luego definir una teoría, una línea, un programa. Del terreno de la organización, van a brotar, como setas después de la lluvia, los futuros dirigentes que serán aptos, que realizarán el famoso programa que todos sienten hoy, pero que hará que todos se sientan inútiles durante toda la eternidad. Como el ignorante y oscurantista pequeño burgués transforma sus propias taras en absolutas, el maoísta decreta que lo que no puede hacer es imposible en general, que al menos sobre esto no puede tener una mala conciencia y transforma su incapacidad subjetiva en un obstáculo objetivo: la ausencia o debilidad de la organización. Los maoístas también invierten el proceso de construcción teórica, porque según ellos, la teoría se desarrolla desde abajo utilizando la «línea de masas» en la aplicación de la cual va a emerger la línea política. La «práctica», es la aplicación de la «línea de masas», segrega la línea general. Se realiza una primera «experiencia», que, si es satisfactoria, entonces será aplicado por todos, de lo contrario servirá como «lección negativa». ¡Cualquier otro diseño diferente es sólo sueño ambicioso de intelectuales arribistas según nuestros maoístas! De igual modo está claro que el partido leninista está organizado desde abajo, desde la base hacia arriba de acuerdo con el principio de elección y, entre otras cosas, de la autonomía de las organizaciones locales que pretenden, a nivel local, aplicar la línea del partido en toda el conjunto de la sociedad y en todos dominios de la vida. Pero aquí una vez más los maoístas invierten el proceso, sus organizaciones se construyen de hecho por arriba: no de acuerdo al principio de elección desde abajo, sino que bajo pretextos diversos, hay una intervención constante del centro en las organizaciones inferiores en violación de toda democracia, etc. De ahí esta mezcla de ultracentralismo y de ultrademocracia, de burocratismo y anarquismo, que nuestros maoístas llaman «centralismo democrático». Esta mezcla confusa y esta reversión del proceso de construcción del partido, tanto organizativamente como ideológicamente, se revelan cuando uno critica el supuesto centralismo democrático de sus organizaciones. Siempre precoz a mostrar su ignorancia política y teórica cuando él se ve arrinconado –revelando el sello de su pertenencia de clase–, el maoísta nunca va a admitir que su organización no se basa en el centralismo democrático. Para él, cualquier crítica en este punto es el signo de un desacuerdo oculto sobre la línea política, porque no puede entender que los problemas de organización contienen su parte específica de filosofía y de política. Al afirmar que «todo es político» cree justificar la confusión extrema en su cabeza, sobre todo en estas cuestiones de organización. ¡La obra de Lenin «Un paso adelante, dos pasos atrás» parece que sigue siendo ilegible para estos hombres!
El ultracentralismo es invocado en nombre de la clandestinidad. Si bien el movimiento marxista-leninista nació y se desarrolló en un periodo de cierta paz político-social, siempre [el maoísmo] ha recurrido al pretexto de la necesidad de mantenerlo todo en el más absoluto secreto. Siendo en efecto esta la vía privilegiada para edificar una organización sin teoría revolucionaria. Así, el aislamiento es la regla general de nuestras organizaciones autodenominadas marxistas-leninistas, lo que permite a algunos dirigentes maniobrar con toda libertad, tener respuesta a todo, para justificar su irresponsabilidad, su ignorancia, sus errores, sus mentiras y sus innumerables chanchullos. Lenin ya observaba lamentándose, que la clandestinidad hacía «tanto más difícil, casi imposible, separar a los activistas de los charlatanes». Todo el mundo entiende que lo que necesario bajo el zarismo es superfluo en la Francia de hoy en día. También hubieron de crear la necesidad de la fascistización como excusa que algunos todavía no vacilan en vender de nuevo.
Quienquiera que haya estado aunque sea un breve periodo de tiempo en estas organizaciones pudo encontrarse a este tipo de charlatanes irresponsables que, gracias al secreto, se hacen pasar por un militante revolucionario. El secreto le permite a esta gente helar completamente toda discusión, todo estudio, toda educación. El charlatán declara en general que es perfectamente incompetente para tratar el problema que se le pone sobre la mesa. El organismo competente está siempre en otro lugar, inaccesible, escondido en virtud del secreto.
El charlatán secretamente es investido de un mandato secreto, que se descubre poco a poco negativamente cuando desgrana su rosario de «no estoy autorizado ni para esto, ni para aquello otro». Se declara perfectamente irresponsable. En efecto: ¿delante de quién puede pues rendir cuentas? Ni delante de la base que no tiene ningún medio de controlar una actividad por definición secreta, ni delante de la cúpula que en virtud de la clandestinidad existe en secreto. Esta es la razón por la que las organizaciones marxista-leninistas están recortadas en wilayas, donde cada dirigente tiene su dominio, su aparato, sus militantes, su imprenta, su boletín o su periódico, su región, su librería, su comisión de esto o de esta otra cosa, aluden que todos lo que se hizo en estas áreas fue «en nombre de la organización», «en nombre del centro».
La ultrademocracia, es el aspecto complementario, se traduce por un tipo de regreso a la «democracia primitiva» que actuaba con rigor a principios del movimiento obrero y que es inducida por la pequeña burguesía en general hoy en día. Esta corriente floreció en su fracción socializante notablemente gracias a la «Revolución Cultural» de China: culto de lo «vivido» opuesto a lo «pensado», etc. Toda especialización es desterrada, cada uno debe hacer todo. Esta negativa de toda división de trabajo, de toda profesionalización del trabajo revolucionario, presentada como exigencia de democracia, es destinada de hecho a servir el ultracentralismo, a impedir que cualquiera se empape del marxismo. Así, el rechazo de la teoría conduce a los maoístas afirman que la línea política es secretada por los mecanismos de la organización. Este culto de la organización ha sido históricamente justificado, como ya hemos señalado, al afirmar la demarcación ideológica contra el revisionismo ya había terminado; sólo faltaba para crear la «demarcación concreta», y que con esta organización por sí sola ya es suficiente». (L’emancipation; La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo, 1979)
Anotación de Bitácora (M-L):
«La completa degeneración revisionista del Partido Comunista Francés (PCF) durante los últimos veinte años ha revelado la gran debilidad del movimiento comunista en nuestro país. El episodio maoísta, que duró quince años, solo ilustró esta observación de otra manera. Sin comprender las características de esta debilidad y analizar sus causas objetivas y subjetivas, los comunistas franceses no pudieron superar esta situación, trazar el camino hacia la labor comunista y comprometerse con ella. Es necesario comprender la naturaleza de la debilidad del comunismo en Francia. Esta debilidad estuvo enmascarada durante mucho tiempo por la creciente influencia del comunismo en todo el mundo desde la Revolución de Octubre, por las victorias que logró en la construcción del socialismo y por la actividad sin precedentes desplegada por la Internacional Comunista para propagar, dirigir y organizar el movimiento comunista internacional. A nivel nacional, la influencia del movimiento comunista en el movimiento obrero contribuyó en gran medida a oscurecer las profundas debilidades del movimiento comunista francés, que finalmente salieron a la luz con la completa e irreversible degeneración revisionista. (...) Esta debilidad del movimiento comunista francés no es una debilidad temporal, ligada al reflujo momentáneo del movimiento revolucionario, sino más bien una debilidad profunda y duradera, que se manifiesta en las condiciones actuales de forma extrema y generalizada, tanto en la teoría como en la práctica. Esta marcada acentuación se debe principalmente al surgimiento del revisionismo moderno como revisionismo en el poder, lo que ha asestado un duro golpe a todo el movimiento comunista internacional y al campo socialista. (...) Desde sus inicios, este movimiento se construyó sobre una plataforma fundamentalmente antimarxista-leninista y fue absorbido por oportunistas −de buena o mala fe, cosa que da igual−. Las incesantes disputas internas tendieron a oscurecer esta profunda unidad ideológica del movimiento en su conjunto. Cualquiera con un conocimiento mínimo de la historia del llamado movimiento marxista-leninista sabe que el eje sobre el que se construyó su plataforma ideológica y política anticomunista fue el «Pensamiento Mao Zedong» y la línea del PCCh, es decir, el revisionismo chino. (...) Dada la naturaleza profundamente ecléctica del anticomunismo que caracteriza al maoísmo, estas personas no tuvieron problema en envolver las viejas formas de oportunismo obrero que la pequeña burguesía radical había adoptado −anarcosindicalismo, obrerismo, espontaneidad, etcétera− en los pliegues del «pensamiento maoísta» para darse una apariencia revolucionaria y popular. En general, se basaron en la mistificación del revisionismo chino para llevar a cabo su propia mistificación. (...) Se desarrolla a la sombra del revisionismo y afirma oponerse a él. Su entorno sigue siendo casi exclusivamente la pequeña burguesía asalariada y una franja inferior de la intelectualidad. Esta pequeña burguesía socialista, así como ayer profesaba el radicalismo y luego el socialismo, hoy profesa el marxismo. Profesa un marxismo tan falsificado, diluido, adulterado, reducido a lugares comunes pequeñoburgueses, que ha perdido todo carácter de doctrina científica, todo contenido proletario, para convertirse en la expresión de una mentalidad, la expresión del «sentido común» pequeñoburgués. Al hablar de la lucha de clases, por ejemplo, el pequeño burgués socializador se sonroja como si esta fuera el alma del marxismo. Sin embargo, todos saben que, separado del análisis concreto del movimiento real de la lucha de clases y de la consideración de la misión histórica que el movimiento real impone al proletariado, este concepto se vacía de su contenido revolucionario y resulta perfectamente aceptable para la burguesía. De hecho, el socialismo pequeñoburgués transpone al plano político, por así decirlo, las aspiraciones de la pequeña burguesía socializadora y «radical", y difunde sus prejuicios bajo una frase toscamente marxista. En su forma política, militante y organizada, el socialismo pequeñoburgués está representado en particular por el trotskismo, el maoísmo y, más ampliamente, por la tendencia, aunque muy vaga, del «socialismo autogestionado» (...). Esta naturaleza común entre estas variantes también explica la similitud de la acción política que todas defienden. El carácter específico del movimiento maoísta reside, sin duda, en que pretendía representar la alternativa comunista al revisionismo moderno, una vez que este había sido denunciado en el movimiento comunista internacional. Con su profesión de fe antirrevisionista, el maoísmo francés pretendía representar al movimiento comunista internacional y, por ende, al propio movimiento comunista. Sin un pensamiento claramente definido previo a su formación, este movimiento simplemente presentó sus quejas a la dirección del Partido Comunista Francés −en forma de unas pocas cartas enviadas a algunos secretarios de célula o, en un golpe supremo, ¡al propio Maurice Thorez!− para que se dignara a retomar el «buen camino». Solo después se inventó la fábula de la «lucha interna» para hacer creer en la existencia de una corriente organizada y lúcida dentro del PCF. Pero las tácticas excluyentes aplicadas por la dirección del PCF en ese momento empujaron a nuestros maoístas a reagruparse fuera del partido y a presentar sus reivindicaciones a la luz de una oposición radical entre el marxismo-leninismo y el revisionismo. Como variante oportunista pequeñoburguesa, este movimiento carece de base teórica, política u organizativa marxista-leninista, como se hace evidente al considerar el período de su nacimiento, la naturaleza de su oposición al PCF, los debates que lo animaron sobre el camino a seguir, etc., desde mediados de la década de 1960 hasta la creación del PCMLF. Esta ausencia de pensamiento marxista-leninista revolucionario contrastaba obviamente con las pretensiones de los líderes del movimiento de defender y representar el marxismo-leninismo, mientras que su conocimiento del marxismo-leninismo se limitaba a los cursos que recibían en el Partido Comunista Francés, ¡e incluso entonces! Por eso el maoísmo fue una verdadera bendición para ellos. La conversión al maoísmo les permitiría hacerse pasar por verdaderos teóricos marxistas-leninistas, grandes líderes y practicantes de la revolución proletaria. Por lo tanto, se dedicaron a propagar el maoísmo colmándolo de los mayores elogios, a sabiendas de que cualquier elogio dirigido al maoísmo, y en general a China, contenía sus consecuencias desconcertantes sobre su propia naturaleza. El maoísmo sirvió de tapadera a los líderes oportunistas para hacer creer a la gente que habían roto con el revisionismo moderno. ¡Qué extraña ruptura, entonces, venderse en cuerpo y alma al revisionismo chino con el pretexto de distanciarse del revisionismo en general!». (L’emancipation; La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo, 1979)
El maoismo tambien parte de inspiracion en las tesis semianarquistas del inconsecuente Bujarin.
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