viernes, 23 de noviembre de 2018

Es pura fantasía la idea de que el hombre haya podido emerger del estado de animalidad solamente por providencia


«Es pura fantasía la idea de que el hombre haya podido emerger del estado de animalidad solamente debido a la providencia, a la ayuda de entes sobrehumanos como los dioses, los espíritus, los genios o los ángeles. Mas, por otra parte, también es verdad que el hombre no ha conseguido llegar a ser todo lo que es por sí mismo, por obra propia: para esto necesitó del apoyo de otros entes. Y estos entes no fueron criaturas sobrenaturales o fantásticas sino reales y naturales, y no superiores sino inferiores al hombre, como por otra parte no desde lo alto sino desde lo bajo, no desde las cumbres sino desde la profundidad de la naturaleza, viene todo aquello que mantiene al hombre en su actuar consciente y voluntario: de aquello llamado comúnmente «lo humano» provienen todas sus excelencias y sus disposiciones. Aquellos entes auxiliares, esos espíritus tutelares del hombre eran, precisamente, los animales. Sólo por medio de los animales pudo el hombre emerger de su estado animal, sólo bajo su protección y con su ayuda pudo germinar la semilla de la civilización en la humanidad. «El mundo se rige por la inteligencia del perro –se dice en Zend-Avesta, y más concretamente en la Vendidad, que es la parte de aquel más antigua y auténtica–; si él no vigilase las calles, los ladrones y los lobos acabarían con todos». En este significado que tenían los animales para la vida del hombre, especialmente en los comienzos de la civilización, tiene su plena justificación el culto del que eran objeto. Para el hombre los animales eran imprescindibles, absolutamente necesarios: de ellos dependían la vida y la existencia del hombre, y este los consideraba su Dios. Si los cristianos no rinden culto a la naturaleza se debe únicamente al hecho de que, según su creencia, la existencia del hombre no depende de la naturaleza sino de la voluntad de un ente independendiente de la misma y, considerado este ente divino, le rezan como a un ser supremo porque lo consideran el autor y el conservador de sus existencias, de sus vidas. De esta forma el culto a Dios depende sólo del culto que el hombre se tiene a sí mismo, siendo únicamente aquel una manifestación de este. Si yo me tengo en poca estima a mí o a mi vida –en los orígenes normalmente el hombre no diferenciaba entre sí y su propia vida–, ¿cómo iba a exaltar y adorar aquello de lo que depende esta vida tan mísera y despreciable? En el valor que yo otorgue inconscientemente a mi vida y a mí mismo estará el valor que, ya conscientemente, conceda a la causa que produjo mi vida. Cuanto más alto sea el valor de la vida tanto más crecerán en valor y en dignidad quienes concedieron los dones de dicha vida: los dioses. ¿Cómo podrían resplandecer los dioses en el oro y en la plata si el hombre no conociera el valor y la utilidad del oro y de la plata? hay una gran diferencia entre la plenitud vital y el amor de la vida de los griegos y la aflicción y desdén que por ella sienten los indios, y así, ¡cuanta diferencia hay entre la mitología griega y las fabulosas narraciones indias, entre el dios del Olimpo, padre de los dioses y de los hombres, y la zarigüeya india o la serpiente de cascabel, la gran madre de los indios!». (Ludwig Feuerbach; La esencia de la religión, 1845)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

¿Pero cómo surge el mundo religioso entonces? La veneración religiosa en la prehistoria vino dada –y no podía ser de otra forma– de cosas cotidianas para aquellos seres. Aunque nos parezca inverosímil, se desarrolló un culto a las piedras o a los árboles, también animales o figuras de la astronomía.

«La religión comprende todos los objetos del mundo; todo lo que existe era objeto de la veneración religiosa». (Ludwig Feuerbach; La esencia del cristianismo, 1841)

La religión en la prehistoria iba relacionada con la adoración de los animales como es lógico, sobre todo en la etapa en que eran cazadores-recolectores, donde ellos eran vistos como seres divinos o intermediarios de los dioses. Lo más representante de esto pueden ser actos como el llamado «culto al oso».

Como es normal, conforme avanzaban las proezas en el desarrollo de ciertas trampas y estrategias de caza, en el Neolítico ya algunos animales empiezan a ser domesticados modificando así su estatus «numinoso» entre los hombres; pasando los animales de seres sagrados, a ya a lo sumo seres intermediarios de los dioses, pero no deidades en sí. En este curso precisamente se cree que se desarrolla el culto a la araña, por ser el animal fetiche de las trampas y la caza meticulosa. He ahí, como con la domesticación de animales surge un cambio de paradigma en la mentalidad colectiva humana y surgen de esa superioridad manifiesta ante los animales los nuevos dioses antropomórficos, es decir con formas humanas.

«En la esencia y conciencia de la religión no hay sino lo que se encuentra en general en la esencia y conciencia que el hombre tiene de sí mismo y del mundo». (Ludwig Feuerbach; La esencia del cristianismo, 1841)

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